Negué ligeramente con la cabeza cuando me agradeció por llegar temprano, manteniendo la sonrisa suave sobre los labios en todo momento, y poco después cambié el movimiento de la cabeza para asentir a su posterior pregunta, murmurando un 'mhm' al mismo tiempo para reafirmar mi punto. Escuché el comentario que hizo sobre su profesora mientras nos adentrábamos en el dojo, sin sentir necesidad de añadir nada al respecto, y no pude evitar pasear la mirada por el lugar una vez estuvimos dentro. —No, es la primera vez que entro —contesté, volviendo mi atención hacia la chica—. Se nota que es un sitio bien cuidado —anoté, recuperando la sonrisa amable en el proceso. No mucho después, otro de los miembros de nuestro grupo apareció en el dojo, más concretamente otra chica que se presentó como Jean Bernard. >>Llegas justo a tiempo, Bernard-san —comenté con tranquilidad, justo antes de hacer una pequeña reverencia en su dirección—. Yo soy Hwang Eun-bi y ella es Maxwell Verónica. No sé si estás al tanto, pero estamos esperando a la profesora de Maxwell-san para la entrevista. Le enseña... oh, disculpa, ¿qué era? Recuerdo que era un arte marcial, pero no soy muy buena diferenciándolos... Aquello último lo dije girando el cuerpo hacia la nombrada, por supuesto, y sin faltar la expresión de ligera vergüenza por haber olvidado un detalle tan importante para la entrevista en cuestión. Contenido oculto insane no ha dado señales de vida so asumo que seremos solo nosotros tres para el proyecto uwu
Eun-chan siguió haciendo gala de su cordialidad tan encantadora, sin perder la sonrisa suavecita, mientras correspondía a cada una de mis palabras. Aguardé a que entrara primero, como quien deja pasar a una dama de alta alcurnia, antes de seguirle los pasos al interior del dojo. La manera en que sus ojitos viajaron por el espacio me hizo sentir cierta satisfacción, pues me alegraba dar a conocer este sitio y que provocara esa mínima chispa de interés; por mí, pero sobre todo por Laila. Pues resultó que era la primera vez para Eun-chan ponía un pie sobre este tatami del dojo, envolviéndose del aire solemne y guerrero que flotaba en el aire. Cuando me dijo que se notaba el cuidado, me sentí sumamente contenta, al punto de que la sonrisa llegó a entrecerrarme los ojos un par de segunditos. En eso llegó otro integrante de nuestro equipo, quien resultó ser la mismísima Jean Bernard. Una muchachita de mi estatura, largo cabello castaño y, sobre todo, una mirada que me supo misteriosa. En realidad, todo en ella me dio ese airecito, pero también me pareció tierna. La saludé con un movimiento de mano, sonriente, mientras Eun-chan nos presentaba y le explicaba el motivo que nos había reunido. Aunque en el medio se le olvidó el arte marcial que enseñaba mi maestra, ¡ups! —Descuida —le dije tras una risita—. Mi sensei me enseña karate kyokushin, pero también se desempeña como maestra de otra disciplina conocida como muay thai, que es donde tiene más alumnos. Cuando llegue entraremos más en detalle, que… —mis ojos se desviaron hacia la puerta apenas noté la silueta de alguien más; mi semblante se iluminó enfrente de la chica— Que, de hecho, ya la tenemos con nosotras. Cuando Eun-bi y Jean se giraron, pudieron verla en todo su esplendor. Era una mujer, que nos observaba desde el umbral del dojo. De metro setenta de estatura, cabello oscuro y con los ojos ocultos detrás de unos lentes de sol. Vestía unos jeans cortitos, además de una curiosa camiseta blanca que le cubría el busto, bajo la cual se apreciaba otra prenda, negra; imaginé que la camiseta blanca era desprendible y que eso le permitiría estar más fresca ante tanto calor. ¡El punto es que…! Por esta indumentaria, se podía vislumbrar su complexión atlética, con brazos y piernas de aspecto fuerte; bien mirado, todo en ella transmitía cierta sensación de potencia. ¡Y era muy atractiva, si me lo preguntaban…! Procurando contener mi sonrisa emocionada, me acerqué hasta la mujer y le dediqué una respetuosa reverencia. —Bienvenida, sensei. Ella alzó una mano y deslizó los lentes de sol hacia arriba, depositándolos sobre su cabello. Reveló unos ojos azules, más oscuros que los míos; su mirada era severa, reflejanba la tenacidad de su carácter. —Te dije que no hace falta tanta formalidad —me respondió cuando me erguí, para luego pasar junto a mí y observar, con detenimiento, a Eun-bi y Jean; entrecerró los ojos antes de volver a girarse hacia mí— ¿Son todos? —Algunos no pudieron venir —suspiré—, es una lástima. Pero con nosotras alcanza. Ellas son Eun-bi Hwang y Jean Bernard. —Ya veo —respondió, no supe si por la presentación o por las ausencias; si éstas últimas le molestaron, no lo dejó ver—. Bueno, estaría bien ir comenzando ya, ¿no te parece? —No me lo tiene que decir dos veces —me reí. Nos fuimos hacia las sillas. Yo me senté entre Eun-bi y Jean, quedando enfrentada a mi maestra, quien ocupó su lugar cruzando las piernas. Nos miraba en silencio, con su carita tan inconmovible, a la espera de las preguntas. Le sostuve la mirada con firmeza, activé el grabador de voz de mi móvil y, ¡así!, empezó la entrevista. —Primero lo primero: ¿podría presentarse ante mis compis? —Anong Saenghiran, treinta y cinco años, nacionalidad tailandesa —respondió, directa—. Soy dueña de un gimnasio en Bunkyō. Allí enseño principalmente muay thai, también conocido como “boxeo tailandés”. Y ejerzo como maestra de karate kyokushin, donde sólo tengo dos alumnas… —me señaló con un movimiento de cabeza— esta niña incluida. Me sonreí. Eran los motes con los que Anong siempre se refería a mí. “Chiquilla”, “niña”, “pequeña”. Quienes la conocíamos, de tanto convivir en su gimnasio, terminábamos dándonos cuenta de que era así con todo el mundo. Su carácter era firme, fuerte y de a ratos podía sentirse agresivo; pero tenía un buen corazón. Lo sabía por algunas historias que había escuchado de ella. —Imagino que ya está lista para su entrevista —dije. —¿Podrías no tratarme de “usted”? —Anong frunció el ceño, para luego intercambiar una mirada entre Jean y Eun-bi— Lo mismo va para ustedes dos. Asentí. Como se trataba de un proyecto escolar, intenté que todo fuera más formal, pero ni modo. Tampoco me molestaba. Me giré hacia las chicas, a la espera de que alguna iniciara con alguna preguntita. Contenido oculto 1) Quien comience, tiene libertad de hacer una o dos preguntas uvu 2) En el spoiler de abajo les dejo la imagen de la sensei, que además incluye su outfit actual: Contenido oculto
Verónica respondió a mi duda aclarando las artes marciales que su profesora enseñaba y, vaya, debía admitir que en mi vida me hubiera acordado de aquellos nombres tan específicos, ni aunque lo hubiera intentado. De todos modos, justo después de las palabras de la chica, ella misma nos indicó que la profesora en cuestión había llegado, y aquello provocó que girase el cuerpo en dirección a la puerta, comprobando así que era cierto. Tras un poco de conversación entre ellas, Verónica nos presentó frente a la mujer, y yo hice la correspondiente reverencia antes de dirigirnos hacia las sillas que había preparadas. La verdad era que se sentía un poco raro estar enfrentadas de esa manera con la señora sin una mesa de por medio, pero entendía que esas eran las circunstancias en las que nos hallábamos. Verónica puso su móvil a grabar y, bueno, suponía que íbamos a tener que depender enteramente de ese material, porque se me hacía demasiado complicado intentar escribir en esa postura. —Antes de nada, gracias por aceptar hacer la entrevista —fue lo primero que dije, recuperando la sonrisa educada al dirigirme a la mujer—. Ser dueña de una gimnasio suena bastante complicado, en el sentido de que no solo se trata de dar clases, si no también manejar las logísticas del centro, ¿cierto? ¿Cómo decidiste que era eso lo que querías en lugar de simplemente dar clases en otro gimnasio cualquiera?
