Corazón solitario.

Capítulo 1.

Se podría decir que la pesadilla comenzó cuando yo contaba con apenas siete años de edad. Podría decirlo de esta forma en el mejor sentido, porque estrictamente, las desgracias nacieron junto conmigo. ¡Cuántas veces no deseé estar muerta, ante la desventura que me desencajaba el rostro tan continuamente!

Pero aquel día gris, casi cenizo, lo recuerdo perfectamente bien. No paraba de mirar por la ventana con mis ojitos inquietos e infantiles, las siluetas que se dibujaban por el camino empedrado. ¿Alguno de ellos sería para mí?, me preguntaba constantemente, con ademanes de esperanza, ademanes raros que me nacían del alma en mi tensión.

Fue dramático el momento en que los conocí. Pareció todo tan fantástico, tan increíble, que yo misma creí sumirme en un sueño cuando imaginé escuchar aquellas palabras, la afirmación encarnada en la realidad: ese par de labios que se movieron de forma uniforme, coordinada, pronunciando aquel “sí”, que yo tanto soñé durante mis años más tiernos.

Fue precisamente cuando las gotas de lluvia, tan pequeñas y frágiles, comenzaron a aplastarse contra el vidrio del salón, propiciando un sonido casi hueco. Ellos entraban por el amplio portón, pero no iban mojados: un hombre elegante, de traje gris y sombrero refinado, portaba un voluminoso paraguas con el que cubría a la dama, de rostro bondadoso e increíbles cabellos rubios, rizados, perfectos. Fueron recibidos cordialmente por la señora Lucía, ¡aún puedo recordarla!

La dama, en cuestión de instantes, lanzó su mirada azul por los rincones de la estancia, escudriñando nuestros rostros: todas esas caritas infantiles, sin destino por el momento más que el que ella misma decidiera. Ahí estaba Armando, empujándome para sobresalir ante la vista de la mujer extranjera. ¡Qué belleza, qué delicia irse con ella! Ramiro, cuatro años mayor que yo, guardaba total compostura, se mostraba erguido, con el rostro severo, evidenciando su experiencia en el proceso. Quería dar la mejor apariencia.

Generalmente no eran muy tardados: la pareja entrante, enseguida podía darse cuenta de nuestra personalidad por nuestras miradas. Yo odiaba la mía, tan dulce, noble, tan ingenua. ¡Seguro parecía una tonta enfrente de esas personas deseosas de adoptar al mejor muchacho! Pero no había otra cosa que hacer más que sonreírles o al menos parecerles interesantes. Yo no sonreía porque no habituaba hacerlo, siendo mi personalidad un poco más retraída que la de mis compañeros, pero de cualquier modo trataba de verme simpática en cualquier momento. Recuerdo claramente cómo forcejeaba con Armando para hacerme notar. ¡La visita de ese día no era cualquier cosa! Hacía una semana que nos habían informado que al orfanato iba a llegar una pareja inglesa, desde su país de origen, deseosa de adoptar a un pequeñín de nuestra raza. ¡No podíamos creerlo! La señora Lucía llegó a contarnos tanto sobre la Gran Bretaña, que quedaba extasiada después de cada uno de sus relatos. ¡Vivir en castillos de encanto, en amplísimos jardines! Incluso me imaginaba visitar a la Reina, así de fantásticos eran los cuentos de la señora Lucía. Y yo, tan ingenua, tan libre de preocupaciones, todo lo aceptaba, mi mente absorbía tantos cuentos, tantas fantasías que ya no me daba cuenta de la realidad.

—¡Martina! Llévate enseguida a Carolina. ¡Mira que la pequeña se ha hecho sus necesidades encima! —susurró nuestra educadora, pero enérgicamente, hacia la puerta de la cocina.

Una criada flaca y alta a la que todos temíamos, llamada Martina, salió haciendo una mueca para cargar a una niña de dos años y medio y retirarla de la vista de los distinguidos ingleses.

