Mi declaración de compañerismo hizo que sonriera una vez más, en una clara señal de que aceptó rápidamente el nuevo título que le ponía a nuestra naciente relación. Me gustaba bastante la naturalidad con la que sus labios se curvaban frente a las brisas de mi energía audaz e inquieta. Había sinceridad en la ternura de sus expresiones y eso me hacía muy bien, porque siempre apreciaba en grande cuando las personas me recibían de entrada así, con los brazos abiertos. Mey se sumó a la limpieza con un comentario que esta vez me hizo sonreír a mí, ligeramente emocionada por poder hacer esto en compañía de alguien. Barríamos relativamente cerca una de la otra, trabajando en conjunto sobre un mismo sitio, pero a la distancia necesaria para que nuestras escobas no colisionaran accidentalmente. En el medio le había contado un poquito más sobre mí y le pregunté sobre la filosofía de la limpieza. Su gesto se comprimió con ciertas dudas tras aventurar un par de palabras. Me vi obligada a contener cualquier tipo de reacción o comentario en lo que siguió hablando, porque ponía una carita muy adorable cuando pensaba. —Ambas palabritas son correctas —alcé un pulgar, pero sin dejar de mover la escoba con la otra mano—. Soji u Ōsoji, el ritual japonés de la limpieza. >>Adoro entrenar y hacer ejercicio, como podrás suponer —empecé diciendo—. Y gracias a las artes marciales, no me limito a fortalecerme sólo en lo físico… Por eso vine hoy a realizar el Ōsoji en el dojo —entonces me detuve y conecté con los ojos de Mey—. Porque no se trata solamente de limpiar el ambiente y sus cositas… sino también nuestro mundo interno —hice una pequeña pausa—. Nuestra relación con el exterior refleja nuestro interior. Me gusta pensar esto como una muestra de aprecio por lo que nos rodea; incluyendo objetos, animales y personas —le sonreí con suavidad—. Por lo tanto, esta limpieza es un acto de respeto hacia el dojo, y a la vez un ejercicio de purificación espiritual donde aprendemos a ser más humildes y a valorar al prójimo, pues dejamos el lugar listo para quienes vendrán más adelante. >>¿Y sabes cuál es la parte más linda, Mey? Limpiar en grupo. Porque así desarrollamos un sentido de pertenencia, camaradería y equipo. Me detuve para recuperar un poquito de aire, pues me encantaba hablar de estas cosas pero a veces mis explicaciones se alargaban. Con Fuji pasó lo mismo cuando vinimos, fui como un torbellino de palabras. Y aún quedaba hablar de mi club. —El club que quiero abrir es de judo —dije entonces, mientras volvía a concentrarme en la labor de pasar la escoba—. Un arte marcial centrado en lanzamientos y derribos, el cual permite un gran desarrollo físico, mental y emocional —expliqué—. Tiene un detalle que me parece interesante: te permite utilizar la fuerza y peso del oponente en su contra, por lo tanto requiere un gran dominio técnico —asentí, con el entusiasmo contenido—. Por ahora se sumó un amigo mío al club, y estoy esperando la confirmación de una chica de otro curso. Me volví a girar hacia ella. —Ahora háblame de tu club. ¿Cómo se entrena? ¿Hace mucho que practicas esgrima?
Contenido oculto: porque puedo Me sentí algo más cómoda cuando comencé a barrer junto a ella, pues ahora las dos estábamos ocupadas en la misma tarea, y sentí que una tensión de la que ni siquiera había sido consciente hasta entonces me abandonaba los hombros. Era una tontería, pero junto al polvo creí estar sacudiendo algunos pensamientos, al menos lo suficiente para poder ignorarlos por el rato del receso. En esa suerte de burbuja, Vero me dijo que ambas palabras eran correctas y aunque no dije nada era obvio que estaba prestándole atención mientras seguíamos sacudiendo el polvo. En la respuesta del ritual de limpieza continuó brindándome partes de sí misma, haciendo que pudiera hacerme una imagen más clara de quién era. Parecía una chica disciplinada con todo esto de las artes marciales, el dojo y demás. Cuando mencionó el mundo interno la primera imagen que me alcanzó la mente fue la de mi propia habitación. Durante la ausencia había pasado semanas sin doblar las colchas, apiñaba la ropa en una silla y, si tenía suerte, barría al final de la semana. El desorden sostenido, los objetos apiñados y demás eran uno de los indicadores más poderosos de que algo no estaba funcionando. Nuestro espacio replicaba el estado de nuestra mente y si no teníamos fuerzas para ordenar nuestros pensamientos, tampoco la teníamos para ordenar y limpiar nuestro espacio, prolongando las malas sensaciones. Era la fatiga atemporal, la falta de interés y el abandono de uno mismo. Algunos lo llamaban el cuarto de la depresión. La idea conectaba y a la vez no con lo que estaba diciendo la muchacha, porque en el caso del dojo había también esa solidaridad de preparar el espacio para los demás que lo utilizaran, algo que no pasaba con las habitaciones. Además, aquí aplicaba justo lo que estaba diciendo ella, la parte de limpiar en grupo permitía crear lazos, pertenencia y todo lo demás. Era eso lo que lo diferenciaba por completo de la idea de enfrentarse solo al cuarto desordenado que representaba todo lo que uno no podía solucionar. Lo de la camaradería me hizo sonreír mientras seguía con mi tarea, también me hizo algo de gracia su pausa porque la pobre parecía haberse quedado sin aire por el pequeño monólogo, así que le cedí su tiempo. Cuando retomó me contó que su club era de judo, me explicó de manera bastante concisa en qué se basaba y también apuntó lo interesante de la disciplina, lo de usar la fuerza del otro en su contra. Tenía en el club a un amigo suyo y esperaba la confirmación de otra persona. —¿Podría anotarme? —Busqué saber sin permitirme un segundo de pensamiento—. Me gusta el deporte y eso, aunque nunca he hecho ninguna arte marcial. Cuando se giró hacia mí para preguntarme por el club de esgrima, hace cuánto lo practicaba y tal detuve mis movimientos un segundo. Fue apenas para mirarla antes de retomar y comenzar a hablar más o menos como había hecho ella, aunque un poco más despacio, tal vez. —Suelen definir la esgrima como un arte y un deporte, es una disciplina europea. Para resumir, se basa en defender y atacar. —Comencé a explicar y en cierto punto dejé de barrer para tomar la escoba como si fuese un florete—. Los duelos se trabajan marcando puntos, dependiendo de la modalidad marcas punto con la punta del arma o replicando un corte y es permitido atacar al otro en ciertas zonas del cuerpo. La esgrima de sable, por ejemplo, replica los asaltos de caballería. Me parece la modalidad más interesante, requiere rapidez y agilidad. Balanceé la escoba, cortando el aire y luego la regresé al suelo para seguir barriendo. —Practico desde que tengo quince años.
