Demencia puritana [El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde]

Tema en 'Fanfics abandonados sobre Libros' iniciado por Sam, 6 Marzo 2009.

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    Sam

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    Demencia puritana [El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde]
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    Demencia puritana [El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde]

    Well, este escrito me hizo ganar el concurso de Cuentos a Elección (¿así se llamaba?) y la verdad es que no me lo esperaba. Sinceramente me agradó, aunque me hubiese gustado haberle dedicado un poco más de trabajo.
    No sé si éste es el beteado o el que tiene errores, así que... ustedes juzguen.
    Se lo dedico a mi pequeña saltamontes, Betty la linda (cofaquienledebounahistoriacof). Sabes que gané sólo porque les di dinero a los jueces :lalala:.
    Ah, es una versión propia e incluso tiene personajes inventados por mí. Cualquier semejanza con la vida real es pura casualidad (?).


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    Demencia puritana<o:p></o:p>
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    Caminé hacia el escritorio y removí los papeles en busca de aquella nota, tirando los objetos que había encima de ella hacia el suelo. Abrí los cajones hasta sacarlos de sus lugares, los revisé agitándolos y, sin encontrarla, los lancé hacia la pared más cercana.
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    —¡Pequeña, blanca y cuadrada! —grité, enfadado—. ¿Tanto le cuesta decirme el paradero de aquella nota, señor Poole, o prefiere que le siga detallando su aspecto?
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    —Lo lamento, doctor, pero no la he visto.
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    —Claro que no —farfullé—. Retírese, por favor.
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    Asintió con la cabeza y salió del cuarto.
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    Retomé la tarea de revolver los papeles del suelo e incluso los que había en el bote de basura, en vano. Sujeté el reloj pequeño de madera que me había regalado Elizabeth y lo arrojé por la ventana, rompiendo, a la vez, el vidrio de ésta. Con resignación, me senté sobre una de las cajas que había sacado para revisar, apoyé los brazos en mi regazo y hundí mi cabeza en ellos.
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    Necesitaba encontrar ese papel. Tenía escrito, con mucha suerte, el ingrediente faltante para mi experimento. No había gastado diez años de mi vida para perder, en lo que dura un respiro, la clave del éxito. Maldecía mi mala memoria; parecía una estúpida broma el hecho de que, por fin, cuando había encontrado lo que me faltaba, anotándolo para no caer en las viles trampas de mi imaginación tan extensa y, a la vez, olvidadiza, la había perdido en Dios sabe dónde.
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    Conocía perfectamente el repentino cambio de humor que estaba padeciendo; sin embargo y a falta de voluntad, no podía arreglarlo sin la tan buscada sal. Me costaba creer que las consecuencias de mi ineptitud cada vez se hacían más notorias y menos saludables, porque, aunque el lapso de lo que duraba la poción ya había acabado, aún sentía los segundos efectos de aquella sustancia.
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    Era necesario saber cuáles cartas podía barajar. Las incógnitas de mis actos no me llevaban sino a la depresión y demencia. Me costaba trabajo reconocer que, intentar cambiar el curso adonde se destinaba la humanidad, era imposible. No podía dejar de perder esa esperanza que siempre había dominado en mi corazón hasta en la más diminuta de sus partes, porque si había alguien que creía fielmente en que la torpeza del pensamiento humano y el mundo negro y sucio que pintaban podía ser cambiado a base de la ciencia, era yo.
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    Tres golpes en la puerta me distrajeron. Suspiré lenta y pausadamente, reincorporándome a la vez, y dije con voz controlada “Adelante”.
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    Vi entrar a Lizzie con el nuevo vestido que le había comprado, sonriéndome con todas las ganas y llevando una taza de café en sus manos. Se sentó en la silla más cercana y me miró con preocupación y curiosidad. Luego, me tendió la taza de café para que la tomara.
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    —Lo siento, no era mi intención molestarte, Henry —oí con voz dulce decir mientras contemplaba el desastre de la habitación.
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    Tomé un sorbo y le acaricié la mejilla. No conocía exactamente el motivo, pero ella parecía el antídoto de mi enfermedad.
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    —Te dije que te quedaría bien. —Apunté con el dedo a su ropa.
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    —Tienes lindos gustos, he de admitirlo. En el pasado habrás sido mujer, ¿quién sabe? —canturreó con retintín.
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    Me reí cansinamente. Observé mi alrededor y, por un momento, deseé encontrarme en otro lugar, en cualquier lugar, a solas con Lizzie, dejando todo el trabajo detrás. Pero no, estaba tan cerca de encontrar lo que me faltaba, que caí en la realidad tan pronto lo pensé.
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    —Henry… —susurró mirándome fijamente.
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    —¿Sí?
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    —¿Por qué…? ¿Por qué lo haces? —cuestionó con inquietud—. Mira a tu alrededor… Éste no eres tú. Has cambiado y no sé si es por el proyecto en el que estás trabajando, pero antes no eras así de… de desagradable.
