Así que no había nada más que hacer, por lo que cada quién tendría que seguir su propio camino y si alguna vez volvían sus vidas a cruzarse, se saludarían con la cortesía dedicada a un desconocido.
Desconocidos serían los reales sentimientos. Porque mientras ella lo siga queriendo, más oculto debía mantener sus emociones, porque no quería que supiera de su odio, él no quería lastimarla, sólo deseaba ambos estén tranquilos.
Tranquilos, de esa manera se sentían ahí mientras admiraban bajo sus pies y en un agradable silencio por parte de ellos, el intenso golpear de las olas en la pared de roca.
De roca era su alma y de piedra su corazón. Él había nacido con una voluntad de hierro y un espíritu de plomo; era un ser indomable, incontenible y, por sobre todas las cosas, imparable.
Imparable fueron las llamas, el fuego que acabo con lo único que había conocido, con la ultima esperanza de una feliz y tranquila vida.
Vida. Curiosa palabra a la que un hombre muerto no tenía derecho a aferrarse. El hombre debía admitir que aquello lo había sorprendido, ninguna de sus víctimas había presentado tal resistencia, tantas ganas de vivir. En la oscuridad de la noche el hombre sonrió. Aquello solo haría la caza mucho más divertida.
Divertida la que se dará cuando vea el rostro que pondrá porque no tomó el avión para hacer el viaje de regreso a su casa y más cuando le informe que tendrá que hospedarlo una semana más.
Más allá de la ciudad en ruinas se encontraba su destino. Para la joven niña aquella sería la aventura de su vida, la situación más difícil a la que se había enfrentado nunca. Pero debía hacerlo, debía encontrar a su hermana. Al fin y al cabo, se lo había prometido.
Prometido, se lo había prometido, pero su promesa no fue cumplida y ahora ahí estaba con el sueño roto, con la ilusión evaporada cual vaho tenue que se levanta para desaparecer en la nada y lo peor es que no sabía si volvería a confiar en él, porque no era sólo esta promesa incumplida, sino las muchas otras que había quebrantado.
Quebrantado, como aquello que la palabra significó en tiempos lejanos. Él solo había fallado. Fallado, fallado a ella. Cual todos los hombres en el Amor.
Mirada llena de hambre, de necesidad contenida. No recordabas cuando que la ultima vez que viste un paste de ese tamaña en tu plato.
Días que transcurren en una monotonía total, sin nada más qué hacer porque cualquier deseo de actividad se fue contigo, incluso el deseo de seguir respirando, pero lo sigo haciendo porque es por inercia.
Él que no quiso escucharte, que dándose la vuelta se alejó sin saber la verdadera razón del porqué de tu actuación, así que no pudiste dejar salir la explicación que dictaría la inocencia a tu favor y ahí te quedaste, derramando el río de lágrimas que no pudiste secar.
Locura. Había aprendido a vivir con ella, pero no era fácil. Nunca lo había sido, si era honesto. Por qué tenía que aceptar una condición, una clasificación que ni siquiera se acercaba a describir lo que de verdad le sucedía. No, no era locura lo que nublaba su mente. No era esquizofrenia, depresión, bipolaridad... Si ellos querían llamarle loco que así fuera, pero que por lo menos lo hicieran bien. Él no estaba loco por ninguna de las razones anteriores, él estaba loco de rabia.
Pútrido como un cuerpo en descomposición, justamente es así tu alma, llena de los gusanos de la codicia, de la corrupción y la mentira, porque estos acabaron con todo lo bueno que tenías y no ha quedado nada más que el esqueleto de lo que un día fuiste.