¿Podría anotarme? Fue la pregunta que provino de la chica apenas terminé de hablar sobre el club. Lo hizo sin titubear, tomándome tan por sorpresa que ésta no llegó a reflejarse en mi rostro. Quizá fue por la creencia de que necesitaba un tiempito extra para readaptarse a la rutina escolar, pero no esperé que quisiera sumarse a las actividades de otro club tan pronto. Sin embargo, debía ser completamente honesta: lo estuve deseando con creces. El motivo de mi anhelo iba más allá de la emoción de tenerla como mi alumna… La tentación de invitarla había surgido en el momento preciso que dio el paso dentro del dojo. Con esa acción había extendido un enlace con el lugar que me hizo interesarme por ella, pero además me sentí alcanzada por tal vínculo cuando, al presentarnos, nos dimos cuenta de que ya sabíamos quién era la otra, incluso si nunca nos vimos. Teníamos a Jez como una amistad en común, sonreíamos con la misma facilidad, practicábamos deportes. Y ahora realizábamos juntas la limpieza del dojo, movidas por el objetivo común de purificarlo. A estas alturas ya estaba claro… Que el destino nos puso en el mismo camino. —¡Claro! —respondí con transparente y radiante alegría, la sonrisa cruzando mi carita de oreja a oreja—. Claro que puedes. Me pone muy, ¡muy! contenta que quieras unirte. Si no me dejé llevar aún más por mi energía desbordante fue para prestar debida atención a su explicación sobre la esgrima. Aprender aspectos de los deportes que practicaban otras personas me resultaba inspirador, sobre todo si éstos tenían un componente de combate en su disciplina. Mey se detuvo e hice lo mismo, sin despegar los ojos de ella. Me dejé embargar por el ritmo suave de su voz cuando me obsequió un primer cuadro de lo que era la esgrima. El uso de la escoba como sable fue encantador, y allí también creí notar otra pizca de su solemnidad; no pude hacer más que esbozar otra sonrisita mientras continuaba oyéndola. Lo de marcar puntos según las zonas del cuerpo impactadas se asemejaba al reglamento de las competiciones de Taekwondo y del estilo shotokan de Karate, con la diferencia de aquí usábamos un arma. El concepto de convertir un objeto en una extensión de nuestro cuerpo me resultaba fascinante, y era uno de los principales motivos por lo que me interesé en Club de Esgrima. ¡Y por la chance de ampliar las fronteras de mis entrenamientos, por supuesto! Le dediqué un par de suaves aplausos cuando hizo el movimiento de corte con la escoba. Si bien quedaba mucho camino para seguir conociendo a Mey, acababa de verse como toda una espadachina. Me pregunté si habría floretes aquí guardados... —Me dan muchas ganas de empezar ya mismo a practicar —afirmé, un poquito en broma y otro poquito no; entonces bajé la vista para seguir barriendo—. Ah, ya casi terminamos. Efectivamente, todo el tatami había recuperado buena parte de su esplendor; las nubecitas de polvo fueron rápidamente arrastradas hacia el exterior gracias al paso de una brisa, que recorrió el espacio a través de las ventanas abiertas... Ahora sólo quedaba pasar agua limpia. Le pedí a Mey que me esperara. Volví a dirigirme al armario alargado para retirar dos trapeadores, busqué la cubeta de agua que había dejado a un lado (junto a mi blazer doblado y el bento, y no muy lejos noté el suyo) y regresé rápidamente con ella, extendiéndole uno. Mi escoba ya había quedado a un lado, apoyada en la pared. —Pasaremos una sola vez estos trapeadores, caminando a lo largo y ancho del tatami, una al lado de la otra. Y con eso sería todo por hoy —dije con una sonrisa, mientras mojaba mi trapeador dentro de la cubeta, con cuidado de no volcar agua sobre nuestros zapatos— Por cierto, ¿de casualidad también eres de tercero? —pregunté— Dices que empezaste con la esgrima a los quince y da la impresión de que llevas un tiempito practicándola. Yo voy a la clase 3-3 —sonreí. >>Y retomando (perdón si te mareo, uy), ¿cómo empezaste a interesarte en la esgrima? Me posicioné con el trapeador ya listo, y esperé a que ella hiciera lo mismo.
Su reacción a mi intención de unirme a su club dejó claro que había querido ofrecérmelo desde el inicio, pero que con la información que poseía había preferido guardarse la intención para sí, quizás esperándome. Su figura siguió fusionándose con la de Jez en partes específicas, se fundió con ella y aunque seguí con mi explicación como si nada, lo cierto es que había sentido las lágrimas arderme detrás de los ojos. No creía merecer a estas personas, pero las necesitaba. Atendió a mi explicación con la atención de todo alumno o al menos así me lo pareció, incluso aplaudió cuando repliqué un corte con la escoba y sonreí para mí misma. En este espacio había logrado construir una Laila diferente, una digna del reconocimiento de otros y más fuerte. Deseaba ser siempre esa persona pero había flaqueado al saberme sola, al ver mi pequeño reino desmoronarse y con él todo lo demás. Esperaba que todo eso se fuese con este polvo, la verdad. Cuando Vero me dijo que la esperara así lo hice, solo me moví para apoyar la escoba por ahí y cuando la muchacha regresó conmigo atendí a sus indicaciones. Apenas terminó me dispuse a imitarla, me posicioné como había pedido y atendí a su siguiente serie de preguntas. —Sí, también soy de tercero, pero de la 3-1 —respondí y traté de buscar una manera de decir lo siguiente, busqué palabras, ideas y al final creí llegar a una respuesta sincera pero limitada—. Tuve algunos problemas cuando tenía quince, que al final desembocaron en cuadros ansiosos muy marcados y otras cosas así. Mi familia y los terapeutas acordaron que quizás practicar algún deporte podría ayudarme, pero sentía que era muy delgaducha para las artes marciales y me daba algo de miedo. En la esgrima hay una arma de distancia del otro, me llamó la atención aunque igual me resistí un poco al inicio... Acabó gustándome de todas maneras.