Manteniéndose de piernas cruzadas, tamborileó los dedos sobre la rodilla más alzada mientras escuchaba la formulación de Eun-bi. En general mantenía una postura firme y casi elegante sobre la silla, aunque parte de esa firmeza se veía ligeramente diluida en el ligero balanceo del pie que había quedado en el aire. Anong ya había pensado en la respuesta, tras haber adivinado la pregunta de la chica. ¿Cómo decidiste que era eso lo que querías en lugar de simplemente dar clases en otro gimnasio cualquiera? —Mi decisión se basa en dos preceptos —dijo, inclinándose unos milímetros hacia las chicas— “Hacerse uno mismo útil a la sociedad” y “Fundamenta tu ser con una devoción filial y ayuda a los demás”. El primero viene del código de conducta del muay thai; el segundo forma parte de la filosofía del Kyokushinkai. Retornó a su postura erguida, ahora entrelazando las manos sobre la rodilla. —Tener mi propio gimnasio me permite enseñar el arte del muay thai a mi manera, según cómo yo interpreto su código de conducta. Esto influyó en mi idea de liderar un espacio y enfrentar toda la logística que supone; pero no fue lo que me hizo tomar la decisión final —Anong hizo una pausa, mirándolas—. En Tokio hay chicos y chicas en situación de vulnerabilidad; por conflictos personales, problemas familiares, en otros casos por discriminación. A mi gimnasio sólo entran aquellos que considere dignos de pisar su suelo, pero para estos jóvenes las puertas están siempre abiertas. Busco que en mi gimnasio aprendan, mediante el entrenamiento y la práctica del deporte, los valores fundamentales de la disciplina, la perseverancia y la autosuperación. Verónica hizo una afirmación, la sonrisa suavizada por las palabras de su maestra. Ella había conocido a bastante gente en el gimnasio. En su mayoría eran jóvenes tailandeses, de familias de inmigrantes que no vivían en las mejores condiciones; por eso, no pagaban la cuota por decisión de la propia dueña, a ella sólo le interesaban que fuesen con regularidad. No habían tratado muy bien a Maxwell en su primer día, pero la albina supo comprender que esto era producto de la desconfianza, al tratarse de personas marginadas que venían de una vida callejera y peligrosa, de la que Anong los había rescatado al ofrecerles su gimnasio como lugar donde convivir. —Anong-sensei. El muay thai es parte importante de la cultura de su país de origen, y por eso no me extraña que esté tan dedicada a eso. Pero tengo una dudita… ¿Qué le atrajo del karate kyokushin, al punto de que lo practicó hasta tener, hoy, el rango de 4° Dan? Verónica explicó rápidamente, a sus compañeras, que el “4° Dan” era algo así como un “Cinturón negro de nivel 4”, y que había diez como máximo. Anong entornó los ojos. Intercambió de lugar las piernas, y al hacerlo dejó escapar un bufido ligero. También se había esperado aquella pregunta. —El Kyokushinkai no me interesaba en lo más mínimo; entré casi por obligación —Su respuesta hizo que Verónica alzara las cejas, algo sorprendida—. No me malinterpretes. Ahora me parece que el karate está bien... Pero no fue fácil al comienzo, para nada. Tomó una larga bocanada de aire antes de seguir. —Quería aprender muay thai desde que era una mocosa, pero la cultura de mi país natal no me lo permitió —sonrió con amargura—. Las mujeres tenían prohibido tocar un ring, ni siquiera se nos permitía acercarnos. Estaba la creencia de que nuestra presencia ofendía a las fuerzas espirituales que protegen los rings de muay thai, ni hablar si alguna tenía intenciones de practicarlo —si no estuvieran en un dojo, era por seguro que Anong habría escupido hacia un costado—. Entonces, frente a esa prohibición, mi madre me llevó a un dojo donde enseñaban karate kyokushin, ya que es un arte marcial que toma elementos técnicos de otras disciplinas: boxeo, judo, aikijujutsu, Y, por supuesto, muay thai. Al principio lo practiqué porque no me quedó otra opción, pero mi sensei supo enseñarme la parte física, pero más que nada la espiritual. Ayudó a dominar mi resentimiento y logró que me interesara en continuar por ese camino. Y eventualmente pude meterme en el muay thai, ya que las prohibiciones contra las mujeres son menos estrictas; no se eliminaron del todo, lamentablemente, pero algo es algo. —Oh, sensei —dijo Verónica, conmovida. —Siguiente pregunta. —Ah, sí. ¡A ver…! Ejem… Dice que el karate kyokushin toma elementos del muay thai. ¿Podría explicar en qué se parecen y en qué se diferencian ambas disciplinas? —No hay demasiados parecidos, honestamente. El Kyokushinkai y el muay thai comparten la técnica de la “Low kick”, es decir, el uso y la aplicación de patadas bajas. Quizá podría agregar que sus filosofías de vida tienen fundamentos parecidos: cortesía; ser fiel a uno mismo y a los demás; evitar la violencia; determinación y perseverencia. >>En general, se diferencian bastante, sobre todo en las técnicas y normas de combate. El karate kyokushin se basa en técnicas de puñetazos, patadas y algunas de derribo; sin embargo, está prohibido golpear a la cabeza del oponente usando las manos, aunque sí puede hacerse con técnicas de pie. El muay thai no prohíbe los golpes a la cabeza y, además, añade técnicas de codo, rodilla y barridos. >>Por último, el Kyokushinkai está pensando para pelear a distancias reducidas; en el muay thai hay, digamos, mayor rango. —Maravilloso, sensei. Bien, creo que tenemos tiempo para alguna que otra preguntita. ¿Alguna quiere tener el honor? Maestra y alumna miraron a Eun-bi y Jean. Expectantes, aunque cada una a su manera.
—¿Listo, Ryuu-kun? —Siempre lo estoy~ Me sonreí, encantada por el tono desafiante impreso en su vocecita socarrona. En las profundidades de su mirada violeta brillaba esa llamarada intensa que, para qué mentir, me encendía todo el cuerpo. De la emoción, eh. Nos encontrábamos en el centro del tatami, enfrentados. Vestíamos nuestros uniformes; aunque, eso sí, nos habíamos quitado los zapatos y los calcetines, que reposaban en un rinconcito junto a su mochila y mi bolso escolar. Yo, en particular, había atado mi cabello en una larga trenza holandesa, similar a las que le había hecho a Jez en el invernadero; me venía de maravillas para sobrellevar este día tan húmedo sin despeinarme… y, sobre todo, porque era cómoda para ésta práctica que estaba manteniendo con Ryuu. ¡Es que la cosa es así…! Falta poquísimo para mi examen de promoción a Cinturón Marrón de judo. Para ser más exacta, iba a darlo este sábado, en el Instituto Kōdōkan. Todo el tema me tenía super a la expectativa, y admito que un poco nerviosilla, pues se trataba de algo de gran importancia que definiría mis próximos pasos como atleta y artista marcial. ¡Así que bueno…! Procuraba aprovechar al máximo mi tiempo, por lo me la pasé practicando en mi apartamento; y ayer, durante mis lecciones de judo en el Instituto, le di duro al entrenamiento, ¡bien duro…! El punto es que no planeaba hacer lo mismo en la escuela ya que, de lo contrario, llegaría demasiado desgastada al examen, por no mencionar que debí ocuparme de organizar el proyecto. Sin embargo, hoy vine más temprano de la normal al Sakura y en los casilleros me lo encontré a Ryuu, quien apareció diciendo que se había caído de la cama o alguna bromita así que me hizo reír. Le conté lo del examen de judo y, viendo que teníamos tiempo de sobra antes de las clases, tuve la fantástica (y confianzuda) idea de proponer que fuese mi ayudante, tarea a la accedió tras hacerse rogar y lograr que le prometiera una galletita, como postre para acompañar el almuerzo que todavía le debía por los apuntes de matemática. En eso se resumía la historia que nos había traído hasta el dojo. —Entonces… aquí voy —dije, apresando entre mis dedos la manga de su brazo derecho, y el cuello de su camisa. Había una técnica que no dominaba del todo, y que era esencial para aprobar el examen: el Sumi Otoshi. Se trataba de un te waza, donde mis manos y brazos eran lo más fundamental para su aplicación. Lo que debía hacer era, primero, alcanzar el costado derecho de Ryuu; luego, empujar su brazo y torso con un movimiento circular, haciendo que se inclinara hacia atrás y tironéandolo en mi dirección. La clave de la técnica estaba en obligarlo a apoyarse en su talón derecho, sólo así conseguiría romper por completo su equilibrio. Lo que Ryuu debía hacer era resistirse un poquito, justamente para evitar irse al suelo. Realicé todos los pasos de la técnica con bastante precisión. El chico fue echado hacia atrás por el movimiento de mi mano y los puntos de agarre. Pero, a la hora de la verdad, volvió a pasar lo de los anteriores intentos: no cayó al suelo. Llegó a apoyarse en el talón izquierdo, trastabilló un poco, pero finalmente recuperó el equilibrio que buscaba romper. Se mantuvo en pie al final, y me dedicó una sonrisita triunfal cuando nos separamos. —Te vas a tener que esforzar más, Vero-chan, si quieres hacerme morder el polvo otra vez —dijo, dedicándome un movimiento negativo con el dedo índice. Suspiré y miré al cielorraso con un meñique apoyado en mi labio inferior, reflexiva. Era el quinto intento que no lo lograba, ¿dónde estaba mi fallo? —¿Qué opinas, Ryuu-kun? ¿Se te ocurre algo para hacerte caer? —Si lo supiera, no te lo diría —replicó, torciendo su sonrisa—. Además, no entiendo muy bien de qué va esto, mi explicación sería lamentable para una experta como tú en... ¿Cómo decías que llamaba este arte marcial? —Judo —respondí, su pequeño interés me hizo sonreír—. Se conoce como judo. Contenido oculto Gigi Blanche Contenido oculto: Videito del Sumi Otoshi
Calor de los cojones. Tras bajar del coche me enganché el cuello de la camisa con el índice y empecé a airearla conforme caminaba. Desde casa la llevaba ya arremangada y mamá había aparecido para reñirme con que esa no era forma de llegar a la escuela, a lo que le besé la mejilla, le sonreí y me fui. El guante molestaba bastante, sentía la mano sudada dentro, pero respecto a eso no podía hacer demasiado. Si la habían espantado unas mangas enrolladas imagina vendarme como una momia. En el camino habíamos pasado para comprarme un café helado, de estos con crema y mucho hielo, pues porque a veces me apetecía jugar a ser el malcriado. Tras comprobar el reloj noté que aún con la parada logística había llegado relativamente temprano, por lo que me desvié hacia el dojo sin un motivo concreto. Desde que sabía de su existencia había ido a visitarlo un par de veces porque sí, porque ese tipo de espacios me relajaban. Estaba en el silencio, las motas de polvo entre los haces de luz y el olor de la madera. A cierta distancia escuché los sonidos del interior, claramente había gente entrenando, y tras un breve debate mental sobre si volverme o no decidí seguir mi camino. No era que me diera reparo molestar, sino más bien al revés: si visitaba el dojo era para estar solo, no para hacer sociales. Esta mañana, quién sabe, sería como el capricho del café. No todo lo que hacía seguía una regla estricta. Quienes resultaron estar ocupando el dojo fueron Maxwell y... ese tío me sonaba, pero no estaba seguro de dónde. Me detuve bajo el umbral y, mientras me quitaba los zapatos de calle, me alcanzaron los últimos retazos de su conversación. Enganché el calzado en mi mano izquierda e ingresé bebiendo el café, como pancho por mi casa. Me hizo su debida gracia verlos con el uniforme, más que nada porque imaginé la reacción de mamá si hiciera algo similar. —Buenos días —saludé al aire, dedicándoles una sonrisa que acentué adrede, mientras recorría los laterales del dojo buscando dónde sentarme.
