Club de fotografía

Tema en 'Tercera planta' iniciado por Yugen, 17 Abril 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

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    Su respuesta estuvo muy a la altura de mi tontería, debía reconocérselo. Escuché a mi espalda lo de los "encantos ocultos", me revolqué en la estupidez y le lancé un vistazo de soslayo en lo que salía al club, sin perder la sonrisa. No respondí nada, no creí que hiciera falta, sólo almacené el detalle a buen recaudo y desvié el tema de conversación hacia su almuerzo. Trabajo de hormiga, ¿no?

    Se sentó a mi lado, apoyé las manos en la mesa, tras mi espalda, y me sostuve allí. Seguí los movimientos de su mano, esperando a que revelara el contenido del bento, y dijo que no sé qué de que debía alimentarme por haberme hecho hablar tanto. Solté una risa nasal y me balanceé ligeramente de lado a lado, perdiendo la sonrisa, mientras ella me preguntaba por el club.

    —Ah... ahora que lo dices... —murmuré, se convirtió en un balbuceo y bastante de repente me dejé caer hacia atrás.

    El teatro me duró menos de lo que había planeado, pues olvidé que había cosas sobre la mesa y me clavé un bolígrafo en la espalda. Al quejido le siguió una risa y me quedé tieso, mirando el techo, como si el accidente me hubiera quebrado la columna o algo.

    Oh God, I can't move —proclamé, de lo más trágico.

    Me daba un poco de vergüenza que la tontería me hubiera salido mal, así que obviamente lo iba a disfrazar estirándola.
     
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    No me sorprendió tanto el teatro resultante como el quejido que soltó apenas su espalda encontró la mesa y recordé un poco de la nada que había cosas encima, así que debía haberse encajado algo. Contuve la risa con cierta dificultad, porque aunque se había reído se quedó ahí como si se le hubiese partido la espalda y ese fuese su triste fin.

    Oh, dear. —Me lamenté en voz baja y me incliné ligeramente hacia él—. Should I draw a chalk outline? Aunque me falta la tiza para empezar.

    Fingí pensármelo con total seriedad, pero acabé volviendo a mi espacio no mucho después como si el pobre no estuviera ahí tieso y pinché un trocito de pollo con el tenedor. Me aseguré de que no fuese a caerse, para evitar más vergüenzas en dos minutos, y me estiré para acercarle el tenedor con la comida. Hombre, que lo del soborno no era mentira del todo.

    —¿Tal vez sea un almuerzo mágico repara-espaldas? Dije que te podría cambiar la vida, aunque nunca dije cómo —sugerí, divertida, y retrocedí un poco la mano—. Eso o tendré que comer sola.
     
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    Gigi Blanche

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    Luego de mi estrepitoso fracaso me quedé quieto y sólo deslicé la mirada a Ilana cuando noté que se inclinaba hacia mí, como si fuese literalmente lo único que podía mover. Mantuve mi expresión neutral, disimulando la diversión.

    —¿A qué esperas? Es tu momento ideal para robarme todo —me victimicé—. Seguro, seguro, seguro lo planeaste desde el principio.

    Por fuera de eso, la verdad era que prolongué la estupidez sin un objetivo concreto. Si no ocurría nada tendría que suspender el show y erguirme, suponía, pero por si acaso aguardé a la resolución de sus movimientos. Volvió a darme la espalda, se abocó al bento y tuve que tragarme la sonrisa de cabrón, porque me olí la mierda a kilómetros y ¿qué podía decir? Uno debía disfrutar los pequeños placeres de la vida.

    La miré desde mi posición, primero el tenedor y luego sus ojos, y la tontería que dijo me estiró, por fin, una sonrisa en los labios. Fue lenta, me delató apenas, sólo apenas, y su amague por retroceder me aflojó una risa nasal.

    —Tal vez lo sea —concedí, en voz baja, y me quedé esperando a que me diera de comer sin más—. Mejor lo descubrimos, ¿no?

    Igual nunca había tenido vergüenza.
     
