Dúo de luz y sombra [Orion]

Tema en 'Novelas Terminadas' iniciado por Kirino Sora, 6 Junio 2013.

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    Kirino Sora

    Kirino Sora Entusiasta

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    Dúo de luz y sombra [Orion]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1783
    Dúo de luz y sombra
    Capítulo I — Tu voz

    El vuelo Italia-Francia con destino a París acababa de aterrizar a la hora acordada.

    El viaje no había sido realmente largo, pero para Riccardo, que en ocasiones era inevitable que se marease, había resultado casi eterno. Por esa razón dio un profundo suspiro, aliviado de poder tocar al fin suelo firme.

    Ya estoy de vuelta, París —murmuró para sí mismo.

    Con un pequeño maletín en la mano, se dispuso a recorrer el aeropuerto hasta que encontró la salida. Pero cuando estuvo a punto de atravesarla, vio que un señor bajito y mayor de cabello canoso y notable vientre lo saludaba desde la distancia; era el director de su antigua academia. Tras una docena de pasos más, los dos se encontraban ya uno enfrente del otro, culminando aquel pequeño encuentro con un apretón de manos.

    Me alegro de volver a verte, ¿cómo has estado?

    Perfectamente, señor director. Fue una sorpresa cuando recibí su llamada, invitándome a participar en la presentación de hoy.

    El hombre rió a carcajadas y comenzó a darle palmadas en la espalda —o lo intentaba, mejor dicho—, eufórico.

    ¡No hay que ser tan formal, Riccardo! ¡Ya no soy tu director ni tú mi alumno! Además, creéme cuando digo que me impresionó saber que aceptabas, a pesar de haber sido todo tan repentino. No estoy exagerando al decir que fuiste una de las personas más prometedoras y muy trabajadoras que ha podido conocer esta academia. Francamente, no podría haber pedido nada más.

    Está exagerando —cuestionó el ex-alumno, avergonzado, a la vez que dirigía la mano hacia su nuca y entrelazaba los dedos alrededor de su rizada melena marrón—. Si no hubiera tenido la oportunidad de recibir aquella beca hace tres años, quizás hoy no me encontraría aquí. Es por eso que debería ser yo quien estuviera totalmente agradecido con usted.

    El director aceptó su agradecimiento con una risa sonora, llena de júbilo y poco propia para su edad.

    Sí, en esos tiempos eras tan joven... Sólo eras un chiquillo de quince años. Mientras, mírame, no he cambiado en absoluto desde aquel entonces; es más, me veo cada vez más viejo y con unas canas imposibles de quitar. Cómo pasa el tiempo... Pero dejemos de hablar sobre mí y cuéntame, ¿qué tal han ido las cosas por allí en Italia? —preguntó él, curioso, indicando que lo siguiese. Obedeció, y fue tras suya.

    Nada mal. Actualmente estoy realizando varios conciertos por los auditorios de mi ciudad, aunque, por alguna razón, últimamente siento que falta algo...

    Vaya, vaya... Estás insatisfecho, por lo que veo.

    Riccardo sacudió la cabeza.

    No es que sea precisamente eso lo que me preocupa, es más, puedo decir con seguridad que estoy orgulloso de haber alcanzado el nivel que tengo. Es sólo que se siente... No sé... Diferente. Como si no tocara igual, ¿sabes? De algún modo, a pesar de tocar las mismas notas, hay algo que no me convence del todo; ya no es lo mismo a como los recordaba.

    Si realmente esperaba que le dijera algo, definitivamente quedó decepcionado. Porque no hizo más que asentir y musitar cosas que no alcanzaba a escuchar, haciendo cuestionable si había estado atento mientras hablaba. No pudo reprimir una mueca de disgusto, acompañado de un ceño ligeramente arrugado. Entonces, de repente, se detuvo, y Riccardo estuvo a punto de chocar contra él ante inesperada acción. Fue en ese momento que, por medio de la vista, supo dónde se hallaban: la plaza de la Concordia.

    Lo más destacable que era capaz de ver uno desde la distancia era el Obelisco de Luxor, situado en el centro de todo, que, como su nombre indicaba, consistía en un pilar de cuatro lados hecho de piedra y terminado en forma de pirámide, y perteneciente a un templo originario de Egipto. Frente a ésta se hallaban un gran número de asientos colocados uniformemente y de cara al escenario ahí montado. Para evitar la entrada de personal no autorizado, marcando el límite entre ese terreno vedado y el resto del sitio se hallaban varios guardias vigilando los alrededores, que estaban decorados con un ambiente musical; sólo había un pequeño grupo dentro, que probablemente serían los organizadores de tan enorme demostración. Hacía tiempo que no visitaba ese lugar donde, en numerosas ocasiones, se había quedado charlando con esa persona.

    Inmediatamente, una sensación entre felicidad y nostalgia recorrió todo su cuerpo con la misma rapidez que el sonido de una corchea. Sentía cierta tentación a formular una pregunta en concreto, pero una parte de él mismo intentaba convencerle para que no lo hiciese. Dubitativo, se atrevió a llamar al hombre delante suya.

    Quisiera preguntarle una cosa... —murmuró, lo suficiente como para que nadie más que él lo escuchase.

    ¿Ah, sí? —El director puso de inmediato toda su atención en Riccardo—. Dime, ¿qué deseas preguntarme?

    Verás... Me gustaría saber si ella va a... —Pero se paró a pensarlo detenidamente de nuevo, y no finalizó la frase. Prefirió, después de todo, no continuar aquello—. No, no es nada. Olvídelo —dijo finalmente.

