La vi llevarse las manos al rostro con la pura intención de absorber su reacción a mi tontería, y me quedé bastante satisfecho. Dijo que era un travieso y me encogí de hombros, alegando inocencia. Recibí su toquecito en mi nariz cerrando brevemente los ojos y solté el aire en una risa floja. —Es mi secreto, se creen que soy buenito y después ataco —bromeé. Asentí al resto de la información, pensativo. Más miembros... Bueno, no era precisamente el ideal para reclutar gente, de por sí conocía pocas personas en la Academia. Kohaku quedaba descartado, Kou aún más, Emily ni hablar, y Anna... Anna quizá se interesara, pero no estaba seguro de querer invitarla. Prefería mantener las distancias por un tiempo. Era lo más sano para ambos, ¿cierto? La idea me dio un pinchazo. Rumiaba en torno a esas cuestiones cuando noté las intenciones de Verónica. Envolvió una de mis manos, la dejé hacerlo y busqué sus ojos. Al incorporarse y mirarme desde arriba, su cuerpo me hizo sombra y en el contorno de su silueta, del cabello blanquecino, se dibujó un halo cálido. Me estaba sonriendo, parpadeé y reajusté ligeramente el agarre para envolver una de sus manos. Me afirmé allí, me incorporé y le sonreí. Igual estaba delirando, pero en cierta forma sentí que literalmente me había arrancado fuera del agobio de mis propios pensamientos. Y lo agradecí. Asentí a su propuesta de seguir practicando y dejé ir su mano lentamente. La broma me arrancó una risa y la miré a la distancia cuando busqué mi té para darle un trago. —¿Una chica bonita lanzándome al suelo y quieres que no me emocione? —solté, también en broma—. Qué cruel eres. Ya no estaba filtrando demasiado lo que decía y, a ciencia cierta, en tanto no me causara conflicto tampoco lo haría. Regresé con ella, entonces, y le dedicamos unos sólidos quince minutos a seguir practicando algunos movimientos de la técnica que me había enseñado. En los intermedios pensé que todo este rollo del judo podía llegar a servirme de verdad, en la calle y así, y por desgracia no me sentí lo suficientemente culpable. Con la mini sesión de entrenamiento finalizada (y el uniforme un poco polvoriento), regresé a mi botella de té. Aproveché para rascarle la cabecita a Copito y, al hacerlo, reparé en las bolsas de galletas. Agarré con disimulo la que contenía las estrellitas, saqué una y me acerqué a Vero. Le dediqué una sonrisa en cuanto reparó en mí y busqué su mano con movimientos suaves. —Sé que suele ser al revés —murmuré, depositando la estrellita en su palma, y volví a sus ojos—, pero tú también te mereces el reconocimiento. Has sido una gran maestra y espero que lo sigas siendo. Le regresé su espacio, entonces, y me senté sobre el tatami, vaciándome los pulmones. Relajé el cuerpo, aún algo caliente, y me revolví apenas el cabello. —A todo esto, ¿tienes a alguien en mente que pueda interesarle el club? ¿O tendremos que montarnos en la puerta con carteles y galletas gratis?
La brevedad del entrenamiento no fue un impedimento para que lo disfrutara con todas las ganas del mundo. Las artes marciales eran una parte importante de mí. Y en particular… amaba el judo. Por esa razón me ilusionaba muchísimo la idea de enseñarlo a la gente, y me emocionaba tanto recordar la sonrisa fascinada que se dibujó en el rostro de Fuji cuando lo derribé. Por eso puse todo mi empeño siendo su sensei: corregía su postura siempre que era necesario, con mis piecitos acomodaba los suyos, explicaba cómo responder a posibles defensas del oponente, y demás. Un par de veces me dejó derribarlo para ayudar a su comprensión de la técnica, así que quedó con algo de polvo en el uniforme. Pero lejos de molestarse, lo noté muy enfocado y eso me hizo sentir muy contenta. Al terminar el entrenamiento, fue a beber un poco de su té. En cambio, yo me distraje admirando otra vez el dojo. Imaginaba compañeros de la academia practicando judo. No era algo definido, todavía quería consultarlo con mi maestro y mi familia antes de lanzarme. Pero estaba segura de que iba a ser una realidad. Al sentir a Fuji regresar junto a mí, me giré en su dirección. Me sonreía y eso me hizo sonreír a mí, mientras sentía cómo nuestras manos volvían a entrar en contacto. Sé que suele ser al revés Me entregó una pequeña estrella. pero tú también te mereces el reconocimiento. La estrella sonreía feliz. Como yo. Has sido una gran maestra y espero que lo sigas siendo. Cerré mis dedos sobre la estrella, abrazando su sonrisa y las palabras que venían con ella. —Fuji… —dije llevando el puño a mi pecho— Prometo ser una maestra de la que puedas sentirte orgulloso. Me senté en el tatami junto a él y, al hacerlo, Copito voló hasta mi hombro. Adiviné las intenciones del pequeño, por lo que no tardé en hacer unas pocas migas con una de las puntas de la galleta, que le di para picotear de mi dedo índice. —No es para pajaritos, te convido sólo este poco —decía en voz baja mientras el gorrión las comía con entusiasmo. El chico preguntó entonces si tenía en mente a alguien para el club o si tendríamos que ponernos en la entrada. Miré hacia el techo. Cuando mi mentecita se ponía a pensar, yo solía apoyarme uno de los meñiques sobre el labio inferior. Pero ahora hacía eso con la estrellita de galleta. Incluso así de cerca se podía sentir su sabor: dulce, como las palabras de Fuji. —La primera que se me ocurre es Ali, nuestra líder de la prueba de valor —respondí, poniendo ahora la estrella entre mis labios frente a la mirada de Copito, que me picoteaba la oreja con insistencia—. No hablamos nada desde entonces, pero algo me dice que el judo podría gustarle si lo prueba. Y a Kenny también —le di un pequeño mordisco a la galleta e hice otras migas para Copito mientras seguía hablando—. A Jez no sé si le interese o si pueda. Pero sé que le hará feliz saber de nuestro club y eso me hará feliz a mí también. Me llevé el resto de la estrellita a la boca. Al terminarla, regresé mi rostro hacia Fuji. —Ponernos en la entrada con carteles y galletas suena divertido —añadí sonriente—. Podría lucir mi traje de judo, seguro llama la atención porque es completamente azul, como mis ojitos —me señalé la mirada con los índices—. Aunque para las galletas gratis voy a necesitar bastante presupuesto —dejé escapar una pequeña risita, mi entusiasmo era evidente.
