Mini-rol Dilección [Supportshipping | Pokémon Rol]

Tema en 'Archivo' iniciado por Yugen, 15 Enero 2021.

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    Hygge

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    —¿Ever...stone?

    Busqué el cartel en cuestión y solté el aire por la nariz en una suerte de risa, sin añadir nada al respecto. Había terminado por escoger una de romance. El juego de palabras y la portada en sí rozaban la cursilería natural, pero no me disgustaba. Al contrario; era una romántica empedernida y no podía resistirme a observar las historias de amores ajenos, casi como si los viviese en primera persona. Aunque siempre, siempre estuvieran cargados de dramas. Supongo que eso era parte de su encanto.

    Asentí con calma antes de dar media vuelta, quizás un tanto ausente. Divisé el final de la cola no muy lejos de allí.

    >>Esa está bien.

    Las personas que aguardaban frente a la taquilla rozaban toda clase de edades. Desde familias con sus hijos hasta parejas de ancianos, probablemente buscando salir de su rutina. Mi atención se posó en dos chicos que charlaban un par de metros adelante, tomados de la mano. El ambiente distendido y sus risas me hicieron sonreír a mí también por reflejo. Probablemente fuesen a escoger la misma que nosotras, solo que en su caso era una cita con todas las de la ley.

    Me pregunté si a Bruno le hubiese agradado esa clase de cosas. Pasar una tarde en el cine, de picnic, o viendo simplemente el atardecer en compañía del otro. Los males de Galeia nos habían privado de esas cosas y, por qué no, también me privaron de su persona. Suponía que la respuesta se la llevaría el viento.

    Habían pasado dos años desde entonces, pero aún a día de hoy me preguntaba si estaba preparada para algo así de nuevo. Si no estaba sustituyéndole, llenando su hueco de alguna forma. No se sentía justo para la otra persona. Lo había hecho con Steve en su momento, y aún me arrepentía de ello. Me sentía dependiente de otros, como si necesitase de su cariño para sentirme completa. Para sentirme yo misma. Quizás aún necesitaba encontrarme y quererme a mí misma antes de dar el paso con nadie.

    No. Aún no estaba preparada para eso.

    No supe cuánto tiempo permanecí así, pero la cola avanzó rauda y pronto llegó el momento de pagar las entradas. No hice ademán de interponerme y pagar esta vez, simplemente atendí a los horarios antes de volverme hacia ella. Eran cerca de las tres de la tarde cuando encendí mi videomisor.

    —Creo que la sesión de las seis y veinte está bien —comenté, después de un rato en silencio. También había sesión a las cuatro, pero era muy temprano. Lo mismo a las ocho, solo que muy tarde. La miré de soslayo, manos en los bolsillos de nuevo—. Dará tiempo de sobra para pasarnos por la peluquería y comprar palomitas, ¿no?
     
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    Esa sería entonces.

    Aguardamos en la larga cola hasta que se decidió a avanzar y pagué las entradas sin pronunciar palabra. Sesión de las seis y veinte. Ni siquiera había leído el argumento de la película, pero ahí estaba, solo porque el estúpido título me había recordado algo. ¿Qué buscaba? ¿Identificarme con sus protagonistas? ¿Regodearme en mi propia miseria?

    Quizás yo también era masoquista.

    —Más que de sobra—resolví con calma recuperando la tarjeta de manos del encargado. Le extendí una de las entradas a White y entonces recuperé parte de mi ánimo para bromear un poco—. Entonces... ¿has pensado ya que cambio hacerte en el cabello? Por lo personal, no te recomiendo algo demasiado brusco. No sé si te quedaría bien un mohawk verde.
     
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    Hygge

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    —¿Un mohawk? —repetí, tomando la entrada tras soltar un suave "gracias", y nos apartamos de la cola para dejar paso al siguiente. La guardé en mi bolso a buen recaudo mientras nos dirigíamos hacia la salida, y negué con la cabeza, con una ligera sonrisa—. ¿Y tener siquiera un mísero parecido con esos payasos del team Howl? No, gracias. Creo que paso.

    Podía decir lo que quisiese, pero les había terminado por coger cierto cariño a esos idiotas por culpa de Balor. ¿Quién iba a decir que terminaría haciéndome amiga de alguien como él? Tomé parte de mi cabello, observando mis puntas en silencio, y lo dejé caer con suavidad antes de volverme hacia Mimi.

    >>No lo sé, quizás... ¿Lo alise? Sería la primera vez —me encogí de hombros. Hasta hacía un año o así no me había preocupado demasiado por mi imagen—. No me veo preparada aún para atreverme a cortarlo, quizás sea un poco precipitado.

    Extendí entonces mi mano hacia ella, reparando en su propio cabello y tomé un mechón dorado con delicadeza entre mis dedos.

    >>¿Ya sabes dónde te harás la mecha, pinkie pie? —Dejé ir el mechón poco después, soltando una risa nasal ante mi propia ocurrencia—. Oh, me gusta ese nombre. Creo que te llamaré así a partir de ahora.
     
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    Se me escapó una risa floja al escucharla mencionar a los idiotas del Team Howl. Al final habían resultado ser buenos tipos y todo, ¿quién iba a decirlo? Cuando me llamaron "pija teñida" el cuerpo se me llenó de ira asesina. Y Balor... bueno, Balor era el más imbécil de todos pero había terminando salvándonos la vida. O algo así.

    Le dirigí una mirada algo más detenida, casi crítica y me llevé la mano al mentón en actitud pensativa. Ah, quizás sí. Alisarlo podía ser una buena idea. Tenía una melena castaña y casi rizada, si lo alisaba sería un cambio brusco pero no tanto como cortarlo. Siempre llevaba el cabello recogido en una coleta alta, no parecía haber experimentado demasiado con diferentes estilos. Per para eso estaba yo allí ¿no?

