Club de fotografía

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 17 Abril 2020.

  1.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

    Leo
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    Directamente el océano bañado en petróleo, las llamas danzantes, se habían convertido en un maldito huracán de fuego.
    No me quedaba raciocinio alguno o no quería escuchar el que me quedaba, estaba deseando ser consumido por el fuego hasta desaparecer o arrasarlo todo con mis corrientes en su defecto.

    Romper.

    Fracturar.

    Rasgar.

    Hasta que no quedara absolutamente nada.

    Parecía estar hecho de la más cruda dicotomía, de blancos y negros sin escalas. Pasaba de la injusticia al altruismo, y de regreso a la primera, sin atisbo alguno de preocupación siquiera.

    ¿Altruismo?

    Había robado las características de la madre loba.

    Las suficientes para saber darle a la gente lo que quería.

    Y tenerlos comiendo en la palma de la mano si se me antojaba.

    Como si no hubiese bastado mi propia reacción desatada de empujar a Anna contra mis caderas casi con violencia, la jodida lo hizo por fin.

    Se movió.

    Y el rojo palpitó sobre el negro de una manera que tenía que ser la más absoluta mezcla de dolor y placer que existía en el mundo, me detuvo el flujo de sangre a la cabeza y tornó la presión en la parte baja de mi cuerpo casi insoportable.
    Qué vamos, no era como si la jodida de Kurosawa no se me hubiese montado encima, pero casi medio año después era como si no recordara ya una mierda de cuánto se me podía nublar la mente en respuesta.

    Y me tocó, tocó por fin la piel descubierta; la cabrona tenía las manos ardiendo y podía jurar que su tacto era como soltar una cerilla sobre una línea de combustible.
    Su camisa se fue a la mierda también, antes de que la pegara a mi cuerpo. El jodido sostén blanco se veía rojo con esa maldita luz del carajo.

    Jodido perro.

    Pávlov estaría orgulloso.

    Tienes la puta boca echa agua.

    Bueno, la boca por decir algo.

    Si seguía gimiéndome encima íbamos a tener problemas importantes, porque me succionaban la sangre del cerebro de una manera que no era ni normal.

    Qué puta mierda.

    Me la quería follar, ¿a quién iba a engañar?

    Pero no tenía condones encima.

    Y quizás tampoco quería, al menos del todo, que pasara en ese cartucho.

    Pero cada vez me interesaba menos.


    Luego de que tuviera que parar el carro de golpe y le dijera que había gente afuera, Anna soltó una risa que me recordó más al ronroneo de un puto felino salvaje. Podría tener el cerebro inútil, pero hasta así sabía que estaba por clavarse una estupidez de las grandes. Eso y su caricia me lo indicaron, pero aún así cuando alzó la voz fue a ella a la que miré de soslayo, luego de haber girado la cabeza para mirar hacia la puerta.

    Estaba loca, la hija de puta.

    ¿Quería jugar? Bien.

    Pobres miserables los de afuera, eso sí.


    El broche cedió y con él el soporte de la prenda, no despegué los ojos de los suyos mientras deslizaba los tirantes de sus hombros, para finalmente sacarle el jodido sostén y enviarlo a alguna parte del suelo del cuarto oscuro.

    —¿Hmh? Creo que se me cayó algo, recuérdame levantarlo más tarde —respondí, había hablado en un volumen parecido al suyo. Para que me escucharan.

    Ahí estaba de nuevo, la capacidad para sosegarme, para hablar como si nada incluso aunque la recorrí con la vista como un genuino depredador.
    Me relamí, como el jodido que era, y al hacerlo sentí mis propios incisivos contra mi lengua.

    —Vaya, sí se veían mejor de cerca.

    Me estaba divertiendo como un cabrón de repente.
    Volví a pegarla a mi torso con el movimiento brusco de antes y suspiré junto a su oído en cuanto, por fin, su piel desnuda se apretó contra la mía.

    Antes de que me diese cuenta ya había enredado los dedos en su cabello de nuevo, sin rastro alguno de tacto, y de hecho tiré con algo de fuerza para hacerme espacio a su cuello otra vez.

    Uno, dos, tres besos húmedos.

    —Pobres cabrones~ seguro sólo querían inscribirse al club de mierda o algo —murmuré contra su piel y tuve que contener la risa mientras me separaba para alzar la voz de nuevo—. Somos gente ocupada y eso, pero si tenían interés en el asunto deberían pasar después de las clases de la tarde y dejar su nombre y su número en un papel o algo. Luego los llaman.

    Creo.

    Pero bueno, me apetecía ser un dios algo piadoso.

    Algo.


    Volví a apretar mis caderas contra Anna, sin aviso alguno, antes de recorrer los costados de su cuerpo con la mano libre, rozando apenas el contorno de sus pechos, aún apretados contra mí.

    Qué pedazos de enfermos estábamos hechos.

    JAJAJAJ I'M SORRY BABIES I'M SATAN
     
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    Nekita

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    Tan solo se necesitó que Liza dijera la primera oración para que moviera su cabeza de lado a lado con rapidez, no, no era la palabra adecuada y su cabeza no dejaba de repetir aquello una y otra vez cada vez que una parte de él buscaba irse por alguna rama que tuviera una explicación mucho menos vergonzosa, como si solo quisiera reafirmar la realidad que estaban viviendo.

    "¡Ah, qué buenas quedaron estas fotos! Oye, quítales el broche así las vemos mejor."

    Casi dio un pequeño brinco del susto que le dio escuchar de pronto de forma tan clara la voz de la chica en cuestión, llevándose una mano al pecho luego de que se le cortara la respiración, sentía que estaba dirigido especialmente para ellos incluso si nada parecía indicarlo al ser un comentario completamente normal. La mano que se encontraba en su pecho pronto se dirigió a la de Liza que sostenía su gakuran para sentirse algo más seguro, para dar los primeros pasos para salir de allí.

    "¿Hmh? Creo que se me cayó algo, recuérdame levantarlo más tarde"

    Esta vez fue un escalofrio lo que terminó llegando a su cuerpo, estaba directamente relacionado con lo que había dicho él hace no mucho, ya ni siquiera podían fingir que no sabían cuánto tiempo habían estado allí parados sin saber que hacer, y ver que Liza cambiaba su dirección para dejar algo sobre la mesa, casi le suplicó con la mirada que no lo hiciera y regresara para poder marcharse.

    "Somos gente ocupada y eso, pero si tenían interés en el asunto deberían pasar después de las clases de la tarde y dejar su nombre y su número en un papel o algo. Luego los llaman."

    —Liz...no dejes nada...vamonos....—murmuró haciéndole señas con las manos para que volviera y apenas volvió a estar a su alcance tomó su mano nuevamente, dejándose tironear fuera de allí porque hasta eso era lo más optimo para ya huir al pasillo, si realmente eran los encargados del club a quienes habían escuchado y ambas partes sabían que algo se intuyó, prefería no arriesgarse a volver después y dejar sus datos, en lo absoluto.

    No iba a poder lidiar con la vergüenza de sentir que habían estado allí interrumpiendo algo que no debía.

     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Había esperado picar a Altan, la verdad; sacar a relucir, al menos por un momento, ese costado huraño suyo de perro viejo que sabía también tenía. Pero no lo logré, aparentemente podía ser tan o más hijo de puta que yo y lo leí en sus ojos, incluso antes de que alzara la voz.

    Click.

    Deslizó las tiras del sostén sin quitarme la mirada de encima, sus dedos trazaron auténticas líneas de pólvora por mis brazos que me arrancaron un escalofrío. Se me erizó la piel y entrecerré los ojos, como un gato ronroneando. Le sonreí suave ladeando apenas la cabeza y la cascada de carbón acompañó el movimiento, acariciándome la espalda.

    Estaba tan jodidamente sensible.

    Altan se subió al escenario que me había montado para el teatro y tuve que taparme la boca para aplacar la risa que amenazaba con escucharse incluso del otro lado; si es que le encantaba el numerito, por mucha cara de culo que pusiera. Mantuve la oreja parada, atenta a las voces ajenas, tenía estas ganas increíbles de saber sus reacciones pero bueno, difícil escuchar mucho con la respiración frenética del cabrón contra mi oído. Me apretó de nueva cuenta, esta vez no había ni un gramo de tela entre nosotros y sentí mis pezones endurecidos hundiéndose en su piel.

    Pero ya se me había aflojado hasta el último tornillo y me seguí tragando la risa.

    Cuanto menos se me escapó un gruñido bajo cuando me jaló del cabello, y su boca húmeda me arrancó un suspiro ahogado que solté al aire. Sus manos me cosquilleaban la piel desnuda, erizándola, generando la combustión de un rociador de gasolina sobre terreno inflamable, y estuve por volver a perder la cabeza cuando me golpeó con sus caderas.

    Pero la puerta le ganó.

    Por favor, ese portazo se debía haber escuchado hasta en el primer piso y ya no me molesté en contenerme. Solté una carcajada aguda, absolutamente divertida y algo entrecortada por la falta de aire. El cuerpo se me aflojó y me dejé caer sobre los hombros de Altan, primero, y luego la mesa, tapándome la cara con las manos.

    —Ay, por Dios —dije, entre la risa y bocanadas de oxígeno—. La puta madre, qué pedazo de timing. Ah~ Y yo pensando que podríamos engañarlos.

    Sí, claro.

    Me fui calmando de a poco, hasta que la respiración también se me reguló y relajé las manos sobre mis pechos, no tanto porque sintiera pudor sino más bien por simple comodidad. Busqué los ojos de Altan y le sonreí, extendiendo los brazos hacia él y ladeando la barbilla apenas, hasta rozar mi hombro y más o menos envolverme entre mi propia cascada oscura. Algunos cabellos me cosquillearon en la mejilla.

    —Bueno, bueno —murmuré, sedosa, apretando mis piernas contra los costados de su cuerpo—. ¿Vas a venir o qué~?

    Era una invitación absolutamente abierta, joder.

    A la mierda todo.
     
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    Zireael

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    Estaba más puesto que la mierda, de eso ya no me quedaba duda alguna y a ella tampoco, ni siquiera me estaba conteniendo demasiado, estaba haciendo lo que me viniera en gana, cuando me viniera en gana y joder, mi sed de poder estaba siendo aplacada de una manera que no tenía comparación. No la sentía ni sabiendo el control que tenía sobre los omega, las piezas flojas de un montón de tableros separados de Tokyo, ni cuando me movía solo y destrozaba todo a mi paso.

    No había puta comparación.

    Pero incluso así, el maldito portazo que debía haberse escuchado hasta fuera de la Academia también me ganó y solté la risa casi al mismo tiempo que Anna, sin poder hacer nada por contenerla, de verdad me estaba descojonando con la gracia que nos habíamos montado de la puta nada, solo por el puto placer de jodernos entre nosotros y joder a los otros dos idiotas en el proceso.
    Me estaba riendo como me había reído en el patio el otro día, y apenas presté atención a que Anna se había dejado caer sobre la mesa, pero tuve que apoyar las manos en el borde para tener algo de soporte en alguna parte.