    El otro lo miró confundido, mas decidió no insistir. Al final, ante la llamada de los que parecían ser directores de otras academias, el hombre se despidió de Riccardo, aconsejándole que contemplara sus alrededores. Pero no había nada realmente qué observar, porque todo permanecía prácticamente tal y como lo recordaba. La única excepción aceptable de todo —omitiendo la presencia del escenario y las sillas—sería la numerosa cantidad de personas que se encontraban, generalmente músicos como él. Pero, a diferencia del resto, Riccardo ya se había graduado, y la prueba era los uniformes que llevaban junto al escudo de su correspondiente academia; entre aquel montón de gente, él era quien más destacaba debido a su impecable traje negro, dándole un toque de elegancia a su caballeresca apariencia.

    Incómodo ante las miradas indiscretas de la gente, se dirigió en dirección a una de las fuentes que había y se sentó. Dio otro vistazo hacia su alrededor; había unos que conversaban entre ellos y otros que daban mantenimiento a sus instrumentos antes de que fuera la hora. Riccardo, como pianista que era, no debía de afinar su piano, que se encontraba en el centro de su habitación, en Italia. Sin embargo, ver a tantos con sus violines, flautas y otros muchos más lo animaban a tocar ahora mismo, pero no podía. No llevaba nada excepto sus amadas partituras, guardadas en el maletín, y dudaba mucho que le permitiesen practicar antes; si la representación se hubiese realizado en un recinto cerrado, habría estado tocando y perfeccionando hasta que fuera su turno.

    Aburrido y sin saber cuándo sus oscuros ojos se clavaron sobre la superficie del agua, percibió una figura borrosa detrás de su reflejo. Entonces oyó una voz grave y fría, pero sobre todo, conocida.

    Conque has regresado, Riccardo.

    Se giró instintivamente y, en el momento en que pudo comprobar que sus sospechas eran ciertas, forzó una sonrisa.

    Yo también estoy feliz de volver a verle, señor Renou —mintió Riccardo con ironía.

    Ninguno volvió a decir nada; se quedaron mirándose fijamente durante un rato. A pesar de compartir bastantes rasgos físicos con esa persona, la hostilidad y seriedad en su mirada era una característica que nadie más que él poseía. Tan claros, pero profundos y sin brillo; los ojos de un adulto normal y corriente.

    No era complicado saber que le desagradaba su presencia. Genial. Porque a Riccardo le ocurría algo similar, y no se esforzaba apenas por ocultarlo.

    Parecía que nunca serían capaces de estar de acuerdo, ya sea pasado, presente o futuro.

    Pero, si él estaba allí, podía ser que...

    «Detén todo esto», se convenció a si mismo. «Eso ya es del pasado; debo de continuar hacia delante».

    Quería creer en ello, sin embargo, aún resultaba difícil de superar. Sacudió la cabeza y, en su interior, reprimió aquel complejo sentimiento. No porque quisiera, sino porque era lo mejor que podía hacer.

    Como si hubiera adivinado sus pensamientos, el señor Renou habló:

    ¿Por qué piensas que está aquí? Puede que aún esté lejos, muy lejos de aquí, muy lejos de ti.

    Riccardo apretó los labios.

    ¿Y qué le hace pensar eso? —cuestionó él, procurando permanecer prudente—. Además, ¿no era esto lo que deseaba? ¿Acaso no está satisfecho?

    Renou no respondió. En lugar de recibir alguna respuesta por su parte, le dio la espalda no antes de susurrar un: «Me pregunto por qué...». No supo decir si iba dirigido más a sí mismo que para él.

    Buena suerte en tu actuación. —Y se fue.

    Cuando ya no era capaz de ver su silueta con claridad, dejó escapar un profundo suspiro. Gracias a ese hombre, muchas memorias de las cuales se obligó a olvidar regresaron de golpe, provocando una reacción que desordenó toda su cabeza. Rememorando el pasado. Olvidando durante un instante la razón por la que había regresado. Anhelado cosas que no debía y esforzándose en resignarse. Era un verdadero caos.

    Y en medio de ese desorden, una melodía se reprodujo en su conciencia. Una melodía que lo hacía recordar y que, sin embargo, preferiría incluso olvidar, mas era incapaz de conseguirlo. Una melodía que marcó el comienzo de todo, y poseía ese algo que a Riccardo le faltaba. Y eso era...

    ... Tu voz, Sylvette...




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    El reencuentro
    =o=
    Capítulo ΙΙ


    Francia, París. 2000.

    — ¿Qué? ¿Quieres que toque ahora?

    La voz de Riccardo sonó sorprendida por todo el auditorio, ocupado solamente por dos personas.

    —Sí, me dicen que tocas muy bien, como si de un ángel se tratase —dijo la chica, con algo de pena por lo último dicho, no debía haberlo mencionado. Pero ciertamente tenía la curiosidad de oír cómo tocaba el chico. El piano siempre ha sido su instrumento favorito, y oírlo le era muy ameno.

    Riccardo se sonrojó levemente por el alago, pero no lo permitió notar. Giro su mirada a las teclas del piano, pensó qué tocaría para la chica, y decidió por tocar su melodía favorita: Moonlight sonata.

    Sylvette escuchó atentamente cada sonar de tecla, cada nota. Oh, quedó maravillada, a parte que no había oído esa melodía. Él tocaba tal como los rumores escuchaba; como ángel. Sólo toco una parte, lo suficiente para contemplar. Detuvo el tocar, y volteó hacia ella esperando una respuesta.

    La chica, extrañamente, aún se encontraba perdida en sus pensamientos. Él se dio cuenta de ello, era obvio. Se levantó del asiento y se acercó a ella. Ya ha centímetros de la castaña, prosiguió a hacerle una pregunta para recordarle que seguía allí.

    —¿Cuál es tu nombre?

    Resonó un leve eco en el auditorio, como sólo estaban ambos; ella volvió en sí de su mundo, con la expresión de sorpresa en su rostro. Lo miró y respondió la pregunta.

    —Sylvette. Me llamo Sylvette. ¿Y tú?