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    Lo sabía a la perfección. Sin embargo, un sacrificio haría ganar, no sólo a mí, sino a muchos, algo que parecía impensable. Intenté de sonreírle y le sujeté la mano.
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    —Ya es tarde, debes ir a dormir.
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    Ella frunció los labios, pero no protestó. Me besó la frente y cogió la taza ya vacía para luego retirarse.
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    Tal vez, lo que necesitaba era descansar un poco y despejar la mente. No dejaría de buscar aquel papel, pero en otro momento lo haría. Sólo esperaba que mi inquietud me lo permitiera.
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    Apagué las luces del estudio y cogí un candil ya encendido. Anduve por los pasillos hasta llegar a mi cuarto, me desvestí y así mi diario. Quizás, y sólo quizás, al rememorar mis actos podría recordar el nombre de la sal.
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    No podía fallar, no cuando casi lo alcanzaba.
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    No supe cuándo, pero en algún momento de la noche caí rendido. Me vi en un sueño negro y nefasto, consumido por una extraña sensación que me causaba estremecimiento. Me sentía alejado de todo, como si flotara en algún lugar desconocido y apartado. Las ansias de buscar una salida de allí y volver a mis costumbres banales reinó, sin embargo, un nuevo sentimiento de inquietud por descubrir lo que había en esa oscuridad, aunque bien sabía que no era nada bueno, me golpeó con tal fuerza que borró toda segunda opción.
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    Pude percibir un atisbo de temor y desasosiego en mi mente. De pronto, los principios que tenía se borraron y cambiaron drásticamente a otros insanos. Me regocijaba en lo sombrío y me extasiaba el camino que la inmoralidad recorría por mis venas.
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    Era un ser completamente distinto, alguien aislado de mi otro yo. Sentía deseos por una libertad no permitida, una que haría manchar cualquier pureza. No obstante, pude reconocer un amor por la vida y ganas de disfrutar de ella.
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    De pronto, en medio de esa negrura, apareció un espejo. No sabía cómo era capaz de verlo, ya que estaba seguro que la luz estaba ausente allí. Me acerqué y me posé frente a él. Entonces, me desperté; estaba sudando y respirando agitadamente. Encendí la lámpara a mi costado y salí de la cama. Me puse una bata y levanté mi diario que había caído debajo de la cama. Al recogerlo, un papel salió volando de él. Reconocí rápidamente de cuál se trataba y un destello de ansiedad y nerviosismo centelleó en mi mente.
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    Fui hasta el laboratorio y preparé el líquido con la sal. Antes había fallado por no tenerla, dándome unos efectos que iban desde el cambio de humor hasta espasmos; ahora, ya teniendo el último ingrediente necesario, que así lo mostraban mis estudios, sabía que podía ser el correcto. Aun así, miré el vaso efervescente con cierta duda.
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    Sabía de antemano que, con un error de dosificación, podía estar en peligro. Si bien las consecuencias de mis anteriores experimentos no me habían llevado tan lejos como para alarmarme, en ese momento, con el brebaje sobrecargado de materiales dañinos, no podía aventurar el resultado.
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    Tenía dos opciones: continuar o abandonar. La primera acarreaba mucha carga; posiblemente algún cálculo no era correcto y me llevaría a los brazos de la muerte. Sin embargo, si la pócima era la acertada, entonces estaría tocando una nueva era. Abandonar era sapo de otro pozo; significaba dejar atrás años de estudio y dedicación, renunciando a mis metas. No obstante, las ventajas no tenían que ser puestas de lado tan fácilmente.
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    Tal vez necesitaba más tiempo para analizar e investigar. Tal vez tenía que arriesgarme por primera vez en la vida. Tal vez…
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    Entonces, me atrajo con seducción aquella idea en la que ponía todo en peligro. La tentación era demasiado fuerte para resistirse, casi imposible, así que esperé hasta que el borboteo finalizara y me tomé el líquido de un gusto desagradable para mi paladar.
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    Segundos después, comencé a convulsionar ferozmente. Me ardía el cuerpo como si me estuviera quemando. Quería gritar, pero el dolor hundía todos mis sentidos a un lago sin fondo. Sólo quería que parara y, entonces, lo hizo.
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    Abrí mis ojos y supe que casi era de día: el color rosáceo del cielo lo indicaba a través de la ventana. Me sentía extremadamente mareado, casi imposibilitado a permanecer de pie, y la cabeza me dolía, como si alguien me hubiese golpeado. Noté que ya no llevaba puesta la bata, sino un traje que usaba para trabajar. Me pregunté cuándo me había cambiado.
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    Intenté levantarme mientras me sujetaba de la mesa. Respiré profundamente con los ojos cerrados; entonces, recordé que ayer había tomado la poción. Caminé en vilo hasta el escritorio donde tenía los ingredientes para la fórmula, tratando de confirmar que había colocado todos los materiales necesarios.
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    No sabía qué iba mal, no podía comprender que sólo un desmayo hubiese causado el brebaje. Debía de haber experimentado otras sensaciones más fuertes ¡e incluso estar sin vida! Pero nada de eso había pasado. Vagamente me acordaba de lo sucedido, aunque tampoco era mucho lo que había hecho.