Mi intuición fue correcta, Mey también pertenecía a tercero y, para ser más precisa, iba a la misma clase que Ali-chan. Era una suerte que tuviéramos la misma edad, para ser honesta. ¡Es que…! Si llegaba a enterarme ahora mismo que esta chica tan hermosa, amable y adorable era una kōhai… Ay, mi corazoncito no hubiera podido resistir otra cuota más de ternura. La sensación se hubiera sumado a la gran ola de entusiasmo que ahora mismo embargaba mi espíritu, ya que me emocionaba muchísimo nuestro futuro como maestras, alumnas y compañeras de nuestros respectivos clubes. Iba a ser la primera vez que realizaba un intercambio así con alguien, y sonaba genial, ¡muy bonito! Nos encontrábamos codo a codo, con los trapeadores listos, pero si no di la señal de avanzar fue porque advertí, nuevamente, que la chica estaba buscando palabras con las que responder la otra pregunta, aquella referida a sus comienzos como esgrimista. La esperé durante los segundos que tuvo lugar su deliberación interna… Y entonces, Mey me confió algo importante… Algo que no era fácil de contar. Su respuesta fue escueta, pero sincera. A sus quince años había sufrido problemas que la llevaron a padecer fuertes cuadros de ansiedad. Escuchar aquello hizo que la conmoción resurgiera con más profundidad en mi corazón. El pecho se me sacudió con la pregunta de si algo parecido la había obligado a ausentarse de la academia... Pese a todo la miré con calma, acompañándola con una expresión sosegada en el rostro; mantuve una actitud sumamente respetuosa frente a su sinceridad, porque era lo mejor que podía hacer como oyente de su historia. La chica siguió hablando, comentándome que las artes marciales le daban miedo por considerar que no tenía la complexión necesaria, y que eligió la esgrima gracias a la distancia que ofrecía el sable; eso último me pareció un dato bastante relevante. Cuando finalizó diciendo que la esgrima le terminó gustando, afirmé lentamente y la sonrisa regresó de a poquito a mi rostro, alentada por saber que había encontrado su lugarcito en esa disciplina. Regresé a sus ojos, fiel a mi modo de conectar con las personas. El mar azul de mi mirada le expresaba gratitud por haber sido sincera y confiar en mí, le decía que la respetaba y que... la acompañaba. Que estaba allí, con ella, en todos los sentidos posibles. A una indicación mía, empezamos a avanzar con los trapeadores sobre el tatami, pero no tardé en continuar la conversación: —Cuando hiciste el movimiento de hace un rato con la escoba, me pareció ver en tu mirada y tu postura... la manera en que la esgrima forma parte de tu identidad… —asentí, segura de lo que decía— Es bueno que hayas encontrado tu camino con el sable, se ha notado que te gusta. Y sobre todo... es bueno que hayas regresado al dojo. Bienvenida de vuelta, Mey. Estiré una mano para deslizarla por su brazo, mientras seguíamos caminando. Fue una caricia fugaz, liviana, que al final no pude contener. Era confianzuda hasta el infinito, era lanzada y me gustaba cuidar a la gente, incluso con gestos tan pequeños como aquel. Cuando capté su atención, le sonreí con dulzura. —En cuanto a la artes marciales, es un miedo comprensible la idea de empezar ese sendero —continué—. Pero tenemos estaturas y complexiones similares, eso facilitará muchísimo nuestras prácticas de judo. Prometo que seré la mejor guía que puedas pedir.
Sabía que lo que le había soltado era una confesión sin pistas, le había escupido los resultados de algo pero no el algo en cuestión. Era importante, era vulnerable, pero no me exponía lo suficiente para implicar un cambio realmente necesario en la conversación. Mostrar la huella de un animal o una cosa para nada era parecido a ver qué había producido la marca; en cierta manera, lo mismo aplicaba al filo de un arma o al camino trazado con un florete. Había distancia, habían suposiciones y conceptos que no aterrizaban. Como nombrar un fantasma. En el azul de sus ojos encontré gratitud y respeto, algo que me pareció natural en esta chica. Incluso si sabía que no habría lástima en su mirada ni burla había preferido cortar detalles escabrosos para protegerme a mí misma, para evitar un tropiezo en mi avance de semanas. Era una medida de autopreservación, sí, pero de todas formas fui capaz de dedicarle una sonrisa de agradecimiento antes de comenzáramos a pasar los trapeadores. —De alguna manera soy una persona diferente aquí, con este deporte, que quien soy afuera —confesé también y me permití una risa que sonó resignada—. Una parte de mí extrañaba a esa Laila, supongo. Sentí su caricia, mantuve la sonrisa y asentí ante lo siguiente que dijo. Lo que me había animado puede que fuese eso mismo, si una chica como Vero, que no parecía tener una complexión demasiado diferente a la mía, podía practicar artes marciales y enseñarlas quizás no había nada que temer en realidad. —Confío en que eres una buena sensei, Vero. Contenido oculto medio trucho el post porque durante el finde voy a andar posteando desde el celu, me perd0 nas?
Me conmovía con facilidad frente a historias de adversidad o de dolor. Conectaba rápido con los demás y, por tanto, no fueron pocas las ocasiones donde las personas me confiaron partes delicadas de sí mismas. A veces, sus lados vulnerables me llegaban en forma de palabras, tal era el caso de Mey; en otras ocasiones presenciaba señales silenciosas como las desgarradoras lágrimas de Jez en los humedales o la emoción de Fuji cuando le regalé las galletitas. No podía evitar que la conmoción estrujara mi corazoncito, pero tenía la fuerza de mente y espíritu necesaria para saber acompañar esos momentos con madurez. Evitaba la lástima porque la consideraba una falta de respeto, e incluso procuraba no ser excesivamente alentadora… porque incluso las buenas intenciones tenían el poder de lastimar. En cambio, mostraba sincero interés y comprensión, hacía saber que mi presencia podía ser un pequeño pilar. Y dependiendo del caso, me dejaba llevar con gestitos como agarrar de la mano, abrazar o acariciar… La limpieza del dojo mantenía su ritmo constante en lo que charlábamos. El paso de nuestros trapeadores dejaba estelas de brillo húmedo en el tatami, lo cual se sentía como recuperar una luz que había estado durmiendo por mucho tiempo bajo el polvo. Mientras tanto, Mey siguió confesando cositas sobre ella. Lo hacía poniendo algunos límites, cosa que me parecía comprensible porque entendía que buscaba guardar su privacidad; al fin y al cabo, no dejábamos de ser un par de chicas que estaban recién conociéndose. Presté atención a la dualidad que hizo sobre sí misma y me permití una pequeña sonrisa frente a su risita, en la que me pareció percibir resignación. Comprendía en parte lo que quería decir, pues yo misma adoptaba un carácter algo más implacable en las artes marciales, sobre todo cuando competía; sin embargo, lo de Mey sonaba a que le costaba aceptar la persona que era fuera del dojo, o eso me pareció. Al escuchar la palabra “sensei” brotando de sus labios, intenté contener la emoción. Pero no logré hacer mucho frente a la sensación de hormigueo en la nuca, la cual arrancó una risita contenida que terminó por estirar mi gesto en una sonrisa. Me llevé una mano a la mejilla, complacida. —Trata de no decirme “sensei” muy seguido, que ya ves el efecto que produce —advertí en broma; nos acerqué la cubeta para volver a humedecer los trapeadores—. ¡Es que…! No te haces una idea de lo mucho que me emociona la idea de enseñar los valores y técnicas de un arte marcial. No era consciente de la oportunidad que tenía enfrente, hasta que un amigo me dio la idea de abrir el club. Va a ser la primera vez que dirija un grupo, pero estoy preparada para el desafío —afirmé mientras continuábamos avanzando con los trapeadores—. Y… confío en que yo también estaré en buenas manos cuando aprenda a usar el florete... Mey-sensei —le guiñé un ojo. Observé el espacio a nuestro alrededor. Habíamos pasado por la mitad del tatami, pero esta parte de la limpieza era bastante más rápida que lo de barrer. No tardaríamos mucho en terminar. >>¿Te parece si aceleramos un poquito? Cuando terminemos de pasar los trapeadores, tan sólo nos quedará una cosita más por hacer.