    Abrí los labios para responder pero ella me detuvo. Mi cuerpo se tensó inconscientemente cuando imitó mi acción de antes. Cuando tomó con una delicadeza casi efímera uno de los mechones de mi cabello. Parpadeé con rapidez, muda, tomada tan por sorpresa que simplemente no pude reaccionar. Tan solo cuando mencionó aquel ridículo apodo y se rió, los engranajes de mi cerebro parecieron dignarse a funcionar apropiadamente.

    Tonta.

    —Oh no, no. Ni te atrevas—extendí la palma de la mano hasta golpearle la frente con el canto de la misma. Le saqué la lengua en un gesto burlón, resuelto—. Te quito el poder de seguir poniéndome nerviosa. Tendrás que buscar otra forma. Sorry~

    Avancé sin mirarla adelantándome con aparente seguridad al pasar por su lado. Pero con lentitud, segundo a segundo, la confianza desapareció de mi semblante y sentí el calor que había tratado de ignorar escalarme el cuerpo.

    Inconscientemente llevé la mano hasta el mechón de cabello que ella había tomado rozándolo ligeramente con los dedos y sentí nuevamente el fantasma del escalofrío ligero que me recorrió la espalda. ¿Pero qué mierda me pasaba, por Arceus? ¿Por qué tenía las emociones y los nervios tan a flor de piel? ¿Por qué tenía la impresión de que la situación se estaba tornando prácticamente insostenible?

    Tsk.

    Aprovechando que no me veía me mordí el labio inferior. Mierda. ¿Pinkie pie? Si era "pinkie" era solo por el color rosado que debía tener en las mejillas.

    Definitivamente no podía dejarlo así. Ni muerta.

    Detuve mis pasos y me volteé para mirarla con las mejillas aún rojas, enarcando una de mis cejas con suspicacia. Había apoyado una de mis manos en la cintura pero estaba casi retándola con la mirada. Irritada, molesta con ella y conmigo misma por mis emociones erráticas.

    —¿Vienes o qué, white syrup cake?

    No sabía si estábamos desafiándonos o siendo particularmente cursis la una con la otra. Menudo cuadro.
     
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    Cerré los ojos y alcé los hombros, soltando un ligero "Ouch" cuando el canto de su mano chocó contra mi frente. Se notaba que habíamos recuperado nuestro buen humor porque ahí estábamos, comportándonos como un par de idiotas de nuevo. Extendí el brazo mientras la veía acelerar el paso, como si pretendiese alcanzarla sin moverme realmente del sitio.

    —¿Eh~? Pero pinkie... —Hice una mueca que duró apenas un segundo. Bajé el brazo como un peso muerto y negué con la cabeza, abochornada, viendo que ya no me miraba. Le seguí el paso sin prisa. Suficiente ridículo había hecho ya por un día.

    Me había tomado un tanto la delantera cuando se volvió de nuevo hacia mí, desafiante. El ceño fruncido y las mejillas enrojecidas me arrancaron una sonrisa satisfecha por reflejo. Alcé las cejas ante su particular mote.

    ¿White syrup cake? ¿Cómo debía tomarme eso?

    —Iré, pero solo porque no hay otra salida. A ti no te hago caso —resolví, ajustándome el bolso al hombro con cierto aire orgulloso fingido antes de alcanzarla, aunque en parte tan solo estaba bromeando. No podía resistirme a ningún desafío, iba en contra de mi naturaleza.

    Relajé mi expresión al alcanzarla, bajando las escaleras junto a ella hacia la planta baja. La peluquería no tardó en aparecer no muy lejos de nosotras. Una idea fugaz me pasó por la cabeza y añadí, mirándola de reojo.

    >>Deberíamos hacernos una foto cuando salgamos de allí. Seguro que a Emi le encantará.
     
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    No pude evitar rodar los ojos cuando mencionó que no me haría caso. ¿Esa no era en cierta forma mi frase? Como fuese, aquel ligero paseo hasta la planta baja logró calmar mis nervios. El calor en mis mejillas se disipó y mi mente logró aclararse.

    Cuando alcanzamos la planta baja, justo en frente estaba la peluquería. Inconscientemente volví a rozar el mechón de cabello que ella había tocado antes. ¿Sería ese el afortunado? ¿Acabaría de rosa?

    En ese momento, White propuso hacernos una foto al salir.

    —¿Y restregarle el hecho de no haber venido con nosotras por estar con Ian?—me giré en su dirección con una sonrisa casi maliciosa—. Cuenta con ello.
     
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    Solté una risa liviana en respuesta, con cierta condescendencia impresa, y tras darle un golpecito en la frente al alcanzarla nos adentramos así en la peluquería. El lugar tenía cierta ambientación que reconocí como originaria de Kalos; el estilo chic y ese je ne sais quoi que lo volvía tan distinto al resto.

    Los posters de Furfrous con pelajes de diversos colores y estilos colgados por las paredes monocromas me hicieron bastante gracia, no lo iba a negar. Si eso era estar a la moda, prefería seguir viviendo en la ignorancia.

    —Buenas tardes~ —La voz de una de las empleadas captó mi atención y giré el rostro hacia ella. Se encontraba haciéndole en ese momento unos tirabuzones preciosos a una mujer de mediana edad, y detuvo la plancha a mitad de camino para atender a las recién llegadas—. ¿Venís con cita previa?

    —Eh... —miré a Mimi con cierta duda. ¿Veníamos con cita previa? En cuanto ella negó imité su acción rápidamente—. No, no.

    —En ese caso podéis esperar por allí, no tardaremos en atenderos —resolvió, señalando el sillón al fondo antes de seguir con su tarea. Al parecer tenían un par de clientes por delante, pero estaban por terminar su trabajo en breve.

    Seguí con la mirada el lugar que indicaba y volví a mirar a Honda, siendo ahora yo la que se sentía bastante fuera de lugar allí. No tardamos mucho en seguir las indicaciones de la chica y tomé asiento en el sillón, escogiendo una revista cualquiera de prensa rosa casi por inercia, por tener algo en las manos. El murmullo de las conversaciones distendidas y la melodía de los altavoces hacían algo más amena la espera.

