Sí, otra vez soy yo con otra historia para ustedes mis queridísimo amigos, se los dejo con todo & prólogo :3 Prólogo. La pérdida de alguien es lo que conllevó aquella desgracia. Millones de personas peleando sin siquiera saber el por qué. Miles de personas muriendo por el error de un imperio. Y un niño con un gato salvaron la vida de 15 personas. 3 años de infinitas muertes; 3 años donde 6,000 personas murieron; 3 años de desgracia para la comunidad. Sangre, lágrimas, dolor y sufrimiento se veía durante aquellos 3 largos años de infinitas batallas, ¿para qué? Para qué nadie sobreviviera, para que sufrieran los demás. Las calles se veían solas y sin gracia, sin color ni gente pasar. En las tabernas se encontraban solamente ratas y el eco del aire. Ya no se escuchaban las voces de la gente en el banco de la villa. No, ya no se escuchaban más. En la gran biblioteca no se encontraba la gente interesada en aprender, no se olía el aroma del conocimiento. No más. Revisabas cada callejón, y veías lo que eran perros, gatos y ratas inspeccionando el lugar para algo de comer. Ahora, aquella villa donde la gente le daba color, ya no existía. Se esfumó. ¿Ahora qué va? Una princesa bajo la Luna llena y un caballero que la salvará. Éste se convertirá en un gran feroz lobo; la princesa, en una delicada paloma blanca que deja caer sus plumas poco a poco. Un gato hallará la forma de convertirse en aquel tigre cazador. Plumas que dejan un camino carmesí. Un hechicero apoyará y una espada será concedida a aquel que pase la prueba. "Crónicas de un Caballero y un Gato." Por: CarolineScarlet. Primer capítulo ~Desesperación~ “Sí creías que todo iba a terminar para ti, estás equivocado. Gente intenta llenar aquella fuente con sus propias lágrimas, con su propia sangre. La villa, donde la gente se sentía libre de hacer lo que quisiera, ¡no, no más! ¿Piensas aún que eres el único con aquella desesperación?” En la villa se encontraban las pequeñas casas de las personas que no tenían demasiado dinero. Los esposos de las mujeres habían ido a aquella batalla, donde se libraba la batalla del error del imperio. En una de las pequeñas casas, se hallaba un niño llorando por su padre que había ido a la batalla, preocupado por el hecho de que no regresara. Su madre, estaba con él limpiándole aquellas lágrimas de tristeza. Era simplemente hermosa aquella mujer: ojos claros como los de su hijo, su cabello era largo que le llegaba a la cintura y de un color castaño, piel delicada como la de un bebé, su piel era blanca y suave. Su hijo se parecía a ella, pero la actitud era la de su padre: valiente, veraz y amoroso. Estos personajes, se encontraban en la pequeña casa, sentados en una alfombra llena de polvo; la madre estaba secando las lágrimas de su hijo mientras lo abrazaba tiernamente, mientras éste le correspondía el abrazo. Cada segundo, el niño apretaba delicadamente a su madre pues estaba desesperado por no ver a su padre llegar. A todos los hombres los agarraron sin que ellos quisieran. La separación de éstos, causaba dolor a los habitantes de la villa. El niño se alejó de su madre y la miró tristemente, unas cuantas lágrimas brotaron de sus ojos. Ésta, al ver a su hijo de esa forma, llevó su mano derecha al cabello del niño: lo acarició. -Él vendrá. Sé cómo te sientes, no eres el único con la tristeza y desesperación de verlo nuevamente.-decía la madre con una media sonrisa y secándole las nuevas lágrimas de su hijo. -Él dijo que vendría en dos días.-el pequeño niño abrazó a su madre sorpresivamente. Éste, se alejó un poco y alzó su cabeza para mirar los ojos de ella.-Ya pasaron más de dos días. Aquella escena era algo conmovedora. Unos gritos se hicieron presentes, haciendo que en toda la villa salieran algunas mujeres para ver lo que había sucedido. Soldados con sus grandes espadas y montados en sus corceles. Escudos relucientes y un traje demasiado elegante. En los escudos se encontraba un símbolo un poco extraño, tal vez era del castillo. La madre, al ver aquello por la ventana miró directamente a su hijo, con un tono de orden y desesperación, dijo: -“Corre lo más lejos que puedas. Que no te encuentren.” Ella salió inmediatamente de la casa. -¿Te acuerdas de lo que te dije?