Exterior Dojo de Kendo

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 21 Abril 2020.

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    Bruno TDF

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    Nuestra contemplación no duró más que algunos segundos. Pero fue bonito acompañar a Yukkun en la misma sensación de paz, vincularnos con el dojo a través de un lazo invisible que, quizá, también nos conectó entre nosotros por un pequeño instante. De ahora en adelante iba a compartir una buena parte de mis días con su prima: ser compañera de clase de Kaia-chan facilitaría bastante la placentera aventura de conocernos más; planeaba invitarla a pasar tiempo conmigo, a almorzar juntas y, por qué no, hacernos amiguitas. Con Yukkun la cosa cambiaba por el detalle de que asistía a una clase distinta, así que cada momento con él, por muy chiquitito y fugaz que fuese, debía ser aprovechado al máximo. ¿Llegaríamos a ser, también, buenos compinches? Sólo el tiempo tomaría la decisión. ¡Y bueno…! También los límites que supiera poner a mi “confianzudez” (los cuales eran escasos, ejem).

    ¿Y cómo no querer llevarme bien con este muchachote tan cautivador, si lo primero que dijo al girarse hacia mí fue… que podía contar con ellos para la apertura de los clubes? Kaia-chan lo acompañó en el ofrecimiento y a mí, simplemente, se me derritió el corazón de tanta calidez, ¡uf! ¡Es que eran tan lindos, que no podía conmigo misma! Los escuché con una amplia sonrisa, muy radiante.

    Y la cosa no terminó ahí, pues en el medio me enteré de algo bastante interesante: Yukkun practicaba kenjutsu, y Kaia-chan se sabía un par de cositas de… Wow, ¿ninjutsu? ¿Cómo los ninjas? Yo manejaba bastantes conceptos sobre estos temas, porque los únicos libros que leía eran sobre artes marciales o deportes de combate. Así que comprendí la noción de lo que decían, y el cómo sus conocimientos los ayudarían a desenvolverse en mi club y el de Mey. Mi expresión se tiñó de admiración mientras los oía, a la vez que asentía con energía.

    —En el Club de Esgrima somos tres personas por ahora, debemos sumar cinco en total —respondí—. Contigo, Kaia-chan, llegaríamos a cuatro miembros en Judo, pero hay una chica de la 3-1 que aún debe confirmarme si va a sumarse —apreté los puños sobre mi pecho, emocionada—. Muchísimas gracias por querer entrar, primitos Hattori, Me pone muy contenta, ¡de verdad!

    >>¿Pero saben qué es lo que más me alegra? —les sonreí— Que me haya tocado conocerlos con este tour. Espero que nos llevemos bien y nos veamos muchas veces más. Aunque, bueno, Kaia-chan se encontrará constantemente con mi carita en nuestro salón —me reí por lo bajo.

    Entonces me alejé unos segundos de ellos, para recuperar el bento que había dejado en un rincón. De su interior saqué dos galletitas con forma de traje de judo. Las había decorado con ayuda de la hermana de Gonsake-sensei, quedaron bastante bonitas pese a que fue mi segunda vez haciendo esto. Ambas galletitas eran de color blanco, pero se diferenciaban por los cinturones. Cuando regresé con los Hattori, a Kaia-chan le extendí el traje con cinturón azul, mientras que a Yukkun le tocó el de cinturón rojo.

    Combinaban perfecto con sus ojitos y sus cabellos albinos.

    —Regalito de bienvenida a la academia, —les dije en un tono suave, dulce como estas galletas—. Calculo que el receso está por terminar y, con eso, también nuestro tour. Pero sepan que podrán seguir contando conmigo en todo lo que necesiten. Nunca dejaré de ser la Gaido-chan de los Hattori.

    ¡Por acá cierro con Vero!

    Estoy tan contento de que a estos tres le haya tocado tener el tour juntos, ay. ¡Lo disfruté muchísimo! <3

    PD: el hype sigue a pleno aaaaaaa
     
    Última edición: 28 Noviembre 2023
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    La mañana me la había tomado normalmente, aunque eso no quitaba el hecho de que había evitado a mi padre una vez más, ayer no lo había visto cuando llegue de la academia, por lo que me había informado mi nana, él dijo que se quedaría hasta tarde trabajando en la oficina. Y en sí lo agradecía mucha sabia que si no miraba el collar en mi cuello, pues me preguntaría por él, y lo mismo que hice la mañana de ayer lo emite hoy. Apenas salí, salimos hacia la casa de Fiorella, ella vivía en Yokohama, así que el viaje hacia haya estaba algo lejos por así decirlo, pero con Darío era todo rápido, apenas aparcamos fuera de la casa de rojita note como ella salía de su casa sin mirar atrás, más bien se miraba que estaba corriendo de algo o más bien de alguien.

    A veces desearía llevarme a Fiorella conmigo.