Por un momento no estuve completamente segura de que Ryuu me estuviese prestando la debida atención, puesto que sus ojos dejaron de enfocarse en mí a partir de cierto punto, puede que desde antes que terminara de hablar. Hizo un leve asentimiento cuando le recordé que estábamos practicando judo, sí; pero noté que sus iris se deslizaban con lentitud, como si estuviese siguiendo algo que estaba ocurriendo a mis espaldas. Esto de por sí ya me hizo saltar chispitas de curiosidad; y la sensación se acentuó mucho más al observar sus labios, que se estiraron en esa sonrisa tan… suya. Así, como misteriosa. —Tenemos un afortunado espectador~ —dijo, casi en un canturreo. Fue justo antes de que mis oídos fuesen deleitados por una voz que podía reconocer en cualquier lado, la cual se elevó en el aire del dojo con un saludo matutino. Me provocó una sonrisa instantánea, por lo que ya estaba iluminando mi carita para el momento en que me giré hacia Yukkun, ¡nada más y nada menos…! Lo vi caminando por el costado del tatami, con los zapatos en una mano y un café helado en la otra, cuyo aspecto dulce me entró por los ojitos. —Vaya, ¿y esta agradable sorpresa mañanera? —me reí, de lo más encantada. Ryuu-kun, a mis espaldas, no dijo nada; pero tuve la corazonada de que le estaba prestando bastante atención a nuestro nuevo acompañante. ¡Tal vez, todavía sonreía…! Le hice una seña para que me siguiera, tras lo cual alcancé al primo Hattori en unas pocas zancadas, aprovechando que caminaba despacio. Me acomodé a su lado, las manos entrelzadas tras mi espalda; incliné el torso un poquito, como para entrar en su campo de visión. —Buenos días para ti también, Yukkun —le dije— Y bienvenido una vez más al dojo. Imagino que viniste a rodearte de su inspiradora y relajante energía, ¿verdad? >>¡Ah, por cierto…! Él es Ryuuji Matsuo. Ryuu-kun, que se movía sin prisas, se estaba acercando a nosotros con las manos detrás de la nuca, en una postura relajada. La sonrisa prevalecía en su semblante, a medio camino entre la diversión y algo más... ¿enigmático? —¿Cómo va? —dijo, con una familiaridad que captó mi atención. —¿Conoces a Yukkun? Su sonrisa se ladeó. —Quizás…
Sentí los ojos del tío encima, fue casi automático y la sensación persistió en lo que buscaba un lugar. La pila de zapatos suyos se convirtió en mi primer objetivo y en lo que avanzaba, Verónica volteó en mi dirección. Su reacción fue la de siempre, vaya, si tanto le alegraba verme iba a empezar a cobrarle. Mentalidad de tiburón, ¿no? —Serán cien yenes si sonríes tanto, Gaido-chan —respondí un poco al aire, desviando la vista para dejar caer mis zapatos junto a los de ellos, y volví a mirarla cuando se reunía conmigo—. Doscientos si empiezas a usar diminutivos. Le dediqué una pequeña sonrisa, relajada, y más pronto que tarde me presentó al moreno. Al verlo de cerca recordé súbitamente la enorme reunión que se había formado frente al tablón de anuncios, con mi prima y algunos de mis compañeros de proyecto. Ah, este era el chiflado que hablaba raro. ¿Debería empezar a cobrarle también? Al parecer sí que había sido una agradable sorpresa mañanera. —Nos vimos una vez —aclaré hacia Maxwell, saludé a Matsuo con un movimiento de cabeza rápido y volví a la chica—. ¿Interrumpí algo importante, quizá? Sólo venía a consumir oxígeno, pueden continuar si quieren.
Ni por asomo se me habría ocurrido que encontraría a la chiquilla ésta en los casilleros, a horas tan tempranas del día. Si ya destacaba entre toda la gente por su albinismo y palidez, imagínense cuando no había casi ni un alma entre las taquillas. La pillé mirando un video en su móvil, de dos tipos con traje de artes marciales arrojándose al piso como si fueran muñequitos de trapo; parecido a lo que ella hizo conmigo el otro día, vaya. Y mira, hablaría mal de mí que perdiese la oportunidad de husmear, por lo que no dudé en acercármele; hubo un intercambio de saludos, me tiró un tremendo speech sobre el Judo y el examen que daría el finde; hicimos “negocios” y aquí estábamos, prestando el cuerpo para la causa. Que aprobase su examen o no, me traía sin cuidado. Al aceptar el pedido de ser el muñeco de entrenamiento de Maxwell, lo hice por intereses personales. No dudé en aprovecharme de su incertidumbre y de su necesidad. Primero le hice prometer que me daría algo dulce; y luego (lo más importante), porque me interesaba medir el inesperado poder que escondía su cuerpo de contornos esbeltos y delicados… Que engañaban a cualquier desprevenido. Era fascinante y gracioso, que una chica así de empalagosa tuviera la capacidad de derribar a bestias como yo. Pero a la pobre no le estaba saliendo su truquito nuevo, este Sumi Otoshi. Cuando, tras el quinto intento fallido, quiso saber mi opinión sobre sus errores, ya tenía la respuesta bastante clara en mi cabeza: su técnica fallaba porque no posicionaba bien las piernas en el momento donde se ponía a mi costado, entonces eso limitaba el movimiento de su brazo, que era lo más importante en esta cuestión. Si corregía esa parte y adelantaba el cuerpo un par de centímetros más… Ahí, quizás, y sólo quizás, lograría meterme en serios problemas. Pero no planeaba servirme en bandeja, no. Que lo descubriera ella. La cuestión se puso mucho más interesante con la aparición del tipo este, el Hattori. Supongo que no me quedaba otra que estar de acuerdo con las palabras que soltó Verónica al verlo: era ciertamente inesperado tenerlo aquí, con nosotros. Una sorpresa de lo más jugosa~ Su nombre no me lo había olvidado, no cuando era tan prometedor. Koemi y yo lo teníamos bien guardadito en nuestros archivos. Pero si no nos acercamos a él para “estudiarlo” un poco, fue porque anduve ocupado haciendo mi trabajo alrededor de Shimizu y Dunn. A Hattori planeaba dejármelo para la semana que viene, como un postrecito o algo así, pero bueno: parecía ser que estábamos destinados, ¿o no~? Maxwell correteó hacia Hattori como si fuese, qué se yo, su admiradora o algo así; a estas alturas me estaba acostumbrando a su alegría indiscriminada. El tío le soltó una tontería sobre cobrarle las sonrisas y los diminutivos, haciendo que la muchacha se riera bajito. Observé la escena mientras me acercaba a ellos, sin dejar de centrarme en Hattori, y me causó mucha gracia darme cuenta de que el tío no parecía ubicarme del todo. Un poco más y me hubiera roto el corazón, pobrecito de mí, qué pena. Me encargué de acomodar un poco este “infortunio”, aprovechando la presentación de Maxwell, y lo saludé con toda la confianza, provocando la más que oportuna curiosidad de la chica. Alguna neurona se le prendió a Hattori y reconoció que nos habíamos visto. Respondí a su saludo con un movimiento de cabeza similar, más lento. —Es importante, sí, pero no interrumpes nada, bonito —le respondió Verónica con su típica sonrisa resplandeciente; ahí se le fueron otros cien yenes—. Estoy tratando de mejorar una técnica de judo, el Sumi Otoshi, que necesito tenerla dominada para el sábado. ¡Es que…! Voy a dar mi examen de promoción a cinturón marrón. Ryuu-kun aceptó ayudarme un poquito. —¿Es un diminutivo lo que acabo de oír? Doscientos yenes, pues —dije, siguiendo con la tontería. La albina, de nuevo, recibió de buena gana la broma, riéndose. —Me quedaré en bancarrota en tiempo récord —afirmó, con un suspiro teatral. No le presté tanta atención. Posé la mirada sobre Yuta Hattori y alcé una ceja. —¿Y tú por casualidad sabes algo de judo? —quise saber— Digo, como te apareces en un dojo.
