Mini-rol Dilección [Supportshipping | Pokémon Rol]

Tema en 'Archivo' iniciado por Yugen, 15 Enero 2021.

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    Hygge

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    Liza White


    Siempre me habían hecho creer que mi primera vez sería parte de un idílico cuento de hadas. Las películas, las historias de amor estereotipadas como la que habíamos visto esa tarde te hacían anhelar la llegada de un estúpido príncipe azul. Alguien que te completase, que le diese un sentido a tu vacía existencia.

    Una media naranja.

    Cuando Bruno apareció creí haberla encontrado. Ilusa de mí, me aferré a su existencia creyendo que era todo lo que siempre había soñado. Y cuando desapareció, cuando se fue, el vacío se hizo corpóreo y me rasgó el alma. Creí fervientemente en ese espacio que solo le pertenecía a él, y que no sería llenado jamás. Que nadie más merecía siquiera pensarlo.

    Lo comprendí en ese instante con una inusitada fuerza. Cuando los labios de Mimi pronunciaron mi nombre entre suspiros de placer, tendida bajo mi cuerpo, con el cabello cayendo como una cortina dorada sobre las sábanas. Jamás creí verla tan vulnerable, que se abriera ante mí de esa forma. Lo comprendí cuando reparé en su piel tersa y aperlada, sus mejillas enrojecidas iluminadas por la tenue luz de la luna. Cuando seguí profundizando más, y más, incapaz de negarle el contacto. Deseando sentirla más cerca.

    Nunca existió algo así como una media naranja. No era más que un error, una idea preconcebida. Éramos seres completos de por sí, con nuestra fragilidad y nuestras fortalezas, y tan solo podíamos aspirar a sacar lo mejor de las personas. A reafirmarlas en sí mismas y en su complejidad.

    Lo supe cuando fui consciente de que estaba teniendo mi primera vez con una de mis mejores amigas. Cuando todos mis esquemas se rompieron de golpe gracias a ella. No había ningún príncipe azul, ningún cuento de hadas. Tan solo una muestra de cariño y absoluta confianza. Se sentía más real que nunca... y de hecho lo prefería así.

    No sabía qué sería de nosotras a partir de entonces. No podía comprender si aquello que sentía al rozar su cuerpo con delicadeza era simple cariño o algo más. Pero estaba segura de que ella era una de las personas que sacaban mi mejor yo.

    Y no quería perderla por nada en el mundo.

    El cuerpo de Mimi se arqueó en mitad de un espasmo errático y supe que había alcanzado el orgasmo. El pulso acelerado contra mi pecho se alivió repentinamente y salí de ella con cuidado, acariciando con mi mano libre su mejilla enrojecida. La tensión, la presión que había sentido por no estar haciéndolo bien, por mi inexperiencia y el miedo de hacerle daño desaparecieron y me permití un suspiro cargado de alivio. Sus dedos, aferrados con intensidad sobre las sábanas, fueron perdiendo fuerzas y pareció alcanzar un estado de calma de lo más agradable.

    Me permití esos segundos para respirar hondo y calmar el intenso calor que sentía. La presión entre mis piernas se había tornado tan molesta. Pero cuando se reincorporó y su mirada azul conectó con la mía supe que no sería necesario. Intercambiamos intensas miradas de duda y de deseo. Reafirmándonos de nuevo la una en la otra. Recibí encantada sus labios y me dejé hacer una vez más con esa docilidad extraña, mi espalda encontrando el colchón.

    Cambiando de posiciones con una naturalidad abrumadora.

    El corazón me dio un vuelco en el pecho y toda mi piel se estremeció ante el roce de sus uñas. Ansiosa, expectante. Me mordí los labios y flexioné las rodillas, jodidamente nerviosa y agitada. El roce de sus dedos sobre la tela mandó otro chispazo a mi columna y temblé, sumida en una vorágine de intensas sensaciones. Me moría de vergüenza pero el fuego me estaba consumiendo y sentía que rozaba mi límite. Que estaba por perder la razón.

    Hazlo.

    Tócame.

    Tócame más, Mimi.


    Y ella aceptó. Bajó mis bragas y las apartó hasta quedar completamente desnuda y a su merced. Temblorosa, enrojecida al máximo y sintiendo arder hasta mis orejas me llevé el dorso al rostro una vez más, respirando agitada. Ni siquiera atendí a su comentario, fue incapaz de procesarlo, los besos se robaron mi poca atención y me arrancaron ligeros suspiros de los labios.

    Y entonces me besó allí.

    Y la corriente eléctrica se extendió en su apogeo por cada fibra de mi ser.

    El aire se escapó de mis pulmones al sentir que rozaba con los labios mi intimidad. Aferré las deshechas sábanas como si la vida me fuera en ello, como si fueran mi salvavidas en mitad de un océano de placer sin precedentes y los gemidos y suspiros se hicieron cada vez más y más audibles. Incontenibles, me rasgaron la garganta y la sensación de aquella presión creciendo dentro de mí con cada roce de su lengua me hizo arquear la espalda, me obligó a cerrar las piernas por instinto pero ella las sostuvo con firmeza.

    —¡Ah...! —exclamé, cerrando los ojos con fuerza. Elevé las caderas y me retorcí ligeramente ante la sensación insostenible, rasgando las sábanas con los dedos—. ¡Mimi! ¡Ah! ¡No puedo más...!

    Así como mi nombre llenó la habitación, el suyo sufrió el mismo destino. Un espasmo repentino me rayó el cuerpo y alcancé el clímax en ese instante. Jadeé, abrumada, desbordada por las sensaciones que me asolaban, y solté el agarre de las sábanas poco a poco, lentamente, dejándome envolver por una sensación de sosiego y paz que agradecí profundamente.

    Entreabrí los ojos, mi pecho subiendo y bajando de forma errática, y sentí el cabello castaño adherirse a mi frente. Mis manos buscaron la espalda de Mimi y la atraje hacia a mí hasta sostenerla por las mejillas, dejándole un suave beso sobre los labios. Pasé los brazos por sus hombros y la abracé, ansiando su cuerpo y su calor casi por mero instinto. Mi respiración comenzó a relajarse, como si su presencia tuviera la extraña capacidad de calmarme y mis manos rozaron su espalda, acariciando su cabello con movimientos lentos y delicados.

    Sumida en un extraño sopor que parecía preceder al orgasmo mis labios se movieron solos, sin dejarle ir en ningún instante.

    —...Te quiero, Mims —murmuré. Ni siquiera supe a qué venía eso. Solo sentí la necesidad de recordárselo. Las mejillas se me colorearon ligeramente pero no detuve las caricias en ningún momento, dejándome envolver por su aroma—. Lo sabes, ¿no es así?

    Debía ser muy tonta para no hacerlo.

    Pero no pude evitar preguntarme por qué no se lo había hecho saber hasta ahora.
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Mimi Honda


    Me pregunté si las intensas sensaciones que me recorrían el cuerpo, esa necesidad porque se sintiera cómoda, ese temor a lastimarla de alguna manera se engloban dentro de todo lo que implicaba "una mera atracción física".

    Ni de coña.

    Estaba bastante segura de que iba mucho más allá. Su sabor en mis labios, su calor, sus suspiros y sus gemidos. La forma en que movía las caderas buscando más de mí y yo no tenía intención alguna de negárselo. Todo me abstraída, cada mínimo gesto por su parte me volvía prácticamente loca. Y solo tenía la necesidad de sentirla más y más, reparando en todas y cada una de sus expresiones.

    Porque era tan jodidamente linda.

    Tuve que contenerme varias veces a mí misma para no terminar por deslizar los dedos porque sabía que iba a hacerle daño. De modo que mantuve mis manos en sus muslos, apretando de tanto en tanto, acariciando su piel y cerciorándome de que aquello era real. De que realmente había empujado mi orgullo y todos mis malditos prejuicios por la ventana para hacerla sentir bien.

    Porque quería que disfrutase de todo eso.

    Me separé con lentitud cuando todo acabó, cuando su cuerpo ya no pudo soportar la tensión y tan solo un ligero hilo de saliva mantuvo mi lengua unida a ella. Se rompió cuando me aparté y recorrí mis labios llevándome su sabor impreso en ellos. Era... difícil de describirlo con palabras. Pero no me desagradaba.

    No me desagradaba en lo absoluto.

    Entonces sentí sus manos en mi espalda buscándome y sostuvo mis mejillas para besar suavemente mis labios. ¿Podría sentir su sabor en ellos? La idea extrañamente arrojó otro de esos escalofríos apremiantes por mi espalda y me dejé hacer con sumisión. Todo había pasado ya. No había presión, no había tensión; el oleaje embravecido se había convertido en un calmo océano cristalino. Pero seguía ansiando sentir su piel, el roce cálido y le devolví el abrazo con la misma necesidad. El corazón me estaba latiendo con inusitada fuerza dentro del pecho.