    El chico sonrió leve ante la acción de la chica.

    —Riccardo. Mi nombre es Riccardo —le dedicó una sonrisa. Ella sonrió instintivamente, pero luego de ello se hizo un silencio, incomodo. Quiso romper el hielo, así que siguió— ¿Y tú tocas algún instrumento?

    —Bueno, estoy aprendiendo a tocar la guitarra. Pero canto, de hecho cantaré en el baile de mañana.

    —Vaya, felicitaciones. Eso quiere decir que debes tener una hermosa voz —dijo sonriente, siempre era sí, Riccardo sonría siempre; pero algo en el interior le decía que con ella era diferente.

    —Jeje —rió algo nerviosa. No sabía qué era pero, le simpatizó de inmediato Riccardo—, gracias.

    —Entonces te toca a ti, ¿sí? —Preguntó. Ella lo miró confundida, al parecer aún no volvió del todo. Entonces aclaro a lo que se refería— Cantar.

    —Ah, eso. Pues… es que…

    —Yo te mostré cómo toco el piano. Ahora yo quiere oír tu voz, Sylvette. Es lo justo, ¿no crees? Vamos, yo toco el piano y tú cantas.

    —Hum. Es verdad. Bueno, está bien.

    Ambos sonrieron uno al otro, así confirmando. Se dirigieron al piano, se sentaron en el banco y él empezó a tocar. Cuando llegó el momento de cantar, ella se trabo, la voz no salía por no sé qué… los nervios, sí eran los nervios. Desvió la mirada. Riccardo se lo imaginaba, y no le molestaba nada aquello, más bien le parecía… dulce.


    Rozó su hombro para llamar la atención de Sylvette. Volteó instintivamente. Él le dedicó una leve sonrisa y empezó a cantar para ayudarla. No es que fuese un excelente cantante, pero al menos para mantener una oración.

    —El amanecer se asoma en su esplendor… dejando mostrar su belleza. Así como aquella persona… ésa tan especial para mí…

    —Que me hace perder en mi mundo… —ella prosiguió, tomó valor y siguió— en mis anhelados sueños, esos que no quiero despertar jamás…

    Sí, lo era. Tenía una voz tan sutil, suave, angelical… como un rayo de luz en la oscuridad. Una escena simplemente hermosa. Y él, perdido en su voz…

    Francia, París. 2003.

    Y fue cuando sintió que un nuevo mundo había sido descubierto. Un mundo lleno de luz que se mantenía con la milagrosa combinación del piano y la voz humana; pero éste último elemento actualmente no se encontraba al alcance de su mano.
    Con la vista fija en el agua de la fuente, una pregunta estuvo repitiéndose en la mente de Riccardo:
    «¿Dónde estarás?»

    Ese amor por ella nunca se disipo. La amaba sí, pero ese amor fue prohibido… no, no lo fue. Ese amor no fue permitido injustamente, por alguien que no entendió su significado.

    —Riccardo —dijo el director, llamándolo. Pero Riccardo seguía con la vista en la fuente.

    —Riccardo —dijo un poco más fuerte. Él se exalto un poco, y volteó hacia su anterior director, mirándolo fijamente.

    —Sí, señor director —se puso de pie rápidamente.

    —Ya te he dicho, no me llames director. Llámame por mi nombre. Bueno, te debo decir. Verás, acabo de hablar con los otros directores y me informaron que la presentación no será hoy sino mañana. Así que puedes ir tranquilo a hospedarte y dejar tus cosas. Te presentaras mañana a las siete de la mañana en punto (07am).

    —Oh. De acuerdo, señor direc… —se detuvo, no termino la palabra; el directo lo miro alzando una ceja— Gabriel, de acuerdo Gabriel jaja —rió nervioso, con la mano entre sus rulos avergonzado. Ciertamente le tenía respeto.

    —Mejor. Bueno, me debo ir. Suerte para mañana, aunque no la necesitas tanto…—el hombre rió a carcajadas de nuevo. Enserio, por qué le causaba tanta risa… curioso.

    —Hem, bien. Hasta mañana. Qué pase un lindo día —se dieron un apretón de manos, y cada quien se fue por su camino.

    Le pareció extraño que cambiaran el día, pero mejor para él, así tendrá tiempo para practicar y prepararse mejor. Tomó sus pertenecías con ambas manos, y empezó a caminar hasta la orilla de aquella calle con piso de piedra para tomar un taxi.

    Al llegar extendió su mano derecha para llamar el taxi, éste se acercó a él orillándose en la cera. El conductor salió del auto y guardo la pequeña maleta de Riccardo, luego ambos entraron en el auto y se fueron de la plaza. Dentro del auto en movimiento, observaba la bella vista de París, y esperando llegar a su casa; la casa donde vivió hace tres años. Vaya recuerdos aquellos, esos de su adolescencia.

    No supo en qué momento había llegado, pero a su pensar fue uno corto; vaya, así estaría de distraído. Sin saber ya se encontraba en frente de su casa; bajó del automóvil, le pagó al conductor y éste se fue. La empleada que ha estado cargo de su anterior hogar, salió de la casa azul con ventanas marrones como la madera; no es que fuese una mansión como la de los alrededores, pero vaya que era hermosa.

    —Buenas tardes, joven Riccardo —dijo la mujer, tomando la pequeña maleta del joven.

    —Buenas tardes, Jossefin. No te preocupes por eso, yo lo hago —la chica le iba a reprochar, pero al ver que Riccardo ya había tomado su maleta y entró a la casa, no dijo ni una sola palabra. Sólo sonrió, el joven con el pasar sólo se volvió más educado, todo un caballero.