Había algo en el tipo este que me escocía un poco. No creía que fuese paranoia o vanidad, realmente sentía su atención volcada sobre mí desde que había pisado el dojo. ¿Qué le pasaba? ¿Le iban las pollas o algo? Hice algo más de memoria y recordé que aquella vez, en el pasillo, me había preguntado directamente por la disciplina que practicaba. Las piezas cayeron un poco de golpe, la sensación de ese día se superpuso con la actual y reprimí la sonrisa. No le había dado importancia a su existencia, pero quizá tuviera que pensarlo con un poco más de ahínco. Maxwell me contó sobre la técnica que intentaba dominar, sus planes del finde y bla, bla, bla. Contabilicé los yenes y deslicé la mirada a Matsuo cuando me habló directamente. Su curiosidad de hoy se alineó con la de aquella vez y seguí repasando las variables, las señales y posibilidades, cambiándolas de orden y dándoles la vuelta. —Ah, ya sé. —Alcé las cejas, relajado, y mi sonrisa se ensanchó un poco—. Lo tuyo son cien yenes por pérdida de memoria. Entreno en koryū budō, como te dije el otro día. Me especializo en kenjutsu, aunque sé un poco de jiu-jitsu. El judo moderno bebe de allí en parte. Mantuve la lección concisa y bien resumida, aunque el asunto fuese muchísimo más complejo que eso. Kaia era mejor que yo con ciertas técnicas cuerpo a cuerpo, pero luego de tantos años había aprendido una cosa o dos. Además, todo era parte de un entrenamiento integral que obedecía a... objetivos más grandes, si se quiere. —Sumi otoshi —retomé, mirando a Maxwell, y le señalé el centro del tatami con un movimiento de barbilla—. Quizá pueda darte una mano, aunque... serán trescientos yenes, claro.
Habiendo confirmado que este cabeza de nieve ya me reconocía de la otra vez, no me quedé quieto, desde luego. Mi pregunta fue tan directa como la que le hice en el pasillo, planteó un interés que saltaba varias capas de formalidad y otras cuestiones parecidas sobre las que solía cagarme; aparte de su nombre, de Hattori sólo me interesaba conocer qué tenía para ofrecernos. Y al parecer le suerte seguía poniéndose de mi lado, o tal vez debería vanagloriar lo bien que moví las fichas sobre el tablero, vaya. Sea cual fuere el caso, me di cuenta por el modo en que la sonrisa se extendió por la cara, cuando me miró tras escucharme abrir el pico. Debo decir que algo parecido me ocurrió a mí al ser acusado de “pérdida de memoria”, me vi obligado a apretar los colmillos para suprimir la tentación de reírme. Porque no, no me había olvidado del koryū budō y era ese el motivo, justamente, por el que me hice al tonto al preguntarle si sabía judo. A ver si con eso obtenía una buena aclaración que, de hecho, llegó sin demora… Incluida su especialización. Kenjutsu. —Oh~ —solté en un susurro, la sonrisa ladeándose de forma considerable. El arte marcial donde se usaban sables… No era un experto en estos temas porque mi terreno eran las calles, con sus sucias reglas, pero algo de conocimiento tenía porque, precisamente, los tipos que conocían técnicas de combate eran una atracción tentadora en el club. Provocaban cierta fascinación entre los espectadores hambrientas que asistían cada noche, famélicos de violencia; incluso cuando no se diferenciaban tanto de los que se subían al cuadrilátero, sabían apreciar el encanto de un golpe dado con precisión y cálculo. Lo cierto es que, hasta el momento, las armas estaban prohibidas, pero quizá podría plantear una idea con esto… Si le decía a Sorec que podía conseguirle a un tipo que, como él, sabía el arte del sable, ¿sacaría el culo de su clubcito de Go? Hace mucho que no nos honraba con su oscura visita. —Ah, sí, el jiu-jitsu es como un hermano del judo. O un primito —intervino Verónica. Perdió otros cien yenes a causa de la risita que soltó al decir lo último; supuse que por el parentesco de Yuta con la otra Hattori. Adorable criatura, que no percibía las repentinas energías en el aire, pese a que ni Hattori ni yo teníamos nociones claras sobre el otro. Sólo suponíamos, por ahora. Cuestión que cuando el muchacho le ofreció una lección a Maxwell por una módica suma, a ella se le volvió a iluminar la carita, en una mezcla de ilusión y gratitud. —Ay, me vendría de maravillas, seguro que tu conocimiento de jiu-jitsu ayuda —dijo, soltando el aire en algo parecido a un suspiro de alivio—. ¡Aunque bueno…! ¿Trescientos yenes? Creo que con todo lo que sumé hasta el momento, ya alcanza para que te compre un juguito en algún receso, ¿quedamos así? No esperó respuesta, la chica dio unos pasos hacia atrás y esperó en el tatami, expectante. Supuse que el dichoso examen la tenía así de inquieta, más de la cuenta quiero decir, pero vaya uno a saber. El punto es que la pequeña distancia me dio espacio para dirigirme a Yuta un poco más en “privado”. Lo miré, sonriendo. Algo en sus ojos había cambiado, y la sensación me provocó satisfacción. —Conozco a uno que sabe de kenjutsu —dije, como quien no quiere la cosa—. Un ruso. Cosa bastante curiosa, ¿verdad? —¿Ah, sí? —intervino Maxwell desde la distancia, que igual podía escucharnos; qué tierna, debería tener cuidado con esa curiosidad insalvable— ¿Cómo se llama? Mi sonrisa se ensanchó. —Quién sabe… —dije, pasándome una mano por el cuello y tronándolo un poco—. En fin… Ya que estás en buenas manos, Vero-chan, los dejo con lo suyo. Sean buenos y no lleguen tarde a clases, eh~ Sin decir más, me calcé los calcetines, los zapatos y me fui del dojo, saludando a ambos con un movimiento de cabeza. Y cuando el lugar quedó fuera de mi vista, envié un mensaje a Koemi. Contenido oculto Me perdí en medio de la tormenta y tuve que hacer un cierre medio abrupto, snif. Espero que al menos te resulte jugoso (?) Gracias por caerme con Yuta, este muchacho me deja muy... u///u
La incipiente curiosidad del tipo este me seguía molestando como una interferencia en un idioma extraño. Maxwell agregó su comentario, le seguí sumando yenes a la deuda mental y aceptó mi oferta, con precio y todo. Intentó resolverlo con un zumito de la máquina y mi sonrisa se ensanchó al menear la cabeza lentamente, como si tuviésemos todo el tiempo del mundo. Recordaba haber tenido una conversación similar con Welsh. —Sólo acepto efectivo —aclaré, tranquilo, justo antes de que empezara a alejarse. Noté las intenciones de Matsuo, en parte sentía que llevaba esperándolo desde que aparecí en el dojo, y deslicé la mirada a su silueta sin mover un músculo. ¿Un ruso que sabía kenjutsu? ¿Por qué coño salía con eso? ¿Qué pretendía decirme? Quizá fuera la eterna paranoia pero, otra vez, tendía a confiar en mis instintos, y algo en torno a este tipo era disonante. La intervención de Maxwell me ganó de mano y Matsuo se negó a dar el nombre. Seguía con esa actitud misteriosa de mierda. —Me aburren sobremanera los acertijos —murmuré, cuidando de que Verónica no escuchara pero con la vista puesta en ella. Una pequeña sonrisa me estiró los labios—. Si no me lo dices de frente no hay chance de que me interese, Matsuo. Empecé a caminar apenas terminé de hablar, me reuní con Maxwell y me puse automáticamente en modo entrenamiento. Dejé el café a un lado, a la debida distancia, y me preparé para recibirla. Suponía que con un par de intentos podría ayudarla a detectar alguna falla y marcársela, aunque a ciencia cierta era la primera vez que la veía practicar artes marciales. El resto dependería de ella. Así, pues, le sugerí que sus pies iniciaran un poco más adelante y que enfatizara la fuerza del movimiento de su brazo. —Por cierto —retomé sobre el final, ya listos para irnos a clase, y la sonrisa me descubrió la dentadura—, me debes mil yenes, Gaido-chan. Contenido oculto todo culpa de santa rosa, a vos te parece LLEGUÉ cortito pero poderoso, ya podremos rolearlos entrenando como dios manda uwu