    —Qué ganas de verles la puta cara, por Dios —solté en medio de la risa, tratando de enfocar su figura—. Para dar ese portazo se les iban a regar las bilis o se cagaron hasta las patas.

    Las dos me dejaban satisfecho, a decir verdad. Era esa clase de hijo de puta, me gustaba tocarle los cojones a la gente, por eso había vacilado al idiota de Usui el primer día, por eso me aprovechaba del carácter huraño de Dunn para presionarlo, pero también me gustaba provocar miedo a secas y por eso hacía el otro montón de mierdas en mi vida.

    Me costó lo suyo recuperar algo de la... No era compostura, algo de la actitud venía manejando antes, pero es que de verdad aquella reacción había sido una maldita joya. Con todo no me moví, no busqué por dónde apartarme de entre sus piernas, y cuando logré prestarle atención a su figura, a como había estirado los brazos hacia mí y me había hablado, el incendio se reinició.

    Solté una risa baja cuando la sentí apretar sus piernas a mis costados y posé mis manos en sus muslos, sin presionar su piel todavía, de hecho me tomé la decencia de acariciarla con suavidad, apenas un roce antes de sujetarla y atraerla hacia mis caderas de nuevo. Cuando solté sus piernas apoyé las manos a ambos lados de su cuerpo, para inclinarme sobre ella.

    —Ya voy, ya voy~ —murmuré junto a su oído, con la eterna prepotencia impregnada en la voz.

    Dejé un beso contra su oído, le eché mi respiración encima, volví a su cuello, a sus clavículas y comencé a descender otra vez mientras llevaba la mano a su rostro, a su mejilla.
    De nuevo la piel delicada de su escote, el canal entre ambos senos ahora libres y finalmente respiré contra su pezón, antes de deslizar mi lengua con una lentitud que parecía tortuosa, la mordí sin fuerza realmente, antes de mover la mano que tenía en su mejilla hacia su cuello, luego hasta el pecho libre de mi boca.

    Dios.

    Lo ahuequé en la palma de mi mano, presionándolo, y ahogué un suspiro contra su piel a la vez que volvía a presionar mi parte baja contra ella.

    Me había vuelto loco, ¿no?

    Joder, puto imbécil.

    ¿Por qué no lo había hecho antes?

    Por prepotente.

    Oh vamos, ya basta.
     
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    Gigi Blanche

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    En verdad esa interrupción había sido una auténtica joya, bastante contrario a lo que habría asumido si de un momento a otro me hubieran planteado la situación hipotética; y eso sólo demostraba cuán chamuscado tenía el cerebro.

    Estaba agotada, joder, y me había metido en todo ese esfuerzo físico.

    Normal que no me funcionara ni una sola neurona.

    Me dejé hacer cuando volvió a atraerme hacia sus caderas, la cascada de carbón se desparramó sobre la mesa y la camisa se zafó de mi peso, yendo directo al suelo. Recibí el frío de la superficie contra mi piel prácticamente en llamas y di un respingo, disfrutando al segundo de la sensación, del contraste.

    Altan se cernió sobre mí, lo hizo como una sombra o un auténtico demonio oscuro, y un escalofrío de lo más estimulante me recorrió el cuerpo al sentir su voz, aquel tono similar a un ronroneo bajo, seguido del reguero de besos. Los ojos se me perdieron en el techo, que se desenfocaba por momentos, y mis pulmones volvieron a reclamar por aire a cada segundo que bajaba y bajaba.

    Dios, sí.

    La expectativa se había apilado y estalló con la intensidad suficiente para obligarme a arquear la espalda cuando alcanzó mis pechos. Enredé los dedos entre su cabello, presionando, jalando, tirando, lo que fuera. Me estaba volviendo loca y el aire silbaba entre mis labios. Me los relamí, secos, y me moví por inercia. Finalmente enredé los pies en su cintura y le clavé los talones en la parte baja de la espalda para empujarlo hacia mí, casi con desesperación, y empecé a hacerlo con cierta constancia para marcar un ritmo.

    Lo obligué a levantar el rostro y estampé mi boca contra la suya, ahogué un profundo suspiro y allí, entre sus labios, los gemidos quejumbrosos comenzaron a arrastrarse por mi garganta junto al vaivén de mis caderas. Presioné su nuca, revolví su cabello en direcciones azarosas, y es que me estaba muriendo, joder. Ya no me importaba quedar como una imbécil desesperada, como un animal salvaje, habíamos llegado a ese cuartucho con la mera intención de comernos y a la mierda.

    Me daba igual, porque se sentía bien.

    Malditamente bien.

    Si me separé de su boca fue para poder respirar, aunque eso significara lanzarle todos los gemidos a la cara. La expectativa del próximo contacto me hacía moverme lento, moverme a lo largo, buscar recorrerlo lo suficiente para que él también perdiera la cabeza. Le eché los brazos al cuello y me acerqué a su oído, arrastrando mis labios húmedos por su piel.

    —Pero mira nada más —ronroneé, divertida, echándole mi aliento al soltar una risa ahogada—, lo duro que estás~
     
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    Zireael

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    Nos movíamos de una manera de lo más errática entre un estado y el otro, había sido así desde el momento cero, incluso cuando Anna no era más que un maldito animal huraño que amenazaba con morderlo todo. Como podía amenazar con rechazarme, se aparecía con una paleta, con un caja de jugo, me seguía el rollo en la cafetería, lloraba como una cría, me consolaba o se enderezaba y seguía como si nada.

    Me ponía de los nervios, pero la hija de puta también me atraía como un imán, era ese su poder, igual o más peligroso que el que yo podía ostentar si me ponía serio. No éramos más que fuego y agua, buscando ganar terreno sobre el otro de forma insistente, casi enfermiza, como también podíamos fingir ser pilares entre nosotros. Era la mierda más jodida en la que me había metido y eso era mucho decir, teniendo en cuenta los errores que llevaba cometiendo ya no toda la semana, sino toda la vida.

    ¿Errores?

    Me lo había buscado yo todo.

    Otro suspiro murió contra su piel cuando la sentí hacer lo que le saliera del culo con mi cabello, pero cuando la desgraciada terminó de perder la cabeza, me enredó las piernas en la cintura y me empujó hacia ella genuinamente creí que iba a morirme allí. No era que me importara, la pura verdad. Pero es que no le había bastado eso, había buscado mi boca de nuevo, había empezado a marcar el ritmo que su cuerpo pedía, que yo estaba deseando y al que me acompasé, y joder me estaba echando todos los malditos gemidos en la boca.

    ¿Qué clase de tortura medieval era esa?

    Qué importaba.

    Maldita mezcla peligrosa y con lo que me gustaba a mí el jodido peligro, como si fuese el rey de los suicidas o algo. Vivía al borde del pozo, aunque no me balanceaba sobre él como Anna, podía arrojarme en la oscuridad si se me daba la maldita gana y ahora, del jodido pozo sin fondo, de las sombras apenas medio iluminadas por el rojo sucio del cuarto ese de mierda, lo que surgía de su oscuridad eran los malditos gemidos de Anna.

    Y estaba deseando arrojarme de cabeza allí, hasta perder todo rastro de cordura, de raciocinio.

    Provocarle esos putos gemidos hasta que se le rasgara la garganta.

    ¿Qué cojones?
    Mejor provocar placer que dolor, ¿no? Acabas de descubrirlo de verdad.

    Cuando se separó para respirar me di cuenta de que a mí también me faltaba el aire, que estaba por ahogarme y no me había interesado siquiera, porque no me interesaba casi nada ya. Había logrado que el archivo, por fin, malfuncionara y guardara silencio o algo así, porque lo cierto es que no era silencio. Solo estaba abrumado, y había tardado demasiado en darme cuenta de que ya no solo el rojo danzaba por todo el cuartucho de mierda. Los colores habían estallado sin piedad, como debía ser un maldito viaje en ácido.

    Sus movimientos lograron arrancarme una suerte de gemido ronco del fondo de los pulmones y sus palabras me llegaron como de otro mundo, pero bastó para seguirme activando si control alguno. La mano se que había mantenido atendiendo su pecho, presionándolo, jugando con su pezón exigido de atención, se separó casi por inercia y volvió a enredarse en su cabello, antes de volver a tirar de la cascada de carbón. Me lancé sobre su cuello como el animal que era, pellizqué su piel entre los dientes y finalmente su subí a su oído, sin detener el movimiento de mis caderas contra ella.

    —¿Qué dices, cariño? Me distraje con tus gemidos. —Mierda, no reconocía ni mi propia voz, con las palabras escapándose entre mi respiración descontrolada. Dejé otro beso contra su oreja, antes de morderle el lóbulo—. En cualquier caso, podrías hacer algo al respecto, qué sé yo~
     
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  7.  
    Gigi Blanche

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    No tenía idea dónde marcar el límite. ¿Estaba bien, tentarlo así sabiendo que ni de coña le daría todo? Era un simple trámite para él, ciertamente, uno placentero como la mierda pero en sí mismo no le significaba ningún balance. Qué se yo, para un hombre no había desventajas a la hora de follar, pero a mí no me apetecía preocuparme por esas mierdas.

    Tensarme.

    Que duela.

    Que me fuerce.

    Aún no había abierto la boca al respecto, sabía que podía matar el momento y no me apetecía. En cualquier caso, ya podría apretarle los huevos y decirle que mantenga la mano o la polla donde pueda verla. Y tendría que hacer caso o comerse lo que me viniera en gana machacarle.

    De todas formas, ¿un imbécil como Altan andaría con condones en la escuela? Lo dudaba.

    Se adaptó a mi ritmo impuesto sin réplicas, sin ganas de estirar la cuerda o ganarme terreno, y eso sólo me puso aún más. Pude relajar un poco las piernas, que habían comenzado a entumecerse, y nos acoplamos como si pudiéramos leernos la mente o algo. Joder, estaba duro y sentirlo frotándose contra mis puntos de placer era más de lo que podía manejar sin perder la cabeza.

    Mi cuerpo empezó a bañarse en un calor profundo, el corazón me golpeaba las costillas sin piedad y sentí una fina capa de sudor perlándome la piel. El cabrón había logrado seguir atendiendo mis pechos y cuando me jaló del cabello, contrario a lo que habría esperado, sólo me arrancó un gemido agudo.

    Era el puto dolor mezclándose con el placer.

    Y se sentía tan bien.

    Como para pedirle más.