Asentí con una gran sonrisa plantada en el rostro ante la promesa de Vero. Era lo de siempre, me gustaba sentirme capaz de motivar a los demás hacia las metas que perseguían o aquello que deseaban. A nadie debía serle indiferente la tarea de enseñar a otros, ¿verdad? Incluso para una persona tan desenvuelta como Verónica. Por ello, poner mi pequeño grano de arena era... bueno, era mi manera de formar parte. De construir, aunque mínimo, un sentido de pertenencia. La vi envolver la estrella, llevar el puño a su pecho, y me quedé satisfecho. Estaba seguro que sería una buena sensei, al menos en lo que a clubes escolares concernía. Se sentó junto a mí y Copito aleteó hasta su hombro, de donde le pidió miguitas. Los miré en silencio, tranquilo, y aguardé en lo que Vero pensaba su respuesta. No sabía quién era Ali, aunque se tratara de la chica de la playa, y no asocié a "Kenny" con el muchacho que había almorzado junto a nosotros. Cuando mencionó a Jezebel, arrugué la nariz apenas y balanceé la cabeza de lado a lado, sopesando la posibilidad. —Supongo que no —concluí—. Pero si ya tienes dos personas en mente está bastante bien, ¿no? Podemos volcar la munición pesada sobre ellos. Cuando señaló sus ojos se me aflojó una risa en voz baja que sonó más suave de lo que había pretendido o era consciente. Mencionó el presupuesto necesario para invertir en galletas y me sonreí. ¡Era mi momento de brillar! —¿Presupuesto? Nada de eso. Ya somos un equipo. —Lo pensé unos segundos—. Creo que Emily está en el club de cocina, podría pedirle la sala... Se me encendió la lamparita, entonces, y me incliné hacia Vero, como si pretendiera confiarle un secreto de Estado. —Técnica milenaria por técnica milenaria, ¿qué dices? —susurré, echándole un vistazo breve a Copito para volverlo parte del plan malvado—. Tú me enseñaste un montón de artes marciales, y yo puedo enseñarte a hornear galletas. Decoradas, con glaseado y todo, justo como estas. Y nos servirían como munición pesada para convencer a la gente. Yo veo ganancias en todas partes, no sé tú.
Estaba de acuerdo con la idea de empezar preguntándoles a Ali y Kenny, por lo que ellos serían mis primeros pasos si la escuela aprobaba la solicitud de crear el club de judo. En mi cabeza ya diseñaba folletitos con información resumida de lo que era el judo, sus reglas y beneficios; dado que serían dos para comenzar, no tendría problemas en escribirlos y hacerles dibujos con mis propias manos. ¡Hasta podría hacer una versión personalizada para cada uno! Lo que quedaba era calcular el gasto en galletas, encontrar una panadería que les hiciera formas a pedido y… ¿Presupuesto? Nada de eso. Ya somos un equipo. Me giré hacia Fuji, con la graciosa sensación de que me estaba leyendo la mente y sonriendo por su comentario de que éramos un equipo. Eso era muy cierto. El chico mencionó a Emily, del club de cocina. En principio me pareció adivinar lo que estaba por decirme… Pero eso: sólo en principio. Porque la realidad fue otra… Se inclinó hacia mí y yo, curiosa, le acerqué mi oído para que me susurrara algo que parecía ser un secreto. De por sí la voz de Fuji era suave y relajante, y cuando hablaba bajo transmitía mucha paz (a menos que dijera sensei en cierto tonito y me hiciera estallar por dentro). Me habló de técnicas milenarias, captando toda mi atención, y lo que siguió fue una revelación que casi me dejó sin aliento. …yo puedo enseñarte a hornear galletas. …puedo enseñarte a hornear... …enseñarte a hornear… …enseñarte... Lo miré con un asombro mientras decía que serían decoradas, con glaseado, igual a las que le había regalado. Munición para convencer a las personas, ganancias por todas partes. Pero yo me había quedado pensando en el descubrimiento de que sabía hacer galletas y, cuando terminó de hablar, mi expresión sorprendida cambió. Seguramente la cara se me iluminó muchísimo y la emoción fue tal que hizo aletear a Copito en mi hombro, avasallado por la energía que empecé a desprender. —¿Sabes hacer galletas? —dije con marcada ilusión en la voz y me incliné sobre él para mirarlo con ojitos brillosos— ¿Y me vas a enseñar a hacer? ¿De verdad? ¿Es cierto? —volví a envolver su mano de forma instintiva, sin darme cuenta, y apretujé sus dedos suavemente— ¡Qué emoción, Fuji! ¡Eres genial! ¡Y muy tierno! —cerré los párpados y apreté mis labios sonrientes porque casi que gritaba de la emoción, pero pude contenerme. Afirmé aún más el agarre de su mano mientras regresaba mis ojos a los suyos— Ay, me has disparado la emoción por las nubes. ¿Cuándo empezamos las clases? ¡Me encanta tenerte de profe! Ah… —solté finalmente su mano y me llevé un meñique al labio inferior sin dejar de sonreír— ¿Será muy difícil hacerlas con formitas? Me gustaría que hicieran pensar en el club... —entonces contuve una risita por la ocurrencia que se me cruzó por la mente— ¡Judo-galletas!
La ilusión que irradió Verónica de repente me pilló desprevenido. Había anticipado que, según lo poco que la conocía, aquella pequeña revelación lograría entusiasmarla, pero... bueno, no tan así. En mi mente, saber hacer galletas no era ninguna hazaña. Se inclinó hacia mí, podría jurar que sus ojos estaban brillando y recién entonces procesé la situación. La sorpresa se solapó, parte de su energía me chispeó en el cuerpo y mi sonrisa fue de oreja a oreja. Sentí que me apretujó la mano. —Claro —confirmé, y una especie de risa se me coló en la voz. Dios, era adorable—. ¡Cuando quieras! A partir del lunes me da lo mismo a mí. Sacudí la cabeza suavemente en cuanto me preguntó si sería difícil hacerlas con formitas y bajé la vista a su mano, que se había desprendido de la mía. —No, sólo son moldes. No sé qué forma tenías en mente exactamente, pero podemos intentar comprarlos. Y si no conseguimos, los hacemos nosotros. —Busqué mi móvil del bolsillo, fui a Contactos y se lo alcancé—. ¿Me dejas tu número? Estaré husmeando el fin de semana, y si encuentro algo te aviso. En cuanto así lo hizo y me regresó el aparato, me quedé viendo la pantalla un par de segundos. Una sonrisa entre suave y traviesa me curvó los labios y finalmente la agendé bajo los kanjis "白星". Shiroboshi. Estrella blanca. —Muy bien, Shiro-chan —murmuré, con el tonito del famoso "sensei", y le envié un mensaje para que ella también tuviera mi número—. Suena a que ya tenemos un plan, ¿no? Te avisaré si consigo la sala de cocina así nos ponemos manos a la obra. ¿Qué clase de galletas te gustarían? Podemos hacerlas de vainilla, limón, naranja, incluso con chips de chocolate. —Me di cuenta de algo y mi sonrisa se ensanchó—. Podríamos incluso hacer el poderosísimo flancito, o lo que tú quieras, realmente. Me había acoplado a su energía casi sin darme cuenta, y lo pensé un poco antes de agregar: —Tú me enseñaste karate, taekwondo y judo, ¿no? ¡El intercambio equivalente exige tres postrecitos!