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    Comencé a hacer una lista mental de cuanto había pasado, pero todas las acciones me llevaban a un dolor de cabeza que ninguna aspirina podía curar. En ese momento, el tormento empeoró multiplicándose mil veces y algunas imágenes, entrelazadas en visiones, aparecieron en mi mente sin aviso.
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    Era yo, pero a la vez no; de todos modos, estaba seguro de aquello. Mi estatura había descendido unos cuantos centímetros y me sentía un tanto más joven… y libre. Había corrido al espejo y me había espantado de lo repugnante que se veía mi rostro. No era el mío, por Dios que no lo era. Entonces, lo recordé en aquel cuerpo. La poción, las convulsiones, el fuego… No me había separado en dos, me había transformado y la idea me sedujo más de lo debido.
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    Ese extraño ser en el que me había convertido, al que la relación conmigo casi era imperceptible, se había dado cuenta de las ventajas que tenía su conversión. Y realmente las veía de una manera que corrompía todos los límites, porque, sintiéndose del modo que él lo hacía, se podía decir que ni siquiera había tales.
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    Había escrito en un anotador que había por allí un nombre: Edward Hyde. Lo dejó y salió, no sin antes cambiarse primero, del laboratorio a disfrutar la noche. La repugnancia de su rostro se veía reflejada en los mohines de disgusto que tenía la gente al verlo pasar. Su actitud era despreciable, como la de una persona maldita que destilaba crueldad sin darse cuenta. Estuvo involucrado en una pelea, de la cual saboreaba cada golpe que lanzaba y el dolor que causaba.
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    Al final, para volver a la forma normal, la mía, sólo tuvo que tomar de nuevo la poción.
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    Volví a tener el control de mi mente y miré aterrado hacia el escritorio: allí, en un costado, estaba el anotador con el nombre escrito. Sin embargo, y sin siquiera notar el cambio, otra vez esa atracción a lo incorrecto me atrapó. Lo pensé durante unos instantes y sentí brillar una luz desconocida dentro de mí.
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    Bien sabía que siendo alguien tan respetado en mi trabajo y vida diaria se me prohibía gozar de la forma en la que quería. Podía perder todo lo que tenía al hacer siquiera las cosas que Hyde había hecho esa noche, pero si todos le apuntaban el dedo a él y no a mí, entonces no corría peligro alguno.
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    Sin embargo, no pude evitar pensar en las desventajas de la situación. Primero tenía la cuestión de que lo que estaba haciendo era inmoralmente incorrecto, por más hermoso que sonara. Luego entraba el tema de sopesar cuán peligroso podía llegar a ser mi segunda mente, pero no quise meditarlo por mucho tiempo.
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    En verdad, la oportunidad se me presentó en bandeja de oro y era casi imposible no aceptarla. Por lo que me vi haciéndolo y pensando que, si algo salía mal, luego lidiaría con ello.
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    Así pasaron los días, viviendo mi vida responsable de día y disfrutando de mis diversiones poco honorables durante la noche. Creí que todo estaba bien, aunque no podía evitar sentir remordimiento cuando Hyde cruzaba el límite. Pero no fue así. Mis cálculos demostraron ser imperfectos una vez y lo volvieron a hacer.
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    Una mañana cogí el periódico de la mesa y reconocí la figura que aparecía en la primera plana. Busqué hasta encontrar la noticia ampliada: hablaba sobre el asesinato de un hombre de alta sociedad; la policía no quería dar comentarios acerca de la víctima hasta tener más información sobre el crimen. La prensa explicaba muy poco sobre lo ocurrido.
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    Comencé a temblar al recordar lo que había pasado la noche anterior. Las imágenes de mi estimado amigo Carew no cesaban de invadir mi mente. Entonces, vi a Hyde discutir con él y, lo que había estado evitando pensar, sucedió.
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    —No puede ser —susurré—. ¡Lo mató!
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    El estómago se me revolvió y la vista se me fue nublando. Sentí mis piernas flaquear, como si alguien estuviera golpeándolas para que cayera. Me tapé la boca y corrí hasta el lavabo.
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    Mi mente comenzó a dar vueltas como un carrusel. Los sentidos se me apagaron lentamente, uno por uno. Las imágenes seguían reproduciéndose en mi cabeza, mostrándome cada detalle del asesinato hasta llegar al punto clave.
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    —¡No! —grité, desesperado.
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    No podía seguir con lo que había creado; no era lo que quería. Si bien lo disfrutaba en ciertos puntos, sabiendo que no era yo el que hacía tales cosas, sino Hyde, el cargo que llevaba me parecía demasiado pesado. Podía seguir fingiendo que todo estaba bien, pero sabía perfectamente que eso no era verdad. Separar mi vida en dos, siendo Henry el bueno y Hyde el malo, no era lo que tenía pensado. ¿Adónde había llegado mi juicio para permitir tal atrocidad?
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    No era una opción dejar pasar lo que estaba ocurriendo. Los policías habían cubierto al completo el asesinato de Carew, pero la suerte no iba a estar de mi lado por mucho tiempo. Era una estupidez pensar que los reporteros de Londres no iniciarían una cacería en busca de nuevas noticias. Él había actuado de manera audaz y hasta, en cierto modo, perspicaz, si es que se merecía tales halagos. No obstante, ¿hasta cuándo duraría su limitada coartada? ¿Es que acaso no tenía el mínimo de compasión? Claro que no, si era la maldad personificada.