    Y se preguntaba… qué habría sido de él todo este tiempo, y cómo estaría aquella chica. Después de todo, Jossefin siempre le ayudaba en sus escapaditas para verla a ocultas, todo por amor.
    Riccardo estaba algo cansado la verdad, el viaje lo había mareado un poco y, al parecer, le afecto en ese momento.

    Entró a la casa, le echo un vistazo a la sala y sus alrededores; casi todo seguía igual, no había mucho que ver. Optó por ir a su cuarto para llevar su maleta y planificar todo lo que hará entre hoy y mañana, igual no era mucho… aunque uno de sus planes era dormir.

    Al llegar a su habitación, toda de color vinotinto en las paredes y dorado en la orillas de la misma, la cama individual blanca bien organizada, uno que otra afiche colgado en las paredes para decorar… sí, casi todo estaba igual. Dejó la maleta cerca del escritorio. Lo primero que hizo fue darse una ducha, no tardó tanto ya que Jossefin le avisó que la comida ya estaba lista. Salió del baño, se vistió con un atuendo más cómodo para estar en casa, y se peinó sus rulos castaños.

    Prefirió comer en su habitación, de igual forma no había a nadie a quien esperar o recibir su casa. Sí que extrañaba la comida francesa, la mujer preparó espagueti con su salsa especial, y a parte caracoles. No era exactamente su favorito, pero vaya que le gustaba.

    Agradeció por la comida, y comió tranquilamente. Cuando terminó, bajo a la sala pasando por las escaleras y dejó el plato en la cocina. Estaba muy silencioso, bueno no se escuchaba ni un ruido… extraño.

    —¿Jossefine? —Preguntó en voz alta— ¿Joseefine? —Casi gritó. No recibió ninguna respuesta, al parecer la mujer no se encontraba en la casa. Pero si salió, le pareció extraño que no le avisara. Bueno, ya le explicaría cuando volviese.

    Subió de nuevo las escaleras para llegar a su habitación. Cerró la puerta, y se sentó en la cama. Si tuviera un piano con que practicar lo hiciera…

    —Un momento —se dijo a sí mismo— Ahora que recuerdo, mi madre tubo piano y éste está allá bajo en el sótano.

    Sonrió por ese recuerdo, en que su madre le tocaba desde niño… siempre para dormir. Salió de la habitación, pues en ese pasillo al final se encontraba el sótano. Así que caminó hasta la puerta del sótano, la abrió y el ruido tedioso de la puerta le molestó en los oídos.

    Al entrar, prendió la luz que era blanca, observó el lugar de un lado a otro; era un sótano grande, lo suficiente para guardas todos esos objetos del pasado allí.

    Entonces lo vio, el piano se encontraba en casi todo el medio de esa habitación. Se acercó a él y contemplo, al parecer Joseffine lo había atendido bien durante los últimos tres años… cuando él tenía quince años de edad. El piano estaba impecable, sólo algo mal gastado pero no le quitaba el hermoso color negro que poseía, de la madera que fuerte que guardaba en su interior, y las finas y blancas teclas.

    Por instinto se sentó en la banca frente el piano. Por suerte había un papel con unas notas encima el piano, las tomó en sus manos y las leyó. Oh, vaya coincidencia era… Moonlight sonata.
    Ahora sí, sus recuerdos dieron vueltas en cada rincón de su mente.
    De un momento a otro empezó a tocar la melodía, inspiradamente, con un sentimiento a demostrar mediante ante tal elegancia al tocar.

    Poco a poco, con cada nota, cada recuerdo volvió… Como si fuese sido ayer, todo claro se mostró en su mente

    Academia musical. Francia, París. 2000.

    La noche siguiente, luego de aquel encuentro, todos se encontraban en el baile de a conmemoración de aniversario a la academia.

    Los estudiantes estaban en el salón más grande que había; las paredes de un azul cielo, cortinas plateadas guindadas en forma cursiva en los ventanales, y un candelabro blanco grande en el techo del medio del salón.Todos estaban disfrazados con máscaras ya que de ese tema era el baile, las chicas con vestidos y los chicos con trajes. Todo un baile de disfraces.

    Riccardo buscaba con la vista que aquella chica con hermosa voz, lo había dejado tan pensativo, aquel dúo que formaron ayer… él tocando el piano melodiosamente y ella cantando maravillosamente. Lo tenía tan distraído, tan pensativo… que sólo la quería ver a ella. Allí, en la esquina del salón veía una silueta a lo lejos, acercándose poco a poco a él.

    «Creo que es ella» pensó dudoso.

    La chica tenía un vestido color rojo carmesí que le llegaba un poco más arriba de las rodillas, una máscara plateada que hacia resaltar sus orbes verdes esmeraldas, su cabello chocolate suelto y sedoso que caía a mitad de su espalda como cascada, su piel blanca algo bronceada, hermosa a simple vista. Sí, era ella.

    —¿Sylvette? —Más que pregunta precia una afirmación.

    —Sí, soy yo, Riccardo —respondió mostrándole una dulce sonrisa en sus labios.

    —Bienvenida al baile, un placer verte de nuevo —dijo él, queriendo mostrar una felicidad que no sabía describir más que una sonrisa.

    —Gracias, igualmente. Es un gusto también volver a verte.

    Ella no se había dado cuenta hasta que estuvo más cerca de él. Vestía un traje negro e impecable, hermoso por la tela. Una rosa roja en el bolsillo en la parte de adelante cerca de su pecho. Ojos chocolates profundos, que simplemente se perdía en ellos. Sus rizos castaños que combinaban con sus ojos, y piel blanca parecida a nieve.

    Ambos se miraron mutuamente, no queriendo hablar, sólo verse uno al otro. Un momento, ¿pero que era todo esto? ¿Por qué les llamaba tanto la atención? Se lo preguntaban. El momento se tornó incomodo, nada nuevo para ellos.

    Sylvette al darse cuenta de aquello, quiso romper aquella miraba la estaba empezando a poner nerviosa, igual que él.