    No me saludo y suponía que no estaba de humor para hacerlo, le di la orden a mi chofer que arrancara sin más, sabía que ella era más cerrada que cualquier libro y no me diría nada hasta que tuviéramos algún momento de honestidad. En el momento que la limusina se aparcó en la puerta de la academia baje sin mirar nada, ni nadie, le agradecí a Darío en un griego rápido y me dirigí hacia mi casillero, en poco note si Fiorella me seguí o algo. Hice el cambio de zapatos, saqué, metí todo a una rapidez absurda, para ser sincera, quería ir algún lugar en el que pudiera estar sola. Y sabía muy bien a donde podía ir ahora. Me disponían a salir de los casilleros, pero la voz de Fiorella me alcanzo.

    —Ada —la miré por encima de mis hombros—. Perdón por lo de antes, solo que… No tuve un día amigable y… —la interrumpí antes de que terminara de hablar.

    —Tranquila, no te preocupes —no la mire para nada—. Hablamos después, ¿te parece?

    No quería ser dura con ella más de lo que lo era su hermana, así que antes de salir de una vez por todas del lugar, note su asentimiento, vete a saber donde se dirigía ella ahora para poder respirar y sacar todo lo que sentía, pero sabía muy bien que yo, justamente ahora, necesitaba estar solo por un momento.

    Apenas llegue al Dojo Kendo entre sin más observe el sitio, todo se miraba muy bien, pero ahora que lo pensaba ¿cuándo fue la última vez que pise un lugar como este? Años, habían pasado, años. Deje el bolso aun lado antes de dirigirme al fondo del dojo, me dirigí a los armarios y mire todo lo que estaba adentro, sin más lo abrí antes de apañarme el florete, lo mire por algunos largos segundos, me aleje un poco del armario así que estire mi mano junto con el objeto, se sentía extraño cogerlo o a través en mis manos, entonces recuerdos llegaron a mi mente como una ráfaga.

    Mamá…

    Abuelos…

    Como los extraños.

    Realmente quisiera que estuvieran aquí conmigo.

    Siento que estoy sola en un mundo desconocido.

    Pero muy dentro de mi sabia que no era cierto. Tenía a Fiorella, a Jez hasta podía decir que a Laila, ahora que pensaba en ella, cerré los ojos por un momento, tenía que estar segura de que haría, y creo que ya lo sabía muy bien.

    Necesitaba que el sentimiento de soledad desapareciera ahora…

    Tal vez no me haría tan mal, volver a practicar esgrima me recordaba de todo. Así que la decisión estaba tomada, no me consideraba una persona que se acobardara tan fácil, así que saque mi móvil y busque el contacto de Laila que Jez me había pasado y le deje el mensaje:

    Hola Laila soy Adara Makris amiga de Jez.
    Ella me pasó tu número, como habíamos quedado.
    Te escribía para avisarte sobre lo del club de esgrima.
    Cuenta conmigo como una integrante más.

    Con eso guarde el móvil, maneje un poco la espada de esgrima en mis manos para después dejarla en su puesto, cerré la puerta del armario y me aleje en poco, pero sabía que me quedaría aquí por un gran tiempo, podría ser hasta que la hora de clase llegara.

    relleno que necesitaba, y puro drama porque sí?
    Zireael holis por aquí te llego un mensaje uwu, no necesitas responderme ahora, ni nada, pero Adara quiso hacerlo con tiempo.

    pd: ahora si por aquí dejo a esta niña *desaparece*
     
    Última edición: 12 Diciembre 2023
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    Si debía ser honesta ahora mismo no quería encerrarme en cuatro paredes, quería estar afuera incluso más que antes, pero tampoco era tan tonta para decirle al chico que anunciaba con cierta regularidad que ni en los paseos con su familia salía de la habitación que, no sé, se sentara en el césped del patio. Digamos que ya estaba habituada al encierro del concreto, no iba a morirme ni nada, pero anhelé el privilegio de meterme al bosque para relajarme. Lo anhelé con demasiada fuerza.

    Su respuesta fue terriblemente escueta, pero lo dejé ser y un poco en automático solté su muñeca, aunque en vez de dejarlo ir del todo me enredé a su brazo. Seguí caminando, esquivando a las personas que hubiera en el pasillo, y nos llevé al exterior.

    —Asumes bien. No te llevaría a algún sitio donde no vaya a quedarme —contesté luego de echarle un vistazo al cielo, esperara una respuesta o no. Tomé aire en un intento por seguirme calmando y regresé la vista al frente.

    De la manera que fuese, cuando nos acercamos al dojo una muchacha de cabello lila precioso estaba cerrando la puerta corrediza. Al voltearse dio con nosotros, sonrió con suavidad y se hizo a un lado, haciendo una reverencia ligera.

    —¿Quieren visitar el dojo? —preguntó al erguirse y yo asentí con la cabeza—. Adelante, adelante. Yo ya me iba.

    Con eso dicho se retiró, aunque abrió la puerta unos centímetros como para reafirmar que éramos bienvenidos y despareció con intenciones de regresar al edificio.
     
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    Había dicho que no me llevaría a un lugar donde ella no iba a quedarse. Rockefeller pescaba de considerada, aunque no era algo que iba a mencionar en realidad. Me soltó en algún momento pero luego se ajustó a mi brazo y la dejé ser, como si nada. Tampoco era algo a lo que solía dedicarle neuronas, no le encontraba el chiste de analizar el comportamiento de los demás, bueno, hasta que ella apreció fastidiada y en ese punto si me provocó su debida gracia.

