Club de fotografía

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 17 Abril 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Vaya, ¿eran ideas mías o la recordaba como un manojo de nervios andante? No se correspondía demasiado con las vibes que me estaba transmitiendo ahora pero igual ni iría a quejarme. Quizá lo que la ponía nerviosa antes era toda mi estupidez, mis monólogos interminables, mi intenso lenguaje corporal y demás. Vamos, ni siquiera iba a culparla, no tenía la menor idea del respeto al espacio personal. Ahora... No era como si pretendiera corregirme por amor a la moral ni nada parecido, en verdad seguía moviéndome por mera satisfacción personal, según lo que me apeteciera o no.

    Y seguía con los jodidos sentidos afilados de un depredador, lo demostrara abiertamente o no. Lo había pensado apenas la vi, ¿verdad? Qué mierda hacía ahí, a solas conmigo. Ni siquiera era capaz de oler el peligro cuando lo tenía frente a la puta cara, ¿cómo iba a sacar entretenimiento de eso?

    Porque era un maldito hijo de puta.

    Puedes aprovecharte y lo sabes.

    Seguí sus movimientos, todos y cada uno. Detallé los chispazos pálidos que los tubos fluorescentes le arrancaban a su cabello albino, mientras ella jugueteaba con un mechón como si nada. Quizá dejara las manos donde las tenía pero no había manera de que me quitara las putas manías de encima. Como sacarle radiografía a las mujeres.

    El padre del tío.

    ¿No de su viejo?

    —Tu abuelo, you mean —aclaré, un poco por la gracia de que hubiera dado tantas vueltas para denominarlo aunque eso me arrojaba la clara pista de que no había mantenido una relación afectiva con el viejo—. ¿Ah? Bueno, ¿vas a mostrármelas, al menos? Ahora me pica la curiosidad.

    Su risa rellenó el ambiente sobre la canción y se contrapuso bastante, aunque no terminaban de desencajar. Curioso. La vi de reojo al notar que echaba la cabeza hacia atrás y deslicé la mirada por el trazo de su perfil. La nariz respingada, los labios, la barbilla, el cuello. Y ahí me detuve, regresando mi atención a la pizarra. Había otras fotos de flores que no le había señalado, las que destacaban los amarantos.

    Porque si preguntaba no tenía ganas de responder.

    Que esas eran del cementerio.

    Una sonrisa más jocosa danzó en mis labios al oírla y giré el rostro hacia ella, apenas con una chispa de ilusión sobre los pozos negros.

    —¿En serio? Qué linda~

    Y me quedé allí porque bueno, me había prometido un presente y claramente iba a esperarlo.
     
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    Me seguía rayando un poco la cabeza la tontería de que me había metido al club detrás de él, ahora perfectamente consciente de algunas cosas, y para terminar de armarla era yo quien había cerrado la puerta detrás de mí pero independientemente del asunto el caso era que no me sentía insegura con Joey, nunca fue así. Quizás me sobrepasaba un poco su energía y su capacidad de disparar palabras como una pistola de clavos, pero eso y la inseguridad no estaban ni en el mismo espectro.

    No tenía los sentidos afilados, la verdad.

    Y había bajado todavía más interruptores al verlo así de sosegado.


    —¿Ah? Something like that I guess. Tío político y eso, ya sabes. —Mis abuelos por el lado de papá, del lado de nani, habían muerto un año antes que mis padres y de los abuelos por el lado de mamá no sabía mucho, no parecía llevarse con ellos de lo que yo recordaba. Enviaban dinero en Navidades, eso sí, ni idea de por qué—. Pff, no. ¿Quién le va a mostrar unas fotos todas simplonas al señor de la cámara analógica?

    Lo había soltado en broma evidentemente, la verdad no me molestaba mostrárselas pero en cualquier caso yo había desviado el tema a lo otro ya.
    Volví a enderezarme poco después de que me hubiese sacado radiografía de nuevas cuentas, bastante ajena a ello en realidad, y choqué otra vez con los pozos negros, por alguna razón me arrojaron la imagen de estas cámara de techo, las de ojo de pez.

    Como fuese le sonreí para luego despegar el cuerpo de la mesa, girarme hacia el otro lado y estirar el brazo hacia el maletín, me detuve un momento porque aunque no le aparentara la verdad estaba cansada de asunto del viaje, el aeropuerto y tal; deshice los lazos que sujetaban las coletas, de forma que desaparecí algo de la presión en la cabeza y los guardé en el maletín antes de escarbar por las cosas.

    No me había salido el plan del todo y algunos de los llaveros eran diferentes en forma, ya no solo en color. Los que había dado en la mañana tenían la forma completa, flor tallo, hojita y algunos otros eran solo la flor, ese era uno. Era plateado, bastante más sobrio de alguna manera.
    Saqué otra cosa luego de eso aunque un poco indecisa y me giré hacia él de nuevas cuentas.

    ¿Qué si me había derrochado los ahorros en regalitos para mis amigos? Sí, sí lo había hecho.

    —Diría que sorpresa, pero ni que fuese regalo de cumpleaños. —Le extendí el llavero encima de una cajita mientras volví a recostar el cuerpo en el borde de la mesa—. Me secuestré unos de los chocolates que trajo mi tía pero si pregunta fingiré demencia. Como sea, fue porque no estaba segura del llavero y eso.