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    Que soltara que podía robarme todo me hizo repasar el espacio con la vista, conteniendo la risa que me estaba provocando todo el asunto. La verdad es que me faltaban manos para llevarme las cosas, pero tenía su gracia que hubiéramos vuelto a inicio de toda la tontería. ¿Iba a robarme algo en realidad? Qué va, no tenía esas costumbres. Robaba tiempo, eso sí, pero era otro tema.

    —Me descubriste —confesé sin demasiado problema—. Lo siento~

    Mi decisión final, por llamarla de alguna manera, rozaba lo predecible y me dio bastante igual. Puede que algunas de las tonterías que me pasaban en los últimos días provinieran de los permisos que no se me otorgaban, otras de las que sí y ser algo más consciente de ello fue entre gracioso y patético. Igual no tenía mucho caso pensar en eso, de hecho no lo medité más de algunos segundos y seguí con las neuronas en mi idea tonta de turno.

    La sugerencia, oferta, la cosa que fuera lo hizo sonreír, luego una risa se le escapó por la nariz y terminó soltando con todo el descaro que mejor lo descubríamos. La diversión me alcanzó las facciones, reí por lo bajo y le alcancé le bocado que había preparado tan cuidadosamente.

    —Siempre es bueno probar, sobre todo cuando potencialmente podríamos sanar lesiones —resolví con simpleza y me quedé esperando el veredicto antes de hacer nada más.

    Se me había gastado la vergüenza del día, se notaba.
     
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    —Puede que yo te perdone, pero Rabby oye todo y es muy vengativo —respondí, luego de que ella admitiera sus malévolas intenciones—. Muy tímido y muy vengativo, así que ten cuidado.

    Al final cedió, acercó el tenedor a mi boca y lo recibí levantando apenas la cabeza. Estaba rico, pero en este preciso instante había otras prioridades y lo mastiqué más de la cuenta, alargando el suspenso. Cuando finalmente lo tragué primero moví un pie, luego estiré una pierna, la dejé caer, y probé los dedos de mis manos. Despegué un brazo, luego el otro, me hinqué sobre los codos y me erguí con fingido esfuerzo hasta regresar a su lado. Me sobé la espalda como parte del teatro y eché un vistazo detrás, confirmando que ahí estaba el marcador asesino.

    —Olvida la guía de supervivencia escolar, esto tenemos que patentar —bromeé, retomando la estupidez de cuando nos conocimos, y señalé su almuerzo con insistencia—. Nos haríamos millonarios, sólo imagina. Si Moisés abrió las aguas y le escribieron un libro, nos merecemos mínimo una miniserie.
     
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    La mención a Rabby, a su personalidad vengativa, me hizo buscar al conejo con la mirada un segundo que resultó en un staring contest breve con el bicho. Resultaba que no solo era mascota y electrodoméstico, también era guardaespaldas.

    —Y yo que pensaba llevarme a Rabby a casa también —dije por la pura gracia y luego me hice la ofendida—. Mejor te lo dejo o podría arrollarme cualquier buen día y todo este plan habría sido por nada. ¿De cuántos se habrá vengado Rabby? No quiero ser una estadística.

    De la manera que fuese, aceptó la comida y la estupidez me estiró la sonrisa sin permiso. Regresé el brazo a mi espacio, me quedé esperando y mientras tanto balanceé ligeramente las piernas. Fue hasta que noté el primer movimiento que le presté más atención, que el pie, la pierna luego y así hasta que con un esfuerzo titánico se irguió por fin, volviendo a mi lado.

    Solté el aire por la nariz, entretenida con la tontería, y lo de patentarlo me regresó a la primera vez que hablamos sacándome una risa. Encima estábamos poniendo el almuerzo a nivel Moisés partiendo el mar, bueno, no tanto, pero sí a nivel posible producción audiovisual.

