Dojo de Kendo

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 21 Abril 2020.

  1.  
    Zireael

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    Ni siquiera creía que él pensara lo suficiente la manera en que se comportaba a mi alrededor, con lo poco que parecía interesarse por el mundo en general, pero nadie podía culparme por notarlo e incluso por dudar. Las intenciones de todos eran cuestionables en ciertos momentos, sobre todo con las cosas que me pasaban que ya no sabía si calificar de molestas o hilarantes, pero era indiferente. Lo dicho, no pretendía de las personas más de lo que me brindaban en nuestro primer contacto.

    Indefensión.

    Indiferencia.

    Confianza.


    Él no contestó, yo retomé la lectura al regresar el brazo a mi espacio y supuse que respondería cuando se le antojara, como siempre. Su desinterés casi podía pasar por lentitud, pero era evidente que no era tanto, simplemente hacía las cosas como le daba la gana. Era una característica de ciertos niños mimados, algunos temíamos demasiado molestar a los demás y a los otros les importaba tan poco que parecía que buscaban fastidiar a la gente a propósito.

    —¿Me prepararías algo alguna vez? —pregunté solo porque quise jugar un poco con él, ni siquiera me pareció raro que fuese literatura gastronómica ni nada. Cada quien leía lo que quería.

    No respondí a su pregunta de inmediato, lo pensé un rato, lo suficiente para seguir leyendo a su lado aunque con este clima, el chispazo de molestia ya disipándose y el silencio del dojo comencé a sentir una ola de sueño bastante importante. Parpadeé algunas veces, pues sentí que se me quisieron cerrar los ojos, y logré llegar a una respuesta.

    —Hace algunos meses leí parte de las Cartas a Theo —dije en voz baja—. Ya sabes, las cartas que Van Gogh le escribía a su hermano. Algunos fragmentos son demoledores, diría yo, me resonaron bastante.
     
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    Insane

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    Detuve apenas el recorrido por el escrito en cuanto soltó la pregunta, aunque no lo reflejé de ninguna manera. No era la primera vez que alguien me decía algo así, de si prepararía algo como si fuera gratis, a lo que terminaba diciéndoles cuánto les cobraría por cocinarles, o con un cortante "en tus sueños quizá", sin embargo la crueldad no tomó dirección en esta conversación, tan solo el silencio. Pensé entonces si me placía darle ese privilegio, más aún cuando ya le había cumplido un capricho como la tontería de bailar a medio pasillo con música lejana de fondo.

    Dejé la pregunta morir sin respuesta, y ya luego me fijé en ella.

    Respondió a lo otro aunque se tardó para el flujo normal que solía llevar en la conversación. La miré por el rabillo del ojo y me pareció que parpadeaba con cierta pesadez, algo muy común cuando se almorzaba y luego se leía, el que el sueño apareciera como perro por su casa.

    —No lo he leído —murmuré viendo necesario el apunte—. ¿Lo elegiste por algún motivo en específico?

    A diferencia de mí, ella parecía moverse por un espectro que no me interesaba palpar, como por ejemplo ese tipo de literatura emocional que se movían entre autobiografía y algún tipo de confesión, por lo cual una parte de mí esperaba no encontrarse aquello en lo que mi hermana me había exigido leer por ganar su parcial final. La trama continúo dando una educación moral por medio de Saint, un personaje que discutió en su momento con el abuelo del protagonista.

    «¿Cómo? ¿Y admira usted eso? Pues sí que tiene gracia. ¿Qué quiere decir eso? ¿Es que un hombre no vale lo mismo que otro? ¿Qué más da que sea duque o cochero si es listo y bueno?»
     
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    Zireael

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    Un poco me aprovechaba de los permiso que, fuese consciente de ello o no, me brindaba este muchacho. Era tan serio que uno debía preguntarse si estaba enojado, pero realmente no me trataba mal, incluso sus prejuicios parecían venidos de algún lado que no correspondía con la mera intención de herir, aunque igual le estaba quitando las red flags a la fuerza, qué más daba. Por eso solté la pregunta tonta de la que debía estar harto, pero su falta de respuesta me indicó que, como mínimo, le había dado igual que lo mencionara.

    —Curiosidad más que nada —respondí luego de callarme unos minutos para leer—. No pinto ni nada, pero me gusta el arte. El impresionista sobre todo, el uso del color me parece muy bonito aunque a otros les parezca sobresaturado y caótico.

    El cacho de lectura que había dejado atrás me había hecho algo de gracia, así que una sonrisa ligera se me quedó en el rostro aunque me enjuagué un loco los ojos con los demás para quitarme algo del adormecimiento. No cambió mucho nada, la verdad.