No sé cuántas atenciones les brindó la señora Lucía a los extranjeros, sólo la escuchaba decir cosas amables mientras sonreía, con esa amplia sonrisa que tanto nos encantaba y que nos mostraba cada vez que habían preparado budín de chocolate o tortas con mantequilla. La dama de cabellos rubios correspondía a sus gestos amables, pero el caballero lucía serio, con expresión pétrea, mirándonos a nosotros los niños con unos ojos relampagueantes. Yo no hubiera podido sonreír ni aunque quisiera.

No sé cuánto tiempo pasó, me aburría de estar ahí parada frente a ellos, cuando la mujercita de cabellos rubios no nos prestaba la más mínima atención, sino que dialogaba extensamente con la señora Lucía, nuestra encargada. ¡Qué ganas tenía de dejarlos ahí, y correr a ver nuevamente la lluvia aplastándose contra el vidrio! ¡Con lo mucho que me gustaba observar la maravilla del agua precipitándose con tanto ahínco!

—No se van a mover cuando una pareja llegue con intenciones claras de adopción —recordé que a menudo nos decía la señora Lucía.

De modo que permanecí quieta para evitar sus suaves regaños luego de que se fueran esas personas. ¡Al fin de cuentas, ellos no van a fijarse en mí, una pequeñita de baja estatura y de complexión enfermiza! Seguro elegirían a Armando, tan vigoroso, o a Ramiro, tan formal. Pero la magnitud de la visita me forzaba a permanecer en mi sitio, volteando distraídamente al techo, al cual lo comenzaban a invadir las goteras.

—Aunque no sean elegidos, deben mostrarse acorde a la situación. Una visita tan distinguida no la recibimos todos los días —nos dijo la señora Lucía un día antes.

No sé cómo sucedió, que de repente tenía el rostro cercano de Madame Briester, sonriéndome ampliamente y acariciando mis cabellos, negros y ondulados.

Dijo algo en su idioma que no entendí, absolutamente nada. Y tuvo que repetirlo dos veces, porque la señora Lucía se mostraba tremendamente incrédula. Mantenía la sonrisa típica del budín, pero sus ojos estaban desorbitados; su mirada, perdida.

—¿She? —decía en un mal idioma extranjero, que no llegué a entender. Su acento era seco, terrible.

Y la dama de los dorados rizos no paraba de hablar de mí, señalando mi cabello con expresiones inefables, demasiado vehementes para ella. Sonreía mostrando su hermosa dentadura.

—Laura, se llama. Yes, her name is Laura —repitió la señora Lucía.
—Laura —repetía Madame Briester.
El hombre se hallaba cruzado de brazos en una posición terriblemente incómoda, y me miraba con altivez, haciendo muecas bajo su mostacho rubio. No quitaba sus ojos de mi persona, lo que me hacía temblar, viendo a aquel coloso con esa penetración.

La señora Lucía se me acercó, primero sonriendo como nunca, mientras murmuraba.
—Laura, Laurita…
Luego se detuvo, borró su aspecto amable y se irguió un poco, quizá preguntándose si una expresión amable era adecuada para la situación. Mantuvo una postura neutral.
—Llegó la hora de marcharte. Madame Madlen Briester está convencida de que a partir de ahora irás con ellos.

Yo abrí mucho los ojos. Mi corazón estaba latiendo terriblemente descompasado, creí que me iba a desmayar ahí mismo. Pero no, otro desmayo no, y menos enfrente de la pareja que me quería como su nueva hija adoptiva. Me serené, traté de controlar mis ánimos inquietos, encadenando mi espíritu, y le mantuve la vista a la señora rubia.
Con el hombre elegante fue un poco más difícil, pero también lo logré.
Luego sonreí. No fue de compromiso. Sonreí porque tenía gusto.




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De antemano les agradezco sus comentarios o a los que se animen a leer. Es una historia que contendrá varios capítulos, y poco a poco irá tomando la forma de tragedia que prometí. Más que limitarme a narrar algo tormentoso (la historia de una pequeña que debe sufrir por las peores penas y tristezas humanas), pretendo realizar una reflexión con esta historia, para que a la vez entretenga y deje alguna enseñanza.

Saludos.

 

Hola!
Ya llego con un nuevo capítulo, que me costó largo rato escribir... (muchas, muchas conversaciones en MSN en el momento de inspirarme).