    —Que cuente la historia de cómo curamos tu espalda con un trocito de pollo milagroso. Promocionamos comida que repara lesiones de diversa gravedad, dejamos a los médicos sin mercado laboral —comenté para seguir en el mismo tren de ideas sin sentido, aunque me incliné un poco hacia atrás y vi el objeto homicida. Estiré la mano, confianzuda que dio gusto, y le acaricié la espalda—. La próxima revisa que no haya cosas.

    Le devolví su espacio como si nada, regresé la atención a la comida y acomodé un bocado con un poco de todo, lo que no hice antes para evitar desastres. Se lo alcancé de nuevo, sin pensar mucho, y volví a sonreír aunque la diversión se me debía notar desde el espacio.

    —O pensaré cosas raras, como que todo fue para que te diera de comer.

    Rabby en su esquina: que te perdone dios porque yo no puedo
     
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    Cuando dijo que había pensado llevarse a Rabby también la miré desde mi posición como si estuviese absolutamente loca, como si hubiese confesado que planeaba derribar la Torre Eiffel o plantar una bomba en el metro.

    Oh, that for sure. Rabby es el fundador del club y se toma su título muy en serio. He loves living here, don't you, Rabby?

    Había girado el cuello lo más posible hacia donde estaba el conejo, atrás a la derecha, y obviamente no recibí respuesta. Luego el pollo milagroso hizo su trabajo y regresé junto a Ilana como un hombre nuevo. La estupidez que dije la hizo reír, de por sí la notaba entretenida en general, y me di por satisfecho. La miré mientras me respondía, me mantuve en su rostro en cuanto ubicó el arma homicida y recibí la caricia en la espalda sin inmutarme visiblemente, aunque sí me hizo algo de gracia.

    Well, well.

    Those hands, love.

    —Podrás cuestionar mis métodos, pero jamás los resultados —me defendí, con una sonrisa floja y despreocupada.

    Volvió a recoger comida del bento y honestamente pensé que era para ella. Ver el tenedor suspendido en mi dirección me ensanchó la sonrisa y busqué sus ojos, entonces soltó lo último. Mi gesto se amplió aún más, me descubrió la dentadura y me incliné sin prisa, priorizando aceptar la comida que tan diligentemente me estaba ofreciendo. La saboreé y no retiré mi pierna, que en el movimiento había encontrado la suya a la altura de nuestras rodillas.

    —No soy tan brillante —resolví luego de tragar—. Pero, otra vez, ¿puedes cuestionar los resultados?

    Supuse que mantendríamos esa dinámica, así que decidí retomar la pregunta que había acabado superpuesta con mi trágico accidente.

    Club related... —comencé, soltando el aire de golpe—, there's nothing much, really. Mis senpai se graduaron y el chico de mi edad se fue a la mierda, así que quedé solo yo. Convencí a algunas amigas de poner su nombre para evitar que lo cerraran y ahora sólo soy yo. —Me erguí de repente—. Yo y Rabby, claro.

    Lo agregué a las prisas, como si el conejo fuera a matarme dormido por omitirlo, y esbocé una sonrisa tranquila.

    —No me molesta, la verdad. Un poco sin querer conseguí un espacio que me pertenece, o al menos así lo siento, y lo disfruto bastante. —La miré—. ¿Te interesa algún club?
     
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    La forma en que me miró cuando confesé querer llevarme a Rabby fue de película, cualquiera diría que planeaba atentar contra un monumento de la humanidad o cualquier cosa del rollo. También había que admitir que todo el cuadro era raro en sí, hablábamos del conejo y con el conejo como si de verdad fuese una cosa vida, pero no solo eso, que era una cosa viva vengativa.

    —Mejor dejamos a Rabby donde pertenece —convine porque tampoco quería a la aspiradora endemoniada persiguiéndome por la casa, mejor que solo persiguiera a Joey.

    Sonreí ante el comentario de que uno podría juzgar sus métodos, pero no sus resultados y asentí ligeramente con la cabeza, cediéndole la razón mientras seguía subida en el tren de absoluta estupidez al que me había trepado apenas poner un pie aquí. Volver a ver el tenedor suspendido hacia él le ensanchó la sonrisa, luego solté la otra tontería y bastó para que la sonrisa le descubriera los dientes.