    —La mayoría de artistas son tachados de locos, pero al leer los fragmentos de Van Gogh en sus cartas solo me pareció una persona igual que todas las demás. La genialidad a veces solo es eso, sin locura de por medio.

    Volví a esperar a que termináramos la página para pasarla, pues porque sí, y regresé a mi posición.

    —Gracias por cierto. Sé que no hiciste nada más que evitar que me fuese al piso antes, pero por esa falta de reacción pude calmarme.
     
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    El impresionismo era algo que catalogaría como saturación de tonalidades, no era de mi placer visual como tal pero tenía un conocimiento vano de ello, digamos que nacer en cuna de oro solía ser característica de acercarse a ciertas reuniones sociales que incluían temas como la pintura, la música clásica, deportes como el golf o la equitación, de lo cual no le encontraba gracia a ninguno en partícular más que para observar o escuchar la experticie de terceros. La niña luego procedió a dar su punto de vista -que en otras palabras-, dejaba de lado el prejuicio de los externos sobre -en este caso-, los artistas.

    —Supongo —hice el apunte apenas, aunque pecaba de prejuicioso; pero irónicamente en ese caso puntual no otorgaba desastres mentales como la locura a ningún pintor, al menos hasta el momento.

    Ella giró la página, se había sobado los ojos por algún intento inútil de aparentemente desestimar el sueño que sentía, me causó algo de gracia aunque no lo mostré de ninguna forma. Como fuese, iba a continuar leyendo en silencio pero Rockefeller me dió las gracias por no dejarla caer al suelo. Dejé la vista en el inicio de la nueva hoja y apenas parpadeé con algo de pesadez. Si esperaba que le dijese que no había sido nada se equivocaba de persona, aunque suponía que eso ella ya lo sabía.

    El protagonista mencionaba la relación que tenía con su madre con añoranza; era fácil el determinar que la extrañaba por las palabras que usaba para recordarla:

    "Mis remordimientos se calmaron y me entregué a la dulzura de aquella noche que iba a pasar con mamá a mi lado. Sabía que una noche así no podría volver; que el deseo para mí más fuerte del mundo, tener a mi madre en mi alcoba durante estas horas nocturnas, estaba muy en pugna con las necesidades de la vida, y el sentir de todos para que la realización, que aquella noche le fue concedida, pasara de ser cosa facticia y excepcional. Al día siguiente, retornarían mis angustias, y ya no tendría allí a mamá. Pero cuando esas angustias mías estaban en sosiego, ya no las comprendía"

    —Duerme si te place —murmuré—. No es como si te fuera a dejar aquí tirada si lo haces.
     
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    No esperaba nada de Paimon, la verdad, no le daba las gracias anticipando que contestaría algo, se las daba porque a mí me parecía lo correcto y punto. Puede que mis decisiones no fueran demasiado diferentes a las suyas en su núcleo base, ahora que lo pensaba, él actuaba como le placía desde la indiferencia y yo lo hacía desde algo que no acababa de considerarse emocionalidad. Por eso me había cambiado de escuela, por eso trataba de luchar con la ansiedad y la sensación de extrañeza, por eso le había pedido que bailáramos en el pasillo y también por eso le había quitado la galleta a Cayden. A veces lo que hacía era correcto, otras veces era solo un capricho.

    El egoísmo tenía siempre aproximaciones diferentes.

    Otro fragmento de lectura me hizo pensar en mis padres, ambos, y se me ocurrió que al menos en mi caso podía decir que me sabía amada por ambos y podía sentir esa añoranza cuando me separaba de ellos, como con el intercambio en Canadá. La relación de los humanos con los progenitores era compleja por muchos motivos, pero en lo que a mí me concernía, mis padres serían mis padres toda mi vida. Los admiraba y los amaba, aunque temía por el trabajo de papá todo el tiempo.

    Como si la posibilidad de que me lo arrebataran estuviera siempre presente.

    No dije nada más, su respuesta fue escueta y asumí que solo seguiríamos leyendo ahora sí, por eso cuando lo escuché decirme que durmiera si quería lo miré con cierta extrañeza. Seguía pensando que este chico era extraño, no te respondía un "No fue nada" pero accedía a algunas cosas un poco raras, que a bailar, que a comer afuera y a que durmiera diciendo que no me dejaría sola.

    Estuve por soltar que me costaba entenderlo, pero no vi qué función cumplía algo como eso, así que solo me quedé con la idea en la cabeza. De todas formas, con todo no me preocupaba que me dejara sola en realidad, pero tampoco estaba tan tonta para pegarme una siesta en un espacio que solo ocupábamos él y yo, porque al final del día no dejaba de ser una persona que recién conocía. Era solo una forma de ansiedad, proveniente de la constante que saberse en riesgo significaba, no era nada personal.

