No podía impedir que me lucecita se preocupara ante la visibilidad de mi dolor; por eso le pedí que no lo hiciera en exceso. No me sorprendió notar la inquietud en su carita cuando tomó lugar a mi lado. Me daba penita provocarle algo así Jez, pero de igual forma me hacía sentir muy querida, y ese cariño era la cura suficiente para cualquier cosita que me pasara. Le volví a sonreír en otro intento por tranquilizarla, atendí a la pregunta que me hizo y, al final, terminé medio riendo por el comentario sobre reclamarle a Cay. Acto seguido recibí un besito en la sien, justo en el lugar donde sentí dolor antes. Mis ojos se cerraron en automático, y ni poniendo todas mis fuerzas habría sido capaz de abrirlos. Todo terminó en un suspiro largo de mi parte, pues me había relajado bastante, a gusto me quedé con el gesto. Dejé la botella de agua un costado, junto con el bento, para reposar las manos sobre la chaqueta que descansaba en mis piernas. Mis dedos comenzaron a acariciar el dragón dorado. —Quizás podría haber bebido menos —respondí—. Pero no me arrepiento, y menos con la dulce compañía que tuve. Además, estábamos de celebración. Había que aprovechar la noche al máximo. Miré al cielorraso del dojo, rememorando rápidamente cada instante, y mis labios temblaron en el amague de una risita. —A ver… ¿Por dónde empiezo…? —descansé la espalda en la pared, pensativa, para luego dedicarle una miradita de reojo a Jez— Ah, sí. Mi leoncito y yo nos escribimos de vez en cuando por chat, y una vez le pedí que me avisara si tenía un receso libre para almorzar juntos, que hasta el momento sólo nos habíamos visto por las mañanas. Y ayer… se dio la ocasión, en las escalinatas de este mismo dojo —sonreí, contenta, pero al instante me quedé pensativa—. No sé si lo noté tan apagado como dices, pero sigue perdiéndose mucho entre sus pensamientos. Igual fue muy atento conmigo. ¡Ah...! Y aceptó sin problemas algunos mimitos de mi parte: le acaricié el cabello, lo abracé y demás. Seguí al pie de la letra tu consejo de no tener tan en cuenta su vergüenza —me reí. Y vaya que había seguido bien su consejo, sobre todo cuando Cay me demostró que no tenía tanta vergüenza como aparentaba. —Hablamos sobre mi hermana y, entre otras cositass, de cómo celebramos lo de mi examen de judo —hice una pequeña pausa—. ¿Sabías que Vali y yo íbamos de vez en cuando a un barcito de nuestra ciudad? La idea era hacer lo mismo aquí, el sábado pasado, pero... estaba muy cansada por el viaje, pobrecita. íbamos a salir el próximo finde, pero bueno... Aquí viene lo interesante… >>Cuando le conté esto a mi leoncito… Me preguntó si quería salir con él —hubo una pausa semi-dramática—. A tomar algo, digo —aclaré, riendo bajito, tras lo cual suspiré de nuevo, encantada—. Y lo dijo con una sonrisita tan, tan traviesa, que confieso que me hizo sentir cositas. Pausé, por si Jez deseaba preguntar o acotar algo. Planeaba contarle la historia por partes, sólo porque estaba medio dormida. Caso contrario, le habría arrojado toda la información en una sola oleada.
Una resaca no era nada del otro mundo, si acaso yo era demasiado tranquila para la gente de mi edad que de tanto en tanto se escapaba, se bebía unos tragos y se comía una regañina en casa. Lo más loco que había hecho hasta ahora era colarme en la escuela de noche y ya habíamos visto cómo había resultado eso en el largo plazo. Lo que quería decir es que justo por eso mi regaño aunque nacía de la preocupación, tampoco era nada que le quitaría el sueño. El beso en la sien la hizo relajar el semblante, lo noté, y sonreí para mí misma antes de dedicarme a ponerle atención. Que confirmara que podría haber bebido menos me hizo reír porque acto seguido dijo que no se arrepentía y negué con la cabeza, aparentemente resignada. Además, claro que era para celebrar, ¿no? Y se veía que a los dos se les había antojado sonar bombos y platillos con el cuento de la celebración. Todo el asunto empezaba con que habían almorzado juntos ayer, lo que no parecía descabellado en sí mismo, y cuando dijo que no lo había notado apagado supuse que tenía algo de sentido. Ayer parecía un poco mejor descansado que los otros días, pero antes de eso aparecía y desaparecía de clase y una buena parte del tiempo parecía ido. No tenía experiencia de mundo en lo absoluto para saber el motivo, claro. En cualquier caso, me sonreí al escuchar que había aceptado aproximaciones de su parte porque eso indicaba que se estaba soltando y por rebote que Vero no tendía por qué contenerse tanto. A mis ojos y con lo que me contaba ella pensé que quizás ese almuerzo también le había venido bien, aunque puede que estuviese equivocada. Era un error de cálculo de mi parte y una estrategia utilizada por él a veces de manera consciente. Era nervioso, de facciones suaves y apenas lo bastante dulce para no incomodar a nadie con su malgenio, porque lo poseía. —Pobre Valeria —reflexioné un poco al aire—. Debe haber quedado agotada por el vuelo. Imagino que pueden ir a celebrar tu examen en otro momento. Luego de eso busqué mi botella de agua, la abrí y tuve la intención de darle un sorbo hasta que Vero siguió hablando, la noción de que la había invitado a salir me dejó confundida. No era una mente maestra, pero algunas neuronas me funcionaban mejor que el año pasado, por eso cuando hizo la aclaración usé el brazo libre para darle un empujón sin fuerza real por esa clase de sustos. De todas formas el resto... —¿Qué tipo de cositas? —pregunté echándole un vistazo. A ver, intuía la naturaleza de las cosas en cuestión, pero volvíamos a lo mismo. Al pobre chico lo tenía pintado casi como si fuese un cachorrito y uno tímido encima, no creí que tuviera iniciativa hasta ahora, parecía más de conformarse con lo que recibía fuese poco o mucho. Sonaba mal, lo sabía, pero era una noción algo extraña que transmitía. Vero no me sorprendía tanto, lo confianzuda que era permitía que esta clase de cosas pasaran.