-preguntaba dándole la espalda a su hijo y mirando por la puerta. Al ver que no respondía, se dio la media vuelta, se agachó y le sonrió.- Si te digo que corras, corre. Si te digo que me dejes, déjame. Ahora es tiempo de lo hagas, cariño.-decía dulcemente al niño, haciendo que éste la abrazara. -Te quiero mami.-dijo el niño en su oído.-Jamás te olvidaré. Lo prometo.-se retiró del abrazo, la madre le dio su último beso en la mejilla. -Cuídate.-decía con unas lágrimas en su rostro, haciendo que el niño las limpiara como ella a él.-Leonardo.-dijo ésta en un tono de susurro con una media sonrisa. Ella salió de la casa dejando a Leonardo en aquella alfombra. Estaba dispuesto a salir por la puerta que se quedaba en la cocina, pero un ruido lo distrajo. El ruido provenía de la cama; solamente consistía en una colcha y dos cobijas, revisó cada detalle de la cama y distinguió ver algo que se movía, alzó las cobijas y encontró a un minino, éste estaba temblando, el cual lo recogió y lo tapó con su camisa que llevaba puesta. Pasaron dos minutos y el niño estaba caminando entre los árboles de aquel bosque. Llevaba consigo una manta y al minino. Al dar dos pasos escuchó gritos desgarradores que provenían de la villa, haciendo que a Leonardo le brotaran unas cuantas lágrimas. -“Mamá”.-lo dijo en un débil susurro. Pasaron las horas y se acercaba la noche, el Sol se metía entre las montañas haciendo ver un atardecer bellísimo. Leonardo se encontraba sentado en una de las raíces de uno de los árboles más grandes que había en aquel bosque, mientras abrazaba al minino para que éste no tuviera frío. La noche se acercaba más y más, el Sol se ocultó completamente haciendo ver las estrellas que brillaban en aquel cielo negro, mientras que la Luna alumbraba todo a su paso. Un sonido en forma de maullido se hizo presente haciendo que Leonardo se sobresaltara y mirara al minino. Miró el cielo. -Hemos pasado ocho horas sin comer, bueno, al menos yo.-miró al gatito que estaba temblando más.-Necesito comida.-miró a su alrededor, árboles y más árboles. No había luces que se distinguieran a lo lejos. Leonardo se dispuso a conseguir algo de comer para los dos. Se paró de las raíces salidas de aquel árbol, agarró la manta que llevaba y cargó firmemente al minino. Sus pies descalzos sentían la tierra seca y el pasto fresco. El aire se sentía tibio, y algunos árboles dejaban caer sus hojas, haciendo que unas llegaran al cabello de Leonardo. Pasaron unas horas más y al fin, el fruto de caminar demasiado, encontró un pequeño pueblo y una sonrisa se formó en su boca reseca. Sacó su lengua y se remojó sus labios. Corrió rápidamente al pueblo, y al llegar a éste, algo le llamó la atención: un puesto de frutas. La mayoría de las casas estaban a oscuras, obviamente estaban durmiendo, mientras que sólo las tabernas estaban con las luces prendidas. Poco a poco se acercó al puesto, y agarró dos manzanas rojas, sin soltar al gatito y dejando en el suelo su manta. En menos de tres minutos sólo quedaba una manzana en su mano. Agarró nuevamente su manta con la mano donde estaba la manzana y se encaminó a encontrar un poco de leche para el gato. Después de unos minutos encontró una casa en donde se veía luz, sonrió ante esto y se dirigió a ésta. Llegó a la puerta y tocó un tanto alegre. -¡Hola pequeño!-abrieron la puerta. Una voz de una mujer se hizo presente.- ¿Se te ofrece algo?-dijo sonriente. -Necesito leche.-le enseñó al minino que estaba temblando. Leonardo pasó la noche en aquella casa junto a su gato. Aquella amable mujer le había dado de comer a los dos, y al parecer ésta vivía sola, pues no tenía hijos. Le ofreció una cama de ‘verdad’ con lo cual él se impresionó, pues sería la primera vez que dormiría en una cama de ‘verdad’. Se llevó con él al gatito. Lo tapó bien y lo acurrucó en su pecho para que se sintiera caliente y no pasara frío. Estaba demasiado feliz por haber encontrado aquella casa. ¿No podía ser mejor? “Tal vez no lo sepas aún, la guerra aún no ha terminado. Sufre y los demás sufrirán por ti. Aquella fuente de lágrimas de los habitantes, está llena. Se ahogan en tu arrogancia y ego; se ahogan por ti y por los demás. Las muertes de aquellos valientes guerreros no son en vano. Pronto serás uno de ellos.”