    —Tú eres nuevo en la academia, ¿no? —Preguntó Sylvette, queriendo conocerlo más.

    —Sí, soy nuevo. Gracias a una beca que obtuve estoy aquí —respondió, queriendo no dar mucha información de dónde venía. Así que prosiguió y le pregunto— ¿Y tú, Sylvette?

    —Ah, yo sí tengo aquí más tiempo. Desde los trece años de edad en realidad, y ahora tengo quince años. He aprendido muchas aquí —le explico moviendo un poco las manos ladeándolas. No sabía por qué los nervios, pero estar con él le ocasionaba eso. Y viceversa, a Riccardo le sudaban las manos.

    —Qué bueno. Yo espero aprender igual que tú. De verdad, yo también tengo la misma edad —dijo algo sorprendido y alegre.

    Sin darse cuenta, cada vez se acercaban más ya que, igual, el sonido de la música no los dejaba escuchar la voz uno del otro. Decidieron ir a sentarse en una mesa para estar más cómodos y seguir conversando. Pero Sylvette tropezó con cable del audio, haciendo que Riccardo lo sostuviera por la cintura antes de caer.

    Cuando paso un poco el susto, y sus miradas se conectaron aun cuando la estaba sosteniendo y nadie veía en ese momento. Ellos se ruborizaron un poco al estar así de cerca, al igual que los nervios poco a poco se recorrieron en todo su cuerpo.

    «Pero, ¿por qué estoy tan nerviosa? Él es el chico que conocí ayer » Pensó Sylvette, tratando de ignorar algo que no pudo.

    «¿Por qué? ¿Por qué no puedo dejar de ver sus ojos…» Pensó Riccardo, tratado de apartar la vista, cosa que no pudo.

    Él la fue levantando poco a poco, para que no se volviese a caer; pero como si hubiese sido predicho, resbaló y ella cayó encima de Riccardo a una distancia muy escasa.

    Esto los hizo ruborizar a los dos. Él sin poder evitarlo, extrañamente sin saber por qué, fue acercándose poco a poco hasta llegar a centímetros de sus labios. Por suerte, nadie los estaba viendo, al menos eso creían. Ella tampoco sabía si contenerse o no. Lo que sabía es que desde ayer ese nerviosismo y ganas de verlo no se habían ido. Y él sentía lo mismo.

    Sin pensarlo, poco a poco se fueron acercándose más y… se dieron un leve beso y en seguida se separaron sonrojados en las mejillas.

    ¿Por qué lo habían hecho? ¿Amor primera vista?
    Después de unos minutos incómodos; llamaron a Sylvette a cantar al escenario…

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    Mary Shirou

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    Dúo de luz y sombra [Orion]
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    Los recuerdos de Riccardo se quedaron fijos en la figura de Sylvette mientras cantaba. Sus dedos, temblorosos, intentaban recodar el acompañamiento perfecto que ejecutó en aquella ocasión

    Academia Musical, año 2000

    Sylvette se paró frente al escenario y con su voz, clara y melodiosa, cantó una arietta compuesta por los estudiantes del taller de composición. Su temática, romántica pero con claros toques de burla hacia los más enamorados hizo que el muchacho se riera y a la vez terminara de quedar encantado con la muchacha. Mas, el mayor hechizo fue quedar con sus ojos conectados a los movimientos de la joven, notando cada paso, cada coqueteo, e incluso cuando sus ojos finalmente se conectaron y, como si una corriente lo recorriera, rendirse ante ella, totalmente embobado

    Al terminar la canción, los aplausos no se hicieron esperar, halagando a Sylvette por la osadía de interpretar algo que no había sido ejecutado antes. Ella les respondía con una sonrisa, pero pronto volvía su mirada hacia Riccardo, en un claro gesto de querer saber sus intenciones.

    - Lo hiciste bien - dijo él y se sintió tonto ante tal frase- ¿Realmente te gustó? Siento que hice un poco el ridículo - dijo ella, algo avergonzada
    - Sí, tu voz parecía perfecta para la idea del compositor. Yo creo que luego que lo cantes más veces podrás demostrar el real valor de esa canción - respondió, con una sonrisa tranquila- Muchas gracias - dijo ella, ruborizándose a más no poder


    Francia, París, 2003

    El recuerdo de lo vivido en aquel momento hizo sonreír a Riccardo. Él no se imaginaba que ése sólo sería el primer de muchos encuentros. Los roces, los encuentros en los ensayos y en la cafetería hacían que ellos se encontraran una y otra vez, claramente con el deseo de dar un paso más allá, de complementarse y finalmente formar una pareja

    Sin embargo él siempre estaba ahí, acechando como un león rugiente dispuesto a defender a los suyos. El padre de Sylvette, el señor Renou, no estaba dispuesto a que su princesa se mezclara con un cualquiera, mucho menos con un músico de baja categoría. Él, apenas notó que ambos se estaban acercando más de la cuenta para su propio gusto, se encargó de detener la historia para arreglarla a su modo, como un padre debía hacerlo por el bien de su hija... O, al menos, ese era su pensamiento.

    Para Riccardo, en cambio, era como la sombra que amenazaba con opacar la luz de su relación. Y, para su pesar, parecía que Renou daría la última palabra

    Francia, Paris, finales de 2000

    La ceremonia de finalización de actividades antes de navidad había sido un éxito. Sylvette y Riccardo finalmente habían decidido presentar juntos su trabajo consiguiendo las más altas calificaciones del grupo de estudiantes, provocando la admiración y la envidia de los demás. Mas, sabiendo que ellos serían difícilmente superados, eran los más aplaudidos y se les demostraba un apoyo absoluto en aquello.