Había encontrado lástima incluso en los ojos de los adultos, puede que hasta me la imaginara cuando no estaba allí y por eso recortaba los fragmentos de una verdad más amplia, más dolorosa y más sucia. La resistencia era un obstáculo, claro, pero también servía a una función porque nadie se resistía si se sentía seguro de verdad. Era el escenario ideal quería decir, porque sabía de primera mano que cierto tipo de miedo era capaz de congelar a las personas, incapacitando su posibilidad de resistirse. Seguimos con la limpieza mientras la charla continuaba, conmigo dejando información recortada, y aunque supuse que todos teníamos diferentes versiones de nosotros mismos una cosa era no sentirse a gusto con la versión de ti que eras la mayoría del tiempo. Todo podía convertirse en un problema cuando se acercaba al terreno de lo irracional, de lo intrusivo y excesivo. Hasta la mínima cosa. En cualquier caso, que la llamara sensei le arrancó una reacción bastante genuina y a mí se me escapó una risa por la nariz. Me dijo que no le dijera sensei muy seguido porque ya veía lo que pasaba, luego explicó que la emocionaba enseñar los valores y técnicas de un arte marcial incluso si era la primera vez que dirigía un grupo. Había algo en ella, en ese entusiasmo tan genuino, tan trasparente, que hacía que uno se calmara. —Siempre que a un maestro le entusiasme enseñar, creo que es capaz de hacer el mejor de los trabajos —comenté casi como una idea al aire y luego volví a reír cuando dijo que ella también estaría en buenas manos—. Confiemos en que así sea. Cuando apuntó que si podías acelerar el asunto un poco observé la mitad limpia, asentí con la cabeza y reafirmé el agarre en el trapeador. Después de todo era ella la que sabía lo que estábamos haciendo. —Claro. Tú mandas, Vero.
Si bien acaba de pedirle que no me dijera sensei tan seguido, no iba a quejarme en lo absoluto si la chica decidía pasar por encima de la petición para llamarme así todo el día, pero tendría que habituarse a presenciar mi reacción tan desbordante; al menos, hasta que yo misma lograse acostumbrarme a esa palabrita. ¡El punto es que…! En realidad, me encantaba que se dirigieran a mí como sensei. Pero no por ego o por superioridad. Nop, nada de eso… El sentimiento nacía de la pasión por las artes marciales, así como del inmenso respeto que profesaba hacia mis tres sensei: Takeshi, quien me dirigió en el duro camino del Karate Kyokushin, enseñándome a caer, levantarme, explotar mi potencial físico y mental; Gonsake, que además de maestro era como un amigo, con él encontré en el Judo un nuevo sendero para seguir mejorando, sobre todo como persona; y Valeria, mi adorada hermana mayor, con la que me divertí aprendiendo Taekwondo en casa, más algunas técnicas de defensa personal. Ellos eran muy importantes en mi vida y también mi inspiración. Por eso la palabra sensei tenía un efecto tan especial en mí, ya que sentía que estaba por dar un pequeño paso en el mismo sendero que ellos con este club escolar que buscaba fundar. La emoción de la primera experiencia hacía cosquillitas. Además, me gustaba pensar que a través del judo podría mostrar a los demás un camino para descubrirse y pulirse a sí mismos.... No solamente en el plano de lo deportivo. Era emocionante, tenía un significado especial. Por eso las palabras de Mey fueron como una caricia hacia mi almita vibrante, que se relajó en una sensación de suavidad. Llegué a mirarla antes de que la sonrisa cerrara lentamente mis ojos. Ella volvió a reír cuando le dije que estaría bien en sus manos. Me gustaba su risa. Era relajante y la hacía brillar, como la lucecita que era. Cuando dijo lo de confiar en que también sería una buena sensei (¿se le decía así a quienes enseñaban esgrima?), asentí con energía. —Estoy segurísima de que lo haremos bien —afirmé, casi como una promesa. Tras eso tocó finalizar con la limpieza del Dojo. No me consideraba la que mandaba aquí, pero de todos modos sugerí terminar de fregar el tatami un poco al trote, tanto para acelerar como para que fuese un mini-ejercicio. Así lo hicimos, con una o dos paradas extra para remojar los trapeadores en la cubeta. Para cuando terminamos, nos hallábamos de pie cerca de la entrada del Dojo, a un costado del tatami. El lugar había recuperado buena parte de su grandiosidad. Se veía impecable y en condiciones para recibir a un grupo entrenando. Nadie quedaría cubierto de polvo, como le pasó a Fuji cuando le enseñé una técnica de derribo. —Quedó muuuy beautiful —dije, alegre, mientras apoyaba el trapeador en la pared que había a nuestras espaldas, allí donde también reposaban las escobas—. Pero como bien dije: queda una cosa por hacer. Es la parte más importante… No me alejé mucho, de todos modos, pues busqué algo que había quedado cerca de la entrada. Era mi bento, el cual tomé en mis manos a la vez que recogía el blazer, que quedó pendiendo en uno de mis antebrazos. Regresé con Mey y me paré frente a ella. —Almorcemos juntas —invité con una gran sonrisa—. Has traído algo, ¿no? Podemos comer aquí dentro o sentarnos afuera, te dejo la elección a tí — entonces la miré con ojitos curiosos— Por cierto, ¿Jez no te habrá mencionado, de casualidad, a un tal Copito?
