Club de fotografía

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 17 Abril 2020.

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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master yes, and?

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    Lo seguí con la vista a medida que se movía por la habitación, en silencio, similar a sus conductas de perro guardián. No lo sé, supongo que de cierta forma me calmaba. Cuando nuestros ojos conectaron le sonreí por reflejo y se acercó lo suficiente para rodearme con los brazos.

    Tan cálido.

    Pestañeé, sin embargo, tardé unos segundos en corresponderle el gesto debido a la sorpresa que me causó. Lo oí suspirar, su cabello me hizo cosquillas y se me escapó otra sonrisa liviana, relajada, mientras trazaba su espalda desnuda hacia arriba hasta apoyar las palmas más o menos a la altura de sus omóplatos. ¿No sería demasiado mimoso, para ser un armario empotrado con tremenda cara de culo? Lo sentí detallar mi tatuaje, adiviné que lo habría visto, pero él no preguntó y yo no dije nada.

    Todos los tatuajes tenían una historia detrás, ¿no? Eran una suerte de cicatriz autoimpuesta.

    Y la historia que contaba ese era de las mierdas que menos me apetecía recordar.

    Me quedé allí con él, en silencio, hasta que se separó y nos miramos. Doblé las muñecas y me apoyé también sobre la mesa, riendo a la par suya y correspondiéndole el beso fugaz que me plantó en los labios. Me movía un poco por inercia, un poco porque me daba bastante igual; estaba increíblemente relajada, a juzgar por el estado que me venía cargando desde el viernes. Quizá me hubiera esperado más frialdad de su parte o algo así, pero fuera como fuera no me molestaba.

    Me gustaban los gatos, al fin y al cabo.

    Otra vez el comportamiento imitado de perro guardián, mientras terminaba de vestirse, se echaba sobre la puerta e intentaba arreglar el desastre que llevaba como cabello. Me reí y navegué el espacio hasta él, para estirar el brazo y acomodarle un poco mejor el flequillo. Me había enfocado en mi tarea, por lo que solté un suave "¿hmm?" al oír su pregunta sobre los planes. Se lo veía un poco aplastado y mira, no lo culpaba. Estaba segura que habríamos quemado las calorías de la dieta de un atleta olímpico o alguna mierda así.

    Me encogí de hombros, retrocediendo un poco para verlo sin provocarme tortícolis, y me peiné las puntas del cabello con cierto aire distraído.

    —No planeo volver a clases, la verdad, si lo hago será sólo para dormirme a la mitad y comerme un regaño imbécil. Además me queda un largo día por delante.

    Ciertamente, el viernes había acabado faltando al trabajo por toda la mierda y conseguí que uno de los chicos me elaborara un certificado médico falso; así y todo, el asunto me pesaba demasiado en la consciencia como para ausentarme hoy también, aunque el idiota hubiera tenido la consideración de hacerlo un poco amplio.

    Estiré los brazos sobre mi cabeza, hacia la derecha, y solté un suspiro al relajar el cuerpo.

    —Mi plan es clavarme la mejor siesta del puto mundo en la enfermería. —Sonreí, instándolo a correrse para abrir la puerta, y salí a la sala principal del club; la luz natural me impactó de lleno en la cara y tuve que entrecerrar los ojos—. Ah, y comer algo, supongo. De repente podría comerme un caballo.

    Fui hasta la mesa, donde habíamos dejado nuestras cosas, y me puse a recogerlas en calma. Móvil, cupones, caramelos al bolsillo, me anudé el lazo bajo el cuello de la camisa, agarré los cascos y los dejé colgando de mi mano. Alcé la vista hacia Altan, rebuscando en la bolsa que ya me había guardado para llevarme un caramelo a la boca. Lo arrojé de lado a lado con la lengua, saboreándolo, antes de hablar.

    —¿Y tus planes, guapo?

    ¿Qué pasaba con eso?

    ¿Qué era esa ligera inquietud en el pecho?

    Como si quisiera oírlo decir "eh, voy contigo" o alguna mierda así.
     
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    Zireael

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    So tell me 
    how’s it gonna feel 
    without my arms wrapped around, wrapped around you. 
    Bet it feels pretty real when your skin starts to peel from the bone.  
    You were dead to the world,
    now I’m dead to you
    haunting your own house,
    nothing to lose.
    I let you sink your fangs so deep.
    You know I can’t breathe on my own.  
    altan c2-1.png
    La dejé hacer cuando se acercó a acomodarme el flequillo, porque si de por sí ya el reflejo de apartarme de su tacto no existía, ahora simplemente podía acariciarme como quien acaricia un jodido cachorro idiota. Su tacto era cálido, le ponía dirección al desastre, y a pesar de que parecía que le corría un maldito río de fuego bajo la piel todo el tiempo, casi actuaba como una brújula. Una aguja imantada en un vaso de agua.

    Me hice a un lado para que abriera la puerta mientras escuchaba su respuesta a mi pregunta, la vi salir y aunque no avancé, la luz me hizo arrugar los gestos. Los días nublados y lluviosos, a pesar de no dejar pasar los rayos directos de sol, eran jodidamente brillantes de una forma extraña, como si la luz residual se amplificara en las nubes y la verdad era que siempre me habían lastimado bastante la vista. Me arrojaban un dardo de dolor al centro del cerebro, como si tuviera una perpetua fotofobia o las pupilas no se me contrajeran nunca lo suficiente.

    La vi afuera, recogiendo sus cosas, y de repente un arpón me atravesó enviándome una oleada irracional de miedo a la luz, al mundo exterior, y pude jurar que el cuerpo casi me reaccionó solo, a punto de dar un paso atrás y hundirme más en el cuarto oscuro. Ya no tanto porque allí hubiese ocurrido todo, porque sí, sino porque allí era donde pertenecía por naturaleza, al rojo y al negro... No a la luz blanca, cegadora.

    Pero tenía que salir, ¿no? No podía solo retroceder, cerrar la puta puerta y pretender fundirme con las sombras, con el fuego de mentira, y no salir más a la luz. Me había forzado siempre a ser, más o menos, una criatura crepuscular si se quiere, salía cuando todavía no era completamente de noche, me movía en el claroscuro y estaba bien, pero ahora de repente el blanco de la luz, impoluto, parecía directamente amenazante.

    ¿Qué era, miedo a salir y que se rompiera toda la ilusión?

    ¿Salir y que no se rompiera?

    ¿Solo salir?


    Hades condenado toda la vida al Averno.

    De repente ni siquiera pensé en la imagen que debería estar llevándose Anna de mi repentina crisis existencial, de verme allí estaqueado al cuarto, como un animal que pretenden regresar a la naturaleza y simplemente no sabe cómo poner un pie fuera de la jaula. De que que era un armario empotrado, pero había buscado encogerme en las sombras, en el rojo.