    - Muy bien, muy bien - dijo el director, listo para finalizar la ceremonia: - Ha sido un concierto excelente, demostrando con creces la habilidad de nuestros alumnos... Y es por eso que, justificadamente, da alegría y pesar las noticias que debo entregarles

    Miradas de confusión y de asombro se mezclaron. Era extraño que el director de la Academia hablara con tanta seriedad.

    - En primer lugar, quiero felicitar a Riccardo Allieri por haber conseguido la beca de pianistas en el Conservatorio de Roma - y ante la sorpresa del pianista, el director continuó: - ¿No lo sabías? Desde hace tres meses que te han seguido profesores de piano tanto de Austria como de Italia, y ciertamente de ambos la mejor opción ha resultado en Roma.
    - Eh... Gracias - pensó él, algo descorazonado.


    Miró a Sylvette y ella, con un asentimiento de su cabeza le aseguraba que esa distancia sería corta para ambos.

    Escucharon la voz del director felicitando a otros alumnos que irían a lugares tan lejanos como Japón o China, donde se les daría mejor sus habilidades. Muchos asintieron satisfechos con ser considerados para tal honor.

    - Finalmente, gracias a la aprobación del señor Renou, quiero felicitar a la señorita Sylvette Renou por su beca en Nueva York, Estados Unidos, para su especialización...

    No fue capaz de escuchar el resto del discurso sin hacer algo. Riccardo se acercó a su compañera, la cual comenzaba a sollozar, con sentimientos mezclados. Por el rabillo del ojo miraba la expresión satisfecha del señor Renou, quien demostraba a qué punto iba a llegar por alejar a la naciente pareja...

    Francia, Paris, año 2003

    - Señor, Señor – se escuchó una voz, sacando al pianista de sus recuerdos.

    Riccardo parpadeó, sintiéndose regresar a la realidad. Miró a su alrededor y notó que Jossefin lo llamaba, preocupada.

    - Señor, ¿se encuentra bien? – preguntó la criada, preocupada
    El joven asintió, aún confundido al dejarse llevar tanto por sus emociones
    - Sí, estoy bien – respondió, con una voz monótona y notó que ya las primeras luces de la calle se encendían: - Asumo que ya es hora de cenar - indicó

    La otra hizo un gesto afirmativo: - Sí, preparé aquel filete mignon que ya disfrutaba de hace mucho junto con una panna cota, para que no extrañe mucho Roma – y sonrió

    La cena estuvo deliciosa, ciertamente, pero entre los recuerdos y el nerviosismo que sentía ante aquella misteriosa posibilidad de encontrarse con ella hizo que no comiera más allá de lo necesario, algo que no ocurría comúnmente pues él mismo reconocía que antes de un concierto se necesitaban la mayor cantidad de energías para evitar un desgaste innecesario. Luego de comer, se despidió de la criada y se fue a dormir, dejándose envolver en una nube de pensamientos y de recuerdos.

    Al día siguiente, no soportando estar encerrado en la casa, salió con rumbo desconocido, sabiendo que estando en su ciudad natal no se perdería fácilmente.

    Las calles de París, siempre llenos de turistas nacionales e internacionales, parecían más brillantes que nunca en comparación al estado interno de Riccardo. Él, plagado de sombras, ciertamente contrastaba con la alegría, los juegos y el arte floreciente que veía en todas partes. Réplicas de Piccaso, Da Vinci o Rembrandt mostraban la universalidad de la pintura. Los espectáculos callejeros demostraban que cualquier persona interesado en el arte podía surgir con libertad en aquella ciudad, y las orquestas, acompañadas siempre de uno o dos cantantes, constataban la libertad de expresión, algo que no podía verse en otra ciudad del mundo. Al menos no en Roma, contraste de arte popular y sacro al tener la Santa Sede en medio de ella.
    Él, pese a tener arte en sus manos, se sentía tan ajeno a ello, aunque quizás sería de otro modo si es que esa persona estuviera a su lado…

    Ella…

    Los tonos del Lacrimosa del Réquiem de Mozart lo desviaron de sus pensamientos… ¿Quién podía cantar algo tan deprimente en una ciudad alegre como París?
    Se dejó llevar por el sonido hasta un parque que había pasado por alto anteriormente, en donde tocaba un conjunto de cuerdas acompañada por una sola cantante cuyo tono de voz, clara pese a la oscuridad del mensaje que transmitía, sólo podía pertenecer a una persona…

    - Sylvette

    El susurro que brotó de sus propios labios pareció sacar al músico de su trance, mas no le dio la suficiente fuerza para mover sus piernas y acercarse al grupo sólo para corroborar aquella verdad, para saber si era ella en verdad o no.

    La voz ciertamente parecía el de ella, pero parecía llevar tanta tristeza consigo que no quería asociar aquel sentimiento a aquella persona que le había dado sentido a su vida, por lo que, dejándose llevar por su pesar, dio media vuelta y, caminando, regresó a su casa para encerrarse en su habitación, pese a los insistentes llamados de su criada para que al menos comiera algo para ganar energías. Cerró sus ojos, y se dejó llevar nuevamente por el negro sueño, esta vez con la voz cargada de tristeza que parecía ser ella.

    Unos golpes, ya horas más tarde, lo regresaron una vez más a la realidad. Él, adormilado, abrió la puerta y vio que Jossefine lo esperaba molesta con un sándwich de jamón serrano y queso.

    - No le reclamo más porque ya debe partir – dijo: - Cómase esto y luego arréglese porque el concierto es en dos horas

    Él asintió, algo nervioso. Comió algo apresurado el sándwich preparado por la criada y arregló la ropa con la cual se vestiría en el camarín de la Academia, mientras que Jossefin llamaba al taxi. Arregló su cabello, sabiendo que esa ocasión sería especial, ya fuera por la nostalgia o por aquel cosquilleo que pasaba por su columna, anunciándole que algo especial pasaría esa noche.

