Mini-rol Dilección [Supportshipping | Pokémon Rol]

Tema en 'Archivo' iniciado por Yugen, 15 Enero 2021.

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    Hygge

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    Abrí los ojos ante su respuesta y resoplé, apoyando la mejilla en mi palma con aire derrotista.

    —Vaya. Quería pillarte con esa pregunta —Era difícil imaginar que estaba molesta o resignada de verdad cuando mis ojos brillaban de esa forma—. Veinte minutos. Pero te la daré por válida de todas formas.

    Entretenida y distraída como estaba me sorprendió notar que ya no quedaba más curry en mi plato. Lo había disfrutado como pocos. O quizás era la compañía lo que le daba un sabor diferente, qué más daba. Me encontraba satisfecha.

    —¿Hm? —Parpadeé al notar su asombro—. No, claro que no. Ya te dije que la formalidad no es lo mío.

    Antes aborrecía la ropa ajustada e incómoda y la evadía siempre que podía. Era un alma libre y necesitaba soltura para poder desenvolverme sin restricciones. Pero quizás aquello significaba crecer o madurar, porque ya no me importaba probar cosas nuevas. Cambiar de estilo, sacarme partido, buscar mi propio look. Lo había reflejado en el centro comercial pero aún quedaba mucho camino por recorrer, y no me importaba hacerlo de su mano si así lo quería.

    Alcé la mirada cuando Mimi se acercó a mí, su silueta recortada por la luz de la hoguera. Al principio tardé en asimilar lo que pretendía hacer y dejé con lentitud el plato a un lado, sosteniéndole la mirada en silencio. Terminé por sonreírle, incrédula, negando con la cabeza.

    Extendí mi mano hasta rozar la suya con delicadeza.

    >>Tonta... ¿De verdad pretendes enseñarme sin tacones? —Me erguí hasta terminar de pie frente a ella y aguardé a merced de las circunstancias. En ningún momento solté su mano—. Como sea. Solo tenme paciencia.
     
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    —No necesitas tacones, todo es cuestión de postura.

    Sostuve su mano con suavidad y cuando nuestras miradas se encontraron le dirigí una sonrisa apremiante en un intento de relajarla. Era evidente que eso no era lo suyo. Solté su mano poco después y pasé por su lado caminando hasta colocarme a su espalda. Apenas me acerqué pero pude sentir esa chispa, esa electricidad recorriéndome las venas.

    >>Endereza la espalda y encuadra los hombros—instruí y deslicé con un movimiento delicado la mano desde su espalda alta siguiendo su columna hasta su cintura. El roce se sintió extrañamente íntimo, personal, y el corazón me dio un vuelco en el pecho. Era idiota ¿verdad? Haciendo eso a pesar de toda la evidente tensión entre nosotras. Rodeé su costado y terminé por apoyar la palma de la mano en su vientre—. Así tensarás el abdomen y encogerás el estómago. Espalda recta y mirada al frente.

    ¿Era consciente siquiera de lo que estaba haciendo? ¿De lo extremadamente peligrosa que era esa situación? Tocarla, sentir el calor de su cuerpo, su respiración expectante, saberla a merced de la circunstancias. En mis manos. Había iniciado como algo inocente, mi intención nunca había sido nada más allá que enseñarle. Pero era innegable el hecho de que me atraía como un maldito imán.

    Todo en ella me resultaba fascinante.

    Las llamas crepitaron y cuando me acerqué más a ella apoyando el mentón en su hombro desdibujaron nuestras sombras como si fuesen una sola.

    Un solo ser.

    >>Imagina que hay una línea recta frente a ti y camina con seguridad hacia delante—dije. Mi voz se mantenía firme a pesar de que había descendido un poco, ligeramente contenida. Ladeé el rostro y estuve por rozar su oído—. Olvida todo lo que sabes sobre andar con zapatillas deportivas. Esto no son unas converse, Liz. Primero el talón, es tu centro de gravedad no lo olvides. Luego la punta. No mires tus pies. No vas a caerte.

    El corazón me estaba latiendo ridículamente fuerte y por un momento temí que ella alcanzase a oírlo. Mi propio autocontrol estaba tambaleándose y sentí la necesidad de apartarme, de soltarla... pero no lo hice.

    En su lugar terminé por acercarme aún más y deslicé ambas manos hasta su cintura sosteniéndola desde la espalda.

    Había hecho oídos sordos, preferí ignorar todas las señales.

    >>Y lo más importante, disfrútalo. Caminar con tacones es elegante, sofisticado y sexy. La calle es una pasarela, hazla tuya.

    7u7
     
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    Hygge

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    Quizás era la voz de la experiencia la que hablaba pero seguía sin verle el punto. En cualquier caso me dejé hacer sin oponer resistencia alguna. Permanecí erguida, expectante, y cuando soltó mi mano seguí sus movimientos de soslayo. Mi cuerpo se tensó instintivamente al perderla de vista y saberla en mi espalda pero aquello no era ni por asomo una mínima parte de lo que estaba por hacer.

    Comenzó a deslizar su mano por mi espalda a medida que hablaba y el repentino tacto me erizó la piel. Giré el rostro ligeramente en su dirección, tensa, buscando comprender qué demonios hacía. Pero continuó dirigiendo mis movimientos con naturalidad, diligente, como si no estuviese por explotar la burbuja de paz que habíamos erigido sobre nosotras tras tanto esfuerzo.

    Coloqué la espalda recta y encogí ligeramente el estómago como me decía. Su mano se desvió hacia mi vientre entonces, tentativa. Todos mis músculos se tensaron, anticipándose a su tacto, y una oleada de calor apremiante me recorrió el cuerpo de arriba a abajo.

    Me sentí tan indefensa, tan vulnerable de repente. Allí donde tocaba parecía prender fuego y no estaba haciendo nada por evitarlo.

    —¿...Así? —murmuré, con la voz ligeramente contenida. Pretendía continuar aquel teatro y fingir que nada de lo que hacía era extraño pero mi cuerpo era honesto. Quizás demasiado.

    Perdí el hilo de sus demandas al poco tiempo. Su proximidad y su explicación excesivamente detallada nublaron mi mente y embotaron mis sentidos. Cuando apoyó el mentón en mi hombro y su aliento rozó mi oído me cortó el aire en el pecho con brusquedad. Me estremecí por más que intenté mantenerme estoica. Sencillamente me era imposible atender a sus explicaciones cuando sus manos rodeaban mi cintura y su cuerpo se estrechaba contra mi espalda de ese modo.

    El corazón me latía frenético en el pecho cuando giré sobre mis talones con suavidad, sin romper su agarre, y la encaré. Toda su demostración y la confianza que intentaba darme estaban bien, pero de nada servía si no me soltaba.

    Deslicé mi mano hacia su brazo y comencé a hacer caricias arriba y a abajo de manera distraída. Encontré sus ojos, sus pozos azules ligeramente oscurecidos y permanecí allí. En aquella peligrosa distancia.

    La cuerda se tensó con un ruido sordo.

    >>No puedo hacerlo si no me sueltas, Mims.

    Como si tú no pudieras soltarte solita, duh
     
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    Yugen

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    Mimi Honda

    Definitivamente era estúpida. Mi intención no había sido nada de eso, estaba tan cómoda, tan deshinibida que solo me había dejado llevar por la corriente. Quería enseñarle sin segundas intenciones pero entonces había chocado de bruces con la realidad. El ambiente distendido, las risas, la comodidad y naturalidad entre ambas eran el resultado de un sentimiento mucho más profundo. Fuera o no solamente atracción física o hubiera algo más detrás de todo eso, no éramos simplemente un par de amigas pasando un día de acampada.

    Fingir que sí había sido un error garrafal.

    Aunque había tenido eso muy presente no fui del todo consciente hasta que no la sentí tensarse bajo mi tacto. Hasta que no noté gracias a la cercanía su temperatura elevarse y su respiración tornarse contenida.

    Ella estaba igual que yo.

    Era tan evidente que aquella noche no había sido algo de una sola vez. Que su cuerpo seguía reaccionando a mi toque de la misma forma que el mío lo hacía al suyo. Que la manera en que la miraba, que la necesidad de pasar tiempo con ella, de escucharla, de conocer todo de sí iba mucho más allá.

    Aunque había tratado de no pensarlo o de sencillamente ignorarlo yo podía ser una mentirosa patológica pero mi cuerpo no. Y ya no había forma posible de seguir negándolo.

    ¿Por qué me gustaba tanto jugar con fuego? ¿Por qué no podía mentirme a mí misma cuando la veía así de débil y vulnerable?

    Nuestros ojos se encontraron, las llamas reflejándose en ellos y me di cuenta de lo ridículo que era seguir fingiendo que todo seguía igual. Tenía las mejillas enrojecidas, los ojos oscurecidos y a pesar de insinuar que la soltase no parecía estar por la labor de querer que hiciese tal cosa. Además, sus caricias en mi brazo me erizaron la piel y una ola de calor súbita me sacudió el cuerpo.

    Me di cuenta de que ambas pensábamos lo mismo. No había salida. Aunque el miedo me atenazase el pecho como una garra helada no podía ni quería huir de eso. Quería dejarme envolver por su calor y permitirme confiar nuevamente en mis propios sentimientos. Esos convulsos, atolondrados e impulsivos que tanto daño me habían hecho.

    Terminé descendiendo la vista hasta sus labios. La boca se me secó y me mordí los míos. Estaba tan jodidamente cerca. Tanto, que podía sentir su aliento sobre mi rostro.

    La escena del probador se quedaba corta al lado de eso.

    Se acabó.

    El castillo de naipes terminó por desmoronarse. El autocontrol que había logrado mantener medianamente intacto se quebró. La cuerda ya no estaba tensa, estaba rota, deshilachada, incapaz de soportar tanta tensión.

    No me importaba lo que fuese, tampoco quería pensarlo. Fuera amor o fuese solo deseo, me hacía feliz como pocas cosas en mi vida. Aparté cada duda, cada miedo. Solo verla a los ojos bastaba para sentir que cualquier cadena que me ataba desaparecía.

    Lenta pero inexorablemente.

    —Tal vez no quiero soltarte—murmuré con la voz ligeramente ronca y la respiración contenida en la garganta.

