Desastroso reencuentro

Tema en 'Novelas Terminadas' iniciado por Borealis Spiral, 14 Mayo 2012.

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    Borealis Spiral

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    Desastroso reencuentro
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    11
     
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    710
    Hola a todos. Ya sé, ya sé. No ha pasado demasiado tiempo desde la última historia que publiqué, pero ya tengo esta acá y la verdad siento que era hora de publicarla. Es un escrito que es fuera de lo que tiendo a hacer, pero hay que intentar cambiar el estilo de vez en vez, ¿no? Aunque eso sí, el romance no me puede faltar :rolleyes:. Bien, les dejaré el prólogo como inicio, es corto. Espero les guste.

    ¡Disfruten!


    Desastroso reencuentro

    Prólogo

    La joven quinceañera caminaba por las solitarias calles de la ciudad mientras las gotas de lluvia caían sin cesar, empapando sus ropas junto con la pequeña mochila que colgaba en sus hombros. Llovía torrencialmente no sólo en el exterior sino que también en su interior. Estaba destrozada emocionalmente, siendo muestra de esto las abundantes lágrimas que salían de sus ojos, confundiéndose con la lluvia, además de los implacables sollozos que se perdían con el sonido de las gotas al caer y que la sacudían con violencia.

    ¿Qué había hecho? ¡Fue una tonta! ¿Confiar de esa manera en el primer sujeto que se le pusiera enfrente inundándola con palabras de falso cariño? ¿Qué clase de subnormal haría aquello? ¿Qué idiota desesperada se tragaría eso? Cualquiera que estuviera cansada de su patética vida como lo estaba ella.

    Había crecido en un ambiente tenso. Sus padres jamás dejaban de pelear e incluso se habían amenazado con firmar el divorcio, y ella estaba fastidiada de ambos; no quería vivir más con ellos, por eso había accedido irse con él. Un chico de su edad que no había visto nunca en su vida, pero de quien había quedado profundamente enamorada. Lo mejor era que él parecía corresponderle también, así que no dudó ni un instante en aceptar su propuesta de fugarse, dejar todo atrás para comenzar desde cero los dos. Lo planearon todo a tal grado que habían ahorrado juntos, e incluso ella se atrevió a robarles a sus padres a escondidas para asegurar mejor las cosas. Todo eso ¿y para qué?

    Arrastraba los pies sintiendo que todo el peso del mundo se hallaba sobre sus hombros; su vista nublada por el llanto amargo y por la poca visibilidad del entorno impidió que se fijara bien por donde andaba, así que no pudo evitar tropezar con una deformación del suelo que se levantaba por sobre el nivel del mismo, cayendo de lleno a éste. No tuvo la oportunidad de reaccionar rápido ni de siquiera poner las manos para frenar la caída, sino que se golpeó fuertemente por todos lados y quedó tendida cuan larga era, mas no le importó. Ya nada parecía importarle ahora.

    Su llanto incrementó mientras se maldecía a sí misma por estúpida, por confiar en un aprovechado de dudosa reputación que tuvo la osadía de llevarse todo el dinero que se suponía era de los dos e irse a quién sabe dónde, abandonándola, dejando que se hundiera en su mar de problemas sola y devastada, demostrando así lo poco que significaba para él. Se maldijo por pensar que una inexperta adolescente como ella podría solucionar sus preocupaciones actuando de esa manera tan cobarde, pero sobre todo, lo maldijo a él. Lo maldijo por engañarla así, haciéndole creer que la amaba cuando no era ni la más remota verdad.

    Apretó los puños hasta tornar sus nudillos blancos, en tanto la ira se apoderaba de su ser completo, causando que su sangre hirviera por dentro y el frío en su interior desapareciera. Se alzó un poco del suelo mojado, algo adolorida antes de volver a maldecir.

    —Me las pagarás, maldito infeliz —masculló con dificultad y con voz ahogada por la furia—. Juro que te encontraré y te haré sufrir diez veces más de lo que me has hecho sufrir tú a mí, escoria infame. Lo haré, lo juro. Así tenga que pasar el resto de mi vida buscándote, me vengaré.

    Y el odio por aquel joven abusivo la consumió, por lo que manteniendo una sonrisa desquiciada en sus labios, pensó que la venganza por parte de una mujer despechada podría llegar a ser sumamente peligrosa.


    Sí, también siento que es medio cliché, pero asó salioó Esperen el siguiente capitulo. Se me cuidan.

    Hasta otra.
     
    Última edición: 23 Enero 2016
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    Marina

    Marina Usuario VIP Comentarista Top

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    Hola, owo Así que ya tienes esta otra historia, qué rápido, pero el prólogo está muy interesante. Si, también creo que la venganza por parte de una mujer herida es sumamente peligrosa, pero por lo que leí, ese sujeto la trato muy mal y la avandonó llevándose todos sus ahorros. ¿Se vengará de él?

    Espero el primer capítulo para saber que sucederá con esta chica.

    Gracias por traernos ahora esta historia, seguro es que los que disfrutamos de leerte, nos divertiremos leyendo esta.

    Abrazos, cuídate. Te quiero.
     
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    Borealis Spiral

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    ¡Qué tal todos! Espero que la vida los trate bien. Pues, aquí me reporto con el primer capítulo de esta historia. Realmente no tengo nada que decir, salvo el hecho de que estoy muy agradecida a todos los que leyeron el prólogo y mas aun a los que me dieron esos "me gusta" y me dejaron sus comentarios. Gracias.

    Les dejo la continuación que espero les guste y ¡disfruten!

    I
    Yes

    Mi vida era relativamente fácil. Todas las mañanas me levantaba para ir a trabajar, hasta que mi jornada laboral concluía y luego me disponía a regresar a mi apartamento donde no hacía otra cosa que comer, darme una ducha, ver un rato la televisión e ir a dormir. Nada fuera de lo común, de hecho, podía considerarse hasta cierto grado una vida aburrida y sobre todo solitaria, pero yo no tenía quejas al respecto, por lo que nadie más podía quejarse tampoco. Si yo que la vivía no renegaba de ella, ¿por qué otros iban a hacerlo?

    Ese día no fue la excepción a la norma, o al menos eso pensé en el momento. Me levanté vistiéndome con el uniforme del trabajo, uno que por cierto era ridículamente patético consistente en un pantalón y camisa a juego, que tenían el color naranja de un lado y del otro lado el color púrpura, además de la gorra blanca que llevaba el logotipo de la empresa de alimentos en la que trabajaba. En serio, al que se le ocurrió la idea del uniforme o quería que todo el mundo se burlara de nosotros, o en definitiva no tenía nada de creatividad como para diseñar uno decente. Era por la misma razón que siempre llevaba una chaqueta encima, para no mostrar al público lo absurdo del vestuario.

    Monté mi auto, ya algo viejo pero aún movible, encaminándome a la fábrica donde no hacía más que empaquetar los alimentos colocándolos en cajas, para después trasladar esas cajas a los camiones que las llevarían a los supermercados o tiendas. No podía pedir otra cosa que esta humilde labor; después de todo, no era alguien que fuera muy estudiado y a mis casi treinta años —dos menos, uno y medio, ¿qué más daba?— no podía realizar trabajos pesados. ¡Ah, los achaques de la vejez! Además, con el puesto que tenía ganaba lo suficiente como para vivir una vida cómoda, sin ningún lujo, aunque tampoco era que los necesitara.

    Seguí poniendo los alimentos en las cajas como un autómata, al tiempo que observaba de reojo a mis compañeros. Unos ya llevaban muchos años en aquel lugar, otros apenas habían empezado recientemente; algunos más a los que no vería más. En fin, de toda clase de personas había allí. Personas que como yo tuvieron una vida difícil, por lo que quizás se criaron de una manera poco recomendable. Yo era nativo de una ciudad de las más corruptas del país, viví en un barrio de mala muerte y crecí en un orfanato. ¡A saber dónde habían terminado mis padres! El caso era que aquel lugar de hospicio trataba a todos los niños como basura absoluta. Los encargados del lugar abusaban de nosotros tanto física como verbal, emocional y psicológicamente. Incluso, vagamente nos llegaron rumores de que había quienes eran violados sexualmente. A mí nunca me tocó, mas tampoco podía decir que no me vi en algún predicamento de esos; afortunadamente siempre supe defenderme.

    Era realmente difícil confiar en alguien en ese endemoniado lugar, pues había ocasiones en las que varios de nuestros compañeros se aliaban con los encargados y nos “vendían” a ellos, con tal de asegurar su bienestar entre tanta porquería. Duré muchos años allí antes de que alguien me adoptara, pero para ese entonces mi actitud era en verdad mala. No me importaba nada ni nadie; simplemente no mostraba aprecio ni cariño por lo que fuera. Me concentraba únicamente en mí, por lo que a mis nuevos “padres” les resulté un verdadero problema. Y eso que ellos me habían adoptado tan sólo para recibir ayuda del gobierno, no necesariamente porque tuvieran piedad de mí o me quisieran.

    Reformatorio. En cuanto escuché que ellos planearían llevarme al reformatorio por mi mala conducta, me dije que, obviamente, no lo permitiría, así que me escapé de casa una lluviosa tarde de verano después de arreglar un par de cosas y conseguir el dinero suficiente para la fuga; de esa forma me fui lo más lejos que pude hasta que arribé a otra ciudad. Allí continué haciendo de las mías y estoy seguro de que actualmente sería un delincuente sin escrúpulos, drogadicto que quizás estuviera en prisión cumpliendo una cadena perpetua por haber cometido homicidio, de no haber sido por ella.

    Ella.

    Mis pensamientos me sorprendieron y solté el par de cajas que llevaba a los camiones para cargarlos, como si de pronto el cartón quemaran mis manos ante el simple contacto. No debía pensar en ella.

    —¿Estás bien, Yes? —me preguntó uno de mis compañeros, confundido por mi extraño comportamiento.

    —Sí, no pasa nada —me excusé sin prestarle mayor importancia, esperando que el otro no insistiera.

    En eso, el timbre que indicaba el mediodía y al mismo tiempo la hora del almuerzo se dejó oír, lo que me alivió porque así no tendría que explicar algo que no quería. Todos los trabajadores se reunieron en el lugar que ellos habían designado como comedor, en tanto, yo me encaminé a las escaleras que daban acceso a la planta de arriba, sentándome en uno de los peldaños de en medio, dispuesto a disfrutar de mis alimentos en la soledad que el sitio me daba, ya que era raro que a esa hora alguien anduviera por estos lares. La verdad era que seguía muy reacio a socializar con los que me rodeaban.

    Poco a poco, mi par de emparedados fueron desapareciendo, al igual que el jugo de naranja que los acompañaba. Una vez terminé con estos, saqué de la bolsa desechable un pequeño recipiente que contenía un postre, elaborado a base de varias frutas picadas con crema natural y comencé a comerlo.

    —¿Qué tal, jefe? ¿Cómo ha estado? —Una desagradable voz interrumpió mi actividad, mi tranquilidad y mi soledad.

    Levanté mi oscura mirada y la enfoqué en el joven de veinticuatro años, cabello castaño claro, de ojos verdes cual aceituna y que me miraba desde el pie de las escalera con una sonrisa que reconocí como desvergonzada. Ángel Rangel era el nombre del sujeto aquel y a diferencia mía, él sí que era alguien estudiado en el campo de la administración de negocios. Lo que era más, era el gerente de todos los trabajadores de categoría baja como yo. Cuando inició aquí, fui su supervisor, así que tomó la costumbre de llamarme jefe, pero de eso ya hacía mucho tiempo y que continuara dirigiéndose a mí con ese calificativo ponía mis nervios de punta. Además, no era un tipo cuyo nombre hiciera juego con su personalidad. ¡Lejos estaba de ser un ángel! Era un demonio.

    Bajé mi mirada una vez más y seguí con mi labor de comer, ignorándolo olímpicamente. Lo decía en serio, él no me caía bien; pero resultó que a pesar de mi evidente rechazo, Ángel no se movió ni un milímetro.

    —Oh vamos, jefe, no me trate así. Vine a saludarlo en buen plan —replicó él con fingido desencanto.

    ¡Por supuesto! Y yo era caperucita roja como para creer en las mentiras del lobo.

    —Es verdad, jefe —insistió él, casual—. Me enteré que ya terminó con sus terapias psicológicas. Eso es bueno.

    Casi me atraganté con el pedazo de fruta que tenía en la boca, tosiendo un par de veces. Conseguí pasármelo y tranquilizarme un poco, para después mirar a Ángel con rabia. Esa era otra de las cosas que más detestaba de él: siempre conseguía enterarse de todo a su alrededor. Conocía la vida de cada trabajador en esta planta, su pasado y sus más oscuros secretos, cosa que no era buena; no si se trataba de él, pues siempre buscaba una oportunidad para sacar a flote una experiencia dolorosa del espantoso pasado que queríamos olvidar, tan sólo por diversión, por ver nuestra reacción, por molestar.

    —No te importa —le aseguré bruscamente.

    —Jefe, jefe. Intento felicitarlo, ya no tan sea arisco, ¿quiere? Usted sabe, los logros de las personas deben encomiarse. No es fácil dejar los malos procederes.

    Me levanté rápidamente, no deseando seguir escuchándolo; si permitía que continuara hablando me haría explotar, estaba seguro. Pasé por su lado sintiendo un frialdad gélida que me caló hasta los huesos. Lo miré de soslayo, descubriendo que mantenía esa sonrisa cínica que me sacaba de quicio, y no deseando estar cerca de él ni de siquiera respirar su mismo aire, comencé a alejarme.

    —Lo digo en serio, jefe —prosiguió Ángel con sus intentos—. Después de todo, no es como si quisiéramos a un pederasta en la empresa…

    Lo silencié cuando, colérico, me giré a donde él, lanzándole el recipiente vacío del postre de frutas con crema, el que vino a estrellarse en la pared con fuerza cuando consiguió esquivarlo. Maldije dentro de mí. El desgraciado tenía buenos reflejos.

    —¡Woho! Eso estuvo cerca. Sé que a veces las cosas se nos resbalan de las manos sin querer, pero procure tener más cuidado, ¿de acuerdo? —me aconsejó sin quitar de su rostro la burlona sonrisa.

    Temblé de furia. Ese idiota, que de idiota no tenía nada, en verdad me hacía enojar. Giré sobre mi eje una vez más y retomé mi camino.

    —¿A dónde va, jefe? —me preguntó en tono curioso e inocente.

    Usé todo el autocontrol que me quedaba para seguir de largo y no responderle. ¿A él qué demonios le importaba? Sin embargo, me dio la sensación de el infeliz se retorcía en el interior, regodeándose por lograr su cometido de hacerme enfadar. Me dirigí con pasos veloces al baño de los hombres y agradecí mentalmente que estuviera desocupado, ya que era individual. Abrí el grifo del agua y me incliné hasta quedar cerca del lavabo para echar agua a mi rostro, esperando despejarme. ¡Maldito Ángel! ¿Qué se suponía que hiciera? El psicólogo ya me había dicho que no era exactamente de esa clase de personas, pero yo sabía que definitivamente había algo mal en mí.

    ¡Y seguro que sí! Si bien, los niños en realidad no me atraían para nada, no había sido común que me obsesionara con una mocosa de siete años como lo había hecho años atrás. Y aunque las terapias me habían ayudado a superarlo poco a poco, allí estaba otra vez, pensando en ella; en ese pequeño, menudo y frágil cuerpo, el que daba la sensación de que si lo tocaba, se rompería. También estaban esos grandes y apetitosos ojos color chocolate que miraban con tanta seriedad y discernimiento, escrutando lo más recóndito de tu ser, haciéndote estremecer...

    Me miré en el espejo y cuando éste me devolvió mi reflejo no pude evitar golpearlo con mi puño derecho, usando una fuerza a tal grado que el espejo terminó por romperse y varias astillas quedaron incrustadas en mi piel, cortándomela, mas no me importó el dolor.

    —Me das asco, Yesever —me insulté, decepcionado de mí.

    -o-

    —¿Seguro de que estás bien, Yes? —me preguntó por tercera vez Mónica Galindo, una joven de veinticinco años, morena, ojos cafés y cabello castaño oscuro, en tanto atendía mi mano herida.

    —Sí, estoy bien —le respondí desganado.

    A decir verdad, ella era una linda persona; no tenía nada malo que decir con respecto a ella. Era muy trabajadora, dado que estudiaba por las tardes, mientras que en las mañanas hacía sus horas prácticas de enfermería aquí en la empresa; eso lo sabía porque ella me lo había contado. De alguna forma, tenía la sospecha de que le caía bien, aunque no entendía por qué; no era que buscara relacionarme con alguien.

    —Me resulta raro que hayas roto el espejo —comentó ahora ella, extrañada.

    —Es que cuando me acerqué vi una aberración horrible y me asusté.

    Ella soltó una risilla, divertida por mi comentario y yo fruncí el ceño, irritado. Mi intención no fue la de causar esa reacción. ¡Genial! Ángel no era el único que disfrutaba mi sufrimiento. La campana volvió a sonar, por lo que me apresuré a seguir con mi trabajo, pues una mísera herida en la mano no me detendría. El resto del día transcurrió normal y para mi alivio, Ángel no se me acercó más. Salí del estacionamiento de la fábrica para adentrarme a mi auto y conduje por las atestadas calles de la ciudad; era la hora pico, así que el tráfico estaba más que abundante. Medité un poco en lo que había pasado durante el día y no me dieron ganas de llegar a casa a tener que cocinar, por lo que opté por ir a un restaurante.

    Llegué al establecimiento de comida que a la vez funcionaba como bar, el que solía frecuentar porque fue el primer restaurante que vi en cuanto llegué a la ciudad, precisamente porque se ubicaba frente a la central de autobuses. Entré tomando asiento directamente en la barra, Pidiendo una cerveza además de algo ligero para comer. A decir verdad no tenía mucha hambre, aunque sí me urgía beber y debía admitir que el alcohol no me disgustaba. Conversé muy vagamente con el que me atendió, después de todo ya me conocían y sabían que no podían cruzar cierta línea que yo mismo les había impuesto. Terminé de comer y pedí otra cerveza, en lo que informaba que iría un momento afuera, como era habitual que hiciera cada vez que había mucha gente en el negocio.

    Salí y el aire fresco, dentro de lo que cabe dada la contaminación en el mismo, llenó mis pulmones. A pesar de mi personalidad retraída, no me gustaba estar encerrado; si casi no salía de casa era porque aún no encontraba un lugar al aire libre que fuera pacífico y tranquilo. Observé los autos, a la gente en su apresurado ir y venir, así como los autobuses que salían y entraban a la central ubicada del otro lado de la gran avenida. Fue en ese momento cuando observé a una chica saliendo del edificio de autobuses, caminando hacia el lado contrario de donde yo estaba, por lo que me daba la espalda. Al notar que llevaba una maleta grande con ruedas, supuse que era nueva en la ciudad, o quizás había llegado de un viaje, o tal vez se mudaría aquí, o llanamente estaba de visita. Daba igual, eso era lo de menos; lo importante era que la pobre no tenía idea de dónde había ido a parar.

    Esta ciudad no era tan mala como en la que me crié, pero igual que en cualquier otra urbanización grande, existían personas crueles que disfrutaban hacer sufrir a la gente y esta no era la excepción. Había varias calles y zonas con mala fama, e incluso a mí me había tocado presenciar uno que otro asalto, sin contar que a mí mismo un par de veces intentaron atacarme, pero insistía en que era bueno defendiéndome, además de que siempre llevaba conmigo gas pimienta en caso de vérmelas mal. Por eso, al ver que la chica entraría a la primera calle después de la central, que era una de las que tenían esa clase de reputación infame, sentí lástima por ella. Una oveja más al degüello. Ni modo, con las malas experiencias se aprendía a ser precavido y cauteloso; la inocencia e ingenuidad se arrebataban por la fuerza. ¿Qué podía hacer yo?

    Justo antes de que la perdiera de vista, la chica giró su rostro hacia mí, quizás sintiendo mi penetrante mirada sobre ella, o por otra cosa que no supe en ese instante; lo que sí sentí al detallar su alejado rostro fue que mi corazón casi se detuvo. Un trémulo me invadió por completo, e inconscientemente retrocedí un paso ante la impresión, al tiempo que sentía que la respiración comenzaba a faltarme. Era ella. ¡Allí estaba ella! Creí que mis ojos se saldrían de sus cuencas de tanto que los abrí. Realmente era ella. Di el paso que retrocedí en vano intento de acercarme para apreciarla mejor, pero de inmediato me quedé quieto, pensativo. Un segundo. Eso no podía ser porque ella estaba lejos, muy lejos; yo la había dejado muy allá, así que no podía estar aquí. Negué con la cabeza antes de enfocar mi vista a donde la había visto, pero ya no estaba; había dado la vuelta en la calle aquella de baja reputación. No, no podía ser.

    Entré de nuevo al restaurante, procurando parecer tranquilo. ¡Vamos! ¿Qué posibilidades había de que en verdad fuera ella? Habían pasado más de diez años desde la última vez y seguramente había cambiado… No, por supuesto que había cambiado; las niñas cambiaban, era obvio. Era casi imposible que lograra reconocerla, por mucho que esa expresión serena me resultara tan familiar y esos ojos, a pesar de estar tan retirados de mi campo de visión, desprendieran una concentración tal que simplemente me hicieran perder el sentido de todo a mi alrededor. Mi corazón se aceleró de repente ante un presentimiento terrible; algo no iba bien, absolutamente nada bien. Dejé la cerveza a medias, saqué un billete de gran valor y lo puse en la barra con un sonoro golpe, consiguiendo que todos me miraran extrañados.

    —Guárdenme el cambio, ahora regreso.

    Y como alma que se lleva el diablo, salí del negocio, por demás ansioso hasta que me encontré con mi siguiente obstáculo: la transitada avenida. Maldije interiormente. Tenía que llegar del otro lado a como diera lugar y lo más pronto posible para entrar a esa calle donde estaba ella, porque si no lo hacía, tal vez… No quise pensar nada, sino que al tener apenas la oportunidad de atravesar la vía automovilística lo hice a gran velocidad. Casi llegaba a la esquina, unos metros y lo conseguiría.

    Espera un poco más, rogué con afán y su nombre me vino como una exhalación.

    Celeste.


    Es todo por ahora. Sin más me despido.
    Hasta otra.
     
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    Marina

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    Ooh, cielos. Para ser el primer capítulo, está muy bien. Me atrapó enseguida. Jaja, me gusta como se llama el "viejito" Yesever, un nombre que no había escuchado antes, es nuevo para mí.

    La actiltud de Yes es por demás pesimista, si bien, se quiere un poco porque sigue luchando por sobrevivir. Me ha intrigado mucho lo que sucedió en su pasado, ese pasado que Ángel ha resumido en una palabra: "Pederasta" No me gustó mucho esa afirmación, y mucho menos la actitud de Ángel, pero ese tipo tiene algo que me llama la atención, así que también me ha atraído, luego me quedó claro que Yes no es un tipo de esa índole, pues el psicólogo lo ha analizado bien... bueno, eso entendí jaja.

    Y viene Celeste. ¿Es Celeste la esa niña que Yes a recordado?

    Quiero saber más, así que exijo conti.

    Abrazos.
     
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    Borealis Spiral

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    Segundo capítulo listo y la primera parte es narrada desde la perspectiva de la joven Celeste. Ah, quería publicarlo este lunes. pero viajé y me fue imposible, mas aquí está ya. Gracias a los que me dejaron sus "me gusta" y Marina, un agradecimineto especial por tu comentario que sé nunca falta. Sin más:

    ¡Disfruten!

    II
    Celeste

    Siempre fui una persona a la que le gustó aprender; por ello, desde el momento en que aprendí a leer, mi vida fueron los libros. En ellos podía encontrar mundos maravillosos, un sinfín de conocimientos que me deleitaban por completo. Las bibliotecas de la escuela y la ciudad siempre fueron mis lugares preferidos para hacer mis proyectos escolares, pero cada vez que podía, me llevaba a casa cuántos libros quisiera para continuar con mi aprendizaje en la comodidad de mi hogar o en algún parque o jardín, en los que adoraba leer. Siempre fue así y gracias a eso era que tenía conocimiento de una amplia cantidad de cosas, además de que mi vocabulario era extenso. En mis diecinueve años de existencia había leído de todo y saber que aún tenía mucho por descubrir en las páginas de mis compañeros infalibles los libros, me llenaba de emoción.

    Siempre le dijeron a mis padres que yo era una chica prodigio; quizás porque siempre sacaba excelentes notas, pero jamás me sentí especial o superior a otros. En mi mentalidad siempre estuvo la idea de que cualquiera que se lo propusiera era capaz de sacar buenas notas. Todo el mundo tenía la capacidad de conseguirlo, simplemente era que a mí me gustaba mucho leer, lo que de por sí fue una gran ventaja para mí con los estudios. Precisamente, en ese momento me dirigía a la ciudad donde se encontraría mi nueva institución educativa. Allí estaba una de las universidades más prestigiosas y de mejor calidad de enseñanza en el país; era el lugar al que estaría asistiendo todos los años que duraran mis estudios relacionados con la Fisicoquímica, que era la especialidad que deseaba ejercer. Me había visto en un dilema en cuanto a si elegir esta carrera o no, ya que las Matemáticas me gustan bastante y la Literatura de igual forma me fascinaba; pero al final opté por esta.

    Con anterioridad la universidad me había enviado una solicitud para ingresar, pero en aquel tiempo papá había sido suspendido de su trabajo, lo que nos mantuvo en una etapa de problemas económicos algo ajustada, por lo que mi madrastra y yo tuvimos que trabajar para ayudarle a él con los gastos. Por eso fue que el año pasado perdí la oportunidad de entrar a esta universidad. Afortunadamente, ahora papá estaba estable en su empelo nuevamente, lo que me permitió aceptar la solicitud junto con la beca, totalmente dispuesta a seguir saciándome del saber.

    Por los altavoces del camión escuché el nombre de la ciudad que era mi destino, por lo que cerré el libro que leía en el camino y me dispuse a bajar del vehículo, en lo que esperaba a que me entregaran mi maleta, la que era algo grande; menos mal que contaba con un par de ruedas para transportarla con mayor facilidad. En cuanto mi equipaje estuvo en mi poder, lo sujeté bien al igual que mi bolsa de mano, la que llevaba en su interior, más que cualquier otra cosa, varios libros. Viéndome lista con todas mis pertenencias, salí de la central de autobuses y me encontré con un sitio completamente desconocido para mí. Suspiré con ligero nerviosismo. Si mal no recordaba, el edificio de departamentos en el que me quedaría a vivir estaba muy cerca de aquí. Según las indicaciones que me habían provisto, en cuanto saliera de la central debía doblar a la izquierda, entrar a la primera calle que me encontrara, caminar unas diez cuadras, doblar una vez más a la izquierda y allí estaría el complejo.

    Eso fue precisamente lo que hice. Caminé por la acera de la gran avenida hasta llegar a la calle en la que debía girar y para asegurarme que iba por donde debía, volví mi cabeza para mirar mi alrededor. En efecto, allí estaba el restaurante que me serviría de referencia, por lo que supe estaba correcta. Con eso, retomé el paso adentrándome a la calle y todo hubiese continuado bien durante el trayecto de no ser porque un desconocido se colocó frente a mí, y en su mirada retorcida pude notar que no tenía muy buenas intenciones. Quise darme la vuelta para alejarme de él, pero descubrí que detrás de mí había otro par de tipos; además, estaba a mitad de la cuadra, por lo que a mi lado habían únicamente paredes. Estaba acorralada por completo.

    —Miren a quién tenemos aquí. Una lindura más que quiere jugar —dijo el hombre frente a mí con una sonrisa que encontré de todo menos divertida.

    Lo miré más seria de lo que solía ser. De pronto, a mi mente acudió un recuerdo fugaz de cuando era apenas una niña. Mis padres me habían comprado un silbato para que lo usara si en alguna ocasión un extraño se me acercaba con motivos sospechosos; le habían puesto un listón celeste para que lo llevara en el cuello como collar todo el tiempo. ¡Cómo me gustaría tener uno de esos en este instante! Un momento, aún contaba con mi voz. Eso era. Gritaría con todas mis fuerzas para llamar la atención de alguien que viniera a ayudarme. Llené por completo mis pulmones en una profunda inhalación.

    —¡Ayu…! —Tres únicas letras pudieron salir de mi boca antes de que uno de los sujetos de atrás me la cubriera. ¡Había olvidado a ésos!

    —No, no, no, preciosa. No compliques las cosas. Sé buena y coopera, ¿quieres? —me dijo el que me sujetó justo en mi oído, con una vez por demás grotesca que me infundió miedo total; seguro era un mal chiste.

    Forcejé todo lo que mis energías me permitieron, moviendo la cabeza una y otra vez, hasta que logré librar mi boca lo suficiente como para conseguir darle un mordisco a la mano del que estaba cubriéndomela. Un grito de dolor se escuchó.

    —¡Maldita mocosa! —gritó furioso, dándome un golpe en pleno rostro que logró marearme, sacándome algo de sangre por la comisura del labio inferior izquierdo, ahora partido.

