Misato Aoyama Asentí con los ojos cerrados escuchando las propuestas de Meyer, podía estar segura que había conocido a alguien con quien compartir el receso, de verdad lo agradeci. —Como dije deseo volver al Kendo o algo parecido—abri mis ojos observando a la presidenta del club con decisión—Practiquemos un poco ahora que tenemos oportunidad, estaría muy feliz de ver tu destreza en este momento—dije con un poco más de entusiasmo. Sin mucha pérdida de tiempo me posicione en el centro del dojo esperando recibir una espada para experimentar su peso, habían pasado dos años desde que sostuve una espada de bambú al punto de olvidar su textura. —Cuando quieras Meyer-san...espero me indiques el camino correcto para iniciar. Hablé esforzándome por no mostrar mucha formalidad, había sido criada en las costumbres más tradicionales y una de ellas era la forma de hablar, por fortuna mi esfuerzo logro acercarme más a un dialecto comun, uno que me permitía acercarme y forjar lazos con potenciales amigos o gente necesitada.
Su respuesta a mis propuestas me hizo soltar una risa baja, fue una vibración más que cualquier otra cosa, y asentí con la cabeza porque realmente no había esperado nada diferente. Una buena parte de los que nos aparecíamos aquí estábamos deseando demostrar que podíamos aprender, que ya sabíamos o, quizás, solo regresar a una parte de nosotros que tuvimos que dejar atrás por la fuerza. Sabía de eso, tal vez más de lo que me gustaría. Aoyama se posicionó en el centro del dojo y yo hice lo propio, pero en lugar de alcanzarle el florete directamente me acerqué al armario donde se guardaba el resto de las cosas, el equipo de protección. No parecía hacer una talla muy diferente de la mía, así que con eso me guié para finalmente regresar a ella y extender el equipo, que iba por encima de la ropa de por sí. También le alcancé una de las caretas. —El equipo de protección en la esgrima es importante, incluso si los floretes son bastante livianos en su mayoría, carezcan de filo y punta. No podemos hacernos daño ni aunque queramos, pero igual pincha un poco. —Una vez ella tomó todo sí me moví para tomar un florete para cada una, antes de colocarme el equipo yo también y le expliqué algunas cosas sobre la marcha—. Los puntos se marcan por cada toque que alcances a darle a tu oponente, desde aquí... hasta aquí. Señalé mis piernas a la altura del muslo, luego el torso hasta los hombros delimitando el área donde podía alcanzarme con el florete. Luego señalé el suelo del dojo, el espacio delimitado por los tatamis. —No puedes salirte de este espacio, si lo haces tu punto no cuenta, incluso si alcanzas a darme un toque que se daría por bueno. Tenemos posturas también, pero hoy no me interesa eso, quiero ver cómo te mueves solamente y que te acostumbres al florete —expliqué con calma—. Haremos esto en tres sesiones, cada una de tres minutos. En un enfrentamiento oficial deberías hacer quince puntos, pero por cuestiones de tiempo nos quedaremos con cinco, sea que los haga yo o los hagas tú, ¿de acuerdo? Tomé posición y de no haber sido por la careta Aoyama la habría visto, la sonrisa distinta que me alcanzaba el rostro cada vez en ese dojo. Era una Laila diferente. —Cuando estás lista, Aoyama-san. Contenido oculto Bien, la dinámica es la siguiente. Por post vamos a tirar 3 dados de 6 caras, por cada dado que salga par se cuenta como un punto, es decir, un toque válido. Si tienes suerte puedes lograr hasta tres puntos por post o en caso contrario pues no lograr ninguno. El entrenamiento termina cuando alguna de las dos alcance los cinco puntos que dijo Laila, sea ella o Misato. Empiezas tú ♥
Misato Aoyama Laila sin más dilación busco el equipo necesario para una demostración de esgrima, era algo distinto a lo que imaginé, al colocarme el equipo cuide de no tener problemas con mi cabello, aunque este permanecía bien atado como debía ser. —Ya veo son como las espadas occidentales—comente observando con curiosidad el florete, un arma muy distinta a la espada de bambú, lo poco que recordaba era aquellas viejas historias sobre "mosqueteros" unos guerreros históricos en Europa, apenas si tenía interés por el mundo fuera de Japón, pero nunca era tarde ¡Podía empezar luego de clases en mis momentos libres! —Entendido Meyer-san—hice una reverencia y me extendi el florete para atacar, era arma ligera y sentía que podría manejarla sin muchos problemas, tendría entonces la misión de evitar que Meyer-san tomara ventaja en este encuentro.
Sabía que el florete podía resultarle bastante distinto de la espada de bambú del kendo, precisamente por eso quería que lo probara, que se acostumbrar al peso y también a su flexibilidad. Eran cosas que se aprendían solo llevándolas a la práctica de por sí. —Lo son, sí —respondí con calma—. Un poco en rollo mosquetero, ¿no te parece? Como fuese, la muchacha tomó posición y para mi sorpresa alcanzó a darme dos toques casi seguidos, el segundo había fallado por poco, apenas una desviación del brazo. Para el primer intento no estaba mal. —Muy bien, Aoyama-san —la felicité poco antes de moverme para atacar. Misato: 2 Laila: 3
Misato Aoyama Había logrado dar dos buenos estoques para mí alegría no había perdido mi destreza, aunque no era practicando el deporte esperado...siempre me gustó probar cosas nuevas y ese era el momento. —Las espadas y yo podemos sincronizarnos, tengo mucha paciencia para ello—dije tomando posición para atacar a Meyer y tomarla desprevenida, quería esforzarme al máximo aunque ya tenía asegurada mi membresía en el club.