    Y sellé sus labios con los míos.

    Yo tampoco querría soltarla digo qué
     
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    Me limité a aguardar, expectante y repentinamente sumisa. Pretendiese soltarme o no no tenía intención alguna de sobreponerme. Sería estúpida si hiciese algo así. De modo que cuando sus ojos se desviaron hasta mis labios y redujo la distancia que nos separaba el corazón me dio un vuelco en el pecho.

    Me besó.

    Su tacto seguía siendo tan suave como lo recordaba y su aroma me nubló los sentidos. Correspondí su gesto sin pensarlo.

    El silencio fue únicamente opacado por el crepitar de las llamas y el sonido de labios húmedos. Mis brazos rodearon sus hombros y la atraje hacia mí, presionándome contra su cuerpo. Un suspiro murió en sus labios al sentir el roce ligero bajo la ropa. Cualquier contacto fuera intencionado o no avivaba el incendio que habíamos mantenido estable hasta entonces, pero era demasiado tarde.

    Se había salido de control.


    Mordí su labio inferior con suavidad y tiré de él lentamente, conteniendo mis movimientos. La insté así a abrir los labios y profundizar el beso tras unos cortos segundos, únicamente unidas por el roce de nuestras frentes. Aquel efímero momento de calma y serenidad fue sustituido por la creciente necesidad de quienes habían buscado ignorar tantas señales. Habíamos cavado nuestra propia tumba, la bola de nieve se volvió ineludible. Recorrí su boca buscando sentirla más cerca.

    Nos separamos, agitadas, y mis orbes ligeramente cristalizados buscaron los suyos. La hoguera, el campamento, el propio bosque se desdibujó hasta desaparecer entre las sombras de la noche.

    Solo estaba ella.

    Quizás tan solo buscaba asegurarme de que aquello era real. Que estaba sucediendo de nuevo. Había sido algo de una sola vez y sin embargo era evidente que aquello tan solo había aumentado considerablemente lo que sea que fuera eso. Amor, deseo, necesidad. Aquellos besos ya no eran inocentes y tentativos, ya no buscaban saciar la curiosidad de nadie.

    Habíamos dejado de ser amigas hacía mucho. Evadirnos de la realidad no iba a hacerla diferente. Ese había sido nuestro mayor error y lo comprendí en ese instante.

    El remedio terminó por ser peor que la enfermedad.

    Hundí mi rostro en el hueco de su cuello y comencé a repartir besos y profundizarlos posteriormente con la lengua. La sentí estremecerse bajo mi tacto y me detuve, mi aliento rozando su piel y erizándola en el proceso. Estaba tan sensible a mi tacto como yo al suyo.

    Como si lo hubiésemos deseado por demasiado tiempo.

    —¿Estás segura de esto? —Sentí la necesidad de aclarar, sin abandonar aquella suerte de refugio. Enterrada en su cuello me aproximé aún más a la piel tierna mientras hablaba, mi voz ligeramente opacada—. Si no es así deberíamos parar ahora.

    Aunque en el fondo sabía que ya era demasiado tarde para eso.
     
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    Mimi Honda

    La besé y ella correspondió el gesto. No estaba pensando en nada, no era como si pudiera hacerlo de todos modos. El único pensamiento que ocupaba mi mente como si mi cerebro se hubiese vuelto repentinamente monotemático era ella y nada más. Su olor, la suavidad de sus labios, el roce húmedo y caliente de su lengua después. La última contención y el mínimo temor que pudiera estar deteniéndome desapareció con eso y me estremecí bajo el roce de su cuerpo cuando se apretó aún más contra mí.

    —¡Mhm!

    Estaba tan susceptible que el simple roce de sus labios en mi cuello estuvo por hacerme gemir. Logré contenerme a tiempo.

    ¿No era lo que yo le había preguntado aquella primera vez? Estaba tan nerviosa entonces. Aunque aún sentía cierta cuota de nerviosismo y el frenético latido en mi pecho me hacía pensar que estaba al borde de un infarto, me sentía mucho más cómoda a pesar de la situación. Mis manos que se habían mantenido en sus caderas terminaron por rodearla por la cintura y la abracé.

    Solo sentí la necesidad de hacerlo.

    ¿Qué clase de simple deseo físico cargaba consigo tantísimo cariño? ¿Si había sido algo de una sola vez por qué parecíamos tan ansiosas por repetirlo?

    Podía hacer la vista gorda pero no estaba ciega.

    Lo sabía, estaba cavando mi propia tumba. Cada mínimo gesto, cada palabra, cada roce, me hacían más consciente de la verdad y arrojaban otra paleteada de tierra sobre mi tumba. La apuesta, la promesa que le pedí hacer... no había podido cumplirla.

    Había perdido.

    Otra vez.

    ¿Estaba segura entonces? No había estado tan segura de nada antes en toda mi vida. Estaba segura de lo que sentía y estaba segura de lo que quería. Pero el miedo volvió a hacerse paso por un segundo, un breve instante de vacilación en que todas mis dudas volvieron a caerme encima con todo su peso. No quería hacerme ideas preconcebidas ni ilusionarme por nada antes de tiempo. No quería volver a pasar por lo mismo otra vez. No quería confiar y perderlo todo de nuevo.

    Pero ya estaba hundida hasta el cuello en la mierda. Ya estaba ahogándome en el mar de mis propias emociones y ella era el trozo de madera a la deriva al que me había aferrado.

    Mi vida dependía de ello. El precario equilibrio de mi corazón maltratado dependía de ello.

    —Solo si tú lo estás.

    Repetí sus palabras exactas, las mismas que me había dicho aquella noche y deshice el abrazo para poder mirarla a los ojos. Recorrí su rostro con la mirada, me percaté del rubor de sus mejillas, de sus zafiros oscurecidos por el deseo y sus pupilas dilatadas.

    Como atraída por un imán volví a sellar sus labios con los míos. En esa ocasión no esperé a que ella hiciese ningún movimiento, yo misma profundicé el beso, yo misma busqué el roce de su lengua con necesidad, yo misma ansié sentirla estremecerse bajo el tacto de mis dedos que no tardaron en recorrer sus costados antes de deslizarse bajo su camiseta y palpar la piel caliente y tersa de debajo. Recorrí su espalda baja con la palma de la mano.

    Ardía.

    Yo no estaba en una situación distinta.

    —Solo una cosa más Liz—murmuré y dejé un beso sobre su oreja, otro en la mejilla y otro en la línea de la mandíbula. Sonreí contra su piel y cierto todo jocoso se coló en mi voz. Ni siquiera en un momento así podía dejar de pensar en molestarla—, ¿quieres ir a la tienda o prefieres que nos quedemos aquí, señorita exhibicionista?
     
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    Era curioso. Aquella vez, cuando todo parecía ocasionado por una mera atracción física también nos preguntamos lo mismo. En aquel instante sin embargo sabía que no era así. O al menos no se limitaba solo a eso. Era innegable que me atraía, todo en ella me abstraía, me hacía sentir reconfortada y segura con tan solo permanecer a su lado.

    No necesitaba ningún refugio. Ya no eran necesarias las hogueras ni evadirse de la realidad en completa soledad. Lo supe cuando sus brazos rodearon mi cintura y me abrazó con un cariño estúpido. Mis manos, que se habían mantenido sobre sus hombros, acariciaron su espalda con mimo.

    Quizás era algo que solo yo había empezado a sentir. Quizás nunca se lo diría. Pero había algo de lo que sí estaba segura.

    Había encontrado mi refugio en ella.

    Y no quería perderlo nunca.


    Volvió a buscar mis labios y profundizó el beso con necesidad. Sus manos se deslizaron sobre mi piel ardiente y contuve el aliento, estremeciéndome bajo su tacto. Abrumada por las intensas sensaciones tardé en reaccionar, pero sus besos castos repartidos por mi rostro y el tono jocoso en su voz me relajaron lo suficiente como para permitirme soltar una risa baja.

    Arceus, ¿cuándo había empezado a querer tanto a esa idiota?

    —¿Estás segura de que quieres dejarme escoger a mí? —murmuré en el mismo tono y le dejé un beso sobre la nariz antes de separarme, tierno y pueril—. Vamos a la tienda. Solo porque no me apetece recoger la cena ahora.

    Era tan distinto a la otra vez. La naturalidad y la confianza seguían estando ahí apesar de ser una situacion tan vergonzosa. Tan íntima. Extendí mi mano hacia ella como si tan solo fuesemos a dar un paseo a la luz de la luna y entrelacé mis dedos con los suyos. La tienda estaba a un par de metros de distancia pero simplemente me apetecía hacerlo.

    Seguir unida a ella de alguna forma.

    El interior de la tienda se encontraba tal y como lo dejamos. Reconocí los sacos de dormir palpando la lona con las manos, pues la luz de la hoguera era bastante escasa allí. Me senté dejando espacio para que Mimi pudiese entrar y llevé mi mano hacia la goma que sostenía mi cabello en una coleta alta. Lo dejé caer, rebelde y libre sobre mi espalda sabiendo que podría llegar a molestarme. Los rizos me cosquillearon las mejillas.

    Apenas distinguí su silueta cuando se adentró en nuestro pequeño espacio. Extendí mis manos palpando el aire con cierta gracia, fingiendo que no la encontraba por ningún lado.

    —¿Dónde te metiste? ¿Aquí? —Me desvié hacia la derecha—. ¿Aquí? —Hice lo propio con su izquierda. Al cabo de unos segundos mis manos sostuvieron sus mejillas, los pulgares acariciándolas con suavidad. Solté una risa por la nariz—. Menos mal. Aquí estás.

    Esa clase de bromas, esa naturalidad intrínseca en nuestros gestos era lo que diferenciaba esta ocasión. Lo que definía que algo había cambiado entre nosotras desde entonces. Era una conexión distinta, una complicidad mayor de la que hubiéramos tenido nunca.

    Aún continuaba el teatro cuando mi voz descendió de tono. Mi aliento rozó su piel, extremadamente cerca.

    >>No vuelvas a asustarme así.

    Terminé con la distancia que nos separaba y volví a atrapar sus labios. La mano que no sostenía su mejilla trazó la delicada curva de su cintura.
     
