Regreso a casa de un pesado día de trabajo. Está oscureciendo, pero la temperatura está aún muy elevada, más de veintiocho grados. La tele de casa está encendida y puesta en el noticiero, como siempre. La suelo dejar así para que si alguien se mete, piense que estoy en casa, realmente no me gusta amargarme el día con las noticias. Robin está echado en mi cama, rascándose las orejas y soltando pelo. Muy poco pelo para ser un gran danés pero el suficiente para que yo tenga que lavar las sábanas por tercera vez en la semana. Pongo a lavar las sábanas, luego preparo una comida sencilla, sopa de pollo con arvejas. Me salió mejor que la última vez. Merezco una buena siesta, así que saco mi último juego de sábanas de repuesto y me tiro. Busco alguna serie aunque seguramente sólo vea los primeros capítulos y luego la deje. Y claro, mientras más se aburre uno, más fácil es dormirse en mitad de un capítulo. Despierto a las 7 de la mañana siguiente, de nuevo me olvidé de recalibrar el despertador. Llego tarde, hoy tenía un compromiso a las 8 y tengo fácilmente cincuenta minutos de viaje, debo estar listo en menos de diez minutos. Tras vestirme a contrarreloj, salgo al trabajo con prisa. Cuando avanzo unas cuantas cuadras, noto que de repente comienza a bajar la temperatura, el auto se atasca de repente y no logro hacer que arranque, por lo que no me queda otra opción que bajar y correr. Ya es imposible llegar temprano, pero al menos debo llegar. La temperatura desciende mientras recorro las últimas cuadras que me separan de la oficina. Cuando llego, me encuentro con que la puerta está cerrada, no me habían avisado de ello. Reviso el teléfono para asegurarme de que todo esté correcto, pero está sin batería. Entonces siento como algo comienza a derretirse en mi nuca. Era nieve. Me volteo y noto un cambio sorprendente. De repente el paisaje completo está cubierto por una espesa capa de nieve. No siento el frío, pero si un escalofrío. — Que hermoso día de verano, ¿verdad? Oigo una voz, dulce y melodiosa, pero vacía. Venía de detrás mío. Pude distinguir la sombra de una dama, aunque no se veía el resto, parecía provenir de dentro de la oficina. — Más bien parece invierno. Le respondí. Se rió. — ¿De que te ríes? Pregunté, aún extrañado por esa voz y sombra sin una clara dueña. - ¿No ves que está nevando? Está claro que es verano. - ¿Desde cuando nieva en verano? Pregunté. - Desde siempre. No he conocido un verano que no nieve. Respondió. — Imposible, no hay días de nieve en verano. Dije, y todo volvió a la normalidad. La alarma me despertó y llegué a la oficina a tiempo, tuvimos una reunión, al final nos dijeron que a algunos de nosotros nos esperaban sorpresas. En mi ordenador había un salvapantallas diferente al normal, con un par de pingüinos, y bajo mi teclado, un par de pasaportes a la antártica. Volví a escuchar aquella voz. Se reía.
He de decir que esta historia me ha encantado. Es decir, como has unido el significado del sueño con la realidad, me ha molado muchísimo. Si bien es cierto, quizás más descripciones quedarían mejor para mi gusto, creo que has creado un paisaje literario la mar de bonito y que se disfruta de leer. La ortografía y gramática son impecables y realmente, la última frase te hace pensar en que además, esto está ligado con algo sobrenatural y te deja pensando y quizás con hasta ganas de más. Bien podría ser un prólogo bastante interesante, la verdad. Me ha gustado, definitivamente ha sido un buen relato. Te has acogido perfectamente a lo que se pedía en la actividad y bueno, puedo decir que he disfrutado mucho con esta lectura. Gracias por participar en la actividad y me encantará leer más cosas tuyas y si son en esta línea o similar, pues todavía más. Un saludo, sigue escribiendo.
