Experimento Crecer

Tema en 'Literatura experimental' iniciado por The Condesce, 18 Marzo 2021.

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    The Condesce

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    Escritora
    Título:
    Crecer
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1564
    Convertirte en adulto es muy difícil.

    Nunca nadie me advirtió que iba a ser tan doloroso.

    El mundo no es amable, y cuando sales a la realidad, no te queda de otra mas que enfrentarte a la crueldad e indiferencia imperando en las ciudades.

    Te sientes como un niño, más que nunca. Vulnerable, débil. Desesperada, la voz en tus entrañas grita entre sollozos, que desea el abrazo de sus padres. La canción de cuna de las madrugadas, cuyo simple recuerdo ahora te hace llorar, y encierra con cadenas y un candado a tu corazón lacerándolo.

    Y buscar el consuelo en aquellos peluches que te acompañaron por las noches de tu niñez, se vuelve nada más un recordatorio de la figura ilusoria de las navidades cuando tu papá no era más que tú héroe.

    Pero de niño no entiendes nada, y no te das cuenta, que nunca tuviste permiso de ser un niño de verdad.

    Entonces cumples diciocho años, veinte, veintiuno. Y aparentemente ya estás listo. Ya atravesaste aquella lejana infancia, y los últimos estragos de adolescencia se desvanecen junto con la perdida del más intenso de los amores. Del despertar sexual y el anhelo de entregar el alma.

    Y lo que queda es un cascarón desquebrajándose.

    Pero aquellos de los trajes pulcros y las corbatas sobrias no se van a detener en ningún momento.

    Porque ahora eres un adulto.

    Y debes levantarte todos los días, aunque no lo desees, como un esclavo sin el título. Y esperan de ti que sigas así. Con las heridas adentro de los órganos aún sangrando, y volviéndose negras de la infección, mientras poco a poquito te vas muriendo.

    Y eso es ser adulto, según ellos. Ser adulto.

    Pero la realidad es que no lo eres. No eres un adulto aún. Eres un nada, alguien que aún necesitaba el amor y la protección: el derecho a haber sido niño; más es un hubiera absurdo, de una realidad difusa e imposible que solo existe en los etéreos pensamientos.

    Y si te quedas ahí, nunca serás un verdadero adulto con todas las de la ley.

    ¿Y no es eso horripilantemente doloroso?

    Cuando el mundo entero grita que ya es hora, que no tienes nada más que a ti al final del día, cuando lloras en silencio hasta empapar la almohada.

    Es como despertar cada mañana a mutilarte un pedazo de carne, esperando, que la escultura final sea una pieza de arte magnífico que te permita estar en paz contigo mismo y con tu consciencia.

    ¿Y cómo llegar ahí? Si parece que los rostros apócrifos a tu al rededor solo usan máscaras y nunca crecieron en realidad.

    Sin embargo, para alguien como yo, ¿es eso suficiente?

    Suspirar resignada ante la perspectiva monócroma de un mañana estático.

    Y te encuentras atrapada en el medio.

    Con el pasado como raíces dolorosas implantadas en la carne, con el futuro como un monstruo terrorífico que vaticina infortunio.

    Te vuelves pequeña como una libélula en un estanque enlamado, con la frágil ala transparente rota.

    Sin piernas, sin brazos, en una habitación de cuatro paredes hechas de concreto con dos metros de grosor.

    Crecer duele.

    Duele porque tienes que hacerlo a voluntad, y abrirte paso violentamente a través de la fuerza .

    Y da miedo. Es aterrador, porque no sabes si al final habrá valido la pena convertiste en adulto.

    O si tal vez hubiera sido mejor morir en el intento.

    Regresar al pasado no es una opción, aunque tallara una lámpara mágica que me concediera tres deseos. No hay marcha atrás que pueda borrar el puñal que atraviesa un corazón débil y cansado de latir.

    Porque después de cada golpe, uno tras otro, quien eres, ese ser amorfo e inestable, en constante cambio y contradicción, no puede, y nunca podrá volver a ser aquél adolescente que sentía que el tiempo nunca iba a acabarse.

    Y ahora, ¿qué eres?

    No eres nada.

    Eres un simple hecho débil en el mundo, buscando un risco dónde colocar los pies en la tierra.

    ¿Pero qué tierra? ¿Qué piso? ¿Qué casa?

    Si parecieras caer en el agujero de Alicia hacia la nada, porque no hay ninguna raíz saliendo de la tierra en la cual aferrarte.

    No hay nada.

    Nada más que tú, con tus manos. Con tus manos débiles, que parecen abrirse en yagas, cuando intentas realizar cualquier trabajo pesado.


    Qué difícil es sostenerte de la caída. Cuando tienes las muñecas cortadas y te estás desangrando al borde de desmayarte.

    Cuando tus órganos internos parecen morirse y tu pecho duele tanto como si el corazón se hubiera encerrado con paredes de acero clavadas presionando los bombeos y mayugando las arterias.

    Qué doloroso es crecer.

    Cargando los errores vergonzosos que te perseguirán como fantasmas.

    Y buscar como explorador, intentando hallar el dorado, el momento en que las cicatrices incrustadas ya no duelan como dagas recién clavadas.

    La magnitud del peso de saber quién eres en verdad, es como plomo fracturando tus hombros y arrodillándote en la iglesia ante un Dios en el que no crees, para buscar un sendero de luz, una pista en medio de la calle con los faroles reventados, que te muestre el camino que has de seguir.