    Al llegar el taxi, él subió, sin darse cuenta que la empleada se ponía de acuerdo con el taxista – probablemente porque sabía que él no estaba en condiciones de pensar adecuadamente -, y, luego de ordenar ir hacia la Academia de Música, se dejó llevar por el ronroneo del motor y, para su sorpresa, nuevamente se quedó ahí, dormitando, si desear ver las calles, sabiendo que probablemente por ahí se encontraba ella… O al menos aquella que parecía serlo.

    Muy a su pesar el viaje terminó y, luego de percatarse que Jossefin ya había pagado la cuenta, entró en el edificio, dejándose envolver en la lluvia de sonidos que representaba el estar en aquel lugar. Saludó a algunos profesores que aún continuaban en la institución y alumnos de último año que lo conocían desde que ingresó. Entró en el Auditorio General y, sin percatarse de las miradas de los primeros invitados, del mismo director o de la mirada punzante del señor Renou, ingresó en el camerino, se cambió de ropa y se concentró en el estudio de las partituras que tocaría en esa noche, algo que parecía haber olvidado por completo.

    Mientras calentaba los dedos y preparaba las dos piezas en solitario que tocaría, notó que le habían dejado una pieza para piano y soprano de Madame Butterfly, Un bel di vedremo, una pieza difícil de ejecución para ambos, pero que él mismo ya había ejecutado una vez en Roma, con buenos comentarios, así que suponía que le confiaban aquella labor por su maestría, pero… ¿Qué mujer de su misma edad sería capaz de ejecutar aquella pieza?

    Trató de no esperanzarse mucho al pensar en ella, pero si en sus ilusos quince años no consideraba a otra persona más capaz de ejecutar pasajes tan difíciles como ella, mucho menos ahora, teniendo dieciocho, podría pensar en conocer a otra persona igual.

    En medio de aquellos pensamientos se escuchó el anuncio del encargado, avisando que ya era su turno de presentación.

    - Damas y caballeros – se escuchó la voz del director: - Es un honor para mí presentar al orgullo de nuestra Academia, actual graduado del Conservatorio de Roma, ganador de los concursos en Berlín y Londres, finalista en Madrid y Venecia, entre otros tantos méritos que ha ganados con solo tres año fuera de nuestra institución, pero que debe servir como ejemplo para nuestros estudiantes y para aquellos financistas que contribuyen generosamente con nosotros… Espero que disfruten con la interpretación de ¡Riccardo Allieri!

    Los aplausos no se hicieron esperar mientras que el joven pianista salía del escenario. Hizo una leve reverencia y se sentó para comenzar su interpretación.

    En primer lugar, tocó las tres Gymnopédies de Erik Satie, probablemente un homenaje para su ciudad natal y sus habitantes, aquellos que le dieron la oportunidad de aprender el instrumento y quienes le permitieron finalmente ir a su perfeccionamiento en Roma. Si no fuera por ellos, probablemente no sería quien es ahora. Mas, era inevitable sentir en ese segundo que, pese a que ponía todo su ser en la interpretación, seguía pareciendo algo plano, mucho más de la intención del propio autor.

    Probablemente por eso y pese a que estaba fuera de su idea inicial, interpretó la Tristesse de Frederic Chopin, otro agradecido de Paris, el que demostraba nostalgia y deseos de algo que no podía decirse con palabras, de aquel sentimiento que no podía expresar pese a que deseaba sentirlo con todo su corazón. A sus oídos llegaron algunos sollozos de más de alguna persona que podía sentir aquel mensaje que deseaba transmitir.

    Finalmente, quizás más por necesidad que por dejarse llevar por el libreto, interpretó Moonlight Sonata de Beethoven, la misma por la cual conoció a esa persona. Sabía que con esta interpretación pasaría por mucho el tiempo establecido para su presentación, no obstante, sentía esa necesidad de transmitir ese mensaje, sin importar si llegaba a esa persona o no.

    Cuando terminó su interpretación, el ¡Bravo! generalizado no se hizo esperar. Cientos de aplausos hicieron resonar el auditorio, demostrando a Riccardo que su sentimiento pudo demostrarse a diferencia de lo que él sentía. Hizo una sentida reverencia y se retiró a esperar la interpretación en dúo que venía después. No le interesaban las otras interpretaciones, pues ya se daba por satisfecho al escuchar el aplauso de los asistentes.

    No había pasado suficiente tiempo en su camerino cuando lo llamaron nuevamente al escenario. Allí se encontraba una mujer, ciertamente la persona que lo acompañaría en el dúo, la que ni siquiera le dirigió una mirada mientras él se acercaba al piano.

    - Tendrá aires de diva – pensó, divertido

    Como ambos sabían que era él quien daba el acorde inicial, se tomó el tiempo antes de dar los acordes iniciales. Como respuesta, la voz de la mujer comenzó a llenar el ambiente, clara y melodiosa.

    - No puede ser… ¿Sylvette? – pensó, sorprendido: - Ella nunca demostró superioridad ante los demás cuando nos conocimos, sino que saludaba a su compañero, porque ambos necesitaban confianza...

    Alcanzó a reaccionar a tiempo cuando estaba a punto de dar un acorde fallido y recordó que esto ya no era la Academia, pese a estar en el espacio físico. Ambos ya estaban graduados y estaban dando su actuación de agradecimiento por el apoyo que ellos les dieron, por eso, él concentró su actuar en el piano y se olvidó de quien estaba parado delante de él, sumergiéndose en el dueto.

    Antes de volver a concentrarse en la voz de la cantante, la pieza ya había terminado y los aplausos resonaban nuevamente en el espacio. Cuando ella se volteó a dar el signo de agradecimiento, Riccardo se percató que, ciertamente, se trataba de Sylvette Renou. No era ya aquella niña cargada de dulzura y timidez del primer concierto en el cual se conocieron, sino que era una mujer con mirada confiada y mucho más orgullosa. Una diva, como había pensado en el principio.