    Lo había decidido: dejaría de tomar la pócima. Sin embargo, no había previsto lo que iba a suceder.
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    Sentía un peso enorme en mí y apenas podía controlar mi estado de ánimo. Fui a dormir, esperando poder hacerlo, sin saber que ya era demasiado tarde. Me desperté vestido y una fuerte sensación de temor recorrió mi cuerpo de pies a cabeza. Entonces, al descubrir que la transformación se hacía involuntariamente, vi esas imágenes que me hicieron enloquecer.
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    Grité, lloré y seguí gritando, pero el rostro de Lizzie ahogándose en la bañera no podía dejar de presentarse en mi cabeza. Carecía de sentido lo que estaba pasando, no podía haber hecho tal barbaridad…, no con ella. Tenía que ser una mentira, no lo podía aceptar. Corrí para comprobarlo, sintiendo la desesperación y el temor golpear en mi cabeza.
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    Pool y la señora Fidman estaban allí, alrededor de ella, lamentándose en sollozos. Estaba tan frágil y pálida, que parecía una muñeca de porcelana. Aún llevaba puesto su camisón, mojado a medias. Su rostro manifestaba pánico, sin embargo, casi parecía estar sonriendo.
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    Volví al laboratorio a toda prisa al sentir el fuego en mí, yendo con movimientos torpes. Oí al señor Pool llamarme, pero no me di la vuelta. Cerré con llave la habitación y tomé lo poco que quedaba de la poción para no transformarme. Me senté en un rincón y rodeé las piernas con mis brazos.
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    Esto no está pasando, esto no está pasando, esto no está pasando…, me repetí una y otra vez.
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    —Doctor Jekyll —llamó Pool desde la puerta—. Lo siento tanto…
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    Me asusté al escuchar su voz. Tapé mis oídos con las manos y cerré los ojos con fuerza.
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    Un cuento, una fantasía, una pesadilla; eso quería que fuera. Gemí y respondí con voz temblorosa:
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    —¿Qué quiere?
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    Tardó un minuto en hablar.
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    —¿Por qué…? ¿Por qué lo hace?
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    Sabía a lo que se estaba refiriendo. La misma pregunta me había hecho Elizabeth, cuando el problema apenas estaba empezando; en ese entonces, no supe qué contestarle a ella, sin embargo, ya lo había pensado demasiadas veces como para no conocer la respuesta.
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    —Lo siento, Pool —dije—. No me puede culpar por querer algo mejor en la vida, ¿verdad? ¡¿Verdad?!
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    —¿Doctor?
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    —¡Perdóneme, se lo ruego! Permití que mis ambiciones llegaran muy lejos —admití—. Creí tener la capacidad de cambiar la maldad… No, no era eso, quería separarla, alejarla y dejar que hiciera lo suyo sin cargo de consciencia para el lado bueno. Me salió mal, creí tener la pócima exacta, la que distanciaría físicamente las dos partes del alma.
    >>Me salí de control. No era yo. Usted lo conoció, ¡era repugnante! Sin embargo, lo disfrutaba; amaba el hecho de ser libre, ¡libre de verdad! No creí que… —dudé—, que llegaría tan lejos. Conocía sus acciones, pero al principio no me importó. Empero, cuando asesinó a Carew, tuve tanto miedo. Juré que no iba a tomarla más, pero ya era demasiado tarde —expliqué levantándome de mi lugar—: la transformación se producía espontáneamente. Y luego sucedió lo de Lizzie…
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    Sentía mi cuerpo pesar y mis manos temblar. Rebusqué entre las botellas que tenía guardadas en la gaveta, cogí una que contenía un líquido negro y me contemplé en el espejo.
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    —Debí parar cuando pude. Debe saber que él también tiene miedo; ama demasiado la vida. Estamos desesperados y, pronto, cuando el efecto termine, sé que le temerá hasta a su propia sombra. ¿Sabe? No lo culpo, después de todo, es alguien inevitable en mi corazón; es parte de mí.
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    Sentí un fuego arder en mi organismo. Estaba sucediendo.
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    —Gracias —agradecí—, por el cuidado que me ha dado todos estos años. Yo mismo acabaré con lo que creé.
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    —¿Doctor Jekyll? ¡Déjeme entrar, doctor Jekyll! —gritó.
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    Destapé la botellita y observé el nefasto semblante que dibujaba el espejo; ésa sería la última vez que vería el rostro de Henry Jekyll.
    <o:p> </o:p>
    —Por Lizzie.
    <o:p> </o:p>
    Tomé el contenido y dejé que el veneno recorriera mi cuerpo hasta llegar a mi corazón. Susurré mis últimas palabras con cierta satisfacción: Adiós, Edward Hyde.
     