    Nos quedamos en silencio durante segundos eternos buscando calmar nuestras respiraciones agitadas. Embargadas por el calor de la otra, como si se tratara de un bálsamo relajante, mi cuerpo se destensó y prácticamente me derretí sobre ella. Sus manos me acariciaron la espalda y el cabello con suavidad, de forma casi inconsciente .

    La sensación era casi etérea, como procedente de un sueño. Y tan indescriptiblemente cálida.

    Me dejé arrastrar por ella, por ese sopor y había empezado a hundirme en las neblinas del sueño cuando la oí. Cuando aquella palabra emergió de sus labios.

    Había apoyado la cabeza sobre su hombro y entreabrí los ojos al escucharla hablar. Su confesión me caló en lo más hondo del pecho. Lo sabía, lo presentía, pero escucharlo de sus labios era completamente distinto. Todo se resumía en eso ¿verdad? En que nos queríamos. En que nos cuidabamos la una a la otra.

    Y la sensación cálida, una completamente distinta al calor abrasador de hace unos minutos me arrasó. El rubor volvió a llenarme las mejillas. ¿Lo sabía? Sí. Era imposible que no lo hiciera.

    —Mhm—susurré en respuesta y sentí la necesidad de aferrarme más a ella. Su respiración que empezaba a calmarse, sus caricias arrojando ligeros escalofríos por mi espalda que ya no respondían a la excitación sexual si no a una calma soporífera y absoluta. Era simplemente cálido, calmo y lleno de cariño. Giré el rostro para poder hablarle al oído—. Lo sabes también ¿verdad?

    Que yo siento exactamente lo mismo.

    Gérie nos había dado la oportunidad de conocernos y conectar como no lo habíamos hecho nunca. No era como con Alpha y tampoco era como con Emily, a la que nunca había podido devolverle ni una sola de sus bromas. Nuestra relación se sentía fluía sin necesidad de forzarla. Todo había ocurrido deprisa, tal vez demasiado, pero se sentía tan correcto. Como si llevásemos años así. Y todo había empezado ese día, mucho antes de Gérie. Cuando me ayudó a entender mis sentimientos por Em.

    "Pero, oh Mimi, cielo... el amor es algo precioso".

    ¿Lo era?

    —No pude usar mis dedos, huh...—murmuré entonces y se me escapó una pequeña risa. Me aferré más a ella y murmuré con evidente pudor en la voz—. Supongo... ¿que eso significa que tendremos que repetir esto en el futuro?

    Como cuando pagaba en su lugar para que volviéramos a quedar otro día y ella se lo tomaba personal y terminábamos en otra de esas ridículas rivalidades. Pero lo cierto era que tenía un miedo aterrador a que quedase en nada. A que desapareciera tal vez, a que se deshiciera como arena entre mis dedos ahora que la tensión no estaba, ahora que no debería haber motivos para que siguiéramos juntas y abrazadas en la cama. Había sufrido tanto que tenía genuino miedo a abrir mi corazón otra vez. Aunque quería hacerlo, aunque quería ponerlo en sus manos y dejarlo allí con la esperanza de que no lo rompiera.

    A veces podía ser tan estúpida.

    ¿Qué sería de nuestra relación ahora? ¿Qué iba a pasar con nosotras? ¿Debía tener miedo de que las cosas cambiaran? No lo sentía así. No en ese momento, no allí con ella después de lo que habíamos compartido. Lo habíamos expuesto todo. Habíamos dejado todo en manos de la otra, nos habíamos entregado de un modo que sobrepasaba todos los límites. Habíamos recorrido ese camino juntas. No había nada que ocultar.

    Me incorporé para mirarla a los ojos. A aquellos pozos azules, empañados y vidriosos y le sonreí. Una sonrisa leve, genuina, que estaba llena de cariño. Extendí la mano y le acaricié la mejilla.

    —Hey Liz—le susurré. Era tan real, tan genuino que los sentimientos se filtraron en mi voz sin que pudiera hacer nada por contenerlos. Me incliné para dejar un beso sobre su frente—. Gracias. Gracias por todo.

    Repentinamente quería hacerlo. Confiar en que el amor era algo precioso. En qué realmente había algo bueno esperándome. ¿Y qué si terminaba enamorándome de ella? Incluso si terminaba por sufrir otra vez. Incluso si mi corazón se rompía nuevamente en pedazos...

    En ese instante sentía que merecía completamente la pena.

     
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  3. Threadmarks: Capítulo 2
     
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    N/A: La intención era que ese fuese el final pero nos gustó la idea de continuar con este universo alternativo y seguir expandiéndolo de alguna forma, así que consideraremos esto como una segunda parte, un segundo capítulo.

    Las aclaraciones son las mismas del primer post, just in case~.






    Liza White

    Me permití un instante para cerrar los ojos e inspirar profundo, llenándome los pulmones del aire fresco y de las sensaciones que me transmitía la naturaleza. Los alrededores de la Gran Catarata; mi lugar predilecto de toda Galeia. El olor de las flores se mezcló con el de la tierra mojada y como un bálsamo todo mi cuerpo se relajó; me sentí de vuelta en casa. Los rayos de sol cosquilleándome la piel, la brisa de la mañana susurrando entre los árboles y meciendo mi cabello castaño.

    No importaba el tiempo que pasase, siempre acababa regresando a ese lugar. Cuando me encontraba perdida, cuando las emociones me desbordaban y amenazaban con estallar. Tenía la capacidad de devolverme a mi eje, de recordar mis orígenes. Quién era y de dónde venía.

    Me sentía tan cómoda allí, lejos de la urbe, respirando la paz del bosque. Y este me recibía siempre con los brazos abiertos, confiando en que no perturbaría su paz.

    Casi como si fuera una más.

    Había llegado a primera hora de la mañana, a pesar de que la persona a la que esperaba no llegaría hasta dentro de un par más. La Gran Catarata era el lugar de acampada por excelencia de toda la región, de modo que me tomé mi tiempo para escoger un lugar un tanto alejado del foco principal. Sabía perfectamente dónde. El agua que transportaba aquel río no desembocaba únicamente en la catarata. Se bifurcaba en un punto un tanto alejado y escondido, pasaba desapercibido lo suficiente como para que nadie le prestase la atención suficiente. Pero si lo seguías, si tirabas del hilo lo suficiente, terminarías encontrando una cascada mucho más pequeña y escondida del mundo.

    Era prácticamente mi refugio.

    No solía compartirlo con nadie. Prefería que, cuantas menos personas lo conociesen, mejor. Así podía preservar su tranquilidad. Sin embargo, en aquella ocasión deseé hacerlo. Le había enseñado tanto de mí como a pocos, que sentí poder darle aquel privilegio. Era nuestro fin de semana libre, lejos de misiones y torneos que consumiesen nuestro tiempo. La última vez fue Mimi quien decidió pasarlo conmigo, haciendo lo que más le gustaba.

    Ahora era mi turno, ¿no?

    Zazú y Togekiss emprendieron el vuelo cuando la hora se fue acercando. Sobrevolaron la zona, dispuestos a guiar a la entrenadora hacia donde había erigido nuestro campamento provisional. Mientras tanto, yo me entretuve armando la tienda de campaña. Sentí el impulso de quitarme los zapatos y dejar que las briznas de hierba cosquilleasen mis pies como en los viejos tiempos, y así lo hice.

    Mientras separaba las varillas que sostendrían la tienda eché un vistazo al cielo. De repente me sentía un tanto impaciente. ¿Debería haber escogido otro lugar, otra actividad? ¿Debía haber invitado a Emily también? No supe bien por qué no lo hice, el contacto de Mims fue el primero que acudió a mi mente.

    Nuestra relación había alcanzado un punto extraño desde hacía semanas, pero nada parecía haber cambiado en apariencia, al menos en nuestra dinámica. Ni siquiera sabía lo que éramos ahora, pero en ese momento no llegó a preocuparme.

    Tan solo esperaba que le gustase.
     
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    Yugen

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    Mimi Honda

    Cuando aparté la mirada de la pantalla de Dex mi corazón estaba latiendo inesperadamente rápido. El aire fresco jugaba con mi cabello y me rozaba las mejillas mientras Isamu planeaba las corrientes ascendentes sobre Galeia.

    Nuestro destino: La Gran Catarata.

    Me había sorprendido recibir una invitación de Liz para encontrarnos allí. No había dicho gran cosa, tan solo que quería invitarme a un lugar especial para ella. Especial... esa palabra había cobrado un significado mucho más profundo después de lo que había ocurrido entre nosotras aquella noche. Guardarnos cosas, por el motivo que fuese, se sentía repentinamente tan superfluo cuando le habíamos mostrado todo de nosotras a la otra. Por lo demás... nuestra relación no había cambiado. Ni para bien, ni para mal. Y eso estaba bien. Me quitaba un enorme peso de encima.