    —Estoy bien. Si me duermo en alguna postura rara me acabará doliendo la espalda.

    Igual seguía confundida con los límites de este chico, la verdad, sabía que me había dicho una cosa, pero yo tendía a agarrarle el hombro cuando él me ofrecía el brazo. Me había quedado mirándolo al responderle, pero cuando terminé la frase reajusté un poco la postura y solté el aire por la nariz, en algo que fue mezcla de suspiro y bufido.

    Estiré un poco las piernas, aunque las mantuve flexionadas, y descansé las manos en el regazo. Lo que hice después quizás rozó demasiado los límites de Mr. Indiferente, pero me dio un poco igual, me acomodé mejor a su lado, acomodé la cabeza en su hombro y regresé la mirada al libro aunque no pensaba seguir leyendo para no dormirme. No era que antes hubiéramos estado separados por metros ni nada, pero consumir esa distancia hizo que algo de su colonia me alcanzara.

    Reconocería el olor a madera en cualquier lado, sin importar el árbol del que proviniera.

    Estaba mezclado con otras cosas, notas cítricas, yo qué sabía, pero había madera. Esto de las colonias era una cosa que casi daba risa, porque estaba Paimon renegando meterse a un pueblo en las montañas, pero llevaba encima algo que olía a árbol y era bastante hilarante. No dije nada de todas formas, porque aunque no era igual que el olor natural de un árbol de alguna forma me hizo sentir cómoda y lo dejé estar.

    Una canción del mismo grupo que la que tenía puesta en la piscina me alcanzó la cabeza, pero era lenta en comparación. Parpadeé con pesadez de nuevo, aunque la canción siguió dándome vueltas en la cabeza y quizás por el sueño, quizás por la comodidad que sentí de repente o quién sabe por qué otro motivo canté en voz baja. Fue más recitar los versos, la verdad, aunque la intención estaba allí.

    Little girl, don't let them sell you any armor, all your ribs are still your own. —Era un verso al azar, de nuevo—. Oh, my precious child. How lucky you are.

    Handed down a shield for your tender parts.

    The dark doesn't frighten me, I chose to close my eyes.

    It is mine, it is mine.


    la canción es Ribs de The Crane Wives
     
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    Insane

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    Era curioso el hecho de que aunque desconocía que ella se movía por medio de la ansiedad, no recordaba lugar en mi vida en donde yo me hubiese guiado por ese tipo de emoción, quizá porque hasta el momento no me había llegado a sentir amenzado por una realidad o una posible realidad, vete a saber si me había desconectado en algún punto de la emocionalidad en realidad, porque mi hermana decía que era un desalmado, o un egoísta, y bueno, algo de razón había que darle, pero en mi defensa, había ocasiones en que la gente simplemente era estúpida, y no me placía lidiar con eso.

    Se negó a dormir en lo que retomaba la lectura, me centré de nuevo en el texto aunque sentí que me quedó mirando por unos segundos, veta a saber que se quedó pensando porque parecía que me hubieran salido cuernos en la cabeza con la expresión de extrañada que estaba. La ignoré aún así. El protagonista con su melancolía comenzaba a provocarme algo de rechazo, por lo que suponía y se mantendría en esa línea al seguir recordando a su madre, así que ni modo. Iba a soltar el aire por la nariz con fastidio, sin embargo sentí el peso liviano de Rockefeller en mi hombro, ligeros hilos de cabello dorado se deslizaron cerca a mi espalda al ésta inclinarse un poco.

    El aire se me atoró en los pulmones y a la final lo solté con suvidad, entornando apenas los ojos. Era ridículo el que algunas amigas de mi hermana habían hecho lo mismo en algún momento y las terminaba moviendo o dicéndoles a secas que se quitaran, por lo que supuse... que podría hacer una excepción con ella. Continué leyendo como si esto no me hubiese dejado una sensación extraña, que no rozaba el repudio ni el rechazo, y simplemente lo eché lejos de mi conciencia. Supuse entonces que terminaría durmiéndose ahí, sin embargo lo que vino luego me hizo sombra de una sonrisa en los labios. Terminé la página, pasé a la siguiente y en cuanto pareció finalizar parte de la canción que no había escuchado jamás, la molesté:

    —Eres toda una Alicia, Rockefeller.
     
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    Zireael

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    Dudaba mucho que Paimon le preocupara algo en absoluto en la vida, vete a saber si por desinterés o por desensibilización, no importaba mucho, pero el caso era que no iba a morirse de un infarto. Así como no se desvivía por ser amable, dudaba que hubiese algo que hiciera que el corazón le apuntara en alguna dirección, al menos en el día a día.