    Al llegar al dojo una desconocida se encontraba saliendo de el, parecía que iba a cerrar hasta que notó la presencia de ambos. Intercambiaron unas palabras, cosas de nada, y la chica de cabello lila terminó perdiéndose de camino al edificio. Repasé superficialmente el que había dejado la puerta corrediza ligeramente abierta, a lo que estiré la mano en la que tenía el libro para terminar de abrirla .

    La decoración del dojo atribuía de manera correcta la cultura Japonesa, y no me consideraba ningún fanático de este país pese a nacer aquí, pero se apreciaba la arquitectura del espacio y la decoración del mismo.

    —¿Podré desplazarme libremente o también serás mi guía aquí dentro? —murmuré de lo más escueto al turnar mis pupilas negras con su mano en mi brazo y luego regresando al rosa de los suyos.
     
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    En cierta manera me estaba aferrando a la indiferencia de este muchacho para regular a la fuerza mi enojo porque lo sentía todavía rebotar en el cuerpo, necio, sabía que seguiría molesta el resto de la tarde y me tocaría respirar el mismo aire que el causante del fastidio las horas de clases que nos quedaban, pero ni modo. Todo el cuadro general era una cosa de lo más rara, pero si alguien me hubiera sentado para preguntarme si al mirar hacia atrás habría hecho algo diferente, si lo hubiese dejado solo en el parque para que viera él cómo volverse a su casa, era posible que la respuesta fuese negativa.

    Así que el resultado habría sido invariable.

    Cuando la muchacha se retiró, Paimon terminó de deslizar la puerta con el libro que tenía en la mano de forma que pude ver el dojo. Estaba limpio y cuidado a pesar de que parecía un poco viejo, lo que hizo preguntarme si la chica de antes tal vez era parte de un club que funcionaba aquí o solo le gustaba el espacio. La divagación me hizo olvidar que seguía sujeta del chica, así que cuando lo señaló lo dejé ir despacio.

    —Confío en que puedes cuidarte solo en un espacio cerrado —dije sin objetivo particular.

    Di un paso dentro del dojo, lo recorrí con calma y al final me acomodé en una de las paredes, para poder sentarme y usarla para apoyar la espalda. Allí saqué lo que me quedaba de la galleta, le di un mordisco ya más regulado y me desinflé los pulmones luego de masticar, relajando la espalda. Seguía sin sentirme cómoda con las paredes y el techo encima, pero tampoco significaba que el espacio estuviera mal.

    —¿Es el libro que sacaste de la biblioteca? —pregunté desde mi posición, porque claramente no me había molestado en ojear la portada ni nada.
     
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    En cierta medida sentía que las mujeres podían acumular un enojo más extenso -en cuanto a tiempo-, que los varones, al menos lo había notado con mi hermana y sus amigas, el que llegaban a ser rencorosas, o a darle vueltas a un asunto de lo que pudo ser, lo que podrá ser, y el cómo lo asumirán después. Eran terriblemente ansiosas con diversas situaciones que como podían presentarse, existía la probabilidad de que no. Fue en automático el pensamiento, así que a lo que Rockefeller habló de nuevo y se desprendió, me quedé mirandola unos momentos en cuanto dió unos pasos hacia adelante.

    Su cabello rubio revoloteba en conjunto a los pasos que daba.

    Cuando pareció ubicar un lugar para sentarse entré, observé el lugar -que estaba bastante limpio-, de manera superficial. Ella se sentó, sacó de nuevo la galleta y suspiró, no la miré ni nada, tan solo por el silencio se logró escuchar. Me preguntó por el libro y asentí, dándole la espalda al entretenerme con algo de la arquitectura del dojo.

    —La próxima podemos almorzar en un lugar abierto —dije como si nada, al caer en cuenta que habíamos estado en el observatorio, cafetería y ahora acá. La pobre criatura debía sentirse algo asfixiada, no era que me importara pero bueno—. Aunque huela a cloro o hayan insectos.

    Me giré por fin con el desinterés de siempre en la cara, caminé hasta su espacio y me senté a su lado, descansando la espalda también en la pared para abrir el libro.

    —¿Te gustan mucho los dulces? —hice referencia a la galleta, aunque de nuevo, ya no la miraba para dirigirle la palabra.
     
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    Habría tenido su gracia que Paimon dijera en voz alta la mitad de las cosas que pensaba, porque entonces se habría ganado un speech como el se llevó Cayden, aunque tan siquiera las opiniones de este chico parecían tener más consistencia. No consideraba únicamente femenina la capacidad, que casi era una maldición, de pensar las cosas, de rumiarlas y dejarlas dando vueltas. Creía que provenía de moldes muy específicos de individuos que iban desde introvertidos a extrovertidos, de hombres a mujeres, de nerviosos a confiados. El hilo conector no me quedaba muy claro, pero puede que fueran las emociones a secas.

    Solo los que sentíamos demasiado nos quedábamos atascados en espacios intermedios.