    Suspiré, apoyándome en el hombro de Mimi por un momento mientras leía. Coloqué la revista de tal forma que ocultaba mi rostro lo suficiente para hablarle solo a ella.

    —¿Qué se supone que haga entonces? —susurré—. No sé siquiera si eso me quedará bien. ¿Y si... me quedo aquí de apoyo moral o algo así?

    La voz de la mujer de antes me sorprendió, oportuna como ella sola.

    —¿Habéis decidido ya quién será la primera?

    Pero fue otro de los empleados el que respondió, jocoso, tensándome por rebote desde mi pseudo-escondite.

    —Yo empezaría por la que se esconde detrás de la revista.

    ...Mierda.
     
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    Yugen

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    ¡Ah, Furfrous! Siempre me habían parecido Pokémon bastante acordes con el elitismo de las clases altas. Y en los pósters de la peluquería aparecían con todo tipo de cortes: Rombo, estrella, dama, faraónico... No dejaban de ser sumamente curiosos.

    Como no teníamos cita previa tuvimos que tomar asiento en los sillones del fondo, ojeando alguna que otra revista, y esperar. Crucé una pierna sobre la otra balanceándola ligeramente mientras esperaba. No era la persona más paciente del mundo pero podía forzarme un poco cuando no había más remedio. Fue en ese instante que mi cuerpo se sobresaltó apenas al sentir la cabeza de Liza sobre mi hombro. No solo estaba apoyando la cabeza si no que había ocultado su rostro con la revista.

    Enarqué una ceja, curiosa.

    Seguía sintiéndose insegura con todo eso. ¿Pero no lo había decidido ella? Que quería un cambio que no fuera demasiado brusco. Alisarlo estaba bien... si no le gustaba solo tenía que volver a rizarlo. Un corte no tendría una solución tan simple.

    —No seas tonta. Te quedará bien—convine con honestidad. Y dudé un instante antes de añadir, desviando la mirada en un ademán tímido y enredando uno de mis mechones en mi índice—. Te dije que tenías un cabello bonito.

    Ya se lo había dicho antes. Que me gustaba su cabello, me gustaba su tono y aunque sentía que el hecho de que lo llevara recogido constantemente era un completo desperdicio, no podía culparla por ello. Yo también solía recogerlo en dos coletas incluso si el resto del cabello lo dejaba suelto y ciertamente no era nada práctico... pero era uno de mis rasgos distintivos.

    Levanté apenas la palma de la mano cuando, tras escuchar la voz del empleado, Liza se escondió aún más tras la revista. Pero qué mona. En serio... ¿qué me pasaba con verla nerviosa? Terminaba entornando la mirada y esbozando, al menos por segundos, esa pequeña sonrisa maliciosa.

    Me daban ganas de molestarla... pero no era el momento. No quería incomodarla verdaderamente. De modo que actué sin pensar demasiado. Mi sonrisa se borró y devolví mi mirada a los empleados.

    >>Yo seré la primera—sentencié con voz clara, sin titubeos. Lanzándole un salvavidas.

    Así al menos ella tendría tiempo para prepararse.
     
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    Hygge

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    Era oficial: me estaba muriendo de la vergüenza allí dentro. Era la primera vez que me dignaba a hacerle algo a mi cabello que no fuera sanear sus puntas y no podía evitar sentirme un tanto insegura con ello. Aunque tenía solución fácil la incertidumbre me inquietaba, haciéndome vacilar. Y el carácter resuelto y ligeramente burlón de los empleados no ayudaba.

    Alcé la mirada desde su hombro cuando Mimi decidió ser la primera, sobresaltándome un poco. Había esperado que se aprovechase de mi vulnerabilidad, no... eso. El calor había comenzado a concentrarse en mis mejillas para ese entonces, producto de la incómoda situación y de las honestas palabras de Mimi hacía un par de segundos.

    Arceus, tenía que elegir el mejor momento para ser sincera. Qué vergüenza.

    Me erguí de vuelta, pasando de página como quien no quiere la cosa a pesar de no estar leyendo (no podría concentrarme en nada en ese momento), y alcé la voz ligeramente, sin animarme a mirarla desde mi lugar.

    —Gracias —murmuré. Y acerqué aún más la revista al notar que el rubor se extendía. No iba a dejar que me viese nerviosa de nuevo, ni de broma.

    Lo cierto es que no pasó demasiado tiempo hasta que llamaron a Mimi, habiéndose liberado por fin uno de los empleados. La seguí con la mirada, disimuladamente, y jugué con un mechón de manera inconsciente como lo hacía ella antes de seguir "leyendo" como si nada.

    ¿A qué venía ser tan honesta conmigo ese día?

    Boba.
     
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    Mimi Honda

    Entonces señorita... ¿qué va querer?

    Miré mi reflejo en el espejo. El cabello dorado recogido en dos prolijas coletas, los altivos ojos azules de mi padre. El cabello de mi madre pues recordaba que sus ojos eran oliva, sosegados, dulces. Como prados vírgenes. Tomé disimuladamente un mechón. El largo rubio era una de las pocas cosas que había heredado de ella. Mi carácter tosco, a veces serio y obstinado era de mi padre.

    Guardé silencio durante unos segundos sopesando cuidadosamente la situación. Había decidido hacerlo, pero en ese momento, en ese preciso instante... la duda me azotó. Un cambio no estaba mal, aunque fuera pequeño... pero dar ese paso implicaría mucho más que cambiar mi aspecto. Y tal vez no estaba lista aún para darlo. ¿Perder lo poco que me quedaba de mi madre? Además, White... había dicho que le gustaba. Y a mí, honestamente, me gustaba que le gustase.

    —Había pensado en teñirme de rosa...—respondí y tomé uno de los mechones que me enmarcaban el rostro—. Una mecha, aquí. Pero tal vez no sea necesario.