    Puede que por lo mismo solo me tomara otra de tantas libertades, que reclamara un capricho diferente. Si le molestaba me apartaría, tan simple como eso, y no sería el fin del mundo más allá de trazar un límite. De hecho imaginé que lo haría cuando me pareció notar que se le atoraba el aire en el pecho, pero al final respiró de nuevo e hizo otra excepción.

    A este paso debería comenzar a escribirlas en un cuaderno.

    Tampoco reaccionó al hecho de que estaba allí cantando en voz baja, así que solo completé los versos siguientes y guardé silencio. A Mr. Indiferente le apeteció molestarme entonces con la tontería de Alicia que ya habíamos estirado demasiado y me permití una risa floja, casi resignada. Era una estupidez, pero se me ocurrió que tal vez por esa imagen que se había hecho de mí quizás era que me asignaba excepciones de forma tan azarosa. No iría a quejarme tampoco.

    —Y a ti te sigue quedando el papel de Cheshire con esos comentarios, Pai.
     
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  8.  
    Insane

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    Continué leyendo en lo que su comentario me caía de costado. Esta niñita era distintas a las de mi escuela pasada, no era nada desesperada, ni parecía tener prisa en la vida, además de que, tenía cierta similitud con un sol andante, la cabellera rubia y la suvidad de sus facciones, no es que la hubiese observado de más, era la impresión general que se me había plantado luego de darle el miserable tour de una escuela que ni conocía a totalidad. Quizá era eso lo que no me hacía rechazarla a secas.

    Mientras sostenía el libro con la dereche rebusqué con la izquierda en el bolsillo del pantalón, con la calma de siempre. Saqué entonces un separador pequeño en forma de luna, pintada de negro. Lo coloqué en la página que quedé para luego cerrarlo, lo coloqué a media sobre mi regazo y eché la cabeza hacia atrás, con la vista en el techo. Cerré los párpados por unos segundos para descansar los ojos.

    —Es inevitable que me quede bien el gato, si sigues siendo tan confianzuda.

    Lo murmuré, aunque no tenía tinte de nada pese a la sequedad con la que lo soltaba.
     
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  9.  
    Zireael

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    Después de mi experiencia con gente un poco necia, lo cierto es que no me gustaba presionar a las personas aunque en sí nunca lo hacía de forma consciente. Tanteaba límites, retrocedía cuando encontraba una resistencia e intentaba algo distinto después, por eso era posible que fuese diferente de las chicas más directas que conocía Paimon. Sumado a eso no estaba intentando nada como tal, simplemente me sentía cómoda y ya.

    Noté que rebuscó algo en el bolsillo, que acabó siendo un separador, y lo colocó donde iba a dejar la lectura, para luego descansar el libro en el regazo y recostar la cabeza en la pared de atrás. Dejé los ojos en el objeto aunque ya no suplía a ninguna función, parpadeé algunas veces y su respuesta al comentario me hizo soltar una risa nasal.

    —No hace falta que yo me pase de confianzas para que recuerdes a un gato —apunté con un dejo de diversión en el tono—. ¿Y bien? ¿Qué opinas del libro hasta ahora?
     
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  10.  
    Insane

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    Seguí con los párpados cerrados, suponía que faltaba poco para que finalizara el receso, y probablemente tendría que tomar más apuntes de lo que me apeteciera. Aún estaba acoplándome a los temas que estaban dando acá. Lo único rescatable era que el idioma lo manejaba a nivel nativo por mi padre, que pese a la mudanza a Rusia desde chico no dejaba de hablarnos en Japonés cuando estabámos en casa. Abrí al rato los ojos en lo que Ilana me respondía, dejé ir la cabeza a la derecha, descansando la mejilla en la corona del pelo rubio.

    —Aburrido —sentencié al prendarme de las primeras diecinueve páginas—. El protagonista es deplorable con sus terrores nocturnos, la madre ausente y el pasado de sus abuelos con el pueblerino.

    Enderecé nuevamente el cuello para alejar mi tacto de ella, con la expresión de apática de toda la vida.

    —Creí que tu cabeza sería más cómoda que la pared, qué decepción —agregué con la sombra de una sonrisa soberbia; luego miré el reloj de mano que tenía en la muñeca izquierda. No faltaba mucho para que sonara el timbre igual—. Vamos subiendo, Rockefeller.
     
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  11.  
    Zireael

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    Cuando sentí que descansaba la mejilla en mi cabeza se me volvieron a anudar los pensamientos, la cantidad de señales mezcladas que enviaba este muchacho no era poca y eso complicaba bastante la tarea de establecer límites, de la clase que fueran. De todas formas no me moví, cerré los ojos unos segundos y suspiré, dando por sentado que no diría nada al respecto hasta después.