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    Mimi Honda

    Si hubiese respondido que quería quedarse allí no sé lo que hubiera hecho. Probablemente hubiese muerto de la vergüenza. Aunque el fuego era cálido y nos permitiría vernos, allí, bajo la quietud del bosque y el resguardo de las estrellas. En el fondo, quizás, no me hubiera importado. En el fondo, tal vez, yo también tenía cierta cuota de exhibicionista.

    Tomé su mano y entrelazamos los dedos con toda la naturalidad del mundo. Sentí mis mejillas enrojecer pero no se lo negué. De hecho afiancé el agarre y tiré de ella.

    La tienda estaba notablemente a oscuras. Podía escuchar el crepitar de las llamas de la hoguera pero la luz no nos alcanzaba del todo. De vez en cuando dibujaba nuestras sombras sobre la tela de la tienda.

    Llevé mis manos a mi cabello y lo liberé completamente dejando que cayese totalmente suelto sobre mis hombros y espalda. No se limitaba solo a eso. Soltar mi cabello era una liberación para mí misma también. Generalmente lo llevaba recogido y lo soltaba en momentos muy puntuales. Cuando iba a ducharme, cuando la ropa que llevaba era demasiado formal para llevar coletas o allí. Y que ella hiciera lo mismo era liberador también porque adoraba enredar mis dedos en sus hebras castañas.

    No pude responder. Sabía que era una broma pues podía distinguir mi silueta a pesar de la oscuridad de la tienda pero eso era algo típico entre nosotras. Molestarnos inocentemente o bromear, incluso si el tono de esa broma en particular era completamente distinto a cualquier otro. El aire se me cortó en la garganta cuando sostuvo mis mejillas con las palmas de las manos y nuestros ojos se encontraron bajo la tenue luz. Mi vista no se había acostumbrado aún a la oscuridad pero no necesitaba verla para saber que estaba ahí.

    Era yo la que tenía un miedo atroz a que terminara por desaparecer de un momento a otro. Era yo la de miedo estúpido a que todo eso no fuese más que un espejismo, otro más. A pesar de que mis labios permanecieron anclados a los suyos y la piel se me erizó cuando su mano recorrió mi cintura, arrancándome un suspiro tembloroso de los labios. Parte de la vergüenza seguía presente pero era mínima en comparación con el resto de sentimientos.

    —No te vayas Liz—le pedí y podía parecer parte de la broma, quizás lo dije en ese momento en un intento porque lo pareciera o simplemente sentía la necesidad de ser honesta. Brutalmente honesta. Apoyé mis manos en sus hombros y la empujé con suavidad, flexionando mis rodillas a ambos lados de sus caderas. Volví a inclinarme y besarla con un cariño exagerado, una ternura ridícula y nuevamente deslicé mis dedos por sus costados bajo la tela de la camiseta al tiempo que comenzaba a besarle el cuello. Besos ligeros en un inicio que no tardaron en convertirse en húmedos. Susurré casi sin aliento contra su piel—. No te vayas a ninguna parte. Quédate conmigo.

    Aunque era evidente que estaba excitada no quería acelerar las cosas. No sentía esa presión y necesidad desmedida por quitarnos la ropa. Solo quería tocarla, besarla y tomarme mi tiempo en asegurarme de que aquello era real. Sentir el roce de su piel, el calor de su cuerpo y escuchar
    esos sonidos que no había oído nadie más.
     
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    Sus manos se apoyaron sobre mis hombros y me dejé caer con cuidado hasta que mi espalda rozó la lona. El cabello se dispersó sobre la tela sin orden ni concierto y flexioné las piernas, acomodándola allí sobre mi cintura. La respiración se me agitó ligeramente al saberme expuesta y a merced de su tacto y seguí su silueta a contraluz, expectante.

    Recibí sus labios con un beso lento, casi perezoso, reparando con una atención absurda en sus palabras. Me pregunté si seguía siendo una broma. Si no tendría algo de verdad. Si quise decir algo la mente se me nubló y solo pude atender a sus caricias sobre mi piel, recorriendo mi figura y perfilando mis costados, moldeándolos con suavidad. Mi espalda se arqueó ligeramente al sentir el roce de sus labios en mi cuello, el tacto húmedo de su lengua y cerré los ojos, dejando que varios suspiros opacasen el crepitar de las llamas.

    Me pregunté si no sería especialmente sensible a esa zona pues la piel se me erizó considerablemente y me estremecí cuando su cálido aliento me acarició de cerca.

    —No lo haré —susurré sin abrir los ojos. La respiración contenida, algo agitada aún. Fuera fingido o no sentí la necesidad de aclararlo. Que no me iría a ninguna parte. Debía estar loca para hacer algo así. La rodeé con mis brazos, deteniendo el movimiento de mis manos sobre su espalda solo para reforzar mi punto—. No me iré. Te lo prometo.

    No tienes por qué sentir miedo.

    Permití que me recorriese, que me acariciase como quisiese y mi cuerpo recibió su tacto con gusto. Me acompasé a su ritmo, simplemente me dejé hacer mientras acariciaba su espalda bajo la ropa. Mis manos subieron y bajaron, rozando la piel ardiente y de vez en cuando se detenían, cuando sus besos en mi cuello me abrumaban lo suficiente como para ser incapaz de reaccionar.

    En algún momento, sin embargo, me estremecí de forma distinta.

    —Me estás haciendo cosquillas —murmuré soltando el aire por la nariz y busqué sus ojos. Pese al rubor evidente en mi rostro y la excitación le dediqué una sonrisa ligera, temblorosa.

    Había cosas que nunca cambiaban.
     
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    Ya no era parte de la broma. Necesitaba escuchar esas palabras. Necesitaba oír que no iba a irse, que no me dejaría sola, que no terminaría por abandonarme como hacía todo el mundo.

    Y calaron tan malditamente hondo.

    Golpearon mi corazón con enorme contundencia, me hizo un nudo en la garganta y se me cristalizaron los ojos. Llevaba tanto, tantísimo tiempo queriendo escuchar eso. Pero siempre hacía eso. Escuchaba mis inseguridades y terminaba por deshacerlas.

    Sentí la súbita necesidad de decírselo. Todos mis sentimientos, todo lo que había vuelto a despertar en mí su presencia. Pero sus ligeras caricias volvieron a estremecerme y el pensamiento se borró de mi mente cuando volvió a hablar.

    —¿Huh?—murmuré en respuesta y aparté el rostro de su cuello para buscar sus ojos. No podía estar hablando en serio. Mi ceño se había fruncido ligeramente con contrariedad pero entonces una idea repentina me cruzó por la mente y esbocé una media sonrisa burlona y amenazante—. Ah~ pero eso no son cosquillas. Esto son cosquillas.

    Mis manos en sus costados dejaron las caricias para pellizcar y picarla aquí y allá sin ton ni son y sin pausas. No tardó en empezar a reír y a estremecerse. Sus suspiros contenidos me encendían la piel como fuego vivo pero su risa, esa maldita risa, incluso por algo tan absurdo, me hacía estúpidamente feliz. Era una risa tan clara, tan honesta y genuina.

    No sé con exactitud cuando tiempo estuve haciéndole cosquillas pero en determinado momento terminé por acallar sus risas con mi boca. Volví a besar sus labios porque necesitaba sentirla más cerca y a recorrer su cuello con la lengua otra vez. Parecía especialmente sensible ahí y sentí la necesidad de marcarla, de morder y succionar su piel.

    ¿Una venganza por lo de la oreja? No. Era un estúpido y repentino pensamiento posesivo y lo aparté de mi cabeza con la misma rapidez con la que apareció.

    Deslicé las manos hacia arriba y hacia abajo nuevamente. Tocarla era como sentir electricidad recorriendo mis venas, mi columna y estallando en mi cerebro. Su piel quemaba, se erizaba y era pura electricidad estática. Deslizando lenta y sinuosamente mis dedos por sus delicadas curvas pronto sentí una textura diferente bajo mis yemas.

    La tela de su sostén.

    Qué molestia.

    Me erguí sobre ella y conteniendo el aliento llevé mis propias manos bajo mi camisa hasta el broche de mi propio sujetador en la espalda. Lo solté con un click. Con un movimiento fluido crucé mis brazos frente mi torso y me quité la blusa deshaciéndose de ambas cosas al mismo tiempo. Quería sentir el roce directo de su piel. Mi torso quedó desnudo en su totalidad iluminado vagamente por la tenue luz de la fogata.

    Fuera, el fuego crepitó.

    —No te lo pregunté esa vez pero...—desvié la vista, abrumada. Me había mostrado segura hasta entonces pero un repentino absceso de pudor me embargó— ¿de verdad piensas que no son tan pequeños? Sé que tenemos prácticamente el mismo tamaño...

    Podía parecer una estupidez pero me tensaba tanto.

    Apreté insegura los labios y reuniendo valor volví a buscar sus ojos. Me sentí tan expuesta y vulnerable que tuve que contener la necesidad de cubrirme con los brazos.

    >>¿Te... gustan?
     
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    La zona del abdomen era bastante propensa a las cosquillas y no me sorprendió que en mitad de sus caricias me provocase alguna sin buscarlo. Lo que no esperé fue que se volcase a ello con evidente malicia y terminé estallando en risas.

    Sonreí contra sus labios algo agitada aún y me anclé a su mejilla como una toma a tierra, afianzando y profundizando el beso sin dejar de sentirla bajo la ropa. Sus caricias, el roce de sus dedos y de su lengua sobre mi cuello, el hecho de que se encontraba aún sobre mi cintura. No necesitaba quitarme nada para sentir que me deshacía entre sus manos.

    De nada servía negarlo cuando mi propio cuerpo demostraba cuánto había extrañado y ansiado su tacto cada noche.

    Seguí sus movimientos desde abajo aprovechando esos instantes para recuperar el oxígeno, las mejillas vivamente enrojecidas. A pesar de la escasa luz de la hoguera pude perfilar la silueta de su torso desnudo, de sus senos redondeados y firmes. Era tan preciosa. Tanto por dentro como por fuera. Y no podía permitir que fuese la única que lo viese de esa forma.

    Quizás fueron aquellos nuevos sentimientos que trataba de esconder, tan intensos e impulsivos, los que salieron a flote y tomaron posesión de mis acciones en su lugar. Pero me erguí hasta acabar sentada, sus rodillas flexionadas aún hacia mis costados, y sostuve su mentón obligándola a no apartar la mirada de mis ojos.