    Se lanzó a mi cuello, cerré los ojos con fuerza y su voz provocó los mismos escalofríos de siempre. De repente maldije estar en un jodido cuartucho, en medio de la puta escuela, y no poder agarrarlo, tumbarlo a mi lado y montarme encima suyo para hacerle la mierda que me viniera en gana.

    Dios, quería devorarlo.

    ¿Qué dices, cariño? Me distraje con tus gemidos.

    En cualquier caso, podrías hacer algo al respecto, qué sé yo~

    Una sonrisa floja danzó en mis labios, tenía las palmas estampadas en su espalda y presioné la yema de los dedos a lo largo, con fuerza, hasta llegar a los bordes de su pantalón.

    —Quítate la ropa —demandé a su oído, en voz baja—, y te enseñaré cuán de bien puede sentirse.

    Si así era con todo ese maldito estorbo de por medio,

    piel contra piel

    era para perder la puta cabeza como nunca.

    —Ah, y quítame la mía, guapo, ya que estás en ello~
     
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    Zireael

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    Me iba a morir.

    Te vas a morir, en efecto.

    Qué mierda importa.

    No importaba antes, no importa ahora.

    Si me ponía intentar recuperar consciencia sobre mi cuerpo en general, además de la maldita presión de muerte que sentía en la entrepierna, lo cierto es que podía escupir los pulmones sin mucha dificultad. La hija de puta estaba empujándome al límite, como una jodida desquiciada, incluso si yo intuía que no iba a ocurrir realmente mucho más, menos sin forros encima.

    Joder, ¿no tenía unos en mi habitación? Es decir, no era que fuese a usarlos, por eso de imbécil no los llevaba encima, pero sabía que estaban.

    ¿Quién cojones me los había dado, de todas formas? ¿Papá al saber la mierda de Kurosawa, aunque fue ya cerca del final? ¿En alguna farmacia mientras iba pasando?

    Qué cojones iba a acordarme ahora. Lo que sabía era que no estaban expirados siquiera.

    ¿Qué coño pasaba con ese chispazo del archivo en todo caso?

    Tenía un puto calor infernal ya, y así como había notado en su piel la fina capa de sudor, debía estar yo. De hecho solo pensarlo me hizo terriblemente consciente de ello, y sentí una gota de sudor bajarme del cráneo a la nuca, por el cabello más desastroso que nunca antes en mi vida. Tragué grueso, como si eso fuese a ayudar en algo, y el maldito cuerpo me arrojó un escalofrío cuando me apretó las yemas de los dedos en la espalda y descendió hasta el pantalón.

    Joder.

    Qué maldita loca.

    ¿No estábamos locos los dos, de todas formas?

    Ah, ¿todavía lo dudas? Entonces... ¿Por qué le sigues el rollo?


    Los movimientos fueron tan malditamente automáticos que para cuando me di cuenta me había despegado de ella apenas lo suficiente para soltar la correa del pantalón, que fue a dar al suelo con un sonido metálico, y había desabrochado el botón.
    Respiraba como un maldito perro después de una pelea y antes de seguir la mierda que ya había iniciado, volví a inclinarme sobre ella, para devorarle la boca unos segundos, para bajar a su cuello, a su pecho, enloquecerme pura voluntad al usar mi boca de nuevo y sentir su piel ligeramente húmeda, ardiendo contra mis manos. Descendí por los costados de su cuerpo y mi boca siguió bajando, dejé un reguero de besos en su abdomen, aquí y allá, deslicé la lengua y en determinado punto solo dejé caer la cabeza sobre ella, con las manos a ambos lados de su cuerpo.

    Froté el rostro contra su abdomen, un mero reflejo parecido a los suyos que recordaban a un gato mimoso; mi cabello debió hacerle cosquillas como mínimo. No iba a hacerle nada más, solo necesitaba descansar un segundo o iba a puto morirme pero ya de un fallo respiratorio o algo. ¿Qué mierda? ¿No era ella la del asma?
    Cuando medio logré estabilizarme me enderecé, volvía a su boca y a tientas colé las manos bajo la falda, presioné sus muslos un instante antes de seguir subiendo hasta alcanzar su ropa interior y mandarla a la mierda también. ¿Qué importaba si le dejaba la puta falda?

    Tenía unas ganas casi incontrolables de tocarla, de colar la mano entre sus piernas y sentirla, jodidamente húmeda como debía estar, pero mierda, sabiendo las cosas que sabía no iba a hacerlo si ella no me decía que podía.

    Al menos esa decencia me quedaba.

    ¿Decencia acababa de decir?


    Mis manos volvieron a mi pantalón, si sentí siquiera una gota de pudor pude ignorarla lo suficiente para terminar de deshacerme de mi ropa, porque ya no había manera de que el cuerpo me enviara sangre suficiente a la cabeza correcta como para poder pensar en cosas como vergüenza o esas mierdas, que de por sí no era que sintiera con demasiada frecuencia.
    Dejé las manos sobre sus muslos, apenas colando los dedos un poco bajo la falda, acariciándola, y volví a tragar grueso, ansioso como la mierda.

    Era eso.

    No era el esfuerzo.

    Era la puta ansiedad que no había sentido antes en mi vida.
     
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    Me hizo caso sin siquiera chistar, por Dios. No le quité la vista de encima ni un maldito segundo, a través de mi cabello enmarañado y la silueta de mi cuerpo perlado, mientras se deshacía del cinturón del pantalón, el botón y volvía a mí. Lo recibí prácticamente de brazos abiertos, lo dejé disponer y dejé caer la cabeza sobre la mesa cuando, una vez más, fue trazando un camino de besos y fuego absoluto.

    Mierda, Al.

    Me daba algo de gracia verlo repentinamente tan complaciente, tan obediente, como un perro adulto amansado desde cachorro, pero igual luego me ponía las manos encima y no me quedaba demasiada energía para molestarlo o mofarme de... ¿qué? ¿Mi poder? ¿Qué mierda importaba el poder en algo así? Era un intercambio mutuo.

    Era un ir y venir.

    Puede que nos divirtiéramos como putos locos jalando de la cuerda, pero eso lo tenía bien en claro: al final del día, lo único importante era que ambos disfrutáramos de este momento.

    Me tensé un poco cuando dejó caer la cabeza sobre mi abdomen firme. Por alguna razón fui repentinamente consciente de lo que acababa de pedirle, de cómo podría interpretarlo, y un costado de mi cerebro chamuscado se activó lo suficiente para lanzarme una señal de advertencia entre el incendio. Se había detenido, estaba cerca de mi ropa y por un segundo me pregunté qué tendría en mente.

    ¿Estaba dudando?

    ¿Estaría por dar un paso más allá?

    ¿Tendría... que pararlo?

    Recibí sus labios de nueva cuenta, entre la bruma del calor y mis repentinas dudas, y acabé por darle el voto de confianza que quería darle como ese día en la enfermería, cuando salté de un puto taburete y él me atrapó en el aire. Y me quitó la ropa interior, y no hizo nada más. Una sensación cálida me embargó al verlo allí, casi a la espera de mi próximo movimiento o mi próxima idea, y no fue por el éxtasis físico o la temperatura ambiental.

    Era otra calidez.

    Se me escapó una sonrisa, similar a las sonrisas que podía dedicarle a las personas que me importaban, y me erguí lo suficiente para alcanzar sus brazos y suavemente atraerlo hacia mí, de vuelta a la mesa. Recogí su rostro entre mis manos y lo besé más despacio antes de buscar sus ojos y acariciarle el cabello.

    Estábamos prácticamente desnudos y podía relajarme.

    Y se lo agradecía tanto.

    —Puedes tocarme si quieres, Al —murmuré en un tono dulce, casi maternal—. Sólo... no metas nada, ¿sí?

    Se me escapó una risa floja, algo avergonzada si se quiere, y volví a besarlo. Deslicé los dedos hasta su nuca y lo apreté contra mí, recorrí sus labios, volví a saborearlo como antes; quizá le faltara algo de la ansiedad desmedida, de la desesperación de animal salvaje, pero poco a poco retomé el ritmo y fui bajando las manos por su espalda desnuda, la piel perlada, hasta sus caderas expuestas. Clavé las yemas de mis dedos, enredé las piernas y lo empujé hacia mí.

    Su miembro se presionó contra mi intimidad.

    Piel contra piel.

    Tan malditamente caliente.
    Iba a derretirme.

    Suspiré contra sus labios, sentí la mente nublada ante la sensación, y empecé a frotarme con cuidado de no alcanzar la punta. Los chispazos se convirtieron en auténticos rayos, el incendio forestal se expandió, explotó, arrasó y asfixió. Lo insté a seguirme el ritmo, clavé los talones en la parte posterior de sus muslos y gemí sobre sus labios otra vez, el aire abandonando mis pulmones.

    Y busqué el contacto visual.

    Me prendí a sus ojos.

    Porque me ponía un huevo.

    —Al —gemí, llevando una mano al costado de su cuello para enterrar los dedos—, así.

    Y seguí murmurando contra sus labios, incapaz de contenerme, en una mezcla irracional de japonés, de español, de suspiros, gemidos y pedidos casi desvanecidos.

    Justo ahí.

    Más.

    Más rápido.

    Más fuerte.

    Mierda, Al.

    Así.

    Justo así.

    Joder.
     
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  10.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Know I’m in the wrong, know she loves me but never felt a hook pierce so deeply.
    Out from the mundane drag me to the sea now.
    .
    Lemme keep the mood right, on topic all night this time.
    But the music in your head, it don’t sound the same to me.
    Just let me hear your body sing, let your hips swing, let me see you do bad things.
    altan c2-1.png
    La pregunta me había cruzado la cabeza de repente, el si de haber sido otra persona en lugar de Anna habría sido capaz de controlarme de tal manera, de esperar a sus indicaciones, a sus ideas, a lo que necesitara o quisiera. Si lo estaba haciendo, si pretendía detener el fluir descontrolado de mis impulsos y sobre todo el poder que buscaba ejercer, era por lo que sabía, aunque lo sabía a medias, porque ella me estaba entregando una confianza estúpida y, con todo, yo no quería arrojar eso por la ventana por ser un impaciente de mierda.

    No era un puto abusador así porque me saliera del culo.

    Y si iba a ser un puto salvaje, no iba a ser ese día.
    Al menos no del todo.

    Así tuviese que apretarme la correa yo mismo.

    Vi su sonrisa, que contrastó con toda la situación, con las luces rojas, las sombras fuertes y el desastre que nos habíamos montado en cosas de minutos. No puse resistencia siquiera cuando volvió a atraerme hacia sí y me besó despacio. Cuando me acarició el cabello cerré los ojos un instante y de puro milagro no me enredé a ella como una maldita serpiente o algo, para ocultar el rostro en el hueco de su hombro y su cuello, para fundirme consigo sin ningún otro objetivo más que, si acaso, robarle algo de calidez.