    Solté una risa floja por la nariz, noté el contacto de su pierna a la altura de la rodilla y lo dejé estar, escuchándolo decir que no era tan brillante. Negué con la cabeza, como diciendo que no tenía remedio, y el siguiente bocado que preparé ahora sí fue para mí que tampoco estaba aquí haciendo caridades. Una tenía que comer.

    —No puedo, no —contesté a lo de los resultados cuando terminé de masticar.

    Entre todo el drama de su espalda ya hasta había olvidado que le había preguntado algo, pero él retomó la conversación y las neuronas me reconectaron con rapidez así que le presté atención. Entre una cosa y la otra era solo él en el club, bueno, él y Rabby que no podíamos olvidarlo si no queríamos sufrir una terrible venganza. Miré el espacio por incontable vez mientras comía un poco más y sin darme cuenta en realidad sonreí con tranquilidad también.

    —De nuevo, no podemos juzgar tus resultados. Al final es bueno que tengas un espacio para hacer lo que te gusta y si puedes sacárselo a una escuela de estas, mucho mejor —resolví con sinceridad—. ¡Y como dices, tienes a Rabby! Win-win.

    No respondí a su pregunta de inmediato, le di algo de cabeza al asunto y en el tiempo intermedio le di un golpecito con el codo antes de señalarle el bento, ofreciéndole más comida si quería. Seguí pensando, al final ladeé un poco la cabeza y suspiré.

    —Por la mañana conocí a uno de los chicos del club de música, así que me picó un poco la curiosidad, más quiero decir, aunque todo lo que puedo ofrecerle a la comunidad es folk y acordes sueltos de guitarra. —Volví a balancear las piernas sin darme cuenta—. Luego está el observatorio, que alguien tiene que usar el armatoste de telescopio ese, club de astronomía pues. Luego estás tú con Rabby, pero debe saber más de fotografía un niño con un smartphone que yo. Así que eso, como que me llaman la atención varias cosas y acabo sin elegir nada.
     
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    Gigi Blanche

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    La forma en que se refirió a la escuela me hizo su gracia. Era la clase de conceptualización que uno esperaría de quien cae aquí buscando asegurarse un mejor futuro, pero que es consciente y se extrae a sí mismo del grueso de estudiantes con sus papis ricos, sus mansiones en Chiyoda y el vuelto de billetera con que costeaban la matrícula. Hasta ahora no me había preguntado si esta tía era una nena de papá, no me había interesado y en sí no lo demostraba de forma evidente. Ahora que lo pensaba, no creía que demostrara nada en particular. Parecía y se comportaba como una chica... bueno, ordinaria.

    Al menos, si realmente estaba forrada parecía bastante sencilla y con los pies pegados a la tierra. Su agregado de Rabby me robó una risa floja y me encogí de hombros. El conejo me daba bastante igual, la verdad, si no sintiera un compromiso moral con mis antiguos senpai ya lo habría arrojado a la basura. El cabrón ya me había asustado, interrumpido y arruinado polvos más veces de las que podía contar.

    Tras sentir su codazo, acepté el tenedor y le robé algo más de comida mientras ella pensaba. Mencionó el club de música, el de astronomía y finalmente este nuestro flamante recinto. La opción evidente era la primera a juzgar por lo que me había dicho antes, pero a veces uno aprovechaba estos colegios pijos para experimentar con otras cosas. Era la base fundamental de tener mucho dinero y gastarlo en mierdas random.

    Le regresé el tenedor, me bajé de la mesa con calma y consumí el breve espacio que había desde nuestra posición hasta el tablón vacío. Recogí la pila de fotografías, volví frente a ella y, con movimientos más bien delicados, le quité el almuerzo de las manos para depositarlo en la mesa.