    —No hay nada de ti que no me guste —dije y a pesar de la firmeza y seriedad en mi rostro la vergüenza me golpeó con contundencia escasos segundos después, haciéndome trastabillar de repente. Aquello me exponía tanto, abría mi pecho en canal y con él mis repentinos sentimientos pero necesitaba decírselo. Abrirle los ojos de una buena vez. Apoyé mi frente sobre su hombro desnudo sobrepasada por mis propias emociones, y susurré contra su piel tersa y expuesta—. ¿Lo entiendes?

    Nada.

    Repentinamente nerviosa permanecí allí, enrojecida hasta las orejas, evadiendo a conciencia su mirada azul. El corazón me latía tan rápido que me pregunté si podía escucharlo. Su piel parecía expectante de sentir mi tacto y lentamente fui repartiendo besos sobre su cuello, su torso, su vientre. Mis manos acariciaron sus costados y ascendí poco a poco hasta que rocé su pecho con las yemas.

    Los sostuve con suavidad y comencé a acariciarlos, sintiéndola estremecerse ante las intensas sensaciones de su cuerpo. Dejé besos sobre su cuello, la línea de la mandíbula, su mejilla, sin dejar de masajear sus senos y de jugar con sus botones rosados, pellizcando y presionando aquí y allá. Mis labios dieron con su oreja y no pude resistirme más tiempo.

    Repentinamente deseaba arrancarle los mismos sonidos extraños que lograba provocar en mí.

    Recorrí el exterior con la lengua y mordí ligeramente el lóbulo, sintiendo una oleada de calor apremiante recorrerme de arriba a abajo ante sus reacciones. Saber que podía ocasionarlas en alguien, que podía sacárselas a ella y hacerla sentir tan bien era fascinante.

    Me aparté lentamente y decidí quitarme la camiseta con un movimiento fugaz. El sostén no tardó en seguir su mismo destino y me sentí extrañamente liberada. Algo ruborizada aún busqué sus ojos, nuestras miradas se encontraron y pude notar cierta chispa en ellos. Cierta complicidad.

    Pura electricidad recorriendo nuestros cuerpos.

    —Si te sientes mejor así... —Sostuve su mano entre las mías y la llevé hasta mi pecho con delicadeza. No había ninguna clase de intención, ninguna necesidad apremiante. Todo era motivado por un cariño genuino, inocente incluso—. Son iguales. Somos iguales.

    La misma persona. No había espacio para los complejos y la inferioridad entre nosotras.

    >>¿Lo entiendes ahora?
     
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    En seguida me arrepentí de soltar esa pregunta. Era tan ridícula y me exponía tanto. Pensé en negarlo, en pedirle que lo olvidase, que no hacía falta que contestase a eso. Pero sostuvo firmemente mis mejillas para obligarme a mirarla y el aire se me cortó en la garganta cuando respondió. Su sinceridad, brutal y contundente, me dejó sin habla.

    ¿Nada que no le gustase de mí...? Pero yo... era un desastre. Una orgullosa prepotente y obstinada patológica, demasiado para mi propio bien. Era terca, malencarada y tosca. Siempre había pensado que no era una compañía agradable. Que mi carácter y mis miedos terminaban por apartar a todo el mundo de mí.

    Me sorprendió hasta el punto en que mis ojos se abrieron en su máximo por el estupor y el pulso se aceleró bruscamente en mis venas.

    Nadie, nunca, jamás en toda mi vida me había dicho algo así. Que le gustaba. Que yo le gustaba. Mucho menos que le gustaba todo de mí. No supe cómo responder ni qué decir. Me dejó literalmente sin habla.

    Nos miramos y enrojecimos prácticamente al mismo tiempo. Sobrepasada por sus propias emociones no tardó en buscar refugio en mi hombro y le permití hacerlo, mi cerebro aún no funcionaba del todo en cualquier caso. ¿Le daba vergüenza? ¿Era eso? El tren de mi pensamiento se había prácticamente descarrilado de las vías. No había titubeado, mucho menos había sonado como una broma. Y su sinceridad me desarmó por completo.

    Un ruidito extraño que no terminaba de ser un gemido emergió de mis labios cuando la sentí besarme el cuello y mi mente regresó súbitamente a la realidad. Mi piel se erizó bajo su tacto y levanté el mentón, sumisa, dándole más espacio.

    Mi cuerpo había extrañado tantísimo su tacto.

    Era vergonzoso pensar siquiera en la cantidad de noches que había recordado esa única vez y había terminado tocándome a mí misma mientras imaginaba que mis dedos eran los suyos.

    La respiración se me aceleró y mi vientre se tensó instintivamente cuando sus labios alcanzaron esa zona. Mis suspiros se tornaron más profundos y agitados a medida que me tocaba, me encendían la piel, pero me estaba conteniendo. Me estaba conteniendo ridículamente porque me avergonzaba. Porque me sentía tan expuesta, tan descubierta.

    Estaba conteniéndome y lo estaba logrando medianamente bien hasta que mordió el lóbulo de mi oreja. La chispa eléctrica me sacudió la columna de súbito y aunque me cubrí los labios con el dorso de la mano no pude silenciarme del todo.

    —¡Liz!—gemí y arqueé ligeramente la espalda. Tuve que apretar los labios, avergonzada—. ¡No, mi oreja...!

    Sabía que aquella vez lo había hecho totalmente a propósito.

    Nuevamente estaba hundiéndome en mitad de ese mar de emociones convulsas pero esa vez no me importaba ahogarme. Aunque sabía que no lo haría, lo sabía porque ella me estaba sosteniendo. Y eso era suficiente.

    Pronto su ropa corrió el mismo destino que la mía y la luz tenue de la fogata que apenas lograba traspasar la tela de la tienda dibujó su silueta estilizada y curvilínea.

    Iguales.

    Dos caras de una misma moneda.

    —Eres una tonta—murmuré pero no pude disimular la ternura en mi voz, agitada, a pesar de que me cubría la boca con el dorso de la mano. Ella tomó esta misma y la llevó hasta su pecho. Ahuequé su seno con mi palma extendida y llevé mi mano opuesta al contrario sosteniéndolo con suavidad y rodeándolo con mis dedos. Su piel estaba caliente y el centro endurecido se presionaba contra mis palmas—. Diciendo cosas tan vergonzosas de la nada... ¿quieres causarme un infarto? ¿tienes idea de lo fuerte que está latiendo?

    Era una pregunta hipotética porque me había tocado el pecho antes. Debía haberlo notado. Como lentamente mis sentimientos se estaban desbordando sin que pudiese hacer nada al respecto.

    Me incliné sobre ella y volví a buscar sus labios con el mismo cariño que antes. Tenía una facilidad ridícula para hacerme sentir especial. Para apartar mis estúpidos miedos y complejos como si no fueran más que un montón de tonterías sin fundamento. Y yo la creía. La creía porque había tal cariño en su voz y su mirada que sería ilegal no creerla.

    A mí me pasaba lo mismo después de todo.

    No había nada que no me gustase de ella.

    Inicié un camino de besos ardientes por su cuello pero no me detuve ahí. Era una zona sensible y la tendría en cuenta para más adelante. Sin embargo en ese momento necesitaba moverme. Quería ir mucho más allá, devolverle una parte de todo lo que me estaba dando. Le besé la clavícula, presioné y acaricié aquellos botones endurecidos y pronto reemplacé el tacto de mis manos con mi boca. Rodeé su pezón izquierdo entre mis labios y empecé a besarlo, rodeándolo y humedeciéndolo con mi lengua. Mi mano contraria repitió los movimientos en el opuesto, apreté, presioné, pellizqué y lo rodeé con la yema del pulgar.

    —... ¿Te gusta esto?—susurré contra su piel a pesar de que sabía de sobra la respuesta y descendí la mano opuesta por su vientre, lenta y tentativamente. Sentí sus músculos tensarse en anticipación—. Dímelo Liz.

    Nuevamente escucharla era como música para mis oídos. Saber que yo le provocaba esas sensaciones, que mi cuerpo era capaz de hacerla sentir tan bien bastaba para que la chispa se convirtiese en un incendio.
     
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    Aquellas emociones erráticas y convulsas que conocía tan bien me volvían siempre una persona tan impulsiva y honesta. Distaba mucho de mi yo habitual. Me daban el valor que no lograría reunir de otra forma y me hacían decir y hacer cosas de las que luego me avergonzaba sobremanera. Pero a pesar del fuerte rubor y del latido desaforado de mi corazón después de soltarlo me sentía tan liberada. Tan aliviada.

    Era una experiencia tan intensa y repleta de sensaciones que no podía imaginar mi vida sin ello. Cada vez que sucedía era más vívida que la anterior. No estaba librada de la desazón y de la amargura de quienes no son correspondidos pero no me importaba. No me aterraba.

    Aunque ella no sintiese lo mismo. Aunque todo quedase en el olvido. Ya se lo dije por aquel entonces y lo seguía pensando.

    El amor era algo precioso.

    Merecía tanto la pena.

    —Quizás lo sea —dije, la respiración ligeramente contenida y cerré los ojos. Sus manos ahuecaron mi pecho con mimo y la ternura del gesto me arrancó una sonrisa ligera y tímida. Me removí bajo su cuerpo al sentir el roce directo sobre mi piel expuesta—. Me pregunto de quién será la culpa.

    Lo sabía, su corazón latía tan rápido como el mío y una extraña esperanza me cosquilleó el cuerpo. Sabía que no debía ilusionarme pero me pregunté si tan solo sería producto de su agitación. Hacerme ideas preconcebidas solo hacía más dura la caída y silencié mi mente, o más bien ella la silenció cuando decidió volver a sembrar un camino de besos húmedos por aquella zona aparentemente tan sensible.

    Pronto abandonó mi cuello y enterró el rostro en mi pecho. Los suspiros se volvieron insostenibles y me incliné hacia atrás apoyando las palmas como un precario y tembloroso soporte. Dejé caer la cabeza, la melena castaña precipitándose libre sobre mi espalda a medida que estimulaba mis senos con sus manos y su boca.