    Pero jodido yo que lo deseaba.

    Porque también podía ser el gato necesitado de afecto.


    Sus palabras fueron las que me hicieron reaccionar, abrir los ojos y mirarla de nuevo.

    Puedes tocarme si quieres, Al.

    Dios.

    No me di cuenta hasta entonces, en ese chispazo de calidez que no provenía del calor de su cuerpo, de tenerla casi completamente desnuda frente a mí, sino de que me había apagado sí, al principio, pero luego había vuelto a centrarme. Había vuelto a ser yo. Prepotente, medio brusco, pero era yo de nuevo, lo que sea que se había fragmentado el viernes en la noche no se había reparado, pero al menos había vuelto a su lugar.

    Gracias.

    Solté la misma clase de risa floja al escuchar lo demás, no fue burlona ni nada, fue simplemente un reflejo de su gesto porque a veces podía actuar como un puto espejo, y antes de que me besara otra vez alcancé, tan siquiera, a responderle en el oído.

    —De acuerdo, cariño.

    Cuando volvió a mi boca había perdido ya algo de aquella hambre animal o quizás más que perderla la había contenido, aunque no tardó en recuperar el ritmo, y otro escalofrío me corrió por el cuerpo al sentir sus manos. Volvió a empujarme contra sí y la sentí por fin, piel contra piel, sin nada interponiéndose y los malditos colores, esos que recordaban a estar puestísimo en quién sabe qué droga, volvieron a palpitar como un juego de luces y directo de los pulmones se me volvió a escapar un gemido ronco, una queja del maldito placer abrumador que me navegó el cuerpo y me arrojó una ola de calor encima.

    Solté una maldición nuevo, allí contra sus labios, pero ya no supe si en japonés, en alemán, en inglés o las tres de corrido. La fricción y de nuevo el maldito gemido me aturdió absolutamente todos los sentidos, los nubló y el archivo volvió a malfuncionar, totalmente consumido por el fuego que había iniciado sobre un derramamiento de petróleo en el océano embravecido.

    La desgraciada.

    Me había buscado los ojos.

    Y sentí la necesidad incontrolable de arrojármele sobre el cuello de nuevo, devorarlo, dejarla marcada. Porque era ese hijo de puta, era ese maldito hijo de perra y me gustaba marcar, porque luego me ponía ver mis propias huellas, y también me había contenido un huevo para no hacerlo, demasiado, al punto de la puta locura. Cuando mi nombre salió de sus labios como un gemido me fui a la mierda, porque luego vinieron el resto de suspiros, de palabras irracionales. Todo. No entendía la mitad, cuando el español de colaba, pero qué más daba me ponía de todas formas.

    Ya no tenía oxígeno en sangre.

    Tomé la mano que había anclado al costado de mi cuello y lo mismo hice con la otra, ya sin poder ponerme demasiado freno, y las llevé encima de su cabeza, presionándolas contra la superficie helada de la mesa. Sujeté sus muñecas y quizás se me volvió a ir la mano con la fuerza como había pasado la primera vez que le presioné el muslo. Pero cómo cojones no, con la visión que tenía adelante, de su cuerpo descubierto bajo el rojo que tanto buscaba, de sus pechos moviéndose al ritmo del resto de su cuerpo y la jodida falda todavía puesta.

    Malditos fetiches me estaban saliendo, la puta madre.

    La sostuve a la vez que me lancé sobre su boca de nuevo, sin tacto alguno posible, y colé la lengua de inmediato, para presionarla contra la suya, ahogar sus gemidos y los propios. Ya el ritmo de los movimientos estaba al borde de haberse tornado desquiciado. Sus pechos se presionaron de nuevo contra mí, jodiéndome todavía más los sentidos, y abandoné su boca para bajar a su cuello, besar, morder y, por fin, a pesar de las propias advertencias de mi cerebro, marcarla.

    Por el mismo puto impulso que me había hecho pensar que no quería que nadie más la viese expuesta.

    Como si fuese mi puto privilegio.

    ¿Con qué derecho, estúpido?

    ¿Importa?
    También puedo vivir de ilusiones.

    Sentí otra gota de sudor deslizarse de alguna parte de mi cráneo y de hecho sentía ya el cabello húmedo, me estaba muriendo de verdad, pero joder.

    Joder.

    Joder.

    Joder.

    Joder.

    Me separé apenas lo suficiente para poder volver a clavar la vista en ella, en sus cuarzos ahora opacos, que se había convertido en esferas de rubí sin pulir. No había soltado sus muñecas ni un puto segundo, pero aminoré el ritmo, en gran parte porque si no lo hacía iba a puto explotar. La voz me salió ronca, gangosa, directo de los pulmones.

    —Sigue pidiéndolo. —No supe si sonaba a orden o exigencia, que casi venía siendo lo mismo, pero si algo era seguro es que de la puta nada había vuelto a fundirme con la maldita figura de los depredadores.

    Incluso cuando estaba cumpliendo como un jodido campeón su orden explícita de no meterle ni un puto dedo.
     
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  11.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Teníamos esta facilidad para navegar entre polos, ya no de una misma continuidad, sino saltar entre líneas absurdamente disruptivas. Lo sabía y en cuanto nos detuvimos, en cuanto le pusimos una pausa al maldito infierno que habíamos desatado, pensé en el tiempo que llevábamos colados por la misma mierda. Eso, junto a sus palabras, acrecentaron mi sonrisa. Ya era hora, ¿no?

    De acuerdo, cariño.

    Pero bueno, cielo, ¿no te habrás ablandado un poco de golpe?

    ¿O es que al fondo, bien al fondo de tu maldito vacío, no dejas de ser un idiota como todos?

    Una parte de mí lo presentía o, al menos, quería encontrar las razones para confiar en Altan allí, en esa pequeña chispa azulada que había creído identificar en sus ciénagas negras. Esa chispa de la cual él se reía, que no podría ver en sí mismo, a menos que contara con un espejo al alcance de la mano en los momentos justos; y eso era imposible.

    No podía verse cuando veía a otros, a quienes quería.

    No podía verse cuando sus ojos estaban ocupados atesorando, protegiendo, cuidando.

    Sus labios se me antojaron repentinamente suaves, antes de retomar lo que, de una forma u otra, nuestros cuerpos aún reclamaban y a mí no me apetecía llevarles la contraria. Sentir su placer, percibirlo a través de sus movimientos, oír sus gemidos roncos y toda la mierda, saber que se estaba moviendo por el mismo maldito espectro que yo me confería una satisfacción incalculable, una mezcla de placer y ansiedad por seguir. Seguir dándole aquello que lo estremeciera, saber que podía hacerlo y que, de hecho, lo haría.

    Joder, no pararía hasta que se me derrita el puto cuerpo.

    Y no sólo era eso, era su jodida dureza presionando y presionando mi clítoris, ridículamente sensible, barriéndome la cordura, la compostura y todo lo demás. No tenía cabeza para nada que no fuera ese momento, esas sensaciones, el jodido sudor permeándome cada centímetro de piel. Y me puse a gemir, a llamarlo, a pedirle más, sin quitarle los malditos ojos de encima; y podría jurar que vi el preciso instante donde sus neuronas desconectaron, mandó todo a la mierda y volvió a dejarse dominar por ese costado suyo casi animal, de depredador, que ya había conocido de primera mano.

    Sus movimientos fueron veloces y me tomaron un poco desprevenida. No me dio tiempo a reaccionar, inmovilizó mis brazos y se lanzó directo a mi boca. Dios, lo besé con una intensidad estúpida, con la ridícula necesidad de devorarlo, fundirme, perderme en él, o quizá ganarle terreno, no lo sé. Era consciente a todo momento de su agarre en torno a mis muñecas, por momentos más fuerte, y del puto metal helado contra mi piel hirviendo. Y sonreí sobre su boca, como la jodida loca que también podía ser, porque a Altan se le había zafado un tornillo y sentí que finalmente me estaba mostrando las mierdas que más le ponían.

    Y por mí bien.

    Que me inmovilizara, que apretara, que hiciera lo que le viniera en gana.

    Porque quería enloquecerlo.

    La situación me venía un poco en gracia y volví a sentir la necesidad de jugar un poco con él. De tanto en tanto intentaba zafarme de su agarre, sin fuerza real en verdad, sólo para hacerlo reaccionar y notar cómo apretaba más. Y más. Para mantenerlo atento, quizá, para que se diera cuenta que podía darle la mierda que me pidiera, pero que tendría que ganársela a cada maldito segundo.

    Algo así.

    Quizá sólo me divertía provocándolo.

    Entonces bajó a mi cuello, envuelto en el frenesí de siempre, sin dejar de golpearme entre las piernas para robarme cualquier rastro de oxígeno; bajó a mi cuello y me siguió mostrando sin pudor o freno alguno la jodida bestia que podía ser. Gemí por reflejo al sentir sus dientes contra mi piel, cómo mordía, succionaba, y claramente buscaba marcarme.

    Dios.

    Qué jodido hijo de puta.

    Así y todo, una risa floja, de puta loca me relajó parte del cuerpo y ladeé la cabeza, dándole todo el espacio que quisiera. Por momentos cerraba los ojos y era malditamente consciente de las sensaciones, del ligero dolor en mi cuello y del incendio en todas partes, de mis muñecas aprisionadas y sus dedos clavándose con fuerza. Estaba mal de la jodida cabeza y a mí sólo me interesaba alimentar sus delirios, porque lo ponían y mierda, quería verlo puesto.

    Necesitaba verlo todo lo puesto que pudiera llegar a estar.

    Ya casi no me quedaba tiempo para nada. Recibí sus ojos, el aire me quemaba en los pulmones e igual me las arreglé para sonreír al oír su demanda. Fue una sonrisa similar a la que brotó tras oír a los pobres infelices ahí fuera. Amplia, desquiciada, combinaba a la perfección con mis cuarzos opacos. Ni siquiera demostré una pizca de molestia en cuanto el hijo de puta aminoró el ritmo, que tan cerca estaba. No.

    ¿Quieres seguir escuchándome, cariño?

    Pues bien.

    ¿Quién soy yo para negarte nada?

    No respondí o, digamos, me salté directo a cumplir su petición. Manteniendo el contacto visual, entreabrí los labios y me permití gemir, suspirar y murmurar como antes, sólo que aún más fuerte, más agudo, con la clara intención de fundirle el cerebro. En verdad no se alejaba demasiado de la realidad, que aproveché mi buena conducta para instarlo con las caderas a que moviera el culo, que se dejara de estupideces y me hiciera llegar. Seguí y seguí, lo busqué tanto que estuve a medio pelo de perder la cabeza y frotarme contra su miembro en toda su extensión, la punta incluida, pero logré contenerme.

    Eh~ Tampoco queríamos accidentes.