Primero, las respuestas a los comentarios aquí:

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Bonny: Me alegro mucho que te haya gustado el capítulo, y sí, ya comprendo por qué te llamó tanto la atención el asunto de los desmayos. Aunque su problema en sí es diferente, podrías ayudarme con ciertas descripciones ^^

Abril: ¿Y qué importa que se te hayan adelantado? Aprecio todos los comentarios por igual. Me agrada que te haya gustado, aquí venimos con otro capítulo (te borraron tu comentario por poco contenido, ten cuidado).

Ayi: Ya te conté la funesta historia de tu comentario x´D Gracias de todos modos, ya lo hablamos por MSN.

Sonnii: Bueno, intenté que la narración transmitiera mucho los sentimientos de nuestra protagonista, qué bueno que te haya gustado, espero que haya quedado bien. Gracias.

MGL: Al contrario! Tengo que agradecerte el tiempo que dedicaste para leer mi fic, muchas gracias por estar aquí comentando ^^ Recuerda lo que te dije, sólo con mucha constancia puedes ir mejorando y mejorando...

Moisés: Ya entendí u.u

Lunabetz: Ay, Bet, cómo me encantan tus reflexiones, siempre! Estos son el tipo de comentarios que me gustan, te esmeras mucho en compartir tus pensamientos conmigo, y mira, hasta analizas el capítulo desde tu perspectiva. Sí, la niña es diferente, quiero que los lectores se sientan identificados con ella porque en sí, todos los del foro se sienten "diferentes" al resto. Gran análisis, luego me gustaría platicar contigo en MSN al respecto.

Alejandro: Bueno, tiene poco contenido porque digamos que es una "introducción". Qué bueno que te haya gustado, ojalá sigas por acá ^^ (Cuidado con los post de poco contenido, éste te lo borraron).

Gene: Owh, gracias por estar acá comentando! Me encanta tu post ^^ Sí, la niñita es diferente, y bueno, tiene sus propias cualidades y espero poder reflejar bien el sentimentalismo que deseo... Poco a poco se hará más nostálgica y triste mi historia, estos son los momentos más alegres de todo el fic xD Gracias!

Vanne: Gracias por pasar por acá y dejar un comentario. Qué bueno que te haya gustado y que hayas simpatizado con la protagonista (ella es tranquilita, lo contrario a ti xD). Tu post te lo borraron por falta de contenido, ten cuidado con eso.

Verloren: Es uno de los comentarios que más aprecio, porque si hay alguien que de verdad sabe lo que dice sobre conocimientos literarios, eres tú. Muchas gracias por darte el tiempo de leer, y sí, la historia tomará un rumbo distinto y ciertos personajes no volverán a salir porque nos iremos directo hacia otras tierras lejanas. Espero que sigas pasando por aquí, y no te preocupes, tómate tu tiempo.

Alexa: Muchas gracias por atender la invitación! De verdad. Qué bueno que te guste, espero darle buen rumbo para que no te aburra. La niña no se desmayó, sólo cuenta que le ha pasado en situaciones anteriores.

Unicornio rosado o.O: Bueno, me halaga mucho tu comentario, me encanta que te haya gustado tanto, y sí, tomará rumbos diferentes la historia. La señora es buena, sólo que tiene que hacer sus negocios, y se muestra súper amable con los clientes tan importantes. Veo que te llama mucho la atención lo de los desmayos, ¿eh? Bueno, ya sabes que es diferente a lo otro, pero igual necesitaré algo de tu ayuda en las descripciones ^^ Gracias!!!

Aome: Encantador! Qué bueno que te haya gustado mi primer capítulo, "amigo"! xD Bueno, realmente espero darle el dinamismo suficiente como para no aburrirte, y hacer los capítulos más cortos de lo que estoy acostumbrado... Vaya, a todos les llamó la atención lo de los desmayos! o.O xD Ya sabrás por qué le suceden (tiene una salud muy frágil, por todos lados habrá tragedia en este fic, así que vete preparando ^^).