Alcancé a Aoyama con las tres estocadas, las tres fueron movimientos rápidos, fluidos, y me permití una risa de suficiencia incluso. En rasgos generales era una chica bastante sosegada, pero la esgrima que me brindaba la confianza que me faltaba en otras áreas y se veía, había sido así desde el inicio. —Comienzo a notarlo —respondí ante su comentario dije luego de que consiguiera otros dos puntos válidos—. Solo dos puntos más, Aoyama-san. ¿Creía que fuese a lograrlo? Realmente no lo descartaba, pero dependía de que yo fallara. No fue el caso, el cuarto punto la alcanzó y aunque primer intento del quinto fracasó, recuperé la postura sin dificultad y el siguiente ataque sí fue válido. Relajé la postura apenas haber encontrado el cuerpo ajeno con el florete, regresé sobre mis pasos y me saqué la careta para poder mirar a la muchacha, regresando el cabello a su posición de una sacudida ligera. —Estuviste muy cerca, una lástima que ese punto intermedio se te escapara las dos veces —le dije, mientras me ajustaba el florete bajo el brazo para poder extender la mano ahora libre en su dirección. Sabía que los apretones de manos no era una cosa muy japonesa, pero debería disculparme—. Puliremos tu técnica. Bienvenida al club, Aoyama-san. Misato: 4 Laila: 5
Misato Aoyama El último estoque había fallado, Meyer-san anoto puntos al final, una lástima haber fallado, pero al menos podría mejorar mi esgrima dentro del club. —¿Uh?—estaba por inclinarme cuando Meyer extendía su mano hacia mi, era una chica de occidente al final. Aún Clementine saludaba con reverencias y sin ningún problema, aún tenía que acostumbrarme a ciertas cosas —De verdad muchas gracias, estaré muy feliz por aprender y ser tan buena como tú—dije estrecha el saludo con mi mano. —Aun queda algo para el final del receso ¡Sería grandioso si comemos algo mientras tanto!—fui y coloque todo el equipo en su lugar—Puedes probar parte de mi almuerzo si gustas... Como siempre no faltaba mi costumbre de compartir lo que preparaba para mi almuerzo.
Era obvio que iba a sacar un poco de base a la chica con el apretón de manos, pero a pesar de todo accedió al gesto y extendió su mano hacia mí, así que la estreché, dándole un apretón breve antes de dejarla ir. Su comentario me hizo soltar una risa ligera mientras me disponía a dejar las cosas en su lugar correspondiente. —Me halagas —dije acomodando el equipo en el armario—. Confío en que alcanzarás un buen nivel, incluso si es diferente al kendo. Estaba en eso cuando la escuché decir que todavía le quedaba algo de tiempo al receso, creí que quizás se despediría para ir a aprovechar esos minutos, pero su lugar me ofreció compartir parte de su almuerzo y el gesto me suavizó las facciones incluso antes de voltear a verla. Siempre agradecía esa clase de cosas de las personas, me parecían algo de lo más dulce. —Me gustaría, sí. Muchas gracias. —Me lo pensé un rato y se me iluminó la neurona un poco de repente—. Puedes acompañarme a la máquina expendedora del pasillo de la planta baja, te invito a algo de tomar. Contenido oculto holiwis, no creo que me dé tiempo de responder nada más si es que a ti sí, al receso le queda como hora y media apenas. En cualquier caso puedes asumir que almorzaron juntas obvio <3
El piar de Copito alcanzó mis oídos, haciéndome consciente de que no lo había oído hasta ahora. Fui consciente, también, de que me estaba marcando la escenita del siglo y las mejillas me ardieron, oculto tras mi propia mano. Estaba dividido entre la necesidad de calmarme y de recibir su respuesta, o su reacción, o lo que fuera. De lo poco que conocía de ella no creía que fuera a reírse o molestarse, pero la mente solía jugarme malas pasadas y aprovechaba los momentos de debilidad para clavarme los colmillos en el costado. Creerá que eres patético. ¿Qué haces llorando frente a una niña que siquiera conoces? Patético. Me pareció oírla moviéndose y, poco después, sentí sus dedos en mi hombro. Miré y seguí mirando las galletas, como si pretendiera memorizarlas o perforarlas. Me dijo que no tenía nada de malo sentir las cosas y supe que sólo buscaba reconfortarme. Sabía que era cierto, también. El problema era que... sentía demasiado las cosas. Me pesaban en el cuerpo y en el corazón, obraban de ancla. Su contacto en mi hombro se transformó en caricias suaves y tomé mucho aire por la nariz, apretando los párpados con fuerza. Ya, enfócate. Sal de ahí. Sal de aquí. Vete. Las patitas de Copito me hicieron cosquillas sobre la camisa y solté una risa nasal sumamente floja. Verónica se apartó, la oí incorporándose y tomé otra bocanada de aire. Su voz me alcanzó desde arriba y moví por fin la mano de mi rostro. Deslicé la mirada de las galletas al césped, del césped a Copito, en mi hombro, y le sonreí. ¿Esta chica y este pajarillo iban a cuidarme? Sonaba irrisorio, por Dios, con la de mierdas en las que estaba metido. Era irrisorio, sí, y era dulce. Afirmé el agarre sobre los moños de las galletas y me incorporé por fin. Verónica me ofreció su mano, transportándome a la prueba de valor. —Intercambio equivalente, ¿no? —murmuré, con una sonrisa suave, y la acepté—. Aunque... eso significa... Empezamos a caminar. Había lanzado la vista al frente, pensativo, y de repente me sonreí. Si ella me había obsequiado galletas tenía que regresarle el favor, ¿no? De alguna forma. Qué coincidente que disfrutara haciendo postres. La miré de soslayo, como si fuera a decirle lo que tenía en mente, y al final me hice el interesante y señalé adelante. —Mira, Copito, ese es el dojo. Está bastante bien, ¿eh? Parece salido de una peli. Ingresamos al espacio tras deslizar la puerta. Adentro había suspendido un intenso aroma a madera y polvo. La luz se filtraba añeja, las motas navegando el espacio a nuestro alrededor. Comencé a husmear las cosas que había allí adentro tras haberme soltado de la mano de Verónica. —Si hubiera un club donde puedas entrenar no tendrías que levantarte tan temprano, ¿verdad? —propuse, distraído con las espadas de bambú—. ¿Lo has pensado?