    Bien puede haber caído al suelo, pero me planté firmemente sobre mis pies y en un acto reflejo, levanté mi bolsa de mano, la que no había soltado para nada a diferencia de la maleta, y le di un golpe con todas mis fuerzas al mismo sujeto. Estoy segura de que el impacto fue duro, después de todo, eran muchos libros los que llevaba encima. No obstante, no me quedaría a averiguarlo. Corrí lo más rápido que pude, deseosa de escapar de esta pesadilla, pero lo que avancé no fue mucho, ya que sentí cómo alguien me tomaba por el cuello de la blusa. Escuché claramente que la prenda se desgarraba por la brutal fuerza con la que fue halda y hasta sentí que la parte de enfrente me asfixiaba un momento, para después verme retroceder en contra de mi voluntad, por lo que todo mi cuerpo dio a parar al suelo. Ahogué un gemido de dolor.

    —Es suficiente, niña. Acabemos con esto de una vez —dio el ultimátum uno de ellos y se acercó peligrosamente a mí, dispuesto a hacerme todo lo que su sinuosa y pervertida mente deseaba. Sin embargo, no lo consiguió porque de repente fue aparatado bruscamente de mí de un jalón.

    Con los ojos muy abiertos ante la sorpresa, observé que un cuarto hombre le daba una paliza al que había estado a punto de hacerme algo. Luego, se unieron los otros dos tipos en contra del que extraño que estaba en mi defensa, pero él sacó una lata pequeña de su chaqueta, la que pude reconocer como gas pimienta, y roció su contenido a dos de ellos, justo en los ojos, dando como resultado el que comenzaran a aullar de dolor al sentir el ardor en sus orbes, echándose al suelo y retorciéndose cual animales heridos.

    —¡Maldito! ¿Pretendes hacerte el héroe? —inquirió el único en pie, aún a la defensiva, pero manteniendo la distancia al verse en desventaja. Definitivamente, tenía que conseguir una de esas latas.

    —Normalmente no me meto en este tipo de cosas —confesó el hombre misterioso en son irritado, luego, tanto su voz como su expresión se volvieron fieras cuando concluyó—: Pero te metiste con la persona equivocada.

    —¿Y qué piensas, héroe? ¿Detenerme? ¿Hacer justicia? —cuestionó el sujeto, burlón.

    —No hay necesidad. La policía se encargará de eso. Tengo a un colega que trabaja allí y lo he llamado antes, seguro está en camino.

    El rostro del atacante se desfiguró por el pánico e incluso los que estaban en el suelo dejaron de gemir al oír aquello, temerosos.

    —¡Esto no se quedará así! —gritó el tipo que seguía en pie y como pudo, ayudó al otro par a levantarse para después correr a toda prisa, alejándose de la escena. El hombre de la chaqueta bufó con fastidio.

    —Son unos idiotas. Siempre se tragan el mismo cuento.

    Por primera vez me miró a los ojos, así que descubrí el intenso color negro de ellos, siendo del mismo tinte su cabello, el que se hallaba alborotado. Parpadeé de pronto confundida al visualizarlo mejor. Sentí que conocía a este hombre, que lo había visto en algún otro lado.

    —Oye, ¿estás bien? —preguntó sacándome de mis pensamientos.

    Asentí aún impactada ante todo lo que había vivido. Después, él se quitó su chaqueta y me la lanzó, por lo que lo miré extrañada. Él desvió sus ojos de mí al momento de contestar:

    —Cúbrete, se te ve algo que no debería.

    Bajé mi mirada, notando que, efectivamente, mi blusa se había desgarrado bastante, pues ahora uno de mis hombros y la mitad de mi sostén estaban al descubierto. Con tranquilidad me puse la prenda que me había ofrecido; era cálida y tenía el olor de él, supuse.

    —De todos modos —volvió a hablar él—, debes cuidar por dónde andas. Intenta informarte sobra las zonas peligrosas y evítalas. Ten en cuenta eso y estarás bien, ¿de acuerdo?

    Dicho eso, se giró dispuesto a irse.

    —Espere —Lo detuve mientras me alzaba del suelo con algo de dolor.

    Él hizo caso a mi pedido y se detuvo, pero me dio la sensación de que sus hombros se tensaron levemente; segundos después, se volvió para encararme y su expresión me pareció indescifrable. Era en serio, él me resultaba familiar.

    —¿Lo conozco de algún lado?

    Y no iba a quedarme con la duda.

    Yes

    ¡No podía creerlo! En verdad era ella. Allí estaba, justo frente a mí; después de tanto tiempo volvía a ver a mi niña. Bueno no, eso no era exactamente cierto. Ya no era una niña; el tiempo no pasaba por nada, ¿cierto? Pero aquí la tenía, tan cerca después de tanto, con esos ojos color chocolate tan escudriñadores; ese cabello café claro apenas lo suficientemente largo como para atarlo en un par de coletas bajas y con el listón celeste de siempre, adornando su cabeza como si fuese una diadema. ¡Y claro! El sello que la identificaba seguía en su lugar, intacto: el pequeño pero simpático lunar ubicado un poco debajo de la oreja. Estaba totalmente desarrollada como una mujer y era bella, muy bella. ¿No lo había visto ya antes de lanzarle la chaqueta? Hice un supremo esfuerzo para que el sonrojo no se apoderara de mi rostro. ¡Dios! Sentí que moriría de taquicardia.

    Sin embargo, ella no me recordaba. Por supuesto. Lo había dicho ya, los años no pasaban en vano. Habían sido más de diez años desde la última vez que la vi y en aquella época ella contaría con unos ocho años como mucho. No era extraño que no me recordara. Además, no era como si hubiera estado a su lado o hubiese formado parte de su niñez por un largo período de tiempo, así que era natural que no me recordara. De hecho, quizás que no me recordara fuera lo mejor para ambos. No era por nada que yo había dejado la ciudad, ¿cierto?

    —No te había visto en mi vida —le contesté por fin y cada letra desgarró una parte de mi corazón de por sí atormentado.

    Ella frunció el ceño, tal vez no contenta con mi respuesta y me miró más penetrantemente, discernidora, logrando que me pusiera nervioso. ¿Había descubierto que mentí? Ella regresó a su seriedad y se alejó un poco de mí.

    —Lo entiendo. Lamento lo ocurrido, creo que lo confundí con alguien más —se disculpó, sincera.

    —Ah no, no pongas cuidado.

    Ella se dirigió a donde estaba su maleta, que había quedado en un rincón de la calle, olvidada ante el ajetreo de hacía unos momentos. La seguí con la mirada; capté cada movimiento suyo, como si me tratara de un acosador inmundo que no respeta la privacidad de alguien.

    —Bueno, muchas gracias por ayudarme —habló después de tener todas sus pertenencias en su poder—. Ahora me gustaría saber si al menos lo que viví no fue por nada. ¿Podría decirme dónde queda esta dirección, por favor? —me pidió mientras me mostraba un papelito con algo escrito en él.

    Tomé el dichoso trozo de papel teniendo mucho cuidado de no entrar en ningún tipo de contacto físico con ella. Realmente no sabía de lo que sería capaz de hacer si tan sólo nos rozábamos; apenas podía controlar mis emociones y las ganas de abrazarla y besarla.

    Bien, me dije a mí mismo, céntrate en el papel, Yes. Ya no la mires, ve el papel. No, no, no la mires. ¡Maldita sea! ¿No puedes leer un par de renglones? ¿Tendrás que regresa al jardín de niños?

    Era obvio que no estaba contento conmigo mismo. Como pude, leí la dirección que estaba escrita en el trozo. Se trataba de un edificio de apartamentos muy cerca de aquí, lo que me llevó a entender por qué quiso ir caminando. Yo vivía en uno parecido, pero del otro lado de la ciudad.

    —Sí, no es muy lejos —respondí devolviéndole el papel de la misma manera que lo tomé.

    —Ya veo. En verdad no quería gastar en un taxi, pero es lo más sensato por ahora.

    Dirigió sus pasos a la salida de la calle que conectaba con la avenida donde estaba la central, desde donde seguramente pediría el taxi. Yo la seguí en silencio, a una distancia prudente, vigilando. Mientras caminábamos, pensé en la seria expresión que ella había mantenido todo el tiempo, lo que me hizo recordar mi tiempo con ella de antaño. ¿Alguna vez la vi sonreír?, me pregunté con curiosidad. Llegamos a la central y ella se montó en un taxi. Cuando el auto hubo desaparecido de mi vista, fue que me di el lujo de relajarme por completo.

    Suspiré sintiéndome cansado, bastante cansado. Había sido un día de locos y lleno de problemas, pero la había vuelto a ver. Ese premio le daba valor no sólo al día transcurrido, sino a los más de diez años pasados en los que no había sabido nada de ella. Recordé la dirección que me mostró, donde seguramente estaría viviendo de ahora en adelante y una idea cruzó mi mente. Sacudí la cabeza con fuerza, importándome poco batir mis sesos hasta dejarlos mayormente inútiles; no había posibilidad. Que nos encontráramos fue mera coincidencia; yo tenía cosas que hacer y lo más lógico era que ella también las tuviera. No podíamos encontrarnos nuevamente; además, vivíamos en lados opuestos de la ciudad, por lo que olvidar ese incidente sería lo mejor. No lo recordaría y dejaría que mi vida continuara como si nada. Con esa resolución, regresé a casa.


    La verdad, me resulta muy difícil explicar las cosas desde el punto de vista de ella, no sé por qué y por eso no la uso tanto como a él, pero la necesito. Espero les haya gustado.
    Hasta otra.
     
    Última edición: 23 Enero 2016
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    Marina

    Marina Usuario VIP Comentarista Top

    Tauro
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    ¡Oh, wow! Buena continuación. Así que ahora fue narrado desde la perspectiva de ella. Uu, el ataque de esos hombres sí que fue de miedo, si él no hubiera llegado para defenderla, así de feo le hubiera ido. Que buena que Yes la vio desde que casi bajó del camión, haha, por así decirlo. fue una pelea bastante descriptiva.

    Y la mente de ella quiso recordarlo, pero como no estaba muy segura, él lo negó. wow, ¿qué más va a pasar? Deseo seguir leyendo, así que espero la conti.

    Mmm, alguna palabras tienen una letra de más o les falta una letra. Aun sigues cambiendo una letra por otra, pero todo está muy bien entendido. Fuera de eso, buena narración.

    Abrazos. Cuídate.
     
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    Borealis Spiral

    Borealis Spiral Fanático Comentarista destacado

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    Desastroso reencuentro
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    ¡Hola! Como siempre, agradezco enormemente a los que leen la historia y los que me dejan esos "me gusta" y/o comentarios. Marina, un especial saludo a ti que me eres fiel siempre y por aclararme de mis faltitas XD. Les dejo la conti que había planeado colgar el viernes pasado y por ciertas situaciones no pude. En fin.

    ¡Disfruten este capítulo en el que viajaremos al pasado de los protagonistas!

    III
    Yes

    Era un sábado soleado y caminaba por las calles de la ciudad; la gente iba y venía con prisa, teniendo muchas cosas que hacer, mientras yo evitaba a toda costa siquiera tener que rozarme con alguien. No me gustaba la gente. Continué caminado sin rumbo específico. Mi vida no tenía propósito, lo único que le daba algo de entretenido era que para cubrir las necesidades básicas tenía que hacer cosas malas, como robar o hasta estafar a la gente. Sabía que no era lo mejor que pudiera hacer a mis dieciséis años, e incluso de alguna manera a veces me cansaba toda esta situación, mas no era un fastidio tan grande como para verme obligado a cambiar el estilo de vida que llevaba.

    Ese día llegué a un amplio parque de juegos que era muy popular en la ciudad. Podían verse a los niños de diversas edades saltando, corriendo, divirtiéndose en los juegos, todos contentos e ingenuos de la vida. Gruñí con irritación. A mi mente volvieron memorias de mis días en el orfanato junto a mis compañeros y sentí repulsión. Odiaba los niños. Menos mal que ya había pasado esa espantosa etapa de mi vida.

    A pesar de que me introduje al parque, mi deseo fue el de salir rápidamente de él, por lo que caminé con velocidad por el lugar, no prestando atención a los infantes o a sus padres, ni al brillante verde que adornaba el lugar gracias al pasto bien cuidado y los árboles. Sólo seguí caminando, lo que seguramente hubiera continuado haciendo de no ser porque en ese instante, ya estando en cierta zona alejada del centro de juegos y de la gente, mis ojos negros captaron la pequeña figura de una niña, quien se mantenía sentada bajo la sombra de un frondoso árbol. Ella vestía un curioso vestido color rosa fuerte, llevaba un listón azul celeste en la cabeza como diadema, el que sostenía parte de su suelto y corto cabello castaño, mientras leía plácidamente un libro de considerable tamaño que incluso logró sorprenderme. ¿Qué se suponía que hacía esa mocosa?

    Miré hacia la zona atestada de gente, notando el sonoro e irritante bullicio que se formaba en aquella parte; cada grupo de niños jugaba, de manera diferente a los demás, pero lo hacía. Volví a clavar mi vista en la pequeña. ¿Por qué ella no jugaba como los demás? ¿Qué clase de niña prefería leer antes que jugar? No me moví de mi sitio, ni dejé de contemplarla durante varios minutos que, naturalmente, no sentí transcurrir. Cuando logré volver en mí, la niña seguía leyendo y yo me irrité conmigo mismo. ¿Qué demonios hacía perdiendo la noción del tiempo observando a aquella enana?

    Sacudí la cabeza para despabilarme, retomando mi rumbo, aunque no pude evitar girar mi cabeza para verla de nuevo. Extrañamente, al día siguiente regresé a aquel parque, encaminándome directamente al lugar donde había visto a la niña el día anterior, pero no estaba. Sentí algo que en el momento no supe descifrar, aunque esa noche descubrí: decepción; me sentí decepcionado de no verla y me preocupé. ¿Por qué un joven de dieciséis años tendría que desilusionarse de no ver a una chiquilla de siete u ocho? Me reí de mí mismo; definitivamente algo estaba mal conmigo. Antes de acostarme a dormir me dije que lo mejor sería no pasarme por ese parque otra vez. No obstante, eso no sucedió, sino que los días siguientes, como si me tratara de una máquina programada para hacer algo todos los días, fui al parque. No la encontré hasta el sábado siguiente.

    Como la semana pasada, ella se encontraba en el mismo árbol, sentada y leyendo, sólo que en esta ocasión llevaba un vestido naranja, aunque traía el mismo listón celeste, lo que me hizo suponer que siempre lo usaba. Como la vez anterior, me quedé embobado observándola a una distancia prudente, sin saber si ella estaba consciente de mi presencia o no, aunque eso era irrelevante para mí. Continué detallando cada movimiento de ella, los que se limitaban al de sus manos moverse al pasar página, hasta que unos niños se le acercaron. Querían que jugara con su grupo, pero ella se negó muy cortésmente; no obstante, la respuesta pareció no gustarles porque comenzaron a presionarla. Ella siguió diciéndoles que no le apetecía jugar y entonces uno de los niños le arrebató el libro.

    ¿Qué es esto? ¿Prefieres leer esto que jugar con nosotros? —le preguntó molesto, teniendo a sus amigos respaldándolo.

    Por favor, devuélveme mi libro —pidió ella en tono apacible mientras se ponía de pie; sin embargo, el chiquillo aquel la empujó con brusquedad, por lo que volvió a caer al suelo. Fruncí el ceño bastante molesto y me acerqué a ellos.

    Mira, mira lo que hago con tu preciado libro —continuó el malcriado mientras le arrancaba las hojas.

    Las risas de los demás lo instaron a seguir, mas no pudo hacerlo porque yo le arrebaté el libro en cuanto estuve cerca de él, lo tomé por el cuello de la camiseta y lo levante sin mucha dificultad hasta que su rostro quedó a la altura del mío; y eso que yo era bastante alto.

    Oye, pulga, ¿tus padres no te enseñaron modales? ¿No te dijeron que es grosero tratar así a la gente? ¿Que no debes meterte con las niñas?

    De acuerdo, admitía que no era el más adecuado para dar una cátedra de buena conducta; después de todo, no era el ser más caballeroso del mundo. Lo que era más, en ese momento deseé golpear lo más fuerte que pudiera a ese insecto que tenía en las manos, pero el que ella me mirara era el control que necesitaba para no hacerlo. Aun así, mi rostro amenazante funcionó porque el niño estaba asustado hasta el grado de comenzar a llorar.

    Lo siento, lo siento. No volveré a hacerlo —rogó entre sollozos.

    No te atrevas a volver a molestarla.

    Lo solté y en cuanto tocó el suelo, echó a correr con todas sus energías; para que los otros lo imitaran bastó con una mirada poco amable de mi parte. Una vez solos, miré el libro que llevaba en mi mano izquierda, el que ahora estaba un poco más delgado por el deshojo; luego la miré a ella, quien me devolvió la mirada con sus grandes ojos color chocolate, los que me daban la sensación de que siempre eran serios. Aparte la mirada de pronto turbado y extendí el libro hacía ella, sin soltar palabra. Ella lo tomó mientras volvía a acomodarse en su lugar bajo el árbol.

    Gracias por ayudarme a recuperar mi libro —me agradeció al fin con su tierna voz.

    De nada.

    Quedamos en silencio una vez más. Ella no me veía más, sino que enfocaba su total atención en el libro; parecía ser que no habían arrancado las hojas de la parte donde se había quedado. Yo me quedé allí, de pie, sin hacer nada hasta que, lleno de curiosidad, abrí la boca para hacer la pregunta que había estado rondado mi cabeza desde que la vi por primera vez:

    ¿Por qué?

    ¿Por qué, qué? —cuestionó ahora ella sin apartar su mirada del libro y me di cuenta de lo estúpida que había sido mi interrogación.

    ¿Por qué no juegas con los demás en lugar de estar aquí? —inquirí de nuevo, ahora expresando bien mis dudas—. ¿Te parece más entretenido leer que jugar?

    Para mí lo es —aseguró sin mirarme—. Me gusta leer porque me gusta aprender. Por medio de los libros puedo viajar alrededor de todo el mundo; logro conocer muchos lugares diferentes y sus culturas. Puedo viajar a las selvas y a los bosques para aprender de los animales; puedo bucear en lo más profundo del océano; puedo dejar lo órbita terrestre y adentrarme al universo para conocer sus leyes. Jugando no puedo saber eso. Por eso me gusta.

    Escuché su explicación muy atentamente y me rasqué la nuca, pues realmente no lo entendía; ella era rara, muy rara. El silencio volvió a inundarnos y algo en mi interior me dijo que me alejara, que me fuera, pero no obedecí. Todo lo contrario, me senté a su lado, lo que pareció no importarle ya que no hizo ningún mohín en desacuerdo ni ningún ademán de estar incómoda. Esa comenzó a ser nuestra rutina de cada semana: ella siempre leyendo y yo sentado junto a ella, observándola la mayor parte del tiempo en silencio, siendo su guardián.

    -o-

    Me consideraba una persona segura de mí mismo, decidido, que cuando se proponía algo lo cumplía porque lo cumplía, por lo que era muy difícil que me hicieran cambiar de opinión o incluso imposible. Siempre me califiqué así porque en verdad creía que reunía esos requisitos. Pero si era así, ¿entonces qué diantres hacía aquí?

    Levanté mi vista y observé el edificio de apartamentos que se alzaba frente a mí; aquel que sería de ahora en adelante el nuevo hogar de ella, ya fuera por un largo período de tiempo o por uno corto, daba igual, el caso era que allí estaba ella y yo también. Suspiré decepcionado de mí. ¿No me había resuelto a olvidar el incidente del día anterior? ¡Claro que sí! Así que no había necesidad de que yo estuviera aquí, pero no, allí me encontraba con una bolsa de regalo, dispuesto a volver a verla, deseando desde lo más recóndito de mi ser contemplara nuevamente. Negué con la cabeza. ¿Por qué alguien de mi edad tendría que estar interesado en una jovencita como ella? De pervertido me tacharía la sociedad, eso era evidente.

    Vi que una señora relativamente joven, acompañada de un par de niños, salía del edificio y me acerqué a ella.

    —Buenas tardes. Disculpe la molestia, pero estoy buscando a alguien que acaba de mudarse a este edificio, ¿podría decirme en qué número de apartamento se aloja?

    —Mucha gente se ha mudado en los últimos meses, no sabría decirle —me dijo la mujer, frunciendo el ceño.

    —Llegó apenas ayer —informé esperando que con eso fuera suficiente, dado que no tenía más detalles.

    —Oh, creo sé quién es. Es una muchachita, ¿cierto? —Asentí—. Sí, me parece que se hospeda en el número diecisiete.

    —Muchas gracias.

    Entré al lugar y comencé a buscar el departamento correcto. Cuando lo encontré, me planté frente a la puerta y respiré hondo. Era extraño, ya hallándome en el momento decisivo, el nerviosismo y la timidez me invadieron, pero me armé de valor. Fui yo el que había viajado entre el horrible tráfico de un extremo al otro de la ciudad para verla, e iba a hacerlo. Toqué el timbre y esperé, mas no ocurrió nada; volví a tocar, pero la nada me atendió nuevamente.

    —Me lleva el… —mascullé golpeando mi frente con la puerta.

    Era increíble. Había mentalizado todos los escenarios posibles para este encuentro; todos excepto este de que no estuviera y no me abriera. Suspiré cansado; las cosas no estaban saliéndome bien últimamente. Miré la puerta una vez más antes de dejar la bolsita de regalo frente a la misma, además de una pequeña nota, para finalmente alejarme. Que no respondiera al llamado había sido lo mejor.

    Celeste

    Después de una bienvenida nada agradable a la nueva ciudad, por fin había llegado a mi recién adquirido departamento. No era muy grande, pero era del tamaño suficiente como para que una persona sola viviera cómoda. Lo primero que hice fue bañarme y ponerme algo más ligero, después comencé a desempacar para ordenar un poco algunas cosas. Afortunadamente, este inmueble tenía contratos específicos para estudiantes universitarios, por lo que en el mío se añadían los muebles básicos. Me había costado un poco más de alquiler que el promedio, pero la beca y los ahorros que desde pequeña había juntado me ayudaron mucho; no necesitaba escatimar en gastos importantes. Tuve que tirar a la basura la blusa que casi me hicieron trizas en el ataque; la chaqueta de quien me salvó la dejé en el cesto de la ropa sucia para lavarla después. No estaba segura de que volvería a ver al sujeto para devolverle su prenda, pero al menos la mantendría limpia como muestra de agradecimiento.

    Estaba acomodando mi ropa en el pequeño armario empotrado en la única habitación para dormir, cuando escuché que tocaban el timbre de la puerta; fruncí el ceño un tanto extrañada, dado que no conocía a nadie en esta ciudad. ¿Quién podría ser? Me acerqué a la puerta como para ser capaz de escuchar voces animadas del otro lado. Abrí encontrándome con un par de hombres jóvenes, quizás de mi edad, muy parecidos entre ellos. El que estaba justo frente a mí era de cabello castaño oscuro con ojos del mismo color, en cuyas manos llevaba una pequeña maceta con una bella flor; el otro no traía nada consigo, sino que se mantenía detrás de su compañero, siendo unos centímetros más alto.

    —¿Desean algo? —pregunté con extrañeza al ver que ambos quedaron en silencio, observándome.

    El que estaba frente a mí enrojeció de manera perceptible, comenzando a balbucear cosas incomprensibles para mí. Alcé una ceja, inquisidora y confundida, viendo ahora al que estaba detrás del que intentaba hablar, esperando que él entendiera algo y se ofreciera a darme una traducción. Él me devolvió la mirada con una sonrisa divertida y dando un paso hacia adelante para quedar a la par del otro, habló:

    —Hola, perdona a mi hermano. No se le da bien hablar con las chicas.

    —Justo, no digas eso es sólo que… —La voz del tímido bajó, por lo que no logré entender lo demás.

    El llamado Justo soltó una pequeña carcajada, entretenido, al tiempo que hacía un ademán con la mano restándole importancia al asunto y se tomaba la libertad de explicar.

    —Verás, somos los hermanos Torres; él es Gabriel y yo soy Justo, un placer. Somos tus vecinos de al lado, del número quince. Queríamos darte la bienvenida personalmente y nos gustaría darte este pequeño presente. Gabriel.

    Gabriel me dio la flor y yo la tomé.

    —Gracias, es muy linda y ustedes son muy amables. Soy Celeste Jardines —me presenté con cortesía.

    —U-un placer —tartamudeó Gabriel, bajando el rostro.

    —Lo mismo digo —concordó Justo colocando su mano sobre el hombro de su hermano—. Bueno, será mejor que te dejemos. Seguro ha sido un día muy largo para ti y debes estar cansada. Si deseas algo ya sabes dónde encontrarnos y no te preocupes, pide lo que sea con confianza. Ahora sí nos vamos.

    —Cuídate —Gabriel me lanzó una última mirada antes de ser arrastrado por su hermano.

    —Sí, gracias otra vez.

    Volví a quedarme sola, por lo que me adentré al departamento, mientras veía la hora en mi celular; en verdad ya era muy tarde. Dejé la flor en la cocina y la regué un poco, luego terminé de alistar un poco el lugar y me dispuse ir a la cama, aunque antes leí un poco. De esa forma, llegó el día siguiente, así que me levanté decidida a continuar con la limpieza y demás arreglos. Me puse un pantalón deportivo y una camisa holgada para trabajar con mayor movilidad. Como a eso del mediodía volvieron a tocar la puerta.

    —Hola —saludé a los hermanos Torres en cuanto atendí el llamado.

    —Hola, Celeste —me saludó Justo con energía, dándome cuenta de que él era el más extrovertido—. ¿Adivina? Gabriel quiere decirte algo.

    Enfoqué mi visión en el mencionado, quien pareció turbarse y volvió a decir cosas que no logré comprender. Mi impresión de él fue que era raro.

    —Se preguntaba si querías venir con nosotros a conocer la ciudad —intervino Justo al ver que no articularía frases coherentes.

    —Sólo si quieres. No estás obligada. Si no te apetece puedes quedarte aquí. No lo decíamos con mala intención y… y… —tomó la palabra Gabriel, esta vez hablando demasiado rápido.

    Lo medité un poco. No era una mala idea. Recordé el consejo que me había dado mi salvador; necesitaba aprender a moverme por la ciudad y saber qué sitios evitar. Sin embargo, ¿estaba bien ir con un par de chicos que no conocía?

    —No tienes de qué preocuparte —volvió a decir Justo, sacándome de mis pensamientos—. No iremos solos. Una señora jubilada del piso de abajo nos acompañará también, tiene algunos mandados que hacer y nos ha pedido de favor que la llevemos, así que estás segura —Levantó su pulgar derecho y me guiño el ojo, confidente.

    —Está bien —accedí al final—. ¿Pueden esperar un momento en lo que me arreglo?

    —Pero si así estás preciosa —soltó de repente Gabriel y a Justo se le escapó una risilla.

    Miré a Gabriel confundida, provocando que se escondiera detrás del sonriente Justo; después miré mis fachas. Era evidente que no me veía bien y Justo lo sabía, por eso se había divertido tanto con el comentario de su hermano. Aun así, les pedí que aguardaran para ponerme algo más decente y ellos, muy pacientes, así lo hicieron. Me coloqué un vestido rojo de falda ancha, dejando mi cabello suelto, aunque mi listón celeste no pudo faltarme. Realmente me importaba poco si combinaba o no con el atavío que ese día usaría, siempre me colocaba el listón en memoria de mi fallecida madre, quien solía ponérmelo siempre.

    De aquella forma, los hermanos Torres, la amigable señora jubilada llamada Luisa y yo, pasamos una agradable tarde paseando por toda la ciudad. La señora Luisa me contó muchas experiencias suyas de cuando era joven, unas muy interesantes por cierto; también descubrí un poco más acerca de los Torres, como el hecho de que ambos asistían a la misma universidad a la que yo iría la próxima semana; me enteré que Justo era el mayor con un par de años teniendo veintidós, por lo que Gabriel tenía veinte. Me divertí bastante, pues no me di cuenta ni de las horas que pasamos fuera, así que para eso de las nueve de la noche, los cuatro arribamos al edificio. Justo acompañó a doña Luisa a su apartamento, ayudándole con las bolsas de mandado y le dijo a Gabriel que me acompañara al mío.

    —Me lo pasé muy bien hoy. Gracias por todo —le dije casi llegando a mi puerta.

    —M-me da gusto escuchar eso —contestó con dificultad, sonriendo apenado. Me daba la sensación de que hablar no era lo suyo—. Por cierto, Celeste, yo quería saber si, bueno… ¿Eh? ¿Qué es eso? —Apuntó una bolsa en el suelo, frente a la puerta.

    —No lo sé —respondí, inclinándome para tomarla.

    La abrí y descubrí una pequeña lata de gas pimienta junto con un silbato color celeste, el que llevaba un collarín del mismo color. ¡Era idéntico al que solía usar cuando era pequeña! ¿Quién podría saber esto y dármelo? Vi un pedazo de papel al fondo de la bolsa, así que lo saqué; era una nota.
    Por si los necesitas. Cuídate y no te preocupes por la chaqueta; tengo muchas, así que puedes conservarla.

    Tu nuevo amigo: Yes.”

    —Yes —Susurré el nombre, rememorando a mi salvador.