    Faltaba uno en la caja, eran cinco y solo iba a encontrar cuatro, pero mira encima que había desaparecido la cajita me merecía haberme comido uno, ¿cierto? Y como para no, si las chocolaterías de Amsterdam eran de lo mejor y de por sí los había ido a comprar yo para hacerle el favor a nani, así que tampoco creía que fuese a darse cuenta realmente.
     
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    Gigi Blanche

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    Recibir sus ojos era una cosa agradable, si se quiere, por la claridad de su mirada y la ausencia de juicio alguno. Era como si un niño te observara desde su eterna y preciada ingenuidad, incapaz de reconocer hasta el último de los demonios danzando a tu alrededor. Era agradable pero también pecaba de placebo y por ello era bien consciente de que no cargaba gota de realidad alguna. Cuando la conversación acabara y Jez regresara a su mundo, yo volvería al mío.

    Ahí estaba sin embargo, la muy tonta, alcanzándome tulipanes y chocolates.

    Eh~ ¿Debería sentirme cortejado?

    Su broma sobre el señor de las cámaras analógicas me arrancó una risa nasal que, otra vez, no pretendía ser burlona ni nada. No veía por dónde sonreírle y seguí sus movimientos cuando deslizó las cintas fuera de su cabello; la cascada de nieve se unificó y la observé un rato más, mientras ella esculcaba en su bolso. Era casi irreal la tonalidad, la ausencia de pigmentos, y sin embargo ahí estaba. Deslicé la vista a la pizarra hasta que Jez se giró de vuelta, detallando la enorme cantidad de revelados en blanco y negro. Podía esforzarme por pintarrajear el mundo de colores pero el fondo siempre era ese, ¿no? Esa polaridad, el contraste. Del blanco al negro y del negro al blanco.

    Alcé las cejas al reparar en los regalos que me estaba alcanzando y los tomé sin dudar demasiado. El llavero era bastante bonito, pero tenía alma de gordo y lo que realmente pudo sacarme una sonrisa más o menos genuina fue levantar la tapa de la cajita y ver los chocolates. ¿Regalo de cumpleaños? Vaya, eso me recordaba que faltaba muy poco de hecho para esa mierda y...

    Iba a pasarlo solo, probablemente.

    —Eh~ ¿Y también te secuestraste este de aquí? —bromeé, en un tono apenas más ligero, marcándole el compartimento vacío. Como fuera, devolví la caja en mi dirección y no tardé nada en llevarme uno a la boca—. Venga, tiene licor y todo~

    De verdad estaba muy rico. Me tomé el tiempo necesario hasta tragarlo y le eché otro vistazo al llavero, subiéndome a la mesa para flexionar la rodilla y girar el torso hacia ella. Volví a mostrarle la cajita abierta.

    —¿Quieres otro? Puede ser que hoy esté generoso. Ah, pero este blanco de aquí no, por favor, que son mis favoritos.
     
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    Zireael

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    Ni siquiera se lo pensó mucho, aceptó las cosas que le extendí y yo regresé el brazo a mi espacio. Esta vez sí noté su sonrisa, no era que fuese a llevarse un premio, pero venga contaba, con eso me daba por satisfecha realmente. Un poco por ahí iba el gesto de todas formas, era el punto de haberle traído algo a cada uno, no sé, ¿alegrarlos tan siquiera un poco? Qué sé yo.

    Era lo único para lo que me consideraba útil de por sí.

    Un poco de color me alcanzó el rostro cuando preguntó por el chocolate faltante, se me escapó otra risa y asentí apenas con la cabeza a pesar de que ya había regresado la caja a su espacio y estaba llevándose uno a la boca.

    —Era mi recompensa luego del robo exitoso~

    Lo vi subir a la mesa luego de echarle otro ojo al llavero, la acción me hizo algo de gracia porque estaba por hacer lo mismo y ya había apoyado los brazos para impulsarme cuando él se giró hacia mí, extendiéndome la cajita de nuevo. Intercambié la mirada entre los chocolates y él, como si no fuese yo quien se los había regalado.
    Lo cierto es que no solía aceptar cosas de la gente, era esa clase de tonta, no era por despreciar sino porque prefería pensar que no se vieran en la necesidad de darme algo por educación o no sé qué cosa, pero vamos que eran chocolates y ya le había robado uno de por sí. ¿Qué caso tenía? Así aunque trastabillé visiblemente estiré la mano para sacar con cuidado otro chocolate, dejándole el blanco por supuesto.

    —Gracias, cielo —dije antes de llevarme el chocolate a la boca para después subirme a la mesa junto a él.

    Balanceé las piernas unos segundos, para luego cruzar una sobre la otra. Apoyé el codo en la rodilla y el mentón en la mano mientras volvía a posar la vista en las fotos. Un mundo en alto contraste, pasaba por los grises, claro, pero el ojo siempre iba a parar al negro que más absorbía luz y al blanco que más la reflejaba en términos de colores pigmento. No iba a admitirlo nunca a todas voces, pero en algunos momentos había conocido el mundo acromático que Anna y Al veían con frecuencia.
    Lo conocía, a veces me enviaba pulsaciones como si fuese un corazón moribundo, pero en general lo que recordaba de su visita era también el alto contraste. El más absoluto negro y el blanco puro.