    Y las palabras me salieron solas de la boca, todavía allí anclado.

    El acaparador.

    El egoísta.

    El océano que traga la tierra.

    ¿Qué mierda pasaba conmigo?

    —Déjame ir contigo —murmuré.

    Como un maldito niño perdido.

    Hice a dar un paso al frente, para sacarme el maldito arpón del pecho sin anestesia siquiera y aunque trastabillé, tan siquiera logré salir a la sala principal y me sacudí la sensación tan extraña de encima como un perro se sacude el agua del pelaje. Lo mismo había hecho en algún momento antes del infierno, para adormecerme la migraña que... Ya no estaba.

    Tomé la chaqueta que había dejado en la mesa, escarbé en los bolsillos buscando la jodida cajetilla y me obligué a pararme en seco.

    Ya, jodido hijo de puta. No eres una chimenea.

    Me la eché encima, porque de repente fui consciente del frío, y tomé la botella de té para darle un trago que me bajara la saliva espesa de la boca. Volví hablar entonces, todavía sin alzar la voz porque tampoco era que hiciera falta.

    —Quedó comida en la caja o podemos pasar a la cafetería, como quieras. Igual te debo el almuerzo del otro día.
     
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    Gigi Blanche

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    You're only happy when your sorry head is filled with dope
    I hope you make it to the day you're twenty-eight years old

    You're dripping like a saturated sunrise
    You're spilling like an overflowing sink
    You're ripped at every edge but you're a masterpiece
    And now i'm tearing through the pages and the ink

    Coso-de-Anna-GIF-7.gif
    No lo había pensado.

    Muchas veces acababa comportándome como un espejo, ya no sé si en un intento por encajar, por comprender a quienes quería mantener cerca, o por acompasarme a sus corazones y fundirme con ellos. Reflejaba sonrisas, gestos, muletillas o manías. Lo hacía y recién después lo notaba. Así y todo, no lograba arrancarme la puta costumbre.

    Déjame ir contigo.

    Estaba concentrada recogiendo mi desastre cuando su voz me alcanzó desde el umbral de la puerta; sonó baja, extraña o, al menos, diferente a como esperaba oírlo. Entonces lo vi ahí, a dos pasos de regresar a la luz, y ya no sé si por ser un espejo o por la mierda que acabábamos de hacer, pero lo entendí. Mierda, lo entendí como si su corazón estuviera en mi pecho.

    No lo había pensado.

    Pero tenía razón.

    Asustaba un huevo, ¿verdad?

    Recordé el miedo agobiante que me había perforado el pecho cuando me atrapó en el aire, cuando acarició mi cabello y tuvimos que abandonar la enfermería, su silencio y calidez, el pequeño refugio que nos habíamos construido entre lágrimas cansadas y manos rotas. Temí perderlo, perder lo que había hallado ahí dentro, y no lo sé, si no le hubiera pedido ese cigarrillo quizás así habría ocurrido. Pero había desaparecido, una mierda tan mundana como el placer físico lo había barrido de mis costas sin siquiera percatarme y ahora, de nuevo arrastrado por la marea, estaba allí.

    Miedo.

    Vivía con miedo.

    Y Altan también, ¿verdad?

    No lo reconocía como propio, sin embargo, al menos no enteramente. Era difícil en cierto punto identificar dónde terminaba mi corazón, mi sangre, mis sentimientos, y dónde comenzaban los de las personas a las que me amarraba con estúpida insistencia. Puede que el miedo de Altan fuera el mío, que el mío fuera el suyo, o puede que no tuvieran nada que ver el uno con el otro y en ese preciso instante, entre la luz cegadora y la boca de lobo, hubiera tenido la estúpida ilusión de verlos revolverse.

    Ilusión.

    El poder es una ilusión.

    La mierda que teníamos temía que también lo fuera.

    Déjame ir contigo, había dicho, y el corazón se me encogió en el pecho. Detuve todos mis movimientos, detuve mi respiración y simplemente permanecí allí, atenta a su próximo movimiento. No podía sacarlo de ahí, no tenía el más mínimo sentido si lo jalaba de la muñeca y lo arrastraba a la luz. Cuando un niño está aterrado de la oscuridad y no para de llorar, no lo empujas por el pasillo hasta su habitación. Esperas a que junte la valentía necesaria para hacerlo.

    Y no lo dejas solo, por lo que más quieras.

    Lo esperas.

    Esperas todo el maldito tiempo que haga falta.

    Finalmente salió, abandonó los colores donde más cómodo parecía sentirse y se sacudió. Casi pude sentir su escalofrío por mi espalda. Mantuve mis ojos sobre él, sus movimientos, como si de repente ahora fuera yo el perro guardián; aguardé y aguardé hasta recibir su mirada para sonreírle, y mi voz fue un murmullo similar al suyo, sólo que jodidamente suave y ¿dulce? Mierda, ahí estaba otra vez.

    El maldito cariño filtrándose entre todas y cada una de mis grietas.

    —Claro.

    Ya lo había pensado, ¿no? Éramos fuerzas intensas, de diferente naturaleza pero con la locura y volatilidad suficientes para arrollarnos, invadirnos, devorarnos o conquistarnos. Nos amoldábamos a los bordes del otro, podíamos jugar, pretender, construir o lisa y llanamente destruir.

    Podíamos ser el huracán.

    El maremoto.

    El incendio forestal.

    Los pilares.

    Los relámpagos.

    El humo y la tormenta.

    El veneno y el antídoto.

    Quería abrazarlo. Joder, tenía un deseo casi ridículo por bordear la mesa, ponerme de puntillas, echarle los brazos al cuello y fundirme otra vez entre sus grietas, sus espacios grises, sus terrores y pérdidas. Los cupones que me había hecho me palpitaron en el bolsillo, como una picadura de insecto reciente, y pensé que no tenía mucho sentido el miedo cuando había en el mundo una persona dispuesta a preocuparse por ti de esa manera. No importaban las razones, no importaba si se había enfocado en ello por un intento desesperado de aplacar el ruido blanco, la monotonía y sus demonios.

    Altan podía ser un pilar.

    Y el idiota no tenía forma de verlo.

    Quedó comida en la caja o podemos pasar a la cafetería, como quieras. Igual te debo el almuerzo del otro día.