    ¿Así se llamaba? Me pregunté cómo es que él supo dónde vivía, pero recordé que le había mostrado la dirección de mi nuevo departamento para pedirle indicaciones, por lo que no le di más vueltas al asunto.

    —¿Qué pasa, Celeste? ¿Es algún regalo de un amigo o un familiar? —preguntó Gabriel a mi espalda, curioso.

    —No sabría decir si es de un amigo, de un simple conocido o de un acosador —respondí guardando todo en la bolsa. Gabriel simplemente frunció el ceño notablemente confundido.


    Por ahora es todo. Ojalá les haya gustado. Me despido y que estén bien siempre.
    Hasta otra.
     
    Última edición: 23 Enero 2016
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    Borealis Spiral

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    ¡Hola a todos! Pues yo aquí nuevamente, reportándome para dejar el siguiente capítulo de esta historia en la que estoy muy feliz, porque es la que está rompiendo récord en las personas que la están viendo.
    Fuera de eso, agradezco personalmente a cada uno de los lectores que se toman la molestia de leer y mas a aquellos que me dejan sus "me gusta". Me hacen feliz. A ustedes, lo siguiente:


    ¡Disfruten!

    IV
    Yes

    Bostecé por centésima vez en toda la mañana. Esto no estaba bien, nada bien. ¿Qué clase de estúpido era? Estaban por cumplirse casi las dos semanas desde que volví a verla y en ninguna de las noches posteriores a ese nefasto y a la vez maravilloso día, había logrado dormir bien. En serio estaba mal. No podía creer que mi obsesión por verla nuevamente llegara a tal punto que me inquietara tanto como para quitarme el sueño; ni siquiera podía cumplir adecuadamente con la simple tarea de empaquetar los alimentos. Si seguía así iban a despedirme.

    —Si continúa así van a despedirlo, jefe —escuché una odiosa voz muy cerca de mí, por lo que completamente alterado y asombrado, me alejé del sitio en el que me hallaba de un salto.

    Descubrí a Ángel, quien mantenía su habitual sonrisa trayendo consigo un block de notas. ¿Cuándo se había puesto detrás de mí? ¿Leyó mi mente? Me estremecí de sólo pensarlo. ¿En qué iba a parar el mundo si ese sujeto sabía leer mentes?

    —¿Qué pasa, jefe? —preguntó inocente—. Parece como si hubiera visto un fantasma.

    Algo peor tengo enfrente, pensé irritado.

    —Por cierto —siguió diciendo él—, no tuve oportunidad de decirlo antes, pero es una pena que decidiera continuar con las terapias.

    Me sorprendí ante su comentario. ¿Cómo demonios sabía eso? Apreté los puños hasta que me entumecí los dedos y los nudillos emblanquecieron. ¿De qué me sorprendía? Esta ciudad estaba bajo sus manos; era imposible que no se diera cuenta de algo o que no se enterara de cualquier cosa. Era sin duda un demonio y sus siguientes palabras lo demostraron.

    —Pensé que estaba completamente rehabilitado, pero creo que sigue haciendo de las suyas, ¿eh? ¿Son por lo menos mayores de diez años?

    —¡Cállate! —grité enfadado, alzando mi puño para golpearlo, pero él lo esquivó.

    —También creí que mejorarían su temperamento —volvió a argumentar con sorna.

    Gruñí y ahora levanté mi pierna derecha para asestarle una patada en el costado izquierdo, pero la bloqueó con su antebrazo. En verdad tenía muy buenos reflejos; era eso o también sabía algo de defensa personal.

    —Dígame, jefe, ¿no tiene miedo de que lo despidan? —inquirió con naturalidad y lo miré con furia, provocando que su sonrisa se ensanchara—. Por supuesto que no. Es todo lo contrario, ¿no? Está deseoso de irse de aquí, pero es por lo mismo por lo que aún no lo corren ni permiten su renuncia, ¿cierto?

    ¿Eso quería decir que él tenía algo que ver con el asunto de los contratos, los nuevos empleados y los que se iban? No me extrañó pensarlo. Ya decía yo que Ángel cumplía un papel mucho más alto e importante en esta empresa que el de ser sólo el cabecilla de los de categoría baja. No sabía cómo era que tenía tanto control y poder, pero honestamente me interesaba un comino. Bufé con fastidio al no conseguir siquiera darle un buen golpe. En eso, el timbre del descanso se escuchó, por lo que le di la espalda y comencé a alejarme de él.

    —Será mejor que se alimente bien, jefe —me aconsejó con falsa estima mientras apuntaba yo que sé en su block—. Lo necesitamos en su mejor forma.

    Apenas alcancé a escuchar la última frase debido a que ya me encontraba apartado de él; poco me importaba lo que me dijera, especialmente si usaba su tono hipócrita de afecto. Por desgracia, no conseguí avanzar mucho porque antes de que pudiera reaccionar a tiempo, mis pies resbalaron al pisar una sustancia resbaladiza en la que no me fijé por andar distraído, y la sorpresa impidió que tuviera el equilibrio adecuado para mantenerme en pie, por lo que di a parar de lleno al suelo, de paso golpeándome la cabeza con una de las máquinas que nos entregaban los alimentos, pues caminaba muy cerca de ella.

    —Ah, una cosa más —Oí otra vez la voz burlona de Ángel, haciéndose el que recordaba—. Por allí derramaron algo aceitoso y está muy resbaloso. Tenga cuidado al caminar.

    Ahora resonaron sus pasos al alejarse. Le di un puñetazo al suelo, furioso. Lo odiaba, lo odiaba mucho y en mi mente se estaban maquinando mil y un maneras de matarlo. Sin duda, si se trataba de deshacerse de alguien como él no me importaría cometer homicidio.

    -o-

    —Es muy raro que te pasen este tipo de cosas, Yes —dijo Mónica mientras me limpiaba la herida de la cabeza que se había abierto por el golpe de hacía un rato. ¡Sí que había sido duro!—. Últimamente me da la sensación de que no has estado actuando como tú ¡y mira nada más! —Colocó su mano en mi mejilla, acariciando con su pulgar debajo de mis ojos—. Estas ojeras son la evidencia de que no has estado durmiendo bien. ¿Pasa algo malo?

    Retiré su mano de mi rostro y suspiré. No podía contarle lo que me pasaba. ¿Qué iba a pensar de mí? Lo que cualquiera, seguro; que era un pervertido, un depravado y un obsesionado con una jovencita.

    —¿Sabes? —Mónica siguió con su charla—. Creo que lo que necesitas es relajarte un poco, despejar tu mente del trabajo y los problemas de la vida. Dentro de unas semanas habrá un concierto de rock en la ciudad y he conseguido dos entradas. ¿Te apetecería acompañarme?

    No era una idea descabellada. También creía que necesitaba relajarme un poco y el rock me encantaba. Además, Mónica era la única en mi lista de conocidos con la que podría relacionarme más estrechamente; era fácil de tratar y tranquila, por lo que no encontré problema a su invitación.

    —Me parece bien, acepto —respondí al final, tomándome el par de pastillas para el dolor de cabeza que me había ofrecido.

    —¡Qué bien! Luego nos ponemos de acuerdo con más detalle, ¿sí? —comentó con mucha alegría.

    Asentí en conformidad para después salir de la enfermería, dispuesto a alimentarme. Luego, cuando el descanso terminó, todos continuamos trabajando hasta que uno de mis compañeros me abordó.

    —Yes, ¿me acompañas a realizar las entregas de la semana? Jaime no vino hoy y no quiero ir solo —me invitó.

    —Seguro —accedí.

    Todas las semana íbamos a entregar alimentos a varias escuelas, secundarias, preparatorias y universidades. No abastecíamos a todas las que había en la ciudad o seguramente sería el cuento de nunca acabar, pero sí teníamos contrato con algunas; además, también se tomaba el pedido de lo que querían que les lleváramos la semana siguiente.

    Una vez listos, los dos nos montamos en el gran camión de entregas e hicimos nuestro trabajo, haciendo las respectivas escalas. Un par de horas después, llegamos a la universidad que más prestigio tenía en la zona. Realmente no entendía qué diferenciaba una institución sin mucha reputación de una renombrada. Se suponía que todas enseñaban los mismo, ¿no? ¿Era por el dinero?

    Desechando los pensamientos triviales, comencé a ayudar a mi compañero a bajar las cajas de alimento que nos habían pedido, llevándolos a la cafetería del lugar. Después de cumplir con aquella tarea, mi compañero se quedó con los encargados de la cocina para hacer la lista de lo que deseaban que se les trajera la próxima semana. Yo decidí esperarlo en el camión y diciéndoselo, salí del edificio, caminando por uno de los grandes patios laterales de la universidad. Era un área amplia, con zonas tanto pavimentadas como con jardines; seguro que los estudiantes se la pasaban súper cómodos allí, pues hasta logré distinguir algunas sillas de madera en el pasto, puestas con la intención de que los alumnos las usaran para relajarse un poco del pesado día de estudio.

    Continué observando mi entorno hasta que de pronto, mi vista se enfocó en una figura que indudablemente yo conocía muy bien; a pesar de haberla visto apenas una vez durante un pequeño instante, su imagen había quedado más que grabada en mi mente. Efectivamente era ella, mi pequeña Celeste. Ella caminaba con paso tranquilo, sin mirar a su alrededor mientras leía un libro de considerable grosor. Enarqué una ceja, extrañado. ¿A quién se le ocurría leer mientras caminaba? Podía ser peligroso. Mis sospechas se hicieron correctas cuando vi que delante de ella había una escalera. Iba a detenerse, ¿cierto? Iba a echar una miradita en torno por lo menos, ¿verdad? Sería precavida, ¿o no? Supe que no.

    Dejando de lado el razonamiento o cualquier resultado contraproducente que pudiera ocasionarme mi loco impulso, corrí hacia ella al prever lo que pasaría por su descuido. Su pie resbaló en el primer escalón, lanzó un gritito de sorpresa al tiempo que el libro volaba por los aires para después aterrizar en el suelo. Abrió los ojos que por inercia había cerrado esperando un golpe que nunca llegó, y lo primero que éstos vieron fueron mis perlas negras. Su pierna izquierda estaba extendida a lo largo de los escalones, la derecha estaba flexionada y por apenas unos centímetros no tocaba el suelo gracias que yo, detrás de ella, la sujetaba con ambos brazos manteniéndolos por debajo de su pecho.

    Maldije interiormente. ¿Por qué nuestro primer contacto físico tenía que ser tan íntimo? ¡Oh no! Allí estaba la taquicardia otra vez. La levanté un poco para que se plantara firme sobre sus pies y cuando lo hizo, la solté alejándome de ella unos pasos. El rostro me ardía con intensidad; sentí que moriría incinerado allí mismo. ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí? Bajé el ala de la gorra para que tapara mi avergonzado rostro lo mayormente posible.

    —Gracias por evitar mi caída —escuché que me agradeció, pues no la miraba.

    —No hay de qué —Apenas pudo salirme la voz; seguía ridículamente aturdido. Levanté el ala de la gorra un poco para ver que ella recogía su libro del suelo.

    —Yes.

    Mi nombre salido de sus labios, pronunciado con ese tono tan casual y sereno, causó en mí un estremecimiento que no fui capaz de controlar y que me obligó a clavar mi visión en sus ojos, los que seguían igual de tranquilos que siempre. ¿Me recordaría? Pensar que sí me llenó de una zozobra inexplicable, así como de una enigmática emoción. Volví a temblar.

    —Ese es su nombre, ¿no es así? Yes. El papel que me dejó lo decía. Fue usted quien me dejó el gas pimienta, ¿verdad?

    —Ah sí. Fui yo y así me llamo, pero no me hables de usted, es raro. Puedes tutearme sin problema —dije de pronto sintiendo más desilusión que alivio; tan sólo me reconoció por lo de aquella vez—. ¿Estudias aquí? —le pregunté anhelando saber cada vez más de ella, olvidando el bochorno anterior. Si no pareció afectarle a ella, ¿por qué yo tendría que hacerlo la gran cosa?

    —Así es y justo ahora iba a mi siguiente clase. No quiero llegar tarde, así que será mejor que me vaya.

    —Oh claro, yo… Claro. Anda con cuidado, ¿de acuerdo?

    Deseaba tanto retenerla un poco más para que se quedara a mi lado; vaya que lo deseaba, pero no podía. Con impotencia y desencanto la vi alejarse de mí, sólo que en esta ocasión no leía para que no volviera a ocurrirle otro accidente. Me quedé allí plantado, observándola como un completo idiota hasta que ya no pude percibir su silueta con mi vista. Fue entonces que regresé al camión, donde mi compañero se hallaba esperándome desde hacía un rato, regañándome por mi demora. Parecía ser que había terminado con su labor velozmente, así que perdimos mucho tiempo por mi culpa, lo que llevó a que el resto de las entregas las realizáramos con varios minutos de retraso.

    —Quiero volver a acompañarte a hacer las entregas —le dije a mi camarada después de pensármelo mucho. Me reí de mí mismo; de veras que no tenía fuerza de voluntad, pero no podía desechar la oportunidad de volver a encontrarme con ella, por mínima que fuera.

    —No creo que sea posible —respondió él en tono irritado, pues aún estaba resentido—. Tu trabajo no es el de hacer las entregas, Yes. Si te lo pedí fue porque el que usualmente me acompaña está enfermo y no vino a trabajar.

    —Hablaré con el patrón para que me incluya en las entregas —repuse, terco; no daría mi brazo a torcer tan fácilmente. Con tal de estar a su lado sería capaz de lo que fuera, aunque eso implicara soportar mi propia tortura.

    —Si quieres intentarlo, hazlo —replicó él, tajante—. Pero te aseguro que cuando se entere del atraso de hoy y del hecho de que tú lo ocasionaste, no tendrás posibilidades. Esto no es un juego, Yes.

    Lo sabía, era obvio, pero en aquel momento pareció esfumarse de mi mente esa simple verdad. Y es que Celeste me volvía loco.

    Celeste

    Las clases terminaron. No había permitido que ningún tipo de pensamiento innecesario interfiriera con mi concentración en todo lo que las lecciones duraron y me siento orgullosa de mí misma por conseguirlo. Sin embargo, en cuanto salí del aula, no puede evitar que mis recuerdos viajaran al hombre con el que me había encontrado pocas horas antes; aquel que me había salvado de los maleantes que habían intentado aprovecharse de mí en el instante en el que llegué a esta ciudad. Sí, recordé a Yes.

    Me había sorprendido mucho de verlo aquí, de pronto pensé que era un profesor o un estudiante. Sin embargo, al detallar la vestimenta que llevaba, noté que se trataba más bien del uniforme de alguna empresa. Me habría gustado preguntarle en qué trabajaba y si era por temas de negocios por los que había venido, después de todo, no me gustaba ser grosera, pero en verdad se me estaba haciendo tarde para ir a mi próxima clase y no quería llegar tarde; tampoco me gustaba ser impuntual. En realidad, era algo muy extraño que no comprendía del todo, especialmente porque no solían pasarme este tipo de cosas, pero de alguna manera su presencia me resultaba extrañamente familiar. Por eso me había visto orillada a indagar si había sido en verdad él quien me había dejado aquella bolsa de regalo.

    Aunque había decidido no darle muchas vueltas al asunto ni inquietarme de más por ello, la realidad era que muy inconscientemente siempre quise estar segura de que hubiese sido él. Ahora me hallaba más tranquila, lo que también era inusual, pues normalmente solía ser un poco fría y desconfiada con los desconocidos, pero con él ese aspecto de mí no se veía tentado a salir a flote. Lo consideraba una persona amable, que le gustaba ayudar. ¡Hasta me había evitado una caída! De alguna manera, me recordaba a ese amigo que había tenido hace muchos años cuando era una niña, pero no era posible; él había desaparecido de repente, sin contar que Yes ya había dicho que nunca me había visto antes y era lo más lógico; los dos éramos unos simples desconocidos que por coincidencias de la vida habían cruzado sus caminos. Tan sólo era que en ocasiones algunas cosas o personas nos hacían recordar el pasado, quizás por el aire nostálgico que las envolvía a ellas mismas.

    Suspiré larga y tendidamente. Tenía repitiéndomelo desde aquel día de la bolsa, pero en verdad no era buena idea seguir dándole tanta importancia al tema en cuestión; no debía desenfocarme de lo más importante para mí, que eran los estudios, así que me dirigí al estacionamiento de la universidad, donde me esperaban Justo y Gabriel. Dado que yo no tenía auto, ellos se habían ofecido a llevarme y traerme de la universidad, por lo que los tres habíamos llegado al acuerdo de que casi siempre nos íbamos juntos y volvíamos juntos. Por supuesto, lo último siempre que fuera posible ya que a veces no salíamos a la misma hora y en otras ocasiones teníamos otro tipo de compromiso, pero siempre que podíamos, volvíamos los tres.

    Ambos hermanos eran muy amables conmigo; me agradaban bastante. Llegué a donde estaban aguardando, los saludé cortésmente y agradeciendo su paciencia, nos montamos en el vehículo para encaminamos a casa. En el camino, hablamos sobre lo que nos había pasado en el día, aunque en realidad quien hablaba la mayor parte del tiempo era Justo mientras que Gabriel y yo nos limitábamos a escucharlo y a responder una que otra pregunta que nos hiciera; esa también se había convertido en una de nuestras costumbres.

    —Hablando de eso —intervine cuando salió el tema de cuáles eran nuestros lugares favoritos para pasar el rato—. ¿Conocen algún lugar al aire libre que sea lindo? ¿Algún parque o jardín?

    —¿Un lugar lindo y al aire libre? —repitió Justo, quien manejaba el auto, en lo que fruncía el ceño, pensativo—. Hay varios en la ciudad, pero el más popular es el parque de “Los Lirios”. Está bastante retirado de casa e incluso de la universidad. ¿Querías ir ahora? Podemos llevarte.

    —No, no, sólo preguntaba —me apresuré a aclarar.

    —¿Por qué? —volvió a inquirir Justo, curioso, en lo que Gabriel se volvía un poco sobre el asiento del copiloto para mirarme, aguardando mi respuesta también incauto.

    —Bueno, me gustan las bibliotecas de la universidad o de la ciudad para hacer investigaciones y la tarea, pero prefiero un lugar abierto y bonito, con jardines, árboles y flores para leer los libros que leo como pasatiempo. Realmente no importa si es un lugar solitario o si por el contrario es muy concurrido. Como me concentro tanto en mi actividad, adentrándome al mundo de las letras, al final ni el ruido ni la gente llegan a importunarme.

    —Ya veo —Justo pareció analizar mis palabras—. Precisamente el parque de “Los Lirios” es bastante visitado por su belleza; creo que te gustará. Si quieres, podemos ir este fin de semana, ¿qué te parece?

    —No quiero molestarlos —me apresuré a negar, no deseando ser una carga.

    —Descuida, no lo haces —aseguró Justo—. Si te hago la invitación es porque no tenemos planes, ¿cierto, Gabriel?

    —Ah cierto. Por favor, Celeste, acepta —me pidió Gabriel con un notorio sonrojo en su rostro, el que ya me parecía natural en él.

    —De acuerdo, muchas gracias —accedí al final, por demás complacida.

    —No hay de qué. Pues bueno, está decidido. Este próximo sábado vamos al parque.

    Y con estos nuevos arreglos para el fin de semana, los tres arribamos a casa, nos despedimos y nos adentramos a nuestro respectivo departamento. Ya en el mío, me dispuse a hacerme algo de comer para después darme un baño; luego hice mis deberes, lo que me llevó casi el resto de la tarde, así que la noche llegó rápidamente y por demás rendida pero satisfecha por las actividades del día, me fui a dormir no sin antes leer un poco.


    Es todo por ahora. Espero en verdad que les haya gustado. Se me cuidan que los quiero.
    Hasta otra.
     
    Última edición: 23 Enero 2016
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    Marina

    Marina Usuario VIP Comentarista Top

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    Uuu, así que de esa manera Yes y esa chica se conocieron. Si que es muy raro encontrar a una niña de su edad sumergida en los libros en vez de jugar, y veo porque le llamó la atanción a Yes, no solo porque la niña iba agradablemente vestida y se veía muy linda.

    y además, después de recordar ese primer encuentro, corre a buscarla. Pero mira, no encontró a nadie, no, porque Celeste... ¡Jardines! Haha, ese apellido sí que huele a rosas, jaja, bueno, ella estaba ocupada con esos nuevos amigos. Qué bueno que ya conoció a alguien en su edificio. Y miró la nota de Yes... Mmm, allí me quedé intrigada deseando saber más sobre ese asunto. ¿Lo recuerda ella?

    Aah, Ángel sí que es un demonio. ¿Por qué fastidia tanto a Yes? ¿Tanta envidia le tiene? Esa conversación con Yes fue de veras para que Yes se enfadara como se enfadó, pero si Yes no deja de enojarse por su culpa, terminará con ese infarto en el corazón. Y mira qué seguramente Ángel puso ese aceite con toda la intención de que Yes se cayera, pero bueno, fue a para a las manos de su amiga. Esto es bueno porque se ve que ella sí se interesa de verdad en él. Lo cuida mucho.

    Oooh, pero qué manera de volverse a encontrar xD. Me encantó y no, al parecer, Celeste no lo recuerda. Mi intriga crece. ¿Qué sucedio cuando ella era pequeña? ¿Acaso Yes sí se propasó con ella? Pero de ser así, ella lo recordaría, una cosa como esa no se olvida así como así, ni a su acosador.

    Espero que mi intriga vaya despejándose poco a poco. Muy interesante la historia y se pone mejor.
    Espero la actualización y espero que Yes y Celeste vuelvan a encontrarse en ese parque, haha.
    Abrazos.
     
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    Borealis Spiral

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    Desastroso reencuentro
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    Hola a todo el mundo. Bien, aquí les traigo el siguiente capítulo de esta historia. Marina, ¿tienes idea de lo mucho que me gustan tus comentarios? Me hacen reír. Bien, gracias a todos por leer. Sin más:

    ¡Disfruten!

    V
    Celeste

    No pude esconder mi alegría. El parque de “Los Lirios” era realmente hermoso. El brillante y verde pasto rodeaba todo el lugar salvo los caminos de asfalto que servían para que la gente paseara; los frondosos árboles de diferentes tamaños cada uno, estaban estratégicamente ubicados de tal forma que embellecían mayormente el lugar, al tiempo que te invitaban a descansar bajo su refrescante sombra. Además, gran cantidad de arbustos y árboles pequeños estaban recortados de tal manera que parecían animales o alguna otra figura bonita, como el arco que daba la bienvenida a las personas justo al entrar al parque, lo que le otorgaba un toque especial. Las flores, de toda clase y colores, se mantenían regadas por varias zonas del pasto, haciéndolo verse aún más hermoso de lo que de por sí era. Una resplandeciente, amplia y sincera sonrisa adornó mis labios, demostrando así mi deleite. Me giré ciento ochenta grados para observar a Justo y Gabriel, quienes se habían quedado detrás de mí y esperaban una respuesta de mis labios.

    —¡Me encanta! —exclamé en un tono infantil que muy raramente me salía, sin borrar mi sonrisa.

    —Me alegra escuchar eso —confesó Justo, acercándose a mí—. Aunque de todos modos lo sospechaba; tu reacción te ha delatado. No te había visto así de contenta en todo lo que llevamos de conocernos. Deberías sonreír más, tienes una linda sonrisa, ¿cierto, Gabriel?

    El aludido asintió y yo solté una pequeña risa; no tenían que decírmelo pues era consciente de ello. En verdad era inusual que dejara de lado mi habitual expresión de seriedad, pero la fascinación y el cariño que les tenía a esta clase de jardines y áreas verdes hacían que me emocionara bastante. Lograban que rememorara mi infancia, cuando todos los sábados, justo como el día de hoy, mi madre me llevaba a un parque de juegos que estaba cerca de casa en mi ciudad natal. Eran muchas las memorias que tenía de aquella época, no sólo de mi fallecida madre, sino de ese amigo especial que hice por aquel tiempo.

    Volviendo a la realidad, junto con los hermanos Torres, comencé a recorrer todo el parque que se extendía ante nuestros ojos, en tanto conversábamos animadamente de temas varios. El tiempo se pasó más rápido de lo que pensé; de hecho, apenas logré percibir el transcurrir de los minutos, por lo que de un momento a otro se hicieron cerca de las dos de la tarde.

    —No sé ustedes, pero yo ya tengo hambre —se quejó Justo, tocándose el estómago.

    —Yo también —aceptó Gabriel, avergonzado.

    —Es lógico —Los miré comprensiva al recordar que cada quien había almorzado en su casa temprano, antes de venir, y ya hacía varias horas de eso—. Si lo desean, pueden irse a casa a comer.

    —¿Tú no vienes? —me preguntó Justo, extrañado.

    —No, me gustaría quedarme aquí un poco más.

    —Celeste, deberías alimentarte bien —me pidió el menor de los Torres con mortificación.

    —Es cierto. Estás más delgada de lo que deberías —lo apoyó Justo—. Si quieres, te traemos algo.

    Me conmoví por su preocupación y de hecho, tenía que confesar que mis hábitos alimenticios eran bastante malos, no porque comiera cosas poco nutritivas, sino porque tenía muy dañado el horario. A veces apenas y si comía una vez al día, sobre todo cuando me concentraba en los estudios o en la lectura.

    —Descuiden, estaré bien, en serio. Sólo me quedaré aquí un momento más y luego me voy a casa a comer —les explique y vi que estaban a punto de preguntar algo más, tal vez sobre cómo llegaría al departamento, por lo que agregué—: Pediré un taxi. Traigo efectivo conmigo, así que no pasa nada.

    Ellos siguieron insistiéndome un poco más, pero calmadamente les dije que en verdad no había problema, por lo que al final aceptaron irse sin mí. Al momento de perderlos de vista, volví a caminar ahora concentrándome en mi nueva tarea de buscar una sombra que fuera de mi agrado bajo algún árbol para leer un poco, ya que siempre llevaba en mi bolsa de mano un libro por si se daba la oportunidad de leerlo. Seguí con mi recorrido, permitiéndome el lujo de cerrar los ojos e inhalar profundamente para que el aroma natural del jardín inundara mis pulmones. ¡Era muy placentero! En momentos como ese agradecía no ser alérgica a nada y mucho menos al polen. Tan absorta estaba en esta sencilla acción, que no miré por dónde iba y choqué con alguien.

    —Lo siento mucho —me disculpé dando un par de pasos hacia atrás ante el impacto, el que no había sido tan fuerte porque mi andar no era veloz y el del otro individuo tampoco.

    La persona con la que choqué se volvió a mí, ya que me daba la espalda, mirándome con clara sorpresa. Yo parpadeé varias veces, reconociéndolo, asombrada de que la vida siguiera empeñada en hacer que nos encontráramos. Con todo, no pude evitar sonreírle con naturalidad, pues todavía no pasaba mi anterior alegría y eso me orilló a hacerlo, logrando que él abriera los ojos mucho más, aparentemente impactado.

    —Hola, Yes —lo saludé cordialmente. Él no me respondió, sino que mantuvo su expresión atónita, mudo, y me pregunté con extrañeza si siempre actuaba así—. ¿También vienes a dar un paseo? Es un lindo parque, ¿verdad? —volví a hablar, intentando romper el raro silencio que se había formado entre nosotros.

    Nuevamente no me dijo nada, aunque no me molesté por ello; tal vez fuera del tipo poco hablador como yo, o del tipo tímido como Gabriel. Me moví un poco para alcanzar a ver detrás de él, encontrando el lugar perfecto que estaba buscando. Era una zona grande en la que había varías bancas bajo las sombra de los diversos árboles, cerca de una fuente en uno de sus laterales que la adornaba, pero con los asientos lo suficientemente retiradas del agua para que nadie se mojara; las flores también abundaban abundaban. Lo dicho, era perfecto.

    —Bueno, un gusto verte otra vez, Yes. Nos vemos —me despedí del hombre que continuaba en silencio y no había parado de mirarme.

    A paso tranquilo me dirigí al lugar que había visto, sólo que en vez de sentarme en una de las bancas, lo hice sobre las raíces enterradas de uno de los árboles, cerca de las coloridas flores; de mi bolsa saqué el libro que hablaba del vasto universo y comencé a leerlo. No creo que hubiesen pasado muchos minutos cuando sentí frente a mí una presencia. Alcé mi vista de las letras impresas, detallando a Yes en toda su altura, la que por cierto era bastante; desde el ángulo inferior en el que me encontraba, lucía sumamente imponente. Nos miramos a los ojos unos instantes.

    —¿Puedo sentarme a tu lado? —articuló finalmente, desviando su mirada de la mía, haciendo una considerable pausa entre cada palabra, como si estuviera inseguro de hacer la petición.

    Y por un instante me desconcerté ante su solicitud. ¿Por qué iba a pedirme algo así tan de repente? Seguramente él tenía que hacer un montón de cosas interesantes en lugar de estar perdiendo su tiempo estando con una chica que ni siquiera conversaría con él por estarle prestando más atención a su libro. Luego medité que quizás no tuviera nada que hacer y únicamente quisiera compañía. ¿Pero por qué iba a elegir la mía? Éramos un par de desconocidos; él debía tener amigos más allegados. Después pensé que no tenía por qué negarme dado que el parque era público y mientras mi espacio personal no se viera amenazado, cualquiera podía hacer lo que quisiera.