    La respuesta sobre el libro me hizo algo de gracia, pero no vi qué más acotar al respecto y me limité a hacer un sonido afirmativo para que supiera que lo escuchaba aunque tampoco era que hiciera falta. Si me basaba en lo que hacía falta o no, la verdad era que seguramente ni debiera molestarme en tener consideraciones mínimas con Paimon, pero qué más daba.

    —Tendría que haberte hecho una almohada con el resto del pelo —contesté a su comentario y aparté la cabeza de su hombro, revisando por si no le había dejado algún inmenso pelo rubio encima o algo—. Vamos entonces.

    Me levanté sin prisa, estiré los brazos con tal de desperezarme y entonces recogí el contenedor del almuerzo vacío. Desde allí miré a Paimon y le dediqué una sonrisa solo porque me apeteció.
     
  12.  
    Insane

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    Noté que me revisó el hombro, y bueno, era lo minímo por dejarla usarme de apoyo, el no dejarme pelos que no eran míos. Me quedé sentado un momento en lo que ella se levantaba, se giró luego de estirarse y me sonrió con la suavidad de siempre, pestañeé apenas, levantándome para sacudir el pantalón escolar. Había que darle crédito al lugar, que pese a que se notaba con una arquitectura vieja, lo tenían limpio y bien cuidado.

    De lo contrario, jamás me hubiese sentado en el suelo.

    Como fuese, sentía el cabello medianamente desordenado, le extendí el libro a Rockefaller para que lo sostuviera un momento al mirar directo a sus cuarzos rosas; me desprendí de la liga del cabello, el negro deparó sobre el blazar sobre mis hombros y me tomé mi tiempo para volver a atarlo en una coleta, el mechón de siempre deparó en mi rostro, extendí la mano de nuevo para recibir el texto de regreso, y ya subir a clase.

    Por aquí cierro, aaaaaa, disfruté mucho esto, gracias <3
     
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  13.  
    Gigi Blanche

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    Permanecí muy quieto mientras adivinaba las acciones de Verónica según los sonidos que me alcanzaban mezclados con su voz. Las monedas, los pip-pip de la máquina, las bebidas cayendo y su reporte del proyecto. En cuanto mencionó a su profesora asentí, y al recordar que probablemente no me estaba mirando, murmuré un sonido afirmativo. La señora se entrelazaba de forma coincidente y casi hilarante con mi fin de semana obligado cuidando a un gorrión, imposible olvidarla.

    Apenas ingresó en mi campo visual busqué mirarla, busqué agarrar mi bebida, de hecho, pero no encontré ninguna de las dos y, tras un breve chispazo de confusión, asumí que las habría guardado en la bolsa. Deparé en sus ojos, entonces, y extendió su mano hacia mí con una clara intención. Acepté la idea silenciosa, la tomé con cuidado y, para acompañar el teatro, me incliné unos pocos segundos en una reverencia que acercó mi frente a sus dedos.

    —Le agradezco la adquisición de refrigerios, mi Señora.

    Fue, digamos, una versión family friendly, que no me sentía cómodo con la idea de dejarle un beso o algo así. No creía que correspondiera, además. Una vez me erguí, solté su mano con la misma delicadeza y le ofrecí mi brazo por si quería volver a engancharse de él. ¿Había considerado la posibilidad de que su idea original fuera ir hasta el dojo tomados de la mano? Pues... sí, pero, primero, se lo atribuí a mi eterno overthinking, y segundo, tampoco lo vi muy... ¿normal? Éramos amigos, ¿no?

    —¿Y por fuera del proyecto y el karate? —La miré, y una risa leve se me coló en la voz—. ¿Tienes alguna novedad que compartir con el pueblo, Shiro-chan?

    Le hice la pregunta ya saliendo del edificio, y poco nos tomó alcanzar las escalinatas del dojo.
     
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  14.  
    Bruno TDF

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    Pese a la confusión que se hizo presente en sus ojos, cuando quiso recibir las bebidas que en realidad había mandado al fondo de mi bolsa, Fuji se adaptó sin demora a mi insistente teatro y me tomó la mano. Hoy estaba siendo más desenvuelta que de costumbre con él, quizá porque sentía que a estas alturas ya no tenía razón para limitarme en algunos ademanes. ¡Pero…! Eso sí, quizá también exploraba inconscientemente sus límites. Porque podía ser una chica la mar de confianzuda e intrépida, sobre todo con quienes comenzaba a considerar cercanos, pero no dejaba de fijarme hasta dónde podía permitirme algunas licencias. Le ofrecí mi mano con la idea de seguir el juego de la dama y su caballero, y también porque me dieron ganas de repetir lo de la prueba de valor: fue una sensación muy bonita en su momento.