    El rencor femenino, sin embargo, sí parecía poder sostenerse en el tiempo de una forma un poco extraña, ¿pero no era la guerra una cosa de varones? ¿No eran ellos los que habían comenzando algunas de las masacres más grandes de la historia? Era un desperdicio dicotomizarlo, sobre todo porque aunque ahora mismo estuviera rabiando era posible que para cuando me fuese a la cama ya estuviera calmada. El resto dependería de cómo se siguiera comportando el otro grandísimo idiota.

    Paimon había asentido para responderme lo del libro, yo me distraje en divagaciones no mucho después y por eso cuando volvió a hablar me descolocó completamente. Dijo que la próxima podíamos almorzar en un lugar abierto aunque oliera a cloro o hubiera insectos y mi reacción corrió en direcciones contrarias por un instante, me sorprendía gratamente que fuera consciente de lo encerrada que debía sentirme, pero me cuestioné de dónde venía el repentino ataque de empatía. Lo soltó con su eterna cara de indiferencia, me di cuenta cuando se giró, así que pateé la duda fuera del espacio y recosté la cabeza contra la pared tras de mí.

    —Gracias —dije aunque no hacía falta con este chico.

    La pregunta de los dulces tampoco tuvo sentido en mi cabeza, quería decir, viniendo de él. No respondí de inmediato, alcé la galleta para darle otro mordisco y le contesté también sin mirarlo después de haber masticado.

    —De vez en cuando. Describiría esto más como un capricho del momento, la verdad.

    ¿No lo había sido?

    >>¿A ti, Pai? ¿Te gustan?
     
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    Pasé la página inicial, comencé a leer entonces en lo que ella me respondía lo del dulce, ya que las gracias las había dejado olvidadas de manera inconsciente en algún lugar lejos de la conversación, no me detenía ni a darlas ni a recibirlas. Mencionó entonces que era un capricho del momento como tal, así que no era muy constante el consumo de azúcar, me regresó la pregunta luego.

    —No.

    No consumía dulce a menos que fuese necesario por alguna receta concreta, o porque mi padre me designara la preparación de postres en el restaurante, o alguna prueba en casa. Mi hermana si era más inclinada a ese tipo de sabores, cosa por la cual llegamos a chocar bastante de niños, así que a la final mi padre debía ir tanto por algún café amargo, o algo ácido para mi paladar, y también comprar en otro sitio un postre para ella.

    Me sonreí apenas al recordar la vez que Alika se puso a llorar creyendo que solo me comprarían algo a mí en ese entonces. A fin de cuentas, desde niño consideraba que era el favorito de la familia, cosa que nunca había dicho, y nunca diría. Continué con la lectura, iniciaba hablando del insomnio del protagonista, un hombre que dedicaba su tiempo a conciliarlo y a cambio rondaba escenarios hipóteticos acostado en la colcha, dificultando el objetivo principal. Pasé de página entonces para continuar, alejando ligeramente el tomo por si a ella le placía leer de igual forma mientras comía:

    "Estas evocaciones voltarias y confusas nunca duraban más allá de unos segundos; y a veces no me era posible distinguir por separado las diversas suposiciones que formaban la trama de mi incertidumbre respecto al lugar en que me hallaba, del mismo modo que al ver correr un caballo no podemos aislar las posiciones sucesivas que nos muestra el kinetoscopio."

    —Prefiero los sabores ácidos, simples o amargos —agregué aunque en algún momento pareció que había dejado morir el tema.
     
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    Su respuesta fue tan corta como parecía ser usual, no me molestó en realidad y supuse que solo lo dejaría morir allí, pues estaba leyendo. Había notado que había sonreído luego de contestarme, como si hubiese recordado algo, pero no pregunté y me distrajo verlo alejar el libro de sí. No creía que tuviera problemas de vista ni nada, así que asumí que lo hizo para que yo leyera si quería.

    Había algo contradictorio en la indiferencia de este chico y la falta de límites u ofertas que hacía, lo sentí de repente. Hablaba como si le diera igual el mundo, pero no se apartaba de mi tacto, me ofrecía comer afuera la próxima vez y estiraba el libro por si quería leer a su lado. Me respondía con monosílabos, parecía olvidarse de ello, pero luego en el observatorio me había seguido el monólogo. Había bailado conmigo en el pasillo.

    Otro capricho del momento, dicho fuese de paso.

    Notar que aunque fuese de formas diferentes, las señales que enviaban Paimon eran casi igual de contradictorias que las de Cayden me hizo sentir cierta frustración. Todo tenía formas distintas, pero en su base no era diferente a los japoneses fuera de la escuela femenina que habían pretendido mentir por ahí diciendo que se liaban conmigo cuando ni siquiera me habían dicho "Buenos días" al verme por la calle. Hacían las cosas como querían, como les sirviera y listo.

    Frustrada, molesta o lo que fuese, empecé a leer de todas formas y me terminé lo que quedaba de la galleta con cierto ímpetu renovado, para llamarlo de alguna manera. En cierto momento, Paimon volvió sobre el tema de la comida cuando ya había asumido que era agua pasada y lo miré por el rabillo del ojo antes de regresar la vista a las páginas.