    —Claro, no hay problema —respondí volviendo mi atención a mi lectura. Mi contento no se desvanecía todavía, pero ya no conservaba la curvatura hacia arriba en mis labios; me dolían las mejillas y la quijada de tanto sonreír.

    Yes se sentó a mi costado derecho, a una distancia que consideré aceptable y así nos mantuvimos durante horas, en completo mutismo. Al principio me mantuve alerta en caso de que algo fuera de lo normal pudiese pasar. Podían tacharme de desconfiada, pero ciertamente no sabía lo que él podía ser capaz de hacer; no lo conocía después de todo. Sin embargo, conforme pasó el tiempo, me permití relajarme por completo; de alguna manera, estar así con él me llenaba de paz y calma. Al fin y al cabo, yo no era una antisocial, sino que muy por el contrario, me gustaba la gente.

    Al final, logré habituarme a su presencia, así que dejé de considerarlo un peligro para mí, especialmente porque me traía remembranzas pasadas. Una vez tuve a alguien así cuando era una niña, una especie de amigo que me acompañaba en mi lectura; no, no era porque leyera conmigo, sino porque se quedaba a mi lado, silencioso, simplemente haciéndome compañía. Y siempre aprecié mucho ese gesto suyo. No solía tener mala memoria, pero a mi amigo especial no podía recordarlo claramente debido a que casi no lo miraba, sino que me concentraba de lleno en los libros; por eso su rostro no se grabó del todo en mi mente. Su nombre tampoco lo tenía muy claro, hasta donde recordaba, siempre me había parecido raro e inusual, por lo que creo que nunca terminó de quedarse en mi cabeza al cien por ciento. Esos resultados eran los únicos por los que me arrepentía de haberle prestado tanta importancia a la lectura antes que a lo que me rodeaba.

    Regresando al presente, el astro rey casi se ocultaba por completo cuando decidí que era hora de volver a casa; el sentido del tiempo no me funcionaba cuando me mantenía absorta en un libro. Además, ahora sí que mi estómago exigía algo con lo que nutrirse. Me levanté de mi sitio dispuesta a volver a casa, pues de cualquier modo ya de noche no podría seguir leyendo, sin contar con que no estaba segura de a qué hora cerraban el parque. Yes me miraba atento; había estado tan silencioso que creí que se había dormido, pero parecía ser que no.

    —¿Te vas? —No estuve segura de si hizo la cuestión con un atisbo de tristeza, o si fue mi mera imaginación.

    —Sí, ya es tarde —asentí guardando el libro en mi bolso.

    Él cabeceó, por lo que también se puso de pie.

    —¿Te irás caminando? —volvió a inquirir, alzando una ceja y en tono incrédulo.

    Seguramente no me creía capaz de irme a pie después de lo que viví en cuanto arribé a la ciudad. Lo tranquilicé al negar con la cabeza al momento de informar:

    —Pediré un taxi.

    Noté como abría la boca con la intención de decir algo más, pero la cerró enseguida, absteniéndose de hacerlo. Nuevamente, me pregunté si era sólo mi imaginación o cada que nos veíamos o hablábamos parecía que él se retraía mucho. No le di mucha importancia al asunto, por lo que junto a él salí del parque a esperar el taxi que había llamado mientras caminábamos dispuestos a abandonar el jardín. Una vez más, él se quedó a mi lado hasta que el taxi llegó, en silencio.

    —Gracias por la compañía, Yes, fue muy amena. Pasa una buena noche. Adiós —me despedí de él antes de subir al auto.

    Él me hizo un gesto con la mano y el auto comenzó a andar, alejándose de allí hasta que nos perdimos de su vista.

    Yes

    ¿Qué se suponía que era yo? ¿Una persona afortunada o un completo desgraciado? Primeramente, ¿por qué decidí ir al parque aquel? Sencillo; un simple nombre bastaba para contestar eso y la mayoría de los pensamientos que cruzaban por mi cabeza. Celeste; sí, ella. Esa mañana me había levantado con el recuerdo de que a Celeste le gustaban los amplios espacios al aire libre que tuvieran mucha flora. Lo sabía porque ella me lo confesó en las pocas conversaciones que tuvimos hace años, las que existían gracias a mis preguntas. Fue por ello que, preparándome para el trabajo, del cual saldría a las dos por ser sábado en lugar de las cinco como entre semana, decidí que iría al parque de “Los Lirios” simplemente porque sí; no necesariamente porque fuera el único gran jardín de la ciudad, sino porque era el más popular.

    Y tal como mi mente había planeado, así hice, pero jamás, nunca, imaginé que ella pudiese estar allí. Quizás muy, muy en el fondo lo deseaba, mas ese anhelo se hallaba oculto en lo más recóndito de mi ser; de allí que cuando la visualicé ante mí, me encontré entre la frágil línea de la cordura y la locura. Mis ansias de abrazarla y tenerla siempre a mi lado casi consumieron en totalidad. Aún mantenía el vivo recuerdo del contacto que había tenido con ella algunos días atrás; todavía era capaz de sentir mi piel quemarse allí donde la suya había rozado con la mía. Por si fuera poco, la hermosa sonrisa que me mostró me desarmó por completo y mi razón estivo a punto de abandonarme. ¡Nunca la había visto sonreír de esa manera!

    Pero entonces ocurrió lo peor; la imagen de ella años atrás, cuando era una pequeña e inocente niña inundó mis recuerdos. Me sentí morir. ¿A qué venía eso ahora? Ella no era más una niña. ¿Por qué mi mente se empeñaba en torturarme de esa manera? ¿Por qué mi corazón me hacía revivir los sentimientos impropios que una vez me hizo sentir? ¿Qué clase de enfermo era?

    Todos estas inquietudes se revolvieron en mi interior en lo que la contemplaba, maravillado; no me cansaría nunca de verla. Tan absorto estaba en apreciarla que apenas noté que ella se despidió, alejándose de mí y fue cuando pude respirar con normalidad. Era la oportunidad perfecta para irme de allí, dejar atrás ese pasado que quería olvidar y de paso, no seguí atormentándome. Sin embargo, era débil. No podía controlarme a mí mismo, así que sin que se los ordenara, mis pies me obligaron a seguirla para que después mi boca se revelara contra mí al abrirse por su propia voluntad y dejara salir lo que quería y a la vez no añoraba pedir.

    De esta manera, terminamos sentados al pie del árbol, uno al lado del otro, pero en ningún momento me relajé. La alegría de poder estar junto a ella nuevamente fue opacada por la terrible agonía que me producían todos los recuerdos, su aroma, su mera presencia. Con todo, no me fui; por mucho que me destruyera por dentro, no me alejé de ella. Insistía, ¿qué clase de subnormal era?

    Había sido por lo anterior por lo que ahora estaba aquí, en un pub corriente y aunque sabía que no era lo mejor, después de todo lo vivido necesitaba urgentemente de unos tragos, y recalcaré “unos” porque al sentarme frente a la barra comencé a ordenar y a ordenar vino hasta que perdí la cuenta de lo que había bebido. Me limité a sentir cómo el alcohol quemaba mi garganta, bajaba por mi esófago como un ardiente fuego y terminaba en mi estómago sin alimento como si de un fuerte golpe se tratase; después me acostumbré al sentimiento. Estaba consciente de que esto no me ayudaría para nada, pero luego de varios vasos no percibí esa sencilla verdad y por un momento mi raciocinio se nubló. Me sentí tan aliviado.

    Me quedé allí hasta que el cantinero que me atendió consideró que había bebido lo suficiente, obviamente que a criterio suyo porque si por mi fuera, hubiese continuado dándole hasta el fondo. El barman, que estaba elegantemente vestido, limpio y era cordial —lo que me extrañó dado el lugar en el que trabajaba—, me dio la cuenta y cuando la pagué, hizo el favor de llamar un taxi para mí porque era evidente que no estaba en condiciones de manejar. Sentí pena por su amabilidad. En sitios como estos, aquellos con esos modales y valores morales eran el alimento de las bestias. La corrupta humanidad era como buitres y esos seres cordiales no hacían más que convertirse en la carroña que los satisfarían. En fin.

    Como pude, pues los efectos del alcohol me daban de lleno, salí del bar cuando se me informó que mi medio de transporte había llegado. No me dejé ayudar por nadie, lo que repercutió en un par de caídas por mi parte ante mi tambaleante paso, mas logré llegar a mi destino a salvo. Nuevamente, sin ayuda de nadie y por demás vacilante, bajé del taxi después de pagar la cuota indicada, adentrándome al edificio de apartamentos; esperaba recordar en qué número me alojaba.

    Comencé a subir las escaleras poco a poco, arrastrando los pies, con cierto temor de trastabillar y caer por ellas. En eso, la repentina vibración de mi celular, seguida de una canción de rock como tono hizo que me sobresaltara, dándome un susto de muerte. Mascullé algo impropio por lo bajo. ¿Quién demonios era a esas horas de la madrugada? Por medio de la pantalla noté, borrosamente, que era un número desconocido. Fruncí el ceño, extrañado, en lo que contestaba, más como un impulso ante mi molestia y el estado en el que me hallaba, influido por le alcohol, ya que en situaciones normales no lo habría hecho.

    —¿Quién…? —inquirí arrastrando las palabras por la ebriedad.

    No esperé que mi interlocutor me entendiera, pues ni yo mismo lo hacía. Para mi sorpresa, como respuesta pude oír una sonora y divertida risilla, hasta cierto grado agradable.

    —¿Eres tú, Yesever? —me preguntó una cantarina y dulce voz femenina. Mi ceño se arrugó más al no no reconocer la voz.

    —…Sí… ¿Y tú qui…?

    No terminé la pregunta porque sentí que mi estómago se revolvió, provocando que todo su contenido pujara por salir. Hice un supremo esfuerzo para que eso no sucediera y lo regresé a su lugar, tragándomelo, por lo que terminé con un horrible sabor de boca, un terrible ardor en la garganta y con lágrimas en los ojos.

    —No puedo creer que te encontrara —La mujer volvió a reír, encantada—. ¿No sabes quién soy? Escucha mi voz e intenta recordar.

    Imposible; por más que lo intentara no podía reconocer la voz. La verdad no creí siquiera conocerla de nada. ¿Pero entonces por qué ella sí parecía conocerme? ¿Cómo sabía mi nombre? ¿Y de dónde había sacado mi número de celular?

    —¿Mónica? —inquirí no estando muy seguro, ¿pero quién más podía ser? Volví a escuchar su risita, la que por muy angelical que fuera, comenzaba a fastidiarme.

    —No, no soy la tal Mónica. No logras ubicarme, ¿eh? —continuó hablando la desconocida—. Apuesto a que si te digo mi nombre, te acordarás. ¿Pero qué crees? No es el tiempo adecuado de que lo sepas. Espera por mí, ¿vale? —Y su voz fue sustituida por el sonido característico que indicaba que una llamada había terminado.

    Observé mi teléfono móvil, ausente en mis cables. ¿Qué había sido eso? Nuevamente, sentí mi estómago removerse, pero por mucho que lo intentara, en esta ocasión no pude evitar que todo lo que había bebido saliera por mi boca en forma de vómito, ocasionándome un amargo y mal sabor de boca mientras el hediondo olor impregnaba los alrededores. Miré con poco interés el desastre que había dejado a plenas escaleras. Ahora sí iban a regañarme. ¡Ni siquiera pude aguantar a llegar a casa y caminar al retrete! ¿Así o más mal?

    -o-

    Desperté gracias a la canción de rock que me notificaba que alguien me estaba llamando. Me dolía terriblemente la cabeza y una sed que sentí insaciable resecaba mi boca. Abrí los ojos con pesadez, descubriéndome en mi cama, la que no estaba destendida; yo incluso llevaba las mismas ropas de ayer. No estaba seguro de cuándo ni cómo había entrado al departamento; a decir verdad, no recordaba mucho de la noche anterior.

    Me levanté de golpe para quedar sentado y aunque un mareo me invadió por el súbito movimiento, no volví a acostarme. Lo de la llamada misteriosa sí lo recordaba; pero hablando de llamadas sorpresivas, busqué en la bolsa del pantalón mi celular, que seguía resonando por la habitación, cortando cruelmente la tranquilidad y provocándome más jaqueca. No sería la misma mujer que anoche, ¿o sí? Vi la pantalla y fruncí el entrecejo, molesto, pues no era ella; era alguien inmundo y asqueroso. Contesté con reticencia.

    —Hola, jefe, ¿cómo amaneció? —Ah, esa odiosa voz.

    —Son las seis de la mañana y es domingo. ¡¿Qué demonios quieres, Ángel?! —espeté furioso, pues apenas había logrado dormir unas cuatro horas.

    —¿Por qué tan irritable esta mañana? Sólo lo llamaba para decirle que Bruno no vino a trabajar y necesitamos que los sustituya, no tenía por qué gritarme así. Qué grosero —El maldito se hacía el ofendido—. ¿Será que se fue por allí de parranda? ¿No me diga que bebió? ¿Ahora tiene resaca? ¡Despierte, jefe, despierte!

    Me gritó a todo pulmón y además de sentir mi tímpano derecho explotar, el dolor de cabeza incrementó. El desgraciado lo hacía a propósito.

    —¿Qué responde, jefe?

    ¿Una respuesta? Con gusto.

    —Que ojalá te parta un rayo pronto y puedas pudrirte en el infierno —espeté con todo el coraje y desprecio del mundo, colgando.

    ¡Al diablo con todo! Si el remplazo era importante que el patrón me llamara, pero sólo respondería si se trataba de él. Si volvía a llamar Ángel, lo ignoraría por completo. Las punzadas en la cabeza no desistían en absoluto, siendo lo peor el hecho de que mi mente ya había comenzado a darle vueltas al asunto del día anterior. Suspiré notoriamente cansado. ¿Por qué seguía con esto? Sabía que debí haber huido del peligro en cuanto se me presentó la oportunidad, pero mi fuerza de voluntad era menos que poca; era técnicamente nula. Además, aún contaba con esa llama de esperanza que albergaba mi interior de que el próximo sábado, ella estaría donde mismo, por lo que yo podría verla una vez más, como si el tiempo no hubiera hecho estragos en ninguno de los dos, reviviendo lo que un día fuimos.

    Sacudí la cabeza con fuerza. No era posible, no era posible; no estaban bien mis deseos. No eran buenos los sentimientos que ella me hacía sentir y mucho menos si a cada segundo la recordaba como una niña. Me estremecí; de nuevo empezaba a tener miedo de mí mismo. ¿Qué sería capaz de hacer con tal de volver realidad mis ilusiones? No por nada me había ido de su lado, yéndome de aquella ciudad que fue mudo testigo de mi condición. Era definitivo, debía… no, tenía que olvidarme de la existencia de Celeste; no importaba qué, debía alejarme de ella lo más que pudiera. Esa era mi resolución.


    Oh, Marina, tenías razón, se encontraron en el parque :D Es todo por ahora. Ojalá les haya gustado. Me retiro por el momento.

    Hasta otra.
     
    Última edición: 23 Enero 2016
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    Marina

    Marina Usuario VIP Comentarista Top

    Tauro
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    Ojojo, si, se encontraron. Cuando leí que se acercó a ella, casi esperé leer: "¿Por qué? ¿Por qué qué? ¿Por qué no juegas con los demás en vez de estar aquí?", jaja, esa escena se me vino a la mente. Un bonito encuentro, lástima que ella no pueda recordarlo. Su rostro está en olvido por prestarle más atención a las letras de sus libros, aunque en ese momento, sentados allí, pudo rememorar a su amigo de "lectura". Su amigo sin rostro.

    Y Yes, tan aturdido como se pone cada vez que la ve, no pudo hacer más que lo que hacen la mayoría de los hombres, irse a un bar y saciar sus anhelos, miedos y nostalgias con el licor. Y ¿Quién es la mujer que lo llamó por teléfono? ¿Qué quiere de él? ¿De dónde lo conoce? ¿Por qué lo conoce? ¿Qué le conoce? ¿Fue importante en la vida de Yes? Jaja, ya quiero saberlo todo de esa mujer.

    ¡Ángel! ¡Es domingo, deja en paz a Yes!
    Ahora espero que Yes limpie toda la porquería que dejó en la escalera y que vomite de nuevo para que no vuelva a beber de esa manera.

    Fue un capítulo muy lindo, espero la conti y que bueno que te gustan, divierten y te hacen reír mis comentarios.
    Por último, sigues comiéndote las letras o cambiándolas, lo que altera la palabra, aunque no se le pierde el agrado a la lectura, pero pon más atención a eso :)

    Abrazos llenos de amor =3
     
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    Ziello B

    Ziello B Entusiasta

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    Hola... que te digo? Bueno para empezar me encanta la narración y trama de tu historia, también que casi no tienes faltas ortográficas; en este capi solo vi cinco.

    Iug! se trago nuevamente lo regurjitado, solo de imaginarmelo me da cosa, aunque en el momento de leerlo también me hizo reír...
    Hay algo que me dejó con la duda y es que a Yes le agrada el recuerdo y los sentimientos que florecieron cuando Celeste aún era una niña, ósea, a lo que entendí, el sigue "fascinado" con la chibi Celeste, lo que como resultado final me da a entender que Yes aún es Pedofilazo y medio... admito que esa idea no me gusta para nada. Aclaramelo en el próximo capítulo porfis, cuídate y chao!
     
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    Borealis Spiral

    Borealis Spiral Fanático Comentarista destacado

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    ¡Wow! Primeramente quiero agradecer a Marina y Mar por dejarme sus comentarios, y un gracias muy especial a Mar ya que me ha encantado tu comentario. Y bueno, con respecto a la duda que planteas de Yes, considero que más bien es un trastorno o trauma a que sea pedófilo. Si, no está bien de la cabeza, pero no llega a tales extremos.
    En fin, gracias a todos los que se toman la molestia de leer y a los que me dejan sus "me gusta" y sin más les dejo el capi. ¡Disfruten!


    VI
    Yes

    Decían que no siempre era bueno pensar las cosas demasiado porque cuando lo hacías, al final resultaba que realizabas exactamente lo contrario a lo que pensabas, y en algún otro momento habría dicho que eso era una total mentira, pero ahora lo consideraba una gran verdad. Cambié mi forma de ver este dicho cuando a mí me pasó exactamente eso, puesto que mi decisión era firme, inquebrantable y fuerte, o al menos eso pensaba. ¡Qué engaño!

    Toda la semana estuve con la idea de que mi vida sería tal como había sido en los últimos años, ignorando el hecho de que ella estuviera en la misma ciudad. Sin embargo, mi resolución se fue al drenaje, a la basura; se perdió como un asqueroso desecho sin valor en el momento en el que llegó el sábado, pues incapaz de auto controlarme, me dirigí de nuevo al parque después del trabajo. Justo como lo pensé, ella estaba otra vez allí, bajo el mismo árbol. Era increíble el hecho de que la conociera tan bien, aunque quizás se debía a que ella era muy transparente… No, la realidad era que me resultaba un completo enigma. ¿Entonces cuál era la razón de que algo en mi interior estuviera seguro de que iba a encontrarla otra vez en el parque?

    Deseché mi debate interior y acercándome a ella, volví a ocupar el lugar que había tomado la semana pasada, claro, después de que obtuve su consentimiento. Ocurrió exactamente lo mismo un par de semanas después, por lo que tuve la misma martirizante rutina en la que, después de despedirme de ella, regresaba al bar aquel, donde me liberaba de mis nervios por un momento. En verdad creí que de seguir así iba a morir.

    Ahora estaba en el trabajo siendo viernes. No sabría decir si desde que me empeñaba en dañarme a mí mismo cada fin de semana, los días se pasaban demasiado rápido o eternamente lentos; mis sentidos ya no me funcionaban. Lo que indiscutiblemente me alegraba sobremanera, era que en estas dos semanas, Ángel me había pasado completamente por alto. Ni siquiera me interrogó por aquel día que le dejé claros mis más sinceros deseos, colgándole el teléfono; eso me contentaba a más no poder ya que en esos precisos instantes no tenía el temple para soportarlo. Nunca la tenía en realidad, pero ahora menos que nunca; suficientes problemas tenía ya como para añadir los que él me daba y gratis.

    No obstante, me daba lástima la nueva víctima del pérfido ese; un hombre de mediana edad, nuevo en la empresa que al parecer había sido un fumador empedernido hasta hacía poco y ante su anterior negligencia de dejar el cigarro, su hija de diez años había desarrollado un tipo de cáncer pulmonar. El que Ángel se lo restregara cada minuto, diciéndole que si ella moría sería únicamente por su culpa, era agobiante incluso para mí, que era ajeno en el tema, agradeciéndole al pobre tipo de ser ahora el blanco de atención del demonio. Me daba pena, sí, mas no sería yo quien intentara apaciguar al joven. No, no le tenía miedo a Ángel; todo lo contrario, era aversión total lo que sentía por él, pero realmente no quería que mis días de quietud se acabaran por intentar ayudar a mi otro compañero. Era una desgracias, pero la vida no era justa con todos.

    La campana sonó, así que me dirigí a mi lugar favorito para almorzar. Estaba a mitad de mi torta cuando vi que Mónica se colocaba frente a mí, subiendo un par de peldaños de la escalera, en lo que me sonreía ampliamente y con todo su esplendor. Enarqué una ceja, inquisidor, ya que era raro que ella dejara su oficina.

    —¿Listo para esta noche? —me preguntó, más que contenta, emocionada.

    Fruncí el ceño en respuesta, confundido. ¿Era yo o hablábamos idiomas completamente diferentes?

    —No me digas que lo olvidaste —Su expresión se apagó y me quedó claro que hablábamos idiomas diferentes. Ella se explicó—. Yes, hoy en la noche es el concierto de rock que te mencioné hace unas semanas. Mira, aquí tengo los boletos y todo.

    Me los mostró y fue cuando entendí todo, pues rememoré que habíamos hecho arreglos para ir juntos.

    —Lo siento, Mónica, en verdad no me acordaba —le dije lo más sincero que pude. A las mujeres les gustaba la honestidad, ¿cierto? La mirada llena de decepción que me lanzó me respondió con un rotundo no.

    —Oh ya veo —Su voz sonó triste—. Supongo que este tipo de cosas se olvidan; es decir, no es como si fuera tan importante… Seguramente ya tienes planes, ¿verdad?

    Negué con la cabeza, comprendiendo que no me había expresado bien.

    —No quise dar a entender eso, Mónica. Lo olvidé porque últimamente he estado muy distraído, pero si dije que iría contigo es porque voy a hacerlo.

    Nuevamente, el rostro de ella se iluminó, lo que me llevó a pensar que las mujeres eran sumamente misteriosas.

    —¡Entiendo! ¿Cómo iremos?

    —Sé que no tienes auto y temo decir que el mío está en el taller —¡Estúpidos frenos que casi me mataban el otro día!—. Me lo regresan la semana que viene, así que tendremos que caminar.

    —No hay problema. Salir en la noche en buena compañía es agradable.

    Asentí, concordando con ella.

    —Si gustas, paso por ti a tu casa —me ofrecí.

    —D-de acurdo —accedió con timidez en lo que sus mejillas se tornaban rojas, lo que no era para menos si lo meditaba bien. ¡Parecíamos una pareja planeando su primera cita!—. ¿Quieres tener tú los boletos?

    —No —Sacudí la cabeza no queriendo atarme a una responsabilidad extra—. Guárdalos tú. Soy muy descuidado, seguro los perdería.

    —¡Está bien! Nos vemos esta noche. Pasa a mi oficina antes de que te vayas y te doy mi dirección, ¿sí?

    Se alejó de mí, contenta, en lo que yo me limitaba a seguir con mi tarea de engullir. Esta noche sería muy ocupada, pero mi idea era la de pasar un momento agradable. El resto del día pasó velozmente hasta que llegó la hora de la cita con Mónica. Llegué a su casa puntualmente e incluso tuve que esperarla unos minutos porque todavía no terminaba de arreglarse. No entendía por qué las mujeres se empeñaban tanto en lucir siempre bien, además, era un concierto de rock; entre más informal mejor. Mi espera terminó cuando ella estuvo lista, aunque realmente no percaté nada diferente de como ella solía verse, por lo que consideré la espera una completa pérdida de tiempo; eso sí, no se lo hice saber, pues a veces podía ser muy hiriente con mis palabras y lo último que quería hacer era lastimar a alguien tan gentil como ella.

    Llegamos al estadio donde se llevaría a cabo el concierto y me sorprendió ver la gran cantidad de personas; bueno, el género era muy popular, mas no sabía sí la banda lo era igual. De lo que sí estaba seguro, era de que comenzaba a sentirme incómodo. Ciertamente, el estar rodeado de tanta gente no era lo mío, pero ya me había mentalizado de antemano a que esto ocurriría y estaba dispuesto a pasarla bien, por lo que debía soportarlo. El concierto dio inicio. Las luces, el sonido, la música y los vítores de la muchedumbre probablemente podían escucharse claramente varias manzanas a la redonda, y al contrario de lo que cualquiera pudiera creer, lo disfruté bastante, logré relajarme. Igual que todos a mí alrededor, rompí en gritos dirigidos a la banda, lo que me sirvió como un desahogo gratificante; mucho mejor y menos nocivo que beber. Para cuando el relajo terminó y la banda tocó su canción final, pasaban de la una de la mañana; de esa forma, todos fuimos desalojando el lugar, excitados.

    —Fue más divertido de lo que pensé —le aseguré a mi acompañante, sintiéndome un poco más ligero; ni siquiera tenía sueño.

    —¿Verdad qué sí? —estuvo de acuerdo Mónica, estando más emocionada de lo que jamás la hubiera visto—. Me alegra mucho que pudieras acompañarme y me gustaría que no fuera la última vez que saliéramos juntos.

    —Sí, supongo que podríamos volver a quedar en alguna otra ocasión.

    —¡Jefe! ¡Señorita Galindo! —Escuchamos una potente voz de entre la multitud.

    Mónica comenzó a mirar por todos lados, intentando ubicar a la persona que no había llamado, pero yo no lo traté porque sabía de sobra quién era. En efecto, momentos después, el mal en persona apareció frente a nosotros.

    —¡Hola, Ángel! —lo saludó Mónica, animada—. ¿También viniste al concierto?

    —Sí, yo y unos amigos hicimos los planes desde hace meses —dijo él, sonriente—. Quien me sorprende que esté aquí es el jefe. Creí que no le gustaba nada de esto.

    Lo miré con los ojos entrecerrados. Yo estaba más asombrado que él. ¿Ángel con amigos? ¡No lo hubiese imaginado!

    —Pero me da gusto que decidiera venir, jefe. Y aún más si en esta ocasión está acompañado de alguien de casi su edad.

    Me tensé ante su comentario y mis ojos lanzaron chispas de ira al momento de enfocarlos de lleno en él. Mónica, a mi lado, alternó su mirada de él a mí, confundida.

    —Aunque no creo que por eso vaya a dejar las citas de los sábados, ¿o sí? —siguió hablando Ángel, tranquilo.

    Crispé las manos en puños. ¡Él lo sabía! ¡Siempre lo supo!

    —Bueno, sólo le aconsejo que ya no beba demasiado. Es malo para la salud, ¿sabía?

    Me di media vuelta con rapidez, mientras que a grandes zancadas comencé a alejarme de los dos, hirviendo en rabia.

    —¡Yes, espera! ¡Yes!

    Me gritó mi compañera en tanto corría a mí y me detuve para que me diera alcance.

    —Lo siento, Mónica —me disculpé, procurando contener mi molestia—. Ahora no me siento muy bien. Ya me voy.

    —Pero…

    —Hablamos después.

    La corté groseramente y me dispuse seguir con mi camino cuando la despreciable voz de Ángel se hizo oír de nuevo.

    —Alto ahí, jefe. Es de sentido común que el hombre acompañe a la dama hasta su casa, se sienta bien o no; es de caballeros.

    —Si tantas ganas tienes de que alguien la acompañe, ¿por qué no lo haces tú? —le pregunté con voz ahogada, acercándome a él de manera amenazante, aunque se quedó estático y con esa desquiciante sonrisa tranquila en su rostro.

    —Lo haría si no hubiera quedado de antemano para algo importante —notificó con calma—. Además, es usted quien tiene el deber, jefe. Yo no soy su pareja ni quien vino con ella al concierto. Aunque era sólo una sugerencia, no tiene que ponerse tan a la defensiva…

    Lo silencié al tomarlo por el cuello de la camisera, acercándolo a mi rostro, desafiante, pero él no hizo ningún otro tipo gesto.

    —¿A qué juegas? —inquirí harto de él—. ¿Qué rayos quieres de mí?

    —Chicos, chicos —Mónica se interpuso entre nosotros e hizo que lo soltara—. Por favor, Yes, contrólate y Ángel, está bien. No me importa regresar a casa sola.

    —Como desee, señorita Galindo —Ángel se encogió de hombros.