El tacto de su mano me hizo comprender que estaríamos bien. Quizá yo había sido demasiado avasallante al hacerle los regalos en nuestro segundo encuentro, pero… pero no podía evitar ser así de expresiva con las personas que eran buenas conmigo. No me caracterizaba por ser tímida, era por eso que me presentaba ante la gente de una forma tan abierta y comunicativa, tan confianzuda. Y si a cambio recibía amabilidad, sonrisas y miradas tiernas, mi cariño brotaba como una ráfaga blanca y pura. Sin miedo, indiferente al qué dirán. Así y todo, tenía la madurez suficiente para entender que existían ciertos límites tras los cuales debía pararme y esperar paciente, con una sonrisa, a que la otra persona me abriera su corazón. Por esa razón no pregunté a Fuji qué le había sucedido en esos días tan malos, pese a que me interesaba ayudarlo, así fuese solamente como su oyente. La angustia de su voz seguía repiqueteando en mí. Sin embargo, me alegraba de poder haber hecho algo por él, por muy chiquitito que fuese, para que recuperase la sonrisa en ese momento. Copito hizo que riera y yo asentí cuando el chico dijo lo del “intercambio equivalente”, tras lo cual tomó mi mano. Antes de que partiésemos hacia el dojo, me permití dedicarle una última y sutil caricia: con el pulgar, sobre el dorso de su mano. Había confiado en que no se iba a alejar cuando contuvo sus lágrimas, pero de todas formas sentía alivio. **************** Hicimos el camino inverso. El sol seguía brillante en el cielo, pero mis ojos ya se habían acostumbrado a tanta luz y podía apreciar mejor el movimiento de las personas a nuestro alrededor. Notaba bastantes grupos desperdigados, animados. Eso me hizo sentir la alegría de ser parte de nuestro triplete. La próxima vez invitaría a Jez y haríamos el cuarteto perfecto; me había dicho que hoy almorzaría con el famoso Altan Donnen, ¿aceptaría él completar un quinteto? Me distraía pensando en todas las posibilidades que esa idea ofrecía, de manera que no advertí la mirada que Fuji me lanzó de soslayo en complicidad con Copito, que permanecía en su hombro. Al llegar al Dojo, mi exclamación fue inevitable: —¡Woooow! Fuji tenía toda la razón: parecía sacado de una peli, ¡y me encantaba! Mi rostro se iluminó de la ilusión y, apenas el chico soltó mi mano, caminé en dirección al centro del lugar con los brazos abiertos. La emoción de estar en un sitio como este me embargó al punto de que estuve a punto de dar saltitos, más que dar pasos. Casi, eh, había faltado poco. Hasta había polvo y motas flotando suavemente en los rayos de sol que entraban por las ventanas, lo que otorgaba un aire misterioso, algo guerrero. —Si hubiera un club donde puedas entrenar no tendrías que levantarte tan temprano, ¿verdad? ¿Lo has pensado? Giré en dirección a Fuji. Durante los momentos que miraba el dojo con carita embelesada, él se entretuvo curioseando. Me acerqué hasta donde se encontraba, para mirar las espadas de bambú juntos. —Hace un tiempito hablé con Zeldryc por su club de kickboxing. Caminamos un rato por los pasillos mientras le hablaba de artes marciales —le conté mientras deslizaba el índice sobre la extensión de una de las espadas, estaba polvorienta; acto seguido me subió una risita por el pecho y la detuve tras el dorso de mi mano—. Es un chico muy peculiar. Va con esa carita tan ruda y fría —me giré hacia Fuji e intenté imitar la expresión de Zel, buscando hacer que se riera. Luego sonreí con mi expresión habitual—, pero me pareció gracioso. El muy atrevido me revolvió los cabellos como si fuera una niña, no te imaginas la indignación que le agarró a Copito. El gorrión giró la cabeza desde el hombro de Fuji, sintiéndose aludido. Rasqué su pequeño pico de ave adorable con cariño y continué hablando: >>Quedamos en que iba a avisarme cuando iniciaran las actividades de su club, pero… nothing —finalicé en mi inglés natal. Mis ojos se volvieron a centrar en las espadas de bambú mientras me sumía en silencio. Con un meñique comencé a acariciar mi labio inferior, en clara señal de que estaba meditándome sobre algo. —¿Tal vez debería abrir un club de algún arte marcial? —me pregunté— Un club de Judo sería genial, me serviría para seguir mejorando y además, podría transmitir a las personas su filosofía. >>Y luego no tendría que levantarme temprano y podré dormir como oso —le sonreí a Fuji, parafraseando sus palabras.
Verónica estaba embelesada con el dojo. Tras separarnos, fue hasta el centro del lugar con los brazos abiertos y yo la seguí con la mirada un par de segundos, negando suavemente con la cabeza. ¿Quién de los dos parecía nuevo en la escuela? Me puse a curiosear las espadas, entonces, y sugerí lo del club. Oí sus pasos acercándose en mi dirección y le concedí una sonrisa en cuanto estuvo a mi lado. ¿Zeldryck? No tenía idea de quién me hablaba, pero no quise interrumpirla. Conectó con mis ojos al imitarlo, puso cara de chica mala (o algo así) y se me escapó una risa traicionera que tapé con el dorso de mi mano, girando el rostro un par de centímetros. —¿Te revolvió el cabello? ¿Como si fueras una niña? —repetí, indignado, y estiré el brazo para, precisamente, hacer eso. Le alboroté la cascada albina un poquito y volví a reírme—. ¿Así? Luego se mantuvo pensativa algunos segundos. Lo respeté, detallando cualquier otra cosa, hasta que la oí hablar. Le sonreí, fue suave y asentí, pretendiendo animarla. Un club de algún arte marcial sonaba bien y... me daba vergüenza decírselo, pero con su temperamento y entusiasmo no veía forma posible de que no lo lograra. Volví a ser consciente de las galletas que llevaba en la otra mano y apreté apenas el agarre en torno a las bolsas. —Ah, dormir como oso siempre es importante —coincidí, girando el torso hacia el dojo—. Además, esto no parece que esté en uso. También le vendría bien algo de mantenimiento, que abran las ventanas y le entre aire fresco. —Volví a mirarla, y la sonrisa me cerró los ojos—. Es pura ganancia, ¿no?