    —Dicen que somos lo que comemos —dije casi en voz baja, guardándome la basura de la galleta en el bolsillo de la falda, y empecé a desenvolver el almuerzo sin sacar los ojos del libro—. Lo que diría que no te deja muy bien parado, aunque claramente no te interesa. ¿Dónde dejaste a Sui? Creí que estaría contigo.
     
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    Pasé de página en lo que ella soltó directamente el dicho popular de eres lo que comes. Tenía la boca llena de razón en este caso, o al menos eso decía el resto, tampoco me fijaba en las opiniones ajenas a menos que tuviese que sacar algún tipo de provecho, como un relacionamiento que supiese y me iba a ser útil unos años más tarde, digamos que solo por eso no era -tan- grosero en las reuniones de salón que organizaban las familias renombradas de este país.

    —Que prejuiciosa —murmuré con ligero cinismo; me plació molestarla, vete a saber pero ella simplemente daba material para ello, y a diferencia de las otras, no me daba pereza picarla un poco.

    Mencionó a Craig luego. La miré por el rabillo del ojo, tenía las rubelitas en las páginas en lo que parecía y empezaba a desenvolver su almuerzo. Centré mi atención visual de nuevo en el libro con simpleza.

    —Quedamos de encontrarnos en la piscina, luego le dejaré un mensaje.

    Sino me olvidaba realmente, daba un poco lo mismo, a la final tenía resistencia de leer al aire libre y él lo había notado. Lo irónico de todo esto sería si él tampoco terminase yendo a dicho punto de encuentro, nos ignoraríamos y luego hablaríamos como si nada, era un poco de como manteníamos la amistad, algo partícular. Ya continuando con la lectura, el protagonista dió un paseo sobre la relación de su abuela con su abuelo, el como la mujer mayor temía que el hombre bebira alcohol nuevamente, remarcando la pobre presencia de su madre cuando él era un pequeño.

    "Pero duraba tan poco aquella despedida y volvía mamá a marcharse tan pronto, que aquel momento en que la oía subir, cuando se sentía por el pasillo de doble puerta el leve roce de su traje de jardín, de muselina blanca con cordoncitos colgantes de paja trenzada, era para mí un momento doloroso. Porque anunciaba el instante que vendría después, cuando me dejara solo y volviera abajo."
     
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    Que me señalara como prejuiciosa consiguió aflojarme una risa ligera incluso en medio de mi frustración, porque era literalmente el burro hablando de orejas. No contesté de inmediato igual, leí algunas líneas más y cuando hablé mantuve el tono bajo. Sabía que si le estuviera estorbando me lo diría, porque la palabra tacto no estaba en su diccionario, pero tampoco hacía falta hablar fuerte.

    —De prejuicios sabes tú un poco más, seguro puedes enseñarme y todo.

    Me respondió cuando le pregunté por Suiren, hice un sonido afirmativo y destapé el almuerzo. Mamá había comprado salmón en la tienda, así que era una porción decente, el arroz y algunas verduras hervidas de la noche anterior. En cualquier caso, desmenucé un pedacito de salmón con el tenedor, me lo llevé a la boca mientras seguía leyendo y me acordé de lo que había oído mientras sacaba el libro de la biblioteca.

    —Dijiste que lo estás leyendo porque tu hermana aprobó en algo que tú creíste que reprobaría. Asumo que la elección debería pasar por castigo... ¿No leías este libro por algún motivo en particular?
     
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    Solté el aire por la nariz en un deje de satisfacción, por no sonreír realmente lo colé por ahí ante su comentario de que -en otras palabras-, el título de prejuicioso me lo llevaba con méritos. Y no tenía nada que decir al respecto. Rockefeller destapó su almuerzo y el aroma a salmón me llegó con ligereza a la nariz, no tenía hambre en realidad, simplemente era un señalamiento más que otra cosa, y por odioso que sonara, tampoco hubiese aceptado en caso de que me ofreciera.

    —Ni sabía de la existencia de este libro —respondí luego de alcanzar la última línea.

    La semana pasada estaba ella en finales del primer semestre, una materia en especial parecía darle dolores de cabeza, así que Alika -como acostumbraba a hacer-, llamó a mi padre casi llorando de que iba a perder la materia, a lo que ibaa pasando por la cocina de camino a la nevera en busca de una botella de agua. La escuché decir que no lograba grabar en su cabeza la terminología de los conceptos, y que los confundía, por tonta -en otras palabras- necesitaba un puntaje alto para aprobar.

    —Supongo que es algo que a ella le gustó leer, y nuestros gustos son bastante dispares en general, habrá pensado que me fastidiaría, pero no lo sabré hasta acabarlo.