    En términos de luz, la luz blanca era la unión de todas las ondas.

    Atraída sin remedio a los agujeros negros.

    Bueno qué, ¿ahora tenía un archivo como el de Altan en la cabeza? Imaginaba que venía con el paquete de ser una perfeccionista de cuidado.


    Lo que más irónico me resultaba era ser parte, literalmente, de esa visión en alto contraste del mundo mientras todo Japón parecía estar en la otra punta del espectro, en el negro. Miré a Joey de reojo, el cabello oscuro y los ojos de ciénaga.

    Qué gracia.

    —Ah, perdona por venir a meterme aquí sin invitación ni nada —dije con voz suave, en un tono bajo que no usaba con frecuencia—. Ni siquiera te pregunté si te molestaba tener compañía.
     
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    Detallé el suave carmín que empañó sus mejillas y bueno, si se iba del club sin haberse sonrojado ni una sola vez iba a tener que preguntarme seriamente si esa chica frente a mí era la Jez que había conocido o un clon robótico diseñado mientras estuve fuera de Tokyo. Venga, ya estaba desvariando. Lo cierto es que lo dejé correr porque no me apetecía molestarla de ninguna manera y me encogí de hombros ante su excusa para el robo del siglo, con bastante ligereza.

    Sneaky fingers, huh. Más te vale dejarlos donde pueda verlos, Bellabel~

    Bueno, ya se había ruborizado. Si estaba volviendo a la normalidad como había anticipado, no tardaría ni medio segundo en rechazar los chocolates. Para mi sorpresa, no sólo dudó sino que acabó por aceptar. No lo demostré, claro, en sí no había mucho en mi semblante, pero dejé la cajita en el espacio entre nosotros y me quedé masticando mi chocolate con cierto aire ausente, distraído, aunque su agradecimiento seguía rebotando en mis oídos.

    Cielo.

    Y dale con las confianzas.

    Se había quedado viendo las fotografías de nueva cuenta y la dejé ser, medio imitándola, medio echando un vistazo por la ventana. Tenía los brazos relajados entre mis piernas, colgando hacia el suelo, y devolví la mirada hacia ella al oírla hablar mientras me removía el chocolate restante de las muelas con la lengua. Su voz me llamó un poco la atención, sonaba más madura, si se quiere, o quizá... no lo sé, ¿no tan inocente? Repasé su rostro con cierta discreción y un poco de repente pensé que ya no lucía como un conejito indefenso, o al menos no tanto, hablando así y sin las coletas de niña. Al fin y al cabo teníamos la misma edad, vamos. Éramos prácticamente adultos.

    Huh, scary.

    —¿Y si te dijera que sí qué harías? —bromeé, junto a una sonrisa liviana, y me encogí de hombros—. No acostumbro recibir visitas, no te voy a mentir, pero vamos, ¿tengo pinta de andar rechazando a la gente?

    Estaba dando demasiadas vueltas para decir que simplemente estaba bien con su compañía, ¿verdad? Quizá no quisiera procesarlo del todo luego de haberme atrincherado como un puto loco. Quizás aún me diera miedo regresar al mundo. Palmeé alrededor de mi espacio, luego mis bolsillos, y tuve que girarme para dar con el llavero de tulipán. Lo agarré sólo para pasármelo de mano a mano, en un gesto distraído.

    —¿Y bien? ¿Vas a mostrarme esas fotos de móvil o no? —Solté una risa nasal y me incliné ligeramente hacia ella, ladeando la cabeza—. Eh, no creas que me había olvidado de eso~
     
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    Solté una risa floja a lo de que dejara los dedos a la vista aunque sentí que el rubor en el rostro tardó en desaparecerse un poco más por esa gracia, pero simplemente lo dejé pasar pues porque no era que pudiese hacer otra cosa. Noté que dejó la cajita en el espacio entre nosotros pero ya me había tomado una libertad innecesaria, digo dos, con los chocolates que se supone eran para él así que en efecto iba a dejar los dedos quietos.

    Sentía el flequillo, desarreglado como toda la vida, hacerme cosquillas en el rostro y me había quedado casi ida con las fotos, con la luz, los agujeros negros y todas las comparaciones sin sentido, mientras el chocolate se me deshacía en la boca. Un poco me había desconectado, no lo sé, en parte porque tenía el cerebro cansado y porque al final, para sorpresa de todo el mundo, había bastante tranquilidad en ese espacio.

    Como si no fuese un hueco del infierno.

    Como si no estuviese pretendiendo palmearle la cabeza a Cerbero.


    —Irme —atajé a su broma con cierto deje de diversión en la voz pero era una respuesta genuina, en cualquier caso seguí hablando—, pero como no tienes pinta de andar rechazando a la gente pues ya estuvo, me quedo aquí hasta nuevo aviso.

