Subieron juntos al bus como lo dictaba la rutina y se pusieron uno frente al otro en el pasillo puesto que, a mitad de recorrido, ya no habían asientos disponibles. Se miraron fijamente entre sonrisas, sonrisas ya conocidas, y comenzaron a hablarse mutuamente sin palabras, con el idioma de los párpados que es más comprensible en días ruidosos como aquel. Se burlaban con miradas de la gente que iba junto a ellos, de la niña que le colgaban los mocos y del caballero durmiendo con el buche abierto para todos los espectadores. Se miraban con cariño de conocerse hace ya tanto, de ser cómplices en tantos viajes como éste. Se recorrían con caricias oculares por todo dónde la decencia les permitía y se sentían felices el uno con el otro. Entonces ella suspiró. Con los ojos caídos, sus pupilas estaban tristes y él con la mirada inquieta le preguntaba sin abrir la boca que qué le sucedía. Ambas miradas se callaron un instante y ya no había más que decir. -Te amo -dijo él -Yo también -alcanzó a responder antes de bajar del bus y gritarle con las lágrimas desde el otro lado de la puerta todo lo que no alcanzó a decirle. Esas fueron las únicas palabras que cruzaron hasta entonces y por el resto de sus vidas.
En pocas palabras, es mejor decir lo que uno siente a las personas a quedarse callado porque uno nunca sabe si será la última vez que se vean. Eso es lo que entendí. Muy buen drabble. Él le dijo a ella lo que sentía en el último minuto, pero ella también.