    Gruñí con completa molestia para después retirarme de allí a gran velocidad. De verdad lo sentía por Mónica al dejarla botada así, pero tan sólo ver a Ángel me ponía de malas; simplemente no lo toleraba. Mañana en el trabajo me disculparía con ella, por ahora lo único que quería era ir a casa a descansar; el agotamiento que no había sentido en toda la velada comenzaba a apoderarse de mi cuerpo. Lo que más me fastidiaba era saber que mis días libres de los crueles comentarios de Ángel se acababan desde este instante. Llegué al departamento e instantáneamente me metí a la cama, ya que por el momento no deseaba saber más del mundo. De aquella manera, me dejé abrazar por Morfeo.

    -o-

    Mi alarma sonó a la hora indicada para ir a trabajar; me levanté con pereza. Menos mal que me encontraba medianamente más tranquilo que el día anterior. ¡Dormir hacía milagros! Me di un rápido baño, me vestí, hice mi almuerzo y llamé a un taxi. Tener el auto en el taller era desesperante, pues ahora debía gastar dinero innecesariamente en el transporte, el que no era como si fuera muy barato. Intentando no rechistar demasiado, subí al auto, di la dirección de la fábrica y nos encaminamos a mi destino en silencio. ¡Menos mal que el taxista de este día era más poco social que yo! Arribamos, pagué la tarifa e ingresé al lugar, intentando pasar de largo a cualquiera para que no me dirigieran la palabra; mi humor seguía de perros como para desear hablar con alguien. Mucho menos con Ángel.

    Oh, era verdad. Tenía que disculparme con Mónica por mi comportamiento anterior. Fruncí la boca, desganado; no tenía oportunidad de hacerlo en este momento, pues apenas había llegado a tiempo, así que lo haría en la hora del almuerzo. De esta manera, comencé a empaquetar hasta que la campana del medio día sonó, por lo que todos dejamos nuestra labor para alimentarnos. En cambio, antes de disponerme a comer, decidí que mejor era primero ir a donde Mónica para disculparme por lo de la noche anterior, o lo de hoy en la madrugada ¡o el día que hubiese sido! La cuestión era pedir perdón.

    Caminé hacia el lado contrario de donde solía disfrutar mi comida, que era por donde estaba la pequeña oficina que le habían asignado a Mónica para que desempeñara su trabajo. A medio camino, me encontré con la persona que menos quería ver; Ángel. Bufé con irritación sin dignarme a esconder mi malhumor. Ya me parecía raro que no me hubiese interceptado en toda la mañana; era demasiado bueno para ser cierto o para que durara para siempre.

    —¿A dónde va, jefe? ¿A ver a Mónica? Ella no vino hoy —me informó con una sonrisa aparentemente amable.

    Lo ignoré olímpicamente, pasándolo de largo. Él era Pedro el pastor y yo no iba a jugar el papel del inocente e ingenuo pueblo que creía en sus engaños; oh no.

    —¿No me diga que no lo sabe? —cuestionó a pesar de mi desdeñoso actuar, alzando un poco la voz para que pudiera escucharlo, pues ya me había alejado de él cierta distancia—. Es verdad, jefe. No vino porque está en el hospital.

    Me detuve en seco al escucharlo. ¿Qué diantres decía? Di media vuelta para mirarlo, notando que él se mantenía de espaldas a mí, con los brazos a los costados. ¿Que Mónica estaba en el hospital? Eso no era posible; tenía que ser un error. ¿Por qué iba a estar en semejante sitio? Había estado de maravilla hacía pocas horas, así que no tenía sentido. Ángel se volvió con lentitud para mirarme y descubrí que su habitual sonrisa desvergonzada no adornaba sus labios; ni esa ni ninguna otra. Se hallaba tan serio y profundo que de pronto me asustó verlo con tal expresión. Una gota de sudor frío bajó mi sien izquierda; era la primera vez que me amedrentaba frente a él.

    —Tal y como oye, jefe; está en el hospital —prosiguió con su informe, con una voz que a mis oídos sonó de ultratumba, por lo que no pude evitar estremecerme—. Aparentemente anoche fue atacada cuando se dirigía a casa.

    Ante la noticia, caminé a paso apresurado el tramo que me faltaba para llegar a la oficina de Mónica, negando la verdad; no podía ser cierto, no podía ser cierto. Al llegar vi que la puerta se encontraba cerrada, igual que siempre, pero en esta ocasión no me detuve a tocarla, sino que la abrí de golpe. Mis oscuros orbes miraron con asombro a un sujeto delgado, escuálido, de prominentes ojeras y que se encontraba sentado detrás del pequeño escritorio donde se suponía debía estar Mónica. Lo reconocí; era Roberto. Ya lo había visto aquí trabajando como remplazo de Mónica cuando ella no podía venir por estar enferma o tenía algo que atender; como ese día.

    —¿Necesita algo? —me preguntó Roberto con una voz que denotó ser más la de un niño que la de un hombre.

    No le respondí; en lugar de eso, volví a cerrar la puerta, sin darle una explicación ni nada de mi abrupta entrada.

    —No me creyó, ¿eh?

    Escuché una vez más la voz de Ángel, a quien encontré recargado en la pared a un lado de la oficina, apoyando su pie derecho en la misma, teniendo los brazos cruzados sobre el pecho; su rostro no mostraba expresión alguna esta vez

    —Bueno, no lo culpo —Se irguió en toda su altura, posando sus verdes ojos en mi persona—. De cualquier manera, estaba a punto de ir a verla, ¿quiere que lo lleve?

    —¿Por qué? —Alcance a articular, todavía intentando procesar lo que estaba pasando.

    —Si mal no recuerdo, su auto está en el taller y no creo que quiera gastar de nuevo en un taxi, así que pesé que lo más conveniente sería que yo lo llevara y…

    —No me refiero a eso —lo interrumpí impaciente—. ¿Por qué irías a verla? ¿Por qué tendría que acompañarte yo? —Y es que no entendía la actitud de él.

    Ángel cerró los ojos por un momento, pellizcándose el puente de la nariz, como meditando en lo que diría a continuación; después de lanzar un suspiro, volvió a abrirlos y contestó:

    —Porque si alguno de los dos se hubiera dignado a acompañarla, tal vez no hubiera terminado como lo hizo; pero como no lo hicimos, creo que lo mínimo que podemos hacer por ella es ir a visitarla, ¿no le parece?

    Sin más, comenzó a caminar, alejándose. Yo no cabía en mí de confusión. ¿Qué se suponía que intentaba hacer? Estaba claro que no me culpaba completamente de lo sucedido, ¿pero por qué esa preocupación por otros tan de repente? ¿Se sentía culpable? Se suponía que ese sujeto no tenía corazón, ¿o sí? Embargado de preguntas que quizás jamás fuera capaz de responder, seguí a Ángel en silencio, dirigiéndonos al estacionamiento en busca de su auto. Al tener el vehículo frente a nosotros, él lo abrió por medio del control remoto que colgaba de su llavero, así que pudimos entrar, sentándome yo en el asiento del copiloto. Hicimos una parte del recorrido en silencio hasta que no pude soportarlo más y lo rompí.

    —¿Cómo pudo suceder esto y exactamente por qué?

    Tal vez no debí preguntar, pero mis dudas iban a ahogarme si no las sacaba de mi mente; pues verdaderamente estaba indignado.

    —Me temo que no se saben lo detalles —respondió Ángel, sorprendiéndome, ya que no creí que lo hiciera—. Pudo haber sido por mera diversión de alguna pandilla, aunque en el área en donde la atacaron no son comunes este tipo de situaciones. Los vecinos tampoco escucharon nada que diera indicios de resistencia o pelea, lo que nos dice que el atentado fue planeado de antemano y con mucha precaución, pero fuera de eso, no se ha sabido más.

    —¿Qué clase de policía incompetente tenemos? ¿No saben hacer bien su trabajo o qué? —volvía a inquirir, frustrado, importándome poco el hecho de que quizás los oficiales necesitaban tiempo para investigar bien los hechos.

    —No estoy orgulloso de decir esto —dijo él frunciendo el ceño, disgustado—, pero la corrupción aquí se ha extendido tanto que ha alcanzado a las mismas autoridades, así que no se sorprenda si el caso se cierra sin ser resuelto. En gran parte de los casos la mente maestra sólo debe pagar una suma de dinero para comprar el silencio.

    —¡Genial! —exclamé sarcástico—. Y yo que pensé que la policía local seguiría el buen ejemplo de las ciudades vecinas.

    —Me temo que aunque esa fuera la intención, si quien está al mando mantiene una actitud corrupta no se puede hacer mucho; siempre es así, sea donde sea y se trate del sistema que se trate. Y temo decir que el que tiene el mando en la policía está más que corrompido.

    —¿Cómo lo sabes? —No fue una interrogante de curiosidad, sino más bien de incredulidad.

    Ángel desvió su atención unos instantes de la calle para colocarla en mí. No supe descifrar la mirada que me lanzó, pero me di cuenta de que mi pregunta había sido por demás estúpida. ¡Hablaba con Ángel, por Dios! Él se enteraba de lo que fuera. Guardé silencio una vez más, por lo que ya ninguno medió otra palabra hasta que arribamos al hospital. Al ver la instalación pública, se me revolvió el estómago; no me gustaban esa clase de lugares y no estaba completamente seguro de querer ver a Mónica en cualquiera que fuera su estado actual.

    Aun así, armándome de valor para no quedar como un cobarde frente al otro, salí del auto y ambos nos encaminamos a la entrada principal. Al ingresar, lo primero que nuestros ojos captaron fue la amplia recepción; luego vimos que toda clase de personas —incluidos pacientes, personal, personas comunes que bien podía estar de visita— caminaban de aquí para allá o conversando; eso sí, haciendo todo quedamente. Los dos avanzamos al recepcionista.

    —¿Puedo ayudarlos? —nos preguntó el hombre de mediana edad, amable.

    —Sí, la habitación de Mónica Galindo, por favor —pidió Ángel con voz serena, lo que agradecí, pues mis cuerdas vocales no podían emitir sonido alguno.

    —Sí, tercer piso. Número trescientos cuarenta y uno.

    —Gracias.

    Nos dirigimos al elevador y al entrar en el reducido espacio descubrí que en serio comenzaba a inquietarme. Ángel pulsó el botón del nivel indicado y aunque no estábamos solos en pequeño cubículo de hierro, no pude dejar de mantenerme alerta a causa de mi compañero, en caso de que decidiera cometer alguna de sus artimañas. Casi al instante, llegamos al piso correcto, por lo que salimos del ascensor y nos dispusimos a buscar el número que se nos había proporcionado. Al encontrarlo, nos colocamos frente a la puerta que se mantenía cerrada. Hallándome en el momento de la verdad, estuve seguro; no quería ver a Mónica, pero no podía retractarme ya.

    —Bueno —dijo Ángel como un suspiro—, es la hora.

    Y en el momento en el que tomó el picaporte con su mano derecha, su característica sonrisa cínica y despreocupada volvió a su rostro. Penetramos en la estancia.


    Ah, las cosas comienzan a ponerse buenas, eso sí se los aseguro. Me despido por ahora deseándoles lo mejor.
    Hasta otra.
     
    Última edición: 23 Enero 2016
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    Borealis Spiral

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    Desastroso reencuentro
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    Nada que decir, salvo agradecer a todos los que me leen, me dejan sus "me gusta" y me dan su opinión con respecto a la historia. A ustedes el capítulo.

    ¡Disfruten!

    VII
    Yes

    Caminaba de un lado a otro de la habitación, desesperado, pues quería irme, pero no sabía qué excusa poner para hacerlo; además, Ángel no ayudaba mucho a calmar mis nervios. De hecho, en el momento en que atravesamos el umbral de la puerta, se había concentrado en interrogar a Mónica, lo que me molestaba bastante. Se suponía que veníamos a visitarla para desearle lo mejor y apoyarla en su mal momento, no para agobiarla con preguntas que seguramente no deseaba contestar, pero como era tan amable aun así lo hacía a pesar de que seguramente le traína terribles recuerdos. Ángel habló otra vez:

    —Resumiendo. No tiene idea de quién la atacó porque le llegaron por la espalda y la durmieron, lo más seguro utilizando un pañuelo humedecido con somnífero o algún otro tipo de narcótico. Después, cuando despertó estaba en una bodega que no conocía y la mantenían atada en una silla. Quienes la golpearon usaban pasamontañas, por lo que no pudo ver sus rostros, además de la poca iluminación que había. Por último, a pesar de que no estaba amordazada, se dio cuenta de que el sitio estaba muy alejado de cualquier clase de civilización, pues por más que gritó, nadie fue en su ayuda, ¿correcto?

    Miré a Mónica detallando nuevamente la gran cantidad de heridas y golpes en su rostro. Uno de sus ojos estaba tan hinchado que no se lograba ver con claridad, también, una profunda rajadura partía de la comisura izquierda de su boca hasta casi media mejilla; no entendía cómo había podido contestarle a Ángel. Además, los diversos moretones le daba un aspecto grotesco y su cabello despeinado no ayudaba a que se viera mejor; los brazos descubiertos mostraban varias cortaduras y magulladuras; sin contar con el par de dedos en ambas manos que se mantenían envueltos en vendas, ahora manchadas de sangre, debido a que ya no poseían uñas.

    Mónica asintió ante el resumen que hizo Ángel basado en todo lo que le había contado. Él se inclinó hacia adelante en la silla en la que estaba sentado, colocó los codos sobre sus muslos y entrelazó los dedos de las manos para apoyar su barbilla en estos; pensaba, de eso estaba seguro. ¿En qué? No tenía idea, aunque la verdad poco me importaba. Lo único que quería era no seguir hostigándola a ella e irme de este agobiante lugar.

    —Dígame, señorita Galindo —volvió a tomar la palabra Ángel después de unos minutos de análisis—. ¿Sería posible que tuviera viejas rencillas con alguien? ¿Que alguna persona la odiara lo suficiente como para hacerle algo así?

    —¿De qué estás hablando? —cuestioné por demás exasperado. Hasta ahora no me había metido en la conversación, pero estas preguntas me sacaron por demás de mis casillas—. ¿Cómo se te ocurre pensar eso? Mónica no es del tipo que alguien pueda odiar así como así y tampoco creo que sea del tipo que tenga viejas rencillas. Es una buena persona.

    Volvimos a quedar en silencio. A Mónica se le iluminaron los ojos; quizás estando muy feliz de que alguien confiara de esa manera en ella como yo lo hacía. En cambio, Ángel se tornó meditativo de nuevo.

    —Sí, supongo que tiene razón —accedió al final.

    En eso, mi teléfono comenzó a sonar, acabando con la quietud del momento. Lo saqué de la bolsa delantera del pantalón y al observar la pantalla, vi que se trataba de un número desconocido, como la de aquella noche. Noté que los otros dos me miraban, expectantes; carraspeé aclarándome la garganta.

    —Ahora vuelvo —les comuniqué saliendo de la habitación y una vez en el pasillo, contesté.

    —Hola, Yesever —Escuché una voz femenina; creía que era la misma de la otra vez—. ¿Has tenido tiempo suficiente para intentar recordarme? Han pasado tres semanas desde que te llamé.

    Sí, era aquella mujer misteriosa, pero la verdad no había pensado para nada en ella.

    —Ah, tu silencio me dice que sigues sin reconocerme —Sonó tan desilusionada que supe claramente que sobreactuaba—. Bueno, no importa; pronto lo sabrás. Pasando a otro tema, ¿te ha gustado el regalo que le mandé a la tal Mónica?

    —¿A qué te refieres? —pregunté intentando sonar tranquilo, aunque mantuve el cuerpo tenso y el ceño fruncido.

    —Vamos, no eres tonto. Seguramente ya te has enterado del ataque que sufrió, ¿no?

    —¿Tienes que ver con eso? —No pude evitar alzar la voz, airado de semejante descubrimiento

    —¿Estás molesto? Cielos, ya no sé si querré decirte la verdad.

    Con esto me contestó que sí; que había tenido algo que ver con lo de Mónica. Me irritó su tono falso de inocencia.

    —¿Por qué la atacaste? —le reproché casi fuera de mí—. ¿Qué te hizo ella?

    —Ella, nada. Tú, sí.

    La dulzura desapareció por completo, así que noté claramente cómo sus palabras eran pronunciadas con un rencor tal, que logró sorprenderme.

    —¿Yo?

    Intenté buscar en mis recuerdos, pero no encontré nada que se relacionara con nada de lo que me decía. Apreté el móvil con tanta fuerza que los nudillos se me hicieron blancos e incluso sentí que podía romper el aparato. Volví a hablar, entre dientes, sintiéndome impotente y por lo mismo, iracundo.

    —De cualquiera manera, si la bronca es conmigo, ¿por qué te desquitas con ella? ¡No seas cobarde y encarame! ¡No te metas con gente inocente! No seas...

    —Ya veo —Una sonora carcajada de su parte me interrumpió—. En verdad te ha importado, ¿no es así? Excelente. Lo siento, Yesever, tengo que irme ahora, pero no te preocupes Dentro de poco volveremos a intercambiar palabras y descuida, dejaré que presencies en primera fila lo que le ocurrirá a la próxima víctima; sólo necesito que des el siguiente paso para que me confirmes las sospechas que tengo. Chao.

    Me cortó al tiempo que mi cuerpo se estremecía sin reparos. ¿Confirmar sus sospechas? ¿El siguiente paso? ¿La próxima víctima? No entendía nada de lo que ocurría. ¿Que si me había importado lo que pasó con Mónica? Ella era una buena persona y no merecía un ataque como el que sufrió así que sí, me preocupó; aunque era cierto que si me hubiera tratado de mi antiguo yo, no habría puesto ningún cuidado a los que me rodeaban. ¿Entonces implicaba a quienes apreciaba? No llegaba a amar a nadie de tal manera que pudieran chanta…

    ¡Celeste!

    —Jefe.

    El llamado de Ángel me sacó de mis profundas cavilaciones y no pude evitar saltar del susto, soltando el celular que aún no había devuelto a su sitio, provocando que la tapa junto con la pila se salieran de él cuando se estampó en el suelo. Miré al joven de ojos verdes, quien seguía con su sonrisa de siempre; algo me dijo que no volvería a ver la seriedad que había mostrado en la última hora.

    —¿Qué pasa, jefe? ¿Por qué esa actitud? ¿En qué pensaba? —Rio divertido—. Así tendrá la conciencia si con un simple llamado se sobresalta de esa manera.

    No le hice caso, sino que me incliné para tomar mi móvil y sus partes; ni siquiera tenía la intención de decirle algo desagradable para callarlo. Lo de la llamada de escasos segundos atrás seguía atormentándome de alguna manera; más de miles de nuevas cuestiones acudieron a mi mente.

    —De cualquier manera, jefe, es hora de irnos. Hace unos minutos que el descanso terminó y si no nos apresuramos podríamos meternos en problemas.

    Ángel comenzó a caminar por el pasillo a paso calmado.

    —Por cierto, puede contarme lo de la llamada si quiere. Es obvio que tiene qué ver con lo que está pasando.

    —¿Cómo lo...?

    Lo miré claramente sorprendido. ¿Cómo había sabido eso? Él se detuvo y se volvió apenas lo suficiente para verme de soslayo y comentó con simpleza.

    —Con los gritos que pegó era imposible no enterarse, jefe.

    Y continuó caminando, mientras lo seguía por demás fuera de mí. Realmente no tenía idea de qué hacer ahora, así que mi actuar durante todo el día se limitó a seguir con la rutina de manera natural. Eso sí, cuando el sábado siguiente llegó, no me acerqué a donde Celeste, por lo que no fui al parque.

    Celeste

    Eran mediados de la semana y salí de la biblioteca de la universidad, apresurada; me había quedado más del debido tiempo, absorta en la realización de mis tareas, por lo que ahora era algo tarde. Me dirigí a mi residencia caminando a paso apresurado, ya que los paseos en el auto de los hermanos Torres habían terminado precisamente la semana pasada. Al parecer, la familia de ellos estaba en grandes problemas económicos, pues la empresa donde su padre trabajaba había quebrado, provocando que muchos de los trabajadores se quedaron sin empleo, entre ellos el señor Torres. De allí que comenzaran a sumirse en grandes deudas, entre ellas la de la hipoteca de la casa y el coste de los estudios de Justo y Gabriel, que eran los adeudos de mayor peso; sin contar que tenían otro par de hermanos menores por los que también debían responder.

    Hasta ahora, ninguno de los dos hermanos había tenido la necesidad de trabajar, pero ante su situación actual debían hacerlo y me sentía triste por ellos. Habían tenido que vender el auto para intentar ganar un poco de dinero, pero evidentemente no era suficiente, así que Justo planeaba seriamente dejar completamente los estudios con tal de encontrar un trabajo de tiempo completo y si era posible, algún otro de medio tiempo con tal de ayudar a sus padres, a hermanos pequeños y sobre todo, apoyar a Gabriel para que él continuara en la universidad hasta que terminara su carrera sin distracción alguna.

    Esa era otra de las cosas que había descubierto acerca de ese par; que quien mostraba mayor interés en el aprendizaje era Gabriel, siendo su gran sueño el de convertirse en un profesional y triunfar en la vida. En cambios, de Justo descubrí que, por extraño que pareciera, resultaba ser el más dependiente con respecto a su hermano, siendo el amor fraternal que le profesaba tan grande, que lo obligaba a hacer lo que fuera con tal de verlo feliz y de que cumpliera su sueño.

    Yo realmente deseaba hacer algo por ellos, sin embargo no podía; por el momento no trabajaba, ya que la beca cubría todo lo relacionado con la escuela, incluida la renta del departamento; para los demás gastos utilizaba los ahorros que había estado guardando desde que era pequeña, reservados especialmente para esta etapa de mi vida. Además, casi mi tiempo completo lo dedicaba a los estudios, proyectos y tareas. Por eso me sentía realmente mal al ver sufrir a mis dos amigos, así que me limitaba a entender lo duro que era enfrentarse a ese tipo de circunstancias; después de todo, mi familia había pasado por un aprieto económico parecida. Desafortunadamente, tampoco hallaba las palabras para darles algo de animarlos; las palabras simplemente no eran lo mío y era muy torpe a la hora de consolar a los demás.

    Suspiré ante lo poco útil que podía llegar a ser, apesadumbrada; las cosas iban cada vez más raras. Por ejemplo, los pasados tres sábados, Yes no había ido al parque, lo que me causó intriga porque ya hasta había pensado que era una costumbre suya la de pasear por el lugar. Incluso llegué a creer que también se había visto en la obligación de trabajar más horas, lo que llevó a concluir que quizás alguna crisis económica de mayor nivel iba a presentarse en el país. No obstante, deseché esa loca idea al observar que todo marchaba bien a mí alrededor, pues por mucho que el gobierno intentara ocultar algo de esa magnitud, al final el asunto se habría sabido gracias a otros medios. Pero como no era el caso, entonces no podía ser posible.

    Detuve mi andar en seco cuando una extraña sensación me invadió, por lo que me giré rápidamente, encontrando nada fuera de lo común, salvo el hecho de que esta calle era muy concurrida y ahora estaba inusualmente tranquila. Tragué saliva, de pronto muy nerviosa, e intentando no inquietarme de más, continué caminando; esa era otra de las extrañezas que empezaban a rodearme. Bien podían llamarme paranoica, pero desde hacia unos días para acá me daba la impresión de que alguien me seguía cada vez que caminaba por la calle. Por eso siempre procuraba deambular por las vías más bulliciosas, aunque en esta ocasión parecía ser que la gente tenía actividades más importantes qué hacer, pues me vi alarmantemente sola.

    Teniendo un muy mal presentimiento, aceleré al paso que de por sí ya era apremiante; debía encontrar otro sitio que estuviera lleno de un número mayor de personas, porque este sentir de que en algún instante quedaría a merced de un predador seguía estando presente, ahora mucho más intenso que antes y me asustaba. Inconscientemente llevé mi mano al bolso que colgaba de mi hombro derecho, en el que se encontraba el gas pimienta; desde que Yes me lo había regalado, no lo dejaba de llevar conmigo a dondequiera que fuera. Di vuelta en una esquina, apoyándome contra la pared. El corazón me latía a mil por hora, no sólo por lo apresurado de la carrera, sino también por el sobresalto que estaba soportando. No sabía si el asunto era para tanto o no, pero tampoco podía tomar las cosas a la ligera.

    Aún pegada a la pared, fui asomando mi rostro poco a poco para conseguir tener una mejor visión del trayecto por le que anduve, en caso de que me encontrara con algún sospechoso; mas mi sorpresa fue mucha al descubrir el pasaje tan solo como había estado desde que me aventuré en él. Dejé de apoyar mi cuerpo en el muro, ahora observando a ambos lados, sin notar cambio alguno ni actividad turbia. De pronto, no supe cómo porque no lo sentí en ningún momento, escuché justo en mi oído una grave y profunda voz masculina, susurrante.

    —¿Buscas a alguien?

    El brinco que pegué ante el susto fue digno de ver, al tiempo que sentía que la palidez se apoderaba de mi rostro. Velozmente giré sobre mi eje, sacando el gas pimienta con la intención de rociárselo a la persona en pleno rostro y escapar, pero mi mano fue detenida a mitad del recorrido cuando otra mano, una más grande y fuerte, la envolvió impidiendo que realizara mi cometido. Mis orbes cafés chocaron con el par de esmeraldas del joven que sostenía mi mano y que me sonreía con amplitud. Comencé a sudar frío, sumamente exaltada y con un temor atroz, como el que nunca antes había experimentado en mi vida. El joven me mostró el dedo índice y comenzó a moverlo de un lado a otro en señal de negación.

    —Ah, ah, ah. No queremos armar un alboroto, ¿verdad? —dijo en tono suave.

    Lo miré totalmente desconfiada, ocasionando que él sonriera más, al tiempo que alzaba su mano libre a la altura del pecho.

    —Juro por lo más sagrado que tengo, que no te haré daño —prometió con solemnidad y para demostrarlo, me liberó de su agarre, alejándose un par de pasos de mí. Luego, se presentó—: ¿Qué tal? Me llamo Ángel Rangel y soy amigo íntimo de Yes.

    No supe si escuchar eso me tranquilizó o me preocupó todavía más, así que lo único que atiné a hacer fue guardar las distancias, mantenerme alerta y no soltar el gas pimienta en caso de que llegara a necesitarlo.

    —¿Así que esta es la famosa Celeste? —se preguntó a sí mismo en voz alta, tomándose la barbilla, analizándome con detenimiento de arriba a abajo. Sin comprender por qué, su mirar me turbó mucho.

    —¿C-cómo es que sabes mi nombre? ¿D-de dónde me conoces? —tartamudeé retrocediendo un par de pasos más, desconcertada.

    —Yes ha hablado mucho de ti —contestó él con simpleza, encogiéndose de hombros.

    —¿Yes habla de mí? —No podía estar más confundida de oír aquello—. ¿Por qué lo haría?

    —Bueno, quizás hablar no sea el término más apropiado para usar en este caso, pero es algo así —Pareció pensarlo un poco antes de volver a concentrarse en mí, risueño—. El asunto es que ya eres bastante popular y siendo honesto, tenía ganas de conocerte en persona. Tuve que tomar la iniciativa para verte porque Yes no quería presentarme contigo.

    —Ya veo —Aparentemente era verdad que él y Yes eran buenos amigos—. ¿Entonces tú eras el que me seguía?

    Él observó un punto al vacío durante unos instantes, con una expresión increíblemente seria; estoy segura de que ni yo podría mostrar un mohín así de impávido. Enseguida, enfocó sus centrados ojos en mí, logrando que un repentino escalofrío recorriera mi columna y que mi faz retomara el color que había perdido unos instantes con uno rojizo intenso.

    —Tal vez —dijo, sonriendo divertido.

    ¿Tal vez? Fruncí el ceño absolutamente nada contenta con su réplica. ¿Qué significaba eso?

    —De cualquier modo —siguió hablando él—. Me gustaría que me acompañaras, por favor.

    —¿Acompañarte? —Su imprevista invitación me sorprendió—. ¿A dónde?

    —A comer.

    —¿Qué? —Abrí los ojos por demás estupefacta. ¿Acaso estaba pidiéndome una cita siendo que apenas acabábamos de conocernos? Ante la idea, mi pulso se aceleró—. ¿Estás loco? Olvídalo.

    —¿Por qué no? —La incógnita inundó sus facciones—. Ya prometí no hacerte daño. ¿No confías en un buen amigo de Yes?

    —Ese es el problema —me excusé—. Si eres su amigo, debes ser igual que él, o sea que también eres un acosador, ¿cierto?

    —¿Acosador? —repitió él, alzando las cejas—. ¿Yes es un acosador?

    Y después de unos segundos de silencio, comenzó a carcajearse como loco.

    —Un acosador… ¡Qué descripción tan perfecta le han dado, jefe!

    Tanto este comentario como muchos otros del mismo estilo, alcancé a escuchar entre sus alegres risotadas. Cuando comenzó a quejarse de dolor de estómago y se le hubo terminado el aire, dejó de reír, mirándome con unas cuantas lágrimas en el borde de sus lindos ojos verdes.

    —Eso ha sido muy divertido, pero te lo suplico, Celeste, accede a acompañarme a comer. Te llevaré a una fonda muy conocida, por lo que habrá gente; no te preocupes. Y si sigues desconfiando de mí, te prestaré mi cinturón para que me ates las manos, ¿qué tal? Así evitarás que haga algún movimiento en falso.