Fuji me alentaba a hacer realidad la idea del club, que quedó aferrada a mi mente como un fueguito. Hablaba de la importancia de dormir y cómo este dojo recuperaría su brillo si se le volvía a dar uso, buscaba motivarme con la idea de que el destino del lugar estaba en mis manos. Nos conocíamos poco, es cierto, pero él parecía entender parte de mi manera de pensar las cosas. Creo que en realidad no es tan dífícil debido a mi transparencia sin medias tintas. Pero no por eso dejaba de ser tan tierno que me apoyara, y las galletas en su mano mostraban esa gratitud que sentía. Yo asentía un poco distraída al escucharlo hablar, porque me encontraba entretenida buscando con los dedos, a ciegas, finos mechones de pelo revuelto para acomodarlos con delicadeza en mi cabecita lacia. Fuji había hecho lo mismo que Zeldryck. Una sorpresa igual a la de aquella vez. Pero su toque fue más cuidadoso y Copito no se lo tomó a mal. —Es una pena que el dojo esté así —dije, girándome junto con él para apreciar el lugar con la vista—. La verdad es que me gustaría verlo en todo su esplendor... Así que me voy a pensar lo del club de judo el finde. Conociéndome, seguro que para el lunes ya habrá noticias frescas. No era cinturón negro en judo, poseerlo me permitiría instruir a las personas. Mi sensei de Vancouver y su familia de aquí seguro me darían su apoyo, pero igual quería consultarles porque los respetaba. Y también saber la opinión de Vali, de mamá y papá. En todo esto pensaba mientras continuaba peinándome con aire risueño. Tomé un último mechón entre mis dedos, de la zona que caía sobre mi sien, y me quedé mirándolo. Blanco, absolutamente blanco, generador de muchos recuerdos. Acto seguido busqué el rostro de Fuji y me quedé viéndolo, silenciosa. No despegué mi mirada de la de él. Aunque sus ojos eran de bronce, en ellos podía notar un asomo de mi reflejo albino. Yo no llevaba una sonrisa en mi cara, sólo la expresión tranquila, pacífica. Y cuando me pareció que mi compañero comenzó a sentir el peso de mis ojitos azules… le hice cosquillas en el puente de la nariz con el extremo de ese mechón que tenía entre los dedos. Sorpresa, Fuji. —Mi cabello es muy especial para mí, ¿sabes? —esbocé una sonrisa cálida en su dirección—. Muy pocas personas en mi vida lo han tocado… Quienes lo alcanzan también se convierten en especiales. Te felicito, acabas de entrar a un club muy selecto y exclusivo —expresé radiante—. En mi secundaria de Vancouver una vez se inventaron la leyenda de que yo era una lámpara mágica, que al frotarla se te cumplía un deseo. Igual nadie lo intentó porque mi cinturón negro en karate intimidaba lo que mi rostro no podía —dejé escapar una risa suave, qué épocas—. Aprovecha bien el tuyo, no hace falta que lo pidas ahora. Imagina que Copito es el genio de la lámpara, se lo puedes susurrar a él cuando llegue ese día. Nadie se va a enterar porque guarda muy bien los secretos. Entonces alcé la mano y, con los ojos cerrados, acaricié mi blanca coronilla que estaba ahora prolija. Luego me coloqué a un costado de Fuji y me incliné sobre su hombro, donde el gorrión reposaba con las plumas infladas de relax. Hice como que le decía algo en voz baja, pero con la intención de que el chico también pudiera escuchar mi voz susurrante... —Mi deseo es que los tres nos veamos muchas veces más... Y que Fuji sea mi alumno favorito de judo; pero sólo si quiere entrar al club, eh —reí por lo bajo y miré el perfil de su rostro—. La propia lámpara mágica tiene derecho a dos deseos, aclaro. Me había desviado un poco del tema, pero es que mi cabello era todo un asunto para mí. En las zonas de Vancouver que frecuentaba, no había personas albinas aparte de mi hermana y yo, y al irse ella de casa fui la única persona con ese rasgo. Me supuso bastantes sobrenombres, todos bien recibidos sin importar la intención: “la chica de pelo blanco”, “lámpara mágica”, “florcita de luz”, “Blancanieves” entre otros. No me molestaban, pero nunca había tenido con quien compartir un color de pelo tan llamativo, y por algún motivo, esa suerte de soledad de color me hacía atesorar mi cabello con mimo. Pero ahora la tenía a Jez, que me hacía feliz con su sola presencia. Y el toque de Fuji también era una forma de compartir mi color, porque si él hubiera pedido tocarlo, probablemente se lo habría permitido también diciéndole lo del deseo. Pero bueno, se me había adelantado el muy juguetón. Me agradaba que tuviese esos arranques traviesos, era divertido.
No estaba segura de que mis intenciones (o razones) para motivarla se desprendieran de la prueba de valor, las galletas y lo que había ocurrido en general. No surgía de la gratitud, quería decir. Me gustaba creer que más allá del complejo de héroe había un núcleo genuino, uno que disfrutaba sirviéndole de soporte a los demás, leyendo sus sentimientos y actuando acorde a ellos. Acompañar, respetar, motivar. La idea del club venía de ese lugar. Imaginé que a Vero le haría ilusión, incluso si ni siquiera a ella se le había ocurrido, y de ser el caso... la seguiría apoyando. Eso era todo. Consideré el trabajo hecho cuando dijo que lo pensaría durante el finde, mientras acomodaba su cabello a tientas. La dejé hacerlo y preferí no intervenir, entretenido con la imagen. Cuando me clavó la mirada alcé las cejas, como preguntándole qué ocurría, pero no dijo nada y... me siguió mirando, sin más. Algo de nervios se me revolvieron en el estómago, ligeramente ansioso, y estuve por abrir yo la boca cuando estiró el mechón de pelo que tenía agarrado, haciéndome cosquillas en la cara. Arrugué la nariz, soltando el aire de golpe, y me reí en voz baja. Retomó la conversación, entonces. Me contó de su cabello, la lámpara mágica y los deseos. Volví la mirada a Copito y alcé las cejas, entretenido. ¿Ahora era el genio de la lámpara? Qué gorrión tan versátil. Mantuve mi atención en el pequeñín un par de segundos, mientras Vero seguía hablando, y la sonrisa me suavizó la expresión; quizá la entristeció un poco, también. Un deseo secreto... Llevaba anhelos y arrepentimientos demasiado enredados al corazón todavía. Eran cosas en las que estaba trabajando, pero les tomaría tiempo sanar. No creía, por ende, que valiera la pena malgastar deseos en ellos. Se suponía que apuntaran al futuro, ¿cierto? No que se aferraran al pasado. Volví la vista a Verónica cuando noté, por el rabillo del ojo, que se frotaba la cabeza. Se acercó después y le pidió un deseo a Copito, junto a mi hombro. Alterné la mirada entre ella y el gorrión, enternecido, hasta que me apuntó a su club por la cara. Me reí, fue inevitable y, en cierta forma, se asemejó a liberar la presión acumulada de golpe. —¿Son los beneficios de tener cabello mágico? —indagué, y decirlo así me iluminó la neurona; la miré, ilusionado—. ¡Eres Rapunzel! Giré el cuerpo en su dirección, entonces, y me enfoqué en lo importante. —Lo del club... no suena mal. —Una sonrisa me danzó en los labios, pretendiendo desafiarla—. Pero vaya, aún no me has mostrado ningún movimiento. ¿Realmente debería confiarte mi proceso de enseñanza? ¿Llamarte sensei?