  2.  
    Sandritah

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    Re: Demencia puritana [El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde]

    A mí no me llegó el dinero, por cierto, así que quizá debería cambiar los resultados... Ok, no xD.

    Bueno, mi crítica ya la hice pero me apetecía postearte aquí también. Fue una gran historia y me encantó el desarrollo, especialmente cuando el doctor se da cuenta de lo ocurrido con Lizzie. Y las últimas palabras, la despedida, me impactaron. Adiós, Samantha xD.
    Sinceramente no sé si éste tiene errores o no, puesto que no lo he vuelto a leer. De todas formas felicidades, fue un muy buen trabajo.
     
  3.  
    Sam

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    Demencia puritana [El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde]
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    Re: Demencia puritana [El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde]

    No te llegó el dinero porque Pami exigía mucho, entonces no me alcanzó para darte... Luego lo agregas a mi lista de deudas.
    Es uno de los pocos escritos que me gustó, de hecho, por no decir el único (no recuerdo otros, so...). Aunque probablemente con el tiempo lo considere algo horrendo. Tal vez algún día lo mejore y enfoque más su locura hacia lo que le pasa, además de describir más su situación. Bah', algún día... xD

    ¿Un álter ego? Ok, no.
    Gracias, mi hermana gemela de ideas no identificada posiblemente secuestrada en la niñez (:
     
  4.  
    Sandritah

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    Re: Demencia puritana [El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde]

    No, un error mío. Estaba hablando con Samantha, y como vuestros nicks se parecen, ahí fue...
    Sería, más bien: Adiós, Sam.
    Ahora sí x.x

    Con respecto a mejorarlo, ¿por qué no ahora? Tienes la historia más fresca, los personajes ya desarrollados, etc. Si lo dejas para más adelante, posiblemente se te olviden detalles que podrías haber introducido, entre otras cosas. Hazlo, o tu hermana gemela de ideas no identificada posiblemente secuestrada en la niñez saltará sobre tu sana cabeza para arrancártela :o!
     
  5.  
    Pam

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    Re: Demencia puritana [El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde]

    Te quedó espectacular.
    Plasmaste los sentimientos del Dr. Jekyl tal cual...sin más ni menos. Lo más triste fue que murió Lizzie ToT.
    Realmente me quedé sorprendida por tu trabajo, me quedé sin palabras.
    Te felicito.
    Salu2.
     

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