    Solté una risa nasal, deslizando los dedos sobre la mesa con cierto aire distraído. Es verdad, el viernes había sido una niña malditamente feliz antes de que los lobos reaparecieran por doquier. Él había juntado mis fragmentos rotos, había bailado conmigo, había soportado que le quemara los fusibles y le había comprado el almuerzo. Le había hecho los cupones, me había confiado mierdas personales y había permanecido a su lado mientras dormía. Si cerraba los ojos casi podía oír su respiración acompasada, aunque el bullicio de la cafetería siempre era insoportable y quizá sólo me lo estuviera imaginando. Era un poco acosador pero había algo increíblemente relajante en ver a alguien dormir, ¿verdad?

    —Tomaré la primera opción, ir hasta la cafetería me da una pereza terrible. ¿Dónde la dejaste? ¿Tu aula?

    Estuve por girarme hacia la salida, pero mi corazón seguía anclado al suyo y finalmente cedí. Bordeé la mesa, me puse de puntillas, le eché los brazos al cuello y cerré los ojos. Fue un apretón cariñoso, fugaz y liviano, pero también fue cálido y sentí los colores danzar alrededor.

    Un parpadeo, en verdad, y desaparecieron.

    Pero supe que estaban ahí.

    Mis manos se habían deslizado por los contornos de sus brazos hasta volver al vacío. Busqué sus ojos y le sonreí, mi voz fue apenas un susurro.

    —¿Vamos?

    No voy a dejarte solo, Al.

    Puedo jurártelo sobre la mierda que quieras.
     
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    Insane

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    Había descendido por las escaleras con el propósito de guardar los cuadernos que sentía algo pesados para marcharse a casa, sin embargo se frenó en el pasillo antes de dar de lleno con los casilleros al escuchar la voz del pequeño hermano de Amery, consolando a una chica que recordaba haber visto en su salón de clase, optando por regresar sobre sus pasos pese al asco que le produjo la situación.

    <<Creo que los últimos en la escuela en darse cuenta de ello sois vosotros mismos. Que os gustáis de verdad. Shawn no es como yo; nunca ha tenido interés en algo así, su vida solo se reducía al deporte... y entonces apareciste tú.>>

    Era ella, ¿verdad?

    Quien no encajaba en una ecuación ya armada.


    Apretó con la punta de sus dedos la bufanda que aún tenía alrededor del cuello volviendo a subir los escalones. Pronto terminaría siendo dejada de lado, en cuanto Shawn se enterara del llanto ajeno, de que esa mujer estaba dolida con él por quién sabe qué. Pestañeó con parsimonia hasta deparar en el tablón de anuncios, cambiando de rumbo. Suspiró con suavidad contra la negra tela que aún mantenía impregnado algo de la loción ajena, dejando la mochila en una esquina mientras deslizaba sus pupilas por el espacio sin concentración real.

    Zuko estaría riéndose de ella por lo que le esperaría en cuanto esos dos decidieran ser sinceros el uno con el otro.

    La sensación extraña le cosquilleó en el pecho, deparando en la boca del estómago. No tenía que acelerar la ansiedad ante algo que existía desde antes de ella lograr ingresar a ese instituto, desde antes de decidir ir al dojo y limpiar el asqueroso lugar, de conocer la oportunidad de sentir agrado por alguien que no era ella misma.

    El estómago se le contrajo y entonces, se recogió el cabello; Astaroth jamás permitía debilidad en sus facciones, índice de angustia, o algún grado de aflicción.

     
    Última edición: 14 Noviembre 2020
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    Gigi Blanche

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    Venga, ¿se habían estado divirtiendo en su pequeño club o era idea suya?

    Alisha no había aparecido para las clases de la tarde y sin importar cuánto supiera que eso le preocupaba, lo dejó correr. A veces tenía un talento inaudito para hacerse el imbécil, ignorar las mierdas importantes y seguir tonteando, follando y chupando alcohol como un descosido; sin importar cuántas mañanas la resaca fuera insoportable, el mundo le diera vueltas y se fuera de cabeza al retrete. Se aferraba a la loza hasta que la sangre le abandonaba los dedos, estaba fría y los espasmos le bañaban el cuerpo de sudor. Vomitar era ácido, era doloroso y le quemaba por dentro.

    De vez en cuando se arrepentía, eran pequeños instantes de lucidez como la luz recortada a través de una puerta cerrada.

    Pero antes de llegar a hacer algo al respecto, bajaba el interruptor.

    Una,

    y otra,

    y otra vez.

    El silencio del cuarto oscuro le resultaba reconfortante, si se quiere, como un animal salvaje que conserva el raciocinio suficiente para aislarse a voluntad. Le habían quedado unas mierdas sin revelar y allí estaba, tensando las cuerdas y descolgando unas fotografías, en cuanto escuchó la puerta del club. Se giró lentamente, analizando las posibilidades, pero no se le vino nadie a la mente. ¿Querrían unirse al club? ¿Lo buscarían a él?

    Salió a la luz natural del club entrecerrando un poco los ojos, le tomó unos segundos acostumbrarse. Había dejado la chaqueta tirada en una silla del cuarto oscuro y llevaba la camisa arremangada, a la altura de los codos. Caminó con cierta pesadez hasta apoyar la yema de los dedos sobre el borde de la mesa, observando a la recién llegada. Pero bueno, ¿era su día de encontrarse bellezas desconocidas?

    ¿Justo ahora, que sólo ansiaba estamparlas contra una pared y morderles la yugular?

    Vamos, imbécil. Compórtate.
    Contrólate.

    —Hola —dijo en un tono bastante plano, inusual, aunque se forzó a emitir una pequeña sonrisa—. ¿Qué se te ofrece?
     
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    Insane

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    Volver a casa era una opción, sin embargo, no le apetecía bajar de nuevo. Si utilizaba el ascensor se abrirían las puertas en el final del pasillo, no muy lejos de ellos, y si utilizaba las escaleras debía atravesar el pasillo completo. No deseaba fingir que nada de aquello no tenía que ver con ella, aunque así fuera. Qué estúpida. Se le escapó una pequeña sonrisa sin pizca de gracia tras la bufanda, ajustándola hacia sus labios como si aquella acción lograra recomponerla pese a no mostrarse inquieta.

    Había pasado el fin de semana buscando aquel llavero en distintas tiendas del centro comercial, preguntando por aquí y por allá por un florete en miniatura, para terminar el día con una sensación desconocida en su ser, de esas que le provocaba placer en provocarlas a personas ajenas a ella al creerse incapaz de sentirlas por sí misma. Parpadeó con lentitud, sintiendo la brisa helada en sus pómulos colarse por la cortina de la ventana abierta, permaneciendo resguardada tras la tela negra.

    Tenía ganas de taparse el rostro y fundirse en la oscuridad, dormirse sobre la mesa, perderse de camino a casa.

    Una casa vacía, en caso de que a a su hermano se lo llevase la reclusión de menores.