    Despegué el codo de la rodilla, enderezándome y apoyé las manos detrás de mi cuerpo para relajar un poco la espalda en lo que él palmeaba el espacio, hasta que encontró el llavero de nuevo. Cuando volvió su atención a mí, inclinándose, un poco me atrapó con las manos en la masa repasando su perfil. Había tenido esta idea repentina de que su cabello debía ser bonito para hacer trenzas, qué sé yo, tonterías mías porque me gustaba jugar con el cabello de la gente y tal. Desvié la vista, soltando un suspiro que no sonó molesto en sí y de todas formas le siguió otra risa ligera.
    Venga, la ventaja de haberme dejado todo el cabello suelto era que hacía un poco las veces de cortina y si giraba la cara no se me debía notar tanto la sangre en el rostro, ¿cierto?

    —Eso me pasa por abrir la boca, ¿no?

    Despegué las manos que tenía de apoyo y luego de sacarme el móvil del bolsillo me recosté en la superficie de la mesa, sujetando la falda para que en ese movimiento no me fuese a traicionar porque venga, no era yo ninguna exhibicionista; la cascada nívea se esparció en lo que desbloqueaba el móvil, le respondía unos mensajes a nani y finalmente abría la galería para buscar la carpeta de las fotos.
    Ahí metía un poco de todo, las fotos recientes eran las de Amsterdam, en su mayoría de los canales, de los edificios con ese aire antiguo y de los atardeceres, había una colada de un gato en la puerta de una tienda, pues porque mira era un gato. Habían varias de los canales durante la noche, cuando las luces se reflejaban en el agua. Luego de eso habían fotos revueltas, en su mayoría del Hibiya cuando iba con más frecuencia en la escuela media, con Altan, había de los árboles anaranjados en otoño y, para la gracia, también de los tulipanes que florecían allí.

    Un trocito de Netherlands, huh.

    Como fuese, luego de abrirla le alcancé el móvil para que lo tomara, no era que tuviera secretos del gobierno ni nada, y me quedé recostada allí, distraída con un rayo rojizo que se colaba por la ventana.

    There you have it.
     
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    Gigi Blanche

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    Quedarse hasta nuevo aviso, ¿eh? Ciertamente la compañía de Jezebel no me desagradaba, era tan sutil y parsimoniosa como un genuino fantasma, un espíritu de las nieves o algo así, y su imagen se revolvió de un momento al otro con los tonos más claros del cielo, aquellos empañados por la bruma del amanecer o de una humedad densa, similar a las tonalidades que adquiría al acariciar el horizonte oceánico o los picos montañosos. Se me asemejó con ventiscas heladas, con el hielo en los ojos de Bleke, y me pregunté qué colores tendría el mundo a ojos de una muñeca de nieve.

    ¿Podíamos acaso absorber colores reales quienes pertenecíamos a los extremos del espectro?

    Un poco la pesqué mirándome pero no reaccioné visiblemente. En un momento cualquiera lo más probable era que me hubiera colgado de esa pequeña estupidez para molestarla o, al menos, sentirme el puto rey de la colina. Ahora ¿de qué mierda me servía? Ni siquiera me apetecía ligarme a nadie, no encontraba la energía y si me lanzaba encima de alguien, era brusco y sin idioteces previas. Sin preparar el terreno, sin endulzarlas o acomodarlas en un colchón de rosas.

    Sólo se me antojaba consumir.

    Devorar.

    E incluso yo podía ver que las cosas no se hacían así con una muñeca como Vólkov.

    Arqueé una ceja al notar que se echaba sobre la mesa pero no abrí la boca, me limité a soltar el aire poco a poco y tamborilear los dedos contra el borde de la madera laminada. A lo sumo le eché un vistazo de reojo para comprobar qué mierda hacía, aunque desde ese ángulo tenía un panorama de su cuerpo que ni yo me atrevía a detallar demasiado. Vamos, que era un cerdo pero tampoco tanto.

    La música seguía sonando y aguardé en silencio hasta que sentí que me alcanzaba el móvil. No me hice el modesto ni nada, me puse a recorrer las fotos sin más y de vez en cuando le indicaba las que más me gustaban. La del gato, una de un canal donde la luz recortaba sombras afiladas, otra nocturna. El alemán apareció colado aquí y allá pero siquiera le di crédito, aunque sí me ayudó a recordar su existencia. Le eché un vistazo a la puerta del club por pura inercia, antes de volver al móvil. Ahora que lo pensaba, era hasta extraño que la hubiera dejado sola, ¿no?

    Whatever.

    Se me ocurrió una estupidez, y mientras Jez seguía recostada en la mesa salí de la galería para entrar a sus contactos y agendar mi número. Cerré la aplicación, regresé a las fotografías y le devolví el aparato como si nada.

    —Siete y medio sobre diez —murmuré, bastante en broma, y estuve por seguir hablando cuando la música se detuvo y mi móvil empezó a vibrar. Apenas lo giré en mi dirección leí el nombre en pantalla y todo el cuerpo se me tensó—. Lo siento, Jez, pero esta vez puede que sí acabe echándote.

    Mantuve el móvil en mi mano y le sonreí, con cierta carga de culpabilidad encima.

    —Perdona, es importante. Hablamos mañana, ¿vale?

    Me las había hasta arreglado bastante bien para no salir pitando, para ser educado, digamos. No había terminado de hablar que ya había bajado de la mesa de un salto y no esperé una respuesta realmente, me metí al cuarto oscuro y cerré la puerta detrás de mí. El corazón se me había apretado en la garganta y tuve que tragar saliva antes de atender.