Yo era alguien que disfrutaba de todo tipo de sabores, existían muy poquitas comidas que me provocaran rechazo. E incluso en esa cantidad tan grande de gustos, las cosas dulces eran lo que se llevaban la cima de mi disfrute. Lo dulce era lo más rico entre lo rico, una tentación a la que cedía con mucha delicia. Pero no era buena haciendo recetas de ese estilo, y eso que tenía las habilidades mínimas de cocina para alimentarme bien. Una mezcla de todo eso fue lo que tal vez desató la reacción que tuve ante Fuji; porque aparte de que estábamos hablando de una receta dulce, las personas que sabían prepararlas eran extraordinarias ante mis ojos y… y ahora me regalaba la oportunidad de aprender. Seguramente fui envolvente, como una ráfaga de viento, pero a cambio recibí una amplia sonrisa del chico. Y el ambiente, me pareció, se animó mucho más. Dijo que podíamos comenzar a partir del lunes y mencionó lo de los moldes. Me limitaba a asentir, ahora un poco más calmada de la emoción inicial pero todavía entusiasmada, y anoté mi número de teléfono en su móvil en cuanto me lo alcanzó. Acto seguido Fuji usó su famoso tonito, pero me llamó de otra forma. Lo que no evitó que volviera a provocar un leve cosquilleo en la nuca que me arrancó una risita —Es mi nuevo apodo, ¿no? —dije— Lo adoro… “Shiro-chan” —repetí, mientras usaba el mensaje que envió para agendar su número en mi móvil; puse “Fuji” con los kanjis que creía eran los correctos, y añadí los emojis de un traje de artes marciales y una galleta con chispitas, el toque personal para él— Creo que galletas de vainilla y limón estarían bien, me parece que son sabores que gustan a la mayoría de la gente… —añadí pensativa. Me giré hacia él para saber qué opinaba y me encontré con su carita de que se había dado cuenta de algo. Lo miré con curiosidad y entonces propuso enseñarme a preparar tres postrecitos. Intercambio equivalente por cada arte marcial mostrada. Fue una ocurrencia que me provocó muchísima calidez. Conocer a Fuji en la prueba de valor… sin duda era algo que me alegraba muchísimo. No podía ser más lindo de lo que ya era… ¡o tal vez sí! —Galletitas y flancito están bien para empezar —asentí mientras tomaba a Copito sobre una de mis manos, para empezar a acariciar su cabecita con los dedos de la otra; el pequeño gorrión se acomodó y se hizo una bolita de plumas sobre mi palma—. Y sobre el tercer postrecito… Hum… —volví a hacer el gesto del meñique— ¿Se te dan bien los pasteles? Me gustan mucho sus versiones pequeñas, como las que se sirven en algunas cafeterías. El cheesecake es mi favorito —sonreí.
Contenido oculto: i need to Asentí con simpleza apenas Vero me preguntó si aquel era su nuevo apodo. Me lo había sacado de la manga, honestamente, pero en aquellos quince segundos de contemplación había sentido que tenía todo el sentido del mundo. Mi expresión, suave desde antes, no cambió al oírla decir que lo adoraba, pero sí palpitó en mi pecho una nueva oleada de calidez. Galletas de vainilla y limón me parecía bien; como decía ella, eran sabores bastante estándar. Ya que pretendíamos usarlas como método de convencimiento para atraer gente al club, mejor abarcar el mayor terreno posible. Galletas, flan y cheesecake. Nunca había hecho tarteletas y porciones pequeñitas, pero suponía que no debía ser muy diferente a hornear pasteles grandes. El cheesecake me gustaba mucho y a mamá también, así que había hecho varias veces en casa. —Quedamos, entonces —concluí—. Las galletas tienen prioridad máxima, son por el bien del club. El resto lo vemos luego. El flan también podríamos hacerlo en porciones individuales, ya que uno grande requería varias horas de cocción y dudaba disponer de la sala con tanta libertad... si es que la conseguíamos en absoluto. Darme cuenta que repentinamente tenía tantos planes me arrancó una risa breve y miré a Verónica, que acariciaba a Copito con suma delicadeza. Era su culpa, y era gracias a ella. —No tienes idea las vueltas que le di a ir o no al campamento —murmuré un poco de repente, decidiendo que estaba bien así; que ser sincero respecto a estas cosas era algo bueno y no una debilidad—. No soy un gran fan de la naturaleza ni las actividades al aire libre y... bueno, tenía mis razones para querer evitarlo. Estuve a esto de no ir —indiqué, acercando mi índice y pulgar junto a mi rostro—. Al final, no sé, quise obligarme a mí mismo a no huir de las mierdas como siempre hago, así que preparé la mochila y me levanté temprano. Bajé la mirada y me puse a juguetear con la tela de mi pantalón, en un gesto entre ansioso y avergonzado casi inconsciente. Me era más fácil decirlo así, suponía. —La vida... da sus vueltas, ¿cierto? Pero el cielo siempre se despeja de alguna forma, en alguna parte. Cuando menos lo esperas... aparece ese rayito de luz. Puede ser pequeño y efímero, pero alcanza para recordarte que lo malo no es eterno. Que toda habitación a la que entraste tiene una puerta por la cual salir. —Me rasqué la nuca—. Perdona, estoy soltando muchas tonterías. Lo que intento decir es que... si no hubiera ido al campamento no habría participado de la prueba de valor, no te habría preguntado por Copito ni tú me habrías dicho que podían ser mis lucecitas. No me habrías comprado las galletas ni estaríamos aquí. Y es... bastante loco, ¿no? Cómo una pequeña decisión aparentemente irrelevante puede, de repente, desplegar un montón de cosas nuevas. Vaya, qué manera de decir estupideces. Bueno, era parte del proceso. Mi terapeuta llevaba bastante rato machacándome la cabeza en torno a estas cuestiones. Hacer las cosas, aunque la ansiedad y el miedo fueran paralizantes. Apagar el cerebro, hacerlas y abrir la puta boca. Comunicar. Ser honesto. Me había prometido que eran esfuerzos que traerían buenas noticias y quería creerle, necesitaba hacerlo. —Para resumir —agregué casi encima de mis últimas palabras, buscando de nuevo sus ojos—. Estoy... muy contento de haberte conocido, Vero. De que hayamos hecho la prueba juntos y me hayas buscado luego. Gracias por haberme obsequiado esas galletas, son preciosas, y gracias por haberlas preparado pensando en mí. No sé si sea grande o pequeño para ti, pero para mí es un gesto enorme. —Me llevé una mano al pecho, al corazón, y le sonreí con toda la honestidad de la que fui capaz—. De verdad eres una lucecita, de esas que brillan un montón. Deslicé la mirada a Copito, entonces, que estaba en su palma, y me incliné para susurrarle en voz bien, bien baja: —Tú también lo eres, Copito. —La sonrisa me cerró los ojos—. No creas que me había olvidado de ti.