    ¿Quién se preocuparía si desaparecía a fin de cuentas?

    A nadie, ni siquiera a Astaroth.

    Firmando documentos sentada en el comedor mientras leía leyes sin parar, como la adulta perfecta que fingía ser.

    De esas que no le importan a nadie, más que a sí misma.

    Sobrevivir sin medir.

    Un trozo de cobre fingiendo ser una joya de oro.

    Elevó las pestañas al escuchar una puerta abrirse, deslizando sus gráciles dedos por la coleta alta que acababa de hacerse en el cabello, deparando en lo largo de sus hebras ónix como un manto de hilos perfectamente lisos, permitiéndose sonreír con suavidad tras la tela al identificar la pesadez con la que se movía hasta ella. ¿Un mal día?

    <<¿Qué se te ofrece?>>

    Nada en realidad. Cansada y un poco más.


    —El club de fotografía —respondió con una sinceridad perfectamente lograda, mirando el cuarto oscuro de soslayo. Nunca había entrado a uno, ciertamente nunca había tenido la oportunidad siquiera de tomar fotografías con cámaras de alta calidad, más que con su móvil el cual consiguió de forma poco ética—, ¿me mostrarías? —preguntó con calma—, el cómo se revelan.

    Desajustó la bufanda de su cuello, doblándola con parsimonia para dejarla sobre la mesa, mirándolo de nueva cuenta con aquellos orbes sangre.
     
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    Gigi Blanche

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    Tenía prácticamente toda la cara enterrada en una bufanda, por lo que su voz salió acolchada. Joey la escuchó sin denotar mucho interés en su semblante, más que el mero placer de observarla con la precisión de un felino programado para hacerlo. El cabello de ébano sujeto en la coleta, las curvas debajo del uniforme, la piel lechosa y los ojos, joder. Eran dos malditos rubíes de sangre.

    Inquietantes, cuanto menos.

    El club de fotografía.

    Bueno, un poco obvio, ¿no?

    ¿Me mostrarías? El cómo se revelan.

    Y la siguió observando, mientras se quitaba la bufanda y la doblaba con una precisión casi maniática. Era una muchacha elegante, sobria y delicada, le recordaba a una muñeca victoriana y en sus ojos de vidrio, precisamente, no encontró una puta chispa de vida. Una jodida tortura, ¿eh? No podía apagarse, sin importar cuánto lo intentara. Seguía analizando y procesando los estímulos a su alrededor con una precisión insospechada, a juzgar por su liviandad usual.

    Se cruzó de brazos y soltó el aire antes de responder.

    —Supongo eres nueva —murmuró, indicándole con un movimiento de cabeza hacia su derecha—. Sígueme.

    Abrió la puerta del cuarto oscuro y esperó a que ella pasara para cerrarla, adelantándose luego hasta la mesa en la que había estado trabajando. Si hubiese sabido para qué habían usado esa mierda hace un par de horas probablemente se habría descojonado, con el estado que se cargaba y todo.

    —¿Interesada en el club?

    Podía estar hundido en lo más profundo del jodido pozo pero bueno, igual no le costaba mucho ponerse el chip de presidente del club. Ese año lo había salvado por los pelos con las incorporaciones forzosas y claramente ficticias de Alisha y Katrina. Tener miembros de verdad no le vendría mal.

    —Muy bien, estaba a punto de echarle el revelador para que actúe —comenzó la explicación en un tono bastante plano y sosegado, alzó el recipiente de plástico que había sobre la mesa para mostrárselo—. Esto es el tanque, aquí dentro va la película del rollo en un dispositivo llamado espiral, que le permite al líquido bañar toda la lengüeta de manera uniforme. Hasta que no cierras el tanque no puedes prender ni una maldita luz o joderás todas las fotos. Ahora...

    Seleccionó un frasco con un líquido transparente y metió dentro un termómetro digital, que rápidamente le dio la temperatura. Se lo pasó a Agnes.

    —Veinte grados, es la temperatura ideal para el revelador. Entonces abres la tapa del tanque, lo vuelcas así, hasta llenarlo, y lo cierras de vuelta. —Alzó el tanque y empezó a girarlo con movimientos suaves—. Ayudas al revelador a alcanzar toda la película haciendo esto durante un minuto, más o menos.

    Pasado el tiempo prudencial, le dio un par de golpes en la base del tanque contra el borde de la mesa y luego lo agitó con movimientos ágiles y precisos de muñeca.

    —El tiempo de revelado depende de muchas mierdas. La película, la ISO de las fotos, el revelador, la disolución del revelador... En fin, es todo un arte. Muy bien, ya debería estar.

    Abrió la tapa y vertió el revelador en una bacha, para seleccionar otro frasco y rellenar el tanque de nueva cuenta. Repitió el procedimiento de los volcados y los golpes en la base con cierta frecuencia ya aprendida a fuerza de repetición.

    —¿Sabes lo que hace cada químico? —Claro que no sabía, sólo era su verborragia nata incluso en los peores momentos—. El revelador convierte todos los cristales de haluro que contienen algún átomo de plata en plata metálica negra, creando así la imagen negativa en la película. Se tiene que diluir en agua y dependiendo las proporciones consigues más contraste o granulado, eso va a gusto. En cuanto al baño de paro, lo que estoy usando ahora, es un ácido que básicamente detiene la acción del revelador; de ahí el nombre. Ahora viene el fijador, que elimina las partículas sensibles que no respondieron al revelador para no arruinar las fotografías.

    El fijador, de hecho, tomaba unos siete u ocho minutos, así que en cuanto vertió el baño de paro y empezó el tercer paso apoyó una cadera contra el borde de la mesa y miró a Agnes. Las luces rojas del cuarto trazaban sus siluetas con una precisión casi diabólica, y sus ojos se fundían tan, tan bien en la oscuridad que casi sintió escalofríos.

    Casi.

    La sonrisa felina no pidió permiso y su voz se suavizó.

    —¿Cómo te llamas, linda?

    hold my research
     
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    Asintió con una precisión casi milimétrica, siguiéndolo a pasos livianos sin perder de vista su espalda, hasta estar dentro y escuchar la puerta cerrarse, dejándolo adelantarse mientras estiraba sus delgados dedos para pasar pestillo sin que éste se diese si quiera cuenta, continuando su caminar hasta la mesa donde parecía haber artefactos sobre los cuales ella, tenía poco conocimiento.

    <<Interesada en el club>>

    No en realidad.

    —Correcto.

    Prestó atención a una distancia prudente, con las pupilas fijas en las manos ajenas, siguiendo cada uno de sus movimientos como si fuese una filmadora que no perdía detalle alguno, memorizando a medida que éste iba enseñando, desde el recipiente plástico levantado hasta sujetarlo con delicadeza al ser entregado en sus manos.