No dejaba de sorprenderme la fuerza que tenía Vero, así como nunca dejaba de sorprenderme la velocidad que poseía Laila, ambas destacaban en sus campos y era interesante verlas desempeñando las técnicas que habían pulido durante años. Eso hablaba de la perseverancia de cada una, su disciplina y tantas otras cosas, cualidades que en cierta medida esperaba poder aprender de ellas. Ambas nos reímos por mi gesto al referirme a su enfrentamiento con Ryuuji y aunque todo parecía una broma, lo suficiente para tener a Cayden ahogándose de risa cuando se lo conté, también había que reconocerle al muchacho el hecho de que había sabido darle batalla a Vero, incluso luego del primer derribo sorpresivo. Algo de entrenamiento debía tener él también para lograr eso. En cualquier caso, ella respondió a mi duda de cómo eran los exámenes de judo y me sorprendió bastante que hubiese una parte teórica, por decir algo, no porque creyera que todo se centrara en repartir piñas y mandar gente volando, sino porque creía que esos fundamentos teóricos se evaluaban ya en la práctica. La sorpresa debió notárseme un poco en la cara, aunque pronto volví a sonreír y mantuve mi atención en su explicación, asintiendo de tanto en tanto. —Son un montón de cosas —dije cuando terminó y me rasqué las raíces del cabello un momento—. ¿Cuál es la duración del examen? Entre las preguntas, las técnicas y el enfrentamiento suena a que vas a estar allí todo el día... Puede que fuese el caso como puede que no, las evaluaciones de cualquier disciplina deportiva o no variaban en su duración. Igual se me ocurrió que luego de un examen así, seguro uno desearía llegar a casa a echarse a dormir independientemente del resultado. En medio de todo eso tuvimos la pausa en que pedimos mi bento y los postres, con la compra lista regresamos al pasillo hacia los casilleros que nos llevaban a la entrada principal. Había pretendido salir sin más, pero sentí el tacto de Vero y detuve mis pasos, recibí su bento cuando me dijo que lo sostuviera y cuando la vi quitarse la bufanda estuve a un pelo de decirle que no hacía falta, que yo no tenía frío, pero la intención se me atoró por alguna razón. Todavía no hablaba con Adara. Qué desastre. Recordé a Bea por la mañana, ajustando mi propia bufanda, y su cara al ver los regalos de Rowan y Cay, me acordé también del libro que me dio Kakeru y algo se me desbarató, no supe bien el qué, pero sentí un nudo en la garganta. Vero me envolvió con cuidado, sus movimientos fueron delicados y me distraje en sus manos, porque sentí algo de calor en el rostro. Terminó con la bufanda, me abrochó el blazer, recuperó su bento y sonreí sin darme cuenta en realidad, pues estaba ocupada bajando el nudo de la garganta a su lugar. Antes de decirle nada sostuve el bento con una mano, así me liberé la otra para estirarla en su dirección y acuné su mejilla con delicadeza para dejarle un beso en la contraria. Al retroceder para regresarle su espacio le di las gracias en un murmuro, volví a buscar su brazo y luego de enlazarme a ella pude volver a sujetar el bento con ambas manos antes de salir y, efectivamente, despeinarnos. Sentir el viento me arrancó una risa, pero lo que me sorprendió fue notar el destello blanco que cayó sobre nosotras: Copito. Saludó a Vero, por supuesto, pero se le notó la emoción al verme a mí y cuando quise darme cuenta estaba acurrucado en la bufanda, lo que me estiró una sonrisa amplia en el rostro. —También me alegra verte, Copito —dije, contenta, y ladeé un poquito la cabeza para que mi mejilla encontrara las plumitas de su cabeza. Contenido oculto estoy muy sensible y casi acabo llorando
Cuando Jez dijo que tenía pinta de que estaría todo el día en el Kōdōkan, negué con la cabeza. —Son bastantes cositas, sí, pero llevan mucho menos tiempo de lo que aparentan —dije—. Mi examen durará unos treinta o cuarenta minutos, así que te comunicaré mi resultado bien temprano. En este punto, mi corazoncito había galopado de imprevisto, tras preguntarme internamente qué clase de mensajes recibiría Jez por aquellas horas. ¿Una catarata de stickers felices? ¿O le preguntaría si podía llamarla para que me diera ánimos? Seguía teniéndome toda la fe y eso, pero estos nervios chiquititos se ponían bastante juguetones en los momentos menos esperados, ay. Así las cosas, tras las compras y demás, no me quise quedar quietecita al ver su cuello descubierto y la falta de cárdigan. Le coloqué mi bufanda con mucho amor. Tanto me concentré en cuidarla, en que quedara bonita e impecable; que, lastimosamente, se me escaparon otros detallitos igual de importantes… Que me habrían llevado a abrigarla de una manera diferente, de haberlos visto. Quizá, lo que sucedió a continuación compensó un poco ese fallo de atención. Jez sonrió al verse abrigada por mi prenda, el rojo de la bufanda quedaba precioso con sus ojos. Pero no dijo nada, no enseguida. En su lugar, acunó con suma delicadeza una de mis mejillas, haciendo así que soltara el picaporte de la puerta para mirarla. Apoyé mi mano sobre la suya, afianzando su calor sobre mi piel. Y con los ojos cerrados esperé el beso que terminé recibiendo en la mejilla contraria. La sonrisa en mi rostro se suavizó con creces, respiré hondo bajo el contacto de sus labios y, en definitiva… todo rastro de nervios desapareció por completo. —Gracias a ti… —respondí, cuando murmuró las suyas. Así, salimos enlazadas del brazo. El viento, como si estuviera de lo más contento de vernos fuera, nos recibió con ganas. Contuve una risita al sentir cómo mi cabello salía disparado en direcciones imprevistas y dispares; Jez, a mi lado, no se quedaba atrás en esto de ser despeinadas. Fue en eso que Copito descendió entre las fuertes ráfagas, como todo un chiquitín poderoso al que nada lo detenía. Primero aterrizó en mi hombro para darme con su piquito en la oreja, y con más emoción fue recibir a Jez, sacudiendo las alas. Se me escapó una exclamación de ternura al verlos juntitos, con la chica tocando la cabecita del gorrión con su mejilla. Copito se infló bajo su rostro, tan contento como ella. —¡Te extrañó mucho…! —dije entre risas, obligada a elevar la voz por el viento. El dojo nos recibió al otro lado del camino de cerezos, donde una gran cantidad de pétalos caía desde sus ramas, formando una lluvia rosa con pequeños remolinos por aquí y por allá. Así que, para cuando desplazamos la puerta corrediza y nos refugiamos en su interior, Jez y yo no sólo estábamos despeinadas: teníamos el cabello salpicado de estos pétalos. Incluso Copito tenía uno coronando su cabecita. Me quedé mirando un momentito el de Jez, detallándolo. Luego estiré una mano hacia sus hebras níveas, pasando los dedos con cuidado. —¿Qué te parece si nos sentamos en la pared opuesta a la puerta? Aquí el viento no llega tanto, y podremos mirar los cerezos mientras nos peinamos un poco y almorzamos —propuse, tras lo cual retiré la mano para enseñarle unos pétalos atrapados entre mis dedos; le sonreí con ternura— Y además, me encantaría saber qué tal te estuvo yendo estos días. Además de lo del proyecto, digo.