    Mi padre se preocupó, dándole ánimos a lo que desde atrás hablé diciendo que iba a perder el parcial en lo que abría la botella de agua, la escuché alzar la voz, caprichosa como solía ser me dijo que si quería apostar. Al acercarme al mesón donde mi padre tenía reposando el móvil contra la licuadora, noté que se estaba limpiando las lagrimas, tenía algo de ojeras y el cabello que tanto cuidaba maltrecho. Le dije que cuando perdiera debía comprarme un juego nuevo de utensilios, sentí el golpe de mi papá contra mi nuca, fue una palmadita de nada a lo que fruncí ligeramente el ceño; Alika alegó un poco más antes de colgar diciendo que alcanzaría la nota y me tragaría mis palabras.

    Suponía que con esa apuesta, era suficiente para que aprobara.

    —A veces siento que mi padre la consiente mucho —murmuré, fue más para mí que para ella. Giré la página luego.

    Apareció otro personaje, un pueblerino que cocinaba en ocasiones para la familiar del protagonista, un chico que evitaba los temas serios, que contaba anécdotas de manera perspicaz, resultando entretenido para más de una familia real.

    "Así que en ocasiones mi tía lo trataba de un modo altanero. Como creía que nuestras invitaciones debían ser para él motivo de halago, le parecía muy natural que nunca fuera a vernos cuando era verano sin llevar en la mano un cestito de albaricoques o frambuesas de su jardín, y que de cada viaje que hacía a Italia me trajera fotografías de obras de arte célebres."
     
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    De haber sido otra persona tal vez le hubiese ofrecido de mi almuerzo, pero Paimon era un poco extraño y se me ocurrió que esos excesos de confianza tal vez ya alcanzaban un límite que no trazaba en otras cosas. Por eso comencé a comer sin más, si tuviera hambre habría dicho algo, al menos eso creía, así que no le di demasiadas vueltas al asunto y solo seguí la conversación.

    Me dijo que en realidad no conocía de la existencia del libro, pero que suponía que a su hermana le había gustado y que sus gustos en sí eran dispares, por lo que ella habría pensado que lo molestaría aunque él no podría decirlo hasta haber terminado. Por alguna razón escucharlo hablar de su hermana me hizo sonreír ligeramente. Después de un rato dijo que creía que su padre la consentía mucho.

    La cosa rozó un poco el pensamiento en voz alta o el monólogo, así que no dije nada. Seguí leyendo cuando pasó la página, ya con el cuerpo algo más regulado, y comí algunos bocados más.

    —¿Y qué te da esa sensación? —pregunté unos minutos más tarde, a sabiendas de que si no quería simplemente no me contestaría—. De que tu padre la consiente mucho.
     
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    Insane

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    En lo que pestañeaba con ligereza por las letras plasmadas preguntó sobre qué me hacía sentir que así fuese; en medio de la lectura me pregunté lo mismo, probablemente porque la boba era muy emocional, se alegraba por cosas tan triviales, y luego lloraba por otras tantas pequeñeces que mi padre socorría de inmediato, era algo que sin notarlo sentía lejano, como una discapacidad de entendimiento que no asimilaba.

    Probablemente porque mi conexión con las emociones no era ni de cerca la que tenían y compaginaban ellos dos.

    —Siempre ha sido una desordenada, posterga mucho las cosas, y se fija en tonterías como enamorarse cuando debería centrarse solo en estudiar su pregrado —murmuré—, supongo que es eso, a la final mi padre lo acolita.

    No solía hablar de mi familia regularmente, mucho menos del como me sentía dentro del ecosistema, así que podría decirse que era la primera vez que compartía esto; no significaba nada, a fin de cuentas Rockefeller no parecía ser una niñita chismosa, así que no importaba. Tampoco es como si le estuviese hablando de mi madre, o la mujer que decía llamarse así solo por parirnos, así que le restaría la importancia necesaria a esta conversación como me placiera.

    Seguí leyendo por unos minutos más, dejando que el silencio reinara de nuevo por un rato, hasta que pregunté lo que mi cerebro había guardado:

    —¿Y qué tan sencillo es ser hija única?

    Aunque no lo parecía, había prestado atención a la conversación que sostuvo Craig con ella en la cafetería.
     
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    Zireael

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    De haber dado la primera respuesta que pensó, la de la emocionalidad, tal vez le habría preguntado qué era malo en eso y la conversación tal vez hubiera muerto, quién sabe. No había que usar muchas neuronas para saber que Paimon no era lo que se decía un partidario de las emociones, su manifestación y recepción, y en general me estaba pareciendo terriblemente evitativo. Se anulaba de las interacciones cuando le daba la gana, incluso si seguía escuchando, y volvía a sumarse a voluntad.

    Dios librara a cualquiera de pedirle algo, la verdad.

    —¿Te parece que enamorarse sea una tontería? —pregunté con cierto tono divertido aunque en sí no le di tiempo de contestar—. Si te quedas esperando a terminar de estudiar entonces mejor no te enamoras nunca. La gracia de aprender es que se puede hacer toda la vida, solo la gente aburrida deja de estudiar en algún momento.

    Mi respuesta rozó el pensamiento en voz alta, en sí no podía hablar mucho de enamorarse y eso, emocional o no, la verdad era que tampoco me había detenido en esas cosas desde que llegué a Japón. Había aceptado un par de citas aquí y allá, pero todos acababan siendo cretinos y justo cuando medio se me ocurría la posibilidad futura de tener algo de iniciativa, bueno, me caía el manipulador de turno. Qué gracia.