    La empleada pareció ligeramente confusa con mi respuesta. Suponía que debía estar preguntándose para qué había ido a una peluquería si no iba a hacerme nada en el pelo. Encontró mi mirada en el espejo.

    —Entonces... ¿quiere otra cosa? ¿Tal vez un saneamiento de puntas?

    ¿Huh?

    Fruncí el ceño.

    —¿Qué le pasa a mis puntas?

    La mujer retrocedió un paso.

    —N-ada, nada. Era solo una pregunta mujer.

    Hizo una breve pausa y me rozó el cabello ligeramente con los dedos. Tensé el cuerpo, crispada, pero por razones completamente distintas. Nunca me había gustado que me tocaran el cabello. Lo detestaba y no dejaba que nadie lo hiciese. Y en ese preciso momento recordé por qué. Me separé del tacto de la peluquera sin ser brusca y me levanté de la silla frente el espejo.

    >>Liz, ¿vas a hacerte lo que quieres en el cabello o prefieres que nos vayamos?—le cuestioné a White con naturalidad—. Yo no voy a hacerme nada. Pero puedo esperarte si tú sí.
     
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    —...¿Eh?

    Dejé la revista sobre mi regazo para mirarla, desconcertada. Intercambié mi atención entre la empleada, que se había girado hacia mí bastante confundida, y la propia Mimi. Si estábamos allí era solo por ella, yo ni siquiera tenía en mente hacerme nada en primer lugar y ahora... ¿Se había retractado? ¿A cuento de qué?

    Suspiré, poniéndome en pie. De verdad que había veces en las que no la entendía para nada.

    —Sí, sí. Lo haré —decidí, sin demasiado entusiasmo que digamos. No iba a dejar que la pobre mujer se quedase así sin más, y tampoco me moriría por intentarlo—. Tan solo me alisaré el pelo.

    —Está... bien —parpadeó, tratando de sobreponerse a la extraña situación que le estaba tocando vivir. Dejó marchar a Mimi y me indicó que la siguiese—. Te enjuagaré el cabello por aquí.

    Asentí apenas, volviéndome hacia Honda por última vez para dirigirle una mirada de circunstancias antes de seguir a la empleada.

    El agua tibia y el tacto suave relajaron cualquier rastro de tensión que aún tuviese acumulada por la escena de antes. A diferencia de ella yo sí amaba que me tocasen el cabello, me serenaba y se sentía como una suave caricia. Me permití cerrar los ojos por un instante, y hasta a mí llegó el olor floral del champú que debía estar usando.

    Solía ser de mis favoritos.

    —¿Lavanda? —cuestioné, intrigada. Yo y mi necesidad de charlar hasta con la anciana de la cola del supermercado, cómo no.

    —Sí, suele ser la marca que más éxito tiene por aquí —me respondió, bastante más animada. Me pidió que echase la cabeza hacia atrás y obedecí, con la vista puesta en el techo. El chorro de agua se deslizó por mis mejillas y me cosquilleó la piel—. ¿Tu cabello es natural? Lo tienes bastante bien cuidado.

    Debía admitir que escuchar aquello de su parte me sorprendió.

    —¿Lo dices en serio? Gracias —murmuré, incrédula, soltando una breve risa por la nariz—. Supongo que el hecho de no tener interés en echarle químicos ni plancharlo tiene su recompensa. Es la primera vez que le haré algo así.

    —Ya veo —sonrió, tomando una toalla limpia para enrollarla sobre mi cabeza. La sujeté con las dos manos, siguiendo sus movimientos con cierta expectación—. Siempre es bueno probar cosas nuevas. Puedes sentarte en esa silla de allí, ahora iré contigo.

    Seguí sus indicaciones con calma, irguiéndome de nuevo, y mientras me dirigía hacia el lugar indicado noté a un pequeño Furfrou con un collar dorado en su cuello caminar altivo mientras salía de la trastienda. Pude notar su nombre de soslayo, curiosa.

    Al parecer, había encontrado asiento en el sillón donde se encontraba Mimi.

    —Shiro, no molestes a los clientes, ¿vale? —le reprendió otro de los empleados, antes de volver a sus quehaceres—. El pokémon del jefe teniendo más libertad que nosotros. Vaya con la bola de pelo.

    Un golpecito por parte de la otra chica me arrancó una pequeña sonrisa. Si hacían buena pareja y todo, ah~.
     
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    Liza por su parte... sí decidió seguir adelante. Menudo cambio de lugares. Ahora yo estaba en el suyo hacía minutos y ella en el mío. La seguí con la mirada hasta que se marchó con la empleada y volví a tomar asiento en el sillón, sentándome con una pierna sobre la otra y flexionando el codo sobre el muslo para sostener mi mejilla con la palma de la mano.

    La musiquita de fondo había empezado a resultarme irritante. Era una melodía sin voz, con mezclas de guitarra y piano. Piano... ¿huh? Nuevamente mi cuerpo volvió a tensarse y empecé a mecer la pierna con evidente nerviosismo arriba y abajo.

    Sin embargo, como si pretendiese amenizar la espera, no tardó en acercarse un elegante Furfrou—juraría que el de las fotos pues tenía el mismo collar dorado—y se me subió encima sentándose sobre mí. Tardé una milésima de segundo en reaccionar tomada completamente por sorpresa. Esperaba muchas cosas, pero no algo como eso.

    —¿¡A-ah!?

    Bueno, Shiro parecía haberse decidido por molestar a los clientes.
     
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    —¡Shiro, bájate de ahí! Maldito algodón con patas.

    Pero no hubo caso. El soberbio Furfrou ignoró las palabras del hombre, sabiéndose intocable por su posición con respecto al empleado, y se quedó allí, sentado sobre Mimi. Seguí la escena a través del espejo, preguntándome con algo de gracia cómo lograría su infinita paciencia lidiar con esa situación.

    —Perdona, parece que tu amiga le ha llamado la atención —se disculpó la mujer, regresando con el secador. No se esforzó en disimular cierta diversión en su voz; ¿había algo que se tomase en serio a parte de su trabajo?