Vero aclaró que el examen duraba una media hora o poco más, ante lo que dejé escapar un suspiro de alivio. Sabía que si debía estar todo el día, lo haría, pero me tranquilizaba saber que no le consumiría tanto tiempo para que pudiera descansar después, tanto del entrenamiento como de los nervios que la tenían distraída todavía. Además, así no me echaría todo el día en suspenso. —Estaré esperando noticias tuyas —respondí dedicándole una sonrisa suave. Pasara lo que pasara estaría pendiente del teléfono para responderle, lo peor que podía ocurrir era que si elegía llamarme escuchara el alboroto de los niños detrás, pero no era un gran drama para alguien como Vero y lo sabía. Ansiaba poder felicitarla, porque confiaba en que aprobaría su examen, pero a veces estas cosas eran un poco inciertas de todas formas. Lo que vino después no quería decir que me sintiera mal en realidad, quizás solo sentí que allí, en la bufanda y las manos de Vero estaba en un espacio seguro y las emociones de los últimos días quisieron desbordarme, incluso las emociones de los demás que había absorbido sin darme cuenta del todo. La ilusión de Beatriz, la molestia de Anna y también el afecto que percibí cuando hablamos en la piscina, la tristeza de Al, la ansiedad de Cay y el amor de Vero, todos se revolvieron junto a lo que yo sentía. Fue un poco abrumador, pero no demasiado duradero y en parte agradecí que ella no lo notara. Estábamos en la puerta de la escuela a fin de cuentas. Mi agradecimiento fue el beso, por la forma en que sonrió y me agradeció de vuelta sentí que el gesto había hecho algo más allá, ante lo que sonreí antes de retirarme de su espacio, acariciándole la mejilla con mimo un instante. A veces no todo se trataba de hablar y sacar mil trapos sucios, en ocasiones solo consistía en acompañarnos y ya. Eso Vero lo tenía más claro que nadie. Ya afuera, cuando Copito prácticamente se lanzó como proyectil, la oí decir que el gorrión me había extrañado mucho y volví a reír. No teníamos mascotas ni nada, así que Copito, aunque libre en el cielo, era lo más parecido y me resultaba muy dulce la forma en que se entusiasmaba alrededor de Vero y sus amistades cercanas, que se convertían en amigos suyos también. —También te extrañé, Copito, ¡un montón! El pequeño recorrido nos dejó el cabello revuelto, pero también nos había bañado a los tres de pétalos. Ella pronto estiró una mano para peinarme el cabello, luego mientras hablaba me mostró los pétalos que había recogido y noté la ternura en su sonrisa. Recogí uno de su mano y con él le dio un toquecito en la nariz, cosa de nada, antes de regresarlo a su lugar y ponerme a quitarle a ella los que tenía en su propio cabello. —Me parece bien, cariño —respondí con calma y luego me permití un suspiro—. Creo que tengo bastante que contar.
Aunque el toquecito que me dio fue muy leve, cosita de nada, la sensación del roce del pétalo me quedó cosquilleando dulcemente en la nariz, provocando que la arrugara y también que cerrara los ojos, con los labios apretados en una risita contenida. Era bastante cosquilluda en general, nunca me había parado a pensar en el detalle; se vio cuando Jez me zamarreó antes, en los picotazos de Copito en mi oreja y ahora mismo, en el toque del pétalo. Separé los párpados al sentir que devolvía el pétalo a mis manos, justo para ver que ella estiraba las suyas para hacerse con los que había en mi cabello. Me mantuve quietita para facilitarle la tarea, siempre sonriente, e hice un cuenco con las manos para que allí depositara los pétalos que fuese sacando. Mi idea era guardarlos. Le pareció bien mi propuesta de almorzar viendo los cerezos desde el interior del dojo. De no haber sido por el viento, le habría dicho de hacer lo propio en las escalinatas, como el día que invité a Fuji a este mismo lugar. ¡Pero esto servía mucho, eh…! Estaríamos a buen resguardo y, además, el aroma de la madera del dojo, su tatami, su ambiente; todo eso me servía de inspiración para mañana. Su suspiro no me fue ajeno, y me hacía una idea del por qué, al menos en parte. La última vez que habíamos hablado a solas, la tarde que le hice sus trencitas, Jez regresó con la resolución de resolver un asunto importante, aquel que involucraba su amistad con Altan. En ningún momento me había olvidado de eso, pues todo lo que tenía que ver con Jez me importaba mucho. Eso sí, evité caer en la pretensión de preguntarle si ya había hablado con el muchachote, para no presionar sin querer, ni nada de eso. Sabía que en cualquier momento hablaríamos al respecto, no había mayor confianza en mi corazón que la que depositaba en eso. Mientras tanto, yo la acompañaba, ya fuese desde cerca o desde lejos, lista para recibir sus palabras cuando ella quisiese. —Entonces, pongámonos cómodas, ¿sí? —dije, sonriendo, mientras rascaba a Copito en la cabeza. Nos guié hasta el sitio indicado, sentándonos en el suelo, a un costado del tatami donde me había visto luchar contra Ryuu-kun. La puerta permaneció abierta en el lado opuesto del dojo, como un gran cuadro que nos ofrecía una pintura móvil. Se veía el camino de piedra bañado por la claridad del cielo, los pétalos seguían desprendiéndose y bailaban en el aire. Antes que nada, dejé a nuestros pies las semillitas de Copito, que él fue a comer tras saltar del hombro de Jez. Por mi parte, quedé a un costado de mi lucecita, pero mi primera acción no fue la de abrir el bento. En su lugar me acomodé un poquito, quedando mi hombro ligeramente apoyado contra la pared que nos hacía de respaldo, y las rodillas flexionadas. Todavía quedaban zonas del cabello de Jez que necesitaban ser acomodadas, así que mis manos no tardaron en volver a alcanzar el hermoso manto blanco, al menos este costado. —Te escucho, preciosa —invité, con voz suave, mientras me ponía a peinarla con los dedos, cariñosa y delicadamente.
En el cuenco de las manos de Vero fui depositando también los pétalos que saqué de su cabello, con calma, y al terminar le sonreí con la misma sensación de tranquilidad. Mi suspiro tampoco era un secreto de estado, ya había hablado un poco del asunto con ella, pero habían acabado saliendo más cosas de las que estimaba y se habían apilado con las otras, anteriores, porque me empeñaba en renegar lo que me preocupaba o molestaba como si fuese una muñeca de pila. No pensé mucho en ello igual, cuando me dijo que nos pusiéramos cómodas asentí y también le rasqué la cabeza a Copito luego de que Vero lo hizo. La seguí para sentarnos en el suelo, desde allí podíamos mirar el exterior por la puerta del dojo que casi replicaba un cuadro y solo me distraje cuando noté que le ponía semillas a Copito, pues el gorrión abandonó mi hombro y me sonreí sin darme cuenta. Lo siguiente que supe fue que me estaba acomodando el cabello, el costado que alcanzaba, y me dijo que me escuchaba. Sentía un poco antinatural solo... ¿solo empezar a contar cosas así nada más? No estaba segura, pero traté de darle forma al asunto mientras abría con cuidado el bento de la cafetería sin moverme mucho para no interrumpir su tarea. Al final creí que era más fácil empezar por la información que ya tenía. —Te conté lo de Altan el otro día en el invernadero —comencé mientras abría los palillos desechables para darle vueltas al arroz, sin intención de comer todavía—. Llegué a la conclusión de que estaba asustado, ¿recuerdas? Bueno, esto va a sonar como el super chisme del siglo, pero ese día Cay me había dado un papelito en donde ponía que Anna estaba faltando a la escuela e imagino que lo hizo porque supo que Altan no estaba en condiciones de dar explicaciones. Respiré con algo de pesadez, al final tomé una pausa y sí me comí un bocado de arroz. Luego de bajarlo retomé la idea. —Al y Anna estaban saliendo o estaban empezando a salir o intentarlo o como quieras llamarlo, pero... Kakeru se transfirió al Sakura y entonces Al entró en pánico, supongo que en esa palabra se reduce todo. Se distanció de ella y la cosa escaló, porque por supuesto que la lastimó. Al final terminaron la relación que tenían o que empezaban a tener, fue la decisión madura, pero obviamente a ambos les dolió, ¿a quién no le dolería? —continué sin prisa, para no hacer un lío demasiado grande y cuando caí en que mencioné a Kakeru me dio algo de pena haber soltado mucha información que no me concernía y sobre él precisamente, pero ya ni modo. Con que Vero no se fuera de la lengua estábamos bien—. Eran novios imagino o salían, no tengo tanta claridad al respecto, Kakeru y Anna digo. >>Creo que no te conté, conocimos a Anna en sus primeros días en la escuela, era bastante distinta a como es ahora. En fin, ella luego también se dio cuenta que Al no me hablaba y conversamos una mañana en la piscina, luego de eso busqué a Al para hablar y me di cuenta de más cosas. Sabía que había hablado un montón, así que me callé un momento y cerré los ojos, recostando la cabeza en la pared detrás de mí. Soltarlo en cierta forma se sentía como un alivio.