    “Maldita, joderás, mierdas.”

    Que vocabulario tan asqueroso.

    Continuó con su atención fija, como la chica modelo que se había acostumbrado a ser, atenta a cada movimiento, escuchando cada palabra, memorizando cada partícula de léxico en su cerebro hasta que finalizó la sesión educativa, viéndolo ahora recostarse contra el borde de la mesa, sintiéndose cómoda entre la oscuridad del lugar, con el parpadeo de la luz carmín sobre ella.

    <<¿Cómo te llamas, linda?>>

    Desabotonó el primer botón de la blusa escolar, mirándolo entre las pestañas sin emoción alguna.

    —Agnes —le sonrió entonces con gracilidad, la misma gracilidad de un alacrán antes de picar—, Astaroth.

    Su flequillo le cubrió las pestañas por unos instantes, como si se dejara ser, tal y como lo era con Zuko, sin embargo lo contrarrestó casi en el mismo instante con una facilidad envidiable.

    >>Y tu nombre, ¿es?

    Se acercó entonces, dirigiendo sus pupilas hacia los rollos fotográficos que estaban cerca de Joey, rozándolo en el proceso al deslizar la yema de los dedos por los materiales que podía tocar sin dañarse a sí misma, y sin dañar el trabajo ajeno.

    Los sobrantes.

    —¿No son más bellas las cámaras digitales? —susurró apartando el tacto sin retroceder ni un paso, acomodándose apenas para permanecer ahí, de pie frente a él.
     
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    Gigi Blanche

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    Esa imbécil, suicida o salida a secas, ¿qué se pensaba? ¿Que no notaría el chasquido del pestillo? Fue sutil pero estaba en su jodido territorio. Se lo conocía al dedillo, llevaba dos años con la nariz metida ahí todas las tardes, después de clases. ¿Qué planeaba? ¿Follárselo o asesinarlo?

    Eh~ Ninguna le venía mal.

    Follarse a una muñequita o lo que sea que resultara de la mierda que ella misma estaba desparramando.

    Siguió sus movimientos con precisión felina, aunque pareciera absolutamente metido en su explicación de mierda. La vio acercarse, la vio desabrocharse la camisa, y una vez acabó con el fijador procedió con el primer lavado; ya le daba una pereza terrible seguir explicando, además la zorra no parecía tener muchas intenciones de escucharlo. Agnes Astaroth, ¿eh? Qué nombre de jodido súcubo.

    —Joey Wickham —respondió con simpleza, sin mirarla en verdad.

    Estaba rozando unos rollos aquí y allá, mientras él se dedicaba a verter y volcar agua.

    ¿No son más bellas las cámaras digitales?

    Dejó las manos quietas pero no se alejó. Estaba estúpidamente cerca y en algún otro momento Joey ya habría dejado todo a la mierda, habría puesto su mejor sonrisa de galán y el resto era historia. Ahora, sin embargo, había... algo extraño. Desde ya no tenía energía ni putas ganas de ser el picaflor imbécil de siempre, así que si quería follárselo más le valdría esforzarse, y de todas formas... ¿no era un poco inquietante?

    Su falta de vida.

    Pero le daba igual.

    —¿Bellas? —replicó, utilizando ahora el humectante dentro del tanque, y lo dejó en la mesa pues debía reposar tres minutos. Se giró por completo hacia ella, de brazos cruzados—. No lo creo, no lo sé, siempre preferí las analógicas. ¿Por qué lo dices, Agnes?

    Sin honoríficos, sin usar su apellido, sin una mierda.

    No estaba de humor para juegos de niños.
     
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    Insane

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    Estaban en la misma clase, y él genuinamente la asimilaba como si apenas conociese su nombre, aunque en el salón se le veía más sonriente, sociable, ahora lo sentía tan calculador que le apetecía buscar en el bolsillo de su falda al sentirlo dejar la máscara social de lado, sin embargo se abstuvo por un rato, mirando como se cruzaba de brazos, dándole igual el hecho de cómo se refería a su persona, a fin de cuentas no era japonesa y desde el primer momento, designó una nacionalidad extrajera para él.

    —Más sencillas, en realidad —corrigió el término que había utilizado con anterioridad, girándose con suavidad para seguir mirando lo que había en aquel cuarto, que para sus ojos era un mundo inexplorado.

    No conocía nada referente a ello, el procedimiento, los instrumentos necesarios e infaltables, dedicándose a ser una expectora pese a que éste frenó la clase de fotografía.

    A fin de cuentas carecía de dinero para comprar algún tipo de cámara, y robarla... no, eso se lo dejaba a su hermano en realidad, aunque no es como si le apeteciera a cabalidad el estar con la ley respirándole en la nuca.

    —¿Un mal día? —cuestionó con la mirada perdida—, en clase te veía más alegre —se permitió reír tras el dorso de la mano, con las mejillas adquiriendo color, asimilando la pasividad genuina—. Me gustaría escuchar tu historia, aunque no quieras contarla —se refirió entonces, al motivo desconocido del humor que parecía cargar en los hombros.

    No sentía temor de hacerlo enojar.

    Quizá, anhelaba lograrlo.
     
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    Gigi Blanche

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    ¿Por qué prefería la fotografía analógica, exactamente? Lo había pensado un par de veces, en general puesto como la mierda, pero en definitiva nunca le había dado demasiada importancia. ¿Qué era lo que más disfrutaba? ¿Andar con ojo cazador? ¿Congelar instantes? ¿Inmortalizar belleza, como un jodido taxidermista? ¿O el proceso de revelado, la quietud, la oscuridad y la paciencia que le exigía? Paciencia que, sin lugar a dudas, no era capaz de desempeñar en ninguna otra parte.

    ¿Que las cámaras digitales eran más sencillas? Bueno, sí y no.

    —Tienen otras complejidades —destacó en tono plano, aunque él sintiera estar diciendo una maldita obviedad, enfocado en su tarea—. Acompañan el cambio de todo en general, supongo.

    Una vez finalizado el humectado, devolvió el líquido a su frasco y quitó la espiral del tanque para, acto seguido, empezar a desenrollar cuidadosamente la película. Agnes se había puesto a pasear por el cuarto y le daba igual, en tanto no rompiera nada o armara alboroto; no parecía ser ese tipo de persona, así que no le costó nada desactivar esas alertas. De una forma u otra, fue trazando su recorrido según los sonidos que llegaban a sus oídos.

    ¿Un mal día? En clase te veía más alegre.

    Mala vida, en realidad.