    Era definitivo, este tipo era un completo demente y yo no quería estar con un demente; era eso, o se burlaba de mí.

    —¿Qué? ¿No sonó convincente? Hm, ¿qué puedo decir ahora para que acepte mi invitación? —Volvió a preguntarse a sí mismo en voz alta y yo tan sólo suspiré.

    —Es que no tengo hambre.

    El sonoro gruñir de mi estómago desmintió mis palabras, por lo que me vi derrotada frente a él y su sonrisilla escéptica.


    Por ahora es todo. Ojalá les haya gustado. Me despido y se cuidan.
    Hasta otra.
     
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    Hola! y......... lo siento, lo siento, lo siento, de veras lo siento. No me di cuenta hasta ahora.
    Opinaré por los dos capis".
    *-* Oh, por Axel Rose! estuvieron realmente geniales estos dos últimos capitulos, y sí, cada vez se pone mejor esta historia.
    No vi faltas ortográficas, solo tres dedazos:
    *1) "no sabía asi la banda" -creo, hace falta un 'si'-.
    *2) "Así que pesé que lo mas..."-pensé-.
    *3) "Me llamo Ángel Ragel y son amigo íntimo..."-soy-. Ah! y "conocí" que le faltó una "a"
    Listo! por ese lado ahi quedamos.
    Ahora, retomando el tema de la historia tengo una hipótesis. En el primer capitulo menciona a una chica quinceañera, ella jura encontrar a alguien, un chico, y vengarse...
    Ahora una lunatica hace de las suyas, Yes conoció a Celestes cuando esta solo tenía ocho años, no son la misma. -corte-
    Espero leerte pronto, te prometo estaré más atenta, cuídate, chao!
     
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    Borealis Spiral

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    Gracias a todos los que siguen leyendo, dejan sus "me gusta" y me comentan. A ustedes el siguiente capítulo.

    ¡Disfruten!

    VIII
    Celeste

    Me encontraba sentada frente a un gran plato de comida del que según yo, ya había comido bastante, pero parecía igual de lleno. Al final había aceptado ir con Ángel al lugar que él había propuesto para comer y era cierto, se trataba de un establecimiento bastante visitado por la gente, pues a pesar de que la hora de la comida había pasado hacía un rato, parecía como si fuera el tiempo exacto dado que había pocas mesas sin ocupar. Era una fonda en la que podía percibirse un ambiente familiar y agradable desde el momento en el que se ingresaba a ella. Además de eso, las meseras siendo todas ellas mujeres, eran muy amigables con los comensales. Estaba segura de que este se volvería uno de mis lugares favoritos para visitar.

    Una mujer madura, baja y robusta, aunque muy simpática nos atendió; se llamaba Claudia. También parecía ser que Ángel era cliente regular de allí, pues no sólo Claudia lo conocía, sino que todas los demás saludaban, incluidos algunos clientes. Lo único que por un momento me desencajó fue el hecho de que Claudia preguntara si yo era la novia de mi acompañante, pues de pronto un visible sonrojo, un sentimiento de completa vergüenza y la mudez se habían apoderado de mí, algo muy raro porque yo no solía ser así. La mayoría de las veces actuaba muy ajena a cualquier malentendido, corrigiéndolo al instante.

    En esta ocasión fue Ángel quien tuvo que aclarar todo al decir que éramos simples amigos, aunque eso estaba igual de lejos de la realidad que la otra suposición. Después de eso, me sentí engañada por él cuando me confesó que ya había comido y tan sólo pediría un agua mineral; en cambio, yo sí pedí una sólida alimentación. Era definitivo, este sujeto era más extraño que Yes, lo que me hizo preguntarme con curiosidad si todos los amigos de ellos serían así de inusuales. No obstante, ahora no podía concentrarme en degustar con tranquilidad de lo que quedaba en el plato porque desde minutos antes, Ángel me había estado mirando tan penetrantemente que me incomodaba, poniéndome mucho muy nerviosa. ¡Ni siquiera se esforzaba por disimular su descarada mirada!

    —¿P-por qué me miras tanto? ¿Tengo algo en la cara? —le pregunté estando a punto de colapsar.

    —¿Te molesté? Lo siento, no era mi intención —se disculpó sin apartar su vista de mí en ningún momento y técnicamente sin parpadear—. Sólo quería saber qué vio Yes en ti para que ocupes sus pensamientos las veinticuatro horas del día.

    El comentario me desubicó bastante. ¿Que yo ocupaba los pensamientos de Yes? Fruncí el ceño, aunque no estuve segura de por qué, pues estaba confundida y al mismo tiempo algo indignada. Eso significaba que sí era un acosador, ¿verdad?

    —Quiero decir —siguió Ángel—, es claro que no eres bonita.

    Una punzada despiadada atravesó mi pecho. De acuerdo, no era la primera vez que me decían algo así; en realidad, ni en secundaria ni en preparatoria había recibido muchas palabras halagadoras por parte de otros que no fuera mi familia, y estaba bien, tenía cosas más importantes que atender que prestar atención a lo que otros pensaran de mi atractivo; pero en este instante, el escuchar aquella verdad de los labios de él con tanta naturalidad, hizo que algo en mi interior doliera, que se sintiera sumamente herido. ¿Mi orgullo? Sí, debía ser eso.

    —Y tampoco tienes mucho qué presumir —volvió a comentar, igual de franco—. Eres más como un esqueleto andante.

    Otro flechazo de dolor. Apreté el mantel con mi mano izquierda, la que era la única libre porque con la derecha sostenía el tenedor, el que igualmente aferré con fuerza. Ahora la ira también comenzaba a apoderarse de mí. ¿Pues quién rayos era este tipo que sacaba a flote mis más controladas emociones y arrojaba al olvido mi serenidad?

    —Eso sí, el lunar que tienes bajo tu oreja te da un toque singular. Parece una chispa de chocolate; me dan ganas de comérmelo.

    Ahora sentí mi rostro arder con furia por el bochorno. Me levanté con un movimiento brusco, logrando que la silla se volcara y supe con claridad que todos nos miraron, extrañados. Yo mantuve la vista baja, sobre el plato de comida y aunque no pude ver su expresión, estaba segura de que Ángel se hallaba confundido.

    —Voy al tocador —anuncié, dirigiéndome al baño a paso veloz.

    Afortunadamente el lavabo estaba vacío. Cuando entré, me apoyé en la puerta e intenté regularizar mi precipitada respiración. ¿Cómo se le ocurría hacer ese tipo de comentarios? ¿Quería hacerme perder los cables o qué? Si era así, estaba por conseguirlo. Inhalé y exhalé repetidas veces; necesitaba tranquilizarme. Si regresaba a donde él, debía hacerlo con ningún rastro de la reacción que sus palabras causaron en mí, de lo contrario, sería todavía más vergonzoso.

    Cuando sentí que el sosiego decidía volver y que todo estaba bien, salí del baño encaminándome a la mesa donde Ángel aguardaba; él hacía algo en su celular, pero en cuanto me vio lo guardó y me sonrió. Yo me senté en mi lugar, pues la silla ya estaba donde debía, y después de unos segundos de silencio lo rompí al decir:

    —Estoy satisfecha. No comeré más.

    Consideré que entre más pronto termináramos con esto, mejor. Él sólo asintió, así que cuando Claudia pasó por allí, se lo hizo saber para que retirara el plato y nos diera la cuenta.

    —¿Desean algún postre? —nos preguntó la mujer, afable.

    —No, gracias —me apresuré a negar.

    —¿Segura? —Fue Ángel quien interrogó esta vez.

    —De verdad, ya no me cabe nada —objeté.

    —Entonces elige algo para después —animó Ángel—. Claudia puede prepararlo para que nos lo llevemos, ¿cierto?

    La mesera asintió con una sonrisa, en lo que yo me lo pensaba bastante. No sería mala idea tener algo dulce para cuando la noche entrara de lleno o incluso para mañana.

    —Anda, sin vergüenza. La invitación era completa, con todo y postre —volvió a decir él, por lo que derrotada, suspiré y acepté.

    —Está bien.

    En lo que nos entregaban el flan que ordené, ninguno de los dos soltó palabra alguna, lo que me hizo sentirme más perturbada de lo que ya estaba. Cuando todo estuvo listo, salimos de la fonda y me alegró poder respirar aire fresco, pues así pude despejar mi mente un poco; lo que no me gustó tanto fue notar que el crepúsculo había invadido el horizonte. ¿Así de tarde era? Me asustaba regresar a casa a estas horas, cuando la oscuridad amenazaba.

    —Te acompaño a casa.

    El ofrecimiento de Ángel me sacó de mis pensamientos. Lo miré extrañada, así que él se explicó:

    —Es culpa mía por entretenerte tanto y no quiero que deambules sola por las calles; quién sabe qué podría pasarte. Además, como el caballero que soy, es mi deber.

    No estaba segura de la propuesta, aunque tampoco quería ir a mi departamento sin compañía; otra cosa que tomaba en cuenta era la sensación de ser acechada constantemente. Quizás sí había sido Ángel el que me seguía, ¿pero y si no? No iba a exponerme a un peligro innecesario… Mas tampoco podía asegurar que estar con él fuera lo mejor y no conllevara ningún riesgo.

    —¿Siempre sí quieres el cinturón? —indagó volviendo a sacarme de mis pensamientos.

    Negué con la cabeza y comencé a caminar. No le daría una respuesta concreta, mejor dejaría que él podía tomara mi silencio como le pareciera; cuando sentí que avanzaba a mi lado, supe que lo había tomado como un sí. De esta manera, nos dirigimos a casa. El recorrido fue silente, pero esta vez no encontré la situación tan desagradable como la del pequeño restaurante, lo que me pareció perfecto. Dado que el edificio donde vivía estaba algo retirado de donde nos hallábamos, tardamos cerca de una hora en llegar, por lo que la noche había caído por completo.

    —Oh, así que aquí vive. Me trae recuerdos.

    Escuché exclamar a Ángel, quien iba unos pasos detrás de mí, en tanto buscábamos el número de mi residencia. Algo me decía que eso de hablarse a sí mismo en voz alta era una costumbre suya muy habitual.

    —Aquí es —anuncié por inercia cuando llegamos al diecisiete.

    —En ese caso, será mejor que entres y que pases una linda velada —Dijo él deteniéndose a unos pasos de la puerta.

    —¿Eh? ¿No quieres pasar?

    Cuando noté que me miraba con intriga alzando una ceja, me di cuenta de mis palabras. Nuevamente, mi faz se encendió y la temperatura subió. ¿Por qué pregunté eso? ¡Qué tonta! Él pareció notar mi turbación y trató de tranquilizarme, aunque noté una tono de diversión en su voz.

    —No quiero causarte problemas. Los chismes pueden comenzar si se enteran que un chico entró en los aposentos de una joven soltera, ¿no crees? Hay vecinos muy comunicativos.

    —Sí, supongo que tienes razón —Asentí, aún avergonzada y azorada—. Entonces adiós.

    Y sin esperar que me dijera algo más, me dispuse a abrir la puerta teniendo la llave en mi poder, pero me sorprendí al ver que ésta se mantenía sin seguro.

    —Qué raro —murmuré, extrañada.

    —¿Pasa algo malo?

    A pesar de que había hablado en voz baja, él me escuchó, por lo que acortó la distancia que nos separaba.

    —No, no es nada. Creí que había asegurado la puerta, pero parece que no. Suelo olvidarlo.

    Procuré no darle mucha importancia, pero cuando me volví a verlo, aprecié bajo la luz artificial de la bombilla del pasillo, que su expresión risueña había sido sustituida por una de severidad junto con un ceño fruncido. Cuando descubrió que lo miraba, volvió a sonreír.

    —Creo que ahora sí quiero entrar.

    Y lo hizo; entró al lugar antes que yo. Halló el interruptor, encendiendo la luz para descubrir que todo estaba tal y como yo lo había dejado esa mañana. Ángel comenzó a pasearse con libertad, de un lado a otro de la estancia, observando cada rincón de manera detallada, como si buscara algo. Cuando llegó a los gabinetes de la cocina, abriéndolos para rebuscar entre los condimentos y demás especias, sospeché que algo no andaba bien.

    —Oye, oye, ¿qué se supone que haces? —le pregunté empezando a irritarme. ¿Quién se creía que era para tomarse esas confianzas?—. Estás actuando muy raro y sin motivo aparente. Pareces un policía.

    Él se quedó quieto al oírme al tiempo que bajaba los hombros y la cabeza, apenas de manera perceptible, pero logré captar su ligero abatimiento. Abrí los ojos, atónita e inquirí:

    —¿Sí lo eres?

    —No lo soy —contestó, volviéndose a mí, regalándome una sonrisa triste—. Mi sueño siempre fue ser uno, pero por ciertas cuestiones de la vida al final nunca lo conseguí. Supongo que me quedó la manía de hacer una inspección general de las casas; era una de las pruebas que había que realizar en el examen de admisión. Lo siento.

    —Oh, no pasa nada —lo clamé, serena.

    —Fue un acto reflejo al saber lo de la puerta sin seguro, pero no creo que sea nada. Yo estuve viviendo unos años en un apartamento económico como este y siempre me pasaban esa clase de cosas —explicó mientras se dirigía a la salida, y ya estando en el umbral de la puerta, indagó—: De cualquier manera, ¿tienes algunos conocidos por aquí cerca?

    —Sí, mis vecinos de al lado son muy agradables. Nos hemos hecho buenos amigos y…

    —¡Perfecto! —me interrumpió, animado—. Ahora, por favor acepta este regalo de parte mía y de Yes.

    Con rapidez increíble que no me dio tiempo de reaccionar de ninguna manera, tomó mi muñeca para atar algo en ella.

    —¿Qué es esto? —interrogué, sorprendida.

    —Una pulsera —sonrió él, inocente.

    Observé la dichosa pulsera con detalle; era de un color gris pálido muy feo, era más ancha de lo que debería ser y estaba segura de que había sido fabricada con un material metálico resistente.

    —Parece un grillete —comenté, enarcando una ceja, incrédula.

    —Acepto que no es muy ostentosa —concedió Ángel, simple—, pero la intención es lo que cuenta, ¿no es cierto? Yes y yo estaremos muy felices de que la uses todo el tiempo.

    —De acuerdo.

    No me quedó de otra que aceptar el regalo, pues tuve la impresión de que de cualquier manera no iba a poder quitármela por mi cuenta sin alguna llave o algo así. En serio tenía pinta de ser un grillete.

    —Bien, ahora sí me voy —anunció él dándose la vuelta para irse.

    —Eh, pero…

    —Perdona las molestias. Pasa una buena noche.

    Y antes de que pudiera decir algo más, ya se había ido, dejándome plantada en mi sitio con una sensación extraña que no pude descifrar, pero que mantuvo mi estómago muy alborotado. Suspiré profundamente, cerrando los ojos por un momento; cuando volví a abrirlos, miré la pulsera/grillete y sacudí la cabeza, aturdida. ¡Que día más poco común había tenido!

    Yes

    Otro día laboral había concluido y mientras me caminaba al estacionamiento, bostecé, cansado. Los últimos días habían sido extremadamente agotadores para mí; pensar en exceso requería de bastantes energías, especialmente si dichos pensamientos ocupaban mi mente a tal grado que al final no me dejaban dormir las horas que necesitaba para rendir el día. Al llegar al lote, me dirigí al lugar que siempre ocupaba para estacionarme, sin embargo, una desagradable sorpresa me esperaba apoyada en mi auto: Ángel. Mascullé una maldición por lo bajo. El desgraciado no había intentado hablarme desde aquel día que fuimos al hospital a ver a Mónica; ¿no podían quedarse así las cosas? En verdad me la pasaba mejor cuando no me cruzaba con él.

    —Hola, jefe —me saludó con su característica sonrisa cínica—. ¿Cómo lo trata la vida? O mejor dicho, ¿cómo trata usted a la vida?

    Lo ignoré por completo y me dispuse subir al auto para irme rápidamente de allí; no quería escucharlo, no quería verlo, no quería nada que tuviera qué ver con él, nada.

    —Oh, tan esquivo como siempre —se lamentó él—. Mire que intento ser amable e iniciar una conversación. Ayer me pasó algo interesante. ¿Le gustaría saber qué fue?

    Encendí el motor dándole mi respuesta, pues honestamente me daba igual todo lo que él implicara y me importaba un comino lo que le sucediera. Estaba a punto de ponerme en marcha cuando el idiota más astuto que había conocido en mi vida se colocó frente al automóvil. Golpeé el volante con fastidio, sabiendo de sobra que no pensaba dejarme ir así de fácil sino hasta que terminara de contarme aquello que tenía en mente. Mis ojos se concentraron en el acelerador; oh dulce tentación.

    —Tuve la oportunidad de conocer a Celeste, jefe.

    Sus palabras fueron más que suficientes para lograr que saliera del auto y lo mirara con pánico. Él me devolvió la mirada con un brillo de satisfacción; no sólo había hecho lo que quería que hiciera, sino que también mi reacción fue la que esperaba.

    —Oh sí, tal como lo oye —dijo él, presuntuoso en su logro—. La he conocido y debo decir que es una persona muy amable y hospitalaria; imagínese que me invitó a su casa. ¡Cielos! Es tan difícil para un hombre joven y sin compromisos contenerse estando en casa de una chica que vive sola y…

    Lo silencié cuando, por demás furioso, me lancé sobre él sujetándolo por el cuello y tomándolo por sorpresa, en tanto lo empujaba para hacer que cayera sobre el cofre, provocando que soltara un gemido de dolor cuando su espalda y nuca impactaron en el metal. Mis manos no se apartaron de su garganta y lo miré con total descontrol y con cólera absoluta.

    —¡¿Qué le hiciste, maldito?! —le grité con rabia, jurándome a mí mismo que si la había tocado, iba a matarlo aquí y ahora.

    A pesar de que su expresión no mostró tener miedo alguno, supe que mi agarre estaba afectándolo ya que sujetó mis muñecas con sus manos e intentó alejarlas, sin éxito dado que yo lo asía con fuerza increíble. Sus palabras entrecortadas y su respiración jadeante por la falta de aire fueron otra confirmación de su padecer.

    —Creo que agrede a la persona equivocada.

    —¡No juegues conmigo! —espeté apretándolo más, sacándole otro gemido agónico.

    —Es verdad, jefe —intentó seguir hablando con dificultad—. Cuando me la encontré ayer, alguien la seguía. Ella me lo dijo.

    Vino a mi mente lo que había pasado con Mónica, además de lo de la llamada misteriosa. Sin ganas de hacerlo y con evidente recelo, opté por soltarlo y en el instante en que se sintió libere, comenzó a llenar con desesperación sus pulmones de oxígeno, a bocanadas largas y agitadas, mientras tosía incontroladamente, en lo que pequeñas lágrimas se formaban en el borde de sus ojos. Lo miré con frialdad, sin arrepentirme de lo que había hecho. Él siguió explicándose, aun sofocado.

    —También me sorprendí al escucharla. La idea era conocerla de manera rápida y ya, pero cuando me dijo que la seguían no pude dejarla sola, por lo que tuve que acompañarla hasta su casa, sólo eso. De cualquier modo, se lo digo porque si en verdad le importa lo que pueda pasarle, lo mejor es que la cuide bien; era todo lo que quería comunicarle. Viva feliz, jefe, e intente no estrangular a la gente muy a menudo, ¿quiere?

    Y sin agregar otra cosa, se despidió sacudiendo la mano, desapareciendo de mi vista. Al quedarme solo, crispé las manos en puños. ¿Qué demonios pasaba a mi alrededor?


    Sin más me despido y ojalá les haya gustado.
    Hasta otra.
     
    Última edición: 23 Enero 2016
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    Marina

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    Tauro
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    oooh, qué cosas han sucedido aquí en mi ausencia. Primero, alguien manda golpear a Mónica, ah, que rabia sentí con Yes por haberla dejado ir sola, pero bueno, él es así y jamás pensó que podría suceder eso, supongo que de haberlo sabido, no la deja para nada. Tampoco debo culpar a Ángel, aunque sí pudo haberla acompañado dado que los importunó esa noche provocando que Yes se enojara y resultaran así las cosas. Bueno, ya ni modo, lo bueno es que ya sé quien fue la que la mandó golpear y al igual que Mar. Esa chica del prólogo tiene que ser la que le habla a Yes y Yes... Oh, no, es ese mal chico, haha, mejor no apresurarme.

    En este último capítulo me divirtió la naturalidad de Ángel para incomodar a las personas. Su sinceridad es molesta xDD. Pero veo buenas intenciones en él. Yes debería aprender a sobrellevarlo, puesto que estoy comprendiendo que Ángel es así como es sin la intención de dañar a alguien, sino que así es su personalidad, jaja. Es un buen chico.

    ¿Un regalo de Yes y él? Supongo que es como una especie de localizador. Sí que está preocupado por Celeste, como que se la está cuidando a Yes, haha.

    Espero el siguiente cap.
    Gracias por seguir actualizando.
     
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    Borealis Spiral

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    Desastroso reencuentro
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    Hola, gente bonita. ¿Cómo están? Espero que bien. Pues, después de ya tener un rato que no publico nada por acá, les dejo la continuación de esta historia y les aviso que es el penúltimo capítulo. Sí, damas y caballeros, a parte de este, una entrega más y colorín colorado. En fin, por ahora les agradezco enormemente su apoyo, tanto a los que me leen, como a los que me dejan sus "me gusta" y, claro, a los que me comentan. Sin más por ahora, la conti:

    ¡Disfruten!

    IX

    Celeste

    La noche había caído hacía un par de horas cuando los hermanos Torres me invitaron a cenar. Siempre que me hacían esta clase de invitaciones no me lo pensaba mucho a la hora de aceptar; después de todo, los tres nos habíamos hecho muy buenos amigos y a mí me agradaba la compañía de ambos. En esta ocasión, sin embargo, me había visto casi forzada a amablemente declinar la oferta. Dadas las circunstancias económicas en las que se encontraban, creía que era mejor no aceptar invitaciones en las que se vieran obligados a gastar de más; no quería ser ninguna carga para ellos.

    No obstante, Gabriel, quien había sido el de la idea, casi me suplicó para que fuera a su casa y con preocupación me explicó que se trataba de Justo; quería que lo ayudara a entrar en razón. Me explicó que había abandonado la universidad y había conseguido dos trabajos de jornada completa durante el día y la tarde, además de uno de media jornada por la noche, lo que lo llevaba a exigirse demasiado de sí mismo, a no mantener un descanso adecuado y a estresarse sobremanera. Sin duda, su actuar podía ser muy perjudicial para su salud.

    Al saber la verdad detrás de todo, tuve que aceptar, pues ahora sí que estaba dispuesta a ayudar a mis amigos en lo que pudiera; al menos intentaría persuadirlo para que no se sobrecargara de trabajo. La cena trascurrió normal, aunque un poco apesadumbrada por mis comentarios y los de Gabriel hacia Justo acerca de lo mortificados que estábamos por su bienestar, indicándole que no era necesario que se sobre esforzara de esta manera tan desmedida; al fin y al cabo, Gabriel también podía aportar algo de dinero trabajando por su cuenta sin necesidad de salirse de la universidad. Todo era cuestión de manejar bien el tiempo. Justo tan sólo se mantuvo callado, escuchándonos.

    Cuando terminamos de comer, les ayudé a limpiar y entonces Gabriel se fue al trabajo nocturno de Justo, ya que habían acordado desde hacía un par de días que él lo sustituiría para que el mayor pudiera descansar un poco, pues le hacía mucha falta. Afortunadamente, Justo no se había negado ni intentó objetar, así que terminó accediendo, quizás estando consciente de que para rendir mejor, realmente debía tomarse un respiro. Eso tranquilizó mucho a Gabriel.

    De ese modo nos quedamos solos él y yo. Al poco rato de que Gabriel hubiese partido, Justo me ofreció una taza de té, la que acepté gustosa. Mi misión esta noche era la de quedarme a su lado para asegurarme de que descansara, cosa que aparentemente no estaba en sus planes porque ya pasaba la medianoche y allí seguíamos, entre intentos fallidos por mi parte de tener alguna conversación dado que mi acompañante seguía renuente a hablar, lo que terminaba sumiéndonos en silencios incómodos. A veces Justo podía comportarse como un verdadero bebé. Le di otro sorbo a mi té casi por acabar, sintiendo que el sueño empezaba a apoderarse más de mí conforme transcurrían los minutos; no estaba hecha para los desvelos.

    —Soy el responsable —Por fin Justo habló en toda la velada, ocasionando que lo mirara asombrada—. Soy el mayor de todos, así que soy el responsable de hacer algo por mi familia. Papá ya está haciéndose mayor y no puede cargar todo él solo, ya no. Además, Gabriel no puede desechar su sueño de convertirse en un profesional. Él se merece lo mejor sin importar qué, así como mis otros hermanos y yo tengo que dárselos. Si Gabriel baja sus notas y pierde la oportunidad de obtener alguna beca u otro beneficio simplemente por ayudarme a hacer algo que yo puedo hacer por mi cuenta, no me lo perdonaría; simplemente no lo haría.

    —Oh, Justo —exclamé enternecida al ver lo mucho que le importaba su familia.

    Me levanté de la silla con la intención de ir a su lado y consolarlo de alguna manera; insistía en que no era buena para las palabras, pero quizás un abrazo sincero le haría bien. No obstante, un repentino mareo me tomó desprevenida, por lo que tuve que sujetarme fuertemente de la mesa para no estamparme en el suelo. Parpadeé varias veces, por demás confundida, intentando que mi distorsionada visión se enfocara.

    —Lo siento —escuché decir a Justo como si estuviera muy lejos de mí y con gran esfuerzo distinguí que lloraba—. En verdad lo lamento, Celeste, por favor perdóname, pero yo... necesitaba el dinero... necesitamos el dinero... Ellos me ofrecieron una buena suma y... tan sólo... —Me miró con un profundo pesar y con cuantiosas lástima en sus ojos—. E-era una oferta que no podía rechazar. Lo siento tanto.

    Sus palabras y sus reiteradas disculpas me ocasionaron un muy mal presentimiento que me llenó de temor, por lo que atiné a retroceder un paso, o esa era la idea porque mi cuerpo de pronto no respondió como esperaba que lo hiciera, así que caí de lleno al suelo con un sonoro golpe; extrañamente no sentí ningún tipo de dolor. Todo a mi alrededor daba vueltas y fue entonces cuando comprendí que lo más seguro era que Justo había aplicado alguna especie de droga en el té. No pude levantar la cabeza porque me pesaba demasiado, así como el cuerpo entero y los párpados, los que ya casi no soportaban estar abiertos. Mas antes de sumirme en la inconsciencia total, vi por último y de manera desenfocada, los pies de Justo que se acercaban a mí y luego distinguí otros tres pares de calzados negros que parecieron rodearme, en lo que voces desconocidas e incomprensibles se alzaban por el aire.

    Perdí el conocimiento.

    Yes

    La canción de rock me despertó con un tremendo sobresalto. Miré el reloj que reposaba en el buró del lado izquierdo de la cama; la una y siete de la mañana. Gruñí por demás cansado e irritado de que perturbaran mi sueño. Estúpido celular, estúpidas las personas que llamaban a tempranas horas del día y estúpido yo por tener uno de esos aparatos infernales. Si se trataba de Ángel, juraba que haría añicos ese instrumento del demonio y me encargaría después de acabar con el señor sonrisas. Cuando tomé el móvil del mismo buró en el que reposaba el reloj y vi en la pantalla que se trataba de un número privado, dejé el coraje a un lado, mas no la seriedad. Contesté imaginando ya de quién se trataría.

    —Lamento llamar tan tarde, Yesever —dijo la voz femenina del otro lado de la línea, con falsa inocencia—. Espero no haberte importunado.

    Lo sabía, era ella; aquella mujer que había sido tan insistente en sus intentos por hablar conmigo, que seguramente buscaba algo de mí; esa mujer que había dejado de ser tan misteriosa desde hacía pocos días atrás y cuya llamada esperaba con ansias.

    —Déjate de introducciones absurdas, Aurora —la nombré con profunda y firme voz—. Es hora de aclarar las cosas.

    Escuché un respingo de lo que suponía era de sorpresa por su parte, antes de que un considerable e incómodo silencio de produjera.

    —¿Aurora? —Ella intentó hacerse la desentendida—. ¿Quién es…?

    —Ni siquiera lo intentes —la interrumpí con hosquedad—. Ya no puedes engañarme; te recuerdo y estoy seguro de que eres claramente tú. De no ser así no habrías guardado silencio momentos antes.

    —Ya veo. Estoy atrapada, ¿eh? —Ella suspiró a manera de derrota, pero cuando volvió a hablar, su voz sonó dura—. Tienes razón; hay que hablar de muchas cosas. ¿Te parece que lo hagamos ahora mismo?

    —¿Dónde?

    —En las afueras de la ciudad, por la autopista que va al sur, hay una construcción a medio terminar de un edificio de oficinas. ¿Lo tienes?

    —Sé cual es —Me levanté de la cama.

    —Nos vemos allí —Y sin más, colgó.