No tenía a mano el estuche que había usado en el invernadero, con su cepillo, sus peines, hebillas y ligas; por lo que la tarea de trabajar en su cabello llevaría algo más de tiempo. Pero eso estaba lejos de importarme. La verdad es que me sentía muy complacida con la posibilidad de hacer esto. Adoraba el cabello de Jez y, sobre todo, la adoraba a ella. Al peinarla con mis propias manos, al acomodar con paciencia cada mechoncito, al decirle que estaba lista para escucharla… el afecto y la cercanía se volvían mucho más grandes, . Eran esos tantos pequeños momentos que le daban fortaleza a nuestro vínculo, así lo veía yo. Amaba cuidarla y que me cuidase. Con mis manos tratándola con esta ternura, aguardé con una expresión relajada a que terminara de hallar las palabras necesarias con las que contarme sus cosas. No sé si era antinatural que comenzara a relatármelas sin más, pero reconozco que, queriéndolo o no, le había dejado un margen demasiado amplio para responderme. Quizá porque pasaron varios días desde lo del invernadero y porque también creí anticipar la complejidad de esas cosas; fue que preferí no direccionarla con alguna pregunta de mi parte, y que Jez tomara el camino que mejor le quedase para relatarme lo ocurrido con Altan. Cuando ella recapituló sobre lo que conversamos en el invernadero, asentí con suavidad para confirmar que recordaba bien la conclusión a la que llegó... ¿Cómo no hacerlo? Todos nos asustamos cuando se nos rompe el corazón Sus palabras reaparecieron en mi memoria, como traídas por el viento desde el pequeño paraíso de flores. Esa conclusión le había entregado a Jez la claridad que necesitaba para actuar. De no hacerlo, Altan se ahogaría en su angustia, eso fue lo que dijo. Yo le di el empujoncito final con mis palabras, alentándola a avanzar. Ninguna sabía qué iba a ocurrir desde ese momento. Yo no me consideraba optimista, pero esto tampoco implicaba ubicarme en el extremo opuesto: más bien, reconocía lo compleja que llegaba a ser la realidad de las cosas, y desde allí elegía abrazar la posibilidad de la esperanza, siempre. Aquí en el dojo, Jez añadió el dato extra de que Cay le había dejado un papelito en ese entonces, en el que le mencionaba que Annita estaba faltando a la escuela, y algo de eso parecía tener relación con la actitud de Altan. Pese a lo difícil que sonaba aquello, me permití una pequeña sonrisa al saber del gesto tan atento de mi leoncito, y por recordar a mi kohai de brillantes ojos rosados. También empecé a hacerme una idea de cómo su figura se conectaba con Altan... En cierto punto en que noté a mi lucecita suspirar con pesadez, bajé una mano para acariciarle el hombro. Esperé que comiera un poco antes de seguir tratando su cabello, buscando darle paz con mis manos. Entonces su voz, cuando siguió hablando, trajo consigo la luz que me faltaba para completar el cuadro del que hablábamos y entender mejor qué tanto había pasado, el por qué de lo de Altan. Lo que no me esperé, para nada, fue el tercer nombre involucrado. Annita y Altan habían mantenido una relación más profunda de la que pude haber imaginado, o eso intentaron. Aunque no quedaba muy claro, la dirección era certera. Creo que era la primera vez que escuchaba que ellos se conocían. Volví a recordar la única charla que mantuve con Altan, porque allí me había dicho que sólo había ido al evento de baile porque bailaba una amiga suya. Viendo lo serio y algo distante que parecía ser, imaginé en su momento que esa amiga debía ser muy importante para él. ¿Quizá… se estuvo refiriendo a Annita? Jez siguió explicando, diciendo que la relación entre ellos se vio quebrada porque Altan había entrado en pánico y se distanció de Anna, justo como con Jez… Y el motivo fue la llegada de una persona… Kakeru… Al oír su nombre, mis manos no se detuvieron, pero redujeron tanto su ritmo que casi daba esa sensación. Había dejado escapar un suspiro pesado cuando Jez apuntó al dolor que debieron sentir Anna y Altan por su decisión, y por otro lado me sentí sumamente desconcertada por la implicancia de Fuji. Me incliné hacia un costado para poder mirar a Jez, con la confusión presente en mis ojos… Eran novios imagino o salían, no tengo tanta claridad al respecto… Kakeru y Anna digo Parpadeé varias veces. Mis ojos tardaron un poquito en abrirse para reflejar mi sorpresa, pues necesité bastantes segundos para asimilar aquello. —¿Eh? Fue lo que apenas llegué a musitar. Jez contó que habían conocido a Annita en los primeros días de escuela, y la verdad es que no logré imaginarla de un modo distinto. En mi memoria había quedado bien asentado lo alegre y parlanchina de su figura. Nuestra kohai también había intentado hacer algo para ayudar a hacer por Jez y Altan, habló con mi lucecita en la piscina… Aunque la cosa no pareció terminar ahí… Mi lucecita descubrió más cosas cuando habló con Altan… Cerré los ojos y respiré profundo. El aire del dojo me sirvió para apilar ordenadamente los pensamientos que me llegaban a la cabeza. Solté el cabello de Jez, que volvía a lucir hermoso desde este lado. Me puse de pie y sólo caminé dos pasos para sentarme en su lado contrario. Copito alzó la cabeza para mirarme con curiosidad, pero continuó picoteando sus semillas al ver que me acomodaba para seguir trabajando el cabello de Jez. Estábamos en una charla importante y seria, pero ella seguía estando despeinada del otro lado y no iba a dejar un solo detalle sin atender. —¿Fue Annita la que te contó todo esto, cuando hablaron en la piscina? ¿Incluido… lo de Fuji? —quise saber, con calma— Y con Al… ¿Qué tal te fue? ¿Están mejor ahora? Contenido oculto Ay, Vero. Agarrate fuerte.
Me di cuenta con algo de retraso que sentía los eventos revueltos, que se me antojaban mezclados, y la cronología de cada uno se me desajustaba sin que fuese esa mi intención y algo de ansiedad me cayó encima, porque sabía que me pasaba bajo ciertas condiciones. Mi manejo de emociones negativas había dejado mucho que desear desde que podía recordar y aunque ahora me sintiera tranquila, la tensión que había acumulado estaba haciendo cosas raras. Después de hablar con Vero en el invernadero había hablado con Erik, en una medida desesperada para que Altan escuchara a alguien y, tan siquiera, descansara o se estabilizara. La charla con Erik había sido otro foco de tensión, asustada y confundida como me encontraba, ni siquiera me había parado a pensar en qué pensaría él ahora, no sobre mí, sino sobre la situación con su hijo. Tampoco había pensado por qué Cayden eligió darme una nota en vez de hablarme directamente y de repente sentí que todos huíamos en diferentes intensidades, que todos retrocedíamos a donde creíamos que no saldríamos lastimados ni lastimaríamos a otros, pero por lo general esa suposición era incorrecta. ¿Pero quién no le temía a la posibilidad de que el corazón le quedara hecho pedazos? Las manos de Vero relentizaron sus movimientos cuando llegó la mención a Kakeru y recordé también que le había dicho a Altan que era bueno, como si me anticipara al posible rencor irracional de su parte, pero más que eso parecía confundido y dolido, había dicho algo de que era una competencia por no parecerse a él y entonces la cabeza se me patinó a lugares extraños. Me resbalé a por qué se parecerían en lo absoluto. Vero se había cambiado de lado para seguir con lo del cabello y yo comí un poco más en piloto automático, su pregunta me hizo consciente de que le estaba contando todo en desorden y dejé los palillos en el bento para enjuagarme los ojos un momento. —Es un compilado de partes de la misma historia, antes de que Anna hablara conmigo en la piscina, yo hablé con el padre de Al, Erik, porque estaba preocupada y sabía que solo él podía conseguir que al menos descansara y se comenzara a sentir, ¿más como sí mismo y menos como una pelota de tristeza? No sé cómo decirlo. Erik fue el que me contó que habían terminado, que llevaba días con mal aspecto por eso y me dijo que Al le había dicho algo de que fue como si no le creyera a ella, a Anna, en ese momento no tuvo mucho sentido. Luego Anna habló conmigo y allí sí fue ella quien me explicó más el asunto, que Al se anuló cuando Kakeru llegó, así que fue de hacer dos más dos. Altan no se interesa mucho por las personas que rodean a los demás, solo si... Solo le parecen peligrosas o se siente inseguro y lo segundo pasa muy poco. El rompecabezas que había armado con cachos de información era un poco raro, la forma en que todo se hilaba también dificultaba mi tarea de seguirle el rastro. Quizás me lo debía anotar en un diario, quién