    —Hey, ¿ese no es Zazú?—pregunté a media voz al ver al Staraptor de White planear debajo de nosotros. El tipo volador agitó las alas. Palmeé un costado de mi Braviary—. Parece que quiere que vayamos con él. Isamu, síguelo.

    Aterrizamos en un claro cerrado cuyo silencio era tan solo perturbado por el murmullo del agua de una catarata. No era la catarata principal, era más pequeña, pero el torrente caía en un lago cuyas aguas eran incluso más cristalinas y prístinas. Era un lugar recogido, casi oculto. Lejos de miradas indiscretas y del foco principal. Y allí, bajo la sombra de una árboles... visualicé un pequeño campamento improvisado y una tienda de campaña.

    ¿Ya lo estaba preparando todo?

    Qué concienzuda.

    —Qué calladito te lo tenías, Liz—se me escapó una risita ligera, casi risueña y la brisa meció mi liso cabello rubio recogido en dos coletas. Cerré los ojos apreciando el aroma de las flores, el aire puro y limpio de la naturaleza. No solía ser muy partidaria del mismo pero por algún motivo me sentía en paz en aquel sitio.

    O tal vez era la compañía.

    >>Este lugar es precioso.
     
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    Había dormido tantas veces bajo la atenta mirada de las estrellas que montar aquella tienda de campaña no me tomaría demasiado tiempo. Ni siquiera era necesario hacerlo ahora, no cuando teníamos todo un día por delante, pero por algún motivo la espera se me antojaba tortuosa y necesitaba distraerme con algo.

    Solo era Mimi, por el amor de Arceus.

    Aún estaba limpiando la zona a conciencia cuando el graznido de Zazú me alertó desde las alturas. Batió sus alas, librando la zona de hojas secas, piedras y frutos que podrían rasgar la tela, y me cubrí con el brazo mientras sostenía un extremo de la lona que haría las veces de suelo. Distinguí a Isamu no muy lejos, y esbocé una pequeña sonrisa cuando encontré la mirada azul de Honda.

    "Este lugar es precioso"

    Un ligero rubor se extendió por mis mejillas al escucharla mencionar aquello. Era ridículo, pero me alegró sobremanera escucharlo de sus labios. No me percaté de que la estaba observando con más atención de la que debería y carraspeé cuando esta abrió los ojos, volviendo mi atención a la lona.

    —Gracias. Suelo acampar aquí a menudo desde hace años —le confesé, acuclillándome para terminar de extender la tela desde mi lado—. Usualmente lo hago sola, me gusta disfrutar de la tranquilidad del lugar. Pero pensé que quizás te gustaría verlo... La lluvia de estrellas de esta noche.

    Me sacudí el polvo del pantalón mientras me erguía, echando un vistazo al cielo despejado. No le había dado demasiados detalles porque quería que fuese sorpresa, pero un pensamiento intrusivo me invadió entonces.

    Busqué sus orbes con cierta duda.

    —¿Debí invitar a alguien más? No quería arruinar la paz del bosque, pero puedo avisar a Emily si es lo que quieres —No supe muy bien a qué venía esa repentina inseguridad. Temía quizás incomodarla, estando allí las dos solas. Nuestra relación seguía teñida de ese matiz extraño a la que ninguna de las dos le dio un significado concreto aún. Todo seguía reciente, pero de verdad me apetecía pasar el día con ella.

    Dejé caer ligeramente los hombros, señalando el otro lado de la lona para desviar el tema.

    >>¿Puedes ayudarme mientras con ese lado?
     
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    La brisa meció la hojas de los árboles. Aquel lugar... era tan distinto a lo que estaba acostumbrada. La paz tan suma que se respiraba. Además, que Liza me hubiese invitado allí diciendo que era su lugar especial cuando lo especial para mí era pasar un día de compras solo demostraba lo distintas que éramos. Dos polos opuestos... o tal vez dos caras de una misma moneda.

    Quizás le estaba dando vueltas de más a ese pensamiento pero me sentía tan feliz de estar allí, de que ella me hubiese invitado a mí. Quizás lo que había ocurrido entre nosotras sí había cambiado algo. Nos había vuelto mucho más cercanas.

    Me hacía sentir especial.

    —¿Eso es lo que quieres? ¿Invitar a Emily?—cuestioné de vuelta, prácticamente nada más terminó su pregunta. Logré ocultar la sorpresa y la decepción en mi voz como si no estuviesen allí en primer lugar. Incluso me había cortado las uñas... ¿para qué me había cortado las uñas? Era estúpida. Sentí un ligero rubor escalar hasta mis mejillas y desvié la mirada—. Si le enseñas este lugar a más personas... ¿no dejaría de ser secreto?

    ¿Me había hecho ideas preconcebidas quizás? Nuestra situación actual era muy extraña. Nos habíamos mantenido como si nada hubiese pasado pero era un poco difícil obviar al elefante en la habitación. Las amigas no hacían las cosas que nosotras habíamos hecho. Las amigas no se besaban ni tenían sexo. Pero era incapaz de etiquetar nuestra relación. De encasillarla en ningún sitio. Definitivamente no éramos una pareja así que...

    Cerré los ojos con cierto pesar.

    >>Haz lo que quieras.

    Solo estaba buscando excusas ridículas para estar a solas con ella. Si quería invitar a alguien más podía hacerlo, no iba a ser tan egoísta. Además, una lluvia de estrellas sonaba tan romántico. Y yo trataba de escapar de eso.

    Giré sobre mis talones y la encaré finalmente.

    —Te ayudaré. ¿Solo tengo que estirar la lona?
     
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    A pesar de que intentó disimularlo pude notarlo, la decepción tácita en su pregunta. Hice una ligera mueca; no era eso lo que pretendía. Entreabrí los labios, dispuesta a replicar pero me detuve, de espaldas a ella, y opté por callar. La brisa meció las hojas de los árboles mientras me dirigía hacia la tienda de campaña y el olor de las flores inundó mis sentidos.

    Respiré profundo.

    Todo era tan nuevo para ambas.

    Estábamos hechas un completo desastre.


    —El peso de mi secreto recaerá sobre ti entonces —le dije, con aquel tono liviano tan común en nosotras, a pesar de ser una suerte de amenaza. Estaba afirmando que confiaba en ella. Que su compañía era más que perfecta. Era la única persona a la que le había mostrado todo de mí y prefería dejarlo así. Alcé la mirada, de cuclillas sobre el suelo, y asentí ante su pregunta —. Mhm. Estírala lo suficiente e intenta que no haya obstáculos debajo. Nos vendrá bien tener un aislante extra.

    Era curioso. La última vez que habíamos pasado tiempo juntas había sido Mimi la que me había mostrado su mundo como una suerte de guía. Aquel ambiente cargado, repleto de tiendas y plantas donde perderse. Me había llevado de la mano y guiado en aquella suerte de mundo extraño para mí. Ahora que estábamos allí, lejos de la concurrida urbe, quería devolverle el favor. Ser yo quien le enseñase todo lo que sabía y transmitirle una parte de mí misma en el proceso.

    A pesar de querer ignorarlo era más que obvio. Que algo había cambiado entre nosotras esa misma noche.

    >>Con los sacos de dormir no es necesario, pero quizás te resulte incómodo el contacto con el suelo. Ahora que inserté las varillas dentro solo hay que curvarlas en diagonal y... —Mientras hablaba fui alzando la tienda, hasta que la estructura alcanzó la forma de una pequeña montaña pulida. Sonreí para mí misma, satisfecha. No había perdido el toque—. Listo. Solo queda fijar la tienda desde los cuatro extremos, clavándolos al suelo. Zazú, Isamu, ¿podéis ayudarnos con eso?

    Cuando ambos pokémon usaron su pico para afianzar el agarre la tienda terminó de armarse. Me arrodillé frente a la entrada, apartando la tela para poder internarme, y me adentré para asegurar que todo estuviese en su sitio. Asomé la cabeza poco después.

    —¿Quieres echarle un vistazo? Puedes meter tu tienda dentro. Hay espacio para dos
     
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    Lo que no pude esconder fue la sorpresa cuando respondió... bueno, que no invitaría a nadie más. Abrí los ojos en su máximo y la miré brevemente, contrariada. ¿Y ese cambio de actitud? Había sido ella quien había mencionado invitar a Emily, pero ahora lo negaba y dejaba el peso de su secreto en mis manos cuando realmente era solo una excusa ridícula. Tal vez era estúpido pero una ola cálida me recorrió el cuerpo, ligera, y mis labios esbozaron por sí solos una sonrisa.