    Comencé a vestirme con prisa, sabiendo que entre más pronto se arreglaran los asuntos con ella, todo iría mejor. Estuve listo escasos minutos después, por lo que salí de mi casa para dirigirme a mi auto; una vez dentro de éste, conduje por las vacías y aparentemente tranquilas calles de la ciudad. Hacía alusión a la apariencia porque era bien sabido por la mayoría que los movimientos turbios de los delincuentes siempre eran en la noche, más o menos como a estas horas. Después de algunos minutos de trayecto, noté en a lo lejos la obra de construcción. Dado que estaba a un rango considerable de distancia de cualquier otro negocio o vivienda y al hecho de que estaba en completa oscuridad, me pregunté cómo ubicaría a Aurora.

    Tuve que rodear el lugar casi completamente hasta descubrir que del interior de lo que parecía ser una bodega que formaba parte del edificio, emanaba una pequeña luz. Me estacioné frente a la única puerta abierta, que era por la que salía la iluminación, y caminé hacia allí con la intención de adentrarme al lugar, dejando de lado las cuestiones que implicaban el cómo Aurora había conseguido entrar y otras parecidas; preguntas importantes que en este instante a mí me daban lo mismo. En cuanto ingresé a la bodega, pude ver una lampara de esas que llevan en los campamentos, la que estaba asentada en el suelo a unos metros adelante de mí, un tanto a la izquierda y cuyos rayos apenas lograban alcanzarme. Al lado de la lámpara, sentada en una silla de tal manera que la luz del artefacto la dejaba ver por completo, estaba Aurora, siendo su rostro iluminando lo suficientemente como para distinguirlo.

    La reconocí al instante; definitivamente era ella y como imaginé, los años también habían hecho estragos en ella, aunque parecía ser que en su caso habían sido para bien. Sus finas y hermosas facciones se mostraban tranquilas, su piel morena brillaba a causa de la luz, al igual que sus ojos verdes, los que brillaban con intensidad asombrosa y los que me escrutaban con avidez, de arriba a abajo; llevaba atado su largo cabello negro en una trenza baja que caía grácilmente sobre su hombro izquierdo, dándole un toque mucho más llamativo. Se mantenía con la espalda recta y con las piernas cruzadas de manera elegante, sin dejar de apartar sus orbes de de mí hasta que finalmente los aterrizó en mis propios ojos.

    —Tengo curiosidad, Yesever —habló ella, su voz sonó apacible y por ende melodiosa—. Al principio estabas totalmente confundido y no tenías ni la más remota idea de que pudiera ser yo; no me reconocías en absoluto. ¿Cómo es que de la noche a la mañana supiste que se trataba de mí?

    —Siendo honesto, no le tomé importancia a la primera llamada que mi hiciste, por lo que no vi necesario siquiera intentar rebuscarte en mis memorias. Cuando pasó lo de Mónica y me dijiste que tenías algo que ver con ello, me quedó claro que no podía seguir tomando el asunto a la ligera. Después fue fácil —Me encogí de hombros—. Al fin y al cabo, no llegué a socializar con muchas mujeres.

    —¿Fue fácil? —Sus ojos cambiaron radicalmente a unos que denotaron ira absoluta y su expresión se trasformó en una de completa cólera—. ¡Por su puesto que fue fácil! ¿O acaso les rompiste el corazón a otras? ¿Acaso las engañaste para usarlas a tu antojo y luego desecharlas como basura? ¡Dímelo! ¿Lo hiciste?

    Recordé aquel día como si hubiese sido ayer. Fue la época en la que mis padres adoptivos se habían fastidiado de mí y habían optado por mandarme al reformatorio. Mi prioridad había sido la de escapar para evitar semejante cosa y ella, Aurora, se había puesto en mi camino como una oportunidad para hacerlo. Había necesitado dinero para irme lejos y desaparecer de aquella ciudad de mala muerte que me había visto crecer; puede haberlo robado de los que me adoptaron, pero al final no habían resultado tan idiotas, así que lo mantenían bien resguardado de mí, por lo que debía encontrar otra manera y la hallé en Aurora.

    Me había enterado por mis compañeros que ella también pasaba una situación complicada en su familia dado que sus padres se peleaban mucho, así que ella deseaba huir y no sólo eso, sino que también supe que sentía cierto enamoramiento por mí, de lo que me aproveché para ganarme su confianza. Jugué con sus sentimientos, sí; la engañé vilmente, sí; la hice creen en promesas y un montón de tonterías de tórtolos enamorados para después abandonarla a su merced en cuanto obtuve el dinero que ella misma había conseguido a base de hurtos a sus progenitores, sí; la dejé a su suerte aquella tarde de lluvia, sí. Le había hecho mucho mal y lo aceptaba; lo que era más, estaba consciente de que debía disculparme y fue lo que hice.

    —Escucha, Aurora, entiendo tu molestia y tu odio; sin duda los merezco. Lo que te hice años atrás estuvo muy mal y lo reconozco. En verdad lo siento...

    —¡No sientes nada! —me interrumpió ella con fiereza desmedida, por demás indignada—. ¿Cómo ibas a sentirlo si no sabes qué implica que alguien te use? No sabes cómo se siente que alguien a quien considerabas importante te lastimara tanto. ¡Mientes por completo! Pero yo te mostraré ese sentimiento de impotencia y dolor. ¡Dije que me vengaría de ti y lo cumpliré!

    Dicho esto, chasqueó los dedos a manera de señal, supuse, y de inmediato el lugar se iluminó por completo por medio de lo que parecían ser un par de enormes reflectores, los que deduje no debían estar allí, por lo que me sacaron de onda por un instante; parece que iba muy bien preparada. Cuando todo se me aclaró lo suficiente, pues me había visto encandilado unos segundos, miré mi entorno y fue cuando la divisé del otro lado de la amplia bodega, arrinconada en la esquina derecha, amarrada en una silla y amordazada. Sus ojos color chocolate se mantenían abiertos a más no poder y los movía de aquí para allá, con el terror más grande impregnado en ellos.

    —¡Celeste! —grité al reconocerla.

    No tuve tiempo de sorprenderme, asustarme, confundirme o lo que fuera porque inmediatamente corrí hacia ella en vano intento de rescatarla de las manos de esa desquiciada mujer. Sin embargo, apenas alcancé a recorrer pocos metros cuando sentí un punzante y agudo dolor en mi pierna derecha, percibiendo también como si algo despiadado la perforaba; casi al instante escuché el sonido característico de un disparo. No reprimí el sonoro grito de sufrimiento, en tanto lágrimas se deslizaban por mis mejillas. Mi carrera se detuvo cuando caí al suelo cuan largo era y de manera estrepitosa, golpeándome duramente, pero nada se comparaba al dolor en la pierna. Llevé mi visión a la herida notando que la sangre comenzaba a brotar a cantidades alarmantes y me preocupé. ¿Moriría desangrado? Grité otra vez y otra y otra, mientras procuraba hacer presión con las manos a la zona perforada en un desesperado intento de detener el sangrado.

    —No, no, Yesever, mi querido Yesever Reinoso. Aquí se hace lo que yo digo y quiero —escuché decir a Aurora con voz impasible.

    Sentí de pronto que alguien me levantaban del suelo con brusquedad, haciendo que me arrodillara, ocasionado también que el dolor en mi pierna incrementara. Desorientado y mareado a cusa del terrible padecer, apenas distinguí que dos hombres desconocidos me sostenían por los brazos para que no me desplomara, uno a cada lado; enseguida miré a Aurora, deteniendo mi visión en el arma que tenía en su mano derecha, con la que me había disparado. Ella volvió a hablar, señalando a los tipos que me sujetaban.

    —Es increíble los muchos secuaces que puedes conseguir con una buena cantidad de dinero para ofrecerles. ¿Sabes? La sociedad es muy interesante.

    Aurora hizo una señal a los hombres, quienes me halaron el cabello e hicieron que dirigiera mi atención a Celeste, la que ahora me miraba exclusivamente a mí, hallándose por demás sorprendida aunque aún con gran temor. Seguramente se preguntaría no sólo qué hacía ella allí, sino que yo también. No pude darle muchas vueltas al asunto porque noté que justo a un lado de ella había otro par de hombres; uno de ellos tenía un palo de madera. Me aterré de una forma anormal, tan visiblemente que seguro todos descubrieron mi palidecer y mi estremecimiento, especialmente Aurora, quien sonrió maliciosa.

    —Dije que presenciarías en primera fila lo que le ocurriría a la próxima víctima, ¿recuerdas? —mencionó ella con un placer insano.

    —¡No! Por favor, no lo hagas —supliqué despojándome de todo mi orgullo—. Haré lo que quieras, pero no le hagas daño a ella. ¡Te lo suplico!

    Forcejé en vano intento de liberarme del agarre de los hombres, sin importarme el disparo que sufrió mi pierna, sin importarme desangrarme hasta la muerte con tal de salvarla. No obstante, comenzaba a debilitarme en demasía y en aquellos momentos esos hombres parecían tener fuerza sobrehumana.

    —La cuestión es que padezcas algo que no quieras, Yesever —sentenció Aurora.

    Ante esto, ella asintió con la cabeza y los hombres comenzaron a golpear a Celeste de manera brutal y salvaje, vez tras vez. Un espectáculo que no deseaba ver por nada del mundo.

    —¡Basta! Es suficiente, por favor. ¡Ella no tiene nada que ver! —volví a rogar sintiendo que con cada golpe que Celeste recibía, una parte de mí se quebraba, desaparecía. Me entraron enormes ganas de llorar.

    Continué forcejeando sin mayores resultados y mis súplicas tampoco fueron efectivas, pues Celeste continuó siendo masacrada.

    —¿Lo disfrutas? —me preguntó Aurora con una sonrisa lunática— ¡Qué bien! No hay que sofocar el show. Quítenle la mascada, chicos. Así será mucho más divertido, ¿no lo crees, Yesever?

    —¡Para ya!

    Estando tan agobiado como estaba, en una de esas alcancé a liberar uno de mis brazos del agarre de ellos, por lo que logré darle un buen golpe a uno de los tipos e iba a aventurarme a propinarle algún puñetazo al otro para hacer que me soltara también; no obstante, el sujeto fue rápido y se alejó de mi puño. Mi actuar sólo logró fastidiar a ambos todavía más, por lo que me gané una fuerte patada en la pierna herida que casi me hace perder el conocimiento de lo dolorosa que fue. El otro hombre volvió a su puesto, asiéndome con fuerza nuevamente. Debido al golpe, mi atención se desvió de Celeste, pues me incliné a tierra hasta casi toqué el suelo con la frente no ser porque seguía retenido; mas no duré mucho tiempo en esa posición porque el mismo sujeto al que golpeé, me haló del cabello para que me arrodillara de nuevo, haciendo que enfocara mi vista nuevamente en ella, a quien estaban a punto de quemar con un pedazo de metal al rojo vivo.

    —¡Esperen, por favor...!

    Una vez más ignoraron por completo mi ahora débil demanda, así que el fuerte y agudo alarido de sufrimiento que salió de la boca de Celeste penetró mis oídos, inmisericorde, y sentí que mi interior se hacía pedazos; más que eso, sentí que me reduciría a nada justo allí. También grité con agonía, haciéndole segunda a ella en un coro de puro suplicio, mientras abundantes lágrimas de impotencia y amargura bajaban por mis mejillas. No podía hacer nada por ella; era un maldito inútil, un bueno para nada.

    —¿Ahora sabes qué implica que alguien te haga sufrir? ¡Eh! —Aurora volvió a interrogar con voz desquiciada—. Cuando me abandonaste aquella tarde lluviosa, después de que rompieras mi corazón, mis ilusiones y de que te robaras todos mis ahorros, comprendí lo erróneo que era confiar y amar a alguien; a quien fuera. Debía ser como tú… Debía ser como eras antes. Es una lástima que rompieras tu propia regla. ¡Ahora sabrás qué se siente extrañar a alguien que amas!

    Aurora dejó de prestarme atención a mí y se encaminó a Celeste; paso a paso fue acercándose hasta donde estaba ella, moribunda, en tanto alzaba la mano que portaba el arma. Entendí sus intenciones y sacudidas intensas tomaron el control de mi cuerpo.

    —¡No, Aurora! ¡Todo menos eso! Lo juro, haré lo que quieras.

    —Tarde, Yesever; muchos años tarde.

    Quitó el seguro.

    —¡No! —Sentí mi garganta desgarrarse, mas no me importó.

    Un disparo.

    El sonido de otro disparo resonó por todo el lugar y con pavor absoluto además de sorpresa inesperada, sin dejar de llorar e implorar, observé que el arma de Aurora volaba por lo aires e iba a caer al suelo, metros lejos de su dueña. La expresión de ella era ahora de total desconcierto y no pudiendo creerlo, miró su ensangrentada mano que había sido el blanco del disparo que se escuchó; su rostro se transformó en uno de horror y gritó tanto como sus pulmones se lo permitieron. Acto seguido, varios hombres por demás desconocidos para mí, entraron en las instalaciones y comenzaron a imponer un orden entre los maleantes, quienes obviamente se defendieron y así inició una lucha.

    En eso, sentí que los hombres que me sostenían me soltaban para ir a ayudar a sus compañeros. Viéndome libre al fin y prestando poca o nula atención a todo el jaleo que se montaba a mi alrededor a pesar de que me hallaba lleno de preguntas, intenté ir hasta la esquina donde Celeste había quedado olvidada. No fui capaz de plantarme firme sobre mi única pierna sana porque me temblaba tanto que me hacía perder el equilibrio haciéndome caer al suelo, con lo que no me quedó de otra que arrastrarme hasta donde ella se encontraba, importándome nada el dolor de mi pierna herida, la que además iba dejando una franja de sangre en lo poco que recorría. Mis fuerzas estaban por abandonarme por completo, pero yo tenía que llegar a su lado fuera como fuera.

    —Sí que es un desastre, jefe.

    Esa voz; quedé paralizado en medio de mi trayecto al oír esa voz que indiscutiblemente yo conocía. Completamente impactado y con algo de sacrificio, miré sobre mi hombro, descubriendo a Ángel tras de mí, alzando en toda su altura y con su habitual sonrisa despreocupada. Ensanché los ojos por demás estupefacto. ¿Qué hacía él allí?

    —Ah, ah. Esto no está bien —dijo sacudiendo la cabeza, en tanto se inclinaba sobre mí y se sacaba el cinturón para amarrar fuertemente mi pierna herida con él—. Así está mejor, ¿no le parece? De esta manera evitará morir desangrado.

    Y volvió a sonreírme. Yo dejé de mirarlo, todavía sin caber en mí de sorpresa, y volví a observar a todos esos hombres que habían llegado de la nada en el tiempo oportuno. ¿Quiénes eran? ¿Policías?

    —No son policías —comentó Ángel de pronto, volviendo a llamar mi atención a él; definitivamente este sujeto sabía leer mentes—. Aunque alguna vez lo fueron.

    Iba a decir algo, pero me abstuve de hacerlo; en general no estaba de muy buen humor como para indagar de más. Con su ayuda me puse de pie y en el momento en el que lo conseguí, escuchamos el griterío histérico de Aurora, a quien habían atrapado ya.

    —¡Quítenme las manos de encima! ¡Esto no se quedará así, ¿me oyen?! ¡Ustedes idiotas, hagan su trabajo!

    Y ante sus palabras, uno de los hombres que ella había contratado y que seguía luchando por su libertad, sacó de sus ropas un arma de fuego en tiempo récord, disparándole al tipo que intentaba capturarlo; luego apuntó su arma, no a Celeste como había imaginado, sino a mí. Me congelé por lo repentino de la situación, aunque no era como si pudiera moverme muy bien para huir; vi mi vida correr frente a mis ojos. El sujeto disparó, pero quien recibió el impacto de la bala fue Ángel, pues se había puesto frente a mí para protegerme; el impacto estuvo fuerte porque cayó al suelo. En eso, llegaron más hombres de los creí eran compañeros de Ángel, por lo que ellos detuvieron a los rebeldes restantes, incluyendo al disparador.

    —¡Ángel! —grité angustiado tumbándome a su lado. El balazo había sido en el vientre, estaba seguro y eso podía ser mortal—. ¡Ángel! ¡No te mueras, Ángel!

    Él había cerrando los ojos, pero al escucharme los abrió y me sonrió con su cinismo de siempre.

    —¿En realidad no me cree tan estúpido, o sí, jefe?

    Se subió un poco la playera que vestía y dejó ver un chaleco antibalas. A pesar de que un alivio desconocido me invadió, también lo hizo la ira; lo miré con gran recriminación.

    —Tú… Eres un…

    —¿Genio? —Quiso saber, ilusionado.

    —Un maldito infeliz.

    —Oh jefe, deme algo de crédito, ¿quiere? Estoy arriesgando el pellejo para salvarles la vida a usted y a la joven Celeste.

    —¿Cómo sabías que estábamos aquí? —interrogué al fin, sumamente intrigado.

    Él sonrió más ampliamente y se puso de pie ayudándome a mí a hacerlo de igual forma; luego nos dirigimos a uno de aquellos desconocidos hombres, quien sostenía a Celeste en brazos. Al verla tan lastimada sentí mi interior quebrarse más de lo que ya estaba. Ella se mantenía inconsciente, pues seguramente no soportó tanto dolor y terminó por desmayarse. Ángel sujetó la muñeca izquierda de ella con poca delicadeza logrando que lo mirara con reproche; no necesitaba que la trataran con más brusquedad. Me mostró una pulsera muy extraña y fea; la señaló en lo que explicaba.

    —Esto es un localizador, como el que usan con los de arresto domiciliario. La monitoreo desde que se lo di y supe que este lugar no es uno que frecuentara, por lo que me pareció sospechoso. Además, por lo que averigüé, no tiende a salir a altas hora de la noche, lo que me extrañó todavía más.

    —¿Y de dónde sacaste eso? —pregunté extrañado a más no poder.

    —¿De donde? —Preguntó ahora el que sostenía a Celeste—. El hijo del comandante de la policía tiene algunas ventajas y sobre todo contactos.

    —¿El hijo del comandante? —Miré a Ángel ahora sí más anonadado que nada y él simplemente se encogió de hombros—. Ahora entiendo muchas cosas.

    —En fin —Ángel hizo un ademán para desechar el tema al tiempo que se dirigía a su compañero—. Francisco, hazme el favor de llevar a estos dos a un hospital. Yo me quedaré a arreglar los detalles e intentaré que la policía no meta su cuchara al menos hasta que podamos negociar con ellos.

    El hombre asintió y yo miré confundido a Ángel.

    —¿La policía? Pero si…

    —No retrase su atención médica, jefe —me interrumpió él, casual—. Tanto usted como Celeste la necesitan con urgencia, así que ande, váyase de una vez.

    Y sin más, Ángel se alejó de nosotros, por lo que ya no pude seguir aclarando mis dudas. Rápidamente, el nombrado Francisco acató lo ordenado, por lo que en poco tiempo teniendo en cuenta lo eterna que se había convertido esta noche infernal, tanto Celeste como yo fuimos llevados al hospital, acabando por fin con esta pesadilla del demonio.


    Bien, espero que les haya gustado. Me despido y se cuidan.
    Hasta otra.
     
    Última edición: 1 Abril 2016
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    Marina

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    Oh, wooow, pero que genial capítulo. Pobrecita Celeste, es verdad que no es uno de mis personajes favoritos, pero me dolió mucho la paliza que le han dado, ewe, esa mujer sí que estaba loca por la sed de venganza que estuvo incrementando al pasar los años. Y también es cierto que es horrible que se juegue con los sentimientos de las personas. Yesever no hizo bien con ella, pero era muy joven. Supongo que los años van haciendo cambio en las personas, como bien se ha visto aquí. Aurora se transformó en una persona muy mala y Yesever finalmente dejó de ser egoista para dar su vida por otra.

    Aaah, ¡Ángel! jajajaja, qué sorpresa tan grata. Yo lo esperaba sospechando que por algo le había dado esa pulsera a Celeste, pero qué impresión descubrir que es el hijo del comandante, jaja, ahora comprendo por qué tiene ese instinto detectivezco, lo que no comprendo es, ¿por qué no debe enterarse la policía? Yo creo que Aurora debe ir a la cárcel y así pagar lo que le hizo a Mónica y a Celeste, esas chicas no tenían porqué ser torturadas de esa manera. ¿Y Justo? ¡Maldito! Merece un justo castigo. No hay perdón para los traidores. Exijo castigo para él. La traición no tiene excusa, nada la exime.

    Me gustó mucho el papel desempeñado de Ángel, espero que con esto, Yes se de cuenta que el joven siente afecto por él. Me he quedado con esa interrogante de por qué la policía no debe saberlo. Supongo que nos lo harás saber el el próximo cap que es el último. Lo espero con ansias.

    Cuídate. Un abrazo.
     
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    Borealis Spiral

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    Desastroso reencuentro
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    Hola a todos. Bueno, agradezco enormemente a todos los que me han estado siguiendo con la lectura en esta historia, sobe todos a aquellos que me dejaron sus "me gusta" y sus comentarios. Ahora, les traigo el fin, pero antes aclaro que más que un último capítulo es un epílogo en el que se ve cómo quedaron los personajes después del atentado XD; por desgracia no se aclaran muchas muchas cosas... no supe cómo aclararlas lalala:rolleyes:

    En fin, se los dejo y ya opinarán al respecto. ¡Disfruten!

    X

    Celeste

    Desde que aprendí a leer tuve la costumbre de hacerlo en el patio trasero de mi casa; allí había un jardín con varias plantas y flores que mamá cuidaba con mucho esmero y cariño. Tal vez no era muy grande, pero a mí me parecía perfecto. Mamá amaba esta clase de lugares naturales y me enseñó a amarlos de igual manera. Por ello, desde el momento en que entré a la primaria, nos hicimos el hábito de ir cada sábado a un parque de juegos de la zona donde vivíamos. Yo nunca fui una persona antisocial; de hecho, en la escuela me llevaba muy bien con mis amigas, pero en realidad no me atraía la idea de jugar en el parque, por lo que siempre me alejaba un poco de los demás niños y optaba por sentarme a leer bajo la sombra de algún árbol, en lo que mamá conversaba con otras señoras.

    Fue de esta manera que cierto día lo conocí a él; un adolescente que bien podía doblarme la edad y que me había defendido de unos chicos abusivos. Después de aquel incidente, se había convertido en mi amigo fiel, el chico de los sábados, aquel que me acompañaba de alguna forma en mi lectura. A decir verdad no hablábamos mucho entre nosotros, pero con el tiempo ese hecho no fue importándome y le tomé una gran confianza.

    Había pasado poco más de un año desde que lo conocí y como cada sábado, allí estábamos en el parque, mas parecía ser que este día él andaba con muchas ganas de platicar y hacer preguntas. Como cada vez que se presentaban estas conversaciones llenas de interrogantes por su parte, yo me limitaba a respondele a toda cuestión que me lanzara, aunque sin apartar mi vista del libro. No quería ser descortés o grosera, pero era una manía muy arraigada la de no desviarme mucho de mi lectura.

    Me gustan mucho la tranquilidad y los atardeceres —siguió comentando él con su tono casual de siempre—. También me gusta verte leer. ¿Qué te gusta a ti?

    Leer —respondí sin más, absorta en las hojas impresas.

    Ah claro, es obvio —Él pareció pensar un poco—. ¿Qué te disgusta entonces? Yo no soporto la sandía; suena extraño pero es verdad. Aunque pensándolo bien, lo cierto es que no me gustan muchas cosas, pero quiero saber de ti. No tenemos tiempo suficiente como para decirte todo lo que odio, así que dime. ¿Qué cosas te disgustan?

    Guardó silencio para darme la oportunidad de hablar. No era una pregunta difícil, pues no lo pensé ni un segundo cuando tuve la respuesta en la punta de mi lengua y a pesar de que no era usual que dejara de prestar atención a lo que leía, esta vez lo hice. Levanté mi mirada del libro para enfocarla en él, llena de toda la seriedad que ameritaba la pronunciación de las siguientes palabras; tan mesuradas fueron mis acciones que incluso él pareció sorprendido de ellas.

    A mí —Hice una pausa corta entre cada palabra para dar énfasis a lo que deseaba expresar— me disgustan las personas que piensan o hacen cosas malas.

    Al oírme, él abrió los ojos y la boca, atónito. Nos miramos en silencio unos segundos más, mientras que a lo lejos se oían las risas y los gritos de los demás niños jugando. Enseguida volví a mi lectura. No volvimos a hablar en lo que restó del tiempo antes de que tuviera que irme a casa; además, pude percibir un ambiente diferente al del inicio. Tal vez no era tenso, pero tampoco era tan agradable como el que había antes de mi respuesta. Cuando llegó la hora de volver a mi hogar, me levanté para reunirme con mamá; me despedí de él como de costumbre y me alejé del árbol que siempre nos abrigaba con su sombra. Antes de alejarme completamente, giré mi cabeza un poco para dirigirle una última mirada y alcancé a notarlo visiblemente decaído.

    Esa fue la última vez que vi a mi amigo. A Yesever.

    -o-

    Me encontraba en el hospital, siendo mi diagnóstico actual el siguiente: tenía un brazo y una costilla rotos, varias contusiones por todo el cuerpo y el rostro; me habían dado unos puntos en la cabeza, a la altura de la sien derecha ya que se me había abierto una herida considerable; el otro brazo y el perfil derecho de mi rostro lucían quemaduras de primer y segundo grado. Me costaba respirar por la nariz rota y hablar también me era difícil por lo adolorida que estaba mi mandíbula al recibir tantos golpes, e incluso me habían aflojado algunos dientes y muelas, a tal grado que algunas ya no las tenía siquiera por lo que también debía ir con un dentista. Por si fuera poco, me implicaba un gran trabajo ver gracias a lo hinchado de mi rostro, aunque en general, toda yo me sentía como un globo, mas casi siempre me la pasaba anestesiada para no tener que soportar tanto dolor.

    Habían mandando llamar a mis padres para darles la noticia de mi ataque, por lo que después de varias horas de viaje, por fin estaban aquí a mi lado, aunque no se hallaban conmigo en este preciso momento porque habían ido a descansar a mi departamento, donde se quedarían a dormir en lo que durara mi recuperación. Papá se había rehusado a dejarme sola un sólo instante, pero mi madrastra logró convencerlo de que necesitaba reposo. Sonreí ante el recuerdo; los amaba mucho porque ambos eran buenas personas que me querían y se querían entre ellos.

    Las autoridades nos habían puesto al tanto de todo. Nos explicaron que de alguna extraña manera, yo había sido víctima inocente de una venganza incomprensible; a pesar de que no iba dirigida concretamente a mí, había terminado involucrada sin desearlo y eso me mantenía inquieta de alguna forma. No lograba entenderlo del todo, mas me hallaba inmensamente agradecida y tranquila de que aquellas personas horribles ya estuvieran encerradas.

    A mi mente acudió Yes, y como había estado haciendo desde que recuperara el conocimiento y me explicaran lo sucedido, lo comparé otra vez con el amigo que tuve de pequeña, el chico de los sábados, y una vez más vi una notable similitud entre ellos. Era definitivo, ese adolescente que todo el tiempo me acompañó en mi lectura hace tanto años ya, era él, era Yes. Era cierto que había cambiado; después de todo, habían pasado muchos años, por eso no lograba ubicarlo en mi cabeza a pesar de que su presencia seguía resultándome tan conocida y agradable, tan confiable. Además, cuando lo conocí por primera vez hace once veranos, él me había dicho su nombre completo: Yesever Reinoso. Ahora en cambio, sólo lo había conocido como Yes. Si no hubiese sido por la mujer que nos agredió y que lo nombró por su nombre completo, yo no habría imaginado que Yes era una abreviatura de su nombre, a pesar de que era lógico y sonaba evidente. A veces era en verdad despistada.

    No pude seguir metida en mis pensamientos porque sentí que alguien atravesaba la puerta de mi habitación. Con dificultad porque me ocasionó algunas punzadas de dolor, giré mi cabeza noventa grados, distinguiendo a Gabriel, quien me miraba completamente destrizado, en lo que las abundantes lágrimas no dejaban de salir de sus ojos. Era evidente que a él también lo habían localizado para contarle todo; al fin y al cabo, su hermano había cometido un delito muy grave al venderme a unos asesinos.

    —Celeste —susurró con voz cargada de tormento, incrementando su llanto al tiempo que corría hasta mi cama y se arrodillaba ante mí—. Lo lamento tanto, Celeste. Si no los hubiera dejado solos esa noche esto no habría pasado y… y… No creí que Justo fuera capaz de hacer esto. Lo siento, en verdad... por favor... Lo siento... Si tan sólo…

    No pudo hablar a causa del gimoteo. Con supremo esfuerzo ya que no podía moverla mucho dadas las quemaduras, llevé mi mano a su cabello y lo acaricié, en un torpe intento de consolarlo, mas no estuve segura de que hiciera efecto.

    —No es tu culpa, Gabriel; no tienes que disculparte. Quien debe hacerlo es Justo. Él debe pedirnos perdón y cuando lo haga, nosotros debemos perdonarlo, ¿no crees?