    —Al. —Ahí iba de nuevo, la voz quejosa, el ronroneo agudo que se arrastraba por mi garganta y sabía que lo ponía—. Más rápido, Al, por favor. Hazlo más rápido.

    Sí.

    Dios, sí.

    Justo así.

    Ya el cuerpo me dolía por todas partes, entumecido como estaba. Mis muñecas se apretaron contra su agarre, mi espalda se arqueó, clavé las rodillas en su cintura en cuanto el jodido incendio se descargó sobre mí como una erupción volcánica y me arrancó el aire, las fuerzas y, por un momento, el mundo se empañó en los más absolutos tonos de rojo.

    Puta madre.

    Me relamí los labios, luchando por aire, y todo mi cuerpo se desplomó sobre la mesa. De repente recordé lo malditamente agotada que había estado antes de toda la fiesta y, mierda, iba a morirme en medio segundo. Dudaba un huevo poder asistir a las clases de la tarde.

    Bueno, podía meterme en la enfermería a clavarme una buena siesta.

    Busqué los ojos de Altan en cuanto pude más o menos enfocar el mundo y siquiera tuve fuerzas para sonreír, menos para molestarlo o similar. Tragué saliva y deslicé mi mirada a lo largo de su cuerpo, el cabello negro, los hombros amplios y los músculos finamente marcados. Pedazo de caramelo me estaba comiendo, ¿eh? Más me valía estar orgullosa.

    —Hey —lo llamé, con cierta nota ronca similar a estar recién despierto, mientras dibujaba trazos vagos por sus pectorales y abdomen—, ayúdame a levantarme, cielo~

    Estaba en la mierda, sí, pero no me olvidaba de él.

    Y me causaba una satisfacción extraña saber que aún podía fundirle más y más el cerebro.
     
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  12.  
    Zireael

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    Y allí estaba, hijo de puta yo que lo había detectado desde el minuto en que le estampé la boca allí, en el jodido rellano de mierda, o quizás desde antes, con el desastre de la enfermería, ya no tenía idea. Pero lo estaba comprobando, una y otra y otra vez, que Anna podía darme el jodido poder que ansiaba, que me hacía la boca agua y me desconectaba la cabeza.
    Estaba emparentado a la violencia que siempre me había movido, la que había descubierto con las primeras hostias, aquellas entre las que Jez se había interpuesto una primera vez.

    Lo hacía por puro amor al arte, ¿no?

    Por el placer de romper.

    De fracturar.

    De dominar.

    De poseer.


    Todo aquello a lo que las piezas sueltas no podían ni aspirar, pero yo que yo podía alcanzar casi sin esfuerzo, porque tenía el cerebro, tenía el dinero, si me salía de los cojones podía tener la carisma, pero sobre todo tenía la ira desmedida, salida de vete a saber dónde mierdas. Pero allí, en ese puto cuartucho, con las luces rojas y el cuerpo de Anna a mi merced descubrí el otro lado del espectro, de aplicar todo eso sobre una persona que me lo estaba permitiendo.
    No tanto porque la pusiera como a mí, la jodida me estaba dejando hacer porque la ponía verme con la cabeza perdida, con cada neurona desconectada y el cerebro inútil. Era un círculo vicioso, desquiciado, incontrolable en la que parecía que mi océano entero estaba hecho de gasolina y con cada marejada las llamas de Anna no había más y más que crecer, hasta lamerme la piel.

    Si hubiese sabido de la piromanía del puto de Astaroth, quizás hasta lo hubiese entendido a ese maldito hijo de puta salido del mismísimo Averno también. Es más, era capaz de sacarme el puto mechero del bolsillo de los pantalones, que ya no sabía en qué parte del suelo habían ido a parar, para prenderle fuego a toda esa mierda si significaba seguir deshaciéndome en las flamas de Anna.

    Marcarle el cuello.

    Marcarle las muñecas.

    Marcarle la existencia entera, en tanto me lo permitiera.

    Lo que había perdido ahora no era la cabeza, porque se me había zafado del cuello desde el principio, había perdido la capacidad de contenerme como había hecho tanto tiempo a pesar de ello, y le había dado paso al maldito animal que podía ser, sin una gota de pudor, de preocupación o arrepentimiento. El depredador que actúa por puro instinto.
    El instinto que reaccionaba ya no solo al sentir su fingida resistencia, a escuchar su voz llamando a mi nombre, pidiendo más como una maldita descosida, sino a sentir su sonrisa de puta loca contra mi boca y escuchar aquella risa floja, extraña, que surgía del mismo infierno al que yo pertenecía de nacimiento.

    La jodida ni siquiera respondió y es que no necesitaba respuesta, bastaba con que cumpliera.

    Abrió la boca, volvió a pedir, a suspirar, a gemir con mucha más intención que antes. Los putos colores volvieron a palpitar como un corazón vivo, desbocado, y toda la sangre del jodido cuerpo seguía viajándome solo a las putas pelotas.
    Cuando me instó a seguir moviéndome no pude contener la risa, un ronroneo oscuro, completamente perdido que hizo eco por encima de su voz y rebotó en las paredes de nuestro maldito infierno personal, antes de que las caderas volvieran a acompasarse a sus movimientos.

    Me había dicho que le diera la bienvenida, ¿no?

    Pues allí estaba.

    Y era apenas una puta probada.

    A ver cuándo le daba el tour completo.

    Bastó escucharla llamar a mi nombre de nuevo para que se me fuese la mano con la fuerza otra vez, porque venga, si le estaba diciendo que lo pidiera era porque iba a dárselo.
    Ya el puto cuerpo me funcionaba en automático, respondía a su petición, al tono agudo, a la queja que pedía más y más y más.

    Hasta que estalló.

    Su espalda se arqueó y su cuerpo cedió a la onda de calor, deshaciéndose, y aunque seguía jodidamente desconectado y al borde de morirme también tan siquiera pude dejarle ir las muñecas por fin, para apoyar las manos a los costados de su cuerpo. Respirando como si me acabaran de sacar del fondo del océano.

    Y aún así estaba disfrutando como un hijo de puta verla allí, en su pequeña muerte.

    Ido como estaba, porque tampoco me ayudaban los trazos que estaba dibujándome encima, separé la mano derecha de la superficie de la mesa y la deslicé por el contorno de su cuerpo, del hombro a la clavícula, al pecho, a la cintura. No fue hasta que me habló para fui medio capaz ponerle verdadera atención a otra cosa.
    Debía tener los ojos total y absolutamente opacados, como un pedazo de carbón sin encender.

    Me separé despacio y apoyé las manos en sus muslos. Sus propias palabras me rasgaron la mente destrozada e inútil.

    Puedes tocarme si quieres, Al.
    Joder.

    Cuando intenté pasar saliva sentí que me iba a atragantar, pero fue la sensación y al menos pude dejar de sentir la boca tan pastosa.

    Y la olla se me siguió yendo.

    ¿Era posible siquiera?

    Subí la mano por su muslo, por la cara interna, por la piel que parecía hecha del fuego que debía correrle por las venas, y deslicé los dedos en su intimidad, fue solo eso, y lo hice con un jodido cuidado que debía darle envidia, qué sé yo, al dueño de una cristalería, haciéndome apenas una idea de lo sensible que podía estar. Ni de imbécil hice el intento de colar los dedos en ella, obviamente.

    Pero era un hijo de perra.

    Y quería sentirla, su humedad en mis manos, lo que había resultado.

    Bueno, ¿qué cojones tenía en la cabeza?


    No falté a sus palabras, ni con la mente así pensaba hacerlo, insisto tenía putos estándares y con todo no quería mandar a la mierda la confianza que ella me estaba dando, pero ni de puta coña. Además la veía, la jodida podía castrarme con tal de enseñarme una puta lección.
    Solté un suspiro que cargaba consigo con todo el aire que parecía poder contener en los pulmones, antes de retirar la mano por fin, pasarle el brazo por la cintura y ayudarla a levantarse.

    De nuevo, por puro reflejo casi, pegué mi mejilla a la suya y mi respiración todavía desastrosa debió alcanzarle el oído.
     
    • Zukulemtho Zukulemtho x 3
  13.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Dios santo, en verdad no tenía idea cómo mi cerebro iba a procesar todo lo que acababa de pasar cuando fuera capaz de dormir, calmarme y reactivar las neuronas que ahora parecían estar más allá de toda salvación. ¿Iba a morirme de vergüenza? ¿Se me iba a subir la puta mierda a la cabeza? ¿Iba a darme igual? No tenía idea.

    Con suerte repasé las acciones de Altan mientras me recuperaba del orgasmo. Sentí su mano pasearse por mi torso desnudo, erizándolo apenas, pero seguía demasiado ida como para reaccionar. Se separó apenas, me acarició los muslos y se me escapó una risa floja al adivinar sus intenciones.

    Era más fuerte que él, ¿eh?

    El cabrón necesitaba comprobarlo por sus propios medios.

    Cuán húmeda me había puesto.

    Otro escalofrío liviano al sentir su tacto sobre mi intimidad, aún jodidamente sensible, y lo siguiente que supe fue que me había despegado de la mesa. El cabello me hizo cosquillas en la espalda, algo sudada, y le eché los brazos al cuello un instante para recuperar algo de compostura. Su cabello era suave contra mi mejilla y contuve el impulso de estrecharlo con fuerza, cerrando los ojos. El único sonido rellenando el cuartucho era el de nuestras respiraciones, aún pesadas, acompasándose.

    Bueno, al menos la mía.

    Él debía seguir jodidamente caliente, ¿verdad?

    Me mordí el labio, esbozando una sonrisa, y le palmeé el hombro antes de hacerlo a un lado para incorporarme. Vaya, fue de lo más extraño pararme sobre mis pies. Me tomé un momento para centralizar mi eje y carraspeé la garganta, algo seca, viendo alrededor. El calor se había evaporado como una llama ahogándose contra un iceberg, así que me agaché y agarré lo primero que encontré para echarme encima: resultó ser su camisa. Me quedaba grande, claro, y al ver el largo de las mangas estiré los brazos y lo busqué con la mirada, riéndome.

    No me molesté en abotonarla, de cualquier forma la caída de la tela cumplía el trabajo y llegaba a taparme los pezones, dejando el valle entre mis senos descubierto, una fina línea del abdomen y ya. Me servía para no empezar a tiritar.

    Olía a tabaco.

    Y olía a él.

    Me acerqué, entonces, arrastré los pies hasta Altan y aplasté las palmas sobre su pecho desnudo, instándolo a retroceder hasta que dio con una silla. No rompí el contacto visual ni un instante, tampoco me borré del rostro aquella sonrisa casi felina, al hacerlo sentarse y acomodarme sobre su regazo a horcajadas, pero con ambos pies aún en el suelo. Ni siquiera me había molestado en buscar mi ropa interior y volví a pegar mis caderas a él por pura gracia, para provocarlo, motivarlo si ya había perdido un poco las vibras del momento.