    —Tu secreto está a salvo conmigo—respondí liviana, resuelta, mientras me encargaba de estirar la lona. Era la primera vez en mi vida que armaba una tienda de campaña. Ni siquiera sabía que su estructura se sostenía mediante varillas si no que era algo automático. Como... sacar la tienda, dejarla en el suelo y esperar a que se armase sola. No podía estar más equivocada.—Bien, dame unos segundos y ya está...

    Requería trabajo y esfuerzo. Si la tienda de Liz estuvo lista tan pronto fue sencillamente por la experiencia. Yo hubiese tardado horas con suerte de estar sola. Habíamos invertido los papeles. Ahora era ella quien me guiaba a mí, quién me tomaba de la mano y me hacía conocer pedacitos de su mundo. Un mundo tan distinto al mío, tan ajeno a la opulencia y a las urbes que conocía. Yo era una chica de ciudad. White, era claramente una chica de campo.

    Y estaba bien con eso.

    —¿Mi tienda...?—murmuré cuando mencionó que mi tienda cabría dentro de la suya. Pestañeé con celeridad, perpleja.

    ¿Huh?

    ¡Pero por Arceus, si no había llevado nada! Todo lo que tenía en mi mochila era el saco de dormir—solo porque le había pedido a Dex que me asesorara—, una linterna, la propia Dex, un termo con té y poco más. Mi equipo por supuesto. Habían insistido demasiado.

    Curiosa me acuclillé frente a la entrada y di un paso dentro sin saber que esperar. Todo eso era tan nuevo para mí y por lo general me hubiera negado tan sistemáticamente, que el solo hecho de estar haciendo algo que jamás imaginaria lograba que mi corazón se acelerase. No era la primera vez. Últimamente estaba haciendo cosas que no imaginaría. También aceleraban mi corazón lo suficiente como para sentir que se saldría de mi pecho.

    Ahogué una exclamación.

    La luz se filtraba a través de la tela de la tienda, tenue, generando un espacio casi onírico dentro. Tenía cierto encanto. Me quité la mochila de los hombros y la dejé dentro, sobre la lona, sentándome en el interior de aquella suerte de casita de muñecas campestre.

    ¿Quién iba a pensar que yo, Mimiko Honda, iría de camping alguna vez?

    Se me escapó una risa liviana.

    >>Es raro—comenté recogiendo mis piernas—. Es mucho más espaciosa de lo que parece desde fuera. Entonces...

    La dirigí una mirada de soslayo, algo cauta, quizás incluso tímida. El corazón me estaba latiendo mucho más deprisa que antes y me sentí ridícula al pensar que ella podría escucharlo. De modo que terminé por rodear mis rodillas con mis brazos.

    Separé los labios, vacilante.

    >>¿Vamos a compartir la tienda?
     
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    Retrocedí en cuatro para permitirle ingresar y acabé sentándome sobre mis piernas, colocando la mochila sobre mi regazo. De vez en cuando le dirigí miradas furtivas, mientras sacaba mi propio saco de dormir, doblándolo cuidadosamente a un lado. A juzgar por su expresión era la primera vez que entraba en un lugar así. Nuestras vidas habían sido tan distintas que casi parecíamos provenir de mundos totalmente opuestos. Era extraño imaginar que nuestros caminos pudiesen haber convergido en algún punto. Una de ellas, criada en cunas de oro y marfil. La otra, nacida entre cultivos dorados y nubes de algodón.

    Casi parecía salido de un cuento. ¿Cuáles eran las probabilidades de algo así?

    —Es práctico, ¿cierto? —Observé las luces que se filtraban a través del techo, cerrando la cremallera de la mochila a tientas—. Parece mentira viéndola desde fuera, pero retiene bien el calor. En las noches frías se volvía mi suerte de refugio. Como si nada ni nadie pudiese alcanzarme si estoy aquí dentro.

    Quizás fue la extraña paz que sentía ahí dentro, con el murmullo del agua de fondo y la propia presencia de Mimi, pero sentí que la lengua se me aflojó de más. No supe bien a qué venía eso. Cuando encontré su mirada ya estaba algo nerviosa, pero su pregunta solo alcanzó a añadirle más calor a mis mejillas, si es que era posible. El espacio de aquella tienda de campaña quizás se resentía con tres personas, pero dos parecían encajar a la perfección. Y por lo que podía ver, las pertenencias de Honda eran más bien escasas.

    Solté el aire por la nariz en una risa baja, incrédula. Era un error de novato el suyo, bastante comprensible en realidad, pero me causó cierta ternura viniendo de ella.

    —Es eso o dejarte dormir en la intemperie —Abracé mis rodillas contra mi pecho, imitando su gesto de manera inconsciente. Le dirigí una mirada de circunstancias, bastante suave en comparación—. Y conociendo tu pésima resistencia al frío, prefiero no cargar con remordimientos después. Puedes dejar tu saco por allá.

    No era un espacio diminuto, pero sí algo reducido a lo que estábamos acostumbradas. Dormir tan cerca de ella después de lo que habíamos vivido se sentía ciertamente extraño. Hacía que el corazón me latiese inesperadamente rápido. Estiré el brazo hacia mi mochila abierta al recordar algo. Sabía que debía lidiar con cosas así en el momento en el que la invité a acampar conmigo.

    Y aún así no me arrepentía de nada.

    —Mims, pilla —Gracias a sus reflejos la pequeña bolsa de plástico que le ofrecí no impactó contra su rostro. No quería llevarme ningún golpe tan temprano. Recargué el mentón sobre mis brazos, con una sonrisa ligera. Dentro de la bolsa podían distinguirse pequeñas golosinas de color blanco y consistencia esponjosa. Que faltasen en una acampada era prácticamente un delito—. Te he traído algo. ¿Sabes lo que son?
     
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    Acompar sola sonaba tan solitario... pero ella estaba allí, con aquella ligera sonrisa en lo labios, hablándome de lo cómoda que se sentía en aquella tienda. Era un refugio, una burbuja protectora que la mantenía a salvo del mundo exterior. Y mientras la escuchaba, mientras la pasión por lo que tanto le gustaba se colaba en su voz calma, yo también terminé por esbozar una pequeña sonrisa. Incluso si acampar ni siquiera era lo mío, incluso si éramos polos completamente opuestos que habían cruzado sus caminos por efecto del azar o el destino o lo que narices fuese.

    Podría pasarme horas escuchándola hablar de las cosas que le gustaban. Quería intentarlo, formar parte de su mundo. Que me hiciera partícipe de su pequeño universo... el solo hecho de que me hubiese permitido entrar, de que me hubiese invitado, me hacía estúpidamente feliz. ¿Se sentiría ella igual cuando yo la había invitado de compras? Generalmente era una persona muy cerrada, muy hermética, pero había abierto las murallas que me rodeaban solo para permitirle el paso.

    Ir de compras era mi refugio. Era lo que hacía no solo porque me gustaba, si no porque era en lo que me centraba cuando quería huir de mis vacíos. Opacarlos con bienes materiales como siempre había hecho mi padre.

    Exhalé despacio y aflojé el agarre de mis brazos en torno a mis piernas antes de mirarla directamente. Trataba de contener mis emociones y mi nerviosismo. De aparentar la misma normalidad que habíamos aparentando desde aquella noche, como si realmente nada hubiese cambiado. Como si no lo hubiese recordado cada maldita noche desde entonces.

    Esbocé una media sonrisa, burlona. Incluso se coló cierta jocosidad en mi voz.

    —Más te vale, White. Si muero de frío vendré del más allá solo para torturarte.

    Me moví en cuatro dentro del reducido espacio y abrí la cremallera de la mochila para sacar mi saco de dormir. Mis latidos seguían siendo fuertes, intensos, y aprovechando que no podía verme llevé la palma a mi pecho y cerré los ojos luchando por calmarme. Solo íbamos a compartir la tienda, solo eso... no era gran cosa. Aunque me había cortado las uñas porque me sentía bastante estúpida luego de lo que sucedió, nada indicaba que fuese a ocurrir de nuevo. Era una acampada entre amigas.

    Éramos amigas.

    Solo eso.

    Lo estiré, dejándolo a un lado, centrando mi mente en esa pequeña tarea. Tal vez la tienda fuese espaciosa pero su tamaño era el justo para dos personas. Dormir en el mismo espacio se sentía un poco extraño después de todo pero no me incomodaba. El murmullo de la catarata, el susurro de la brisa entre las hojas, la luz que se filtraba a través de la tela de la tienda... todo lograba calmar en gran parte mi corazón inquieto. Era como entrar en un dimensión distinta.