sabe, ¿cómo era eso? ¿Un diario de emociones? —Con Al hablé después... Quiero decir, el orden fue así: Erik, Anna, Altan. Yo... yo, ¿te parece que soy demasiado ingenua? —pregunté de repente y giré un poco el rostro para mirarla, fue una pregunta legítima. No dejé mucho tiempo de respuesta, solo respiré y comencé la retahíla de nuevo—. Lo encaré para decirle que su distancia me había hecho sentir mal, que no podía alcanzarlo y entonces la cosa se fue por la tangente, me acuerdo que él habló más del asunto de su anulación por la llegada de Kakeru y yo le dije que es buen chico, en fin, ni siquiera sé por qué fue como si lo defendiera, ¿sabes? El caso en esa conversación Altan confesó que había estado enamorado de mí, Vero, y yo... No sé, yo entré en pánico, me dio miedo haber sido también un obstáculo. Arrugué los gestos, contrariada. —Cuando lo dijo fue obvio, pero todos estos años, ¿solo lo ignoré porque sabía que no lo correspondería? ¿Lo hice porque no quería lastimarlo y tampoco quería perderlo? Encima, Dios, es un desastre. Empezando las clases vinimos a una fiesta aquí en la escuela, se había robado las llaves y no sé qué y nos reunimos en la azotea, jugando a la botella terminamos en un salón de clase y entre la cerveza, los nervios y todo eso solo... Me daba miedo tener que acabar en una situación incómoda con alguien que no conociera demasiado bien. Le pedí un beso, para no dar el primero con alguien random, pero fue una cosa egoísta y fea y ni siquiera sabía lo que él sentía, se lo pedí porque pensé que no debía ser tan importante. Al no parecía muy interesado en nada, pero era todo lo contrario. Contenido oculto lo voy cortando acá porque tremenda biblia oof
Mi pregunta detuvo el movimiento de los palillos, que fueron a descansar en el bento. Jez alzó su mano, ahora libre, para pasarse los dedos por los ojos, enjugándoselos. Al verla realizando este gesto, mi corazón se comprimió en un fuerte latido de preocupación, ya que había hecho lo mismo en la tarde del invernadero, cuando me contó sobre la distancia que Altan mantenía, sin explicarle nada. Intuía que Jez había actuado con todo lo que estuvo a su alcance, y no me cabía dudas de que lo había hecho con las mejores intenciones. Pero eso no había detenido la angustia que la afectaba a ella, y hasta me dio la sensación de que algo más grande estaba pesando sobre sus hombros en este momento. Ella intentó poner la historia en orden, para que yo no me viera perdida. Su relato no estuvo desprovisto de cierto atropello y del vaivén de las dudas. Me di cuenta, en el sonido de su voz, que le costaba establecer el hilo que conectaba todos los eventos. Pero la escuché con atención y, en un esfuerzo de dos, ordené la cronología en mi mente, que comenzaba con una conversación ante un señor llamado Erik. Asentí al saber esto, porque su accionar me pareció razonable. Ya que las amistades no lograban alcanzar a Altan, quizá era mejor recurrir a los familiares, más si había confianza con éstos. Fue por Erik Sonnen, además, que Jez se enteró de lo ocurrido entre Anna y Altan; lo que intentaron tener y la separación. Luego vino la charla con Anna en la piscina, en donde nuestra kohai le contó que Altan se había sentido inseguro… por Fuji… Mi dulce y querido Fuji. Cuando Jez hizo una pausa, mis ojos se perdieron en el camino de piedra del exterior, la mirada nadando bajo la llovizna de pétalos rosados. Y suspiré con pesadez, mi voz vibró levemente en la exhalación. Había hablado una sola vez con Anna y Altan, pero saber de su ruptura me hacía sentir triste. Al mismo tiempo, me pregunté si Fuji sabía todo esto, y cómo debía estar tomándoselo en caso de ser consciente; era algo que me parecía probable, casi inevitable, porque era compañero de clase de Altan, y sólo un piso los separaba de Anna. Me pregunté, con un azote de angustia en mis propios latidos, si Fuji también estaba siendo alcanzado por el profundo dolor de un corazón roto. Recordé nuestro almuerzo en el invernadero, con Mini Ishi, Emi-chan y Annita, donde todos se llevaban bien lindo, al menos yo no creí percibir incomodidad en el ambiente. Pero ahí estaba la cuestión: no era del todo buena para leer los ambientes, porque me caracterizaba por ser un poco despistada. Jez siguió hablando, y su repentina pregunta hizo que girara al rostro al mismo tiempo que ella. Quedamos cara a cara, muy cerca. Me vi reflejada en sus ojos, como si habitara un espejo dorado, y desde allí pude notar el desconcierto de mi semblante. Fue una gran coincidencia que me preguntara sobre su ingenuidad justo cuando yo estaba pensando en mi tendencia a los despistes. Desde mi perspectiva, Jez era una persona muy atenta y consideraba que actuaba con más madurez que yo, por lo que jamás se me pasó por la cabeza creer que era ingenua. Aunque, sin saberlo, aquello era otro rasgo en el que nos parecíamos. De todos modos, no tuve tiempo de decirle nada. Jez llegó a la parte donde había encarado a Altan para decirle cómo se sentía con su distancia, y volví a sentir una ligera presión en el pecho al escuchar el nombre de Kakeru envuelto en toda la historia. Pero en nada se comparó con el brinco dio mi corazón al instante, cuando mi lucecita me reveló que Altan… había estado enamorado de ella. —¿E…? ¿Enamorado? —repetí, casi en una exclamación, mientras a ella se le comprimían los gestos. Aquello hizo tambalear las pilas de pensamientos que había intentado mantener en orden, y me quedé mirando a Jez con asombro, pues a mí no se me había ocurrido esa posibilidad en ningún momento. Además, no se trataba de un simple “gustar” por parte de Altan: él le dijo que había estado enamorado. Ese tipo de amor… era un sentimiento inmenso y profundo. No me quise imaginar lo terriblemente abrumada que debió sentirse Jez al enterarse de esto, y entendía perfectamente su pánico, el miedo de ser una interferencia entre lo de Anna y Altan, aunque desde mi punto de vista nadie tenía la culpa de nada. Durante esta conversación llegué a preguntarme por qué Altan no podía hablarle de su problema, con la amistad de años que tenían; y esto… quizá me lo dejó un poco más claro... Jez se preguntó si lo había ignorado al saber si no le correspondería, por temor a lastimarlo y perderlo. Para este punto había bajado mis manos, que quedaron apoyadas en mis rodillas, y sólo la miraba. Por si fuera poco, luego me contó que había venido a una fiesta secreta en la escuela. A pesar de la seriedad de la conversación, permití que me embargara una grata sensación de sorpresa al saber que mi lucecita se animaba a ir a fiestas, un poco porque me recordó a mí hace unos años, y porque ese tipo de cosas me gustaban; dentro de los límites de la moderación, claro. Jez mencionó el juego de la botella, una reunión con Al en uno de los salones de clases y… ¿Eh? ¡¿C-cómo?! Me quedé boquiabierta al escuchar sobre el beso y debí llevarme una mano a los labios, porque de pronto me avergonzó estar siendo demasiado expresiva. Pero, ¿cómo podría haberlo evitado? Fue algo inesperado y, sobre todo, muy, muy complicado. Demasiado. Llegué a negar levemente con la cabeza cuando Jez dijo que un primer beso no era importante, pero… considerando lo que ahora sabíamos, me hubiera gustado que la situación fuese diferente para ella. La carga era demasiado grande. Volví a moverme, esta vez sin ponerme de pie. Acomodé el cuerpo hasta que quedé enfrente de Jez, agarré su bento para dejarlo a un costado, junto a Copito. Entonces, la tomé de las manos. Afiancé el agarre, imprimiendo algo de firmeza, y la miré a los ojos. No estaba sonriendo esta vez, pero mis ojos tampoco la juzgaban. Intentaba ser comprensiva y acompañarla. —No te culpes. Por favor, mi cielo —le pedí, casi en un ruego—. No es culpa de nadie. Ni tuya por no saber lo que Altan sentía por ti, ni suya por no habértelo dicho hasta ahora. Creo que los dos trataron de manejar lo mejor que pudieron sus sentimientos e inseguridades, porque poseían el mismo deseo de no perder la amistad que construyeron a lo largo de los años. Y sé que no es fácil, las cosas siempre pueden complicarse desde los ángulos menos esperados. Estiré una mano para acomodarle un mechón detrás de la oreja. —¿Qué crees que pasará de ahora en adelante? —le pregunté, envolviendo su mano entre las mías para transmitirle calor— Sabes que siempre nos tendrás a tu lado, ¿verdad? No cargues con esto sola, yo te prestaré mi fuerza. Copito saltó a una de las rodillas de Jez y sacudió sus alas blancas. En serio no sabía si el gorrión nos entendía, pero me dio la sensación de que me secundó.