Derrame de palabras sin razón

Hoy mi vida se ha acabado. No sé, ha sucedido todo con tanta prisa… pero así ha sido. De hecho, sin quererlo me has matado. Estoy muerto por dentro, así es la cuestión. Enseguida percibí cómo mi corazón latía ya sin vida, con odio, sin esperanzas, con la mayor de las decepciones, con esfuerzo y sumamente desganado. Todo por dentro de mí está desgarrado, por culpa de tus constantes puñaladas. Oh, sí, dulces puñaladas, que me han dejado con aliento sólo por el hecho de haber salido de tus sutiles labios… Una… dos… tres… muchas, perdí la cuenta… No sé cuántas, no pude contarlas, mi mente se atrofió. Pero sí, así fue. No te conformaste con verme enloquecido todos estos días, tuviste que matarme. Claro, matarme con delicadeza, enterrando una navaja imaginaria en mi corazón, pero con mucha suavidad, poco a poco, de forma progresiva, hacia abajo, muy despacio… Y mi sangre manaba mientras sentía que mis ojos se humedecían involuntariamente… ¡Y tú con esa sonrisa que tanto me derrite! ¡Viéndome con esos ojitos nerviosos, ladeando tu cabeza con ternura, y yo temblando! Y luego otra, y otra, el infinito, lo que no tiene cuenta, y me dio la impresión de que mis ojos estaban humedecidos de sangre, de verdad que me iba a desplomar, niña.

¿Y cómo me puse de pie al final? ¿Cómo me levanté de la silla? ¿Tú me ayudaste? No, fui yo mismo, con el último aliento de mi alma. ¿Cómo tú, si me tienes repulsión?

Pero ya, ya pasó todo, o al menos lo peor. Ahora, ¿qué queda? Nada más que iniciar como si nunca hubiera pasado. Nada más que evitar tu mirada, ¡oh, perfidia del destino!, que es lo que me tiene sin aliento. Es cuestión de borrarte de mis esperanzas, de intentar olvidarte, de no provocarme nuevas heridas para evitar mi perdición.

Y aún no lo creo. Nunca te veía tan sonriente, jamás tu risa había conocido, y ahora que por fin encuentro tu perfil oscuro, cuando te nutres de alegría, es cuando más sufro, cuando sentí destilar la sangre por mi pecho.

Y no lloré durante mi camino, pequeña, sólo porque el Sol nos observaba inquisitivo.

Pero será lo mismo de siempre, nada nuevo para ti, no te preocupes. Claro me ha quedado que soy un hombre repudiado por el mundo, el que jamás el amor vivirá a plenitud con la mujer de sus sueños. No resta más que catalogarte en el cajón de mis recuerdos como uno más de mis fracasos de conquista, el más grande de mi vida; y bueno, niña, ya vete con aquél al que tu amor le has entregado, al que le has correspondido como conmigo no hiciste; vete con ése que te ha ofrecido lo que yo no puedo darte, que con un beso te ha de bajar la Luna, y en fin, el que tan ansioso está por poseerte, por casarse contigo, así como te lo ha pedido y lo quieres, y que tan bien guardado lo tenías. No hay más, de nuevo llegué muy tarde.



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Publicado hace un par de años en CP, bajo el mismo pseudónimo.

Saludos.