    —Tranquila. No le doy más de cinco minutos —comenté, desenredando la toalla y acomodándola sobre mis hombros. Le dirigí un guiño a través del espejo con naturalidad—. Aunque quizás nos sorprenda, quién sabe.

    El comentario le sacó una risilla y comenzó a cepillar y secarme el cabello. Era una sensación extraña, esa de permitir que otros tratasen con algo con lo que tenías que lidiar tú misma cada día. Pero no diría que me desagradaba. Se notaba que tenía experiencia, pues sus movimientos eran precisos y gráciles. El champú que usó antes parecía haber allanado parte del camino, pues el cabello se sintió sedoso y fácil de tratar.

    Debía preguntarle la marca que usaba más tarde.

    Para mi sorpresa decidió usar el propio secador y un cepillo redondo para empezar a alisar el cabello. Seguí sus movimientos en todo momento, curiosa. Al parecer, de esa forma no se dañaba tanto por la exposición del calor. Me pregunté si yo sería capaz de hacer algo así por mi cuenta, con lo torpe que era con esas cosas de por sí. Lo hacía ver tan fácil con su experiencia...

    —Bueno, esto ya va tomando forma, ¿no crees?

    Alcé la mirada hacia mi reflejo en el espejo un tiempo después. Mis facciones suaves, los ojos azules y brillantes. Lo primero que noté fue la ausencia de los mechones rizados que enmarcaban mi rostro. Ahora caían como una cascada sobre mis hombros, tersos y lacios, y sostuve uno de ellos entre mis dedos, dejándolo caer poco después. Me recordó un poco al tacto del cabello de Mimi.

    Me gustaba.

    —Creo que podría llegar a acostumbrarme —comenté con honestidad, algo distraída. La empleada pareció satisfecha con mis palabras, y siguió retocando las puntas en último lugar.

    Todas mis dudas e inseguridades terminaron por desvanecerse a medida que finalizaba el trabajo. Quizás no fuese a dejarme ese look para siempre, pues en el fondo extrañaba mis odiosos rizos... pero era un cambio interesante. Creo que me sentía cómoda con él.

    —Bien, esto ya casi está —deslizó los dedos con delicadeza y adecentó mi cabello antes de girar sobre sus pasos—. Iré a por una hidratante y habremos terminado. Puedes acercarte si quieres.

    Bueno, quizás no todas mis inseguridades habían desaparecido, porque eso último había ido para Mimi. No es como si su opinión fuese a echar por tierra mi confianza al respecto, pero antes había dicho que mi cabello le parecía bonito, ¿no? ¿Seguiría... pensando lo mismo?

    Tensé los labios de manera inconsciente cuando se acercó, mirándola a través del espejo con algo de duda.

    —¿Y bien? —pregunté, con cierto color en el rostro—. ¿Qué tal?
     
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    —¡Bájate de encima plumero con patas! ¡Me estás llenando la ropa de pelos!

    La respuesta de Shiro fue molestarse y gruñir. Probablemente, acostumbrado como estaba a ser tratado como un rey, mi poca inclinación a aceptar que se sentara donde le saliera de las narices no le gustó. ¡Me importaba un cuerno de Tauros! De hecho tuvimos una pequeña batalla en la que yo lo empujaba y él me empujaba a mí con las patas delanteras hasta que, muy digno, se bajó y se marchó con la cabeza muy alta.

    Qué criatura más estúpida.

    Irritada chasqueé la lengua, me sacudí la ropa y volví a sentarme apropiadamente en el sillón, aguardando en silencio. ¿Paciencia? ¿Quién era esa? No la conocía para nada. Apenas unos segundos después—pues la batalla debía haber durado mucho más de lo que creía en un principio—pude volver a centrar mi mirada en la silla de White. Cuando la peluquera se apartó, de espaldas y cubriendo su reflejo, pude apreciar el lacio cabello castaño que ahora como cuando el mío estando suelto, caía en cascada sobre su espalda. Era... ciertamente extraño. Teniendo en cuenta que siempre lo llevaba recogido y cuando no, sus rizos eran lo más reseñable.

    Curiosa por ver cómo había quedado realmente me acerqué y cruzamos miradas a través del espejo. Ahora su cabello era completamente liso. Los mechones rizados que le enmarcaban el rostro se deslizaban suavemente a ambos lados de sus mejillas ruborizadas por la vergüenza y la inseguridad. ¿Inseguridad? ¿Por algo así? ¿Qué mierda White...?

    Mi cerebro pareció entrar en alguna especie de cortocircuito. Aunque quise, no pude responder su pregunta directamente. No podía. Mi mente no parecía querer colaborar en ordenar mis ideas apropiadamente. Sentí el calor volver a mi rostro, inundarme las mejillas, y observé su reflejo con cierta abstracción reparando atentamente en la imagen que me devolvía. Ya se lo había dicho antes, que me encantaba su cabello. Algo como eso no iba a cambiarlo. Y era muy tonta sí pensaba que sí.

    Estaba preciosa.

    No.

    Simplemente... era preciosa.


    —Liz...—fue todo lo que logré murmurar. De hecho fue más un soplo que palabras.

    7u7 (?)
     
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    Hygge

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    Liza White

    A decir verdad me sentía un poco ridícula. Tenía plena confianza en mí misma y en mi cuerpo pero el más mínimo cambio me hacía trastabillar. Me sentía segura dentro de mi zona de confort, dentro de los límites de lo que ya conocía, y animarme a salir de ella me volvía una persona algo más indecisa, al menos hasta que lograba volver a acostumbrarme.

    Me pregunté si aquello era una mínima parte de lo que debía sentir Honda con sus propias inseguridades. No sonaba demasiado placentero.

    Cuando encontré su mirada a través del espejo y escuché su murmullo el calor se extendió por mi rostro. Aparté mis ojos de los suyos poco después, presa de la vergüenza, y solté una risa nerviosa por la nariz como toda respuesta.

