Espero en la estación en un día lluvioso. No sé bien cuál es mi tren ni hacia a dónde me dirijo. Tal vez me quede aquí para siempre, en el frío eterno. Observo a la gente caminar estresada de acá para allá mientras yo me mantengo en el mismo lugar. Unos vienen, otros van, pero nadie permanece. Se sientan a tu lado y te preguntan qué tal. En el fondo sé que pronto me volverán a dejar donde me encontraron, en el viejo banco húmedo. Quién lo diría, es cansado esperar. Escuchar una y otra vez la misma canción, la única que siempre te hace compañía hasta en las noches más frías. La luna brilla, se ríe de ti desde allá arriba. Siempre seguiré cayendo en los mismos charcos, mintiéndome mientras me repito que la lluvia es mi mejor amiga. Es una realidad de humo y cenizas, una lucha constante contra la monotonía. Imagino mundos que no existen para escapar de la misma mierda de siempre, y cuando el sol se esconde tímido entre las nubes sé que he desperdiciado otro día. Aún sueño con el momento en el que tire la última colilla, en el que el odio desaparezca y pueda alegrarme de que se detenga la brisa. Así que vuelvo a sentarme en el mismo lugar. Puede que tal vez hoy alguien venga y me haga compañía. Tal vez haya una voz cálida que me susurre palabras de compasión. Puede que mañana mi tren llegue. Quizá sea el día en el que deje de llover.