    Era Matty.
     
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    Gigi Blanche

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    Claramente me dormí, es decir, ¿cómo mierda cualquier ser humano promedio lograría mantenerse despierto entre la pereza de las clases de la tarde y... bueno, todo lo que pasó durante el receso? Pedazo de marca me había clavado.

    Y parecía que no pretendía aún acabar.

    Cuando me levanté de mi asiento y todos empezaron a ir hacia abajo, guardé las cosas, me eché el bolso al hombro y le lancé una sonrisa coqueta a Alisha.

    —No me extrañes, honey, tengo cosas que hacer~

    ¿Habíamos vuelto a la estupidez de siempre? Ni idea. No tenía forma de saber si eventualmente estallaríamos como una bomba a presión o siempre mantendríamos esta dinámica de lo más necia y obstinada, pero que al final del día nos funcionaba para no pensar mucho las cosas. Ni que fuéramos grandes pensadores, vamos.

    Entré al club como si fuera mi casa porque, bueno, básicamente lo era. Dejé el bolso en la mesa, me quité el blazer y me arremangué la camisa. Lo mismo de siempre, en definitiva. Le eché un vistazo a las fotos del tablero y recién entonces me puse a buscar la cámara que llevaba encima, para quitarle el rollo y revelarlas luego. Primero, supongo, podía esperar un rato a Jez.

    Iba a aparecer, ¿no? Ni de coña parecía el tipo de dejar plantada a la gente.

    Puse música en el móvil y me senté al borde de la mesa, disponiéndome a remover el rollo usado de la cámara para reemplazarlo por uno nuevo. Estaba tarareando la canción en voz baja mientras balanceaba suavemente las piernas, aunque tuviera mi atención puesta en la tarea.
     
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    Se lo había olido, ¿no? Como siempre, si es que parecía un perro guardián o no sé, un vidente a secas, pero lo cierto es que llevábamos años de conocernos y sería una estupidez si Al no notara el mínimo cambio en el tinte de alguna de mis expresiones.

    El caso fue que el pelirrojo nuevo se acercó a hablarle, de forma que me despedí de él para tomar mi desvío.

    Desvío.

    ¿No querrás decir camino al suicidio?


    Salí del salón y me distraje un momento con los ventanales, en el atardecer que se podía ver, el fuego del cielo. Vi mi reflejo en el vidrio, los ojos dorados, el flequillo revuelto y el cabello suelto desde la mañana.

    No sé, el atardecer siempre me había parecido algo de lo más bonito, me detenía incluso cuando iba por la calle solo para verlo unos segundos y seguir mi camino. Eso fue lo que hice en ese caso, enderecé mis pasos al club de fotografía y abrí la puerta despacio.

    Jez, ¿no se supone que la gente toca y eso?

    —Permiso —dije mientras entraba, repitiendo el error idiota del día anterior de cerrar la puerta.

    Un poco fue como un déjà vu del día anterior, no sé, quizá fue porque tenía música sonando de nuevo y tal. El caso es que estaba sentado al borde de la mesa, como habíamos estado ambos el día anterior.

    Me acerqué para dejar el maletín sobre la mesa y un poco como si estuviese comenzando a hacerme a la idea de ser parte del paisaje del club, me senté a su lado sin más.

    —Buenas tardes, señor de las fotos~

    Había metido el móvil al maletín, de forma que ni me di cuenta que había recibido un mensaje.
     
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    La puerta hizo el sonido que ya me sabía de memoria cuando se abría, junto al ligero quejido de la madera y eso. Me sonreí antes de alzar la vista realmente, no necesitaba mirar para confirmar quién era el recién llegado. Llevaba dos días seguidos escapándole a la vigilancia de su perro guardián, ¿eh? ¿Qué mierda podía tener tan ocupado al alemán como para descuidar así a su conejito?

    Sea lo que fuera, me venía al pelo.

    Entró, cerró la puerta y eso, pero la verdad ni me di cuenta del detalle como quizá debería haberlo hecho. Tampoco es que la había convocado ahí para clavarme cualquier jugada rastrera de lobo o qué se yo. Vamos, en sí nunca planeaba las cosas, sólo las hacía y ya.

    Reparé en sus ojos dorados y le sonreí, deteniendo el tarareo. Se acomodó a mi lado y la dejé ser, encastrando la tapita que guardaba el rollo dentro de la cámara.

    —Ayer saqué unas como a esta hora, del atardecer y eso —le comenté en voz baja, mostrándole el rollo que tenía en la mano—. Luego me interno a revelarlas y podrás verlas, pero primero...

    Me bajé de la mesa con un salto ligero y recosté la espalda en la pared, enfrentándome a ella. Entrelacé los brazos a la espalda y le sostuve la mirada con cierta nota divertida, sin embargo suave, en mi sonrisa.

    —¿Por qué crees que te convoqué aquí, Bellabel~?
     