    Él comenzó a inclinarse y… Ay, debo admitirlo, lamenté por dentro no haber recibido un besito en el dorso de mi mano. No me habría molestado para nada, tratándose de este chico. ¡Y de hecho…! Fuji ya había hecho lo de besarme la mano una vez, tomándome por sorpresa y dejándome encantada en el proceso. Que no repitiera ese gesto me dio una pista de que, tal vez, algo lo estaba refrenando; idea que se reforzó cuando soltó suavemente mi mano para ofrecerme, en cambio, ir enganchada a su brazo. Obviamente me aferré a él con una sonrisa alegre, que esto también lo disfrutaría con creces.

    Porque noté que su brazo era fuerte, como si lo hubiera entrenado con ganas.

    En las afueras del edificio, cuando tomábamos el camino de cerezos que nos llevaba al dojo, Fuji quiso saber por otra de mis novedades. La risa se le coló en la voz, justo como me ocurrió a mí al escucharlo. Mi arsenal de noticias no era precisamente pequeño.

    —La verdadera pregunta es qué novedad no tengo para compartir —respondí, con una sonrisa—. Hay novedades sobre judo; o podría contarte algo relacionado al club de esgrima; o bien hablar sobre el nuevo gimnasio al que estoy yendo a entrenar, un lugar muy particular debo decir —hice una pausa, pensativa, mientras algunos pétalos descendían suavemente a nuestro alrededor; al final reprimí una risita—. Aunque… son todas aventuras relacionadas con ejercicio físico, creo no estarían muy despegadas del karate.

    >>Ah, ya sé. Tengo algo más para contar —dije de pronto, ya cuando nos acercábamos a las escalinatas del dojo—. Hace poco intenté hacer galletitas en el apartamento, basándome en lo que me enseñaste en el club de cocina… Pero… —me llevé la mano al rostro para cubrir mis mejillas, sobre las que comencé a sentir algo de calor— Se me quemaron, creo que me pasé con la temperatura del horno…

    Me desenredé del brazo de Fuji y mi mano se trasladó a su hombro, mientras lo miraba entre divertida y avergonzada por mi tropiezo.

    —Te he fallado, master chef… —proclamé con dramatismo; en broma, obvio— ¡Pero…! Juro que enmendaré mis errores. Al menos, espero que lo que traje compense la ausencia de algo dulce en nuestro almuercito —sacudí levemente la bolsa.

     
    Última edición: 8 Junio 2024
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  15.  
    Gigi Blanche

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    No me sorprendía la perspectiva de que Verónica tuviera una lista de cosas para contar, la verdad; era la clase de persona que hacía en un día lo que yo en una semana. Cuando comenzó a enumerar las posibilidades pensé que todas se parecían bastante a la condición improvisada que le había impuesto y, apenas ella lo reconoció, me reí.

    —En efecto, Shiro-chan, y no vale hacer trampa.

    Recordó algo de repente. La miré, curioso, y alcé las cejas cuando dijo que había horneado galletas en su casa. Mi sonrisa había comenzado a ensancharse, pero sus mejillas se ruborizaron ligeramente y reconoció haberlas quemado. Mi semblante se suavizó, enternecido, y no pude evitar reírme. No cargaba burla, en absoluto.

    —Pobres galletitas, ¿deberíamos concederles entierro digno? —bromeé.

    Me ponía contento el simple hecho de que lo hubiera intentado, de que las tonterías que le enseñé el otro día de alguna forma hubiesen permanecido con ella. Probablemente había sido un descuido, estaba seguro de que si probaba de vuelta le saldrían bien. Nos detuvimos frente a la entrada del dojo, tal y como habíamos establecido, y ella colocó la mano en mi hombro. Desvié la mirada a la bolsa en cuanto Verónica la sacudió y una idea repentina, puede que incluso pretenciosa, abarcó la totalidad de mis pensamientos.

    —Oh... —murmuré, procesando la idea, y regresé a sus ojos con una chispa de ilusión—. ¿Preparaste algo, Shiro-chan?
     
