Cocina

Miré las cartas con algo de repelús; ¿eso era de Darius?

—No me digas que esas cartas son de Darius...—dije mirándole barajar las cartas y suspiré para elegir una. —Esta mismo.

 

Me había costado mucho trabajo, pero al final logré memorizar la textura de la parte tracera de todas las cartas, así que cuando tomó su carta puse el dedo índice por encima de esta para adivinar que carta era. Después, sólo para confirmar, pasé de una mano a otra todas las cartas sin verlas, sólo para sentir la textura de cada una. Al final, con un 94% de certeza dije:

—¿Es acaso un cuatro de espadas?

 

Miré mi carta y en efecto, era un cuatro de espadas. No tenía ni idea de como el chico lo logró adivinar pero decidí engañarle un rato.

—Pues no, es un tres de oro. —mentí mirándolo seriamente cuando por dentro me partía de la risa.

 

—¿Qué hacen?— pregunte al acercarme a la mesa de ellos.

 

—¿Qué hacen?— pregunte al acercarme a la mesa de ellos.

 

—Vaaaaaaya —exclamé sorprendido—, juraría que el tres de oro me lo había guardado en la manga —me levanté la manga y saqué la carta—; sí, aquí está, supongo que Darius tenía dos de estas cartas. —me encogí de hombros y saqué un jugo para niños que, al tomarlo, hizo que me fuera de boca contra la mesa. Habían pasado años, pero ni el alcohol ni nada podía afectarme tanto como aquella bebida que me dejaba inconsiente por horas.

 

—Estaa bieen...—dije sorprendida por como Ren se durmió encima de la mesa y miré a Daniela con una gota de sudor en la cabeza, dejando la carta en la mesa. —Pues se suponía que jugábamos a las cartas, pero ya ves como acabó el juego... —reí.

 

—Nunca avía visto a alguien dormir así—Dije mientras tomaba asiento frente al dormido Ren—. Nunca aprendí ningún juego de cartas—Di una leve risa al "confesar" aquello.

 

—Si, yo tampoco vi nada igual. —sonreí y la miré. —¿Quieres jugar a algún juego de cartas y así aprendes? —le sonreí mientras tomaba "prestadas" las cartas que ahora eran de Ren.

 

—No tengo paciencia para esos juegos—Rei al recordar todas la veces que intentaron enseñarme a jugar algo—, se estafar gente con cartas, pero tengo hambre—Sentencie tomando una naranja de la cesta de la mesa para pelarla.

 

Escuché los altavoces encenderse y era monokuma, eso robó mi atención y lo escuche dar esa noticia que habia sido encontrado un cuerpo de un chico que ni siquiera conocia, pero bueno tenia que ir a investigar, entonces me dirijí a esa habitacion.

 

—Vale, peor para ti. —sonreí a modo de broma y me terminé el melocotón. —Bueno, creo que me voy un rato, si me necesitas estaré en la sala de arte.

Tras despedirme salí de la cocina rumbo a la segunda planta.

 

--Adiós--Dije antes de que se fuera, me levanté,ignorando al dormido Ren y me dirijo a mi habitación.

 

Vista la escena del crimen, mi nuevo rumbo culminó ante la puerta de la cocina, donde no había nadie. A excepción de Ren, que se encontraba durmiendo sobre la mesa con un jugo en la mano. Antes de intentar despertarlo, me preparé un café bien cargado... Solo por esta vez no le puse azúcar, imitando en cierta forma lo que hacía Rin... Al fin y al cabo, todo en la Academia había adquirido un gusto amargo...

 

Desperté de sopetón tras una larga siesta; después de espabilarme un poco miré a Alex y le dije:

—Se que ya habíamos hablado de esto, ¿Pero no podrías prestarme un par de gogles? —le pregunté, a sabiendas de que ya me había dicho que sólo tenía un par.

 

El pelirrojo se incorporó y me habló de forma tan súbita, que no pude evitar sobresaltarme. En la mano derecha sostenía un plato de porcelana blanco, sobre el que reposaba la taza con café; mi respingo hizo que ésta tambaleara, provocando un tintineo melódico. Pese a que no fue a parar al suelo (de puro milagro), algunas gotas de café mancharon mis zapatos.

Seguía insistiendo con los de los gogles, cuando le había dejado en claro que eran los únicos que tenía en mi poder. Sin embargo, le dirigí una amable sonrisa, acomodándome el mencionado objeto:

—Hagamos un trato —le dije—. Si en algún momento muero y tú sigues con vida, te los legaré, junto con los auriculares —señalé los cascos dorados—. La condición que voy a imponer, sin embargo, es que los mantengas lejos de Crow ¿Qué te parece?

 

—Me parece justo —respondí—, los usaré en mi cabeza todo el tiempo, así no me los podrá robar. —finalicé, mientras además veía aquellos audiculares; la verdad, tampoco me quedarían mal.

 

—No hay nada que pueda estar lo suficientemente lejos de Crow —bufé al entrar en la cocina y oír la conversación que allí se mantenía

 

—La cabeza parece ser una zona bastante segura —respondí ante la entrada de Crow—: si te arrebatan los que tengas sobre ella, tal hecho no pasará desapercibido. A diferencia de otros lugares, como debajo de la axila izquierda —miré mi preciada pistola, que seguía allí, bajo mi brazo, cerca de mi corazón. Todavía recordaba el momento en que Crow me la había robado.

 

—Excepto esta manzana —argumenté contra Crow, arrojandola lejos, más lo único que hizo fue rebotar contra la pared e irse de lleno contra la cara Crow—... vale, lo admito, eres un imán de cosas amigo.