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Uuufff!!! Cansado...
Bueno, me siento halagado por la cantidad de comentarios y la calidad de la mayoría de ellos, y profundamente agradecido con todos los que se tomaron el tiempo de venir a leer ^^

Aquí está el segundo:

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Capítulo 2:

De modo que mis sueños, mis recuerdos y mis alegrías los venía cargando durante la navegación. ¡Es que todo ocurrió tan deprisa! De tantos nervios que sentía, ni siquiera me percaté del tiempo que transcurrió entre mi adopción formal y mi llegada al nuevo país, a la tierra de los encantos.
En el orfanato, días antes de partir, todos me hacían preguntas a la vez, mientras que yo, con el corazón palpitando apresurado, ni alcanzaba a comprender.
—¿Entonces te vas? ¿Es real? —me preguntaban, sin obtener respuesta,
Incluso cuando arreglaba mi maleta, un día antes, en tanto los mayores negociaban las últimas indicaciones con ciertos papeles aburridos, Ramiro se me acercó por la espalda.
—¿Qué se siente irse a Inglaterra para siempre?
—Pues no lo sé —le contesté con suma simpleza, porque era verdad, mientras revolvía mi ropa en la valija. Al ver sus ojos tristes, agregué—. Pero no te preocupes. Algún día, no muy lejano, voy a volver para saludar a todos ustedes, o a los que queden aquí. Será muy fácil convencer a mis nuevos padres.
Casi resultaba una extravagancia una adopción internacional por aquella época. Los padres adoptantes tenían fama de estrafalarios, por sus gustos, además de que el proceso y el viaje resultaban demasiado costosos. Pero eso a mis nuevos padres no les importaba: aparentemente, Sir Briester era un renombrado ministro inglés con grandes remuneraciones, y además de lo que representaba su faceta pública, contaba con los suficientes recursos como para costear estos caprichos. Y su mujer, mi nueva madre, estaba encantada conmigo, de verdad, y cada vez que me veía, no podía resistir la tentación de acercarse para acariciar mis cabellos un tanto ondulados.
Solía hablarme en un pésimo español entrecortado, mezclado con ciertas frases inglesas, y me prometía una pronta adaptación a mi nuevo hogar.
—Ya verás, ya verás… Vas a aprender muy rápido nuestro idioma… Vas a saber muchas cosas nuevas…
Y el corazón se me subía hasta la garganta.
A la vez era tan emocionante por los cuentos de la señora Lucía, con los jardines, los castillos y la nobleza… Pero por otro lado, ¡sentía tanta incertidumbre! ¿Qué pasaría cuando llegara a esos lugares tan lejanos? ¿Realmente mi felicidad estaba asegurada?
Pero esa sonrisa de Madame Briester era tan tierna, tan amable, que tenía que creerme sin más todas sus historias fantásticas, y abandonar de una buena vez mi país de origen, dejando en él mis memorias infantiles.
Y por primera vez me allanaban las tristezas. Por ejemplo, recuerdo claramente la noche anterior al día en que hube de partir Las maletas las hice con algo de desgano, pensando en mi futuro misterioso, en las cosas que me depararían en aquellos remotos lugares. Luego corrí a la ventana, a mi ventana, por la que tantas veces vi pasar la vida en la calle amplia y terregosa. ¡Cuántas parejas de padres adoptantes pasaron por ahí, frente a mi inquisitiva mirada! ¡Cuántas esperanzas muertas, cuánto miedo, cuánta frustración! ¡Cuántas gotas de lluvia aplastándose contra el cristal! Y una vez más me allanó el recuerdo de mis primeros años de razón, los más tiernos de mi existencia, cuando el cielo se nublaba, el celeste se disipaba y de pronto comenzaba el llanto en las alturas, empapándolo todo. ¡No volvería a ver esa tierra mojada, con las plantas silvestres alzando sus ramitas temblorosas!