    —No puedo hablar por los otros clubes, pero ya que estás aquí puedes ponerte en mis manos, ¿no? —La formulación de la frase me estiró la sonrisa y le extendí las fotos—. Arma el tablero. Puedes usar la cantidad de fotos que quieras, no tienen que ser todas. Considéralo un... test vocacional.


    si tienes ganas de hacerlo visualmente, encontré esta plantilla que puedes usar. But its just an idea que se me ocurrió, puedes narrarlo y ya ta también

    vuelvo a dejar las fotos para más fácil acceso (?
     
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    Zireael

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    Venía del segmento de Northwood un poco más acomodado, eso lo sabía. Papá tenía su buen puesto en la policía de Altoona, mamá había estudiado fuera del pueblo y había trabajado fuera por muchos años, hasta que empezó a concursar por el doctorado y esas cosas, pero me había criado en la misma escuela que todo el pueblo en esos años. Era y no era parte de estas escuelas pijas, con sus clubes, su presupuesto infinito y los niños que parecían cagar billetes. Mis padres habían luchado por algo mejor y más amplio, mientras tanto yo seguía pegada al olor a hojas pisadas, a tierra y al agua del arroyo. A las canciones y las personas.

    Entre los ricachones era corriente, entre los más desafortunados era una privilegiada. En esa suerte de espacio intermedio había vivido siempre, como muchos diablos, pero la sensación de no pertenecer a ningún sitio y de no poseer nada solo la había conocido aquí entre el concreto de Japón. De ahí que anduviera por la vida juntándome con amargados, salvándole el trasero a niños con cara de borrego a medio morir y metiéndome en clubes sin una pizca de sentido de la supervivencia.

    ¿Tenía los pies en la tierra o volaba demasiado cerca del sol?

    No importaba lo suficiente en realidad. Joey aceptó el tenedor, comió algo más mientras yo usaba mis neuronas y luego me regresó el cubierto, que recibí sin problema. Lo vi bajar de la mesa, dirigirse de nuevo al tablón y volvió con la pila de fotos. Me quitó el almuerzo de las manos, lo dejó en la mesa y sin realmente ser muy consciente de ello repasé sus facciones con la vista en lo que hacía eso.

    La formulación de la frase me hizo soltar una risa floja por la nariz casi al mismo tiempo que su sonrisa se estiraba y recibí las fotos, tratándolas con el mismo cuidado de antes. Las fui pasando, entendiendo por dónde iban los tiros, y crucé una pierna sobre la otra.

    —No venía mentalmente lista para semejante tarea —argumenté mientras seguía pasando las fotos y fui dejando a mi derecha las que más me habían gustado antes—. ¿Serás bueno conmigo? Digo, en vista de que ahora eres mi consejero vocacional.

    Dejé la tontería suspendida en el aire, seguí apilando fotos a mi derecha y al final dejé las otras, las que no planeaba usar, a mi izquierda. Con el proceso de selección terminado me deslicé fuera de la mesa, caminé al tablón y empecé a acomodarlas con calma, las cambié de lugar varias veces, aunque en apariencia no seguía un orden real, lo hice hasta que me sentí satisfecha con la suerte de composición. Igual alguien de artes no lo llamaría de esa forma, pero qué más daba.

    That's it, I guess —dije aunque me quedé plantada mirando el tablón con la cabeza ligeramente ladeada. Al final me había quedado la foto del fountaingrass en la mano.


    obviamente usé la plantilla porque usar canva para la uni? booooring
    usar canva para las fotos de joey? im living my best life istg
     
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    Ilana aceptó mi idea sin mayor problema. En cuanto tomó las fotos, cruzó una pierna sobre la otra y yo, al relajar los brazos, deposité apenas la yema de los dedos sobre su rodilla. No hice ninguna tontería, me quedé allí tamborileando al ritmo de la música mientras seleccionaba sus favoritas, o las que viera similares, o lo que fuera. No le pregunté nada y su tontería me hizo soltar el aire por la nariz con cierta jocosidad.

    —¿Te parezco un consejero estricto? —repliqué, sin alzar la voz.