Cuando me dijo que lo del club no sonaba mal, se me dibujó una tremenda sonrisa de la emoción, de esas que cruzaban el rostro y eran incontenibles. También sabía que, si lo del club salía bien, Fuji no sólo sería una compañía tan linda, sino también mi responsabilidad. El camino marcial era una cosa y otra muy distinta el sendero del instructor. Yo sentía una gran admiración por mis sensei de karate kyokushin y judo; y por mi querida hermana Vali que me había enseñado taekwondo. ¡Debía ser una sensei a la altura de ellos! —Descuida, conmigo estarás en buenas manos —respondí, sin vanidad, a su desafío—. Ahora vas a ver un poquito de karate y taekwondo. Pero mostrarte técnicas de judo es más complicado porque se hacen de a dos y... bueno, yo… —le dirigí una mirada dubitativa mientras jugueteaba con otro mechón de cabello— te tendría que tirar al suelo y me da penita. Sería la más cuidadosa del mundo y no te lastimarías, pero me da penita igual y quizá lo sientas brusco al principio. En el ambiente del club sería distinto... —expresé con un suspiro—. Pero bueno, por el momento empecemos con lo otro. Necesito que cuides mi botella de jugo un segundo. Puse en manos de Fuji la botellita vacía, que antes había dejado junto a las espadas bambú cuando me acerqué a mirarlas. Copito seguía medio dormitando en el hombro del chico y era mejor así. Volví a posicionarme en el centro del dojo. Saqué una cinta azul con la que até mi cabello en una coleta y finalmente miré a Fuji desde la distancia. —Primero te voy a mostrar una "forma" de karate —dije sonriente—. Son series de movimientos que buscan transmitir conocimiento basado en luchas reales; su objetivo es la preparación física, técnica y mental para el combate. Cada tanto los practico en mi apartamento. >>Ahora mira. Esta forma se llama Gekisai Sho. Me coloqué en posición recta, con las palmas juntas frente a mi cintura. Acumulé concentración, lo que hizo que la sonrisa abandonara mi rostro para dar lugar a otra expresión... Más impasible, muy calma... Incluso mis ojos pasaron de ser dos mares a profundos océanos azules; era lo que solían decirme cuando luchaba. Luego crucé los brazos frente a mi rostro y tomé aliento. La ténue luz del sol caía sobre mí y las motas de polvo flotaban a mi alrededor. Éstas se sacudieron, como arremolinadas, cuando lancé los primeros tres puñetazos a mi costado, al aire. Luego di un paso y otro golpe que salió despedido con más fuerza, deteniéndose con la precisión justa. Seguí moviéndome con absoluto control de mi cuerpo y mente, de mi aliento. El suelo del dojo susurraba bajo mis pies, que levantaban pequeños hilos de polvo que salían despedidos por las ligeras ráfagas de mis puños y patadas, mientras mi uniforme también emitía sonidos de tela rozada, por las técnicas desplegadas. Incluso el aire parecía murmurar a mis movimientos. En ningún momento perdí el equilibrio, ni desperdicié un centímetro, ni aliento. Finalicé con una reverencia hacia Fuji y enseguida le mostré mi sonrisa radiante de siempre. Me encantaban demasiado las artes marciales y compartirlas con los demás. —Espero que te haya resultado interesante y te de una primera idea de que lo fuertecita que soy en realidad. En el Kyokushinkai, así se le dice a este estilo de karate, se busca utilizar todo el cuerpo como arma —dije con entusiasmo, sin moverme de mi sitio—. Ahora te voy a pedir que apoyes mi botella de jugo de uva sobre tu mano, estires el brazo y la dejes a la altura de tu rostro... Te voy a mostrar una patada de taekwondo. >>¿Cuál quieres ver, Fuji? ¿La 360, la 540 o la 720? —le pregunté como si ya supiera de qué hablaba, con una sonrisa medio divertida. Contenido oculto: video de referencia Esta es la forma que hizo Vero. Comienza en 0:13. Imaginemos que el sonido de la respiración fue bastante más suave. Y sí, también pegó los grititos :P
Entendía que le diera pena andar tirándome al suelo, pero a mí honestamente no me importaba. Le creía al decir que sería cuidadosa y, comparado a las mierdas que me había comido en la calle, seguro sería una caricia de bebé. Pero vaya, tampoco me interesaba forzarla ni soltar algo como "por favor, arrójame al tatami" así que mantuve la sonrisa serena y sostuve su botella de jugo en cuanto me la entregó. La seguí con la mirada en su recorrido hasta el centro del dojo y permanecí en silencio, inmóvil, viendo su demostración. En sí, mi mera existencia debía ser una absurda falta de respeto para las artes marciales. No sabía a qué esperaba el dios del karate o quien fuera para echarme a patadas del dojo. Me metía yenes en el bolsillo a fuerza de hacer miserables a los demás, saldar cuentas ajenas o proteger a hijos de puta. Ya no peleaba tanto como antes, eso era cierto, pero en su lugar me paraba detrás de Frank y aguardaba en silencio a que hiciera sus negocios sucios. Y si las cosas se ponían feas, bueno. El apodo ya circulaba en la calle y el tatuaje en mi nuca lo respaldaba. Clelia negra. Eres alto, muchachito, como el cabrón de tu hermano, y tienes buenos brazos. Era una especie constrictora. Ni siquiera tienes que ensuciarte mucho las manos, con aplicar la presión correcta basta. Los movimientos de Verónica eran precisos, ágiles y orgánicos. Se notaban los años de entrenamiento y disciplina, la seriedad con la que se tomaba todo esto, y sentí un ligero pinchazo de culpa en el pecho. Al finalizar, hizo una reverencia hacia mí y sonreí en automático. Su próxima solicitud me dio una clara idea de lo que tenía en mente y solté una risilla. —Estoy confiando demasiado en ti —bromeé, estirando el brazo con la botella en mi mano, justo como ella me había indicado—. La de setecientos veinte suena a que es la más complicada, así que si eres tan amable~ Deduje que serían grados y, quizá, indicara la cantidad de giros que hacía en el aire. Fuera como fuera, tenía ganas de verla lanzando patadas. Contenido oculto qué bueno que aclaraste lo de la respiración, porque me costó mucho no reírme cada vez que respiraba la señora JAJSJAJA