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    Cuando me sonrió obviamente le regresé el gesto, era una cosa automática que hacía con todo el mundo de por sí, lo llevaba impreso en la personalidad o qué sé yo.
    Desvié la vista al rollo que tenía en la mano cuando habló y una chispa de algo parecido a la ilusión me pasó por los ojos seguramente, ya me hacía a la idea de que debían ser una fotos muy bonita y mira, la verdad sí quería verlas.

    Como fuese no me dio tiempo de contestarle en realidad, siguió en su bola y bajó de la mesa, mirándome recostado en la pared de enfrente.

    Que...

    Por qué creía que me había convocado.

    Hombre, ¿de una con la pregunta difícil?


    Crucé una pierna sobre la otra y me incliné hacia adelante, apoyando el codo en mi pierna y poder usar la mano de soporte para mi rostro. Quizás algo de color me subió al rostro pero quién sabe.
    Balanceé la pierna suavemente, dándole vueltas a la pregunta y no ir a soltarle en toda la cara una estupidez que yo no quería oír realmente de por sí.
    ¿Había dicho que tenía algo para mí o no?

    Ambiguo, la verdad.

    Y no era ninguna egocéntrica como para preguntar eso o traerlo sobre la mesa.

    —¿Además de saltarte las pruebas y no aburrirte tanto dices? —atajé con cierta diversión en la voz. Dios, la respuesta fue casi tan ambigua como su mensaje—. Ah, ya sé~ con las fotos del móvil seguro logré entrar al club.

    Ni de coña, pero venga, por decir algo.

    Solté una risa floja y negué suavemente con la cabeza.

    —No tengo idea, cielo.
     
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    Gigi Blanche

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    Repasé sus movimientos sin realmente demasiada atención, al menos mantuve la expresión relajada y no parecía que pretendiera comérmela con la mirada ni nada. No esperaba que supiera decirme, claro, aunque su respuesta igual me vino en gracia y solté una risa nasal que de burlona no tenía nada. La dejé divagar hasta que se rindió y despegué la espalda de la pared, yendo hasta mi bolso.

    —Tus fotos siguen siendo evaluadas por la Junta Directiva, by the way —le seguí el rollo, en voz baja y risueña—. Cuando tenga noticias de tu solicitud serás informada~

    Estuve a punto de sacarlo del bolso, pero... ¿no sería aburrido así? La sonrisa se me torció hacia un costado, aunque su malicia estuviera más bien teñida de la travesura de un adolescente normal, no de un demonio o algo parecido. Regresé la solapa del bolso a su lugar y deslicé la mirada hacia ella, avanzando hasta recostar la cadera justo en la mesa a su lado. Me crucé de brazos, viéndola a los ojos.

    —Te traje algo —cedí—. ¿Quieres intentar adivinar qué es~? Puedes hacerme preguntas de sí o no.
     
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    Lo vi despegar la espalda de la pared para avanzar hacia su bolso, quizás con más atención de la que planeaba pero venga, un poco de curiosidad sí que había recuperado al recordar que había dicho que tenía algo para mí y eso, venga como si nadie fuese a emocionarse si le decían eso.
    Solté el aire por la nariz al escuchar que me seguía el rollo y despegué el codo de la rodilla solo para pasar los brazos bajo el pecho, con fingida indignación y me mantuve así incluso cuando regresó a mi lado, aunque aflojé los brazos para usarlos de apoyo en la mesa no mucho después.

    —¿Eh? Ugh, en la escuela a veces jugábamos esto de las preguntas de sí y no —resoplé e hice un mohín sin ser del todo consciente de ello, antes de estirar la mano y pellizcarle la mejilla como solía hacer con mis primos—. Nunca adivinaba, se me daba fatal.

    Volví a balancear la pierna, ya era casi un movimiento ansioso mientras ponía las neuronas a funcionar y tal.

    —Si lo traías allí. —Señalé el bolso con un movimiento de cabeza antes de regresar los ojos a él—. No puede ser nada particularmente grande y tal. ¿Se come?

    Eso lo había soltado porque yo misma le había llevado los chocolates el día anterior, así que podía ser una posibilidad.
     
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    Gigi Blanche

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    Cuando me detuve junto a ella acabé dejando caer la cabeza hacia un costado y el cabello disperso acompañó el movimiento. Se quejó y tal como una niña, robándome una sonrisa, y arrugué la nariz al sentirla picándome la mejilla. No hice ademán de apartarla, sólo enderecé el cuello y me dediqué a seguir sus movimientos.

    —Bueno, si es demasiada tortura ya sabes, la puerta está ahí~ —le recordé con aires indiferentes, claramente en broma.

    Se puso a pensar, le echó un vistazo al bolso y luego regresó a mí para soltar su primera pregunta. Yo ahí había estado, con mi sonrisa de rey de la colina, aguardando pacientemente a que empezara a jugar cuando... Espera, ¿que si se come? La suficiencia se me borró del rostro de un mazazo, dando lugar a una incredulidad que no tardó en comprimirse en el mohín de un niño, entre decepcionado y molesto.

    —Sí —admití por fin, desviando la mirada con el ceño fruncido, y seguí hablando como un puto crío ofuscado—. Dijiste que eras mala con estas cosas, Bellabel, buu~
     
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    Zireael

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    ¿Qué la puerta estaba allí? Citar a alguien a un lugar y luego señalarle la puerta no era lo más educado, y por solo seguir haciendo el tonto pensé en decírselo pero me pudo más su expresión cuando acerté la pregunta. La sonrisa de rey de quién sabe qué se le desapareció de la cara, terminó por hacer un mohín de niño fastidiado y tuve que tragarme la risa que estuvo por subirme por la garganta.