    Gabriel me miró y lloró aún más, aferrándose fuertemente a las sábanas en tanto negaba con la cabeza. Dejé que continuara desahogándose; era bueno llorar cuando hacía falta. Estaba segura de que donde quiera que se hallara, Justo también lloraba, arrepentido. Mi opinión sobre él era que no se trataba de una mala persona; simplemente se había encontrado en una situación complicada, desesperada, aparentemente sin salida, y debido a eso sus acciones no habían sido las más acertadas, pero sólo eso. Habría que vivir las consecuencias de los hechos cometidos, pero al menos yo lo perdonaba e instaría a Gabriel a que también le diera su perdón; su relación de hermanos era demasiado linda como para que terminara de esta forma.

    Nuevamente pensé en Yes. Era obvio que por él yo estaba en esta situación. La propia mujer que diseñó la venganza lo había dicho; él la había lastimado y quería hacerlo pagar. No comprendía aún qué tenía que ver yo en todo esto, pero sí entendía que Yes no había hecho cosas buenas, al menos no siempre. No sabía cuándo había pasado lo de él y la mujer, si antes o después de que lo conociera, no sabía si cuando nos vimos por primera vez él seguía siendo malo o no. Lo único que tenía claro era que a mí siempre me había tratado bien; que nunca había intentando hacerme nada despreciable; que todo él desprendía nostalgia, melancolía y rectitud. Tal vez le había pasado lo mismo que a Justo; quizás también había tomado malas decisiones, también había cometido errores. ¿Pero qué ser humano no los cometía? ¿Qué persona en el mundo no hacia cosas de las que después se arrepentiría?

    Yo seguí sumida en mis meditaciones, apenas escuchando el llanto de Gabriel, quien regresó a casa hasta que se hubo calmado completamente. De aquella manera, pasaron un par de días más y ahora me encontraba nuevamente sola en la habitación. Mis padres habían ido al comedor del mismo hospital para alimentarse un poco; dijeron que procurarían no tardarse demasiado, pero les aseguré que no tenían de qué preocuparse, que podían tomarse todo el tiempo que desearan. Afortunadamente y según los doctores, mi recuperación iba viento en popa.

    Como era propio de mí, ya me encontraba leyendo nuevamente; era una completa adicta. Incluso estaba pensando en hacer que me enviaran las tareas y proyectos de mis clases, pues no deseaba atrasarme y perder el parcial. Estaba concentrada en el libro, cuando sentí que alguien se paraba en el umbral de la puerta, sin atreverse a entrar, mas no necesité girar mi cabeza ni mirar de soslayo para saber de quién se trataba; su presencia me era totalmente familiar, ahora lo era mucho más. Nos quedamos en silencio por varios minutos y seguramente así hubiésemos seguido de no ser porque decidí romperlo.

    —En verdad sigues disfrutando de esto tanto como hace años. ¿No es así, Yes? —Desvié la atención del libro para enfocarla en él, obsequiándole una sonrisa o era la idea, pues la incomodidad en mi maltrecho rostro sólo le mostró el atisbo de una deforme. Él se mostró sorprendido—. No te preocupes, yo también sigo disfrutándolo.

    Él tenía la pierna derecha enyesada, por lo que con la ayuda de un par de muletas, terminó de entrar al cuarto.

    —¿Me recuerdas? ¿Sabes quién soy? —me preguntó y probablemente mi imaginación jugaba conmigo otra vez, pero sentí que lo hizo con cierto temor.

    Yo asentí con lentitud ocasionando que él bajara los hombros, abatido, en lo que apoyaba gran parte de su peso en las muletas, para después suspirar hondamente. Volvimos a quedar en silencio, uno algo tenso, mas no me sorprendió del todo pues actualmente, cualquiera que fuese nuestra relación, estaba bastante inestable, era compleja. Yo volví a mi lectura, pero no pude concentrarme en las letras. Así nos quedamos durante otros momentos más, antes de que yo volviera a hablar.

    —¿Sabes? La última vez que te vi, cuando tenía ocho, te dije que me disgustaban las personas que pensaban y hacían cosas malas. Bueno, sigo manteniendo esa idea —Hice una pausa en lo que volvía a dirigir mis ojos hacia él y con otro intento de sonrisa confesé—, pero me alegra mucho saber que ya no eres de esa clase de personas.

    También lo perdonaba a él. No negaba que en su momento pudo cometer actos infames, no me cerraba a esa verdad y mucho menos con las pruebas que había; tampoco decía que no era del todo su falta el que yo sufriera un ataque que nunca tuve que padecer, porque eso no era verdad, era en parte su culpa y ambos lo sabíamos. Lo único que quería demostrar era que todos merecíamos una segunda oportunidad y si la mujer a la que dañó tanto no quiso brindársela, yo sí se la daría. Yo sí aceptaría las disculpas que deseaba darme, porque todos necesitábamos del perdón de una u otra manera.

    Como la vez anterior que hablamos de este tema que resultaba ser más delicado de lo que imaginábamos, él abrió los ojos y la boca, impactado; después, comenzó a temblar por completo en tanto gotas de agua salada se deslizaban por sus mejillas.

    —Yes...

    Guardé silencio, preocupada, cuando vi que él caía de rodillas al suelo, haciendo que las muletas se estamparan en éste con un sonoro ruido.

    —¡Yes!

    Intenté levantarme, mas fue inútil; no estaba en condiciones de moverme gran cosa. Con impotencia, escuché que él comenzaba a sollozar fuertemente y vi cómo sus hombros se sacudían ante los espasmos.

    —Gracias —dijo de forma entrecortada y dificultosa, tratando de limpiarse las lágrimas—. Muchas gracias. Era...era lo que necesitaba oír… No sabes cuánto te lo agradezco.

    Y continuó llorando. No fui capaz de decir nada al respecto. La verdad era que no creía que debía agradecerme nada, sino que era todo lo contrario; yo estaba agradecida con él por muchas cosas: por los recuerdos, por su compañía, por su ayuda, su defensa. No obstante, entendía que él necesitaba sacarse de encima algo pesado que quizás sólo él fuera capaz de ver y no sería yo quien lo detuviera, por lo que lo dejé llorar libremente. Para cuando mis padres llegaron, él aun lloraba.

    Yes

    Tuvieron que trascurrir dos meses y medio para que mi pierna se recuperara por completo y en todo ese tiempo no volví al hospital, no estaba en mis planes... ¿A quién engañaba? ¡Por supuesto que deseaba ir para verla otra vez! Pero era imposible por muchos factores. Uno a tomar bastante en cuenta era que definitivamente no podía volver dada la escenita que monté ese día en el que lloré como una nena. Sería demasiado vergonzoso tener que enfrentar no sólo a Celeste sino que a sus padres una vez más después de aquello.

    Aun así, me alegraba de haber ido aquella vez, pues Celeste había dado en el blanco con sus palabras. Saber que no me consideraba una persona mala a la que pudiera desagradarle me tranquilizaba. Por años ese había sido mi tormento, mi peor pesadilla, ya que siempre me consideré de lo peor, alguien infame que no tenía el derecho de gustarle en lo más mínimo por lo que había hecho a lo largo de mi juventud. Por eso me había ido en aquella ocasión, por eso me alejé de ella ese día que me condenó por primera vez y sin saberlo, cuando dijo que le disgustaban las personas malas. También por eso yo me esforcé por cambiar mi manera de ser, por ella, para ser de su agrado. Y siempre temí nunca conseguirle, siempre pensé que pasara lo que pasara, jamás sería digno de siquiera su gusto, mas ahora me sentía liberado de mis pensamientos destructivos; ella me había rescatado de mí mismo al darme su aprobación. Quizás eso era lo único que en realidad buscaba, pues decidí que ya no tenía nada que hacer aquí.

    No estuve trabajando durante esos meses de recuperación, por lo que ya había renunciado a mi trabajo; de igual forma ya había empacado todas mis pertenencias y finalicé con mis planes al dejar mi departamento. El auto también lo había vendido, por lo que después de bajarme del taxi que pedí, ahora me encontraba frente a la central de camiones. La misma central de la que la había visto salir después de tantos años; suspiré recordando aquel día de nuestro reencuentro como si hubiera sido ayer. Enseguida entré a las instalaciones y compré el boleto de la ciudad más lejana que pudiera costear. Sí, a mis pensamientos regresaba la idea de entre más lejos mejor, porque era así y probablemente siempre sería así.

    Salí a donde se estacionaban los autobuses cada que llegaban o cada que esperaban para partir. Caminé un poco hasta que encontré el que abordaría, pero resultó que una sorpresa —que ya no me lo era tanto— me esperaba.

    —Ángel —lo nombré, incapaz de dejar asombrarme por su capacidad de saberlo todo.

    —Así que realmente se va, jefe —comentó como quien no quiere la cosa, manteniendo una sonrisa ligera.

    No lo había visto desde aquel desastroso día con el reencuentro de Aurora y tenía tanto que preguntarle.

    —Ángel, aquella noche, ¿Por qué…?

    —Ya se lo había dicho, ¿no, jefe? —me interrumpió antes de que pudiera concluir mi interrogante—. Una ciudad con un corrupto a la cabeza de la policía es peligrosa. Hay que ser astutos y discretos, por lo que hágame un favor, ¿quiere? —Se llevó el dedo índice a la boca, serio—. Guardemos silencio y no hablemos más del tema.

    Fruncí el ceño, en parte irritado porque comprendí que hiciera lo que hiciera, Ángel no me diría nada, y en parte desconcertado, pues el asunto debía ser demasiado delicado, ya que si hablaba del comandante, entonces hablaba de su propio padre, ¿cierto? ¿A qué clase de acuerdo habrían llegado? ¿Guardar silencio era alguna de las condiciones del acuerdo? ¿Tenía que ver con el negocio del que había hablado Ángel esa noche? En serio había tanto misterio rodeando a este sujeto que hasta cierto grado era perturbador.

    —En verdad no lo entiendo, jefe —habló nuevamente él, sacándome de mis pensamientos—. Primero está con que quiere quedarse al lado de su amada y luego me sale con que se va. ¿Cómo está eso?

    —Aurora no fue la única a la que lastimé —confesé en tanto bajaba la mirada, recordando la gran cantidad de enemigos que me hice años atrás. Apreté los puños, molesto conmigo mismo y actuar estúpido—. La realidad es que hubo mucha gente a la que le hice daño, más de la que me gustaría y quizás intenten buscarme como Aurora para vengarse también. Yo lo aceptaría si estuviera seguro de que seré yo únicamente el perjudicado, pero si meten a Celeste en medio otra vez... No podría permitirlo; no dejaré que ella vuelva a ser lastimada. A fin de cuestas, estoy maldito y la soledad es mi maldición

    —Qué excusa tan barata.

    El tono de decepción mezclado con sorna que usó Ángel me irritó, por lo que lo miré con molestia aguda. Después de todo, ¿qué iba a entender él a lo que me refería? Era un cínico sin corazón; mas lo que dijo a continuación me desencajó bastante.

    —Para eso estoy yo como amigo, ¿no es así? Para ayudarlo en caso de que pase algo malo y mantenerlo al tanto de las cosas.

    Un tic de pura incredulidad se apoderó de mi ojo derecho y lo miré sin dar crédito a sus palabras.

    —¿Amigos? —Nos señalé a ambos, escéptico—. ¿Tú y yo? ¿Hablas en serio?

    —¿Qué? ¿No es así? —Ángel sonrió divertido por mi reacción—. Pues yo sí que lo considero mi amigo; el mejor, si cabe aclarar. Usted es increíble y nunca me tuvo miedo a pesar mi humor tan... —Pareció pensarlo un poco— peculiar.

    ¿Peculiar? ¿Creía que su humor era peculiar? Era insano desde mi perspectiva, pero daba igual. No pude evitar mirarlo ciertamente sorprendido; en verdad no hubiese imaginado jamás que él me tomaba en cuenta como para tener esa clase de camaradería. Si me hubiese concentrado en ver más que las simples apariencias, entonces tal vez lo hubiese conocido mejor. Él siguió hablando.

    —De cualquier manera, esa no es la única razón de su partida, ¿cierto?

    —Tan astuto como siempre —Suspiré larga y tendidamente—. Simplemente no puedo quedarme junto a Celeste; tampoco es por tener un complejo de pederasta ni nada de eso. Ella ya me liberó, pero no puedo estar con ella; tan sólo no puedo. Nos hemos dañado mucho entre nosotros, consciente o inconscientemente y por eso debo irme. Es de sabios alejarse de aquello que te hace daño, ¿no?

    Y era así, Celeste continuaría lastimándome con su mera presencia; por su simple existencia yo no podría vivir en paz nunca, mucho menos si la tenía a tan corto alcance. Lamentaba decir que mi obsesión era tan grande que en algún momento podría hacer algo de lo que me arrepintiera, algo que mandaría al demonio la libertad que ella me había dado, la oportunidad de desprenderme de mis tormentosos pensamientos; quizás mi anhelo por estar a su lado y tenerla junto a mí de la forma que quería, me llevaría a cometer otra estupidez. Estaba convencido de que si me quedaba, terminaría hiriéndola de alguna manera y eso era lo último que deseaba, por lo que debía irme sí o sí. No había otra manera; me conformaría con su recuerdo, justo como había estado haciéndolo hasta ahora. Era lo mejor.

    Observé que Ángel parecía meditar mucho mis palabras, pues se frotaba el mentón y miraba el suelo muy concentrado; después ladeó la cabeza y se la rascó en claro acto de confusión, para finalmente mirarme y confesar:

    —Ah... Si le soy sincero, no comprendo del todo su postura, pero supongo que debe ser horrible lo que sea que sienta. Si ha tomado la decisión de irse porque piensa que es bueno para usted, no pienso detenerlo, pero sí le aseguro que es una pena que se vaya, jefe. Mónica estará muy triste.

    Era verdad, en cuanto Mónica se recuperó de sus propias heridas, había estado muy pendiente de mí con lo de mi pierna. Se había tomado las molestias de verme todos los días por las mañanas antes de ir al trabajo, por las tardes antes de ir a la universidad y por las noches. También por ella había gastado poco en alimento, pues en cada una de sus visitas me llevaba algo de comer y en la cena casi siempre me acompañaba. Y lo sabía pues no era estúpido; ella sentía algo por mí, aunque no comprendía cómo ni por qué ni qué cosa la orilló a mostrar semejante afecto por alguien tan arisco y poco social como yo.

    Con todo, no podía evitar sentirme mal por ella, pues a pesar de lo buena que fue conmigo siempre, mi corazón estaba totalmente monopolizado por Celeste y probablemente lo estaría siempre. Tal vez estuviera en mis manos el poder de hacer algo para evitarle a Mónica una gran tristeza; podría rehacer mi vida, podía darme una oportunidad con ella o incluso pude haberme despedido simplemente. Desgraciadamente no quería hacer nada de eso, así que no me quedó más que desearle a ella lo mejor del mundo; se lo merecía más que nadie al fin y al cabo.

    —Lo entiendo —dije a manera de susurro para casi enseguida alzar la voz y comentar, divertido—. Menos mal que te tiene a ti para que la consueles.

    —Oh jefe —Ángel frunció el ceño, afectado—. No haga bromas tan pesadas, por favor. Y pensar que iba a extrañarlo. Ahora lo dudo.

    —Descuida, el sentimiento es mutuo.

    Ambos reímos. No podía creerlo; en mi vida me había imaginado tener una conversación de este tipo con Ángel; era increíble cómo las cosas cambiaban de un día para otro. Casi al instante, escuchamos que el autobús que me llevaría a mi nueva vida encendía el motor, dispuesto a irse.

    —Creo que este es el adiós —declaré mirándolo directamente. Él asintió y me extendió su mano.

    —Cuídate mucho, Yes.

    Me sorprendió bastante que me tuteara y me llamara por mi nombre, pero acepté su apretón de manos y luego me limité a seguir con mi camino, subiendo al camión. Me senté del lado de la ventana, en los asientos de enfrente, así que desde allí pude ver a Ángel, quien agitaba la mano en señal de despedida y no dejó de hacerlo hasta que desaparecí de su vista. Cuando dejamos atrás la central, me apoyé en el respaldo de mi asiento y volví a suspirar, pensando que en otras circunstancias, definitivamente Ángel y yo nos habríamos llevado muy bien.

    Cerré mis ojos intentando desaparecer de mi realidad al menos hasta que llegara a mi destino; de esta forma me sería mucho más sencillo comenzar de cero.

    Celeste

    Las clases del día concluyeron, por lo que me dispuse a salir de la universidad. En cuanto me dieron de alta en el hospital hace ya dos meses, me había estado enfocado de lleno en actualizar todo lo que perdí estando internada a pesar de que había adelantado un poco en el establecimiento. Las semanas posteriores a mi salida había estado muy ajetreadas y eso que el médico me había dicho que no me sobre esforzara demasiado ni que me sometiera estrés excesivo. Sin duda podía ser una obsesiva con el estudio, pero afortunadamente ya para este tiempo estaba más tranquila, e incluso había hablado de mi situación con mis profesores y las autoridades universitarias, por lo que aceptaron los proyectos que tenía atrasados y no había peligro de repetir el parcial.

    Así y todo, debía admitir que mi estadía en las instalaciones educativas no habían sido de lo más agradable durante este tiempo. Mis compañeros de clase e incluso otros curiosos me habían abordado en cuanto regresé del hospital y me habían bombardeado con infinidad de preguntas con respecto a mi vivencia en manos de delincuentes. ¿Cómo me había sentido? ¿Por qué me vi involucrada? ¿Qué sabía de los malhechores? ¿Si había sido interrogada por la policía? En fin, un motón de indiscretas cuestiones que sinceramente me turbaban e incomodaban sobre manera.

    Sabía que no lo hacían con mala intención, simplemente deseaban saciar su curiosidad, pero no era algo que realmente deseara recordar. De hecho, anhelaba sacar de mi mente ese momento tan espantoso; ansiaba que la desconfianza y la paranoia resultantes de esa noche me dejaran en paz; deseaba que las pesadillas que hasta el día de hoy me invadían cada que dormía dejaran de atormentarme. Desafortunadamente no todo lo que se quería era posible. Lo que era más, mi alteración llegó al punto en el que me vi obligada a tomar sesiones psicológicas para ayudarme superar ese trauma y que los ataques de pánico no controlaran casa segundo de mi existir. Era complicado, sí, pero en verdad esperaba salir adelante con ayuda de quienes me amaban.

    Por si fuera poco, también había estado adoptando una actitud de poca autoestima. No era del todo consciente ni porque me lo propusiera, especialmente teniendo en cuanta que nunca le di especial importancia a mi aspecto físico. No obstante, una cosa era no ser muy atractiva de nacimiento y una muy diferente era quedar con deformaciones o cicatrices visibles por un motivo ajeno a ti. De allí que en ocasiones me la pasara minutos frente al espejo detallando las marcas que habían quedado tan visibles en mi piel; de la rajaduras, las quemaduras e incluso mis dientes postizos. Lo que más afectaba era cuando la gente en la calle se veía incapaz de disimular y me lanzaba miradas inoportunas, contrariándome más de lo que ya estaba. Así definitivamente nunca podría olvidar el atentado.

    Dejé de pensar en tatas cosas deprimentes y terminé de atravesar la puerta principal de la universidad para ir a casa, mas me encontré con la sorpresa de que Gabriel me esperaba justo frente a este. Finalmente, la universidad le había otorgado ayuda financiera dadas sus buenas notas, pero de cualquier manera había decidido trabajar después de clases en un restaurante de comida rápida para aportar algo a la familia, de allí que ahora estuviera con el uniforme del restaurante y en la moto que el mismo establecimiento le había designado al ser el repartidor.

    Era lo que había optado hacer después de lo que Justo y precisamente el tema de él era lo único que me preocupaba, ya que Gabriel no estaba tomándose muy bien el asunto con su hermano, pues a pesar de que el mayor de los Torres seguía tras las rejas, se quería llegar a un acuerdo para que se le permitiera libertad condicional, o que pagara una multa por su libertad o en caso de que terminara algunos años preso, que se le eximiera en un corto espacio de tiempo por buena conducta. Estaba arrepentido y no había duda de eso, después de todo, él mismo se había entregado; la conciencia lo carcomía vivo. Pero Gabriel estaba completamente en contra de cualquier muestra de compasión hacia él; no lograba perdonarlo y una parte de mí sentía que era mi culpa, así que no podía evitar sentirme mal al respecto.

    —Hola, Gabriel. Me alegra verte esforzándote —le dije en cuanto me coloqué frente a él.

    —Gracias, lo mismo digo —sonriéndome amigable.

    —¿Está bien que estés aquí? No puedes tardarte mucho al hacer las entregas, ¿no?

    —Tengo algo de tiempo y la siguiente entrega era cerca de aquí, así que... Bueno, pensé que podría venir a verte —explicó bajando la mirada y sonrojándose un poco.

    —Gracias por preocuparte por mí, pero estoy bien de verdad. Será mejor que continúes tu labor —lo apremié, pues en verdad no quería que se retrasara por mi culpa.

    —Está bien pero antes, ah Celeste, quisiera preguntarte algo —Gabriel miró a todos lados, ansioso y yo tan sólo esperé que no se tratara de algo malo—. Verás, este fin de semana hay una película en el cine muy anunciada y conseguí entadas y yo… Bueno, no sé qué te parecería la idea de… Quiero decir, sería bueno relajarse un poco y olvidar las penas un rato, así que... ¿Te gustaría acompañarme?

    Lo miré enternecida. Era un amigo muy confiable; no sólo se preocupaba por mi bienestar, sino que también quería distraerme un poco de todo lo que tenía en la cabeza; quería que pasara un buen tiempo con agradable compañía. Además, sabía que él era muy tímido y sin Justo a su lado, lo era todavía más, por lo que seguramente le resultó difícil invitarme, por lo que no podía decirle que no, ni quería, pues estar con él era muy agradable.

    —Suena bien, Gabriel —acepté gustosa—. Una tarde de salida con amigos es de lo mejor, gracias. Eres el mejor amigo que alguien pudiera desear.

    —¿A-amigo? —Tartamudeó, nervioso.

    —Sí, el mejor. Si tuviera un hermano mayor, me gustaría que fuera como tú.

    Era verdad lo que decía. Nunca antes había pensado en la posibilidad de tener uno, ni siquiera lo había deseado. Pero si se me diera la oportunidad, sin duda elegiría a alguien como Gabriel, quien era fácil de tratar y muy tranquilo. Sin embargo, de pronto sentí que el ambiente entre nosotros se volvía más que tenso, sombrío. Incluso miré a Gabriel con atención, notándolo bastante abatido de un segundo a otro, siendo el hecho todavía más extraño porque hacía unos instantes que rebosaba de ilusión. ¿Había dicho algo malo?

    —¿Estás bien, Gabriel? —quise saber, inquieta.

    —Sí, yo… Tengo que irme a terminar las entregas o se me hará tarde.

    —De acuerdo. Cuídate y cuidado al manejar, ¿sí?

    Asintió todavía cabizbajo y sin mediar más palabra, se montó en la motocicleta para alejarse de mí, y aún a pesar de la distancia, pude ver que ese raro entorno depresivo que lo había envuelto de improvisto, decidió no abandonarlo.

    —Eso fue cruel.

    De repente, escuché detrás de mí, justo en mi oído, un susurro tenue, profundo y grave que logró sorprenderme y aterrorizarme por completo, así que no pude evitar no sólo sobresaltarme, asustada y pálida con el corazón a mil, sino que también lancé un grito chillón, en tanto me alejaba a una distancia prudente de donde provino la voz, volviéndome para encarar a su dueño, encontrándome con los bonitos ojos verdes de Ángel. No lo había visto desde aquel día que nos conocimos y no sabía por qué, pero una parte de mí se había sentido ilusionada de volver a verlo en algún otro momento.

    —¿Qué tal, Celeste? —me saludó con una amplia sonrisa.

    Entonces, sin entenderlo ni proponérmelo, a mi mente acudió el recuerdo de él segundo antes al tenerlo cerca de mí, sintiendo su cálido aliento sobre mi oreja y me sonrojé considerablemente, aturdida en gran manera. ¿Por qué? Sentí mi pulso acelerarse y ya no exactamente por el miedo anterior. Con todo, decidí esconder esas sensaciones lo mejor que pude.

    —Me has has dado un susto de muerte —lo reprendí frunciendo el ceño, disconforme.

    —¿Lo hice? —Alzó la cejas, inquisidor—. Me disculpo, no era mi intención, pero no pude evitarlo al ver lo que le hiciste al chico ese; ha sido en verdad cruel. Mira que rechazarlo de esa manera.

    —¿Rechazarlo? —Ahora me hallaba confundida; no entendía de lo que hablaba.

    —Al de la motocicleta —asintió él sin borrar su sonrisa—. Es claro que intentaba tener una cita contigo más que como simples amigos.

    —¿Una cita?

    Hasta ese instante fue que caí en cuanta en la actitud que Gabriel mostraba siempre. Se sonrojaba al hablar conmigo, se turbaba, buscaba mi compañía en toda ocasión, le gustaba estar a solas conmigo y me había invitado varias veces a algún lugar. Incluso ahora, al acordarme de cómo se desconsoló al decirle que era un gran amigo e incluso un hermano, quedó claro que quizás en verdad le gustaba como algo más.

    —Ay no —Me llevé una mano a la boca al descubrir todo, mirando hacia donde había desaparecido con su moto—. Seguramente lo herí mucho. Debería decirle que no quiero nada con él.

    —Eso es todavía más cruel —sentenció Ángel, condescendiente.

    —Pero es la verdad y no creo que cambie de opinión —objeté, segura—. No intento involucrarme con nadie ahora mismo.

    —Oh, no puedes ser así de malvada. ¿No le darías una oportunidad? —cuestionó él, sonriente y con cierto aire de picardía, al tiempo que se señalaba a sí mismo—. ¿Ni siquiera aceptarías salir conmigo si te lo propusiera?

    Nuevamente sentí mi rostro arder con furia y el palpitar de mi corazón en la sienes. ¿Por qué tenía que hacer esa clase de preguntas y comentarios? Eso indiscutiblemente había sido una declaración; tal vez una muy sutil e indirecta, pero lo era. ¿O volvía a burlarse de mí? Giré el rostro a un lado, intentado en vano que no notara mi desconcierto y vergüenza, en tanto me cruzaba de brazos.

    —¿A-a qué ha venido eso? Claro que no aceptaría; además, quiero enfocarme de lleno en los estudios.

    —¿De verdad? ¿Y si te digo que esperaré lo que haga falta hasta que los termines? —insistió él.

    —Entonces morirás en expectativa.

    —Definitivamente eres cruel.

    Comencé a caminar dirigiéndome a casa y alejándome de él para evitarlo verlo al rostro; sería demasiado bochornoso. Sin embargo, me detuve un momento para alzar la vista al cielo y apreciarlo como nunca antes lo había hecho. El día era muy soleado y una que otra nube podía divisarse surcando ese azul celestial que, por una extraña razón, me pareció que lucía mucho mejor que cualquier otro día, maravillándome.

    De nuevo, no pude evitar que mis pensamientos se extraviaran, sólo que ahora se estacionaron en Yes. Ya se habían cumplido los tres meses desde la última vez que lo vi ese día en el hospital, después de que yo lo hubiese recordado y aceptado como mi amigo de los sábados, mi acompañante de lectura silencioso. Así y todo, en realidad no me sorprendía en lo absoluto no haberlo visto nuevamente; de alguna manera sabía que esto terminaría pasando. Supe que no lo vería otra vez desde el momento en que noté su expresión después de decirle aquellas mismas palabras que le había dicho años tras; esas palabras que cada vez que eran pronunciadas, lo alejaban de mi vida. Pero estaba bien; lo único que deseaba para él era que le fuera bien dondequiera que estuviera ahora. Esperaba que pudiera continuar su vida pese a las malas vivencias, tal y como yo estaba dispuesta a hacerlo.

    Sentí que Ángel se colocaba a mi lado y desviando mis ojos del firmamento para dirigirlos a él, descubrí que también miraba el cielo, absorto. Regresé mi atención a la bóveda azul que se levantaba sobre nuestras cabezas y un suspiro de fascinación escapó de mis labios.

    —Es hermoso —reconocí encantada.

    —Lo es —concordó él, sereno—. Y es así de hermoso por el simple hecho de ser celeste, ¿no te parece?

    Para antes de que terminara la oración, yo ya me había vuelto a alejar de él, caminando a paso veloz en otra dirección, con el rostro súper rojo, con la sensación de mariposas revoloteando en el estómago y con el latido de mi bomba sanguínea al nivel máximo.

    —¡Sí que eres cruel! No me dejes hablando solo —me reprochó Ángel, corriendo detrás de mí.

    De aquella manera, manteniendo en mi ruborizado rostro una sincera sonrisa llena de complicidad que de vez en cuando le dedicaba a mi acompañante, me dirigí a casa. Se le daba vuelta a una hoja del libro que conformaba mi vida para darle paso a otra; una que estaba en blanco y donde podría escribir todo aquello que yo quisiera y decidiera.

    Fin

    Uf, menos mal que ya terminó. Si preguntan por Ángel, sólo les diré que ese chico es un misterio total. Por desgracia a él no pude desarrollarlo bien en la historia porque ninguno de los personajes que la relataba se interesó realmente por su persona y su pasado, así que queda en enigma. Sólo yo sé su verdadero origen, jojojo.

    Otra vez gracias a todos, se me cuidan y que estén súper bien siempre.

    Hasta otra.
     
    Última edición: 5 Abril 2016
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