—Veo que eres un chico de exigencias altas, eso me gusta —dije con aprobación cuando eligió la patada de ejecución más compleja—. Quédate bien quietecito, ¿sí? Que voy a ir con todo lo que tengo. Desde el centro del dojo comencé a trotar hacia Fuji. Mis ojos se volvieron a convertir en océano conforme acortaba la distancia entre nosotros. Copito pareció detectar mi energía e intención, alzó la cabeza como sabiendo lo que se venía. Me elevé en el aire. Con la pierna derecha propulsé todo mi cuerpo hacia arriba, mientras la izquierda servía de impulso para comenzar a girar. Fueron exactamente dos vueltas. La primera se completó durante el ascenso, mientras que el segundo giro encontró su culminación poco después de alcanzar un punto muerto en el aire, cuando mi cuerpo comenzaba a regresar al suelo. Fue ese el momento en el que elevé la pierna con la que había saltado, la derecha, y propiné la patada a la botella que Fuji tenía sobre su mano. El golpe de mi empeine fue poderoso y se conectó con el centro del objeto, sin rozar un solo centímetro del chico. La botella salió despedida de su mano en un parpadeo y aterrizó a cierta distancia, rebotando sobre el tatami con ruido plástico. Yo por mí parte logré un aterrizaje óptimo… Y apreté los puños frente a mi pecho, sonriente, en una silenciosa celebración: me había salido super-bien. —¿Qué te pareció? —quise saber, pero otro pequeño torbellino de palabras se desató— Mientras que el karate utiliza tanto puños como patadas y busca ser más orgánico con todo el cuerpo, el taekwondo se centra mucho más en las patadas. Demanda mucha más flexibilidad y destreza corporal. Entonces, tomé un poco de distancia. Nos quedamos frente a frente, y me posicioné de costado respecto de él. Adopté la posición de combate del taekwondo, consistente en separar un poco las piernas y tener los puños delante, uno cerca del pecho y el otro más distante. —Hay algunas patadas básicas, como la Side kick —pateé hacia un costado, de perfil, elevando un poco la pierna para golpear en el rostro de un oponente imaginario con la planta del pie—, la Roundhouse kick —con la otra pierna realicé otra patada hacia el costado, pero ésta iba acompañada de un giro de cintura y el golpe era con el empeine— o la Front kick —este movimiento era similar a lanzar un puntapié hacia adelante, pero uno que llegaba hasta la altura de mi rostro—. Una vez que logras dominar varias técnicas del taekwondo, las puedes combinar. Observa. Corrí una corta distancia hacia adelante y lancé una front kick, algo más baja. Di un giro sobre mí misma y en un corto salto ejecuté una doble front kick al aire. Al aterrizar, realicé una Side kick combinada con un giro y una roundhouse. —¿Qué dices, Fuji? —dije hacia él mirándolo por sobre mi hombro, sin haberme cansado— El judo es un mundo completamente diferente. Pero aún así, ¿soy alguien digna de convertirme en tu maestra? Contenido oculto: Referencia 1. La patada 720 La patada a la botella es la de los segundos 0:25 a 0:37 (incluye repe en cámara lenta (?)) Contenido oculto: Referencia 2. Patadas básicas Side kick Roundhouse kick Front kick Contenido oculto: Referencia 3. Verito Combo (obviamente hecho en solitario)
El comentario de Verónica me hizo la debida gracia, pero en su lugar sólo esbocé una sonrisa bien inocente y me quedé allí, con el bracito estirado. Era una dinámica agradable, podíamos conversar y molestarnos un poco sin alterar la serenidad del ambiente, además de que la chica no parecía tomarse nada a pecho. Esta clase de personas me ayudaban a recordar que, probablemente, las cosas no fueran tan terribles como mi mente quería hacerme creer. Seguí sus movimientos al retroceder, tomar carrera y, finalmente, ejecutar la patada. Fue apenas un suspiro lo que duró en el aire, su empeine conectó con la botella y la pobre cosa salió volando, fuera de mi vista. Intenté trazar su recorrido, la vi caer más allá y regresé a Verónica. La niña no me dio tiempo ni a expresar mi opinión, que volvió al modo sensei. Lo había podido ver en aquella pequeña demostración, la diferencia entre el karate y el taekwondo. Personalmente, sentía al segundo mucho más... poderoso. Por los motivos que fueran, sanos o no, atraía más mi atención. —Definitivamente hay algo en ver a una chica lanzando patadas —bromeé, aunque en sí no fuera mentira, mientras buscaba la botella que había quedado tirada. Tras recogerla y erguirme la miré desde mi posición, balanceando el plástico en mis manos—. ¿Cuándo comienza el club, dices? Volví frente a ella, ya me había mostrado las diferentes patadas del taekwondo y llegó la flamante pregunta final. Por la gracia fingí ponderarlo, dándome golpecitos en la mandíbula con la tapita de la botella, y básicamente me mantuve así hasta que consideré que podía empezar a impacientarse. —Sólo soy un humilde cocinero, así que yo creo que sí —respondí por fin, la sonrisa me iluminó el semblante y me reí en voz baja—. Aunque, si te soy sincero, ¿no crees que para definir tu potencial como sensei de judo deberías alardear tus habilidades de judo? Dejé la botella parada sobre el tatami, las galletas, también deposité allí suavemente a Copito, y me paré frente a la chica. —Estoy listo, sensei~ —murmuré, suavizando el tono por la gracia.