    Me gustaría escuchar tu historia, aunque no quieras contarla.

    Con la película en mano, Joey se irguió hacia los ya tensados cordones y usó un broche para dejar colgando el negativo. La risa de Agnes lo alcanzó como la caricia de un esqueleto y recién entonces, con su maldito trabajo acabado, se giró en redondo hacia ella. Apoyó las muñecas al borde de la mesa y la miró, distinguió las mejillas levemente sonrosadas pese a las luces rojas.

    Y sonrió como un hijo de puta, ladeando la cabeza.

    —¿Qué mierda te importa? —replicó, sedoso, y en sus ojos no había ni una chispa de... nada—. No te veo muy interesada en las actividades del club y menos me apetece estar dando lecciones por amor al arte.

    Deslizó la mirada hacia la puerta con el pestillo echado apenas un instante, antes de regresarla sobre los rubíes de sangre de Agnes. Su voz descendió una octava y presionó los dedos sobre el borde de la mesa, cortando la circulación debajo de las uñas.

    —¿A qué viniste, Astaroth?
     
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    Insane

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    Permaneció de pie, observándolo terminar el trabajo del club hasta verlo girarse de nueva cuenta hacia ella. Su cabello negro permanecía perfectamente peinado, al igual que su uniforme escolar, volviendo las manos a la posición sobre sus costados, sin nervios, sin emoción.

    <<—¿Qué mierda te importa?>>>

    ¿Qué me importa? Oh, tienes razón, en verdad no me importa.

    Imitó su sonrisa, por puro vicio.

    <<No te veo muy interesada en las actividades del club y menos me apetece estar dando lecciones por amor al arte.>>

    Error. En realidad, me gustan los momentos capturados en imágenes, probablemente hubiese terminado en este club para acceder a una cámara prestada y tomar fotografías a paisajes repletos de vida.

    Continuó guardando silencio, escuchándolo como una chica obediente.

    <<¿A qué viniste, Astaroth?>>

    Estuviera con mi hermano, pero está molesto. Estaría con Shawn, pero se marchó, estaría en casa, pero no me apetece llegar.

    Oh.

    Estaría buscando a la perra que se atrevió a golpearlo en el pasillo, a su novio el pandillero para quebrarlo hasta hacerlo agredirme.

    Denunciarlo hasta hacerlo expulsar.

    Pero, hoy no estoy de ánimo, Joey.


    —Quién sabe —murmuró tras el flequillo negro, sintiendo algo de frío en su delgado cuello, erizándosele la piel—, quizá esté buscando algo de vida, pero tú pareces tan muerto.

    La bufanda estaba fuera, doblada, impregnada del aroma de quién volvía algo de calor.
     
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    Gigi Blanche

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    ¿Que buscaba algo con vida? Qué puta gracia, ¿para qué? ¿Robárselo? ¿Adherirlo a su rostro de cera y fingir que tenía algo dentro del pecho, detrás de la sonrisa perfecta? ¿O simplemente para entretenerse, marcar aún más la brecha y atragantarse con sus propios vicios? La envidia, el rencor, la ira, hasta que la desbordaran y las paredes de la represa estallaran.

    Y todo se fuera al más jodido pero delicioso infierno.

    Una risa sin gracia me aflojó el pecho, que solté un poco al aire mientras volvía a girarme hacia la mesa. Me puse a ordenar los químicos, tapar los frascos, y tal.

    —Pues lamento decepcionarte, princesa —dije, hasta el cuello de sorna—. Ya sabes dónde está la puerta, supongo que recuerdas cómo quitarle el pestillo.

    No tenía ganas de lidiar con nadie, menos con imbéciles que no venían a cuento de nada y parecía atraerlos como moscas, para tocarme los cojones y dejarme hasta la polla de sus mierdas.

    Jodidos suicidas.
     
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  14.  
    Insane

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    Se inclinó con gracilidad, deslizándose algunos mechones por encima de sus hombros, enderezándose para mirarlo por última vez, a los ojos, dándose vuelta con la tranquilidad de una pequeña que ha puesto atención a la clase, y parte luego de aprender de la misma.

    Caminó hasta la puerta y quitó el seguro, soltándose el cabello para deslizarlo entre sus dedos, sintiendo el parpadear de la luz roja en su espalda.

    —Has de tener una historia interesante. ¿Algo referente al núcleo familiar, quizás? —murmuró lanzando la ficha del dominó a la nada, comenzando a abrir la puerta—, lástima que no estés de humor, podría ayudarte a sentirte mejor.

    Cerró la puerta al pasar el marco, acercándose a sus pertenencias, sujetando la mochila para acomodarla en sus hombros, prosiguiendo con la tela negra que entornó en su pálido cuello, tapando su rostro hasta la altura de sus labios.

    Miró la hora en su celular, echándose a caminar por el pasillo.
     
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  15.  
    Gigi Blanche

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    Como había estado haciendo, trazó su recorrido según los sonidos que lo alcanzaban. Estaba dirigiéndose hacia la puerta y nada en el semblante de Joey cambió, aunque muy, muy en el fondo agradecía que hubiera dejado de tensar la cuerda. Estaba al puto límite y no sabía de lo que era capaz.

    Y era aterrador.

    La zorra volvió a hablar aunque no podía importarle menos, hasta que...

    ¿Algo referente al núcleo familiar, quizás?

    Sus movimientos se detuvieron un momento, fue apenas un instante, en que apretó la tapa del frasco con quizá demasiada fuerza y sus dedos perdieron el color. ¿Que podía ayudarlo a sentirse mejor? Por favor, ¿qué mierda tenía en la cabeza esa cabrona?

    Estaba hecho un hijo de puta y no le importaba nada en absoluto.

    —¿Te abrirías de piernas, preciosa? De otra forma no creo me seas de utilidad.

    La dejó irse, claro, y permaneció quieto un rato. La postura relajada, la respiración acompasada, no había indicio alguno que revelara la jodida tormenta ahogando, sacudiendo y electrocutando cada terminal nerviosa de su cuerpo. Y así, sin más, volvió a su trabajo.
     
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    Zireael

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    Altan había salido casi corriendo, como alma que lleva el diablo y poco sabía yo que esa comparación de hecho era una aproximación bastante acertada de su estado mental desde hace días. Yo por los momentos no sabía lo de Welsh, tampoco lo de Anna, mucho menos lo de Arata Shimizu así que andaba dando palos de ciego, pero lo cierto es que a pesar del cariño que le tenía no era de andarme metiendo en sus cosas así por puro deporte. Altan contaba lo que quería y se guardaba mucho más de lo que me gustaría, pero sabía que si intentaba sacarle las cosas con cuchara era arriesgarme un poco a llevarme algo de su mal humor encima que, dicho sea de paso, era bastante.