    Me giré justo a tiempo para atrapar la bolsa que Liz me lanzó. La sostuve una instante, contrariada y miré a través del plástico por curiosidad. Eran de color blanco, de apariencia suave... como nubes de algodón.

    Enarqué una ceja.

    —No son éclairs, eso seguro—le respondí con una mirada de circunstancias y la decepción fingida se coló en mi voz. Se me escapó una risa corta y me eché sobre el saco de dormir con la bolsita aún en la mano. La miré desde todos sus ángulos, rehusándome a aceptar que no tenía idea de qué eran—. No me subestimes, claro que lo sé. ¿Son...? Ah, mierda. Estoy segura de que son... ¿cosas blancas que parecen nubes?
     
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    Solté una risa baja en respuesta. Era obvio que no sabía lo que eran, solo había que verla. Parecía estar sosteniendo uno de los misterios de la humanidad y no una bolsita de dulces. Y aún así, a pesar de lo extraño que le resultaba todo, había aceptado venir. Me escuchaba con verdadero interés en sus ojos. Mimi trataba de adaptarse a mí como yo había hecho con ella, por más abrumada y perdida que me sintiese yendo de compras en primer lugar. Porque si con ello podíamos pasar tiempo con la otra merecía la pena el esfuerzo.

    Eso era lo que hacían las amigas.

    Eso es lo que éramos... ¿no?

    —Malvaviscos —respondí, sin esforzarme realmente por ocultar la risa. Sabía que odiaba que la tratase como una niña pero cierto tono maternal se coló en mi voz casi sin poder evitarlo. No me burlaba de ella, era pura y genuina ternura—. Su nombre es ese. Pero te doy puntos por el esfuerzo, Honda.

    Recargué las palmas de mis manos a mis costados, inclinándome ligeramente hacia atrás, y desde allí seguí hablando. Abriéndome un poco más.

    >>Eran mis dulces preferidos cuando era niña. Son golosinas muy especiales; de por sí son muy dulces, pero su sabor mejora cuando llega la noche. Cuando te sientas frente a la hoguera en compañía de otros. Contamos historias de toda clase, y las ensartamos en un extremo para poder asarlas sin quemarnos en el proceso —Cerré los ojos por un instante, asaltada por toda clase de recuerdos. La sonrisa se ensanchó en mis labios sin darme cuenta—. Nunca comprendí por qué sabían tan distinto si eran el mismo dulce. Quizás es el ambiente lo que termina por darle ese sabor especial. Ya me lo dirás esta noche.

    Porque aquello no era ni una mínima parte de todo lo que tenía para enseñarle.

    Abrí uno de mis ojos, viéndola echada sobre su saco de dormir con la bolsa en mano. Teníamos mucho por hacer, pero no me importaba quedarme allí con ella un poco más. No era incómodo en absoluto y mis temores se fueron desvaneciendo lentamente. Todo fluía con la misma naturalidad de siempre y eso estaba bien.

    —¿Éclairs, en serio? —Enarqué una ceja al recordar su primera respuesta, en la misma línea jocosa que ella. Parte del nerviosismo que sentía fue dejado en segundo plano—. ¿Es impresión mía o te alimentas a base de eso? Deberías cuidar tu dieta; empiezo a notar algún kilito de más, ¿sabes?
     
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    Yugen

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    Mimi Honda

    Ah, maldita sea. ¿Pero qué demonios eran? Parecían nubecitas blancas... tal vez mochi o un dulce similar. No encontrar una respuesta concreta empezaba a irritarme porque sabía que Liz lo usaría en mi contra y terminaría riéndose... y así fue. Aunque no me molesté cuando escuche el nombre. Y no lo hice porque ella siguió hablando, rememorando su infancia, aquellos distantes días de campamento. Aún tumbada y con la bolsa en la mano le dirigí una mirada de soslayo, escuchándola en silencio.

    Quizás acampar sola sí era solitario después de todo. Tal vez no era la soledad lo que buscaba en estas escapadas a la naturaleza. En su recuerdo mencionaba a otras personas. Personas con las que contaba historias alrededor de una hoguera y asaba los malvaviscos ensartados sobre las llamas. Me pregunta por qué si tanto le gustaba no lo había mencionado antes. Por qué no había organizado con el resto de holders algo similar—probablemente porque siempre estábamos ocupados—o porque... no había terminado invitando a nadie más como había insinuado que haría. ¿Había sido egoísta al sugerirle que no invitara a nadie más? La mano que tenía sobre el saco de dormir, aquella que no sostenía la bolsa, la recogí y la cerré en un puño.

    Quizás...

    Separé apenas los labios para decir algo, para mencionar cualquier cosa, pero su última observación me hizo enrojecer ligeramente.

    —¿Huh?—repliqué con incredulidad —. C-claro que no, boba. También me alimento a base de té y el té rojo es un excelente quemador de grasas. Por eso aunque solo coma éclairs estoy estupenda ¿sabes?—abrí un solo ojo—. Es el equilibrio perfecto.

    Evidentemente no me alimentaba solo a base de dulces y té y tampoco tenía una vida precisamente sedentaria pero podía aprovechar para devolvérselo. Así funcionaba nuestra relación y yo me rehusaba a caer en su juego sin más. Se me escapó una risa liviana, ligera, sintiendo como mi propio nerviosismo retrocedía un tanto y me incorporé del saco de dormir para mirarla. Hice un pequeño mohín y le arrojé la bolsa de malvaviscos.

    —Pero no puedo decir lo mismo de ti, señorita a la que no le gusta el té—me acerqué a ella por la espalda entre risas y le cosquilleé los costados con las puntas de los dedos aprovechado la confusión generada. Estaba siendo burlona pero inocente porque tenía un cuerpo perfecto y aunque no lo tuviese, me daría lo mismo. La querría igual incluso si pesaba lo mismo que un Snorlax—. Mira~ ¿esto es un michelín?
     
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    Recibí la bolsa que me lanzaba con ambas manos, asomándome detrás de aquella suerte de escudo improvisado con una sonrisa burlona en respuesta. Lo que hiciese con su dieta me traía sin cuidado, como si quería vivir a base de dulces. Era parte de nuestra dinámica tratar de molestar a la otra por puro amor al arte. Me aliviaba ver que eso no había cambiado, y no tenía intenciones de hacerlo de igual forma.

    Dejé los malvaviscos dentro de mi mochila a buen recaudo, y en mitad de esa pequeña tarea estaba cuando noté por el rabillo del ojo que se erguía sobre su saco, mencionando sus preciados tés. Oh, esa discusión de nuevo no. No le presté demasiada atención, centrada en cerrar la cremallera de nuevo cuando sentí que se acercaba por detrás y me picaba los costados con los dedos. Me pilló con la guardia baja.

    Di un respingo un tanto abrupto, removiéndome en el lugar sin poder contener la risa.

    —Mimi, para. Soy demasiado sensible a las cosquillas —me quejé, sin ser consciente de la información que le estaba regalando en bandeja. Me eché hacia atrás e intenté girar el torso para devolverle la jugada, sin poder dejar de reír. Era superior a mis fuerzas. Le piqué los costados, el estómago, pero no podía alcanzar demasiado en esa postura. La maldita me tenía apresada—. ¡Mimi! ¡Te digo que pares! ¡Basta~!

    El interior de la tienda de campaña se llenó repentinamente de risas. A diferencia de la mayor parte del tiempo éramos un par de crías sin nada que perder. En una de esas logré girarme a tientas, tratando de liberarme, pero las constantes cosquillas me arrebataron la fuerza de encima y terminé calculando mal mis movimientos. Perdí el equilibrio con la mala fortuna de que no estaba sola.

    Solté una exclamación ahogada.

    Al abrir los ojos mis palmas habían acabado a los costados de Mimi, frenando mi caída a tiempo. Una oleada de calor me azotó el rostro al ser consciente de la repentina cercanía. Agitada por la falta de aire me mantuve un instante allí, las mejillas vivamente enrojecidas. Ni siquiera me percaté de en qué momento terminé perdiéndome en el azul de la otra.

    Se suponía que debía evitar eso.

    Que fue cosa de una vez.


    Los engranajes de mi cabeza me regresaron la orden tácita con contundencia y me aparté rápidamente, como si la cercanía de por sí quemase. Desvié la mirada hacia la salida, enredando mis dedos en la cabellera castaña.

    —Deberíamos... salir a buscar leña. No toda la madera es útil y es mejor aprovechar la luz del día.
     
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    Yugen

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    Mimi Honda

    —Oh, aquí hay otro—comenté entre risas picándole el otro costado con los dedos mientras se retorcía por las cosquillas—. ¡Y otro! Vaya White... ¿no serás tú la que se pasa con los dulces~?