    ¿Estás listo, cariño?

    Es tu puto turno ahora.

    Agarré su rostro con ambas manos y estampé mi boca contra la suya, sin demasiada delicadeza o dulzura. Deslicé los dedos hasta la parte trasera de su cuello, bajé por sus hombros, las clavículas, sus pectorales. Abrí las palmas y me separé apenas para comerle el cuello, mordisquearlo suavemente, como él había hecho pero sin preocuparme por marcarlo; no me interesaban esas mierdas. Mi boca repitió el recorrido de mis manos, un poco por detrás, y volvió a su boca cuando mis dedos danzaron alrededor de sus caderas, tentándolo, torturándolo.

    Quieres que te toque, ¿verdad?

    ¿Eso quieres?

    Repartí una línea de besos que viajaron desde su mejilla, su mandíbula, hasta el lóbulo de su oreja. Me aferré a su cabello con una mano, mientras la otra seguía revoloteando sin concretar absolutamente nada, y le eché mi aliento cálido encima.

    —A ver, cariño —murmuré, con la voz compuesta que me permitía no ser la que, esta vez, perdería la cabeza—, ¿vas a pedírmelo o tendré que seguir esperando?
     
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    Zireael

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    Estaba totalmente inútil, si acaso podía poner atención a su movimientos, cuando en otras condiciones la seguía con la vista como un puto perro guardián, pero tenía el maldito cuerpo ardiendo. Nunca fui bueno con el multitasking, se lo había dicho a ella, así que allí estaba fundido aunque no lo suficiente para que no me hiciera cierta gracia verla echarse mi camisa encima, porque joder era un puto tanuki.

    Que me hiciera retroceder me tomó desprevenido y tampoco es que tuviera de dónde sacar las intenciones de poner resistencia ni nada. La cabrona me hizo sentarse y trepó a mi regazo; otro movimiento automático me hizo colocar las manos en su cintura, justo en el jodido momento en que hice eso volvió a pegar las caderas, y al punto límite como me tenía consiguió arrancarme otro maldito gemido del pecho que terminó ahogado en su boca. Sin delicadeza alguna, sin dulzura, y no podía interesarme menos.

    El camino de sus dedos consiguió lanzarme un escalofrío por el cuerpo, que no mejoró cuando trazó aquella maldita de pólvora con la boca, hasta echarme el aliento encima.

    Era esa jodida desquiciada, ¿no?

    Brat.

    Complacía bajo sus propias condiciones, pero le gustaba tensar la cuerda hasta que pareciera que iba a reventarse en sus manos. Lo disfrutaba de una manera enfermiza, sin parar pero ni a tomar un jodido respiro. Y yo era un dominante de mierda, era obvio para cualquier imbécil con solo verme, ella se estaba aprovechando de eso, que ahora había confirmado de primera mano.

    No me quedaban neuronas para estirar tanto la jodida cuerda.

    Hundí los dedos en su cintura y la empujé hacia mí. Cuando solté el aire lo hice con tal rapidez que más recordó a un bufido, al silbar de la respiración de un gato al que le han tocado demasiado los huevos.

    La gracia era que no me había tocado literalmente hablando.

    —Me cago en todo, Anna —solté con la voz igual de irreconocible que antes—. ¿Hasta cuándo vas a estirar la puta cuerda?

    Eché la cabeza hacia atrás y pude jurar que el puto mundo me dio vueltas un instante. Las palabras me salieron con un dejo de impaciencia, quizás de hastío colado por ahí, pero ya no sabía nada y clavé la vista en algún punto del techo, bañado por la bombilla rojiza.

    —¿Me vas a tocar o qué mierda?
     
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  15.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Me encantaba, ¿no? Tensar la cuerda. Era prácticamente un vicio, como la puta hierba, el mundo de sombras y las callejuelas ruidosas de Kabukichō. Todo estaba diseñado y acoplado para quemarme el cerebro, para arrojarme frente al espejo una imagen que a veces me exasperaba, me disgustaba, de la cual ansiaba desligarme. Pero era parte de mí, joder, como esa puta manía de tensar la cuerda. Jalar y jalar, enredándola en las zonas más sensibles, hasta quemar, asfixiar o enloquecer.

    O todas.

    Me venía en gracia, me causaba una satisfacción enfermiza repasar sus facciones bajo aquellas luces rojizas y reconocer la frustración, las dudas y, finalmente, oírlo ceder. Debía ser insoportable para un tipo como él, ¿eh~? Uno que te marcaba la piel y te inmovilizaba bajo el dominio de su cuerpo para doblegarte, aplacarte, para sumirte bajo su control.

    Pobre idiota, no es más que una ilusión.

    El poder que ansías.

    También puede que, al final, no fuera tan complaciente como creería. Quizá le había dejado apretarme las muñecas y mordisquearme el cuello porque ya sabía que estábamos lejos de acabar, que luego era mi turno de tomar las riendas de la situación y que podría cobrarme el favor.

    Y estaríamos a mano.

    Ronroneé contra su pecho y acaricié su mejilla, envuelta en una paciencia y dulzura impostadas, cuando bufó y arrojó la mirada al techo. Lo acaricié como si quisiera decirle está bien, cariño, no te preocupes. Tienes todo el tiempo del mundo para decidir.

    Yo aquí te espero.

    Inmóvil.

    Se tardó su tiempo, en verdad, lo cual no hacía más que ampliar mi jodida satisfacción. Apenas soltó las palabras, como un animal salvaje fúrico, impotente, atado de pies y manos, siquiera cumplió a mi pedido al pie de la letra, pero me di por satisfecha. Enterré los dedos en su nuca y le comí la boca con unas ganas que volvieron a arrancarme el aire de los pulmones. Ladeé la cabeza, me hundí lo más que pude, busqué su lengua y la enredé con la mía mientras mi mano libre viajaba a tientas y se cernía en torno a la base de su miembro.

    Y apreté.

    Joder, estaba tan caliente.

    Ascendí poco a poco, sin dejar de besarlo. Recorrí la piel hirviente, su textura, la dureza que se cargaba como un maldito desquiciado, y sonreí contra sus labios al alcanzar la cabeza con el pulgar. Estaba ya llena de fluidos, malditamente húmeda, y arrastré la yema en movimiento circulares, ejerciendo la presión justa, mientras el resto de mi mano comenzaba a masturbarlo por encima.

    Qué bien me venía la experiencia para enloquecerlo.

    Gracias a Dios, o Satanás, o ya la mierda que nos estuviera viendo.

    Dejé ir sus labios, no planeaba practicarle sexo oral, no sin un jodido forro, pero igual estaba lo suficientemente mal de la cabeza para soltar su miembro y llevarme la mano a la boca. Mantuve el contacto visual, risueña, y saqué la lengua para lamer dos de mis dedos como si fueran una jodida paleta o algo así. Lo repetí un par de veces, hasta metérmelos en la boca y sacarlos totalmente humedecidos.

    Mierda, todo el jueguito estaba empezando a excitarme también.

    Se me escapó una risa floja y me tapé la boca con la mano, para que no me viera escupir bastante saliva allí. Me lancé a sus labios de inmediato, ansiosa, y reanudé lo que había iniciado en su miembro. Esta vez, con la húmedad necesaria, finalmente comencé a masturbarlo como Dios manda. O Satanás, bueno.

    Desde la cabeza, ahuecando la palma, y arrastrando hacia abajo. Lenta, muy lentamente.

    Arriba.

    Abajo.

    Arriba.

    Abajo.
    Agradecía haber recuperado la lucidez suficiente para recordar que llevaba en el bolsillo de la falda un paquetito de pañuelos descartables, o eso habría acabado en un auténtico desastre. Los extraje a tientas y los dejé caer sobre mi regazo, entre nosotros; me valí de mi única mano libre para sacar uno y ahí lo dejé.

    Suspiré contra su oreja, saqué la lengua y lamí el lóbulo suavemente, sin dejar de tocarlo ni un maldito segundo. Fui aumentando el ritmo de manera progresiva, como la melodía in crescendo de una canción. Mi otra mano rodeó su nuca y arrastró el cabello enmarañado para liberar su oído y permitirme mayor cercanía.

    —¿Te gusta, Al~? —ronroneé, fui incapaz de contener el dejo de excitación que mi voz arrastró y, para la gracia, igual sabía que le ponía oírme así—. Dime, ¿te gusta así? ¿Quieres más?

    Pídemelo.

    Mierda, pídemelo, Al.

    No eres el único puto dominante en esta habitación.
     
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    Zireael

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    La puta correa de mierda se me apretó en el cuello en cuanto me hizo pedirlo y volvió a hacerlo cuando solté, a medias, lo que estaba buscando de mí. Sentí mi pulso desbocado palpitar debajo y habría jurado que en otro contexto, con otra persona, esa limitación y exigencia me habrían hecho romper la correa, gruñir y soltarle un mordisco en la mano hasta arrancarle un trozo de carne de cuajo.

    Por eso que había estampado a Balaam contra la puta puerta, buscando alejarla de mí.

    Era la reacción de un perro a medio domesticar, hasta los huevos de que buscaran atarlo y meterlo a una jaula.

    Del perro que prefiere morirse de hambre que recibir el tacto que no permitió.

    Pero con la jodida Anna todo eso se iba a la mierda, porque se había colado en las grietas, porque me había dado su confianza y ahora, porque me tenía allí, al borde de la absoluta locura.

    No podía ponerme quisquilloso tampoco.

    ¿No lo había sabido siempre?

    Ante quién agachar la cabeza, aplastar las orejas y menear la cola.

    Se me volvió a ir encima para comerme la boca, coló la lengua hasta dónde le dio la gana y cuando por fin sentí su mano sobre mí, el gemido ronco que me salió del pecho fue a morir a su boca, en nuestras lenguas enredadas.
    Apreté el agarre en su cintura por puro reflejo, buscando asirme a algo.

    Su puta mano quemaba como la mierda y otro sonido, más parecido a un gruñido contenido, volvió a ahogarse contra su boca cuando la cabrona se entretuvo con la punta, arrojándome un relámpago que me estaqueó el cerebro de lado a lado.

    No le bastaba, ¿cierto? A la muy hija de puta.

    Porque se detuvo solo para llevarse los dedos a la boca y el maldito cerebro descompuesto me arrojó con una fuerza bestial el deseo de que dejara de hacer el imbécil, se arrodillara e hiciera las cosas como se hacían en el jodido hueco del infierno. Con todo me quedé mirándola como un imbécil, ido, y un suspiro que casi me silbó entre los dientes me dejó los pulmones.
    Colé las manos por la camisa abierta, acaricié los costados de su cuerpo, sus caderas, deslicé los dedos por su espalda baja y cuando reinició el jodido movimiento de su mano, ahora húmeda, enterré los dedos en su piel de nuevas cuentas.