No creía que fuese un gran drama decirle sensei, quería decir, porque no parecía que su alegría viniera un núcleo de ego ni nada parecido. Parecía algo más claro, puro quizás, como para ser equiparado con una descripción como esa. Quise pensar incluso que su alegría tenía una base más afectuosa, de lo que sus propios maestros habían significado para ella, que algo tan burdo como saberse por encima de los demás. Los verdaderos maestros muchas veces no se valían de la jerarquía para enseñar algo. También afirmó que lo haríamos bien, asentí con la cabeza suavemente y lo dejé estar. Sabía que era capaz de enseñar, de evaluar y todo lo demás, había tenido que hacerlo un par de veces ya porque las circunstancias no dejaban mucho más, así que eso no me preocupaba demasiado. Quizás fuese su entusiasmo lo que me ponía un poco nerviosa, no porque fuese algo malo, si no porque temía no alcanzar sus expectativas. En todo caso, eso sería un asunto para el futuro. Ahora nos centramos en terminar de limpiar el dojo, lo hicimos prácticamente al trote y de vez en cuando la tontería consiguió hacerme reír. En definitiva eso aceleró el proceso, así que pronto estuvimos cerca de la entrada del dojo observando el trabajo terminado. Tenía otra cara, el pobre, se había pasado meses descuidado y ya era hora de hacerle justicia. —Se ve mucho mejor —secundé después de poner el trapeador en el mismo lugar que ella. Con el asunto de la limpieza había olvidado completamente el almuerzo, eso no iba a negarlo, así que cuando ella tomó el suyo se me oxigenó el cerebro y cuando volvió para decirme que almorzáramos juntas no respondí como tal, solo fui a buscar mi propio bento. Me debatí si comer adentro o afuera, pero con lo bonito que había quedado preferí quedarme adentro así que regresé con la muchacha. —Yo digo que admiremos un rato más nuestro trabajo. —La curiosidad en sus ojos al preguntar si Jez me había mencionado a un tal Copito me hizo repasar mentalmente mis conversaciones con ella los últimos días, cuando fui capaz de contestarle con más fluidez, y creí recordar el nombre junto al de esta chica pero no creía que hubiese sido específica al respecto—. Creo que sí, recuerdo el nombre. ¿Tienes una mascota? En mi defensa, lo último que uno pensaría al hacerse una imagen mental de un Copito sin descripción fisionómica alguna no era un pájaro albino. No se suponía que la gente anduviera por ahí con pajaritos. Contenido oculto laila va a conocer a copito *inserte chillidos incomprensibles*
La chica era suave, tranquila y amable. Pero al proponerle el almuerzo juntas me dio bastante ternura que, en lugar de afirmar o responder algo más, se dirigiera rauda y silenciosa hacia el otro bento que había detectado en el sitio, que no podía ser otro que el suyo. Fue como si mis palabras hubiesen hecho brincar en su cabecita el recuerdo de que se había traído su comida, y eso indicaba cuánto empeño puso en la limpieza del dojo. Lo había visto en sus ojos cuando admirábamos el fruto de nuestro trabajo, lo detecté en sus palabras cuando dijo que se veía mucho mejor. Me dio calidez verla debatirse con el bento en sus manos, antes de que regresara conmigo para confirmar que quería quedarse en este lugar que tanto le importaba. Asentí para mostrar que la acompañaba en su decisión. Mey reconoció el nombre de Copito, logrando que mi sonrisa se ampliara. Me hacía muy, muy bien al corazón saber que Jez nos estuvo mencionando en sus charlitas. A lo mejor ocurrió una sola vez, ¡quién sabe…! Pero ambas nos teníamos presentes incluso en las distancias de la vida cotidiana, y eso me parecía precioso, tanto como el cariño tan puro que Jez profesaba. Mi adorada amiguita era una luz que me daba muchas más fuerzas de las que ya tenía... Y esperaba hallar también con Mey una relación así de linda. Y sip, tal vez era demasiado pronto para ponerme a pensar en algo así, pero... Mis deseos más genuinos nunca hallaron límites. Soy confianzuda, al fin y al cabo. —Exacto, es mi mascota y un fiel compañero —le respondí, tras lo cual me incliné hacia ella en modo confidente, colocando una mano junto a mi boca mientras bajaba la voz. Era puro teatro, claro, ya que nadie nos iba a oír—. Te cuento un secretito: viene conmigo a la academia, todos los días. Pasa la mayor parte del tiempo afuera, pero otras veces lo metí a escondidas… Y… —realicé una pausa dramática— ahora mismo se encuentra aquí, en el Dojo. Le guiñé el ojo con una sonrisita. El gesto no fue burlón ni transmitía nada por el estilo, más bien había entrado en la suficiente confianza como para ponerme juguetona con Mey. Entonces alcé la cabeza hacia el cielorraso del dojo. Miré a un lado y otro con tranquilidad y, cuando creí detectar un pequeño resplandor entre el color de la madera, apreté ligeramente dos dedos sobre mis labios… Silbé. El sonido rebotó en las paredes. Fue breve y bastante agudo, aunque bien provisto de suavidad. No se asemejaba al canto de un ave, pero se le aproximaba (creo). De pronto, un destello chiquitito y veloz descendió frente a nosotras. Tan blanquito que parecía erradicar las sombras del día nublado. Dibujó un par de círculos en el aire hasta que, cuando extendí la misma mano con la que silbé, el gorrión albino se acercó para aferrarse a mi dedo índice. Lo aproximé a mi oreja para que me diera su típico picoteo en el lóbulo, que como siempre me arrancó una risita. Jamás, ¡jamás!, me iba a acostumbrar a esta cosquillita. —Mey, te presento a Copito, mi gorrión —dije, acercando mi índice a la susodicha para que pudiese apreciarlo mejor. El pajarito posó en ella sus ojitos rojos, curioso—. Copito, ella es Mey, mi compañera, alumna y maestra, ¡todo a la vez! —afirmé, mientras miraba a la carita de la chica para no perderme un solo detalle de su reacción.
Se me ocurrió de repente, en medio de mis palabras, que Jez iba a sentirse feliz al saber que dos personas que apreciaba estaban haciendo buenas migas. Era siempre así, incluso cuando no tenía una relación tan cercana con las personas, si alguien que se había ganado una pizca de su cariño se relacionaba con alguien más que apreciaba se quedaba contenta. Jez buscaba unión, sí, pero a veces no la suya si no la de los demás. Cuando la chica me secreteó que traía a Copito a la escuela sí me confundí, no lo dejé ver pero empecé a preguntarme qué clase de mascota sería porque colar un perro o un gato a la academia no debía ser muy sencillo que digamos. Encima soltó que estaba aquí en el dojo y comencé a confundirme muchísimo, ¿qué tenía? ¿Un hamster tal vez? ¿Un ratón? Cuando silbó se me ocurrió la respuesta a mi pregunta, pero me pareció un sueño de fiebre que... Terminó por volverse realidad. El chispazo blanco descendió del cielorraso, rápido, giró algunas veces y finalmente se posó en su dedo. Lo miré bastante estupefacta, como si estuviese viendo visiones o algo. —Es un pajarito —murmuré, incrédula—. Un pajarito albino. Observé al animalito, me observaba con sus ojillos rojos y el plumaje blanco, puro, hizo que el nombre tuviera todo el sentido del mundo. Tardé un poco en superar el shock, pero cuando lo hice busqué los ojos de Vero y aunque quise modularlo en mi voz se coló una ilusión que fue casi infantil. —¿Puedo acariciarlo?