Lo miré con esperanza mientras chocaba la tapita de la botella sobre su rostro para meditar si podía convertirme en su maestra o no… Porque, la verdad, pensar que podría enseñar artes marciales a alguien... era algo que me emocionaba más de lo que las palabras podían describir... Y lo pensó… Y se lo pensó… Y Copito también se lo pensó … Y yo esperaba… Hasta que, bueno, me mordí el labio inferior con cierta impaciencia. Poco me faltó para insistirle, hasta que Fuji finalmente me dio el visto bueno. El rostro se me iluminó. Asentí cuando mencionó que para definir mi potencial enseñando judo debía mostrarle mi habilidad en este arte marcial y esbocé una expresión alegre cuando se paró frente a mí. Estoy listo, sensei~ sensei~ sensei~ sensei~ Tal vez fuese por el tono de voz que usó, o porque su japonés nativo era perfecto… quién sabe: que me llamara así tuvo una magia que removió mí espíritu en un agradable cosquilleo. Nunca había imaginado que a mi edad se dirigirían a mí con esa palabra. La emoción fue tanta que tuve que tomar una suave bocanada de aire por la nariz, con la que serené mi energía. —Intenta no decirme sensei en ese tono, que me voy a derretir —me reí con una mano sobre la boca; no había insinuación en mi voz, sólo honestidad. Carraspeé antes de seguir hablando. Alcé un índice y pretendí verme como la sensei que era ahora, pero mi sonrisa apasionada rompía un poco esa intención. —A diferencia de los golpes del karate y el taekwondo —empecé a decir, entrando otra vez en modo torbellino—, el Judo es una lucha cuerpo a cuerpo donde se busca derribar y/o inmovilizar al contrincante. Tiene técnicas de agarre, proyecciones (contraataques), lanzamiento, luxaciones y demás. Yo domino alrededor de cincuenta —añadí con una simpleza alegre— ¿Cuál debería mostrarte? Me llevé un meñique al labio inferior para ayudarme a pensar. Debía hallar un derribo básico con el que poder controlar la caída de Fuji, ya que seguramente no sabría cómo aterrizar. No tardé mucho en volver a sonreír, pues recordé una ideal. —¡Ya sé! Te voy a enseñar el Ō-soto-gari. Acorté un poco más la distancia entre nosotros y lo agarré de la manga derecha de su camisa, la tela por detrás de su codo. No pregunté, no se lo anticipé, porque ya creía plenamente en que nuestra confianza era mutua. Sin soltar su brazo, apoyé mi otra mano en su hombro izquierdo. Tuve que alzar un poco más de la cuenta mi propio brazo porque, vaya, Fuji sí que era alto. —¿Podrías agarrarme del brazo y del hombro también, como lo hago yo? —pedí sin abandonar mi sonrisa, y cuando lo hizo seguí con la explicación— En una lucha de judo hay mucho forcejeo, se usa toda la fuerza del cuerpo para intentar dominar al otro. Pero puedes utilizar el poder del oponente en su contra —afirmé mi agarre y la palma de mi mano se apoyó con algo más de intensidad en su hombro—. Ahora imagina que en esta posición estamos luchando y que me lanzas encima el poder de tu cuerpo. Yo puedo hacer esto. Hasta ese momento nos encontrábamos frente a frente, pero repentinamente me desplacé hacia mi lateral. Concretamente hacia su derecha, arrastrando su brazo y tironeando su hombro en el proceso. Fuji pudo sentir como su talón izquierdo se elevaba ligeramente del suelo y su centro de gravedad se desplazaba, con todo el peso trasladándose a su pierna derecha. Acto seguido lo embestí ligeramente con la mitad de mi pecho sin soltar los agarres de su brazo y hombro. Fue un golpecito suave y amable que no lo hizo caer. Sin embargo, amenazó con romper su equilibrio. —¿Lo sientes, no? —pregunté sin despegar mi pecho del suyo, con mi brazo rodeándolo hasta la altura del hombro. Giré la cabeza para poder mirarlo a la cara, que había quedado más cerca de la mía, y le mostré una sonrisa— Me estoy aprovechando de tu peso para usarlo a mi favor, y si hicieras fuerza ni te cuento. Ahora… —adelanté una pierna, que pasó por un costado de las suyas, pronunciando más nuestro contacto; y flexioné la rodilla para hacerle un ligero toque detrás de la rodilla, con mi talón— El Ō-soto-gari es una técnica de derribo con pie. Consiste en hacer una zancadilla mientras te desequilibro hacia atrás, valiéndome de tu peso y fuerza, y de mis agarres. El golpecito con el pecho es importante para lograr desestabilizar, la técnica no funcionará si no se hace eso. Finalmente me separé un poco de él, pero nos quedamos agarrados de las mangas y los hombros como al principio. Miré hacia Copito, que estaba parado sobre la botella de jugo vacía, y nos observaba como si fuera un árbitro. Le sonreí con ternura y volví a centrarme en Fuji. —¿Preparado? Cuando me aseguré de que se mentalizó, la firmeza de mis manos se incrementó aún más. Tiré de su brazo hacia un costado y con el agarre del hombro elevé su centro de gravedad, haciendo que se moviera ligeramente hacia mí apoyándose en su pierna derecha. Di el paso hacia el frente y con un choque de pecho desequilibré su centro de gravedad. Usé el talón del pie para alzar su pierna derecha, aquella en la que lo había obligado a apoyarse. Fuji se elevó ligeramente en el aire y empezó a caer. Sin embargo, lo atrapé por el torso para frenar un poco su descenso y no solté su brazo. Aterrizó con bastante suavidad pese al lanzamiento. Para alguien de mi estatura, derribar personas tan altas era difícil. Pero no imposible. Había entrenado mucho años con diferentes tipos de oponentes. Me arrodillé junto a Fuji y lo ayudé a sentarse. —Estás bien, ¿no? —pregunté mientras le sacudía un poco de polvo de la camisa; lo miré con detenimiento y, al percatarme de que pude cuidarlo bien, le sonreí con ternura— Gracias por dejarme enseñarte algo de judo, espero que te haya gustado el Ō-soto-gari —le hice una ligera reverencia, medio en broma y medio en serio—. Esta fue mi primera lección como tu maestra. Contenido oculto Vamo' a engrosar la videoteca. En el minuto 1:13 se ejecuta la técnica que hizo Vero.