    Joder.

    Qué puta mierda.
    De verdad, ¿en qué puta cabeza cabría pensar que íbamos a terminar así?

    Dios, y tenía que ser puto imbécil para arrepentirme.

    Con lo jodidamente bien que se sentía.


    De nuevo las maldiciones en vete a saber cuál de los tres, no, cuatro idiomas que podía mascullar. Puto japonés, inglés, el poquísimo alemán y el maldito italiano. El último cable se fundió allí, cuando incluso el italiano, que no era dado a las maldiciones, se me escapó con el jodido aumento de ritmo en el movimiento de su mano, de su lengua cerca de mi oído y su maldita exigencia en ese tono de voz.

    Otro puto gemido me surgió de la garganta mientras el cuerpo me seguía actuando en automático y deslizaba las manos, antes ancladas a su espalda baja, hasta sus muslos.

    —Joder, sí —solté entonces, incapaz ya de poner demasiada resistencia. Pegué mi rostro al suyo, el cabello húmedo, y solté el resto de mierdas en su oído. Seguía con el tono de hastío colado en alguna parte, pero con todo seguía sonando más a exigencia que otra cosa—. Quiero más.

    Y más.

    Y más.

    Y más.

    Cabeza gacha.

    Orejas aplastadas.

    No pude contener el impulso aún así, mi mano siguió su camino por su muslo como antes de que la levantara de la mesa, tracé un camino de pólvora, me entretuve unos segundos, a pesar de estar completamente fundido, antes de deslizar los dedos de nuevo por su intimidad.
    Otro sonido ahogado me brotó de la boca, aunque intenté opacarlo contra su piel, aún cerca de su oído.

    Aproveché su humedad, me permití sentirla como el maldito cabrón que era, antes de presionar los dedos contra su clítoris, sin demasiada fuerza, y comenzar a trazar círculos sobre él. Con la mano libre volví a tomar su cabello entre mis dedos, para luego separar el rostro de ella apenas lo suficiente antes de prácticamente empujarla contra mi boca y hundirme en ella sin delicadeza.

    Estaba al jodido límite ya. No iba a aguantar mucho más.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Mierda, sus manos seguían quemando. Sentía el cuerpo algo resentido, en especial las piernas, pero ¿cómo diablos iba a detenerme si no paraba de suspirar, si soltaba incoherencias en no sé cuántos idiomas, si me quemaba la piel con el simple tacto de sus dedos? Estaba perdiendo la jodida cabeza y podía jugar con él todo lo que quisiera, pero maldito el momento donde Altan finalmente tuviera neuronas para razonarlo.

    Era ridículamente débil por ese imbécil.

    Si me hubiera pedido que me arrodillara, estoy segura que lo habría pensado.

    Y quién sabe qué habría ocurrido.

    Se pegó a mi mejilla, las puntas de su cabello me hicieron cosquillas y pestañeé, intentando enfocar el mundo a mi alrededor. Cedió, cedió más de lo que esperaba y, como si no hubiera acabado hacía pocos minutos, la cabeza se me estaba nublando otra vez. No podía, no podía si lo oía decir esas cosas entre los suspiros, sus dedos enterrados en mi piel y la voz ronca.

    La puta madre.

    Cabrón de mierda.

    Mi respiración se había revuelto otra vez, casi sin notarlo. El aire iba y venía por mis labios, tan resecos que estuve a punto de jalarlo y volver a comerle la boca, cuando sus manos viajaron hacia mis muslos y el cuerpo me cosquilleó, malditamente encadenado a esa jodida expectativa. Sabía cómo se sentía y lo quería. Ahí iba de nuevo, el calor avasallante, las pulsaciones de placer, la falta de oxígeno, el sudor permeándome la piel. Iba a morirme, estaba segura que iba a acabar puto muerta después de todo esto.

    Jugueteó, el cabrón hijo de puta, tanteó y sobrevoló la zona sin concretar nada, justo como yo le había hecho hace un rato, y la respiración errática se convirtió en suspiros ahogados. No aguantaba más, necesitaba que me tocara.

    Y siguió.

    Dios.

    Alcanzó mi intimidad y un gemido me rasgó la garganta, con la intensidad suficiente para descargarme un rayo de energía; aceleré el ritmo de mis movimientos, presionando más, buscando volarle la puta cabeza del cuello. Mis caderas reaccionaron y me sostuve sobre los empeines para moverme sobre su mano, para intensificar las sensaciones, como la jodida suicida que sabía podía ser. Ya no tenía idea el volumen ni el color de mis gemidos, ya no me interesaba controlarlos y, de cualquier forma, acabaron ahogados en su boca. Lo besé casi con desesperación, mi mano libre se enterró en su nuca y lo jalé hacia mí.

    Estaba absolutamente ida, al punto de desear por un maldito segundo mandar todo a la mierda, apartarlo de un manotazo y montarme sobre él, enterrarme en él, y follármelo hasta derretirme.

    Una parte de mí lo ansiaba, pero otra más grande aún le temía.

    Y aparté el pensamiento de un golpe certero.

    Tenía el brazo algo entumecido por la exigencia, pero así y todo lo seguí masturbando fuerte, rápido y, Dios, qué caliente estaba. Le mordí el labio casi con maña, en una mezcla de furia e impaciencia que repentinamente me había embargado, y se lo solté para apretar los dientes y seguir suspirando, justo contra su boca.

    Acaba.

    Vamos, cabrón, acaba de una puta vez.

    Quiero oírte.


    —Oye, guapo. —No sé cómo encontré compostura para hablarle con la eterna diversión en mi voz, pero lo logré y le solté una sonrisa de las socarronas—. Más te vale avisarme un momento antes, o tendremos un problema.
     
    Última edición: 9 Noviembre 2020
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    Zireael

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    Hijo de puta tenía que ser, porque apenas la escuché gemir en reacción a mi mano se me escapó otra vez aquella risa extraña, grave y oscura, incluso a través de mi propia mente nublada, de mi respiración descontrolada y los malditos colores centelleando con una violencia abrumadora. Fue una respuesta tan automática como la suya, de apretarme más y a la vez buscar aumentar la fricción contra mi mano.

    Venga, que no iba a ser yo quien se lo negara.

    Joder, no era ni medio normal lo que me ponía escucharla.

    Me volvía absolutamente loco.


    Y otra vez el puto pensamiento, que había comenzado a parecer intrusivo, de decirle que se arrodillara de una puta vez o, peor todavía, de levantarme, arrastrarla conmigo de regreso a la maldita mesa y follármela. En ese cuartucho de mierda, en el del pasillo, en donde fuese, ya no importaba dónde.

    Me cago en la puta.

    Pero bueno, ¿cómo no pensarlo si la cabrona de mierda estaba allí, buscando hacerme estallar? Gimiendo sin control alguno, suspirándome encima, y a mí no me quedaba más que intentar ahogar los suspiros contra ella y aún así, no sé de dónde, lograba mantener la atención esencial en no dejar de estimularla con mi mano.

    Bueno, si es que entre todo encontraba placer en sentirla.

    Y siempre había sido un puto acaparador, ¿no?

    Mocoso egoísta.

    Medio enfoqué el mundo, que no era más que un parche empañado ya, cuando me habló de nuevo y, de no ser porque bueno teníamos una maldita luz roja encima y toda la demás mierda, habría jurado que una oleada de sangre se las arregló para abandonarme los putos huevos y teñirme el rostro. Arrugué el ceño un poco, antes de que otro maldito suspiro me escapara de los pulmones.

    —¿Con qué clase de estúpido piensas que estás hablando?

    Hubiera seguido reclamando incluso en ese puto estado, no sabía ya ni con qué objetivo, pero lo cierto es que estaba al maldito borde la muerte. Con cada movimiento de su mano, con la fuerza y rapidez que yo, de imbécil y necesitado, le había pedido, sentía al océano de gasolina amenazando con arrastrarme, cada vez más y más y más cerca.

    Mierda.

    Las palabras se me escaparon de la boca mientras por puro reflejo apretaba un poco más mis dedos contra su clítoris, fue un milagro o una bendición de Satanás, qué sé yo, que lograra soltárselo en japonés en lugar de inglés porque sentí cuando los dos idiomas se me cruzaron en la cabeza, junto a los otros dos, todavía más incomprensibles.

    —Joder, ya. —La voz me salió absolutamente ahogada, del fondo de la garganta.

    Y el océano me arrasó junto a sus llamas, me envió el calor hasta el puto final del cerebro, nublándome la vista y la luz roja me recordó más que nunca a un desagraciado incendio forestal, sin control alguno. El desastre de colores pasó a ser solo rojo, rojo primario, brillante y saturado al punto de que resultaba insoportable mirarlo demasiado tiempo.
    Alcancé a encajarle los dientes en el hombro, sin demasiada fuerza, para ahogar el gemido ronco, con cierto tono de queja que no habían tenido antes, contra su piel. Le rodeé la cintura con el brazo libre y al final, de alguna manera, terminé más o menos enredado a ella como una maldita constrictora.

    Y los malditos pensamientos posesivos me rasgaron la cabeza, que parecía haberse reactivado de un chispazo ahora que la presión había desaparecido por fin, a pesar de que respiraba con esfuerzo.


    La marca.

    Que no la vieran expuesta.

    Privilegio.

    Ya, estúpido, para.

    Dios, me dolían los pulmones, que de por sí habían recibido no sé cuántos cigarros el fin de semana.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Cada vez que el cabrón encontraba voluntad o aire para reír en medio de ese absoluto incendio, no hacía más que confirmarme su exacta procedencia del infierno, su cuerpo hecho de fuego o, no lo sé, que realmente fuera Hades en carne y hueso. Se lo había soltado a broma, como una estupidez de las que se me ocurrían sin reflexionar demasiado, pero cada vez tomaba más y más forma en mi mente.

    Podía ser un niño roto y el jodido rey del Averno.

    Pedazo de baile en el que me había metido.

    ¿Y yo? En verdad no estaba demasiado lejos. Cuando reaccionó de aquella forma a mi advertencia, ya no sé si por reflejarlo o por voluntad propia, una risa similar se coló entre mi respiración frenética. Pero si podía ser de lo más lindo, daban ganas de comérselo y todo.

    Bueno, como si no lo hubiera hecho hasta drenarle la puta vida o algo.

    No respondí, sólo le mostré mis dientes en una sonrisa amplia y seguí empujándolo al maldito abismo de la locura, mientras él no se quedaba atrás y bueno, en verdad éramos dos imbéciles intentando robárselo todo. Hasta la última gota de oxígeno, de raciocinio, de frío. ¿No lo había pensado ya en la enfermería? Que estar junto a Altan, junto a su cuerpo era por demás cálido, ya en niveles ridículos.