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    Bruno TDF

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    Su risa hizo que el rubor en mis mejillas perdurara algunos segundos más, y eso que comprendí al instante que no contenía un gramo de burla. Ni modo, no podía evitar que la vergüencita me asaltara el cuerpo cada vez que quedaba expuesta con alguno de mis despistes. Me gustaba perseguir la mayor eficiencia posible en cada cosa que me proponía, pequeña o grande. Era una mentalidad que había desarrollado a través de mis largos años de entrenamiento. Pero de la misma manera, no me dedicaba a ocultar mis descuidos, sino a aceptarlos, sin importar el bochorno. Por eso le conté sin tanto drama a Fuji que las dichosas galletitas pasaron a mejor vida, y porque igual no dejaba de ser divertido si lo pensábaos como anécdota. Lo había hecho reír y con eso ya me daba por servida.

    —Un entierro con muchos honores —secundé a su broma, también riendo.

    Al sacudir la bolsa frente a sus ojos, capté su atención, justo como había pretendido. El chico pareció caer en cuenta de su contenido, aún si no le había dicho nada concreto. La ilusión que hizo chispitas en sus ojos, también tiñó de expectativa mi mirada. Cuando me preguntó si había preparado algo, la sonrisa se extendió por mi rostro hasta entrecerrarme los ojos.

    —Sentémonos, ¿sí?

    Con cuidado, dejé la bolsa a mis pies, me aplasté la falda contra las piernas y me senté en el escalón superior de la entrada del dojo, descansando los talones unos peldaños más abajo. Desde allí, busqué nuevamente los ojitos de bronce de Fuji (y vaya que tuve que inclinar la cabeza hacia atrás para hacerlo) y palmeé el suelo a mi lado, invitándolo a sentarse. En ese intervalo en que aguardé por él, empecé a sacar las cosas del interior de la bolsa.

    —Una vez te dije que no soy muy buena haciendo dulces; y las galletitas quemadas lo demuestran —dije con una risilla, ya recompuesta de la vergüenza, mientras colocaba entre nosotros las botellas de jugo; naranja para él, pomelo para mí—. ¡Pero…! En otras áreas de la cocina me defiendo un poquito mejor. Hago bastantes comiditas ricas, ¡y saludables, sobre todo! Como buena artista marcial que soy —bromeé.

    Saqué un bento, el mío, junto con unos palillos cuidadosamente envueltos. Dejé todo sobre mi regazo. Hasta el momento había estado concentrada en organizar todo, por lo que alcé la mirada hacia Fuji. Muy sonriente, muy contenta, como siempre.

    —No he parado de pensar en lo que hiciste el fin de semana, ¿sabes? —continué, y mi voz adquirió un tono mucho más dulce— Pero sentía que ninguna palabra alcanzaría para expresarte lo agradecida que estoy contigo. Entonces, anoche, se me ocurrió hacer esto…

    De la bolsa saqué el segundo bento. Tenía un tamaño decente, el suficiente para saciar a alguien del tamaño de Fuji. Era un almuerzo compuesto por rodajas de carne bañadas en una deliciosa salsa, arroz hervido en su punto justo, además de algunos vegetales bien condimentados que combinaban bastante bien con los sabores. Una excelente fuente de proteínas y otros nutrientes que lo llenarían de energías. Me había esforzado mucho al prepararlo, y que se viera bien bonito a la vista.

    Se lo extendí a Fuji con ambas manos. En la tapa del bento, que era de color claro, había una palabra escrita con fibrón negro:

    Gracias ♡
     
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    Asentí a la propuesta de sentarnos, pero antes de mover el cuerpo me tomé un instante para observar alrededor. Deslicé los pies sobre su eje sin despegarme del suelo, detallé el camino que los cerezos dictaban hasta aquí, el cielo no muy brillante, los pétalos salpicando el paisaje; parpadeé, siendo consciente de que hasta ahora no me había detenido a observarlo, y pensé que, a grandes rasgos, ese solía ser el problema.

    Los sonidos de Verónica me habían seguido alcanzando. Volví a mirarla, ya estaba sentada y palmeó el espacio a su lado. Le sonreí, fue una aceptación silenciosa, y me acomodé en dicho lugar. Al apoyar los pies noté que mis piernas alcanzaban un par de peldaños más que las suyas y deslicé los ojos a la bolsa. No había dicho que sí, pero me pareció que su semblante se iluminaba lo suficiente para darme una respuesta.

    Comenzó a hablar mientras sacaba las cosas. Reparé en la bebida que había elegido para mí, el jugo de naranja, y tuve un recuerdo fugaz de cuando era pequeño y mamá llegaba de hacer las compras. Me clavaba junto a la mesa casi sin falta y seguía el movimiento de sus manos con la ilusión contenida de ver aparecer un paquete de galletas, o de papitas, o un pote de helado. Ella lo sabía y a veces jugaba conmigo, dejando la sorpresa para el final o fingiendo que, luego de las verduras y la carne, ya no había nada. Era una tontería, pero la recordaba con cariño. ¿En qué momento habíamos cambiado?