Copito podía ser chiquitito como todo buen gorrión, pero tenía un poder enorme sobre las personas. No hubo nadie, en los más de dos años que llevaba a mi lado, que no hubiese sido captado de alguna forma por su presencia brillante. Yo disfrutaba de prestar atención a las variadas reacciones que el pajarito provocaba entre la gente, que iban desde sutiles desvíos de miradas hasta pedidos directos de tocar sus blancas plumas. Muchas veces me habían expresado fascinación por el hecho de que una chica albina como yo tuviese una mascota que poseía la misma condición, lo cual me parecía un detalle bastante bonito que, sin embargo, no dejaba de ser una coincidencia extraordinaria... ¿O también fue destino? Mis ojos no se desviaron ni por un solo instante de Mey. Tras realizar las debidas presentaciones, su semblante mostró un gran asombro, como si no diera crédito a los que sus ojitos veían. Tanto ella como el gorrión se observaban fijamente, intercambiando miradas carmesíes. Al escuchar su murmullo, lo del pajarito albino, el corazón me palpitó con una ternura tan inmensa que me dejó sin palabras en ese instante, por lo que sólo pude responderle con un asentimiento silencioso. La chica estaba teniendo una reacción tan pura y auténtica que me inundaba el alma de lindas sensaciones, aunque en eso también estaba influyendo la emoción de presentar a Copito. Le permití su tiempito para asimilar la situación. La sonrisa se me estiró al notar la ilusión marcando su voz, cuando preguntó si podía acariciarlo mientras me miraba a los ojos. —Claro que sí —respondí con suavidad, acercándole un poco más al gorrión; éste mantenía sus ojitos puestos en Mey, sumamente interesado—. Hazlo sin miedo, parece que le inspiras tanta confianza como curiosidad —le dirigí una mirada cálida a la chica—. Porque nota que me lo estoy pasando muy bien contigo.
Esto de meter un gorrión a la escuela de repente le dio a Vero unas vibras de Blanca Nieves de lo más graciosas, eso no podía negarlo, porque encima solo había silbado y el pájaro había descendido de su escondite, así como si nada. Era como una princesa de Disney, con su cabello blanco, los ojitos azules y su compañero emplumado. La imagen pecaba un poco de cliché, pero solo me llegó a la mente sin permiso. Además de eso allí estábamos Copito y yo, intercambiando miradas del mismo color, y toda la escena comenzó a parecer un sueño de fiebre o algo así. Si algo era seguro, era que al despertar esta mañana no esperaba estar en el dojo con una muchacha que traía a su ave mascota a la escuela y mucho menos que el animalito fuese tan dócil con ella. Imaginaba que confiaba en Vero, algo perfectamente comprensible. Me había quedado esperando su respuesta como si fuese una niña que espera que el dueño de un perrito le diga que no muerde, contestó que sí me acercó al gorrión, también dijo que parecía inspirarle confianza y curiosidad, seguro porque notaba cómo ella lo estaba pasando conmigo. Eso me estiró una sonrisa en el rostro, alegre. —Confías mucho en Vero, ¿no, Copito? —dije casi en voz baja, estirando el índice para hacerle cosquillitas en el pecho—. Qué lindo. Nunca había tocado un pajarito.
Tenía ocasiones en las que pecaba de ser algo distraída; por ejemplo, cuando no reconocí a Suga como mi compañero de clase o el dichoso caso de la harina en la nariz que Fuji tuvo que limpiarme. No me consideraba despistada como él me había dicho y, de hecho, algo de vergüencita me entraba cada vez que daba esa impresión. En realidad, podía llegar a ser la chica más atenta y observadora del mundo cuando me lo proponía, si había gustos o intereses profundamente implicados, los cuales siempre, pero siempre, tenían que ver con el goce y el afecto, con el apoyo y la protección hacia los demás. Así que en este modo me encontraba, aquí y ahora. Seguía observando a Mey con un detenimiento casi detectivesco, al mejor estilo Hubby (¡parecía que nada se le escapaba a ese chico!). Cada vez que presentaba a Copito a las personas o les entregaba un regalo… eran de esos momentos donde mí atención alcanzaba sus puntos máximos, porque amaba presenciar sus reacciones, ser testigo de algún destello donde se filtrasen sentimientos. No buscaba con eso una satisfacción personal, mis acciones distaban de ser así de egoístas. Era, más bien, como una tendencia natural que poseía casi sin darme cuenta: buscar en la gente un espacio para entregarles un pequeño momento de luz. Esa misma luz fue lo que vi en la alegría de la sonrisa de Mey, tras sincerarme sobre lo bien que me la estaba pasando con ella. Ya me venía haciendo bien al corazón el asombro que le había despertado Copito y el detalle de que tenían ojos del mismo color, pero aquello terminó de completar lo lindo del momento. Sobre todo, me alegraba verla así luego de que me tuviera que dar pistas sobre sus problemas para darnos a entender algunas cosas... Estaba siendo este su momento de luz, pequeño y fugaz, pero esperaba que le dejara el corazoncito encandilado por un rato bien largo. Copito, como era de esperarse, reaccionó muy bien ante el contacto de Mey. Al sentir el dedo cosquilleando su suave pecho, el gorrión sacudió sus alas sin abrirlas, infló con poco sus plumas y comenzó a deslizar su piquito sobre la uña de la chica, algo que estaba a medio camino entre una caricia y un picoteo. Que la chica le dijera lo lindo que era fue suficiente para llenarme de alegría, me gustaba que apreciaran a este pajarito que tanto quería. —Jez me dijo algo un poquito parecido —respondí al detalle de que nunca tocó un pajarito—, pues ella llegó a tenerlo sobre su índice . Lentamente, extendí el resto de los dedos bajo Copito, tras lo cual acerqué mi mano a la de la chica, posicionándola con gentileza de costado. Las yemas de mis dedos reposaron sobre parte de sus nudillos. Y nuestros índices quedaron juntos, en paralelo. Copito permanecía sobre el mío con la tranquilidad de todo un campeón, pero algo de tentación pareció recorrer su cuerpito emplumado al ver la oportunidad que tenía enfrente. Le dije algo en voz baja y, entonces, el gorrión se trasladó al índice de Mey. —Así, ¿ves? —sonreí, apartando mi mano apenas unos centímetros para que pudiese experimentar la sensación de sostener un pajarito en su dedo—. Jez y yo nos conocimos en un campamento que la academia organizó hace poco. Nos hicimos amigas después de una prueba de valor, en una pequeña isla llena de luces de colores. Copito nos dio su bendición desde su índice. Mi mano volvió a acortar distancias con la de Mey, apenas dejando espacio para no atrapar las garritas de Copito entre nuestros dedos. Con el contacto, transmití calidez y algo de emoción. —Ahora estamos recibiendo nuestra propia bendición —aseguré mirando al gorrioncito, sobre el que me incliné para hablarle:—. También confías en Mey, ¿no es así, chiquitín? Copito intercambió miradas entre ambas, parecía animado. La sonrisa me entrecerró los ojos. —Por cierto, ¿cómo se hicieron amigas Jez y tú? —pregunté con genuina curiosidad— ¿Verdad que es una chica super-dulce?