    Sentí de nuevo aquella intensa descarga recorrerme la columna y los primeros gemidos rasgaron mi garganta. Sabía perfectamente cómo y dónde tocarme. Aquellos vergonzosos sonidos eran la prueba fehaciente de ello. Mi piel ardía y numerosas oleadas me azotaron el cuerpo hasta desembocar en mi intimidad. Me sentí tan húmeda.

    Me estremecí cuando su mano libre rozó mi vientre y se detuvo allí, perfectamente consciente de mi situación. De cuán necesitada estaba de su tacto. Quizás yo soltaba cosas vergonzosas a veces pero ella no se quedaba atrás. Señalaba lo obvio solo para avergonzarme más si cabía.

    Esa idiota.


    —Sabes bien que... —jadeé ladeando el rostro, ruborizada y ceñuda, pero no terminé la frase. No sentí la necesidad de sobreponerme como la última vez. Podía permanecer así por ella, a merced de las circunstancias. De modo que ladeé el rostro, resignada y sumisa, y asentí en mitad de un murmullo entrecortado—. Mhm... Se siente bien.

    Me mordí los labios, repentinamente ansiosa y busqué sus ojos. El cabello desordenado me hizo cosquillas en el rostro y ocultó parte de mis orbes.

    >>Por favor... Sigue.
     
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    Ni en una situación así podía contenerme de molestarla. Aunque en el fondo era una pregunta genuina, quería saber. Porque si sabía lo que le gustaba podría hacerla sentir aún mejor y ese pensamiento me nublaba la mente.

    Arceus, ¿pero qué me pasaba? Generalmente esa idea me avergonzaría tanto.

    No pensaba negárselo en cualquier caso. No le negaría nada a pesar de lo nerviosa que empezaba a sentirme, de la ligera sensación de inseguridad que se apoderó de mí. Aquella noche me había contenido de ir más allá para no lastimarla con mis uñas. Pero ya no tenía las uñas largas, ya no había nada que me detuviese.

    Me incorporé de sus caderas pero mantuve mis rodillas flexionadas a ambos lados de su cuerpo y entonces la escuché. No había apartado mi mirada de sus rostro, ni del rubor de sus mejillas, ni de la forma en que nuevamente, sin notarlo, habíamos cambiado los papeles otra vez.

    Sigue.

    —Qué chica tan caprichosa—ronroneé a pesar del ardor en mis mejillas y descendí la mano aún más sobre su vientre.

    Rocé el borde de su pantalón con la yema de los dedos. Eran las últimas prendas que le quedaban en el cuerpo y pensé en tirar de él hacía abajo. Sin embargo me detuve en el último momento. En su lugar deslicé los dedos colando la mano bajo el pantalón y rocé la tela de su ropa interior con la yema de mis dedos.

    Ni siquiera la había tocado directamente y podía sentir lo mojada que estaba. No era como si estuviéramos en una situación distinta. Mi propio cuerpo estaba gritando por un poco de fricción y el cosquilleo extraño entre mis piernas empezaba a volverse insostenible. Eran momentos así en los que mi mente quedaba en blanco. En los que difícilmente podía pensar con claridad y ella ocupaba todos los espacios difusos.

    La toqué por encima rozando aquí y allá sin quedarme en un sitio particular por demasiado tiempo.

    Quería escucharla, ver sus distintas reacciones y saber dónde y cómo le gustaba más. Podía hacerme una idea bastante amplia si recordaba aquella noche particular y la temperatura de mi cuerpo solo aumentaba con esa idea en mente.

    Sus suspiros y gemidos pronto opacaron el crepitar de las llamas de la hoguera.

    —¿Recuerdas lo que te dije aquella vez?—murmuré y deslicé mis dedos de arriba hacia abajo y en sentido opuesto hasta que encontré aquel sensible botón y todo el cuerpo de White se tensó bajo mi tacto. Lo presioné ligeramente con el índice y tracé pequeños círculos concéntricos sobre su superficie.— ¿Que no haría esto con cualquiera?

    Entiéndelo tonta.

    Hundí el rostro en su cuello nuevamente. La besé, la llené de besos húmedos, de ligeras marcas rojizas que no pude contener porque me hacía actuar impulsivamente motivada por mi propia excitación y mis sentimientos. Esos que me había negado a volver a sentir, ahora admitir y amenazaban con quebrarme desde dentro.

    Aquello no era solo sexo y las sensaciones que me hacía experimentar no respondían a un mero instinto carnal. Todo, desde nuestras bromas más inocentes hasta los gemidos que solo habíamos oído nosotras iban mucho más allá de todo eso. De algo de una sola vez, de una noche loca o cualquier otro término estúpido y superfluo usado para definir relaciones meramente físicas.

    Nuestra relación no era tan frágil, tan endeble ni tan intrascendente. Y tal vez ella no sintiese lo mismo, tal vez para ella si fuese una válvula de escape o algo que disfrutaba hacer porque se sentía bien. Pero no para mí. Para mí, la idiota que decía haberle dado de comer sus sentimientos a su Luxray, era todo un mundo.

    Porque estaba completa, absurda, e irremediablemente enamorada de ella.

    >>Tú no eres cualquiera, Liz. Solo quería que lo supieses.

    Motivada por ese sentimiento aparté mi mano de su ropa interior y la llevé a mi boca humedeciendo mis propios dedos. En cierta forma sabía que no era necesario porque ella estaba empapada pero solo sentí la necesidad de hacerlo. Disminuir los riesgos cuanto pudiese. Colé la mano bajo la ropa interior y la llevé hacia abajo. Y lentamente, sin forzar nada, deslicé dos de mis dedos en su interior.

    Hervía, literalmente estaba ardiendo y era completamente distinto a hacérmelo a mí misma. Se sentía tan íntimo, tan especial.

    >>... ¿Y esto?—podía parecer que solo trataba de molestarla o de reafirmarme en esa sensación de dominio pero era una pregunta genuina. Volví a besarle el cuello, a morder ligeramente aquí y allá al ritmo de aquella íntima sinfonía y mi voz vibró opacada contra su piel—. ¿Se siente bien?

    Si más tarde quería ocultar esas marcas le dejaría un poco de mi maquillaje. Probablemente serían visibles para todo el mundo después.
     
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    Hygge

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    Mimi tenía una facilidad irrisoria para ruborizarme, lo comprendí en ese instante. Lograba remover el arroyo en calma y desestabilizar las aguas, volviéndolas erráticas e impredecibles. No pude replicar, ni siquiera tuve tiempo para recuperarme; mi seguridad se esfumó y el ruido blanco regresó cuando sus manos continuaron deslizándose hasta colarse bajo mi pantalón.

    —N-Ngh.

    Todo mi cuerpo se tensó como un resorte y mi respiración se tornó agitada cuando sus dedos acariciaron la tela de mi ropa interior. Caricias superficiales que fueron sustituidas por cierta presión sobre aquel botón sensible y que me hicieron llevar el dorso de mi mano a mis labios, acallando aquellos sonidos con esfuerzo. Mi mano libre buscó soporte sobre la lona, aferrándome a ella con movimientos temblorosos en un pobre intento por mantener una toma a tierra. La que fuese.

    Cada caricia, cada beso, cada sendero de fuego que pincelaba sobre mi cuello nublaba mis sentidos y drenaba mis fuerzas. Mi piel ardía allí donde hacía contacto como si reaccionase a su mera presencia como el fuego a la pólvora. Quizás así se sintiese tener sexo pero que fuese con ella, sentir su tacto, su olor y permitir que viese la faceta más vulnerable de mi ser lo volvía estúpidamente especial.

    Tanto como para desear que solo fuese entre nosotras.

    ¿Estaba siendo egoista? En ese instante no me importaba.


    Mi espalda se arqueó cuando la sentí en mi interior, arrancándome el aliento de golpe. Era una sensación tan intensa, tan diferente a cuando lo hacía sola. Lo había extrañado tanto. Los gemidos se prolongaron en mitad de aquel íntimo vaivén acuciados por las mordidas sobre la piel expuesta y sensible. Apenas podía pensar con claridad, mucho menos seguir respondiendo a sus preguntas.

    El cosquilleo entre mis piernas se intensificó, amenazando con estallar de un momento a otro.

    —¡Mimi...! —gemí. Mi voz temblorosa no dejó de pronunciar su nombre. De repente era lo único que habitaba mi mente. Anclé mis manos en su nuca, reafirmando el movimiento y arañando superficialmente su piel. Cerré los ojos, agitada—. ¡Ah! ¡Justo... Justo ahí!

    No me fue difícil alcanzar el clímax. Estaba tan susceptible a su tacto que tener toda su atención volcada en mí de esa forma me dejó hecha un completo desastre en cuestión de minutos. El cosquilleo alcanzó su máximo y me estremecí, sintiéndome repentinamente liberada. Las llamas retrocedieron y fueron sucedidas por una profunda paz.

    Lentamente abrí los ojos, tratando de calmar mi respiración. Pese a la pesadez de mis párpados producto de aquel agradable sopor volví a atrapar sus labios, acariciando lentamente sus muslos de arriba a abajo. La sostuve con cuidado, alzándola ligeramente para cambiar de lugar y solté el aire por la nariz en el proceso, cerca de su lóbulo. Moverse dentro de aquella tienda restringía demasiado los movimientos, los volvía torpes y temí volver a caerla.

    En un parpadeo ahora era ella la que se encontraba sobre la lona. Su cabello suelto, disperso sobre la tela. Su pecho subiendo y bajando con evidente agitación. Cualquiera de sus facetas me abstraía. Sus palabras regresaron a mi mente entonces y me incliné para repartir besos sobre su rostro, su clavícula y su pecho. Regresé a su oído mientras mis manos acariciaban y presionaban sus senos endurecidos.

    —¿Qué quieres decir con eso? ¿Con que no soy cualquiera? —susurré, apremiante. Descendí lentamente por su cuello hasta sustituir el movimiento de mis manos por el de mi boca. Recorrí aquel botón rosado con la lengua, succioné, lo llené de besos húmedos y repetí el proceso con el otro. Mi aliento erizó su piel mientras mis manos hallaban a tientas el cierre de su falda—. ¿Que soy especial? ¿Que no harías esto con nadie más?