    No estaba seguro.

    Verónica, así como mamá, dejó la sorpresa para el final. Habló del fin de semana y me ofreció un segundo bento, e incluso si ya lo había adivinado antes, tenerlo frente a mí se sintió diferente. Más real, quizá. Fui consciente de mis manos, de cada dedo, de que estaban vacías y ligeramente frías, y las extendí para aceptar la comida. Bajé la vista conforme la acercaba a mí, detallé la palabra que tenía escrita. Mamá me habría palmeado la cabeza y yo jamás me habría cuestionado si había hecho algo para merecer las galletas.

    Pero ahora no lo entendía.

    Lo abrí con cuidado y una sonrisa me estiró los labios al ver el empeño que le había puesto a la preparación del bento. Se veía delicioso, desde luego, y estaba seguro de que sabría así.

    —No hice nada, realmente... —murmuré, perdiendo la pulseada contra mí mismo, y arrugué el ceño al reprenderme mentalmente; fue breve, busqué sus ojos y le sonreí—. Gracias, Shiro-chan. Se ve super rico, y lo importante: super nutritivo, ¿no?

    Aquello último lo agregué con cierta jocosidad, quizá, pretendiendo tapar mi desliz inicial. Aún si lo pensaba, aún si no creía haber hecho nada especial, esas cosas no importaban ahora mismo. Lo único relevante era que ella se había tomado el tiempo de prepararme un almuerzo. ¿Podría comerlo?

    Tendría que.

    —¿De qué es la salsa? —cuestioné, tomando mis palillos y mostrándoselos con las cejas alzadas para invitarla a probar el primer bocado juntos—. ¿Estás lista para recibir el gran veredicto del gran Master Chef?
     
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    Bruno TDF

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    Fiel a mi costumbre, permanecí muy atenta en el momento que abrió el bento, para ver la reacción que tendría cuando la comida le entrara por los ojos. Así, pude disfrutar de la sonrisa que se extendió por su rostro, una expresión bonita que combinaba a la perfección con la ilusión presente en su mirada. En aquel pequeño instante, en el que me corazón se inundó de calidez al verlo así de contento… también volví a pensar en lo lindo que era este chico. Por su apariencia, ese rostro tan suave, el relajante bronce, su sonrisa; y también, por ese corazón que poseía…
    Si lo pensaba mejor, este bento no representaba únicamente el agradecimiento por cuidar de alguien tan importante como Copito. Era, con toda seguridad, más profundo que eso. Daba las gracias por el sólo hecho de que fuera él. Este Fuji tan precioso y valioso.

    Me sentía afortunada de tenerlo en mi vida.

    Dijo que no había hecho nada, y al segundo siguiente frunció el ceño. Mi sonrisa retrocedió apenas un poquito por esas palabras. Ya había separado los labios para replicarle, con cariño, que lo que decía no era cierto. Estuve a punto de expresarle que lo suyo fue un gesto enorme, que para mí significaba muchísimo. Pero no llegué a decir nada porque Fuji no tardó en buscar mis ojos; me dedicó una de sus sonrisas bonitas y me agradeció por la comida. Aquello relajó cualquier intención de mi parte, y sólo continuamos fluyendo. Asentí con una mezcla de entusiasmo cuando señaló lo nutritivo como la parte más importante del bento

    Ay, qué lindo, cada día me conocía mejor.

    —La salsa está hecha de tomate, manzana y mostaza. Es como una barbacoa dulce —dije—. Pero no cualquier salsa, eh. Sólo los Maxwell sabemos prepararla, es una receta familiar —revelé, bajando la voz como si le estuviera diciendo un secreto de Estado, tras lo cual se me escapó una risita—. Me pareció linda idea darle un toque norteamericano a tu almuerzo… y algo de mi familia. Espero que te guste, Fuji —terminé diciendo, mientras le acariciaba el brazo con mucho mimo.

    Entonces reparé en la invitación silenciosa que me hacía al mostrarse los palillos, así como en lo que dijo sobre el veredicto del
    Master Chef. Tomé mis palillos y realicé un saludo militar con ellos.

    —¡Preparadísima, mi Master Chef!

    Y el receso prosiguió de esta manera, disfrutando de la comida, de la compañía del otro y del paisaje que nos rodeaba, con el dojo a nuestras espaldas y los cerezos enfrente, con sus suaves pétalos danzando en el aire. Copito no tardó mucho en bajar a hacernos compañía.

    Junio me sigue sacudiendo, pero acá sigo, firme junto al pueblo (?)

    Y bueno, por acá cierro con este par de preciosos, los amo mucho *sobs* <3
     
    Última edición: 11 Junio 2024
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