Self-insert De tal palo tal astilla: ¡Locura doble!

Tema en 'Literatura experimental' iniciado por Fernandha, 7 Abril 2012.

  1.  
    Fernandha

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    Escritora
    Título:
    De tal palo tal astilla: ¡Locura doble!
    Clasificación:
    Para niños. 9 años y mayores
    Género:
    Comedia
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1240
    Escrito especialmente hecho para: ¡Porque padres...sólo hay uno! Espero que os guste C:​
    De tal palo tal astilla: ¡Locura doble!
    —¡Mamá! —Gruñó Daniel, mi cuarto hermano mayor—, ¿cuánto falta? Ya me cansé de caminar tanto. ¡Maldita montaña!, ¿quién las mandó a ser tan grandes?

    —¡Te quejas más que una mujer! —le burló Iván, el segundo de mis hermanos mayores.

    —¡Claro José! —Refunfuñó mientras hacía ademanes tontos—, ¡cómo tú no estás cargando ésta maldita mochila que pesa más que qué!

    —¿Quién te manda a traer tanto? —carcajeó Uriel, el tercero de mis hermanos.

    —Dejen de estar jugando y sigan subiendo —les regañó Sandra, la primera de mis hermanos mayores.

    Los ignoré, estaba más irritada por el calor que por sus peleas que al fin y al cabo siempre terminaban en bromas pesadas y luego venía la tranquilidad. Uriel cargó la mochila de Daniel y proseguimos con nuestra caminata.
    Habíamos decidido ir a Hidalgo el día anterior; hoy, talvez, me arrepentía un poco de no haber traído algo de agua conmigo.

    —¡Vamos! —gritó mi papá mientras llegaba a la cima de la montaña. Sonreí, al menos estaba feliz.

    —¿Te ayudo mamá? —le dije mientras me volteaba y le tendía la mano. Ella aceptó gustosa.

    Mi mamá no era mucho de salir de viajes, prefería la comodidad de la casa y seguir tejiendo. Adoraba por sobre todo crear chalecos o pequeñas decoraciones para el hogar. Sin embargo, mi padre era todo lo contrario.
    Desde pequeño siempre fue muy travieso, soñador y juguetón, aunque careció de muchas cosas por sobre todo era feliz, al igual que mi madre. Ambos son maestros jubilados y se podría decir que padres muy orgullosos de sus hijos pues Sandra es Licenciada en Enfermería, Iván Ingeniero Industrial, Uriel Ingeniero Industrial y Daniel en curso a ser Licenciado en Nutrición, mientras tanto yo recién terminaba el sexto año de primaria.

    —¡Maravillosa vista!, ¡esplendida! —decía mi padre Demetrio mientras admiraba el panorama. Y mis hermanos se sentaban en unas piedras.

    —En ese caso esto merece una foto, ¿no Mecho? —sonrió mi madre Amalia sacando la cámara digital.

    —¡Epa! —dijo—. ¡Fer, ven para acá! —Y yo me acerqué sonriente, mientras acomodaba mi gorra y agitaba un poco las manos. Odiaba las fotos pero eran familiares así que no importaría.
    Sonreí y el flash hizo que me ardieran los ojos por unos segundos. Después de dirigí al bolso de mi madre y tomé su botella de agua mientras ellos veían la foto, moría de sed, me volteé y ella me miraba. Sólo comencé a reírme para después ella hiciera coro con sus risas.

    —¡Mira Fer! —gritó mi padre señalando una enorme cascada y una especie de tirolesa encima.

    Solté una risa y apreté mis manos de la emoción. ¡Adoraba toda cosa extrema que se me interpusiera! Y mi padre, bendito sea dios, me secundaba en mis locuras, ¿o era viceversa? No importaba, ¡siempre éramos la especie de dúo dinámico familiar!