    De esas mierdas peligrosamente adictivas.

    Seguí y seguí, su mano contra mi intimidad era una especie de propulsor de energía que me daba las fuerzas necesarias para no detenerme ni un maldito segundo. El aire dolía, el cuerpo dolía, pero las cosas que usualmente dolían no lo hacían y eso, esa maldita mierda era lo preocupante.

    Me había apagado, sí, pero también me había inyectado un jodido antídoto en las venas.

    Uno al que, sabía desde ya, querría volver. Y volver. Y volver.

    Joder, ya.

    Su advertencia me activó las pocas neuronas que me quedaban en funcionamiento y desenredé la mano libre de su cabello para alcanzar el pañuelo, lo abollé un poco a la carrera y lo presioné sobre la punta de su miembro. Y esperé uno, dos, tres segundos, hasta que se derramó.

    El mundo se congeló a medio giro, allí, en nuestro pequeño infierno personal.

    Quedaban, cuanto menos, nuestros malditos intentos por conseguir oxígeno. Tragué saliva, tenía la garganta rasposa, y cerré los ojos con la cabeza ligeramente alzada. Me había clavado los dientes en el hombro, no con mucha fuerza, pero la tela de la camisa se había corrido y lo sentí con tanta claridad sobre mi piel, la suficiente para lanzarme el último chispazo de fuego.

    Las cenizas nos rodearon sin demora, pero no se sentía frío, ni vacío, ni desolado.

    Se enredó en torno a mi cintura y todo mi cuerpo se relajó a la par del suyo. Mantuve una mano presionando el pañuelo para evitar cualquier posible desastre y la otra viajó directamente a su cabello, a sus plumas negras. Y lo acaricié, con una suavidad y delicadeza prácticamente olvidadas; lo acaricié y me estreché cerca suyo, soltando el último suspiro de absoluto cansancio. Cerré los ojos.

    ¿Qué mierda acabábamos de hacer?

    ¿Debería preocuparme?

    ¿Me preocupaba?

    No realmente.

    Permanecí sobre su regazo, acariciándole el cabello, hasta que, bueno, consideré que no me iría al suelo si intentaba incorporarme o algo. Además no podíamos quedarnos ahí eternamente, ¿verdad? No tenía idea pero al receso, suponía, no le quedaba mucho tiempo. Yo tenía que escabullirme en la enfermería antes de la campana y Altan, bueno. No lo sabía. Volvería a clases, como cualquiera.

    O podría acompañarme.

    Insaciable de mierda, ¿es que no te cansas de consumir a las personas?

    Me separé de él con una delicadeza casi ridícula, como si fuera a romperse o algo, y mi mano en su cabello le dedicó una caricia breve en la mejilla al buscar sus ojos y sonreírle, antes de finalmente incorporarme. Me estiré un poco, entumecida como estaba, y eché un vistazo alrededor.

    —Ah, cierto —murmuré, quitándome la camisa—. Toda tuya.

    Se la dejé al alcance y, bueno, ¿iba a tener pudor? Acababa de comerme básicamente entera. Giré sobre mis talones y me conduje por el cuarto hasta dar con mi uniforme desperdigado aquí y allá. Por alguna razón recordé mi tatuaje, ese que llevaba en la parte baja de la espalda y la abarcaba prácticamente de lado a lado; una mierda grande, bastante costosa.

    El corazón de anémonas negras, enroscadas entre una boomslang roja con los malditos colmillos destellando.

    Una vez me había puesto a leer sobre esas flores por puro aburrimiento y las coincidencias me aflojaron el cuerpo de una risa vacía, sin gracia. Esas malditas mierdas, que significaban "hija del viento", representaban el amor intenso, pero frágil y momentáneo, luego de que el capricho de un Dios por una jodida ninfa acabara arruinándola.

    Era originaria de Japón y su planta no servía para una mierda. Era amarga y venenosa.

    Qué puta gracia.

    El aire se sintió frío contra mi piel y fue curioso, ya que me había dado a la idea de que toda la maldita habitación estaría en llamas. Pero éramos solo nosotros.

    Me agaché y recogí el sostén, enganchándolo a mi espalda, luego usé un pañuelito nuevo para limpiarme un poco antes de subirme las bragas por debajo de la falda. Eh, estaba un poco asquerosa en general, pero qué iba a hacerle. Tampoco era como si me arrepintiera o algo.

    Había un silencio absoluto, pero realmente no me incomodaba. Se sentía natural. Me puse la camisa y me acomodé un poco el cabello tras los hombros, mientras intentaba desenredarlo se me ocurrió una estupidez. Solté una risa floja, relajada, y apoyé las caderas contra la mesa para ver a Altan de soslayo.

    —Eh, guapo, ¿ahora sí me pasas tu número? —En serio, habíamos prácticamente follado y ni siquiera lo había agendado aún—. Ah, ¿cómo era que te llamabas~?
     
    Última edición: 9 Noviembre 2020
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  20.  
    Zireael

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    My heart beats like yours does, hers does.
    My heart keeps good time.
    And every day I mind the gap between you and me.
    Here comes someone else to share the air we breathe.
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    Fue un mero reflejo, no pude evitarlo a pesar de haber sido yo el que se había enredado a su cuerpo, buscando soporte para, al menos, poder volver a enfocar el mundo, pero cuando sentí su mano en mi cabello la respiración desastrosa se me detuvo un segundo y busqué ocultar el rostro en el hueco entre el hombro y su cuello.
    La había mordido, ¿cierto? Dios. Como si no me hubiese bastado marcarle el puto cuello.

    Tragué grueso, sintiendo la boca todavía más pastosa que al inicio del desastre e inhalé aire con fuerza, buscando llenarme los pulmones vacíos. Me acarició, allí sin levantarse de mi regazo, y de repente sentí toda la oleada de cansancio y sueño que no había sentido en todo el puto fin de semana, y con eso unos deseos terribles de echarme a dormir, así fuera en el puto suelo del pasillo, o directamente con ella.

    ¿Qué mierda?

    En cualquier caso el mundo empezó a recuperar su color normal que era, bueno, ninguno... Gris, negro, blanco, pero realmente no me importaba. Nada me importaba demasiado llegados en ese punto, no después los colores, del maldito rojo primario cubriéndolo todo.
    Lo que sí eché en falta fue el calor de su cuerpo en cuanto se levantó, aún con la caricia y la sonrisa que me dedicó. Tomé la camisa pero luego de levantarme, también cuando sentí que ya no me iba a ir de cara al suelo, la dejé en el respaldar de la silla para buscar ponerme los jodidos pantalones de regreso, y mientras estaba en eso y tratando de ubicar dónde mierda había ido a caer el cinturón fue que lo vi.

    El tatuaje.

    Con los mismos colores del puto cuartucho. El archivo pareció accionarse de golpe, sin permiso de nadie, ahora que no tenía la sangre en las pelotas y a pesar de que todavía estaba pensando considerablemente más lento que de costumbre, atajé el nombre de las flores y, con algo más de dificultad, el de la serpiente.

    Anémonas negras. Algo tenían que ver con el amor, algo de otra jodida como Perséfone que transformaba ninfas en plantas como respuesta a las cagadas de un tercero.

    Boomslang. Veneno hemotóxico, podía matar por causar hemorragias tanto externas como internas, con todo es de acción lenta y por eso... La gente de estúpida, creyendo que la serpiente había fallado, se moría sin anti-suero.

    Se me había reactivado el archivo, sí, pero en general seguía con el control de impulsos, de por sí medio en la mierda normalmente, bastante echado a perder. Me acerqué a ella de nuevo, que ya se había apoyado contra la mesa, y le rodeé el cuerpo con los brazos. Se me escapó un suspiro de alivio al sentir su calidez y cerré los ojos, para luego buscar ocultar el rostro de nuevo entre el hueco de su hombro y su cuello.
    Subí apenas su blusa, para poder pasar los dedos por encima del tatuaje y archivé, porque ahora que lo había visto podía hacerlo, había diferencias en la piel, no tanto en su textura sino quizás en sus elevaciones, que correspondían con las líneas más fuertes de tinta. Contornos y negros. Podía saber dónde comenzaba y dónde terminaba sin tener que verlo, su ancho y su largo.

    Había pasado un poco de su gracia, pero pareció llegarme al cerebro segundos más tarde.

    —Se me olvidó tu nombre también, linda. Una lástima —murmuré sin separarme de ella, todavía la voz me sonaba un poco en la mierda, pero bueno qué le iba a hacer. Como fuese, la solté despacio y me enderecé, aunque apoyé los brazos en la mesa tras ella y me quedé allí unos segundos, manteniéndola entre mi cuerpo y la mesa. Ladeé la cabeza ligeramente—. Bueno, venga, que para comerme la boca no necesitaste ni mi número. Pero no seré yo quien te lo niegue~

    Solté una risa floja antes de inclinarme hacia Anna, dejarle un beso casi delicado sobre los labios y separarme entonces.
    Regresé sobre mis pasos para ponerme la camisa por fin, apenas empezar abotoné mal así que tuve que repetir antes de que el cerebro que me recordara, no sé, ¿cómo funcionaban los botones? Con la respiración pesada levanté el cinturón y la corbata del suelo, para volver a colocarme ambas cosas.

    Bueno, sabía anudar corbatas como el puto niño refinado que era, que tuviera la decencia de usarlas como se debía era otra cosa, así que con todo y el maldito nudo pulcro, lo dejaba flojo porque me salía de los cojones, mismo motivo por el que no me abrochaba los botones de la camisa hasta dónde se supone que debía hacerlo, qué sé yo, la gente que usa uniforme.

    Eché la espalda sobre la puerta entonces, para pasarme la mano por el cabello, tratando de que recuperar tan siquiera su estado desordenado natural, en lugar del que gritaba que, como mínimo, había estado a punto de follar en media escuela.

    Esa norma rota era nueva, por cierto.

    Qué gracia.

    Suzumiya haciendo cara de culo por un móvil encendido.


    Poco sabía yo que la jodida acababa de follarse al cerdo de Gotho en la maldita enfermería.

    Hundí las manos en los bolsillos, como si nada, antes de volver a posar la vista en Anna y volví a pensarlo, que no me arrepentía ni un jodido segundo de todo ese infierno liberado sobre la tierra, pero también, que de alguna forma extraña había logrado centrarme de nuevo.

    Porque bueno, ¿qué cojones importaba haberle metido la lengua en la boca a la puta gringa con lo que acabábamos de hacer nosotros dos allí?

    —¿Siguiente plan? El receso debe estar por acabarse. —A mitad de la oración se me había atravesado un bostezo y al terminar de hablar me enjuagué los ojos con algo de fuerza.

    Qué jodido sueño.
     
    • Fangirl Fangirl x 3

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