Seguía acariciando las esponjosas plumas del gorrión, con la mente ya puesta en el plan que terminamos de definir para después del finde, cuando sus palabras me hicieron elevar el rostro hacia él. Pero, al mismo tiempo, un pálpito hizo que guardara respetuoso silencio mientras el chico confesaba que estuvo a nada de ausentarse, de no estar en los bosques donde nos conocimos. Mi atención, mis oídos, mis ojos; todos fueron suyos en la paz del dojo. Hasta Copito se quedó quieto sobre mis manos, con sus instintos de pajarito dictando la importancia de aquel momento donde Fuji hablaba de la decisión que tomó. Según sus palabras: la de dejar de huir. Yo lo miraba con una expresión calmada pero, cuando bajó la cabeza para pasar los dedos por la tela de su pantalón… bueno, no pude evitar que las comisuras de mis labios se me elevaran un poquito por la ternura. Y la emoción me recorrió la piel cuando dijo lo del rayito de luz en el cielo. Fuji se estaba abriendo conmigo. Me entregaba sinceridad, que para mí era el más preciado de los tesoros. Sentía que, con lo que dijo de dejar de huir y con las metáforas del cielo y la habitación, me estaba confiando una pequeña parte de su historia. De cómo vivía, de cómo sentía las cosas. Y me daba cuenta de que esas metáforas también estaban refiriéndose a mí… Y a nosotros. Habló de las cosas nuevas que podía desplegar una pequeña decisión... como lo fue la suya, la de ir a campamento. Para mí no eran tonterías lo que decía. Era injusto que definiera así a la inmensa calidez de sus palabras. Estoy... muy contento de haberte conocido, Vero. Dijo aquello mientras nos mirábamos a los ojos. Mi pecho se llenó de tanto gozo que me hizo contener una pequeña bocanada de aire. Las comisuras de mis labios siguieron elevándose lentamente mientras seguía hablando, cuando mencionó la prueba de valor y apreció las galletas que le había regalado. Para él fue un gesto enorme y, honestamente, desde mi perspectiva también lo era. La luna durmiente y las estrellitas sonrientes expresaban la gratitud y la alegría de estar con él… Porque una persona tan confianzuda como yo recibía todo tipo de reacciones a cambio: algunas buenas... otras, de incomodidad o rechazo. Fuji aceptó mi cercanía desde el comienzo, recibió toda mi incesante energía con los brazos abiertos. Todavía quedaban muchos encuentros por delante para seguir conociéndonos, pero incluso así, me hacía muy bien estar con él. Y que el chico me dijera que estaba contento de conocerme… Eso… Era de lo mejor que podría haberme dicho, al punto de emocionarme. De verdad eres una lucecita, de esas que brillan un montón. Tú también lo eres, Copito. No creas que me había olvidado de ti. La honestidad de su sonrisa me llegó al alma. Mi primera reacción fue acercar las manos a mi pecho, poniendo a Copito cerca de mi propio corazón. Con los ojos cerrados, con una sonrisa en los labios, dejé escapar un pequeño suspiro. Sentía sobre los hombros el abrigo de sus palabras. —Te lo dije cuando te regalé tu luna y tus estrellitas, pero no está de más decírtelo de vuelta: me siento afortunada de que nuestros caminos se cruzaran y de que estemos aquí, ahora —abrí los ojos y miré hacia los suyos—. Así que... ¡Gracias! Gracias por haber venido al campamento y por ser tan bueno conmigo desde que nos vimos por primera vez —mi sonrisa se ensanchó un poco y tuve que hacer una pequeña pausa; porque si no, volvería a convertirme en un pequeño torbellino. Pude seguir hablando con calma—. Tienes una forma muy especial de ser cálido, y eso ha logrado que te ganaras nuestro cariño con una rapidez tremenda —afirmé, acercando a Copito al cuello de su camisa, que el pequeño picoteó; luego lo volví a abrazar contra mi pecho—. Por eso… Que me digas que también estás contento de conocerme y que me digas que somos unas lucecitas… >>Fuji… Me acabas de hacer muy feliz con tus palabras. Y sobre todo, con tu sonrisa; va a ser mi sonrisa favorita a partir de ahora —añadí contenta, pero al instante mi rostro volvió a suavizarse—. Seguiré brillando a tu alrededor y... te apoyaré en lo que necesites. Copito también lo hará. El gorrión en ese momento se movía con algo de inquietud entre mis dedos y yo comprendía por qué. Lo separé de mi pecho y alcé mis manos hacia el cielorraso. Saltó de mis palmas con sus blancas alas abiertas y empezó a atravesar el aire del dojo, volando en pequeños círculos sobre nuestras cabezas y parándose en diferentes lugares, donde no duraba más de tres segundos porque enseguida volaba hacia otro sitio. Así siguió haciéndolo en los minutos finales del receso, captando la atención. Copito piaba cuando sentía tristeza a su alrededor. Pero cuando lo que percibía eran sentimientos más positivos, su reacción era batir las alas. Y si estos eran compartidos, volaba como si fuera una celebración. Contenido oculto Yo creo que esta es mi última respuesta para lo que queda del día académico, pero te dejo abierta la posibilidad de volver a responder si quieres uvu Copito seguirá volando en lo que queda del receso porque está contento (?)
La puerta del dojo emitió un sonido suavecito y agradable cuando la deslicé. Apenas puse un pie en su interior, el aroma de la madera vieja volvió a abrazarme en conjunto con la fragancia del polvo, desatando una sensación que hizo descender lentamente mis párpados, al mismo tiempo que las comisuras de los labios se me curvaban hasta dibujar una sonrisa relajada. Mantuve los ojos así, cerraditos, embriagada de la impresión tan cálida que me daba la energía de este ambiente, tan guerrera y pacífica a la vez. Incluso me atreví a adentrarme unos pasos sin mirar, tan sólo confiando en el resto de mis sentidos. ¡Pero…! Debía hacerlo con cuidadito, ya que en una mano cargaba una pequeña cubeta con agua y un trapo, mientras en la otra llevaba el bento, además de la escoba que se veía bajo mi brazo. —Se siente tan bien volver… —mencioné con suavidad. Copito, en mi hombro, batió sus alas. Era lo que el gorrión siempre hacía cuando me notaba muy contenta, con las emociones positivas a flor de piel. Y es que no era para menos, porque estar en un dojo siempre era un gran motivo para que se me llenase el pecho de emoción, como artista marcial que era. Eché un vistazo a mi alrededor, ahora con la sonrisa más intensa. Pese al polvo y el aparente estado de abandono, adoraba el sitio. Era un dojo precioso y también muy inspirador, de sólo verlo me daban ganas de ponerme a practicar patadas de karate. Sin embargo, no había venido para entrenar (y eso que ganas nunca me faltaban, ejem). Hoy tocaba el ritual de limpieza. El Osoji. Fue la responsabilidad que me impuse para este receso, se lo había dicho a Fuji ayer mientras hacíamos las galletitas. Podía considerarse como parte del proceso de fundación del Club de Judo, ya que el lugar tendría que estar en condiciones para el inicio de sus actividades oficiales. Pero no se trataba únicamente de dejar el ambiente libre de suciedad. La tarea de limpiar un dojo iba un mucho más allá de eso. Era una parte esencial para el desarrollo del artista marcial, por lo que esto también lo hacía para mí misma. Para seguir puliéndome. —Bien… Empecemos. Copito echó a volar en respuesta, aunque