    Además sabía que el tonto, a pesar de lo que hubiese dicho en su momento, acudiría al llamado de Shiori así proveniese directo del Inframundo así que simplemente lo dejé estar aunque el idiota ni siquiera se dio cuenta de que Anna estaba afuera o quizás vio el chispazo de rosa chicle demasiado tarde, vete a saber. No me dio la neurona tampoco para caer que la advertencia de la mañana venía precisamente porque algo había pasado con Kurosawa.

    Le regresé la sonrisa a Anna y al hacerlo noté pasar a Joey detrás, casi como una sombra y recordé que también había traído algo para él, aunque se me había olvidado todo el día y ni siquiera lo había visto pasar en la mañana, cuando me le fui encima Bleke. Me acerqué un poco al trote al marco de la puerta, solo para seguir sus pasos y ver que se metía al club de fotografía.

    Me acerqué, le estampé un beso a Anna en la mejilla y volví a sonreírle.

    —Nos vemos, cariño. Tengo una cosa que hacer.

    Realmente no sabía qué tanto derecho tenía a seguirlo como una loca ni nada, tampoco lo había visto bien para poder leer siquiera una parte de su estado emocional y de haberlo hecho quizás incluso hubiese conseguido más impulso de seguirlo, ni idea, pero era esa clase de idiota. Como fuese encaminé mis pasos al club de fotografía y al llegar frente a la puerta giré el pomo.

    —Permiso —dije avisando que iba a pasar, pues porque me pareció lo educado.

    Me quedé congelada unos segundos en la puerta luego de abrirla, antes de entrar y cerrarla tras de mí ni idea de por qué, la vista me fue a parar en las fotos en la pizarra de corcho antes de cualquier otra cosa. Eran muy bonitas.


    wey no puedo postear aquí sin tener flashbacks del Altanna JAJAJAJA bueno mejor así me olvido de que Agnes me fastidió a Joey aquí mi pobre niño chale
     
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    Gigi Blanche

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    Joey.png

    Eran días tranquilos, si se quiere, en la medida de lo posible. Nada pasaba y tampoco nada esperaba al irme a dormir, mucho menos cuando despertaba. Matty aún no volvía y dudaba que lo hiciera hasta la semana entrante, me preguntaba si toda esta mierda no le afectaría al semestre de forma irreversible pero ¿tenía opción? Era el único que podía cuidar al viejo ahora mismo.

    Si me aparecía yo terminaba de matarlo, seguro.

    Como fuera, tampoco encontraba aún la motivación o valentía suficientes para hablar con Alisha de la mierda de ayer y dejé el agua correr. Ni siquiera me le acerqué al notar que parecía enferma, vaya, aunque hubiera parado la oreja durante su conversación con Sasha a ver si conseguía alguna información de rebote. Creo que pasó el receso con Katrina y qué se yo, igual me atrincheré en el club como siempre hacía cuando la vida me recordaba que era un asco, un imbécil miserable y desquiciado.

    Era, al final del día, pura ira contenida, ¿eh?

    También había visto a Jez, era bastante fácil diferenciar su cabellera albina del resto, pero ¿con qué jodida cara se suponía que me le acercara? Ninguna, vaya. No tenía nada para ofrecerle a una chica como ella. Prefería que se quedara con la imagen del Joey idiota capaz de fingir que los problemas no existían o qué se yo, en definitiva no me apetecía verla y ya.

    No me apetecía ver a nadie.

    Había dejado el móvil sobre la mesa con la música sonando bastante alta, tiré el maletín y la chaqueta por ahí, me aflojé la puta corbata y encendí las luces del cuarto oscuro, había dejado unas fotografías del fin de semana secándose y ya debían estar listas. Escuché la puerta, sí, pero me pareció hasta ideas mías y lo dejé estar. Descolgué los revelados y recién al volver a la sala del club advertí la silueta de pie, al otro lado de la mesa. Deslicé mis pupilas hasta dar con su rostro y, de cualquier forma, antes de eso ya sabía de quién se trataba. Como si una parte de mí hubiera predicho que la idiota me buscaría, o algo así.

    —Hola, Bellabel —dije, bajándole a la música a la pasada, y no me detuve en sonreírle ni nada.

    Seguí mi camino inicial hasta la pizarra de corcho, agarré unas chinches y vi dónde ubicar las nuevas fotografías, que ya bastante llena estaba de mierdas. En eso estaba cuando volví a abrir la boca.

    —¿Todo bien?

    Bueno, tampoco iba a ser grosero ni nada con la pobre chica, que nada tenía que ver en mi mierda y nada me había hecho.
     
    Última edición: 15 Diciembre 2020
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    Zireael

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    No me detuve a echar un ojo dentro del cuarto oscuro, la verdad, en parte porque bueno tenía que dar unos cuantos pasos más dentro y tampoco me atrevía del todo a ser tan invasiva, ni siquiera iba conmigo ser así. Si me acercaba a la gente era un tanto más discreta y el resto se hacía un poco solo, como había pasado con Anna su primer día y luego en la noche de la azotea.

    El movimiento de su silueta al salir del cuarto oscuro me hizo separar la vista de las fotos en la pizarra para encontrar sus ojos y por alguna jodida razón que no terminó de tener sentido recordé la conversación con Morgan, la que me había sacado el cerebro chamuscado de las casillas.

    ¿Y te interesa?

    Buena pregunta.

    Muy buena de hecho.
    La siguiente pregunta surgió casi en el tono de voz de Altan, como un regaño.

    ¿Qué cojones haces aquí, Jezzie?

    Luego respondí yo misma.

    ¿Qué más suicidio podía haber de por sí luego de haberle sacado un beso a mi mejor amigo?

    —Hola —respondí, dedicándole una sonrisa aunque desapareció apenas siguió su camino a la pizarra de corcho.

    Lo seguí con la vista, vete a saber por qué, la manía se me había pegado un poco de Altan tal vez y lo hacía con casi todo el mundo a veces sin darme cuenta, aunque no recordaba haberlo hecho con Joey hasta ese momento. Había reparado en la corbata floja, el cabello oscuro y los ojos de ciénaga.

    ¿Cómo era? Esa piedra negra.

    ¿Ónix? ¿Obsidiana? Bueno, las dos eran oscuras, podían tener vetas más claras.

    Era densa como la mierda para muchas cosas, ya estaba visto, si por eso había terminado llorando como una estúpida a mitad de la noche pero mira que para leer por encima los cambios de la gente, en tanto no estuvieran como tal dirigidos a mí, tenía una maña que no era ni medio normal.

