Drabble de Pokémon - Cuerdas

Saliendo un poco de la Cueva, pues...

Strings​

Todos los días al despertar con las primeras luces del día, Ariados procede a tejer la misma red en forma de tubo que envuelve su madriguera. Una red formada por incontables hilos, tan elásticos y tensos como puede producir. Tan sensibles, que la más mínima vibración los sacude con violencia como si fueran muelles. Debe caminar sobre ellos con extrema sutileza para no activar por accidente su propia trampa, y al llegar a la salida de su guarida, la cubre con hojas, ramitas y cualquier clase de naturaleza que se encuentre a su alcance.

Su red tiene una doble función. Al encontrarse en la total oscuridad, las vibraciones que perciben sus hilos le advierten acerca de cualquier cuerpo, vivo o no, que se aproxime a su refugio. De esa forma puede mantenerse a salvo de pokémon que puedan darle caza, y cuando el invasor se trata de incauto caterpie o un weedle, sale disparada con la velocidad de un parpadeo, le atrapa entre sus colmillos tóxicos y le arrastra de vuelta a lo profundo. La red suele resistir tres o cuatro de estos intentos, tras los cuales debe engullirla para fabricar otra por la mañana. Es un plan infalible. Uno que a la naturaleza le tomó millones de años esculpir en su adn.

Sin embargo, esta mañana Ariados va en contra de su naturaleza. En lugar de permanecer oculta y tejer su red tubular, sale de su refugio para subir al árbol más cercano. Los otros pokémon pueden verlo, pero tanto los hootoot como los butterfree saben que es mejor no meterse con un ariados. Sin que nadie la moleste, empieza a tejer una red diferente: empieza con un hilo puente entre dos ramas, después añade un hilo suspendido para convertirla en un triángulo, y procede a añadir más y más hilos, primero como radios, después con una espiral entre ellos, y cuando ha terminado la forma básica, sigue produciendo hilos e hilos hasta que ha tejido una especie de manta suspendida contra el viento que sujeta su propio cuerpo.

Está tan agotada que no le quedan fuerzas ni recursos para tejer su propia red tubular, pero no lo necesitará de cualquier modo, y lo cierto es que, en su estado actual, no le importa. No siente hambre, ni siente el aguijón que atraviesa su cabeza como una flecha.

Tras dar cuenta de su presa, beedrill deja más de la mitad del cadáver envuelto en sus propios hilos y procede a depositar los huevecillos en su rota coraza. Cuando eclosionen, los pequeños tendrán hambre, y la cuna de seda que los protege se convertirá en su primer ejemplo de cómo producirla por su cuenta. Ninguno de ellos alcanzará la maestría tejedora de Ariados, pero no la necesitan. Sólo lo suficiente para aprender a tejer sus propias crisálidas, para crecer y desarrollar alas que pasen inadvertidas sobre la tela de las arañas, para producir el veneno que puede alienarlas de la razón y convertirlas en esclavas.

Para aprender que, en la naturaleza, no existen planes infalibles. Que el progreso de millones de años puede desaparecer con la velocidad de un parpadeo.