    Lo desabroché y lentamente le quité la prenda hasta que solo quedó en ropa interior. Seguí estimulando sus senos, devolviéndole una parte de lo que me había dado y mi mano acarició entonces el interior de sus muslos.

    Arriba, abajo. Abajo, arriba.

    Mis dedos rozaron la tela humedecida tras unos tortuosos segundos y busqué sus ojos desde abajo. De repente tenía la necesidad de escuchar su respuesta. De aclarar aquel lio en mi cabeza.

    No eramos nada, no teniamos por qué atarnos y sin embargo me incomodaba la simple idea. Que pudiese hacer eso con cualquiera. Que dejase de ser algo nuestro, algo especial.

    Mis dedos presionaron ligeramente

    >>Dímelo. O en su defecto deja de darme ideas extrañas.

    O terminaré por creerlas.
     
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    Decir que Liza me volvía loca era probablemente un eufemismo. La forma en que me abstraía, en que podía perderme en ella por horas rozaba lo irreal. Su olor, su calor, su voz. El solo roce de su piel sobrepasaba todos mis límites.

    Era tan preciosa.

    Noté su mano temblorosa aferrada a la lona y acerqué mi mano libre permitiéndole entrelazar sus dedos con los míos. Sujetarse a mí. Si necesitaba soporte, una toma a tierra, algo que la mantuviera atada a la realidad en mitad de las oleadas de placer, yo podía dárselo. Se lo daría todo, ¿a quién demonios pretendía engañar a esas alturas?

    Su pecho subía y bajaba con profundidad, agitado, la piel se le había perlado de ligeras gotas de sudor. Mordí su piel, la succioné y seguí dejando pequeñas marcas prisionera nuevamente de ese ridículo sentimiento posesivo. Era tan egoísta quererla solo para mí... pero no podía pensar en nada más. La idea de imaginarla haciendo esta clase de cosas con alguien más me llenaba de celos.

    Era algo tan íntimo, tan especial. Tan transcendente. Ya no podía seguir engañándome a mí misma, aquello no era solo sexo. No respondía a una mera atracción física. Era evidente que me atraía pero no se trataba solo de eso y aunque seguía aterrándome, no podía pensar en esa clase de cosas cuando se estremecía y gemía debajo de mí. Cada uno de sus suspiros, de aquellos sonidos rebotaban en mis oídos y me erizaban la piel. Saber que yo era la causante de todos ellos lanzaba intensas descargas que recorrían desde mi torso hasta la zona entre mis piernas.

    Su interior se tensó y apretó alrededor de mis dedos. No quería dejarme ir y yo no quería dejarla ir tampoco. Ahogué un suspiro contra su piel y estimulé su clítoris con el pulgar presionando de tanto en tanto sobre la zona caliente y húmeda. Me mantuve allí hasta que el último de los espasmos del orgasmo hubo pasado, hasta que su cuerpo dejó de estremecerse y de estar tenso y sus músculos se relajaron y casi derritieron bajo mi cuerpo.

    Cuando aquella presión estalló y logró relajarse una extraña sensación de alivio se apoderó de mí y me hizo cerrar los ojos. Estaba tan nerviosa, tan asustada en el fondo de hacer algo mal, de terminar lastimándola o cualquier cosa parecida. Mis uñas ya no estaban largas, pero de cualquier forma no me perdonaría hacerle daño.

    Aproveché esos escasos segundos para calmarme, para mantener mi mente centrada. Pero no fue demasiado pues volvió a buscar mis labios. Casi gemí contra ellos profundizando el beso con evidente necesidad. Ya no era que quisiera que me tocara, lo necesitaba. Cada una de mis células estaba gritando por sentir su tacto.

    Un escalofrío apremiante me recorrió la espalda cuando soltó su aliento caliente en mi oído al incorporarme. Que me sujetara me sobresaltó momentáneamente pero mi mente estaba demasiado nublada a esas alturas como para cuestionar nada. Cambiamos lugares con una facilidad ridícula y me besó el rostro, el cuello y sus manos suaves ahuecaron nuevamente mis senos.

    Estaba demasiado susceptible a su roce. Lo bastante como para gemir por algo tan simple.

    —Oh Arceus...

    Arqueé ligeramente la espalda y oí el fuego crepitar fuera. La piel me ardía como si mi sangre fuese aquella misma hoguera allí donde fuera que me tocase.

    Escuchaba sus palabras pero difícilmente lograban hacer conexión en mi cerebro. No podía estar preguntándome por eso. Mucho menos cuando seguía tocándome y robándome el aliento.

    ¿Por qué era especial para mí? ¿Por qué no era cualquiera? ¿No era evidente? En otra ocasión le hubiera reprochado el hacer preguntas tan ridículas, pero se la escuchaba tan seria. Tan necesitada de una respuesta.

    —Ideas... ¿extrañas?—jadeé cuando finalmente logré encontrar mi voz y recuperar el aliento. Me estremecí bajo su cuerpo, bajo su tacto ardiente. Bajo el sendero de besos que dejaba sobre mi piel—. ¿A qué te refieres con...?

    Un abrupto gemido cortó mis palabras de raíz y me apresuré a cubrir mis labios con el dorso de la mano. Las sensaciones eran intensas, bruscas y no confiaba en poder contenerme por demasiado tiempo. Allí estábamos solas. Podíamos gemir cuanto quisiéramos, podíamos gritar incluso.

    Pero me expondría tanto.

    ¿Debía hacerme ideas extrañas también? Era tan confuso. Sonaba... esperanzada. Y me pregunté por qué. Por qué me daba esperanzas a mí también. Por qué me permitía tenerlas cuando sabía que solo terminaría desgarrándome por dentro.

    >>Eres... especial para mí—le dije a pesar de todo. Tal vez no podía responderle algo concreto pero no iba a mentirle—. Solo lo eres. No me veo haciendo esto con nadie más que contigo porque yo—

    Porque yo.

    Apreté los labios tensándolos y obligándome a callar. Era incapaz de sacar esas palabras de mi garganta. ¿Cómo decírselo? ¿Cómo no tener miedo de que todo se acabase? Le había dicho que tenía miedo de enamorarme y ella estuvo dispuesta a alejarse de mí con tal de evitarlo. ¿No significaba eso que lo había jodido todo otra vez?

    Los sentimientos eran una mierda.

    No quería perder eso.

    Lo que teníamos, fuera lo que fuese.

    No quería perderla.


    Presionó aún más los dedos y me arrancó otro gemido súbito de la garganta. El cosquilleo entre mis piernas se había vuelto insostenible y presioné mis muslos uno contra el otro buscando un poco de fricción. Era un roce tan superficial... no era suficiente.

    Solo a ella le permitiría ver esa faceta de mí. Esa tan vulnerable, tan expuesta. Esa capaz de bajar de su trono de princesa y suplicar en lugar de exigir.

    >>Liz—la llamé y me mordí el labio, agitada. Llevé mi mano hacia abajo donde estaba la suya y presioné sus dedos contra la tela con algo más de fuerza. Ahogué un suspiro tembloroso—. Dentro. Te necesito dentro de mí.
     
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    Liza White

    En determinado momento fui consciente de mis propias palabras y deseé no haberlas soltado nunca. Los malditos impulsos seguían tomando posesión de mi cuerpo, dejando salir en palabras pequeños esbozos de todo cuanto guardaba bajo llave. El repentino miedo del que apenas había sido consciente pero siempre había estado ahí. La inseguridad, el pudor.

    Todo.

    ¿Era porque estaba a punto de acabar? ¿Porque seguir sin una idea clara de lo que éramos realmente me desconcertaba? ¿Era eso?

    Quizás pretendía engañarme a mí misma y hacerme creer que no me importaba ser la única que veía aquello como algo más, como algo especial y único. Pero lo cierto es que no era así, lo descubrí entonces. Me atemorizaba que algún día simplemente se cansase y desapareciese. Nada la ataba a mí realmente, no podría reprocharle que buscase otro lugar, otra persona.

    Y sin embargo.

    Mis zafiros se abrieron en mitad del estupor y busqué sus ojos, sintiendo el corazón darme un vuelco brusco en el pecho. A pesar de la agitación, del intenso rubor en su rostro y de su evidente necesidad hizo un esfuerzo por responderme. No lo esperé. Escuchar aquellas palabras salir de sus propios labios. Que de verdad era especial para ella. Que todo aquello lo era de alguna forma.

    Rocé su cuello con los labios, murmurando allí contra su piel. La sentí erizarse y estremecerse bajo mi tacto con una fragilidad que se sintió ajena. Me causaba tanta ternura.

    —Gracias —fue todo cuanto dije. Sintiese lo mismo o no me sentí extrañamente satisfecha. Noté el tacto de su mano sobre la mía, presionando sobre la tela de la última prenda y sonreí contra su piel—. Era todo lo que necesitaba oír.

    Y pensar que creía no estar preparada para volver a sentirme así después de lo de Bruno.

    Su sola presencia había cambiado tantas cosas.

    Fui consciente entonces de que haría lo que fuera por esa idiota. Si le hacía sentirse bien, si la hacía feliz, le bajaría la luna si hacía falta. Era un sentimiento tan genuino y tan estúpido. Tan maravilloso. De modo que le concedí su petición sin rechistar.

    Aparté con cuidado mi mano de la suya y acaricié de nuevo sus muslos, antes de tirar de su ropa interior hacia abajo. Volvió a quedar completamente desnuda bajo mi cuerpo pero ya no había nada que exponer ni nada que ocultar. Ni siquiera sabía por qué trataba de contenerse, no era tan tonta. Había recorrido cada sendero de su cuerpo y besado su piel tierna y ardiente y ella hizo lo propio conmigo.

    Ya no quedaba nada más que quitar.

    Desnudas en cuerpo y alma.

    Llené su cuello de besos húmedos y posteriormente su pecho antes de rozar directamente su intimidad. Todos sus músculos se tensaron como un resorte y a pesar de lo mojada que estaba preferí recorrerla superficialmente primero, estimulando el botón rosado y marcando círculos aleatorios, acostumbrándola a mi tacto. No tardé demasiado en deslizar un dedo en su interior, sin necesidad de hacerme de rogar. Luego otro.