    Se puso de pie y, sin mirarla, se inclinó hacia el público, agradeciendo los aplausos. Escuchó las palabras llenas de orgullo de Gabriel y sin más se retiró, no sin antes agradecer nuevamente a la gente.

    Entrando al camerino, no pudo evitar soltar un par de lágrimas por su ingenuidad. Ya no eran niños y la distancia entre ellos determinó sus caracteres finalmente. Ella, luminosa pero ahora cargada de orgullo; él, oscuro y cargado de nostalgia. ¿Cómo podía creer que las cosas seguirían igual y que el amor inocente, aquel primer amor se mantendría en el tiempo? El señor Renou sí tenía razón al considerar que estaba cercana y a la vez más lejana que nunca. Mas, como el show debía continuar, se arregló para ir al cóctel de celebración, intentando llevar una máscara de frialdad digna de aquel que era considerado uno de los mejores pianistas jóvenes de Europa.

    La celebración, cargada de alegría, llegó a sobrecoger el corazón angustiado de Riccado, pero tomando un respiro ingresó, recibiendo de inmediato los saludos y las congratulaciones de los demás estudiantes e invitados.

    - Fue una interpretación excepcional – dijo Gabriel, orgulloso: - Y siento no haberte avisado lo de Sylvette… Ella misma pidió que fuese una sorpresa.

    Él asintió, intentado reaccionar de alguna manera ante la declaración del director. Agradeció con un asentimiento de la cabeza y siguió su camino, entre felicitaciones y consultas de los estudiantes más jóvenes.

    Sin querer, llegó finalmente donde estaba ella quien sonreía ante las declaraciones de un par de admiradores. Sus miradas se conectaron y él nuevamente se percató de que no era la persona que conoció hace tres años atrás y, por lo tanto, no era la misma persona de la cual se había enamorado. Ahora ella brillaba como una soprano, lejana para cualquiera que no compartiera el mismo brillo, y él, cumpliendo sus sueños, se convirtió en quien amaba los ideales y los amores perdidos, un pianista…

    - Ahí está la razón – pensó: - Un pianista es como un caballero andante enamorado de una Dulcinea, sin pensar en lo que ella es o lo que llegaría a ser.

    Ella se acercó, coqueta, dispuesta al parecer a demostrar que ahora no había dificultades para su amor.

    - Hola – saludó, con una sonrisa.
    - Buenas noches – saludó él, cortésmente.
    - Veo que el tiempo te ha hecho más apuesto, además de un excelente intérprete. Esa Tristesse casi me hizo llorar – comentó ella, con aire soñador.
    - Me alegro que te haya gustado. Tu interpretación de Madame Butterfly estuvo excelente, sin lugar a dudas, pero me temo que no pude escuchar el resto de tus interpretaciones… Debía prepararme adecuadamente – dijo él, tratando de omitir lo que le estaba provocando su sola presencia.
    - No te preocupes. Ahora que he vuelto a París podremos tocar juntos en más ocasiones y además… - y se acercó a él, seductoramente: - Podemos retomar lo que nunca pudimos iniciar en realidad.

    Él parpadeó.

    - ¿Perdón? – carraspeó, inseguro

    Ella rió, como si su nerviosismo pareciera fingido.

    - Vamos, no te hagas el tímido. De seguro que incluso en Roma las niñas se te arrojaban a los brazos, en especial luego de ganar tus concursos. No me vengas a decir que no sabes a qué me refiero – insistió, divertida.

    Él intentó tragar su rabia e intentó replicar lo más educadamente posible.

    - No sé que hayas aprendido en Nueva York, pero yo me dediqué a mi música y a la musa que me daba esperanzas para encontrarnos como hoy… Y esa musa eras tú, Sylvette. Si hubo alguna muchacha que quisiera algo conmigo, ni siquiera le presté atención porque yo tenía en claro que estaba enamorado de ti, tal como creí que tú estabas enamorada de mí.
    - Vamos, Riccardo, ya tenemos dieciocho años y además estuvimos tres años alejados… ¿Cómo crees que se mantiene un simple enamorarse? – y se rió tontamente: - Ahora que somos adultos podemos recién decidir si es amor, un capricho o simplemente un juego, pero para eso se necesitan dos – y guiñó un ojo.

    Él, utilizando el poco autocontrol que le quedaba, se volteó, no sin antes decir:

    - Cierto, eso es un juego de dos. Lo que yo sentí por ti no fue un juego… Lástima que tú no hayas pensado lo mismo… - y, alejándose, se despidió: - Igual me alegro haberte conocido, pero si sabes bien lo que sientes, mejor no me busques.

    Y, sin esperar alegatos o despedirse de otras personas, se marchó del lugar.

    Sin dudarlo, se fue al barrio bohemio de la ciudad y luego de tomar media botella de vino, se fue a casa. Faltarían palabras para describir todo lo que le ocurrió en el camino, pero quedó convencido que lo finalmente terminó amando era el sentimiento de amor que le transmitía la ciudad. Todo lo bello quedaría en aquella figura adolescente de Sylvette, pero ahora aquello que le hizo tocar tan bien su música era Paris.

    Finalmente, llegando a casa y ante la mirada escandalizada de Jossefin por el estado en que llegó, se dirigió a su habitación y destruyó el único recuerdo que lo ataba a aquella niña que le había cautivado el corazón; la fotografía de su despedida en el aeropuerto. Al fin y al cabo, que ella se quedara con su luz, él estaría en las sombras hasta el día en que pudiera encontrar una luz que realmente se adecuara a él, para realizar un dueto de luz y sombras como su corazón deseó realizar con su Dulcinea, con Sylvette…

    Fin

    3374 palabras
     
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