    —Ni creas que te vas a subir Mecho —recriminó mi madre viendo nuestras intensiones—, y tú Fer. No alientes a tu padre a hacer ésas cosas, tampoco te subirás, nadie está de humor hoy.

    —Pero Amalia —dijo mi padre tiernamente—, será la última vez. ¡Lo juro!

    —Ésa promesa tuya ha sido gastada —se cruzó de brazos—. Un no es un no.

    Y mi padre cerró la boca cómo niño pequeño y comenzó a bajar la montaña.

    —¡Espera!, ¡acabamos de llegar! —prácticamente chillé mientras le entregaba a mi mamá la botella de agua y ella la guardaba en su bolso.

    —¡Y ahora bajamos!, ¡vamos que la juventud nos acompaña! —Dijo severamente. Y no nos quedó de otra que seguirle el paso, bueno… al menos la bajada era más sencilla.

    Muchos pensarían que hombres de 56 años ya no estaban en condiciones de hacer grandes esfuerzos, pero mi padre era la viva imagen de que ésas cosas eran mentiras y mi madre no se quedaba atrás, 54 años y le seguía —más o menos— el paso a mi señor padre.



    Caminamos durante media hora hasta el coche. Nos subimos y partimos a un parque de diversiones cercano, mi papá no habló en todo el camino, parecía molesto y mi mamá comenzaba a sentirse culpable pero no cambiaría de opinión.
    Y no era para menos, Demetrio en su vida —de los 50 a los 56 años— había recibido ya más de siete operaciones, ocho talvez. Perdí la cuenta, su primera operación fue cuando tenía siete y medio u ocho años, no lo recuerdo. El caso es que su cuerpo ya no tenía la misma resistencia de antes y no debía esforzarse tanto, sin embargo, a él le importaba un pepinillo.


    Llegamos al parque de diversiones y descubrí que éste era el lugar en dónde se encontraba ésa tirolesa que vimos allá, encima de la montaña.
    Mi mamá fue la primera en entrar, seguida de mis hermanos —teníamos que cruzar un puente colgante. ¡Fantástico!—, Uriel la tomaba del brazo, a ella no me emocionaban las alturas.

    Cuando estaba dispuesta a seguirles mi padre me tomó del brazo y yo lo observé analíticamente, en su rostro comprendí que había una mirada traviesa. Sonreí ilusionadamente.

    Caminamos sigilosamente hasta dónde comenzaba la tirolesa y nos montamos, cada uno en su respectivo equipo, con ayuda de los organizadores de ésta y saltamos.

    La vista era asombrosa, la tirolesa era bastante alta y el sonido de la cascada era refrescante. La adrenalina se apoderó de mí y la boca me supo un poco a metal pero grité a todo pulmón completamente feliz y sin pensador dos veces me solté, comencé a dar vueltas y luego me sujeté, se sintió grandioso, observé a mi padre —quién venía detrás de mí— y estaba igual de asombrado que yo. Mi felicidad era latente y aunque vi a mi familia enojada en el otro extremo, no podía dejar de sonreír. No sé lo que pensaba mi madre en ése momento pero su mirada me comenzaba a dar miedo, era realmente recriminante, así que cerré los ojos y recé porque cuando bajáramos —mi padre y yo— la regañiza no fuera tan mala.

    Sentí cómo chocaba contra una almohada o un cojín de espuma y después era bajada, me quité el equipo y esperé a mi padre. Ya listos los dos, lo tomé de la mano y caminamos rumbo a mi familia. Al llegar Amalia no tardó tanto en regañarnos.

    —¿Y si te hubieras lastimado Demetrio?, ¡piensa en tu salud!, ¡qué tal si te desmayabas de la emoción!, ¡qué tal si ésa maldita cosa se descomponía y tú…y tú…! —comencé a reír mientras ella proseguía con los regaños.

    Sí, así éramos. De tal palo tal astilla y ¡Dios!, ¡qué locura doble formábamos!
     
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