    Me encogí cuando me picó el costado porque para bien o para mal yo también tenía cosquillas y no planeaba darle la satisfacción de pillarme con la guardia baja. Nuestras risas no tardaron en llegar la tienda casi opacando el murmullo del agua de la catarata. Era tan extraño poder reírnos así como si no fuéramos heroínas a tiempo completo si no solo un par de chicas sin nada que perder. Sin locos haciendo peligrar la estabilidad del mundo ni legendarios fuera de sus cabales... solo uno de esos momentos efímeros que tanto quería atesorar porque conocía de sobra su brevedad.

    Sin embargo, la vida tenía incontables formas de sorprenderme. No lo había calculado, ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Pero entre las risas, entre los sobresaltos y los intentos por alcanzarme, Liza perdió el equilibrio y terminó precipitándose sobre mí.

    —¡Ah!—exclamé por la sorpresa.

    Mi espalda encontró la lona y ella detuvo su caída gracias a sus brazos, sus manos a la altura de mis costados. Cuando fui consciente de la situación, cuando mi espina dorsal fue recorrida por aquella corriente eléctrica y logré entender lo que acababa de ocurrir, la respiración se me cortó bruscamente en la garganta.

    Ahogué una exclamación, prácticamente nuestras voces sonaron al unísono.

    Mierda.

    Todo el nerviosismo y la inquietud que había logrado desterrar con aquel juego infanti regresó de golpe, sin avisar, y me golpeó con la contundencia de un ariete. Con la suficiente fuerza para arrancarme el aire de los pulmones de una.

    El corazón se me detuvo una milésima de segundo en el pecho antes de dar un vuelco brusco y empezar a latir desbocado.

    Mierda.

    Fui incapaz de musitar palabra. Entre los jugueteos y las cosquillas nuestras respiraciones se habían agitado, jadeantes y ese fue el único sonido que rompió el repentino silencio de la tienda. Su rostro estaba rojo por las risas y el esfuerzo y aquella imagen me lanzó a la mente el recuerdo de esa noche. El olor de su cabello, el suave roce de su piel, sus manos cálidas recorriendo mi cuerpo.

    Un escalofrío apremiante me recorrió la espalda e inconscientemente terminé por apretar los labios para no mordelos. No iba a ser tan obvia.

    ¡Mil veces mierda!

    No quería serlo. Pero no pude apartar mi mirada de los suya. Estaba abrumada, abstraída por la intensidad del zafiro de sus ojos. Con un flashback repentino recordé lo ocurrido en el probador como si aquella situación fuese un deja vú con los papeles invertidos.

    Había que ser idiota para recordar eso en un momento así.

    Liz se apartó con rapidez y fue como si hubiera roto el efecto de un hechizo. La presión en mi garganta se aflojó, mi cuerpo permaneció tenso y el corazón se me iba a salir del pecho. Repentinamente necesitaba salir de la tienda porque sentía estar ahogándome allí dentro. Todo se había vuelto un lío enorme en mi cabeza, mis emociones y mis sentimientos eran un maldito caos. Desvié la mirada avergonzada de mis propios pensamiemtos y me reproché mi debilidad.

    ¿Estaba... decepcionada acaso?

    Arceus, ¿pero qué me diablos me pasaba? Estaba actuando como una hormonal niña caprichosa. Esa... manera en la que latía mi corazón no podían ser solo nervios. Yo conocía ese sentimiento. Lo conocía de sobra, lo detestaba con la misma fuerza; pero el solo hecho de traerlo a colación era demasiado para que pudiera soportarlo. No podía. De ninguna manera.

    —Mmh...—fue todo lo que alcancé a murmurar y me incorporé de la lona.
     
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    No esperé mucho más para salir fuera de la tienda. El contraste con el aire fresco y la cercanía del lago se sintió algo brusco, pero sirvió para aliviarme un poco. Respiré hondo, estirándome como un Litten allí de espaldas a ella al notar el cuerpo algo entumecido. Ya no había necesidad de sentir mi corazón agitado, las risas y el propio esfuerzo habían cesado pero lo seguía sintiendo, golpear insistente contra mi pecho.

    Me mordí el labio inferior.

    No se había movido. Mi movimiento no había sido intencionado pero a pesar de la poca distancia que nos separó no hizo amago de apartarse. Tal y como yo no tuve intención de hacerlo aquella tarde. Me reprendí a mí misma al sentir algo similar al alivio, a la expectativa, recorrerme el cuerpo entonces. Fue un cosquilleo extraño pero lo achaqué a mi desconcierto general y ya. Solo estaba confusa, había sido cosa de una vez. Me había dejado llevar por las estúpidas hormonas, nada más.

    ¿Por qué entonces parecía que trataba de convencerme de ello una y otra vez?

    Tomé una bocanada de ire y giré sobre mis talones, resuelta. Tenía el objetivo de que Mimi disfrutase del contacto con la naturaleza, de modo que lancé aquella vocecita insistente al fondo de mi cabeza y me centré en el aquí y ahora.

    —Kiba, sal —El esférico reveló a mi Lycanroc crepuscular, quien olisqueó el aire y agitó la cola antes de clavar sus esmeraldas en Mimi, atento—. Suele ayudarme siempre a recoger la leña para la hoguera. Usualmente tratamos de alejarnos del lago, necesitamos ramas secas y la humedad no ayuda con eso —Mostré la palma hacia él—. ¿Te importaría acompañarle?

    En su lugar yo me dirigí hacia la manta enrollada y la nevera portatil que había dejado fuera de la tienda. Extendí la primera a modo de mantel improvisado, preparando aquella suerte de picnic. Hacía un día excelente como para no aprovecharlo, y las vistas eran simplemente preciosas. No podía estropearlo por una estupidez. Por suerte había traído alguna cosa preparada de casa, pero las brochetas sin un fuego donde asarlas eran tarea imposible.

    Mientras la chica se alejaba, sin embargo, volví a alzar la voz. Había notado su pobre equipaje allí en la tienda y unido un par de puntos; al menos me había adelantado y traído comida de más.

    Solté, no sin cierta pesadez en la voz.

    >>Ah. Y espero que no haya únicamente té en esa mochila tuya. No voy a darte de mi comida —Agité mi mano en el aire con cierta gracia, sin girarme tras aquella sentencia—. Suerte con la búsqueda~.
     
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    Bueno, aquello definitivamente demostraba que estaba muy jodida. ¿Qué más? Había bajado demasiado la guardia porque genuinamente había pensado que una vez sería suficiente. Que aquella noche no había implicado nada más que un muy necesario desahogo para ambas. Incluso si no había podido quitármelo de la cabeza desde entonces. Por Arceus, estaba hecha un completo desastre.

    Agradecí el aire fresco de fuera aunque se sintió gélido en comparación con lo caliente que tenía las mejillas. Exhalé con cierta fuerza buscando calmarme a mí misma y entonces localicé a Liza y a su curioso Lycanroc crepuscular. El Pokémon y yo intercambiamos un directo cruce de miradas. Se parecía a Toboe, mi propio Lycanroc, pero era ligeramente diferente. Su pelaje era más anaranjado, del color del atardecer. Y tenía una mirada algo más hosca.

    —No hay de otra ¿no?—respondí a la petición de su entrenadora—. Qué remedio...

    Tendríamos que ir juntos en busca de la leña. En cierta forma agradecía tener un guía. Y tal y como estaban las cosas, en ese momento agradecía que ese guía no fuera White. Le dirigí una mirada de circunstancias cuando nos despidió. ¿De verdad iba a seguir con eso? Por supuesto que no llevaba solo té. También me había asegurado de llevar conmigo barritas energéticas.

    Comenzamos así a alejarnos. Evidentemente la madera seca no iba a estar cerca del lago, debíamos internarnos en las cercanías del bosque y recolectar leña que fuese útil para encender un fuego. El Lycanroc crepuscular iba en cabeza, firme, decidido en llevar acabo aquella tarea encomendada que había hecho cientos de veces. Yo iba por detrás, sumida aún en mis pensamientos. Dándole vueltas y vueltas al suceso en la tienda, incapaz de detener el frenético tren de mis pensamientos. Empezó a ascender una empinada pendiente y entonces mis pasos se detuvieron.

    —Kiba—el tipo roca se detuvo al escucharme y me miró al girar la cabeza. Sus ojos verdes chispeaban con seriedad. Apreté los labios, sosteniendo mi brazo contrario, abrazada a mí misma en un intento por contener mis emociones. Desvié la mirada—. Esto... se está saliendo de control. ¿Qué puedo hacer? Liz no me invitó con esa idea.

    No lo hizo... ¿no?

    Pero el corazón estaba latiéndome con tanta fuerza... y yo conocía tan bien esos sentimientos. Había sufrido por ellos tanto que cada vez que pensaba en que podía suceder de nuevo el terror me paralizaba. Anclaba mis pies al suelo y al mismo tiempo me hacía querer huir lejos.