    Pero no hay luz, y no hay camino. Y te toca palpar los muros a ciegas y tropezarte a cada paso, sin tener idea de hacia donde vas, intentando convencerte a ti mismo de que atravesar aquél túnel oscuro por debajo de las avenidas es el camino que debes tomar.

    Que todo es parte de crecer, porque al final regresan las luces neon de la ciudad, y los señalamientos te ayudarán a llegar a casa, después de estar perdido como gatito muerto de hambre comiendo la grava del asfalto.

    Porque no importa cuánto grites hasta desgarrarte la garganta y reventarte tus propios tímpanos, tu voz es como estática en una televisión analógica, ante el bullicio de toda la gente con sus sollozos disfrazados de sonrisas y luchas falsas.


    Porque convertirse en adulto duele.

    Y todos estamos aterrados siguiendo la corriente, la corriente de un río tóxico que sabemos está envenenado, pero es eso, o dejar de existir.

    Crecer duele.

    Porque convertirte en adulto es el faro en la tormenta sobre la costa, que te promete que un vas día estar lo suficientemente en paz contigo mismo como para cuidarte con tu propia fuerza y pararte con tus propios pies.

    Sin andadera.

    Sin la mano de tus padres guiándote por la plaza.

    Y habiendo visto al fin el diferente filme en la que no todo es perfecto.

    En la que te recuerdas llorando en medio de una fiesta de cumpleaños.

    Porque somos niños que nunca supieron cómo dejar de serlo.

    Y tiemblan de pánico ante la rama que parece la mano de un muerto azotando contra la ventana en una noche lloviosa.


    Ser adulto duele tanto.

    De un día para otro simplemente debes admitir que se acabó el periodo de prueba, y eres tú, con tu propia fuerza, quien puede hacer algo para llevarte a una vida mínimamente cercana a aquello que sueñas, aún contra el capitalismo voraz, tratando de comprar tu alma para petrificarla con los ojos de medusa; viendo venir a los hombres del grises, tocando tu puerta para comprarte el tiempo, con sus pulcros trajes de plomo y maletines elegantes.

    Ya no creas en cuentos de hadas.

    La vida no otorga ni quita nada.

    La vida solo es.

    Y tomas el valor de darte un tiempo, o tan solo te dejas arrastrar por las multitudes intentando entrar en el vagón lleno del metro.


    Y, ¿por qué, si tan doloroso es, buscamos llegar ahí?, incluso más allá de los discursos huecos de familiares en las reuniones inoportunas.


    Porque persiste la idea de que tal vez, después de este largo proceso, en el que cada una de tus células muere en agonía, surja algo aún más satisfactorio, como el ave fénix que vuelve de las cenizas.

    Porque aquél pequeño calcifer mojado por la cubetada, mantiene un tenue crepitar cálido, pareciendo convencerte, aunque sea por un momento, de que, cuando finalmente seas un adulto de verdad, toda esa valentía habrá valido la pena.

    Es como entrar a una cueva a oscuras. Cómo infiltrarse en el laberinto volcánico de Islandia para llegar al centro de la tierra.

    Y al mismo tiempo, saber que no puedes ser tan estupido como para pensar, que ahí se van a acabar todos los problemas.

    ¿Entiendes lo que digo?

    ¿Acaso a ti también se te clavan agujas en el pecho y dagas en el esternón cuando lo piensas?

    ¿Acaso a ti también te llena de terror el alma atreverte a torear las olas del Pacífico en una noche de tormenta?

    Si tomaras mi mano y nos adentráramos en la ola de corrientes encontradas, con la cresta a 5 metros de altura, ¿Qué crees que encontraríamos entre el agua salina y oscura como la brea?

    ¿Serías capaz de distinguir mis ojos entre la arena?

    Y al final, después de rompernos la espalda al azotar contra el lecho del mar, ¿qué me dirías si me miraras a la cara?

    Porque este ser que está convirtiéndose en adulto, es un deshollado para Xipe Totec.

    Soy solo músculos ensangrentados, tratando de mirarme en el cristal al ver el reflejo de mi más genuina desnudez. Del brillo despiadado y violento que destella en los iris de mis ojos, ya cansados de llorar las lágrimas de 20 años
     
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    Sonia de Arnau

    Sonia de Arnau Let's go home Comentarista empedernido

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    El sueño de los niños es ser adulto por el hecho de que se piensa que serán libres, cuando la cruda y triste realidad es lo contrario, ser adulto es ser esclavo de muchas cosas, de. Ser niño es libertad; libertad de salir a jugar con amigos, reír por chistes malos, enojarse por sandeces pero al final perdonar al amiguito para volver a jugar con ellos.
    Es una verdadera realidad de la que muchas personas padecen. Diría que la mayor parte de lo escrito me identificó bastante. Cuando se es niño todo se ve con esos ojos de inocencia y pureza; creyendo que tus padres son héroes y intachables, pero al ir creciendo te enteras de la verdad, de la realidad de tus progenitores, descubres que no son intachables mas sí imperfectos y llenos de errores. Cuando se es niño se creer en pequeñas mentiras que te tranquilizan, pero cuando adulto no solo no las crees, dudas de todo, dudas que exista una verdad... cuestionándote tantas cosas que, cuando niño, con una respuesta simple aplacaba nuestras sed, pero de adultos, no, cada respuesta a cada pregunta genera más preguntas y dudas...
    Deseosos de despertar, de dormir y abrir los ojos para volver a ser lo que solíamos a ser.

    Me ha gustado tu escrito, muy poético y cuyas palabras tocan un punto sensible de cualquiera que las lea, ya sea porque se pueda sentir reflejado o porque comparte el mismo pensar. Como siempre, un impecable relato.
     
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