    Quizás era por tener que sacarle a veces las cosas a Anne con cuchara, ni idea, pero el caso era que tampoco había que tener un cerebro cortesía de Erik Sonnen para notar que algo no terminaba de calzar. Eso fue lo que me hizo incapaz de preguntarle directamente que cómo estaba, así que solo desvié los tiros.

    —Todo bien, sí —dejé el maletín sobre la mesa y me acerqué a la pizarra para poder ver mejor las fotos, que me habían atraído desde el primer momento como un imán. La única insistencia que sí tenía, que podía tornarme necia, era que hasta que no me echaran abiertamente me quedaba donde estaba, pero tratando de adaptarme a los bordes de la otra persona—. ¿Todas las has hecho tú, cielo?

    A ver, ya estábamos de vuelta con las confianzas.

    Apoyé la cadera en la mesa, recorriendo las fotos una por una con la vista. Ladeé la cabeza sin darme cuenta y la cascada albina siguió el movimiento, desparramándose hacia uno de mis hombros.

    >>Me gustan, son buenas.
     
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  19.  
    Gigi Blanche

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    Oí su voz mientras me dedicaba a la pizarra, era suave y dulce, justo como la recordaba. Curioso pensar así, ni que hubieran pasado tres años desde la última vez que nos cruzamos o qué se yo. En sí, mis últimos recuerdos claros con respecto a Jez eran de la fiesta de la azotea y fin de semana por medio, todo lo anterior al desastre parecía haberse estancado a kilómetros de distancia en el pasado.

    También la sentí acercarse, asumí que para ver mejor las fotos, y la dejé hacer sin más. Tuve que mover algunas para acomodar las nuevas sin que quedaran demasiado superpuestas y así, en verdad me vendría bien hacerle una lavada de cara a la pizarra pero qué pereza. Además, había algo en el estilo un poco caótico que no terminaba de disgustarme.

    Bueno, nunca había sido ningún maestro del orden.

    ¿Todas las has hecho tú, cielo?

    Se me escapó una sonrisa floja, no era que reflejara alegría ni de coña pero tampoco era burlona. Simplemente me hacía algo de gracia que fuera tan maternal con todo Dios, como si su cuerpo entero fuera un contenedor gigante de amor o algo así. No me entraba en la cabeza. Solté un sonido afirmativo, algo vago, y cuando acabé de colgar las fotografías nuevas me recosté en la mesa con las muñecas a los costados, justo al lado de Jez. Deslicé la mirada hacia ella, un poco de refilón, mientras seguía absorbiendo la pizarra. Su cascada de nieve se derramó hacia mi lado y devolví los ojos al frente, estirando los labios en una sonrisa algo extraña. Prepotente, quizá, aunque la verdad no me creyera ni el rey de una tapita de botella.

    —Los demás miembros del club son nombres fantasma que conseguí para mantenerlo en pie, así que todo aquí es... mío, básicamente. —Le señalé las nuevas, un poco porque sí, mientras seguía hablando en aquel tono bajo y sosegado—. Estas son las más recientes, las saqué en Chichibu, ¿la del Parque Hitsujiyama? —Busqué su rostro apenas un momento antes de volver a las fotos, específicamente a las que estaban llenas de campos de flores—. Estas son de ahí.

    Relajé el brazo y solté el aire antes de agregar:

    —Estuviste fuera un par de días. ¿De viaje?
     
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  20.  
    Zireael

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    Había continuado siguiendo sus movimientos, ya de forma algo más consciente, y es que tampoco era que tuviese nada más que hacer en realidad. Lo miré con el rabillo del ojo cuando terminó de colgar las fotos y se recostó en la mesa a mi lado, fue cosa de segundos antes de que regresara la vista a la pizarra.
    Mira que conseguir nombres para rellenar un club y mantenerlo vivo era una medida bastante desesperada, pero de verdad me parecía que hacía buenas fotos y que en tanto tuviera su espacio para revelarlas, para poder seguir haciendo algo que se le daba bien, pues los métodos que usara no importaban demasiado porque total el espacio ya estaba. ¿Qué iban hacer con él si el club cerraba? ¿Una bodega a mitad del tercer piso?

    Seguí su mano a las fotos que señalaba, las recientes. Su tono de voz no era el de siempre pero tampoco me disgustaba, un poco hasta me resultaba algo acogedor ni idea de por qué.
    No había visto la otra sonrisa que se le había formado en los labios, eso sí, porque quizás de haberlo hecho me hubiese recordado a Altan más de lo que me hubiese gustado pero como fuese, la ignorancia era felicidad o algo así.

    No necesariamente.

    Ser ignorante me había hecho sentir miserable hace apenas unos días, ¿no?

    Bueno, ya daba igual.


    Posé la vista en él cuando buscó mi rostro, chocando de nuevo con las ciénagas antes de regresar a las fotos de los campos de flores. Las observé casi como si pretendiera grabarlas en mi memoria, darle forma al espacio en el que no había estado pero él sí. Además me gustaban las flores aunque un poco me recordaban a los funerales.
    Seguí allí, apoyada en la mesa y solté aire también, todavía con la cabeza hacia su lado. Estaba un poco a mis anchas no iba a mentir.

    Poco sabía yo del uso que había recibido ese club hace apenas un día.

    Sus palabras me llegaron entonces y tuve esta realización estúpida, este insight, de que realmente a Joey no tenía que decirle que había tenido un viaje solo porque sí. Enderecé la cabeza mientras me hacía con un mechón de mi cabello, jugando con él entre los dedos.

    —Falleció el padre de mi tío así que fuimos para acompañar a su familia en Netherlands y esas cosas —solté sin más. No esperaba comentario alguno en respuesta a eso, solo lo dejé salir—. Usé mi poco tiempo libre para sacar fotos pero venga, que debí llevarte de fotógrafo mejor~ que con la cámara del móvil no se hace la gran cosa, vaya.

    Se me escapó una risa suave y dejé caer la cabeza hacia atrás, clavando la vista en el techo un rato. Debía asumir que me estaba comportando con algo más de soltura porque bastaba con poner un pie en Países Bajos para ser consciente de muchas cosas, de que no podía visitar la tumba de mis padres con la frecuencia que debería, de que no lo sé, todos podíamos palmarla en cualquier momento y esas cosas.

    —Te traje un recuerdo pero olvidé dártelo en la mañana.

    No interesaba por dónde fueran sus tiros, por dónde fueran los míos, incluso así quería pensar en que Joey podía ser mi amigo independientemente de eso.

    De nuevo, era esa clase de idiota.

    rolear a this kinda chill Jez con Lydia de fondo y vodka en sangre no parece una buena idea but im here for ti
     
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