no tardó en quedar fuera de mi vista para, seguramente, explorar rincones del techo. Tenía alma aventurera el chiquitín. Lo primero que hice fue dejar abiertas las ventanas para que el ambiente se ventilara, también la puerta de entrada. La mala noticia era que, así, haría bastante frío en el dojo; cosa que anticipé, ya que seguía usando mi bufanda y aún llevaba puesto el cárdigan, pero me quité el blazer para moverme con más libertad. ¡En fin…! Que luego de abrir las ventanas, doblé mi blazer y lo dejé en un rinconcito, medio a la vista; encima le apoyé el bento y a su lado quedó la cubeta. Sostuve la escoba entre mis manos y me quedé mirándola con una sonrisita. No era la primera vez que limpiaba un dojo, lo había hecho muchas veces en Vancouver, tanto en el dojo de karate de Takeshi-sensei, como en el dojo de judo de Takemori-sensei; también era una actividad habitual en el Instituto Kodokan de Judo, donde entrenaba actualmente. Era increíble cómo algo tan simple como esto, podía ayudarte a mejorar. De verdad amaba las artes marciales. Así que tarareando una cancioncita en voz baja, me puse a barrer toda la extensión del suelo, quedando rodeada de nubecitas de polvo que no tardaron en hacer picar mi nariz. Y no era que me sintiera sola ni nada por estilo, pero pensé que sería genial que alguien se apareciera de pronto por aquí. Aunque de seguro el mundo entero se fue hacia el otro lado, al patio norte, a mirar esa presentación de baile. El evento había llamado muchísimo mi atención, pero fue algo de lo que me enteré de camino al dojo. Obviamente, limpiar era prioritario, ¡esto era muy importante para mí...! Pero podría pasar a ver el show si me sobraba un poquito de tiempo, quién sabe. Contenido oculto Zireael uvu
Habiéndome despedido del muchacho me retiré del salón sin prisa real, ya en el pasillo llegaba el eco lejano de una trompeta y las personas se estaban moviendo hacia el patio. Lo cierto era que me faltaba un montón de información, pero no creía que la necesitara de primera mano para entender por qué el otro se había detenido a invitarme. En su defecto, sabría disculparme porque no me sentía en la capacidad de ir a meterme en un grupo de personas de ese calibre, no apenas iniciar al receso por lo menos. Tampoco tenía mejores opciones, supuse que podría quedarme en la cafetería que no estaría muy llena por el mismo motivo o ir a la piscina o incluso quedarme en el patio frontal. Le di vueltas y vueltas, pero no dejé de caminar aunque llevaba los ojos puestos en algún punto muerto entre el suelo y el frente, apenas para no chocar con nadie. Mis pasos acabaron sacándome del edificio, ya afuera supuse que no hacía daño echar un ojo y entonces puse rumbo de manera consciente hacia el dojo, aunque la ansiedad me anudó el pecho. Aunque no sabía si era capaz realmente de enfrentarme a mis propios fantasmas todavía. Cuando estaba a un par de metros del dojo noté la puerta abierta, también las ventanas y noté una silueta en su interior, moviéndose en una leve nube de polvo. Me quedé estaqueada allí un momento, debatiéndome si estaría bien solo acercarme y ya, si ella había llegado primero pero al final decidí dejar de pensar todo con tanto ahínco. Tardé demasiado en notar la mata de cabello blanco, como el de Jez, y algo en el cuerpo se me relajó sin que me diese cuenta. Tomé aire, reinicié la marcha y ya cuando estuve en la puerta de entrada usé la mano libre para darle un par de golpecitos livianos, anunciando mi presencia. —Buenas tardes —dije y una sonrisa me estiró los labios—. Le hacía falta una limpieza, sin duda.
De a ratos debía interrumpir mi alegre tarareo con soplidos suaves, pues el polvo era muy ligero pese a que había formado gruesas capas en algunas zonas. Las finas nubecitas se alzaban con gran rapidez cuando el implacable paso de mi escoba recorría el tatami. Me rodeaban con la pequeña amenaza de cubrir mis ojos y de provocarme algunas toses, que no llegaban a desatarse gracias, precisamente, a que alejaba ese polvo con mis soplidos. Eso sí, mi nariz no corría con mejor suerte. El picor hacía que arrugara ligeramente el tabique mientras la sonrisa me temblequeaba en los labios, pues también provocaba cosquillitas. Pero yo continuaba en lo mío, bien firme en la misión que me había encomendado. Tres sonidos, como de golpecitos, alcanzaron mis oídos en un momento que le estaba dando la espalda a la entrada. Me giré al instante, entre desconcertada y curiosa. Fue sólo por un fugaz segundo, pero mientras me daba la vuelta pude notar el chispazo de un cabello clarito y brillante, tan precioso que por un segundo creí que la recién llegada era Jez. Pero al instante me di cuenta del tono lila. La chica que acaba aparecer, saludando sonriente y comentando la limpieza, era pálida, menudita como yo y tenía unos impresionantes ojos rojos. Me pareció tan hermosa que quedé mirándola por un momentito extra, incluso olvidándome del picor que me hormigueaba en la nariz. No tardé demasiado en devolverle una sonrisa animada, que transmitía sincera alegría por verla allí, ¡y eso que era apenas el primerísimo encuentro...! —Hola, sé bienvenida a este maravilloso lugar —saludé, jovial, alzando una mano—. No pensé que alguien fuera a venir, pero me alegra muchísimo que… Ah… Ah… Estornudé. —Ups, perdón por eso —me reí, aquello fue repentino pero sirvió para que la nariz dejara de picar. Me acerqué hasta la chica, escoba aún en mano—. ¿Qué te trae por aquí? ¿Viniste a ver el dojo? Realmente me sentía contenta por su presencia. Y tratándose de mí, que era transparente a más no poder, seguro lo estaba notando. También sentía mucha curiosidad por esta chica tan bella. Si se había acercado hasta el Dojo, debía ser por algún interés especial, ¿no? ¿Quizás era... una artista marcial? Tal vez una espadachina. O a lo mejor vino por simple curiosidad, pero eso también me servía.
La muchacha se giró al escucharme llamar a la puerta, me enfrentó con un par de ojos azules, profundos. Me miró un rato, supuse que por la sorpresa de ver a alguien aparecer en el dojo, pero no tardó demasiado en regresarme una sonrisa animada. No había que tener muchas luces para darse cuenta de que la chica era naturalmente amable. Me dio la bienvenida como si yo no conociera este dojo, pero a ella no le correspondía saberlo así que solo la dejé. Al menos hasta que el polvo que se había levantado por la escoba le molestó lo suficiente la nariz para hacerla estornudar; se disculpó y su risa se me contagió ligeramente en lo que se acercaba a mí. —Salud —dije respecto al estornudo y cuando me preguntó si había venido a ver el dojo despegué la vista de ella para observar el espacio. Di un paso dentro del dojo entonces, fue casi solemne, como si acabara de entrar a una iglesia o cualquier cosa parecida. Las partículas de polvo, diminutas, saltaban a la vista a pesar de la oscuridad del ambiente y contuve el impulso de respirar profundamente solo para no comerme un montón de polvo. —Podría decirse —contesté pasado un rato y volví a mirarla—. Hace mucho no venía aquí. Supongo que quería regresar. Me di cuenta que no me había presentado, así que hice una reverencia ligera. —Laila Meyer. ¿Puedo preguntar cómo te llamas?