Y luego la noche fue peor. Aún se me desgarra el corazón de sólo recordar cómo pasé mi sueño entre llantos e inconsciencia. Mis ojitos inquietos no paraban de recorrer minuciosamente los rostros de los otros niños, mis compañeritos, mientras dormían profundamente. La pálida luz lunar era mi cómplice en esa añoranza. ¡Jamás volvería a verlos, de eso estaba segura! Ahí estaban Camila, Antonio, luego más allá Ernesto. Nombres que nunca podría borrar de mi mente. Espíritus, simples evocaciones repentinas en mi ser. Ahí estaban, y yo los dejé descansar con lágrimas en mis ojos. Mi maleta estaba lista a un lado de mi cama, llena de ropa, varios artículos de utilidad higiénica y un par de juguetes, mis favoritos: la figurita de un caballo rampante del color del atardecer, y una muñeca de trapo con ojos de botón. El resto de mis pertenencias las donaba al orfanato, para que niños nuevos pudieran sacarles el debido provecho. No podría olvidar cómo di vueltas silenciosas por la recámara común, paseándome entre las camas. Me detuve frente a varias de ellas. A Luisa le dejé junto a su almohada una florecita amarilla, a modo de despedida, y luego le acaricié brevemente su cálida mejilla derecha, con miedo a que fuera a despertarse de repente, todo en un gesto ulterior, para que no fuera a resultar muy doloroso. “Muchas gracias por todo, amiga”, le susurré en su oído y volteé el rostro hacia otro lado. Asimismo, me detuve frente a las camas de Ramiro, de Armando y de otros niños con los que había forjado una linda e importante amistad infantil, y en mi mente, muy dentro de mí, les deseé lo mejor, dentro de lo que cabía.
No hace falta decir que el resto de la noche la pasé llorando amargamente. Llorando sin saber exactamente la razón, o lo que me estaba atormentando: me adelantaba hacia la melancolía, mis problemas se mostraban prematuros, me adelantaba a los terrores desconocidos.
Con el corazón seriamente oprimido, hube de descansar cuando mucho unas dos horas solamente, porque al despuntar los primeros rayos del sol que se colaron por mi ventana, unas manos inquietas y nerviosas sacudieron mi cuerpo con poca delicadeza. Me apresaban, sentía su extraordinaria emoción en mis brazos que eran víctimas de la brusquedad. Abrí los ojos, pero no vi nada.
­—¡Laura! ¡Laura! ¡Ya es hora! —me gritaban sin dejar de agitarme.
Volví a cerrar los ojos, me ardían demasiado. Pero esas manos opresoras eran crueles.
—¡Laura! ¡No es momento para dormir!
—Lucía… no me siento bien… —murmuré.
—Tonterías —dijo ella—. Tus nuevos padres ya te están esperando, y se impacientan.
—Dame unos segundos, por favor —supliqué entonces, volviéndome a tapar con la cobija—, realmente me siento terrible. Si pongo un pie en el suelo, seguro me voy a desplomar.
—¡Es tu excusa de siempre! —estalló mi bondadosa educadora—. ¡Y ahora no me digas que no te quieres ir! El asunto está liquidado, Laura, esto no es un juego.
Realmente no me quería ir, pero me sobresalté cuando escuché gritar a la señora Lucía de esa manera. Nunca me gustó que se enfadara conmigo ni que me gritara; siempre traté de ser una niña ejemplar entre mis compañeros, la que sobresaliera en todo, en inteligencia y en nobleza… Aunque nunca lo lograra de verdad. Y además, no era mentira lo que estaba declarando: sentía con mucha más intensidad que la acostumbrada mi debilidad anémica.
Luisa dio una vuelta en su cama y temí que despertara. La misteriosa flor tenía que ser mi despedida. Ella entendería bien su significado.

No hubo mucho más que discutir. Entre reproches, la señora Lucía me tomó en brazos y me llevó por toda la recámara hasta la puerta. Menos mal que nadie vio nada, porque me hubiera muerto de la vergüenza. Ella me cargaba así cada vez que me desplomaba sin sentido en el suelo, y Alberto no paraba de mofarse de mí cuando eso ocurría. Creo que le divertía mi sufrimiento.

Me vi enfrente de mis nuevos padres. Tenía que hacerme a la idea de que ya lo eran. Venían demasiado elegantes, ambos vestidos de negro para una ocasión solemne, justo el día en que me iban a llevar, en donde iba a abandonar mi viejo hogar de despreocupaciones para embarcarme en una aventura única y sin igual… pero sin retorno.

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Saludos.