    —Es gracioso que asumas que es sencillo —contesté a su pregunta luego de leer algunos minutos más—. No está mal, supongo. Toda la atención de mis padres está puesta en mí, en mis estudios, mis amigos y mi futuro, a veces estaría bien que se distrajeran con otra persona. No me quejo de todas formas, después de todo aceptaron incluso a transferirme de escuela. ¿Ubicas el concepto de Golden Child, cielo? El hijo excepcional y perfecto, al que le celebran todo, le aplauden esfuerzos mínimos, le dan lo que pide. Puede que no sea tan diferente a tu hermana la consentida.

    Aunque los Niños Dorados nacían de narcisistas.

    Eran aplaudidos como el epítome de las cualidades apreciadas por ellos.
     
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    Insane

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    Detecté la diversión en su voz ante una pregunta que en realidad no pareció esperar respuesta de mi parte. Me sonreí apenas con lo último, aunque en general me daba la sensación que la energía depositada en una persona en un ámbito amoroso solía ser agobiante, aunque en experiencia no supiese nada de primera mano, tan solo lo veía en casa. Un día mi hermana estaba haciendo un detalle para su novio, al otro estaba reída con el, después sumamente molesta, y un revoltijo de emociones que me daba pereza.

    —Supongo que tendré que esperar a estar en la posición en que está ella para decir con más críterio que es una pérdida de tiempo —descansé la parte posterior de la cabeza en la pared, y con algo de monotonía, agregué—: De igual forma dudo, desperdiciarme en ello.

    Hasta el momento, no había tenido citas porque de nuevo, era un desperdicio, las chicas se me acercaban como moscas en la escuela pasada, luego terminaban por ahí llorando por el rechazo y no faltaba el regaño decente de Craig. Luego estaba mi padre y mi hermana regañándome por como le hablaba a las amigas de Alika, que solían estorbar en casa. Parecía que lo único que me llevaba eran regaños de personas ineptas por criaturas absurdas.

    —Ya lo suponía —murmuré, girándo apenas mi cabeza parar mirarla a los ojos al pausar en un punto de la lectura—. Tienes pinta de niña mimada Rockefeller, nada nuevo.
     
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    Zireael

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    En buena teoría invertir tiempo en las personas no debía ser agotador, cuando lo era sucedía porque algo no estaba funcionando y punto, en teoría esas disfunciones se hablaban y en base a eso se tomaban decisiones sobre quedarse o irse, pero la realidad era un poco más compleja. Al final del día éramos criaturas sociales, que necesitábamos de otros para hablar, planificar y crear imperios; pero también a veces nos empeñábamos en quedarnos en lugares que no servían a ningún crecimiento. Nos encaprichábamos, ¿pero alguien podía culparnos en realidad?

    La irracionalidad de las emociones nos diferenciaba de las piedras.

    —¿Qué diferencia la inversión de tiempo en una pareja a la inversión de tiempo en un amigo? —pregunté casi como si pretendiera rebotar algo de la información que me daba—. Pasas tiempo con Sui y conmigo, sin protestar, incluso si solo compartes el mismo aire que nosotros.

    Luego de decirlo me cruzó por la cabeza si también solo me soportaba o se quedaba esperando algo en específico, como Cayden disculpándose por la tanda de Rudeness Número Uno solo para pedirme un favor que parecía más grande que sí mismo y después clavarme la tanda de Rudeness Número Dos y Tres en seguidilla. La noción quiso amargarme el rato, pero pensé que seguía siendo amigo de Suiren, del que no parecía esperar nada, y quise confiar en eso al menos para quedarme tranquila un rato.

    En algún punto dejé de hablar de nuevo, incluso cuando él me contestó, me acabé lo que me quedaba del almuerzo porque no había traído mucho y quizás también había comido con algo más de velocidad, por la molestia subyacente que conservaba. Tapé las cosas, envolví el contenedor y lo dejé a un lado. Recogí las rodillas sin preocuparme por la falda, a que llevaba las mallas por debajo, y apoyé los brazos en ellas para poder descansar el rostro allí. La mata de cabello rubio se arrastró por mi espalda.

    —No es que tú tengas cara de que te haya faltado algo alguna vez ni nada —añadí mirándolo y reí por lo bajo—. Más allá de algo de sensibilidad por el prójimo.
     
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    Insane

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    Muchas cosas. Su pregunta no la respondí directamente, pero la respuesta en mi mente fue automática; las relaciones amorosas desde mi perspectiva requería mayor tiempo, dedicación, esfuerzo que simplemente podía designar en otras cuestiones, como la amistad que mantuve con Craig a distannci, lo que no pudo sostener el con la amiga de mi hermana estando en pareja. Los tipos de apego, eran un dolor de cabeza. Me causó su gracia el que ella, descaradamente se metiera en la misma bolsa que Suiren, aunque tampoco me apetecía sacarla de ahí.

    —Eres agradable, supongo —comenté en respuesta, y ya luego, agregué a Craig—. Y él también lo es.

