[DIGIMON SANDBOX] Área residencial

Hiori

Tras subir al coche y recorrer el camino a casa parloteando sin parar sobre su día, Hiori bajó como una exhalación y corrió a su dormitorio para dejar a Biyomon junto a sus otros muñecos.

La voz de su abuelo le llegó desde la cocina con la hora de la cena y, tras dedicarle un gesto de silencio al ave con el índice sobre sus labios, respondió a voz en grito.

— ¡A la orden Comandante Abuelo! — sofocó una risita traviesa y se volvió de nuevo hacia el Digimon.

— No me pienso bañar. — Confesó, cómplice. — Seguro que se le ovida.

Sacudió la cabeza restándole importancia, pues saltarse el baño le daba más tiempo con su recién adquirida amistad.

— Este será nuestro cuartel general. — Indicó, abarcando con un amplio gesto su humilde habitación. — Ponte cómoda.

Se trataba de un cuarto pequeño y bastante sobrio, con suelos de madera y pareces blancas sin decoración alguna a excepción de una foto enmarcada donde se veía una pareja uniformada, sucia y con aspecto cansado pero sonriente: los padres de Hiori.

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El mobiliario era igualmente de madera y se limitaba a una pequeña mesa también del tamano de Hiori con una silla a juego, una estantería con varios cuentos infantiles, un armario, un pequeño baúl donde guardaba sus juguetes y su "material de entrenamiento" y un futón de estampado militar.

La niña se cambió el uniforme escolar por ropa más cómoda y olfateó el aire para luego arrugar la nariz.
— Guisantes.— Murmuró con una mueca. — ¿A los Digimon os gusta la verdura?

 

Misha

El joven esbozó una sonrisa satisfecha cuando los gestos de Tomeo se suavizaron, recalculando la situación. Se levantó sin perder más tiempo, y Misha lo siguió entonces a pesar de su aparente brusquedad, sin oponer resistencia. Iba a ayudarlo a resolver su pequeño misterio personal, al fin y al cabo. Podía manejar un poco de mal carácter.

Saludó con cortesía a la madre del niño, reparando con curiosidad en el hogar de Tomeo. Su progenitora lucía como una mujer amable y cálida, se respiraba cierta atmósfera hogareña y cómoda en el lugar. Antes de seguir al niño le pidió a la adulta poder llamar a casa, para avisar a sus padres de que se encontraba allí. No deseaba preocuparlos, muchos menos que le atosigasen a regañinas más tarde por su imprudencia.

Ya en la habitación Tomeo le prestó uno de sus muchos ordenadores. Le sorprendió ver esa cantidad cuando él no tenía ninguno, pero no se sentía especialmente interesado por las máquinas. Tras cierto tiempo trasteando comprendieron que necesitaban deslizar una carta en un pequeño aparato, una carta digimon. Curioso, pensó. Siempre llevaba una encima, su carta de la suerte, como él bien decía.

La pantalla reaccionó y se halló de repente en una batalla digital. Renamon, el digimon que le correspondía, estaba sin energía. ¿Se suponía que... debía curarlo para ganar?

—Se siente como si alguien hubiese dejado la partida a medias —teorizó al aire, intrigado. Pulsó el botón para curar al digimon y giró el rostro para mirar al niño a su lado—. ¿Es usual que la partida se guarde en mitad de una batalla? Nunca había escuchado de algo así.