Hasta su forma de reír era linda, fue reconfortante oír que le había contagiado una porcioncita de la carcajada que solté tras estornudar. Seguía entusiasmada por su inesperada aparición, siempre me embargaba la misma sensación cuando me surgía la oportunidad de sumar personitas nuevas a mi vida, así fuese para alguna breve conversación; y que fuera en el dojo del colegio lo hacía más especial. —Ay, gracias —respondí enternecida cuando me dijo “Salud”. El carmesí de su mirada recorrió el interior del dojo y, entonces, la muchachita dio un paso hacia su interior. Esa sola acción tuvo una pequeña carga de solemnidad que fue envolvente, haciendo que me apartara un poquito para cederle respetuoso espacio. Desde mi posición aún pude seguir apreciando su perfil.... Y tuve la impresión de que algo más profundo transcurría en su mirada. Estuvimos así un rato. Ella observaba el lugar en silencio y yo hacía lo mismo, aunque de a ratos regresaba la atención hacia ella, con ojitos curiosos. Cuando finalmente volvió a hablar, esbocé una sonrisa suave al atender sus palabras... las cuales despertaron con rapidez un hondo y vibrante interés. La chica había estado presente en el dojo desde antes que yo, lo comprendí en el momento que dio el paso sobre el tatami. La energía del lugar se había movido cuando lo hizo, no sabía bien cómo definirlo. ¡Pero...! Estaba segura (¡segurísima!) de que noté nostalgia en sus ojos, o algo similar, pues un poco identificada me sentí en su modo de observar el sitio. Así me había puesto yo el día que visité por última vez los dojos de mis maestros, en la ahora lejana Canadá. Este conjunto de suposiciones y sensaciones fue lo que me llevó a mirarla con algo de comprensión, aún si no sabía absolutamente nada de su historia. Probablemente estuviese siendo confianzuda, como siempre. Se presentó como Laila Meyer. Nada más oír su apellido alcé las cejas. —¿Meyer? —repetí algo sorprendida, con la memoria chispeando a toda velocidad— ¿Meyer, del Club de Esgrima? Quizá había más de una persona con ese apellido en la academia, pero al instante concluí que solo esa Meyer se presentaría en el dojo. La realización me hizo contener una risita emocionada. —No puedo creer que seas tú —dije, sin darle tiempo de reaccionar—. Pregunté por el Club de Esgrima hace un tiempito y me dijeron que debía hablar contigo... Aunque luego me distraje entre los estudios y mis entrenamientos, ups —me reí mientras negaba ligeramente, como reprobando mi actitud. Cuando volví a centrarme en Laila, le dediqué una gran sonrisa— Y ahora nos cruzamos aquí. ¿Casualidad o destino? Le ofrecí una mano para saludar. —Verónica Maxwell. Encantadísima de conocerte, Mey.
Me permití una sonrisa cuando me agradeció por haberle dicho "Salud", fue mi manera de decirle que no era nada quizás, y luego di el paso en el dojo. Noté que ella me dio espacio, fue evidente, y en cierta medida lo agradecí. Aquí, en este dojo empolvado y viejo, había encontrado salvación cuando la necesitaba más de una vez pero también había perdido cosas que eran importantes. Mi guía ya no estaba, debía enfrentarme al mundo sola. Un mundo que se aprovechaba, que violentaba y me recordaba que, hiciera lo que hiciera, no dejaba de ser una muchacha relativamente pequeña y una mujer, con todo lo que eso implicaba. Las paredes que me habían sostenido ahora amenazaban con aplastarme, por exagerado que sonara, porque los espacios albergaban recuerdos y miedos. Lo que se me había arrebatado me recordaba lo que me había traído aquí para empezar. Era la misma chica de quince años que había tomado un florete porque quería creerse capaz de empuñar una espada. Cuando salí de la pequeña burbuja para volver la atención a la muchacha me sonrió, yo hice lo mismo como respuesta y apenas me presenté alzó las cejas, confundiéndome. Repitió mi apellido, preguntó si era Meyer del club de esgrima y asentí despacio, aunque tampoco era que creyera que hubiese más Meyer con las que confundirme. Se explicó después, me dio un poco de pena porque no tenía ni idea de hace cuánto podrían haberle dicho eso a la pobre chica aunque parecía que tampoco importaba mucho porque ella misma se había distraído en los intermedios. Se me escapó otra risa, suspiré y la miré con una sonrisa enternecida un instante antes de que me extendiera la mano, presentándose. Destino probablemente. —Verónica... ¿Esa Vero? ¿Amiga de Jezebel? —pregunté mientras le estrechaba la mano. Jez me había hablado de una chica llamada Vero, pero nunca me dijo cómo era físicamente así que estaba aquí uniendo cabos—. Lo mismo digo, es un gusto conocerte. Al regresar la mano a mi espacio mantuve la mirada puesta en la muchacha. —Un poco tarde, pero ya me tienes aquí en carne y hueso. Aunque no sé qué buscabas saber del club... o lo que queda de él ahora, que en grandes rasgos vendría a ser yo.
