Él vio su vida entera en ese instante. Supo su futuro sin siquiera conocer su nombre. Fue la primera vez en su vida que confió en su cordura, aunque nunca creyó posible que con un simple intercambio de miradas de un desconocido le hiciera confiar en que su vida no terminaría en desgracia. Ella, por el otro lado, no hizo más que volver a su lectura. Ambos eran tímidos, inexpresivos e introvertidos y era eso lo que más les atraía el uno del otro. Ella buscaba, además de soledad, independencia. Él pedía a gritos compañía y comprensión. Ella levantó la mirada topándose nuevamente con la de él, quien la retiró sin disimulo. Ella, confundida e intrigada, no apartó la vista del joven como lo hizo la última vez y al rato vio como él volvía a mirarla con cautela. Ella pudo verlo de pies a cabeza y, en vez de sentirse acosada o intimidada, encontró algo en él que no pudo distinguir pero que sin duda lo asoció con confianza, por lo que le sonrió. Él, sorprendido de su reacción, apartó la vista rápidamente dejándola a ella más confundida de lo que ya estaba. Resignada, siguió leyendo. Mientras se iba perdiendo más y más entre páginas el tren se detuvo, la puerta se abrió y una gran cantidad de gente salió. Lo que le llamó la atención fue notar que alguien se sentaba a su lado, más cerca de lo que esperaba pues todos los asientos estaban vacíos pero manteniendo su espacio personal. El sudor corría por su frente, su garganta estaba seca y sus manos no paraban de temblar. Sabía que no era un capricho, sabía que no lo hacía como intento desesperado por compañía pues por mucho que la necesitara, él jamás haría una cosa así. Él notó que ella leía su libro preferido y, cautivado por su buen gusto y mirada solitaria, él se armó de valor y, con una sonrisa retorcida que detrás llevaba dolor, finalmente pudo pronunciar un tembloroso y corto "hola". Ella lo encontró adorable aunque ese no era su plan y, cautivada por su inocencia le sonrió para corresponderle su saludo. La gente salía y entraba rápidamente mientras ellos conversaban en cámara lenta. El tiempo pareció sumergirse en un estado de tranquilidad y felicidad que ninguno de los dos había presenciado antes. Él se acomodaba los lentes a cada rato y ella no paraba de sonreír. Volaron las horas, ambos habían pasado su parada y, a pesar de encontrarse muy lejos de casa, supieron que su hogar estaba justo allí. No eran desconocidos ya que con sólo esa mirada supieron todo lo que necesitaban saber. Ninguno de los dos sabía lo que era la compañía. Ambos encontraron lo que nunca buscaron. Ninguno de los dos sabía amar, y, a partir de ese momento, ninguno de los dos volvió a estar solo.