En medio de la sobrecarga que había significado volver a la escuela, que me encajaran un tour y todo lo demás, la verdad era que había sabido disfrutar este receso. La compañía de Vero era cálida, paciente y tranquilizadora, como si fuese un pequeño amuleto. Ahora a eso se le sumaba que la chica estaba aquí presentándome al gorrión que colaba en la escuela y algo en eso, no sabía bien el qué, se sentía tibio. Era como un rayo de sol entre las nubes luego de una tormenta. Cuando acaricié al animalito reaccionó bien, sacudió sus alas sin abrirlas, infló las plumas e hizo algo parecido a un picoteo, pero suavecito. Sonreí sin darme cuenta, seguí haciéndole mimos con cuidado porque me parecía una criatura muy pequeña, como si pudiera hacerle daño sin querer. Mientras lo hacía había seguido escuchando a Vero, lo que dijo sobre Jez y que había llegado a tener a Copito en su dedo. Seguí los movimientos de la chica, dejé la mano quieta al adivinar sus intenciones y puede que incluso me saltara una respiración, por temor a que algún movimiento raro asustara al pájaro. Ella le dijo algo en voz baja, el gorrión entonces se pasó a mi mano y la sonrisa se me estiró un poquito. Era liviano, pero igual percibía el pequeño peso. Vero contó que conoció a Jez en el campamento que había habido recién, como ella me había contado, pero añadió algo de información. Lo de la bendición, la amistad consolidada en la isla de colores y lo que sea que hubiese pasado allí. Jez, bajo ninguna condición, me había contado de las cosas que la habían afectado en el campamento. Era posible que se lo llevara a la tumba porque no reconocía sus emociones, las negativas, y por eso parecía siempre feliz y tranquila, pero a veces se le caía la máscara. No la había visto llorar antes de irse a Países Bajos. Tampoco la vi llorar en el campamento. Escuché lo de la bendición, la nuestra quería decir, le preguntó al gorrión si confiaba en mí y él intercambió miradas con nosotras. Parecía concordar con lo que decía su compañera. —Gracias, Copito —dije en voz baja. La pregunta de Vero me hizo distraerme un segundo, la miré y luego regresé la atención al pajarito. Sonreí de nuevo, tranquila, y asentí con la cabeza. —Jez es una de las personas más buenas que conozco. Es amable, amorosa y muy fuerte, incluso si ella no lo sabe; le cuesta verse a sí misma, pero ve a los otros. Siempre los ve, los reconoce y los ama —contesté, sonó un poco a pensamiento en voz alta y regresé la vista a Vero—. El mundo sería precioso si existieran más Jez en él, eso lo tengo claro. Ella fue mi primera amiga en esta escuela, cuando entramos a primero, llegó y se acercó a saludarme, porque me vio almorzando sola el primer día. Se le notaba nerviosa y aún así lo hizo, siguió haciéndolo cada día. Me contaba de su familia, de sus primos pequeños y del amigo que no había entrado a esta escuela con ella. Pronto me sentí cómoda con ella, como si hiciera magia. Contenido oculto cómo ir cerrando esta interacción que me hace bien al alma yahoo respuestas
El tour estaba marchando de acuerdo con la ruta que había trazado mentalmente durante las clases matutinas. La primera fase de mi fantástico plan consistía en darles datos sobre las salas más relevantes de los pasillos, lo cual logré cumplir como tenía previsto (creo). Luego, mi intención era mencionarles los diferentes lugares que había en la planta baja, concediéndoles el derecho a elegir el siguiente destino: si el dojo, si el invernadero, si el observatorio, la biblioteca, la piscina, etcétera, etcétera. Obviamente, estuve deseando todo ese tiempo que eligieran el dojo, por eso me puso tan brillosa de la emoción que Yukkun se adelantara respecto al tema. Eran lucecitas, me trataban bien, sabían de judo y querían ver el dojo. ¿No estaría siendo yo, ahora mismo, la chica más afortunada de la academia? El recorrido hasta el lugar fue bastante ameno, en el que intercambié alguna que otra palabrita suelta con Kaia-chan mientras Yukkun simplemente se mantenía silencioso, como en su mundo, pero acompañándonos a su modo. Cuando atravesamos el camino salpicado de cerezos, pude adivinar por el rabillo del ojo una manchita blanca, veloz, que nos seguía desde cierta distancia, volando de rama en rama. Copito siempre me encontraba fácilmente gracias a sus instintos de pajarito, pero también por lo blanquísimo de mi cabello. Pensé con cierta diversión que ahora debía ser una tarea mucho más fácil para él, siendo tres albinos caminando a la par. Llegamos al dojo. Deslicé la puerta corrediza con lentitud, casi con un solemne respeto hacia el lugar. Parte de la luz del exterior, la de los rayos de sol que pasaban a través de las nubes, se derramó sobre el tatami, completamente desprovisto de suciedad. A mi nariz llegó el agradable aroma de la madera antigua, que ya no se mezclaba con las fuertes fragancias del polvo. También me había ocupado de pasar rápidamente un trapo en los muebles y objetos del dojo, de modo que todo relucía como debió hacerlo antaño. Llevaba el bento pendiendo de mi antebrazo, envuelto en su tela. Tal como sucediera el viernes, cuando vine a realizar el ritual de limpieza y purificación del dojo, lo dejé en el suelo, cerca de la entrada. Con mis brazos completamente libres, regresé hasta donde estaban los Hattori con los dedos entrelazados tras mi espalda. Dirigí una mirada hacia el sitio, apreciándolo. —Kaia-chan, Yukkun… bienvenidos al dojo. Contenido oculto Gigi Blanche