    —¿A qué viene esa cara? —casi le reprendí, sin saber muy bien qué decir o cómo reaccionar. Hubo algo en la intensidad de su mirada que me volvió imposible sostenérsela de nuevo. Comencé a jugar con las puntas de manera distraída—. ¿Tengo Grookeys en la cara o algo así?

    No necesité indagar más para saber su respuesta. Su reacción había sido similar a la del probador... A cualquiera de los dos de hecho. Tenía esa nota de fascinación que probablemente hubiese tenido escrita por toda la cara yo misma en su momento. Era parte de ese rollo extraño que nos traíamos, y que aquel día estaba escalando demasiado deprisa para mi gusto.

    >>...Creo que no necesito la hidratante. ¿Nos vamos?

    Me obligué a ponerme en pie de inmediato, antes de que aquel calor apremiante se extendiese de nuevo por mi cuerpo. La empleada había terminado con un par de clientas de lo más variopintas sin lugar a dudas, porque tuvo que dejar el bote a medio camino y aceptar el pago sin más. Pobre, en el fondo me había caído bien.

    Shiro, el Furfrou de la tienda, aprovechó que estábamos por salir para dirigirle un gruñido a Mimi desde lejos, antes de tomar su lugar en el sillón y acurrucarse en él como si nada.

    Empieza el arco del desastre ohyas
     
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    Yugen

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    Mimi Honda

    Me quedé completamente muda, estática. Idiotizada, en realidad. Ni siquiera cuando ella preguntó que pasaba logré formular palabras. ¿Cómo iba a siquiera responderle cuando ni yo sabía qué pasaba? El peinado le quedaba muy bien, eso era obvio. De alguna forma realzaba la suavidad de sus facciones. Pero... había algo más.

    El corazón me había dado un vuelco en el pecho y la respiración se me había acelerado ligeramente casi sin notarlo. Nuevamente me sentí como en ese momento en el probador cuando me dejé llevar por ese extraño impulso y casi terminé besándola. O quién sabe qué demonios. Era exactamente el mismo sentimiento, la misma fascinación, la misma necesidad. La tensión palpable. La misma que me había hecho terminar besándola en un callejón en Atracadero.

    Mierda.

    Terminé desviando la mirada cuando ella lo hizo sintiéndome tan avergonzada como estúpida. Tan solo logré reaccionar cuando ella se puso en pie y terminamos por salir de la peluquería. Recorrimos el pasillo en un silencio que no era incómodo pero tampoco era agradable en sí mismo. Era un silencio lleno de palabras no dichas. De incertidumbre y nerviosismo.

    Tras aproximadamente medio minuto, separé finalmente los labios, dubitativa, incapaz de hacer contacto visual directo con ella. Fue un intento patético por romper la tensión.

    —¿V-ves?—solté una risa nerviosa—. Te dije que te quedaría bien.
     
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    Hygge

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    El silencio que se extendió entre nosotras era difícil de definir con palabras. Ya lo había dicho; la presencia de Mimi me agradaba. Apreciaba su compañía, como apreciaba la de Emily, la de Dante o cualquiera de mis amigos. Pero a medida que la tarde avanzaba y se acuciaba la más que evidente tensión entre nosotras, la idea de mandarlo todo a la mierda y largarme de allí antes de cometer una locura me rayaba la mente con inusitada fuerza.

    Por supuesto que no era lo único que se me pasaba por la cabeza en ese momento. El evidente nerviosismo de Honda solo me ponía más nerviosa a mí. Mi autocontrol llevaba dando tumbos desde que a ella se le ocurrió que era buena idea tensar la cuerda de esa forma. Era difícil ignorar el cosquilleo, la ansiedad. Cada roce, cada gesto, cada mirada contribuía a llenar el vaso de mi paciencia y templanza, y podía asegurar que estaba comenzando a rebasar el límite.

    Le dirigí la sombra de una sonrisa a pesar de que no me estaba mirando. Al menos lo estaba intentando.

    Romper la jodida tensión. Como fuese.


    —Tendré que hacerte caso más a menudo, ¿huh? —comenté de forma vaga mientras caminábamos. Había perdido la pista de hacia dónde nos estábamos dirigiendo realmente. Reparé en el ascensor no muy lejos de allí y miré la hora en el videomisor, desempolvando los engranajes de mi cabeza a tiempo—. Podemos... hacer tiempo arriba mientras empieza la película. No debe quedarle mucho.

    No es como si tuviésemos otra opción. Quedaban unos cuarenta minutos para el inicio de la sesión y yo solo podía pensar en tomar algo de aire fresco. Subir a la última planta y hacer tiempo comprando palomitas, lo que fuese. Aclarar las ideas. De modo que para variar decidimos tomar el ascensor, sin nadie más que nosotras allí dentro.

    Me di cuenta tarde de la enorme estupidez que acababa de cometer.

    Mimi entró primero, apoyándose cerca de los botones, y yo la seguí guardando algo de distancia prudencial entre nosotras. El espacio reducido me envió recuerdos del probador, y la sangre me regresó al rostro de golpe. Tendía a reprimir mis impulsos porque necesitaba, ansiaba tener el control sobre mí misma y la situación. Ceder a ellos significaba dar rienda suelta a posibilidades impredecibles. Posibilidades que no llegaría siquiera a replantear en mis momentos de mayor lucidez.

    Como acercarme a pulsar el botón yo misma, cerca de su rostro, en vistas de que ella tardaba en reaccionar. Como dejar mi mano suspendida en el aire, a escasos centímetros de su mejilla, y acercarla hasta rozarla con los dedos en una caricia suave, llena de mimo. Como intercambiar miradas eternas entre sus océanos y sus labios, con la misma duda que alguna vez tuvo ella. La misma y opresiva ansiedad.

    No sabía qué demonios estaba haciendo.

