Detenerse a pensar Detenerte a pensar es peligroso. Es lo que siempre me dice él. Es una frase tan maniobrada… Detenerme a pensar no me gusta, porque es doloroso. No puedo permanecer mucho tiempo en silencio, porque detesto oír las voces que gritan en mi interior. No importa quién eres, ni cómo llegaste aquí, ni si tenías antes libertad de elección. Lo cierto es que, cuando se elige el mal camino, pocos son los que tienen el valor de regresar sobre sus pasos y comenzar la ruta desde cero. Yo no tengo valor y nunca lo he tenido. Si llegué aquí no es por ser fuerte, sino por estúpida y algunos errores se pagan caro. Mi vida ahora pertenece a otros, a un dios déspota, a una secta de locos. Él me observa en silencio, como si leyera mis pensamientos y se burlara de ellos. No le hallo sentido a mi existencia y a veces me gustaría acabar con ella, tal vez por eso lo busco y lo persigo. Todo esto le divierte, aunque la expresión de su rostro no cambie jamás. Aún así, no puedo dejarle, porque es quien apuntala mi vida. Cuando pierdes a tu familia, sientes que te cortan tu origen, tus raíces. Lentamente olvidas quien fuiste y tus principios cambian, prevaleciendo la supervivencia propia. Mis padres me acompañaban, me enseñaban cosas, me llevaban de paseo y me traían hermosos regalos al volver de sus viajes. Como castigo por no haber muerto con ellos, caí en la miseria y el dolor, caí en las garras de Amano, mi dios injusto. Ojalá se lleve mi sangre y mi alma y la destroce, cuando yo ya no le importe y no le sea útil para nada. Porque no me percibo como real, no sé quién soy, ni siquiera soy un ser humano, ahora tan solo soy un animal deseoso de sangre y de muerte, justo como los demás, justo como él, a quien tanto detesto y admiro. Le agradezco y le maldigo por haberme convertido en un monstruo, hasta quiero que nos devoremos el uno al otro. Ahora ya sé por qué Amano dice que es peligroso detenerse a pensar: gracias a ello, me he dado cuenta de que he caído en el Infierno de las Bestias.