    Como si pudiese escapar de mí misma.

    El Lycanroc se mantuvo observándome en silencio sin hacer sonido alguno. Parecía estar sopesando algo, tal vez tratando de entender la situación. ¿Qué iba a saber él de mis disyuntivas internas de adolescente? Solo era un tipo roca que parecía tipo normal. ¿Por qué era tipo roca en primer lugar? La intensidad de su mirada me hizo titubear y estuve por separar los labios y soltarle algo, cuando suspiró con pesadez y me dio la espalda. Avanzó sin más.

    —¡O-oye!—le espeté con evidente sorpresa—. ¡Eso no ayuda!

    Fuera cual fuere el caso, tras unos cuantos segundos lo vi recogiendo trozos de madera seca y acercándomelos con el hocico. Tal vez pretendía que me centrase en eso. Quizás si lograba enfocar mi mente en esa tarea podía ignorar todo lo demás, aunque por lo general no era muy buena haciendo la vista gorda. Nos habíamos alejado bastante del campamento entre el ligero bosque que bordeaba las inmediaciones del lago, pero confiaba en que Kiba conocía de sobra el camino de vuelta.

    No me equivoqué con eso.

    —Listo, ha sido un trabajo demasiado fácil. Parece que se me da de maravilla esto de acampar ¿eh?—comenté al regresar y dejé la leña en el suelo. El Lycanroc crepuscular hizo lo propio con el trozo de madera que llevaba en el hocico—. Y lo hice todo yo sola.

    Me fulminó con la mirada. Al menos el paseo había logrado relajarme. Debía agradecerle eso. Su silenciosa compañía me había devuelto a mis ejes.

    Me sacudí las manos y se me escapó una ligera, divertida risa.

    >>Bueno, Kiba ayudó... un poquito.
     
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    Hygge

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    Agradecí el hecho de que Mimi no me cuestionase la petición en ningún momento, y tanto Kiba como ella terminaron internándose en el bosque. No fue si no hasta que quedé sola que exhalé pesadamente, dejándome caer sobre la manta. Me llevé la mano al pecho, regulando los latidos de mi corazón. Había ganado algo de tiempo para al menos disimular aquel maldito desastre, que de por sí llevaba enterrando bajo la alfombra más tiempo del que debería ser sano.

    Se suponía que solo era atracción. Algo producido por las malditas hormonas alborotadas de adolescente. En algún momento remitiría. Entonces... ¿por qué? ¿Por qué sentía esa sensación tan familiar? ¿Por qué ese cariño, ese cuidado, ese mimo? Era casi como si...

    Como si...

    "Prométeme que no dejarás que me enamore de ti"

    Agité la cabeza. Solo eran imaginaciones mías. Nada más.

    Me dispuse a extender sobre la manta una serie de platos, vasos y cubiertos de plástico, buscando distraerme y serenar mis emociones convulsas. Había venido preparada para un día de campamento y una buena comida era fundamental para conservar las energías. Abrí el envase con la ensalada que había preparado en casa, las brochetas las dispuse frente al hornillo a la espera de que el equipo de búsqueda trajese la leña. Había traído también lo suficiente para hacer algo de curry, incluso. Era algo que no podía faltar, como los malvaviscos.

    Tampoco me había olvidado de los pokémon, por supuesto. Para cuando Mimi y Kiba regresaron con la leña yo ya me encontraba tumbada sobre el césped, mientras Zazu e Isamu picoteaban algo de comida pokémon que había separado especificamente para ellos. Tapé el sol con mi mano y observé la leña recogida boca abajo, girando mi cuerpo para poder verlo de cerca. Algunas briznas se quedaron adheridas a mi cabello y ropa con el movimiento.

    —Nada mal para una novata. Recuérdame que te entregue una insignia cuando regresemos —comenté con cierta gracia, notando la mirada algo hosca del Lycanroc ante el comentario de la rubia—. Solo si Kiba lo cree conveniente, claro. No es tu instructor por nada.

    Me erguí entonces, sacudiendo mi ropa y le pedí a uno de mis pokémon que encendiese algunos trozos para asar las brochetas. Me acuclillé, condimentándolos de vez en cuando, pues era una comida sencilla y lo había hecho cientos de veces, y fui guardando algunas cosas antes de acercarme a la nevera portatil y sacar un refresco. El sol empezaba a apretar y me había dado algo de sed.

    Abrí uno de mis ojos mientras le daba un sorbo, notando cómo me refrescaba de inmediato. Mantuve un tono neutro, como quien no quería la cosa.

    —Te diría que puedes coger lo que quieras del picnic, pero no creo que haga falta, ¿me equivoco?
     
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    Cuando dirigí un vistazo algo más elaborado a mi alrededor me di cuenta de que White había preparado lo más parecido a un picnic. Tenía un mantel en el césped y sobre él había dispuesto una serie de platos de plástico y un envase con una ensalada variada. Había colocado las brochetas en un hornillo y con la leña que habíamos traído no tardó en ponerlas a cocinar.

    Le dirigí una mirada de circunstancias cuando mencionó sobre las insignias. ¿Como una girl scout? No gracias.

    —Recuérdame que te entregue una insignia a la más ocurrente de este campamento, White.

    Cuando se incorporó la seguí con la mirada con más atención de la que me gustaría admitir. Se la veía tan determinada, tan experimentada en algo que para mí se salía completamente de la norma que lograba abstraerme. Su seguridad era simplemente admirable. La vi sacudir su ropa y prender los trozos de leña seca para calentar la carne. La vi condimentar de vez en cuando y acercarse a la nevera portátil para sacar una lata de refresco del interior. La miré con la misma atención absurda que ponía últimamente con cada uno de sus movimientos y solo el hecho de que tomara un refresco de la nevera me regresó de golpe a la realidad. ¿No le gustaba el té pero sí eso? Pura azúcar y calorías vacías.

    Suspiré con cierta pesadez y me senté con las piernas cruzadas sobre el mantel apoyando mis manos a ambos lados de mi cuerpo. El cielo tenía un suave celeste y estaba salpicado por pequeñas nubes blancas, muy ligeras, como copos de algodón o como... los estúpidos malvaviscos. ¿De verdad iba a haber una lluvia de estrellas esa noche? No recordaba la última vez que había visto una. Eran eventos astronómicos que se daban cada cierto tiempo pero tampoco era como si contara con tiempo suficiente para verlos. Era un milagro que pudiéramos tomarnos siquiera ese día libre.

    Había cerrado los ojos sintiendo el ligero roce de la brisa en el rostro. Ya podía oler en el aire el aroma de la carne que empezaba a hacerse.

    —¿Huh?—le respondí en el mismo tono y le di un sorbo al termo con té rojo. Abrí solo uno de mis ojos y solté una risa sin gracia por la nariz —. Pensaba que pretendías dejarme morir de hambre.

    >>Pero no, gracias. Estaré bien, he traído barritas. Mucho más sanas que ese veneno azucarado que estás bebiendo.

    Eso dije. Eso dije pero la verdad era que las brochetas tenían una pinta estupenda, doradas y tiernas y el olor de la carne condimentada le estaba haciendo un serio daño a mi aucontrol. Me gustaría saber por qué convertíamos cosas tan simples y ridículas en un constante tira y afloja. ¿Tal vez porque en el fondo sabía que ella tenía más experiencia con todo eso y yo me sentía una completa novata insegura y detestaba sentirme así? ¿Quizás porque ella había preparado todo un picnic y yo no quería dar la impresión de que realmente había pensado que té y barritas serían almuerzo suficiente? Me sentía tan tonta. Después de ser yo la que le había dado la mano y guiado cuando fuimos de compras... resultaba extraño estar en el lugar opuesto. Allí, vulnerable, a merced de las circunstancias. Teníamos una facilidad ridícula para cambiar posiciones.

    Todo eso era nuevo para mí y estaba hecha un desastre. Sin embargo, tratar de contenerme no duró demasiado tiempo. El estómago me estaba prácticamente gritando. En determinado momento solté todo el aire de golpe y dejando el té a un lado me acerqué al hornillo.

    Tsk, qué le dieran al orgullo. ¡Me moría de hambre!

    >>B-bueno, puede que coja una...
     
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    Era obvio que no podría dejarla sin comer ni aunque quisiese. Cuando la escuché rechazar mi oferta para posteriormente acercarse al hornillo sin ser capaz de resistirse dibujé una sonrisa victoriosa, oculta detrás de la lata, y seguí sus movimientos de cerca. La cocina no era mi fuerte ni mucho menos pero había realizado esa clase de picnics tantas veces que me salía casi tan natural como respirar.

