Juego Abierto Con la última comienzas

El pastel de calabaza se veía apetitoso en la mesa del comedor.

 

El comedor era tan pequeño como para que cabiese -y sobrase- en un baño pero allí encajaban todas las personas que amaba.

 

Luis quería ser apreciado, pero todas las personas que amaba pasaban olímpicamente de él.

 

Él era especial. Disfrutaba de sus poderes. Lástima que lo estuvieran cazando a causa de ellos.

 

Ellos eran seres vagos y caprichosos, pero al menos no se podrían considerar violentos.

 

Violentos era una descripción incorrecta para esas criaturas, no por nada se les comparaba con fuerzas de la naturaleza.

 

Le encantaba dar largos paseos por la naturaleza, si es que tenía tiempo libre.

 

¡Libre! Era libre nuevamente y junto a su Familia daría caza a los miserables que los habían encerrado. Sería el Fin de todas las Arañas.

 

Aunque sonara extraño, para mí las arañas eran unos animales pequeños, inofensivos, e incluso adorables.

 

Adorables eran los ojos muertos de aquella que fomentaba la censura.

 

Censura. Con aquello le pagaron por tan polémico libro lleno de tabúes y misterios que, según los medios de comunicación y propias editoriales, no debería haber visto la luz del sol.

 

Sol ardiente que iluminaba ese mundo inhóspito en el que habitaba, al lado de su amado.

 

Amado el seudónimo de un poeta, y amado falsamente el que con dinero compra amistades.

 

Amistades. Grandes amistades forjaron aquellos guerreros en el calor de la batalla con quienes, se suponía, debían haber asesinado.

 

Asesinado fue aquel hombre barbón y de gran sombrero de copa, supuestamente por ser bueno.

 

Bueno era lo que ofrecía en ese puesto, con algunos problemas, pero que le caía como anillo al dedo.