La Sonaja Alice, en casa luego de una mañana de mucho trabajo, se encuentra en la sala de estar, comenzando algunos cálculos que tiene que llevar listos para el siguiente día. Puede que solo trabaje medio tiempo, pero incluso con el tiempo reducido tiene muchas cosas de las que ocuparse. Ella misma había pedido más responsabilidades; después de todo no había ido a la universidad y sacado un título en contabilidad para que la tuvieran sacando copias y organizando expedientes. Y justo estaba semana le concedieron esa oportunidad que tanto había pedido, le encomendaron un cliente “simple”, ya que se trata de una cadena de supermercados que necesita el cálculo de cuánto deben pagar de impuestos sus quince sucursales. Ante ella se encuentran cinco cajas de cartón llenas de rollos de recibos; miles de recibos. Afortunadamente todos ellos con el impuesto perfectamente marcado, por lo que no es mas que sumar los miles de recibos y sacar el cálculo respectivo. Estas cajas pertenecen a una sola sucursal, una de las quince que debe terminar antes de viernes. Realmente lleva buen ritmo. Terminando esta, más las cuatro que hizo el día de ayer y las tres que completó en la mañana, tendría listas ocho y, como apenas es martes, calcula que terminará su labor para antes del viernes, el jueves probablemente. Todo estaría bien de no ser por un detalle pequeño. Su bebé, Angus, quien se despertó hace unos momentos y ahora juega con la sonaja de colores pastel con diseños de ositos con corbata que le regaló su abuela, es decir, la madre de Alice. Recuerda perfectamente el día que su madre le regaló al bebé esa sonaja, fue apenas la semana anterior. Esta vino de visita y le dio el obsequio al pequeño, este la movía y se carcajeaba por el sonido. Le parece estar viendo la cara de Magnus, su esposo, cuando el niño comenzó a mover la sonaja, sonrió, pero no era una sonrisa de felicidad ni nada por el estilo, no, era una de las muchas sonrisas falsas de Magnus que con el tiempo Alice ha aprendido a descifrar, o al menos eso cree. La sonrisa que mostró ese día se podía interpretar como que la sonaja ocasionaría problemas en algún momento y él solo mirará de lejos hasta que ocurra. Observa el pequeño menear la sonaja, el clink que desprende es bastante molesto luego de un rato. Se nota que dentro de la sonaja lo que hay son cascabeles de metal que ocasionan un segundo clink cada que se mueven, por lo que al mover el juguete se desata una lluvia de clinks que perforan el cerebro. Intenta ignorar el sonido. Anota en su portátil, en un programa especial, los totales de las ventas y el monto de los impuestos de venta incluidos en el recibo. Clink, clink. Continuá las anotaciones, los números son cada vez más difíciles de anotar. Clink, clink, clink. Le comienza un dolor de cabeza pulsante. Clink, clink, clink. Cada sonido de la sonaja le perfora la cabeza. Clink, clink. Se lleva las manos a los oídos, pero es inútil. Clink, clink. Se dirige hacia el encierro donde se encuentra su bebé y le arrebata la sonaja. —¡Puedes hacer silencio! —grita. Inmediatamente se da cuenta de lo que ha hecho, pero es tarde, el daño está hecho. El pequeño Angus, luego de salir de la impresión de lo ocurrido, comienza a llorar a todo pulmón. Seth, el gran danés, y Anubis, la mofeta, mascotas y guardianes del bebé, corren hacia el encierro para consolar al pequeño. —Perdona a mami, yo no quise… —intenta levantar al niño, pero Seth se atraviesa y le gruñe furioso. Alice retrocede aterrada, se deja caer en el sofá, incrédula de lo que acaba de ocurrir. Mira la sonaja en su mano y la arroja al suelo. Clink, clink. Se lleva las manos a la cabeza y comienza a sollozar. Consigue llamar a Magnus, entre llantos le pide que regrese a casa. Magnus, sin perder mucho tiempo se apresura a ira casa. Cuarenta minutos le toma el camino desde el trabajo a casa. Entra y lo primero que lo recibe es el llanto de su hijo y los gruñidos de Seth. Corre hacia el pequeño, el perro se