    —Mimi —murmuré, inclinándome a escasos centímetros de sus labios. Su aliento me cosquilleó la piel, pero no me moví un ápice. Lo que me quedaba de raciocinio intentó excusarse de alguna ridícula forma—. Los botones... Los estás tapando.

    Ni siquiera les estaba prestando atención ya.

    Y el ascensor siguió subiendo.
     
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  18.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Mimi Honda

    Intentar romper la tensión pareció lograr algo, incluso si fue un alivio momentáneo. Respondí a su pregunta con un ligero asentimiento de cabeza, tan abstraída en mis propios pensamientos que ni siquiera me percaté de que acabábamos de entrar en un ascensor. De que el espacio reducido me traía recuerdos del probador, de que volvió a azotarme la ansiedad y puso en alerta todos y cada uno de mis sentidos.

    Mierda.

    Oh Arceus, mil veces mierda.


    Buscando alejarme lo máximo posible de ella no confiando para nada en mi voluble autocontrol, terminé apoyando la espalda en la pared más distante y Liza se apoyó en la opuesta. Mi mente parecía funcionar a mil revoluciones por segundo pero mi cuerpo estaba estaqueado al suelo. Evité su mirada fijándola en cualquier lugar excepto sus ojos, reparando entonces en el ardor en mis mejillas. Era tan intenso que podía sentirlo en las orejas. Estaba segura que estaban rojas a esas alturas como si hubieran sido marcadas con hierro caliente. ¿Y ahora íbamos a ir al cine a ver una película romántica? No era masoquista, era imbécil. ¡¿Podía ser siquiera más estúpida?!

    —¿Huh?

    El roce de sus dedos en mi mejilla me sobresaltó, fue como una chispa de electricidad en mi columna y el cariño impreso en el gesto me tensó todos y cada uno de los músculos del cuerpo. Estaba pasando. Otra vez. No me incomodaba, no se trataba de eso. Pero si debía ser honesta... había algo que me aterraba en esa situación. Lo mismo que me había detenido en el probador, el último hilo que mantenía atada mi cordura y me impedía simplemente mandarlo todo a la mierda.

    Sin embargo, contenerme era sencillamente tan difícil cuando me miraba de esa forma. Cuando, estúpida de mí, me incliné contra su tacto en mi mejilla y cerré los ojos. Cuando la ola de calor volvió a azotarme el cuerpo. Era diferente a todo lo que alguna vez había experimentado. Era la primera vez que alguien me miraba de esa forma, la primera vez que me sentía correspondida en algo.

    Y era tan peligroso.

    Abrí los ojos con lentitud y reparé en sus gestos. En la forma en que intercambiaba miradas dubitativa entre mis ojos y mis labios como yo había hecho en el probador. El ardor que tenía ya en el rostro y en el cuerpo en general no hizo más que acrecentarse. Un escalofrío me recorrió la columna y mi piel se erizó.

    ¿A quién le importaban los malditos botones?

    —Tonta—mi voz tuvo el mismo tono contenido que cuando vi su reflejo en el espejo— estás demasiado cerca...

    Intentó sonar como una advertencia, tal vez un recordatorio, pero era bastante ridículo porque ella lo sabía de sobra. Se había inclinado aún más y su aliento cálido me cosquilleó los labios enviándome un nuevo escalofrío por la espalda. Aquello estaba rozando niveles insostenibles. No había manera posible de salir de ese lugar sin comérmela como me estaba muriendo por hacer. Ella estaba tensando y tensando la cuerda.

    Y yo tampoco era de piedra.

    El fino hilo plateado que mantenía mi cordura en su lugar se rompió con un chasquido e incapaz de contenerme corté de raíz los últimos milímetros que nos separaban. La necesidad me devoró sin tregua y sosteniendo sus muñecas entre mis manos la besé presionando mis labios contra los suyos y haciendo que su espalda chocara contra la pared del ascensor.

    Sus labios eran tan suaves como los recordaba. Y pensar que en Atracadero había necesitado tan poco para atreverme a hacer algo así... mi cuerpo tenía un límite. Y aunque me había hecho la tonta era obvio que lo había superado hacía mucho. ¿Fue en el probador? ¿Fue antes incluso? No importaba realmente. Mis manos que la sostenían contra la pared del ascensor por la muñecas se deslizaron hacia arriba y entrelacé mis dedos con los suyos.

    No sé exactamente por qué lo hice.

    Quizás solo quería sentirla cerca.

    Me obligué a mí misma a separarme antes siquiera de atreverme a profundizar el beso, de buscar su consentimiento que era más que seguro a aquellas alturas, de volver a deslizar mi muslo entre sus piernas como en el callejón. Con el corazón en la garganta, con el cosquilleo ardiente entre mis propias piernas, logré recuperar parte del raciocinio perdido y separarme de ella.

    Todo mi cuerpo me lo reprochó al instante pero aún había algo que me detenía. Había algo que me asustaba. Que mantenía mis pies en la tierra.

    —Liz—la llamé y tensé los labios hasta que formaron una fina línea en mi semblante. Mis dedos inconscientemente se apretaron contra los suyos—. ¿Recuerdas nuestra apuesta en los recreativos? Dijiste que harías cualquier cosa que te pidiera.

    Alcé la mirada hasta sus ojos.

    >>Y ya sé que pedirte.

    THIS
     
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    Hygge

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    Cuando quise darme cuenta habíamos vuelto a cambiar de lugares; ahora era yo quien tensaba la cuerda. Ahora era yo la impulsiva de mierda, la del escaso autocontrol, la que reducía las distancias de manera peligrosa. Cuando los rescoldos de mi raciocinio volvieron a tomar el mando de mi cuerpo por escasos segundos estaba inclinándome sobre Mimi y ella estaba dudando. Noté que cerraba los ojos ante mi tacto.


    Aquello iba contra mis principios. Era una romántica idealista, ¿cierto?


    Entonces apártate. Deja de jugar con fuego.

    Pero no quería hacerlo.