    Cuando tomó una de las brochetas, sin embargo, supe que había algo distinto aquella vez. Había un mundo de diferencia entre cocinar para ti y hacerlo para alguien más. Y yo no había traído todo aquello por casualidad. Expectante, aguardé a que probase bocado fingiendo que seguía bebiendo de la lata con aire distraído. Arceus, ¿eso eran nervios? Solo era un puñado de carne asada y una ensalada casera. Apenas había hecho nada.

    Pero por alguna razón... se sentía bien cocinar para ella.

    —Solo una. Te cojo la palabra —bromeé. Podía comérselas todas que estaría bien con eso.

    Solté el aire por la nariz y dejé la lata sobre la nevera, acercándome yo también al hornillo. Lo cierto es que tenían una pinta estupenda, pero no había sido así siempre. Muchas brochetas habían tenido que quemarse hasta resultar inservibles para poder llegar hasta allí. Nadie nacía sabiendo, por ello estaba enseñándole parte de mi mundo al igual que ella hizo con el suyo. De alguna forma parecía reducir la distancia insalvable que nos separaba.

    Me incliné para tomar la varilla de hierro con cuidado de no quemarme y los mechones castaños siguieron mi movimiento, acariciándome las mejillas.

    —Ah sí... Se me olvidaba —Aprovechando que Honda seguía frente al hornillo, allí de espaldas a mí, aproveché para murmurarle algo al oído. Mi voz sonó casi como una sentencia ineludible, y lo cierto es que no se alejaba mucho de la realidad—. ...De la cena te encargas tú.

    Me erguí, guiñándole un ojo con cierta gracia y me dejé caer finalmente sobre la manta. El curry no era especialmente difícil pero ella aún no lo sabía y moría por ver su expresión. Fingí con una naturalidad absurda que no sabía su debilidad por el oído. Lo fingí pero lo sabía de sobra y no supe a qué demonios venía eso después de nuestros esfuerzos por aparentar naturalidad. Odiaba esos impulsos salidos de la nada y la forma en que cavaban mi propia tumba.

    Respiré hondo, refrescada por la brisa del bosque y el refresco de cola en mi garganta y observé los alrededores con aire distraído, serenando mis emociones de vuelta. Zazú e Isamu estaban terminando de comer y algo me decía que les había gustado el almuerzo. Una idea repentina cruzó mi mente a raiz del silencio que se instaló entre ambas y me volví hacia Mimi.

    >>Dado que gracias a mí hoy no morirás de hambre ni de frío, ¿qué tal si me lo recompensas? —cuestioné, llevando un mechón tras mi oreja sin mirarla directamente. Mi petición sonó bastante casual pero lo cierto es que podría escucharla hablar por horas si así lo quería—. Cuéntame algo. Lo que quieras, pero con la condición de que debe ser sobre ti.
     
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    Me acerqué al hornillo y tomé una de las brochetas cuidadosamente para no terminar quemándome. Tenía una pinta deliciosa y olía muy bien. Quizás no fuese la comida más difícil de cocinar pero teniendo en cuenta que yo era un Ditto para los fogones, la situación tenía bastante mérito a mis ojos.

    Así que Liz sabía cocinar... soplé sobre la bocheta y le di un mordisco a la carne. Era tierna por dentro pero crujiente en el exterior. Tenía el sabor típico de la carne a la brasa pero no se había quemado. Cerré los ojos mientras degustaba el sabor ahumado, con su justa cantidad de condimentos. No dije nada al respecto pero mi cara debía demostrar lo mucho que me gustó.

    Mientras disfrutaba de la brocheta escuché el tono jocoso en las palabras de Liza. Aprovechando que le daba la espalda me limité a rodar los ojos.

    "Qué tacaña" pensé en decirle. Pero yo era la que había dicho que solo tomaría una; mi estúpido orgullo no me permitiría asumir la derrota y ahora lo lamentaba porque estaban deliciosas. ¿Pero por qué era siempre tan estúpida?

    Al menos esa única brocheta iba a disfrutarla. Me tomaría mi tiempo, probablemente fuera lo único decente que comería en todo el día.

    Té y barritas energéticas para un campamento... ¿qué iba a saber yo?

    Sentí movimiento y por el rabillo de ojo vi a White inclinarse y tomar una brocheta del hornillo. Mencionó que se le olvidaba algo y cuando respondí distraídamente "¿Qué cosa?" el aire se me cortó de súbito en la garganta. Fue tan repentino, tan jodidamente inesperado y mis defensas estaban tan bajas que no pude reaccionar de ninguna forma.

    —¡Kyah!

    El corazón me dio un salto brusco en el pecho y mi espina dorsal fue rápidamente sacudida por una corriente eléctrica. Me estremecí de cabeza a pies y en cuanto se alejó, sintiendo caliente el cuerpo y aquel cosquilleo en mi oído me cubrí la oreja con la palma de la mano.

    La sentencia en sí era impactante—¿Hacer la cena yo? ¿Qué quería, comer carbón?— pero no fue eso lo que me tensó todo el cuerpo como un maldito elástico. De hecho, en ese instante lo que dijo no pude procesarlo en su totalidad. Lo peor de todo es que lo hizo, con toda la alevosía e intención del mundo; me habló al oído. Después de lo sucedido entre nosotras y del lapsus en el interior de la tienda, la maldita se apreció a hablarme al oído.

    Aparentar normalidad y fingir que todo seguía igual entre nosotras empezaba a tornarse titánico. Sobre todo cuando tiraba de la cuerda hasta tensarla y se aprovechaba de esa forma de mis debilidades. Tampoco ayudaba que la tonta me guiñase un ojo como si no acabase de tambalear nuevamente los precarios cimientos de mi autocontrol.

    —M-muy graciosa White... ¿estás satisfecha?—mi intento por recuperar el orgullo y aparentar que no me había desarmado como si fuera jodida gelatina fue ridículo. Aparté la mirada con obstinación. Si estaba molesta con alguien era conmigo misma.

    Porque estaba confusa, porque aquella situación se me iba por momentos de las manos, porque no me había podido quitar esa noche de la cabeza. ¡Porque incluso me había cortado las uñas para estar preparada si volvía a repetirse...!

    Ni de coña le iba a decir eso.

    Jugué con un mechón de cabello, mirándolo, tratando de calmar no solo la sensación apremiante en mi cuerpo si no el intenso ardor en mis mejillas. Aparentar desinterés o tratar de parecer inmutable era un poco ridículo cuando tenía la verdad escrita por toda la cara. Las orejas me quemaban como si hubieran sido marcadas con maldito hierro hirviente.

    Fue entonces que oí su pregunta. ¿Y ahora qué pretendía? ¿Jugar a las preguntas? Lo cierto es que... no sabíamos demasiado la una de la otra.

    —Mis orejas son sensibles—respondí sin pensarlo y la miré directamente. Generalmente no le confesaría una debilidad pero ella lo sabía de sobra—. Aunque eso ya lo sabes ¿verdad?

    ¿A qué juegas, White? ¿No te das cuenta de lo peligrosa que es esta situación? ¿O me invitaste con esa intención? Estúpida, ¿qué pretendes?

    Solté el aire de golpe y sintiendo la brisa en las mejillas alcé la mirada hacia el cielo. El ambiente refrescante me ayudó a despejar las ideas y su intento por romper la tensión podía ser un buen botón de escape. Además, aunque sonase egoísta... me gustaba hablar de mí.

    >>Mi cumpleaños es el veintidós de Agosto. Eso significa que soy Luxray—le conté con cierto aire destraído—. Nací en Ciudad Corazón, una urbe reconocida por sus concursos Pokémon. Pero cuando era aún pequeña nos mudamos a las afueras de Jubileo a una enorme mansión de estilo victoriano. Mi padre es un rico empresario, mi abuelo lo fue y mi tatarabuelo lo fue... y mi madre era pianista.

    Era.

    Mencionar a mi madre me comprimió el corazón en el pecho. Eran pocas las ocasiones en que la mencionaba, en que la recordaba en voz alta. Pero en ese momento allí, sin motivos o razón aparentes simplemente seguí hablando. Dejé que la brisa me acariciara el rostro, se llevase mis inseguridades y la tensión y esbocé una pequeña, nostálgica sonrisa.

    >>Ella me enseñó a tocar el piano. No era ninguna proeza musical pero se me daba bien. Es... era—me corregí— mi instrumento favorito.

    Nada había vuelto a ser lo mismo desde entonces. Papá volvió a casarse, Deliah y Matt entraron en mi vida y todo acabó. Mi madre era la única persona en esa casa de mierda a la que parecía importarle de verdad.

    Recogí las piernas. Me sentía incómoda por el rumbo que había tomado repentinamente la conversación.

    >>Ya no lo toco. Hace años que no.
     
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