Verónica nos contó la breve historia de cómo se había hecho aquel pequeño corte en la ceja y le concedí mi atención, reaccionando según correspondía. Alcé las cejas al mencionar ella que había participado en un torneo, mi sonrisa se ensanchó al saber que había llegado a la final y mi gesto adquirió una nota de entendimiento con la patada traicionera. ¿Llevaba todos estos meses entrenando sola y aún así había llegado a la final frente a otra de segundo Dan? —Estuviste muy cerca, Maxwell-san —murmuré, asintiendo—. Todo se trata de perseverancia y disciplina, ¿verdad? Preferí mantener reservadas nuestras propias anécdotas; además, las primeras que acudían a mi mente no eran precisamente... bueno, no eran muy legales. Las disciplinas del gendai budō poseían una filosofía muy diferente al kenjutsu que Takanori-sensei nos enseñaba. Equilibrio, templanza e iluminación contra efectividad, supremacía y supervivencia. Aparté la cuestión, pues, y asentí con emoción al invitarnos a ir al dojo. Conversamos brevemente de cuestiones triviales, hasta que alcanzamos el exterior y el paisaje absorbió mi atención. Yuta permaneció en silencio, llenándose los pulmones de aire con cierta discreción; seguramente los dos estuviéramos pensando que era muy bonito. Incluso si no lo parecía, el chico tenía un costado sensible, casi melancólico. En casa pasaba el tiempo que podía sentado afuera, solo, con una pequeña libreta pendiendo de su mano. Sabía que a veces escribía, a veces perfilaba bocetos vagos, pero no tendía a hablar de ello y yo lo respetaba. Llevábamos dos años juntos y había aprendido a conocerlo, pero había mucho de su infancia que desconocía. El dojo era modesto pero, así como todos los de su clase, me resultó precioso. Había algo especial en el estilo que mantenían, la madera, la forma en que la luz se colaba y la paz que poseían, incluso tratándose de lugares donde se ejercía violencia. Era el lugar donde uno sangraba y se reconstruía, del cual salías sintiéndote un poco más fuerte. En las manos equivocadas podía ser una prisión, también. Miré a Yuta, quien se había adentrado en silencio, observando todo a su alrededor. —Es muy tranquilo aquí —murmuró, algo abstraído, y esbocé una sonrisa enternecida al oírlo, incluso aliviada—. Y está muy limpio. —¿Algún club utiliza este espacio? —le pregunté a Verónica, girándome hacia ella.
Una suave sonrisa me danzaba en las comisuras a la vez que mis ojos, convertidos en un océano calmo y profundo, volvían a recorrer cada rincón del espacio. Absorbía las formas de su estructura, el color de la madera, los sonidos del tatami bajo nuestros pies... y la energía que flotaba en el aire, tan solemne y guerrera. Pese a que era apenas la tercera vez que ponía un pie en este dojo, se había vuelto especial a su manera. Porque me remitía a mi propia historia, a mi hogar. Me regresaba a los dojos de Vancouver en donde, desde la más tierna niñez, forjé la persona que era hoy, aquí y ahora. A través de las enseñanzas de Takeshi-sensei, Gonsake-sensei y mi queridísima Valeria, construí un sendero de vida que no estuvo exento de dolor, heridas e incluso noqueos, los cuales supe convertir en los motores que me impulsaron a seguir adelante, sin bajar los brazos. Todo se trataba de constancia y disciplina, como dijo Kaia-chan hace unos momentos. Cuando uno experimenta el dolor, este debe ser tomado como una oportunidad para superarse por medio de la perseverancia. Como una llamada al interior para luchar, aguantar y vencer las debilidades de nuestra humanidad. Observé a Yukkun dando unos pasos hacia el interior del dojo. Desde que alcanzamos el camino de los cerezos, el aura que había a su alrededor mostraba un cambio muy ligero, ¡pequeñito!, pero que no pasó desapercibido frente a mi incesante atención de guía. Cuando me lo proponía, llegaba a ser tan perceptiva como Copito… El chico no había hablado mucho desde que comenzamos el tour, pero sí lo suficiente para que apreciara cada pequeña cosita que me obsequió en nuestros intercambios: que me dijera “atrevida”, que pidiera la palabra misteriosa, sus bromas, sus gestos silenciosos. Me agradaba, pero la forma en que mencionó la tranquilidad y limpieza del dojo... casi me mató de ternura. Ay, los chicos como él, tan serios e inalterables, no tenían ni idea de lo adorables que podían llegar a ser con pequeñas acciones. La sonrisa que danzaba en mis labios se estiró por completo, entrecerrándome los ojos. Cuando Kaia-chan me preguntó por los clubes que utilizaban este espacio, me tomé dos o tres segundos para meditar la respuesta. —Había bastante polvo acumulado, por lo que asumo que no fue ocupado en bastante tiempo —respondí por fin—. Pero pronto será utilizado por el Club de Esgrima y el Club de Judo. Actualmente estamos buscando miembros para poder abrirlos, ya que la escuela exige un mínimo de personas. Tengo fe en que no falta mucho para oficializarlos. Entonces volví a enfocarme en Yukkun, que seguía como abstraído por el dojo. Tras intercambiar una miradita con su prima, me aproximé hasta él con pasos lentos, casi silenciosos. Me detuve a su lado, sin decir una sola palabra para no perturbar sus pensamientos. Simplemente le dediqué una sonrisa suave, tranquila, antes de acompañarlo en la contemplación.
El dojo me permitió reconectar con algo, lo que fuera, que se me escapaba de las manos cada vez que salía de casa. Poseíamos uno dentro de los terrenos de la residencia y más allá de todo lo ocurrido, seguía siendo un lugar que me tranquilizaba el corazón. Lo observé al detalle, cada pequeño rincón, y lo que dije realmente no lo pasé por ningún filtro consciente. La conversación de las chicas me alcanzó desde otro plano, aún así las oí, sólo no hice nada al respecto. La presencia de Verónica a mi lado no me pasó desapercibida y, tras algunos segundos, giré el rostro en su dirección. —Si necesitan miembros pueden contar con nosotros —murmuré, desviando la mirada a Kaia para confirmar su opinión, y ella asintió con calma—. No he practicado esgrima precisamente, pero llevo toda la vida entrenando en kenjutsu. De algo servirá, ¿no? —Y a mí me iría mejor con el judo —intervino Kaia, acercándose a nuestra posición, y se mantuvo pensativa un momento—. Hmm... Digamos que sé una o dos cosas de ninjutsu. Una o dos cosas, decía. —De cualquier forma, si es cuestión de inflar los números nos unimos a los dos clubes y ya —resolví, encogiéndome de hombros, y desvié la vista al dojo—. No me molestaría pasar tiempo aquí. —¿Les faltan muchas personas, Maxwell-san? —inquirió Kaia, juntando las manos tras su espalda. Contenido oculto esta también quería cerrarla y también pasaron cosas