    No había nada en ella que considerase aquel gesto como intrusivo. Su cuerpo la delataba por sí solo; cómo se estremecía y se presionaba contra mis dedos, cuánto ansiaba que la tocase como la primera vez. Cómo ardía y se deshacía con cada uno de mis movimientos, por simples que fuesen. Primero lentos, cobrando un ritmo cada vez más asiduo con el transcurrir de los segundos.

    Su voz volvió a alcanzar ese tinte especial y único y bañó por completo el interior de la tienda. Nuestro refugio seguro y cálido.

    Una idea repentina me asaltó entonces. Quería darle tanto. Demostrarle cuán especial era para mí con cada uno de mis gestos, del infinito amor que encerraba en ellos. Dejé ir sus senos y descendí lentamente, sin detener la presión contra su intimidad. Mi mano libre sostuvo una de sus piernas evitando que se cerrase ante la brusquedad de aquellas sensaciones y sentí mis mejillas arder ante la sola idea.

    Era tan vergonzoso. Jamás había hecho algo así, ni siquiera sabía cómo proceder.

    Pero lo descubriría una y mil veces si se trataba de ella.

    —Me pediste que no te dejase enamorarte de mí. ¿Lo recuerdas? —Apenas debía estar escuchándome. Sus suspiros y gemidos se intensificaban por momentos y quizás era eso lo que me dio el valor suficiente para sacarlo de mi pecho. Tensé los labios, abrumada por mil sensaciones que se revolvían sin orden ni concierto dentro de mi pecho—. Ni siquiera sé si lo cumplí. Pero lo que sí sé es que, de haberse tratado de mí...

    Nunca me pediste que yo no lo hiciese.

    Quizás debiste haberlo hecho.

    Pero ya es demasiado tarde.


    >>...Habría fracasado miserablemente.

    Tomé una bocanada de aire, observándola atentamente y guiándome por sus reacciones llevé timidamente mi lengua hasta su intimidad. Lo primero que reparé fue en aquel sabor extraño. No diría que me desagradaba. Mis dedos siguieron presionando y lentamente me animé a recorrer y estimular su clítoris. No sabía lo que estaba haciendo pero recordaba cuán bien se sintió en mí. Quería darle una parte de lo mismo.

    Hacerle llegar toda mi gratitud sin necesidad de palabras, las veces que hicieran falta.
     
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  18.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Me hacía sentir tan vulnerable, tan expuesta. Por primera vez no me molestaba mostrarme así ante alguien. Era una parte de mí que mostraba tan pocas veces, que consideraba tan privada, que dejársela ver a ella solo demostraba como de fuerte era mi confianza. No era falso el pensamiento que me había aparecido en la mente cuando cociné el curry; me sentía mejor persona a su lado. La mejor versión posible de mí misma.

    Elevé mis caderas y le permití deshacerse de mis bragas hasta que quedé completamente desnuda bajo ella. Mi agitación era evidente, mi expectación también. Me llenó el cuello de besos húmedos esos que hacían arder mi piel y me arrancaban ligeros suspiros de los labios. Y entonces me tocó directamente y la larga y tortuosa espera sumada a la descarga intensa, me sacudió el cuerpo, me tensó y me hizo estremecerme con fuerza. Recogí mis piernas, flexionándola y le permití acomodarse entre ellas. Estaba especialmente sensible y sus caricias sobre aquel botón húmedo me arrancaron el aire de los pulmones de golpe. Era tan diferente a hacerlo yo misma, tan intenso... que hundí los dedos en la lona con tal fuerza que mis nudillos se tornaron blancos por la presión.

    —¡N-ngh...!

    Deslizó sus dedos dentro de mí, uno y después el otro tan cuidadosa y gentil como si fuera la primera vez que lo hacía y me sentí deshacer bajo su tacto como un azucarillo en una taza de té. Nunca tendría suficiente de eso. Mis caderas se acoplaron inconscientemente al ritmo de sus movimientos, primero lentos, tentativos, y más rápidos a medida que aumentaba la intensidad de mis sensaciones y el volumen de mi voz. Pronto la temperatura dentro de la tienda empezó a hacerse insostenible, sofocante. Mi mente estaba completamente nublada, no pensaba. Solo podía sentir. Y sentir más y más...

    Hasta que la escuché. Hasta que su voz contenida se coló entre las neblinas de mi mente. A pesar de mis propios y constantes gemidos que ya no me molestaba en contener la escuché con una claridad cristalina y la realización me golpeó con la contundencia de un mazo. Las lenguas de fuego retrocedieron un tanto y aunque mi cuerpo aún ardía, mi mente se aclaró lo suficiente para procesar sus palabras.

    ¿Habría fracasado miserablemente? ¿No significaba eso... que estaba enamorada de mí?

    El corazón me dio un vuelco brusco en el pecho, latió desaforado y mis ojos se abrieron en su máximo de la impresión.

    ¿Eh...?

    ¿Liza estaba enamorada de mí? Entre todas las personas, todas las posibilidades... ¿Yo?

    Todo el miedo que había sentido, todos mis temores infundados de perderla, todo lo que me había detenido de decirle la verdad hasta entonces... solo habían sido un montón de contenciones ridículas. Ella sentía lo mismo que yo. Ella me veía de la misma forma, sentía aquello tan especial como yo lo hacía. Para ninguna de las dos era solo sexo, para ninguna de las dos era una simple memoria pasajera de esas que se olvidan con facilidad. Recordaba aquella promesa que le había pedido hacer y me sentí repentinamente tan estúpida.

    "No permitas que me enamore de ti".

    Una ola cálida que ya no respondía a ningún sentimiento físico me recorrió el cuerpo. Era como el murmullo de la hoguera a lo lejos, como el rumor de la cascada apenas distinguible a esas alturas, algo aparentemente tan fácil de pasar por alto. Pero estaba ahí, podía sentirlo y un nudo me apretó la garganta con fuerza.

    Había sido tan tonta.

    —N-no. No lo cumpliste—murmuré cerrando los ojos y sentí las lágrimas calientes arderme tras los párpados. Quería llorar como una niña. ¿Cuáles eran las posibilidades de que alguien tan especial como White me correspondiese? Ahogué un gemido, una especie de jadeo agitado y apreté los ojos negándome a llorar en un momento así. No eran las lágrimas amargas a las que estaba acostumbrada. Eran cálidas y estaban cargadas de alivio y felicidad pero no iba a permitirme llorar. De ninguna manera. Entreabrí los ojos y parpadeé rápidamente tratando de apartarlas—. Y no me di cuenta hasta hace poco de lo estúpido que fue pedirte algo así. De lo imposible... que era no terminar enamorándome de ti.

    Le debía tanto. Le estaba tan agradecida por todo. Por apoyarme cuando más lo necesité, por ayudarme a comprender y superar mis absurdos complejos. Por decirme que el amor era algo precioso y hacerme creer que realmente era así. Que tal vez sí había algo bueno esperándome después de todo.

    Por Arceus, la quería tanto.

    Gemí nuevamente sin contenciones y arqueé la espalda al sentir su boca entre mis piernas. Mis manos se sostuvieron temblorosas y precarias a la lona, al saco de dormir en un intento por encontrar algo que me mantuviese atada a la tierra. En otra ocasión me hubiese causado tanta vergüenza, era tan bochornoso y el pudor me hubiese paralizado... pero lo necesitaba. Necesitaba su tacto, necesitaba que me tocase, mi cuerpo no estaba para andarse con medias tintas. Estaba jodidamente húmeda y terriblemente ansiosa. Y aún así, era incapaz de quedarme esas sensaciones tan solo para mí.

    Si algo tenía nuestra relación es que era equitativa y justa. Fluía naturalmente porque ninguna de las dos nos sobreponíamos en detrimento de la otra. Éramos iguales, éramos lo mismo y era justo eso lo que quería sentir.

    —Juntas—pedí con esfuerzo entre los gemidos, en medio del placer intenso y las descargas que me sacudían el cuerpo sin piedad y logré incorporarme sobre mis codos para poder mirarla. Tomé una temblorosa bocanada de aire—. Liz, quiero que lo hagamos juntas. Déjame probarte otra vez.

    ¿Vergonzoso? No había nada vergonzoso allí. Lo habíamos dado todo, en cuerpo y alma. Y ahora solo quería que ambas sintiésemos lo mismo al mismo tiempo. Sin necesidad de cambiar posiciones, sin nadie que diera y otra que recibiese. Juntas y en total igualdad de condiciones.

    En ese momento que era solo nuestro, que era tan especial y que significaba tanto para las dos. Busqué su mano libre y entrelacé mis dedos con los suyos. El agarre se tornó ligeramente tembloroso bajo la intensidad de mis emociones.

    >>Ven—busqué sus ojos, casi ronroneé a pesar de la agitación, de mi cuerpo que gritaba por liberarse—. No creas que he terminado contigo aún.

    Quería perderme en ella otra vez. Una vez más. Y las veces que fuesen necesarias hasta cerciorarme de que aquello era cierto. Que estaba pasando de verdad.
     
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  19.  
    Hygge

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    Liza White

    Sus suspiros y gemidos me sirvieron de guía para saber que al menos iba por buen camino. No le estaba dañando y eso era lo único que me importaba. Las mejillas me ardían con fiereza mientras recorría su intimidad de aquella forma pero no me detuve; seguí explorando y alternando movimientos, comprobando sus reacciones. Quería saber dónde y cómo tocarla y aquello parecía funcionar.

    No me equivocaba.

    Tan concentraba estaba en hacerle sentir bien, en recrearme en sus gestos y en apagar su mente por un tiempo en mitad de aquellas oleadas de placer intenso que no esperé escuchar su voz pronunciar algo con sentido. Por Arceus, no esperé que me escuchase decir nada.

    Pero lo había hecho
    .

    Lo había hecho y mis movimientos se congelaron, sus palabras rebotando en mis oídos con una claridad absurda, una vez tras otra. El corazón se me aceleró en el pecho de manera repentina y busqué sus ojos, como si no creyese lo que estaba escuchando. Ya no eran indirectas o insinuaciones, ya no había margen a dobles interpretaciones. A ilusionarme por hacerme ideas que tan solo estaban en mi cabeza, que no llegarían a buen puerto.

    Mimi estaba enamorada de mí.

    Como yo lo estaba de ella.