    Desvió la mirada cuando lo admitió y yo solo ladeé la cabeza como había hecho él antes, de forma que la cascada albina siguió el movimiento. Una sonrisa bastante tranquila se me formó en el rostro.

    —Pura suerte entonces~ te prometo que en general soy una bestia para estas cosas. —Le piqué la mejilla de nuevo, ahora un par de veces y solté la risa por fin—. Venga, Mister Obvious, ¿y mi premio por acertar a la primera?

    No me explicaba por qué estaba tan relajada, pero lo cierto es que tampoco me iba a quejar ni en broma. No eran demasiadas las ocasiones en que me permitía cierta libertad y tal.
     
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    Gigi Blanche

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    Había desviado la vista al suelo o cualquier mierda, así y todo noté gracias al campo periférico que Jez había ladeado la cabeza. Es decir, lo que captó mi atención fue la cascada nívea meciéndose en un vaivén amplio hacia el suelo. Era tan blanca que reflejaba hasta la más sutil chispita de luz, del color que fuera, así que su cabello acababa siendo una especie de lienzo reflector.

    Era demasiado buena hasta para molestarme cuando claramente era molestable, ¿verdad? Not that I can relate, tho.

    Su dedo picándome la mejilla constantemente acabó por ganarme la pulseada y volví a sonreír, soltando una risa nasal. Esta vez sí alcancé su muñeca, deslicé los dedos apenas para afianzar el agarre e instarla a bajar el brazo mientras regresaba los ojos a su resina dorada. Entorné la mirada.

    —¿Un premio extra, quieres decir? —tanteé, en voz suave, y ladeé ligeramente la cabeza; recién entonces dejé ir su muñeca—. Eso se puede discutir~

    Le quité mi atención de encima para regresar al bolso. Lo alcancé por sobre la mesa y lo arrastré así buscaba dentro sin moverme de aquel lugar junto a Jez. Le corrí la solapa y sin mucho suspenso saqué un tupper que dejé sobre su regazo.

    —Ta-da~

    Eran unos scones que habían sobrado de los que preparé ayer para tomar el té. Estaba acostumbrado a que siempre fuéramos Matty y yo, o Alisha y yo, pero siempre era yo y alguien más, entonces me hice cacao con las cantidades y acabé horneando una cantidad estúpida.

    —Lo ideal ideal es comerlos recién hechos, but oh, well. Es lo que hay.
     
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    Zireael

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    Que volviera a sonreír con la tontería de seguir picándole la mejilla me hizo reflejarlo, porque había sido eso toda la vida, un jodido telescopio reflector y realmente ni puse resistencia cuando su mano rodeó mi muñeca, su tacto era tibio ciertamente, y la atención se me paseó a ese instante de contacto de forma estúpida aunque no dejé de prestarle atención ni nada.

    Ahora sí que algo de sangre me subió al rostro con lo del premio extraña y no sé qué, pero era tan jodidamente normal en mí que ya ni buscaba esconderlo o algo, mucho menos teniendo en cuenta que había desviado la atención a sacar lo que sea que me hubiese traído. Cuando noté el peso del tupper en mi regazo la vista me fue a parar al objeto mientras lo tomaba para curiosear sin abrirlo todavía y no lo hice hasta que acabó de hablar.

    Abrí los ojos con cierta sorpresa, pero lo cierto es que recibir comida de otra persona era un gesto que siempre me había parecido estúpidamente cálido, sobre todo porque yo no sabía ni cocinar un poco de arroz sin arruinarlo, así que no me interesaba demasiado qué motivo tenía para haber traído un tupper con scones, me alegraba que lo hubiera hecho y ya.

    Alcé la vista de nuevo hacia él y estiré la mano, confianzuda como había sido toda la vida, para revolverle el cabello antes de regresarla a mi espacio, sacar un scone y llevármelo a la boca, porque obviamente iba a probarlos de una vez, que me podía la impaciencia.

    —¿Los hiciste tú entonces? —pregunté después de bajarme el bocado—. Quién lo diría, todo un chico de cocina~ Están muy buenos, oye. Gracias, cariño.

    Me bajé lo que restaba en unos cuantos bocados más, para luego cerrar el tupper de nuevas cuentas. Lo estiré hacia él entonces.

    —¿Me lo guardas en el maletín? Lo tienes más cerca tú, o bueno, déjalo encima para no olvidarlo. Los hiciste y eso, pero si quieres tomar uno, hazlo que igual yo me robé uno de tus chocolates.

    La vista, por algún motivo, me fue a caer en su cabello de nuevo y tuve este insight rarísimo de que con esa mata de pelo de hecho hasta se le podían hacer trenzas y toda la cosa, que seguro no era muy difícil porque tampoco tenía el cabello particularmente ondulado. Igual y estaba delirando ya, ni idea.