Mis sentidos quedaron centrados en su mano cuando correspondió al saludo, eran tan suavecita que la sonrisa que se me estiró involuntariamente. Para ser honesta, aún seguía asimilando la envolvente presencia de Mey. Ahora no sólo se trataba de su belleza, que la hacía brillar cual lucecita ante las grises nubes que se veían por las ventanas abiertas… sino que también destacaba el carácter que dejaba ver ante mí, una persona a la que estaba recién conociendo. Había reflejado mis sonrisas, se dejó contagiar pizcas de carcajadas, y entre la nostalgia de sus iris rojizos se colaba parte de la amabilidad que, no me cabía duda, componía su espíritu. Parecía ser una buena chica, tan adorable que me hizo sentir afortunada por nuestro encuentro tan peculiar. La pregunta siguió en el aire, imponiéndose sobre los últimos rastros de nubecitas polvorientas. ¿Casualidad o destino? Lo que Mey expresó a continuación arrojó muchísima luz sobre el asunto. Cuando mi nombre surgió de sus labios me dio la impresión de que estaba reconociéndolo de alguna parte, intriga que fue acentuada al verme referida como “esa Vero”. La incesante curiosidad dominó mi semblante, aunque no tardó en verse reemplazada por un resplandor de ilusión cuando la chica me preguntó si era amiga de… ¡mi queridísima Jez! Respondí con un asentimiento, obviamente, además de que la mención de mi amiguita hizo que afianzara el agarre de la mano de Mey. Fue un inevitable reflejo nacido de la emoción, luego del cual regresamos a nuestros respectivos espacios, yo aún con la escoba sostenida entre mis puños. Ella mantuvo la mirada puesta en mí y yo, como siempre hacía con todo el mundo, miré directo hacia sus ojos. Era tan cierto lo que dijo al principio… Pues tras uno o dos meses de desencuentros, por fin se me presentaba la oportunidad de hablar con ella sobre el Club de Esgrima. Pese al tiempo transcurrido y a las actividades a las que me dedicaba, su nombre y el de Amery habían permanecido bien grabados en mi memoria porque el asunto jamás dejó de interesarme. ¡O sea...! Estábamos hablando de un deporte de combate, era imposible que me negara a la oportunidad de aventurarme con algo nuevo. Hubiera respondido al instante, pero entonces… Mey reveló que era la única persona que quedaba en el Club de Esgrima. Algo en aquella revelación provocó una leve sacudida en mi pecho. Aún tenía presente la nostalgia de sus ojos cuando observó el dojo y lo que dijo mientras lo hacía: "Hace mucho no venía aquí. Supongo que quería regresar". Claro está que había un montón cosas que no sabía de esta chica, era completamente consciente de eso, pero eso no me impidió empatizar. —Nunca es tarde, Mey —dije en respuesta—. Cuando pregunté por el club fue porque quería anotarme, pero no sabía cómo debía hacer. Así que una adorable personita a la que consulté me sugirió buscarte...Y ya ves, me has encontrado tú al final —bromeé. Le mostré una sonrisa sumamente cálida. —¿Viniste hasta aquí porque te recordaba al club? —pregunté con curiosidad, echando una miradita al dojo; el tatami estaba casi libre de polvo, faltaba ultimar algunos sectores— Aún sigue abierto, ¿no?
Quizás me estuviese tomando demasiadas libertades de pensamiento, pero creí entender de inmediato por qué Jez se había hecho amiga de esta muchacha. Ambas eran naturalmente amables, tenían cierto don de gentes quizás, y trataban a los otros con cuidado y entusiasmo. Incluso así, también creí reconocer las diferencias esenciales. Jez, a pesar de su infinito amor, podía tornarse significativamente más melancólica y era mucho más introvertida a pesar de su suavidad. A la larga era un peso para ella, entre más tiempo pasaba consigo misma, en su cabeza, espiralaba hacia lugares fríos y oscuros. Lugares que rechazaba, incapaz de reconocerlos como parte de sí. Tal vez Verónica fuese uno de los contrapesos que necesitaba desde hace tiempo. Cuando le pregunté si era su amiga la ilusión le cruzó el rostro, asintió, la emoción la hizo sujetar mi mano con algo más de firmeza y me recordó, un poco sin querer, a una niña pequeña cuando le preguntan por sus amigos del jardín de niños. Me daba bastante ternura, la verdad, ni siquiera me importaba disimularlo. El caso fue que me dijo que nunca era tarde y yo me pregunté hasta dónde era eso cierto, viendo el estado actual de las cosas, pero obviamente no lo dije. Esa clase de pensamientos no tenían por qué decirse en voz alta de por sí, así que solo lo ignoré y desvié la atención al resto de cosas que me estaba diciendo, cuando mencionó que la había encontrado yo al final volví a sonreír. —No sabía muy bien dónde ir —respondí sin adornarlo demasiado y regresé los ojos al dojo—. Es mi primer día de regreso luego de una ausencia prolongada de la escuela. En el patio hay mucha gente, me asignaron el tour de un chico nuevo y de repente, no lo sé, sentí que eran demasiadas cosas. Acabé viniendo aquí casi sin querer, supongo que porque todos volvemos donde nos sentimos seguros. Me permití tomar aire, soltarlo y me centré en la otra pregunta. —Podría decirse. Por la mañana hablé con una chica de la clase de Jez, Anastasia, tiene interés en el club de esgrima así que solo tengo que atraer algunas personas más. Contenido oculto edit porque soy pelotuda, cuando vuelvas a leer para contestar vas a ver que cambié lo que decía "una chica de mi clase" a "una chica de la clase de Jez" porque se me traspapeló la info y olvidé que Laila es de la 3-1 porque casi todos mis niños están en la 3-2 jsjsj
Mey comenzó diciendo que no sabía muy bien a dónde ir, a la vez que su atención volvía a ser puesta en el dojo que pisábamos. Todas las veces que miraba el lugar de esta forma, la energía nostálgica, casi melancólica, parecía brotar del mar rojo que eran sus ojos. Entonces llegué a pensar que aquellas primeras palabras guardaban más de un significado. No solía ser muy avispada para darme cuenta de algunas cosas, pero en este momento tenía ya la completa certeza de que el dojo significaba mucho para la chica. Que en este lugar albergaba una pequeña porción de su historia, de la misma manera que parte de mí quedó en los dojos de Vancouver; era eso lo que generaba una conexión entre nosotras sin que nos diéramos cuenta, además de la relación que ambas compartíamos con Jez. Le prestaba atención con la devoción de una buena oyente, genuinamente interesada en ella. Mey refirió parte de su situación actual, y me pareció muy reconfortante que se abriera tan inmediatamente conmigo… pues lo que contó no podía dejar ajeno a nadie. Dijo que este era su primer día tras una larga ausencia. Y que se le habían apilado un par de situaciones inesperadas dentro de la escuela que la agobiaron. La revelación de su ausencia volvió a generarme una pequeña conmoción en el pecho: eso explicaba el hecho de que fuera la única persona en el Club de Esgrima, pero también me hizo pensar que debió haber pasado por una adversidad muy grande si llegó al punto de tener que dejar de venir a clases. Y encima, cuando por fin retomó su vida escolar... se encontró con que estaba sola en su club… "Acabé viniendo aquí casi sin querer, supongo que porque todos volvemos donde nos sentimos seguros." La conmoción dio lugar a la ternura cuando escuché eso. Fueron palabras que sonaron a la búsqueda de un refugio. Pero también me mostraban la fortaleza de su espíritu, pues no debía ser fácil para ella retornar a un lugar que tuvo que dejar atrás. Me aproximé un poquito más hasta Mey y le palmeé un hombro con suavidad. Quizá la tomé por sorpresa con esta “confianzudez”, pero ni modo: la nostalgia de sus ojos, su amabilidad, su conexión con el dojo y ahora sabiendo una pequeña porción de su historia... todo eso me despertó el impulso irrefrenable de apoyarla. —Si así es como te sientes en este dojo, entonces me alegra muchísimo más haber venido a limpiarlo —le dije con sinceridad. Alejé mi mano de su hombro y me fui a una zona cercana del tatami donde había quedado algo de polvo; lo barrí en dirección a una de las ventanas abiertas, para que no se acumularan nubecitas cerca de Mey, me daría penita si estornudaba por mi culpa. —¿Sabes? Podría ayudarte con tu club —ofrecí sin rodeos mientras seguía pasando la escoba con cuidado, pero la miraba a ella mientras tanto—. Yo estoy intentando abrir uno, así que estos días lo estuve promocionando con folletos... y ciertas sorpresitas —le mostré una sonrisa amplia y radiante—. No tengo drama en hacer lo mismo por el tuyo. >>Y obviamente, considérame dentro —añadí con decisión—. Yo quería apuntarme y eso nunca cambió. Así que ahora seremos tres esgrimistas —entonces me reí por lo bajo, debido a otra de mis ocurrencias—. Como los tres Mosqueteros, pero con floretes.