    No sentía pesado, ni forzado el hablar con ellos dos, tampoco me provocaban fastidio ni astío. Por ejemplo, si hubiese sido cualquier otra chica la que chocara conmigo -así la conociera- las probabilidades de dejar que se cayera por chocarse eran del cien por ciento, simple, por tontas de no estar con la vista al frente; imaginé que por lo anterior, hacía una excepción con ella, nada más que eso.

    La seguí vagamente, el que terminara de comer envolviendo nuevamente el recipiente ya vacío, la cortina rubia se desplazó con liviandad en su espalda. Soltó su perspectiva de mi persona que no era más que la realidad y la risa suave rebotó apenas por el lugar. Me encogí de hombros regresando la vista al libro. Se empezó a hablar de la clase elitista, de la realeza y el cómo los veía su abuela desde la juventud.

    Cada vez que veía a los demás ganar una ventaja, por pequeña que fuera, que no le tocaba a ella, se convencía de que no era tal ventaja, sino un inconveniente, y para no tener que envidiar a los otros, los compadecía. «Creo que no le dará ningún gusto; a mí, por mi parte, me sería muy desagradable ver mi nombre impreso así al natural en el periódico, y no me halagaría nada que me vinieran a hablar de eso.»

    —Parece que somos dos niños mimados entonces —murmuré, como antes, minutos después como si dejara morir el tema en algún punto, para darle cierre después.
     
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    Zireael

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    Uno podía empeñarse en diferencia las relaciones de amistad de las de amor por muchos motivos, pero los amigos también podían hacerte enfadar, podían romperte el corazón e irse por donde habían venido. Toda persona que accesara a nuestro espacio, que se colara en la pared invisible, tenía ese poder. Fue una idea extraña, surgió prácticamente del aire, pero pensé que era eso lo que Paimon tal vez rechazaba.

    El poder de otro sobre uno.

    Parpadeé un poco descolocada cuando dijo que suponía que era agradable, como Craig, pero yo no me había metido en el mismo saco de Suiren por descaro ni nada, era un apunte y ya. Me aceptaba en su espacio, me había cumplido el capricho del baile y había dicho que la próxima vez podíamos quedarnos afuera, al comprender lo encerrada que debía sentirme. Lo que hacía no se emparejaba con lo que decía.

    —Tú también eres agradable, Pai —dije desde mi posición, lo hice porque me apeteció, no porque él no lo necesitara.

    Mi apunte sobre su personalidad lo hizo encogerse de hombros y yo sonreí suavemente, quizás debía ofenderme, pero en su indiferencia había una honestidad que a otros les faltaba o que negaban con actos de aparente suavidad. Igual lo dejé así, leí un poco más y divagué un poco con el texto y me pregunté si no podía hacerse algo parecido con las desventajas. Fingir demencia, convencernos de que no eran desventajas, invertirlas y así, tal vez, no sentirnos tan furiosos ni usados.

    —Lo somos —concedí a lo de ser unos niños mimados y estiré una mano cuando asumí que ambos habíamos terminado de leer para pasar la página—. ¿Tienes algún libro favorito?
     
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  20.  
    Insane

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    No me dentendría a pensar mi comportamiento ultimamente con ella. Eso del baile en el pasillo había sido por de más, una tontería -que no hubiese hecho con nadie más porque sería ridículo-, lo cual no dejaba de ser absurdo, por ende se omitía y se introducía en algún rincón donde no me apeteciera analizarlo. Quizá la tontería de haberla titulado como Alicia había pesado más de lo que habría estimado en un inicio en cuanto me siguió el hilo, pero de nuevo, nada especial.

    Soltó el que era agradable. Parpadeé con cierta lentitud aunque no me inmuté al continuar sin problemas con la lectura hasta llegar al final de la página, ella re-afirmó lo dicho y estiró la mano para darle vuelta a la página:

    En cuanto a mi madre, su único pensamiento era lograr de mi padre que consintiera en hablar a Swann, no ya de su mujer, sino de su hija, hija que Swann adoraba y que era, según decían, la causa de que hubiera acabado por casarse. «Podías decirle unas palabras nada más, preguntarle cómo está la niña.» Pero mi padre se enfadaba. «No, eso es disparatado. Sería ridículo.»

    No vi la necesidad de pensar la respuesta, era en automático que traía el libro sobre la mesa de noche al lado de mi cama, diferenciando con un post-it la próxima receta a preparar el fin de semana. La señora de la limpieza no se atrevía a moverlo de igual forma para juntarlo con la estantería de la biblioteca, debido a que mi padre y ella tenían presente que era en lo que invertía mi tiempo recientemente.

    —Slow food. Fast Cars, de Massimo Bottura. Es literatura Gastronómica —Mi padre me lo había obsequiado recién, y aún, no había conseguido los resultados que quería pese a tener el paso a paso en algunas recetas. Aunque era de esperar, al estar ese hombre entre los diez mejores del mundo. Como fuese, no sabría si se ajustaba a la respuesta que ella esperaba al ser algo partícular de mi persona—. ¿Y el tuyo?
     
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