    Mi epifanía: espera, dónde quedó el rollo de jez trenzándole el pelo a Joey???? lO VOY A VOLVER A TRAER A LA LUZ
     
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    La sorpresa en su rostro al recibir el tupper encima fue más que evidente y me quedé allí, viéndola detallar el envase sin dignarse a abrirlo. Venga, yo con lo impaciente que era le habría mandado la tapa a volar en medio segundo, pero bueno. Cuando recibí su ámbar de regreso le sonreí bastante por reflejo y cerré los ojos al sentir las caricias en mi cabello, como un perro o qué sé yo.

    No había esperado que fuera a probarlos ahí nomás, así que quizá sí se cargaba cierta impaciencia al fin y al cabo. Aguardé, con la expectativa impresa en los ojos, y me relajé al recibir su visto bueno. Suspiré bajito, apoyando las caderas en el borde de la mesa, y asentí. La seguí viendo de soslayo.

    —Siempre me gustó cocinar, aunque en casa nos repartimos las tareas bastante bien. Yo soy más de hornear cosas dulces porque a mi hermano no se le dan de perlitas, igual. —Le di unos golpecitos al tupper sobre su regazo con los nudillos, y al regresar la mano a mi espacio rocé la tela de su falda—. Los scones ingleses son mi especialidad~

    Acepté el envase apenas me lo dio y busqué su maletín para guardar la cosa dentro. De paso le eché un vistazo porque bueno, chusma no se hace, se nace. No había nada atípico, de todas formas, como había anticipado.

    —Nah, no te preocupes, estoy hasta el cuello de scones. —Cerré su bolsa, me corrí un poco el flequillo con un movimiento de cabeza y me desinflé los pulmones, regresando la vista a Jezebel—. ¿Qué tal las clases?

    Mi sonrisa adquirió cierta chispa de picardía y ladeé la cabeza al agregar, con un tono inocente de lo más impostado:

    —¿Estás segura de faltar a las pruebas? ¿Es algo que una buena chica haría~?
     
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    Con esa información ahora me lo imaginaba horneando con una facilidad estúpida, con delantal y todo no sé por qué, pero el caso es que lo hice y solté una risilla floja en lo que lo observaba dejar el tupper en el maletín como le había pedido aunque no tardé mucho en regresar la vista al frente, posándola en la pizarra de corcho en lo que desenredaba las piernas para balancear ambas a su ritmo independiente.

    —¿Las clases? Bien, pero Dios a veces me entraba terrible ataque de sueño a la mitad de las explicaciones —regresé la mirada a él, notando su sonrisa combinada con el tono de voz y luego le saqué la vista de encima de nuevo, asintiendo con la cabeza.

    Lo cierto es que me comía un poco la consciencia, pero no había faltado a las condenadas pruebas durante dos años y ganas de lidiar con doña sargento no tenía, la verdad, tampoco de ponerme el uniforme de gimnasia que tanto me incomodaba así que digamos que podía tomarme libre un día, ni que me fuese a morir por ello ni nada.

    —Sí —confirmé entonces y solté un suspiro bastante pesado—. ¿Has visto a Yoshida-sensei? ¡Es una tortura esa mujer! Encima ni que fuera diestra para los deportes o algo.
     
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    Jez parecía bastante cómoda a mi lado, ¿verdad? Ciertamente no se me asemejaba al conejito asustadizo que había conocido la semana anterior, saltando y sonrojándose cual tomate maduro por la palabra más insignificante o el acercamiento más mínimo. Se había comportado igual en la fiesta, aunque al parecer alguna mierda había ocurrido con el alemán en el aula, y después... después se esfumó un par de días. De viaje, según ella, y regresó así. ¿Una visita a tu país natal podía tener un efecto tan pronunciado sobre uno?

    No lo sabía, la verdad, jamás había tenido oportunidad o dinero de volver a Falmouth.

    Tampoco había lugar al que volver, siendo francos. Papá había vendido la casa, la granja y todo con tal de cumplir la última voluntad, el último pequeño sueño de mamá.

    Joder, si es que la había amado con puta locura.

    Jez se puso a repasar las fotos de la pizarra, aunque ya las hubiera visto ayer, y por reflejo hice un poco lo mismo. Me desvié rápidamente, sin embargo, y posé mi vista en la ventana. El ángulo hacía que ella quedara en mi línea de visión, era una silueta desenfocada por delante del cielo amoratado.

    —Uff, indeed. Las clases son una puta pereza, la verdad no sé cómo me las arreglé para llegar a tercer año pero bueno, aquí estamos.

    Extendí los brazos y los dejé caer en peso muerto, rebotando contra mis piernas. Colé las manos en los bolsillos y me puse a caminar hacia la ventana. Desde allí lograba divisar el ejército de hormigas siendo torturados por Yoshida-sensei. Las palabras de Jez me arrancaron una risa suave.

    —Es un dolor en el culo, sí, y eso que no se me dan mal los deportes pero... —Me encogí de hombros y volteé el rostro hacia ella, concediéndole una sonrisa hasta inocente—. Prefiero quedarme aquí, contigo~

    Back in game, había dicho.

    Nunca más acertado.

    Entorné la mirada hacia la puerta del cuarto oscuro, sin reflejar ningún cambio en mi semblante, y regresé a la chica con calma.

    —¿Te muestro el proceso de revelado?
     
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