interpone, feroz e intimidante. Ante esto, Magnus le frunce el ceño al can y le señala el rincón. El perro, como si fuera un niño regañado, se retira hacia ese sitio y se sienta mirando la pared. El bebé es alzado en brazos por su padre, quien de inmediato lo comienza a arrullar para tranquilizarlo. No le toma mucho a Magnus adivinar lo que ocurrió, su mayor pista es la sonaja en el suelo, lejos del niño. Se sienta en el sofá y abraza a Alice muy fuerte, el bebé, con la carita llena de lágrimas se abraza a su mami. No dicen nada, el solo acto del bebé alcanza para tranquilizar a la chica. —Mi bebé precioso —le susurra al pequeño al tiempo que le da un tierno beso en la cabeza —. No puedo creer que le gritara a mi bebito. No creí que sería capaz de hacerlo. —Todos tenemos un límite —hace ver él —. Recuerda que todos podemos explotar en cualquier momento. Lo importante es que ambos están bien. —Me duele mucho la cabeza —confiesa mientras se limpia las lágrimas. —Ya que salí antes de trabajar, ¿qué te parece si me llevo al bebé, a Seth y Anubis a dar un paseo y te quedas a descansar un rato? —propone Magnus. —Sí, gracias —asiente ella. Luego de un rato de estar sola en casa, la chica siente la necesidad de realizar una llamada. Toma su teléfono y llama a su madre. Luego del quinto replique le parece que no va a contestar y cuando está por colgar escucha que contesta la llamada. —Hola, ma —saluda la chica. —Hola, querida. ¿Cómo está todo? —Bien, todo está bien —se relame los labios —. ¿Puedo preguntarte algo? —Claro, ¿qué ocurre? —cuestiona un poco preocupada por la llamada tan repentina de su hija. —¿Por qué le regalaste esa —molesta —sonaja a Angus? —¿Hay algo malo con el regalo? —No, no, es solo curiosidad. —Eras muy pequeña como para recordarlo, pero cuando naciste no teníamos donde vivir ni dinero, después de todo yo era una niña de diecisiete años que había abandonado la preparatoria a la que nadie le daría trabajo. Me sentía tan asustada y sola, sin familia ni amigos. Fui al único lugar donde se me ocurrió ir; la iglesia. Ahí me recibieron con los brazos abiertos. Tenía que ayudar a limpiar el templo, los alrededores, lavar ropa y cocinar, pero era poco a cambio por comida, alojamiento, comida y pañales. —Ma, yo no… —No pasa nada, querida. —Sí, perdona. —Recuerdo a una monja que trabajaba en un orfanato cercano que fue a conversar conmigo. La recuerdo bien, la hermana Lady Marian, una hermosa y amable mujer. Se sentó conmigo y me dijo que si no podía hacerme cargo de ti que siempre habría un lugar en el orfanato para colocarte. Me horroricé, claro está, pero en retrospectiva entiendo por qué me lo propuso. Al ver que no cambiaría de opinión, me ayudó a conseguir un trabajo que no requería preparación; limpiando un edificio de oficinas. El día que finalmente pude ahorrar lo suficiente como para alquilar un apartamento el padre Miguel y la hermana Lady Marian me despidieron y me desearon todo el amor de Dios. Además, me dieron una sonaja para que jugaras. Si cierro los ojos aún puedo verla; era vieja, de latón y hacía un sonido igual al que le regalé a Angus. Cada que jugabas con ella te veías tan feliz. Mi pequeña y dulce Alice, eras tan pequeñita —se escucha decir esto último con añoranza —. Cada vez que escuchaba que jugabas con tu sonaja me hacía recordar la razón por la que trabajaba tanto. Por eso le di una al pequeño Angus, para que recordaras lo mismo cada vez que la escucharas. —Ah, ya veo. Gracias por contármelo, ma —siente que está por llorar, escuchar la historia de su madre realmente la conmovió. —¿Era solo eso, querida? —Sí, digo, no. ¿Puedes cuidar mañana a Angus? —Claro, me encanta pasar tiempo con mi pequeño Angus. —Gracias, en la mañana te lo llevo a la casa. Se despiden. Alice observa la sonaja en el suelo. Se pregunta cómo es que el mismo sonido puede tener dos efectos tan distintos en dos personas; mientras a ella le causa dolor de cabeza, a su madre le daba fuerzas para salir adelante.