Voluntad férrea, una que lo lleva hasta donde él quiere, libre y sin límites impuestos por las mediocridades que impiden avanzar para realizar el cumplimiento de cualquier sueño por inverosímil que parezca. Voluntad engrandecida por el espíritu de la constancia.
Constancia que lleva al ser a sumergirse en la diligencia del actuar, siendo perseverantes en lograr las metas planteadas.
Planteadas firmemente sus ideas tenía la muchacha; tocando esos aretes de perlas, sin embargo, miró al frente para negar la invitación. El orgullo pisoteado de su padre no tenía porque ser el de ella, por lo cual armándose de un valor que le sabía más amargo que victoriosamente dulce, levantó el borde de su vestido para retirarse con toda la dignidad que su familia parecía haber perdido. La luna, en su cuarto menguante, brillaba majestuosamente sobre el camino de tierra que la llevaría a su hogar.
Hogar en el que ansiaba poder resguardarse de todas las responsabilidades que en ella recaían, aún habiendo hecho lo posible por mantener su orgullo ante todo; dando como resultado en ella una sensación insatisfactoria.
Insatisfactoria podía ser la respuesta obtenida después del gran esfuerzo empleado, sin embargo eso no haría decaer por completo su espíritu. Recogiendo los pedazos inexistentes de un corazón roto acomodó su mochila de nueva cuenta, limpió el polvo de sus gastados pantalones y suspiró. Allá, detrás de las montañas, existían las verdaderas oportunidades.
Oportunidades que no desaprovecharía, pues de ellas provenían los exitos que aguardaban del otro lado del camino.
Camino lleno de baches y mal sabores no me harán agachar la cabeza ante quien, con un gran ego, se dedica sólo a menospreciar.
Menospreciar el esfuerzo y dedicación de otros sólo esclarece la falta respeto en dicha persona, por la poca apreciación hacia el esfuerzo ajeno.
Ajeno parecía ser tu amor hoy en día, cruel golpe de la realidad que sólo me dejaba ver cuánto habíamos errado en dar cosas por sentado; en callarnos los suspiros y borrarnos las efímeras lágrimas, sólo para seguir con esta utopía que ilusamente creíamos un verdadera vida.
Vida que a veces parece no pertenercernos a nosotros mismos; quienes caemos rendidos ante ella y sus artimañas crueles que buscan derribarnos.
Derribarnos, dicen, es la cosa más fácil. E ilusos son si realmente creen que voluntad tan frágil poseemos. Somos guerreros nacidos para morir en batallas que el destino tenga preparadas para nosotros.
Nosotros llegamos a un mundo desconocido para crecer entre innumerables batallas y retos que nos depara el destino; buscando obtener la gloria mientras atravesamos un camino lleno de numerosas piedras que obstaculizan la llegada a nuestro destino.
Destino, mis amigos, no es la ley en la cual debemos basarnos para vivir; es más un recordatorio sobre cuán grande puede ser nuestra voluntad de lograr cuestiones diversas. Morir porque alguna deidad lo haya dicho, o vivir por la misma razón, sólo es un juego de nuestra mente. Nada está escrito.
Escrito como con fuego en su memoria, dejando ahí la marca que difícilmente podrá borrar, porque siempre, aun en sus mejores días lo recordará y volverá a llorar, aunque no será con la misma intensidad.
Intensidad es lo que se aprecia en aquella mirada antes de piedra. Desea gritar. A él, a ella, al cuerpo quien ahora inerte se encuentra en la camilla... pero ni haciéndolo se remediará algo y lo sabe. Ya todo está perdido.
Perdido, como ese pequeño navío que se hizo a la mar y el que en su confianza de volver a puerto seguro, una fuerte tormenta truncó su propósito desviándolo en aguas desconocidas, zarandeándolo en un violento agitar amenazando con hundirlo. De igual manera es en el caso de él, pues su tormenta emocional amenaza con destruirlo.
Destruirlo es lo único que supiste hacer cuando entre suspiros se hicieron promesas que hoy en día sólo están olvidadas. Rompiste en pedazos a lo que un día fue dejando así la sombra de quien jamás regresará.
Regresará, porque te arriesgaste a dejarlo libre y en esa libertad se dará cuenta que no puede estar sin ti, porque para él lo eres todo y la vida en la distancia no es grata.
Grata era la compañía que le brindabas en noches de insomnio dolorosas mas ni así fueron suficientes para liberarlo de su propia jaula.