Celo que se reflejó en su persona, en toda su actitud y por ello saliste lastimada y ahora, ¿quién aliviará tus heridas? Porque la físicas el tiempo lo hará, pero las emocionales ni él logrará sanarlas, mitigarlas sí, pero quedarán las cicatrices que no dejarán de doler.
«Dejarán de doler», me había dicho antes de irse. Pero... ¿Cuándo? Cada día lo sentía como una daga que atravesaba cada vez más profundamente su corazón y abría heridas que escocían como el fuego de un volcán.
Volcán que ha hecho erupción y aunque el aviso se hizo, pocos fueron los que decidieron salir de la zona de riesgo pagando las consecuencias por quedarse, por eso, ¿suena una alarma en tu interior? No la rechaces, sino que tómala en cuenta que por algo existen la alarmas, sean literales o simbólicas.
Simbólicas fueron sus acciones de ese día, quedando marcadas en la historia de la humanidad. Una leyendas para algunos, un héroe para otros, pero independientemente de los títulos que por muchos le fueron otorgados, lo cierto era que nadie nunca olvidaría a aquel valiente que dio su vida por otros.
Otros que estuvieron fuera de lugar, porque ninguno de ellos llenó sus expectativas y es por eso que mejor es no aspirar a tener mucho cuando de otros se trata. Comprendió que debía dar lo mejor de sí sin esperar que los demás lo hagan.
—Hagan lo que se les ordena sin cuestionar. —Eso había sido lo que se les había inculcado desde pequeños; nunca preguntar y obedecer ante todo, aún cuando la conciencia y la razón te digan que lo que haces está mal.
Mal que nunca falta cuando el egoísmo está por encima del interés, así que, si no hay razón por ambas partes, el acuerdo no podrá llevarse a cabo y ¿en qué resultará todo de nuevo? En un rotundo fracaso.
Fracaso, odiaba esa palabra. Fallar nuncanhabia sido una opción para él, le criaron para ser perfecto en cada aspecto de su vida, y aunque muy en el fondo sabía que no era así, detestaba la impotencia de no poder lograr llevar a cabo sus metas y fallar en algún aspecto de su vida.
Vida que, aunque ninguno de ellos apreciaba, ella sí, por lo tanto no quería envenenarla. No quería dejarse inducir por esos que la llamaban amiga, pero que al mismo tiempo la instaban a probar aquellas sustancias que estaban haciendo estragos en ellos. No podía comprender cómo decían quererla y a la vez invitarla a suicidarse lentamente con la droga.
Droga que te eleva en el éxtasis, llevándote a conocer el placer de lo prohibido en la inconsciencia de tus acciones.
Acciones que llegaron a ser reprobables, pero ¿importaba acaso cuando había disfrutado como jamás creyó que lo haría? En todo caso, que los demás vivieran sus vidas y le dejaran a él vivir la suya como quisiera.
Quisiera comenzar de nuevo desde el punto en que me perdí a mi misma en el camino, pero las oportunidades son ínfimas, y aunque los errores ya fueron cometidos, todavía existe la oportunidad de enmendarlos.
Enmendarlos es posible. Con mucha fuerza de voluntad puede lograrse y aunque se sabe que no es fácil, la constancia puede llevar al éxito, por lo que no se debe olvidar que son escasas las cosas que pueden conseguirse sin empeño y esta no es de esa clase.
Clase de colores como de personas, cada quien es indivial e independiente pero juntas forman un todo y una nueva creación. Ha de ser así el sentido de la vida y la individualidad de cada ser existente en el mundo para formar un todo.
Todo quedará atrás, así que no debes preocuparte más, sino seguir tu camino buscando nuevas oportunidades que te den el motivo suficiente para no volver la vista y mucho menos regresar a lo mismo. Continúa sin desfallecer.
Desfallecer, así es como se sentía bajo el abrasador calor del sol, despiadado e implacable en su intenso iluminar. Cada paso que daba era como un basto abismo de sed y hambruna,enfrentándose al terrible enemigo que el desierto representaba, otorgándole esperanzas con inmensos oasis de agua cristalina, las cuales en su vivida alucinación podrían ser su final.
Final al que se acercaba lentamente, porque si no encontraba pronto quién lo ayudara, aquella situación terminaría por arrebatarle su vida y francamente no quería morir. Amaba su existencia, con sus pros y sus contras y debía aferrarse a esta con todo lo que su férrea voluntad le permitiera.
—Quizas, ¿le permitiera usted, mi señora, el salir por este día? —pidió con la esperanza de que así fuera, sabiéndose testigo del arduo trabajo al que era sometida la pequeña niña a raíz de no tener de qué más vivir; siendo víctima de los estragos que el cansancio y el insomnio causaban en su persona.
Persona que le era grata. No solo grata, sino más, porque cada vez que lo veía saltaba su corazón como liebre libre en el campo, lleno de energía, una que solamente su presencia podía darle, pero ¿qué podía hacer para que él le dirigiera una mirada? Él ni siquiera sabía que ella existía y por eso cada noche derramaba lágrimas por un amor que era invisible.
Invisible, así se sentía cada día de su vida. Imperceptible para los demás, aún en sus intentos de ser notada. ¿Acaso existiría una fórmula para el éxito que ella desconociese? Porque de ser así, desearía lo oportunidad de probarla aunque fuese sólo por un instante.