    Había estado dispuesta a alejarme. Me aterraba tanto volver a cometer los mismos errores. No me creía capaz de volver a querer a alguien y sin embargo, sin siquiera ser consciente de ello, se había abierto paso lenta e inexorablemente en el muro que yo misma había erigido hasta alcanzarme. No sabía cuándo, ni cómo, pero lo había hecho.

    Y cómo no hacerlo. Quizás yo le había servido de soporte pero ella no se quedaba atrás. Su apoyo, la seguridad que me brindaba, su cariño y comprensión. Esa complicidad inherente que teníamos.

    Se lo agradecía tanto.


    En determinado momento encontré de nuevo sus ojos. Tardé en conectar lo que quería decirme y casi podía jurar que enrojecí de súbito cuando finalmente lo entendí. Sus dedos se entrelazaron con los mios y un escalofrío apremiante me recorrió la espalda ante su petición. No podía estar hablando en serio.

    ¿Cómo era capaz de soltar esas cosas de la nada?

    —Boba —murmuré, y aparté mis dedos de su interior un poco a regañadientes antes de incorporarme de nuevo. Hice una mueca, desviando la mirada de sus ojos. El rostro me ardía ante la sola idea—. Si sigues así vas a terminar por matarme.

    Y no mentía; eran demasiadas emociones para procesar en un día. Pero no podría negarle nada a esas alturas. Por más que me sintiese perdida y abochornada sabía que estaría bien porque Mimi estaba a mi lado. Porque lo descubriríamos juntas.

    Solté un suspiro tembloroso, en un intento por calmarme y dejarme llevar y me tumbé sobre la lona del lado contrario. Observé el techo por unos instantes, reparé en nuestras respiraciones pesadas y en el murmullo del bosque. Y lentamente, recuperando parte de mi seguridad inicial, me deshice de los shorts y de la ropa interior hasta que ya no quedó nada.

    Cerré los ojos por un instante.

    —¿No estás siendo quizás demasiado considerada? —dije, respirando hondo antes de girar sobre mi costado. Mi expresión se relajó y mis uñas acariciaron superficialmente sus piernas de manera distraída mientras hablaba—. Yo ya tuve esto. Mira que compartir tu turno conmigo...

    Lo había soltado como un reproche impostado pero le agradecía su interés en compartir todo eso conmigo. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Mis dedos dibujaron figuras aleatorias sobre su piel, acercándose tentativamente a aquella zona e incliné mi rostro, tratando de disimular los más que evidentes nervios que sentía. No era buena ocultando esa clase de emociones de todas formas.

    Mis manos separaron ligeramente sus piernas y sentí a Mimi hacer lo mismo al otro lado, arrancándome otro escalofrío apremiante del cuerpo.

    Respiré allí contra su piel, expectante. La duda me asaltó y sentí la necesidad de preguntar. De asegurarme de lo que estábamos haciendo.

    Juntas.

    >>¿L-Lista?

    Inquirí, dubitativa. Solo necesité su confirmación para volver a hundirme en ella. Mimi hizo lo propio conmigo desde su lugar, arrancándome un gemido sonoro contra su piel que me desconcentró por un instante, llenando mi mente de lagunas. Pero no me detuve.

    Fui consciente entonces de ello. Fue un pensamiento repentino que me rayó la mente con fuerza.

    Encajábamos a la perfección.
     
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  20.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Mimi Honda

    No sé exactamente de dónde saqué el valor, claramente no estaba pensando. Ella había dicho que estaba enamorada de mí, que compartía mis sentimientos y el mundo pareció dejar de ser un lugar tan hostil. Pedirle que no me permitiera enamorarme de ella... Arceus, era tan estúpida. Lo había hecho de todas formas. A pesar de mis absurdos miedos, de mis experiencias pasadas que me ataban y contenían. A pesar de que había dicho que no creía en el amor y que los sentimientos eran un montón de mierda infundada. No sabía con exactitud cuando había pasado ni en qué circunstancias, solo sabía que estaba irremediablemente enamorada de ella.

    Procesó mis palabras y enrojeció de súbito. Probablemente era la clase de cosas que no esperaría escuchar de mí. No era como si yo pudiera disimular tampoco el ardor en mi rostro o la velocidad de mis latidos.

    —Mira quién fue a hablar—le respondí al escucharla con el mismo tono de voz bajo, íntimo. Y terminé por desviar la mirada también— . El corazón se me va a salir del pecho, tonta. Voy a padecer de arritmias por tu culpa.

    Volví a mirarla cuando se apartó y se tumbó del lado contrario y seguí sus movimientos con extraña expectación. Estaba considerablemente nerviosa, se le notaba demasiado. Y me resultaba tan ridículamente lindo. Como aquella primera vez, aquello era algo nuevo para ambas. Algo que haríamos y descubriríamos juntas. Ni ella ni yo estábamos solas... y no teníamos por qué volver a estarlo.

    Su aliento me erizó la piel y me hizo estremecerme cuando se giró sobre su costado y me acarició las piernas. Ya no había orgullo, ni murallas. Mis sentimientos estaban tan desnudos como mi cuerpo.

    —Me gusta ser considerada con la persona de la que estoy enamorada. Es un pequeño, pequeño defecto que tengo—le respondí con una ligera risa y acaricié sus piernas sintiendo su piel caliente bajo la superficie de mis dedos. Deslicé mis manos por el interior de sus muslos y me acerqué a ella un poco más hasta el punto en que terminé hablando a milímetros de su piel. Quizás podía bromear ya fuese por la naturalidad inherente entre nosotras o para ocultar el hecho de que también estaba nerviosa, pero en ese momento soné brutalmente honesta. Mi aliento le provocó un escalofrío—. Solo quiero hacer sentir bien a la persona que quiero. Si eso es un crimen, arréstame.

    Hablé bajo, tal vez ni siquiera me escuchó. Pero no me importó realmente porque estaba segura de que volvería a decirlo. Que la quería, que era más que eso. Ya no podía callármelo.

    "¿L-lista?"

    Sí. Había estado lista toda mi vida. No para eso en concreto si no para entregarle mi corazón por completo a alguien. El amor era un sentimiento tan confuso, tan atolondrado, ridículo y maravilloso al mismo tiempo. Por eso no soné orgullosa cuando respondí con la misma frase de siempre. Mi voz a pesar de la agitación era honesta, mi tono claro.

    —Yo nací lista White.

    Ahogué un gemido contra su piel cuando ella hundió el rostro entre mis piernas y yo hice lo propio desde mi lugar. Encajábamos como piezas de un puzzle perfecto. Sí, en otra ocasión me hubiese resultado vergonzoso... me lo resultaba de hecho. Pero mis otras emociones eran lo suficientemente fuertes para sacar al pudor del podio.

    Empecé repartiendo besos suaves, ligeros, que no tardaron en convertirse en besos más intensos, hambrientos y húmedos. Deslicé mis dedos dentro de ella otra vez. Quería darle todo. Hasta lo último de mí, hasta volcar todos mis sentimientos y mi gratitud en ella. Todo lo que me había guardado por miedo simplemente se desbordó, estalló sin piedad. El dique que habían construido mis dudas fue incapaz de seguir conteniendo mis emociones.

    Y sin embargo era tan complicado mantener mi mente centrada en lo que estaba haciendo cuando las intensas descargas de placer me golpeaban sin piedad una tras otra. Eran lo suficientemente fuertes para dejar mi mente en blanco, para apagar y silenciar todo lo demás. El mundo solo era una mancha blanca más allá de esa tienda. Del calor de su piel, de la humedad de su intimidad. Su cuerpo parecía ser una extensión del mío y mis movimientos entre sus piernas parecían replicarse entre las mías como un espejo. Estábamos juntas, totalmente unidas.

    Y éramos una.

    El ambiente dentro de la tienda no tardó en llenarse de nuestras voces, de nuestros gemidos, jadeos y suspiros que ya no nos molestábamos por contener. No era como si pudiéramos hacerlo de todos modos. Cada uno de ellos rebotaba en mi piel y me encendía aún más el cuerpo, se deslizaba por mi espina dorsal y terminaba entre mis piernas. El ambiente se tornaba sofocante, los pulmones me ardían y se hacía difícil respirar. Pero por encima de todo eso, por encima incluso de aquella sensación apremiante, estaba el hecho de que ambas compartíamos un sentimiento común.

    Estábamos juntas en eso.

    Y no pude callarme.

    —Liz—la llamé abrumada por mis propias emociones, agitada y jadeante. Era incapaz de pensar en nada más. Mi mente estaba nublada y sumida en el intenso placer que compartíamos y ya no tenía miedo de decirlo, no tenía miedo de admitirlo en voz alta. Solo quería sacarlo de mi pecho. Tomé una temblorosa bocanada de aire—. Te amo.

    Tan honesto, tan genuino y tan frágil al mismo tiempo. ¿Pero cuantas emociones se revolvían dentro de mí? Aún sentía las lágrimas arderme tras los ojos, seguía queriendo llorar como una niña. Seguía teniendo ese miedo absurdo a que en cualquier momento desapareciese y por eso mi mano libre se aferró a ella, rodeó su espalda y me apreté más contra su cuerpo hasta que mi senos se presionaron contra su vientre.

    Y en cuanto hice eso ya no tuve miedo a nada.

    Redoblé mis movimientos acelerando la intensidad y velocidad de los mismos.

    >>Te amo—repetí ahogando otro gemido contra su piel—. Te amo.

    Y lo repetí una, otra y otra vez. Me había contenido durante tanto tiempo y mi mente estaba tan nublada que no podía hilvanar un solo pensamiento coherente más. No tenía filtro, no tenía contenciones, no tenía nada más que me detuviese. Cuando ya no había escudos ni murallas solo quedaba el alma desnuda.

    En ese momento ya no había vuelta atrás. Asumías todos los riegos y confiabas en que tu corazón no terminase hecho pedazos.

    >>Te... ¡Ah!

    El volumen de mi voz empezó a aumentar considerablemente a medida que la intensidad de mis sensaciones lo hacía también. Comenzaba a alcanzar ese punto de quiebre. Estaba al borde, la presión en mi vientre bajo gritaba por liberarse; lo necesitaba desesperadamente.

    Pero no quería hacerlo sola.
     
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