El famoso término del siglo se lo había soltado genuinamente en broma, con la intención de molestarla. No creí que tuviera el poder de hacerle tanta ilusión ni de derretirla, como literalmente me estaba diciendo, pero vaya. La tontería me hizo más gracia de la que debía, entre ella se revolvió algo de satisfacción y me limité a reírme, como un niño inocente. Ambos sabíamos lo que esa clase de pedidos lograban, ¿verdad? Tras aquello, efectivamente regresó al modo sensei y empezó a hablar sobre judo. Me sorprendió un poco cuando dijo que dominaba cincuenta técnicas. Incluso sin tener idea cuántas había en total, sonaba a que sabía bastantes, ¿no? La dejé pensar, hasta que eligió una y se acercó a mí. Alcé el brazo instintivamente en cuanto pilló la tela de mi camisa, su otra mano viajó a mi hombro y asentí, obedeciendo a su pedido de reflejar su postura. Estaba más que concentrado en lo que pretendía enseñarme, en ser un buen alumno, básicamente, como para atender al contacto o a la verdadera cercanía que habíamos adquirido. Seguí su movimiento con la vista al desplazarse a la derecha, jalándome suavemente en su dirección. Mi peso se concentró en uno de mis pies debido a su acción, lo noté con claridad y su pecho encontró el mío; de aquella forma desbalanceada, digamos, sentí que incluso un impacto de menor envergadura sería capaz de tambalearme con mayor facilidad. Asentí en cuanto me preguntó al respecto. Afirmé el agarre en su hombro y su brazo, quizás anticipándome a lo que ocurriría luego, y la miré al notar que ella giraba el rostro en mi dirección. Su pierna entonces pasó por detrás de la mía, sentí el toquecito en el gemelo y comprendí, a grandes rasgos, los fundamentos de la técnica. Sólo me quedaba ver que funcionara, ya que no imaginaba de qué forma esta niña sería capaz de tumbarme con dos golpecitos. Se separó de mí, me preguntó si estaba preparado y asentí, expectante. El derribo como tal duró apenas dos segundos. Cuando quise acordar, mi cuerpo se había vencido y estaba cayendo al suelo. Sentí el impacto contra el tatami en mi espalda, ni siquiera fue doloroso y mi cabello rebotó ligeramente. Verónica estaba sobre mí y miré sus ojos con una gran sonrisa pegada al rostro, entre sorprendida y fascinada. Era... era una locura, vaya. De veras había funcionado. —¿Sonaría muy raro si te pido que me tires de vuelta? —bromeé, riéndome. Se arrodilló junto a mí y me jaló suavemente del brazo, ayudándome a sentarme. Sus manos me quitaron algo de polvo de encima y asentí ante su pregunta. No me había dolido ni un poco, honestamente. Su sonrisa reflejó ternura, al menos así me lo pareció, y flexioné las piernas para relajar allí los codos. —¿Eso significa que soy tu primer alumno? —indagué en voz baja, ilusionado—. Qué honor. La reverencia me hizo gracia y asentí, procesando lo que había ocurrido. —Creo que los que más me llamaron la atención fueron el judo y el taekwondo. Se nota que le pones mucho empeño, además, que eres disciplinada al respecto y que te apasiona —murmuré, con plena honestidad y viéndola a los ojos—. Sentí hasta emoción al verte lanzando patadas, y eso es lo que logra la pasión en la gente. No me consideraba particularmente bueno ni habilidoso en nada, por eso... A veces sentía que la gente a mi alrededor brillaba un montón. Anna al bailar, Vero al... lanzar patadas. La tontería me ensanchó la sonrisa sin darme cuenta. Había algo hermoso, sumamente especial en ver a las personas haciendo aquello que amaban sin tapujos. Era honesto, transparente y me alcanzaba con una facilidad ridícula. Las admiraba, puede que incluso las envidiara un poco. —Así que felicidades, sensei —agregué, tocándole la punta de la nariz y suavizando el tono adrede, justo como me había pedido que no hiciera, para molestarla—. Aquí tienes a tu primer compañero/alumno del flamante club de judo. O de artes marciales, no sé cómo vayas a presentarlo.
Me miró a los ojos y me habló con honestidad. Dijo que le habían llamado la atención el judo y el taekwondo. Pero principalmente reconoció el empeño, la disciplina y la pasión que le ponía a todo esto y hasta admitió haberse emocionado de verme lanzando patadas; dijo que eso era lo que lograba la pasión de las personas. Fueron palabras que me hicieron mostrar una sonrisa complacida. Palabras reconfortantes e importantes que atesoré en un centro cálido de mi pecho. Fuji me hizo sentir realmente bien, no sólo porque parecía interesarle lo que le había mostrado hasta ese momento, sino porque percibía que nuestra visita al dojo nos acercó. Me gustaba estar con él y disfrutar juntos de algo, así que ver que nuestra confianza crecía también era algo lindo. Así que felicidades, sensei. Aquí tienes a tu primer compañero/alumno del flamante club de judo. O de artes marciales, no sé cómo vayas a presentarlo. Nada más escuchar aquella palabra dicha en aquel tono de voz... me estremecí con un hormigueo en la espalda al mismo tiempo que me reía del toque en la nariz que me dio. Me llevé las palmas de las manos a las mejillas, con una sonrisita, algo ablandada por su forma de dirigirse a mí. —Mi primer compañero y alumno es un travieso, eh —le recriminé en tono dulce y me incliné para devolverle el toque en la nariz—. Pero supongo que con el tiempo me acostumbraré a que me digas así, con ese tono tan suavecito —añadí agravando mi propia voz en un pobre intento de imitarlo; me reí un poco antes de seguir hablando—. El club será solamente de judo. Quizá el lunes ya presente la solicitud para abrirlo y podamos empezar durante la semana que viene, habrá que hacer campaña para conseguir miembros —asentí enérgicamente. Entonces, con lentitud, tomé una mano de Fuji entre las mías. Rodeé de calor sus dedos. Me puse de pie sin soltarlo, inclinada sobre él, mirándolo a los ojos en medio del tenue brillo del dojo. Y como siempre hacía, le mostré mi sonrisa. Había sonreído mucho desde que comenzamos el receso, pero me gustaba creer que ésta sonrisa era diferente, que mi expresión no sólo mostraba aprecio, sino también más cercanía. Que era una sonrisa más radiante que antes. —Queda algo de tiempo del receso. ¿Te gustaría recibir una segunda lección de tu sensei? —le pregunté— Ya te sabes la teoría del Ō-soto-gari, ahora tocaría llevarla a la práctica. No hace falta que me derribes —aclaré, pensando que quizá le daría cosita hacerlo—. Sólo tendrías que practicar los agarres y movimientos que te mostré al principio, y yo te iré guiando para que puedas dominar los fundamentos de esta técnica —mi sonrisa entonces mostró cierta picardía—. Porque algo me dice que te has quedado con ganas de más.