Tentáculos que la opacidad de la luna vislumbraba en un color grisáceo. Carente de una salida; su cuerpo entumecido y atrapado en el cuarto de baño, con la única ventana que la opacidad de la luna aprovechaba para iluminarlos, a él y aquellos tentáculos de color grisáceo.
El mismo color grisáceo que últimamente ha teñido los tejidos de su corazón, moribundo, desolado y triste.
Triste a la deriva de los miedos que aquellos rostros tan perfectamente dibujados le generaban, más triste; al saber que lo único perfectamente claro eran tales caras que lo atormentaban.
Podrás sacrificar a todos los peones perdiendo uno a uno con movimientos valientes, las dos torres, incluso un alfil, pero no optarías perder a quien amas... tu Rey.
Rey que no sabe gobernar, así eres tú, porque para comenzar te falta justicia y honor, pero no debería sorprendernos puesto que la mayoría de los que tienen el poder carecen de dichas cualidades.
Cualidades que él no poseía a su forma de ver el mundo. Y una voz en su cabeza le decía: “Ella no te merece.”
Merece que le des una buena lección para que aprenda a que no es solo ella, sino que eres también tú. Si quiere tener una relación contigo debe darse cuenta que para que funcione tiene que dar la parte que le corresponde.
“Corresponde a los buenos padres cambiar los pañales de los bebés…” Leía él con ironía en la sala de espera.
Estuvo mucho tiempo en espera, con la esperanza de que su respuesta fuera la clara convicción de que todo iba a marchar tal y como en sus sueños lo manifestaba.
Mafinestaba signos de una enfermedad. Sonrojos constantes y palpitaciones anormales. El diagnostico era uno devastador... Acababa de encontrar a su primer amor...
Una lágrima traicionera resbaló por su mejilla. ¿Cómo describir lo que sentía? ¿Un puñal? Sí, decir que un puñal se clavaba en su corazón era una excelente manera de describir lo que sus ojos veían. Pero, si ella estaba mejor con él... ¿Qué se podía hacer? Simplemente nada.
Nada valía ya la espera por algo que nunca llegaría a su vida. Se levantó, sujetando su maletín viejo, y con paso firme aunque pesado, dio su última despedida al café que vio nacer un romance fortuito.
—¿Fortuito? —No, cariño. Eso hasta suena romántico —Leyda le dijo—. ¿Error?, ¿caída? Esos términos son más creíbles. Vanessa no pudo evitar sonreír pese a la amargura que subió por su boca como bilis, sujetó a Zack del brazo mientras veía cómo Aiden intentaba hablar pese al tirón que Leyda le daba en su brazo para irse. —Por supuesto —susurró con la voz rota—. ¿Por qué llegué a pensar que pudo haber sido algo más? Era obvio. —Van... —Aiden comenzó. —Piérdete —le interrumpió Zack—, ¿qué cambiará ahora? Ya te has ido antes sin remordimiento. Aiden los vio partir mientras Leyda se burlaba sin vergüenza alguna. Queriendo o no, su hermano le había dado un knock-out.
Knock-out, se escuchó claramente gritar a los comentaristas; había caído en picada tan rápido que su camino hasta el final parecía una travesía infinita en comparación, no quedaba una sola idea de esperanza sin moretones que al igual que aquel rostro en la lona nunca serían igual, había apostado todo su dinero al dormilón.
Dormilón cómo pocos, dormía luego de hacer la tarea y dibujar un poco, dormía luego de salir a comer helado con su nueva novia, dormía inmediatamente después de pensar en sus amigos.
"Amigos, aquellos enemigos que aun no te han atacado" Cabo recordaba esas palabras cada segundo de su vida, porque cuando era más ingenuo; más joven e inocente no las creía y si embargo la ironía, ahora que solo el quedaba de su escuadrón luego de haber escapado apenas vivo, de una trampa; de un engaño.
—Engaño —bufó la mujer mientras se paraba con ira, apretando los puños frente al jurado. Aquella declaración irrespetuosa del abogado le había erizado la piel y calentado su sangre—. ¡Engaño, jamás! ¡Lo que sale de mi boca nunca habrá sido más cierto!