    Cuando decidí abrirle una parte de mí que mantenía cerrada bajo llave no pensé que terminaría saliéndose de nuestras manos. Cuando la idea del beso cruzó mi mente y terminamos en un callejón perdido de Atracadero pensé que eso sería todo. Ya había saciado mi curiosidad. Pero siempre quedó algo oculto. Algo más.

    Ya no era un beso por curiosidad. Era un beso por pura necesidad y estaba impreso en cada una de nuestras acciones.

    Por eso aunque la sorpresa cruzó mis facciones me dejé besar con una docilidad extraña, sintiendo de nuevo la pared contra mi espalda. A pesar de ser un tacto ligero, una presión superficial, estaba cargada de ansiedad. Y Mimi debió sentir lo mismo cuando busqué devorar sus labios de la misma forma. Volvió a llegar hasta mí el aroma de su cabello, el calor tensando cada uno de mis músculos. El cosquilleo incesante entre mis piernas.

    A pesar de esforzarme en disimularlo estaba excitada.

    Y aún así fui incapaz de entrelazar mis dedos con los suyos. De buscar fricción, de profundizar el beso. Porque al igual que ella aún había algo que no se sentía correcto en todo eso, algo que me detenía. La incertidumbre, la pregunta no dicha de cómo afectaría lo que estaba sucediendo entre nosotras en nuestra relación. Lo que pensaba la otra al respecto.

    Abrí lentamente los ojos cuando se separó poco a poco de mi cuerpo. Mi respiración corría agitada, tenía los ojos vidriosos y el rostro ardiendo con fuerza. Ella no distaba mucho de mi situación. Le sostuve la mirada, mi pecho subiendo y bajando de manera errática e hice un esfuerzo por entender lo que decía.

    ¿Apuesta?

    Los recreativos. Dylan.


    La expectación me cosquilleó la piel y aguardé en silencio por su petición. Me pregunté si podía escuchar los latidos de mi corazón.

    —Mhm —asentí apenas, tensando los labios. Mi voz salió en mitad de un suspiro contenido—. Adelante.
     
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    Yugen

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    Mimi Honda

    Aguardé en silencio hasta que ella me dio permiso para continuar. Pero probablemente jamás esperó lo que salió de mis labios. Jamás se imaginó siquiera que fuera a pedirle algo como eso. ¿Era estúpido aprovechar nuestra apuesta para decírselo? Arceus, era muy cobarde. Pero no hubiera encontrado otra manera de no ser así. Desde hacía bastante tiempo me había estando rondando la cabeza... y ya no podía soportar más la ansiedad.

    Separé apenas los labios.

    >>No permitas que me enamore de ti.

    Me pregunté si mis ojos estaban llenos de súplica, de dudas y de miedo. Sabía que estaban vidriosos y me ardían y detesté la idea de romper a llorar justo en ese momento. La tensión entre nosotras se disparaba en todos los sentidos y explotaba dentro de mi cuerpo de formas impredecibles. Mis emociones eran totalmente erráticas. Después de todo... no era como si careciese de razones para sentir inseguridad. Todas mis relaciones habían acabado mal. Ni siquiera habían empezado.

    Y aunque estaba completamente segura de que no había sentimientos románticos involucrados, al menos en ese momento, no podía descartar el hecho de que terminara habiéndolos. De que por algún motivo el deseo mutara en algo más.

    El amor... era algo impredecible, voluble, que lo arrasaba todo a su paso. Y no me había traído más que desgracias. Mi corazón estaba lleno de cicatrices que aunque ya no dolían, su sola presencia era un recordatorio. No estaba preparada para pasar por eso otra vez. Incluso si me había dejado llevar, incluso si había dejado que mi cuerpo se impusiera sobre mi mente, ese miedo seguía reteniéndome. Sujetándome. Impidiendo que soltara del todo la cuerda.

    Estaba aterrada de permitirme siquiera sopesar la idea de que esa jodida puerta se abriera otra vez. Pero era débil. Arceus, era tan jodidamente débil al cariño y al apoyo de otros. Pocas veces lo había tenido en mi vida. Por eso tendía a aferrarme, a volverme posesiva y dependiente cuando alguien me mostraba aunque fuese un poco.

    Y lo odiaba.

    Lo detestaba con tanta fuerza que dolía.


    No quería sufrir. No quería volver a llorar por nadie. No quería regresar al principio de todo lo que había conseguido. Me había costado un enorme esfuerzo superarlo. Ya no creía en el amor, no confiaba en él y no confiaba en nada que se le pareciera mínimamente. En que pudiera causarme nada más que sufrimiento.

    Y sin embargo... la comodidad y la seguridad que Liza me hacía sentir me hacían replantearme mil cosas nuevamente. Era cálido, inmensamente cálido... el solo hecho de no hacer nada más que buscarnos las cosquillas mutuamente. O apoyarnos cuando las cosas salían mal, cuando las inseguridades pesaban demasiado para soportarlas. Hacíamos de ancla de la otra, de pilar. Una luz en mitad de la oscuridad que nos llevara de nuevo a casa. De regreso a nuestros ejes.

    >>Prométemelo. Todo se rompe y se desgasta cuando se entrometen sentimientos así—añadí con cierta rabia sorda en la voz, dolida, molesta conmigo misma. Había apartado la mirada y separé mis dedos de los suyos apartándome de su cuerpo y dejándole espacio. Tanto para que ella se calmara como para que lo hiciera yo. Terminé regresando al rincón del ascensor y abrazándome a mí misma buscando resguardar mi vulnerabilidad y mis emociones—. No tengo sentimientos románticos por ti pero... ¿y si pasa? No quiero. Sufrí mucho en su momento por ello; me niego a que suceda otra vez. Me niego a pasar por lo mismo de nuevo.

    Alpha.

    Emily.

    ¿Ahora Liza?


    Solté una risa sin gracia, sardónica y miserable. Me hacía sentir tan patética.

    >>Si alguien me rechazara otra vez, yo...
     
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