La verdad era que no tenía particular afición por mentir, quería decir, al menos no cuando todavía no había alcanzado los puntos de sobrecarga y por eso cuando esta chica preguntó simplemente le contesté. Fue eso, una respuesta, no una confesión de pecados ni nada parecido. Había que aceptar las cosas por lo que eran para procesarlas, era lo único que había aprendido en estos meses. El mundo había colapsado. Mientras yo seguía aferrada a mi espada, era lo único que reconocía del pasado. Sentí que la chica me palmeó el hombro, la muestra de confianza excesiva no me sorprendió porque estaba habituada a Jez y todo lo que hice fue sonreír ante sus palabras. Cuando rompió el punto de contacto se fue a terminar de barrer algo de polvo cerca de la ventana y yo seguí sus movimientos; la mata de cabello albino, sus ojos azules y la amabilidad que poseía. —Gracias por limpiarlo —dije unos segundos después. Mientras seguía barriendo también continuó hablando, dijo que podría ayudarme con mi club, que ella estaba abriendo uno y había estado preparando cosas también, que no era un gran drama hacer lo mismo por el mío. Era una tontería, pero que una chica que no conocía de nada tuviese esa clase de iniciativa me pareció muy dulce. —Sería muy amable de tu parte, Vero, gracias —respondí con la sonrisa enternecida todavía puesta en la cara—. Y gracias por querer entrar al club, de verdad. Observé el espacio por incontable vez, dejé el almuerzo a un costado, cerca de la pared y volví a mirar a la muchacha. —¿Hay algo con lo que pueda ayudarte a ti ahora? Es un poco raro que seas la única trabajando.
Respondí con un pequeño asentimiento a cada uno de sus agradecimientos. Por la limpieza del dojo, por el ofrecimiento de promocionar su club y por mi unión a éste. Me gustaba dedicar energía a ayudar a los demás, era parte de mi naturaleza como persona y, por eso mismo, jamás pretendía recibir algo a cambio. Ni siquiera las gracias. Me era suficiente con la sola acción de ofrecer mi mano y que ésta fuera bien recibida. De todos modos, la calidez me llenaba el alma cada vez que las personas ponían en palabras su gratitud. Intenté mostrarme un poco más solemne frente a Mey. ¡Pero…! Se me hacía muy, muy difícil si la chica me hablaba con esa sonrisa tan enternecida en el rostro, era contagiosa. Al final, mi intento de seriedad se desvaneció cuando la dulzura destelló en mi expresión. Mientras tanto, seguía pasando la escoba con suavidad sobre el tatami. Me había arrojado de vuelta a la tarea apenas supe que el dojo la hacía sentirse segura. Fue como una primera respuesta en forma de un hecho: limpiar un lugar que le importaba. Recién nos estábamos conociendo, no sabíamos casi nada la una de la otra y era un misterio qué sucedería con el tiempo… pero esto servía como un pequeño primer paso en mi intención de darle apoyo. ¡Eso sí…! Mey tuvo un poquito razón cuando dijo que se veía un poco extraño que fuese la única haciendo algo. En realidad sí tuve la intención de pedirle que se sumara a mí, pero me había frenado el saber que pasó por lo del tour y lo del patio. No planeaba añadirle un compromiso extra, salvo que fuera ella quien se mostrara dispuesta. Puede que ya la estuviese cuidando sin darme cuenta, quién sabe. Así que cuando me ofreció su ayuda, lo celebré por dentro. —Qué bueno que lo dices —respondí, contenta por su disposición—. Espérame un momentito. Me dirigí a una zona algo apartada del dojo, allí donde se notaba un armario un poco alargado. Al abrirlo, un "Nice!" escapó de mis labios cuando hallé escobas y trapeadores en su interior; el polvo no había alcanzado los interiores del mueble, por lo que las herramientas de limpieza estaban, justamente, limpias. Tomé una escoba extra, regresé junto a Mey y se la ofrecí. —Hagamos esto juntas, ahora que somos compañeras oficiales del Club de Esgrima —le dije con entusiasmo—. Quedan algunos lugares por barrer, pero entre las dos terminaremos rápido. Luego habría que trapear con agua limpia y con eso, mínimo, ya tendríamos el tatami listo para futuros entrenamientos —mi sonrisa se estiró mientras la miraba. >>¿Sabes, Mey? Yo entreno algunas artes marciales desde chiquita —conté, mientras la invitaba a seguirme hacia una de la zonas polvorientas—. A lo largo de los años aprendí que en el acto de limpiar el dojo hay, digamos, una filosofía. ¿Te gustaría saber un poquitito al respecto?
La familiaridad que sentía con esta muchacha venía de estar acostumbrada a Jez, lo sabía y no podía evitarlo, incluso si había notado sus diferencias. Una parte de mí se sentía culpable porque sabía que en mi ausencia no había podido atender la amistad con Vólkov, una que se remontaba a nuestro primer año. Jez me había rescatado, era ese su pequeño superpoder. El solo hecho de que estuviese aquí limpiando el dojo, de que lo hubiese seguido limpiando cuando entendió que era importante para mí, siguió brindándome pistas de la bondad de esta chica. A veces no lo entendía, cuando acababa sumida en mi caos de miedo y envidia, no lo entendía; pero existían esta clase de personas. Eran dedicadas, bondadosas y necesarias. Eran la única esperanza que poseía un mundo como este, uno donde otros se aprovechaban de los débiles. Esperé cuando me lo indicó, al regresar conmigo traía otra escoba así que la tomé sin problema y volví al sonreír al escucharla decir que hiciéramos eso juntas ahora que éramos compañeras. El comentario fue casi dulce, supo a casa y algo me punzó el pecho un instante tan ínfimo que fui capaz de ignorarlo mientras buscaba los lugares que quedaban empolvados. —Ya iba siendo hora de darle algo de mantenimiento —comenté al aire mientras comenzaba a sacar el polvo, allí donde ella me había guiado. Le presté atención, contó que practicaba artes marciales desde pequeña y cuando mencionó lo del acto de limpiar el dojo me exprimí las neuronas. Cuando todo pasó, después de que me sugirieran hacer algún deporte para regresarme la confianza y fortalecerme, papá había sugerido algunas artes marciales. También habíamos investigado un montón de cosas y recordaba que para los japoneses esto de limpiar, ya no solo el dojo, si no limpiar en general era una cosa importante. —Es... Ay, ¿cómo era? ¿Soji? ¿Osoji? —Comprimí los gestos al no saber si estaba encontrando la palabra correcta—. Creo haber leído algo al respecto, pero nunca lo vi o fui parte de eso, tampoco recuerdo muy bien de qué iba. Puedes contarme si gustas y también contarme de qué arte marcial será tu club.