    Aguardé en silencio hasta que noté sus intenciones de moverse y retrocedí, indicándole el tablero con un movimiento caballeresco de mi brazo. Se echó un rato acomodándolas. Relajé las caderas contra la mesa, en el sitio que antes había ocupado ella, y me crucé de brazos mientras la veía hacer. La música siguió corriendo, cambió a una nueva canción y me pareció que las voces concordaban con la que Ilana había elegido en un primer lugar, pero no estuve seguro y tampoco dije nada.

    Me quedé meciendo el torso suavemente de lado a lado, relajado, y el ritmo, aquellos instrumentos, las vibes en general siguieron evocando recuerdos lejanos. El cielo estrellado se sentía frío, los amarantos bajo la luz dorada del atardecer susurraban y las gotitas de rocío se desarmaban bajo la yema de mis dedos. Aún me asombraba el caparazón tornasolado del primer escarabajo que había tenido entre mis manos. Los peces se retorcían dentro de la cubeta y eran increíblemente resbaladizos.

    El aroma del estofado abandonaba la cocina y recorría toda la casa.

    Parpadeé, reconectando con la realidad cuando Ilana habló. La vi ladear la cabeza y deslicé la mirada al tablero, despegándome de la mesa para situarme ligeramente detrás suyo. Lo detallé con una pequeña sonrisa plantada en los labios. Creía reconocer tres secciones, tres ideas diferentes que compartían temática, primero, paleta de colores después. La columna central, en cierta forma, me parecía una conjunción de sus vecinas. Avancé hasta quedar a su lado, aún de brazos cruzados, y desarmé la posición para señalarle la primera foto, la de las flores de cerezo.

    —Es el árbol del patio norte —le conté, procediendo con las dos de abajo—, esa a la vuelta de casa, y esa es una parada de bus antigua de esta zona, cerca de los Bosques de Totoro. —Deslicé la mirada a la columna central—. Esos tulipanes se los compró mi hermano a un vendedor ambulante del tren, el pobre no tuvo corazón para negarse. Los puse en agua luego de reírme unos sólidos diez minutos y lo seguí molestando durante toda la cena sobre la novia que no tiene. —Señalé la que estaba abajo de esa y la primera de la tercera columna—. Esas son de la misma noche, hace unas semanas que hizo bastante frío. Y la del metro fue al pillar el primero de un sábado, toda esa pobre gente yéndose a trabajar y yo apenas volviendo a casa.

    Solté una risa nasal, entre divertido y resignado. Estaba completamente borracho y ni siquiera recordaba haber tomado la foto hasta que la revelé. De eso se trataba, suponía. Capturar instantes permitía embalsamar los recuerdos, plasmarlos en un pedazo de papel y luego, cuando nos apeteciera, cuando lo necesitáramos, acceder a ellos con más facilidad. El pasatiempo lo había adquirido aquí, en Japón, y era difícil. Una parte de mí deseaba con tanta, tanta fuerza volver al pasado y fotografiar todo. El cielo frío, los amarantos dorados, el rocío en el césped. El escarabajo, la caña de pescar. Temía que se evaporaran.

    El delantal de mamá.

    Lentamente lo hacían.

    —Me gusta —afirmé, en un murmullo, y la miré; al girar el rostro noté de soslayo que aún sostenía una fotografía—. ¿Qué nombre le pondrías al tablero?
     
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    Noté su tacto en la rodilla, tamborileó al ritmo de la música y lo dejé estar sin conferirle una gota de pensamiento porque no me pareció que hiciera falta. Solté la estupidez siguiente y su réplica estuvo por hacerme reír aunque seguía con la atención puesta en las fotos. Si debía ser sincera no parecía un consejero para empezar, pero había que mantener el papel, ¿no?

    —Ni un poco —concluí en voz baja, sin desatender mi misión.

    Me dejó espacio cuando notó que me moví, señaló el tablero y el tinte del gesto me hizo sonreír, ni modo. Noté que la canción cambió, pesqué algo de la letra y creí recordarla en voz de una de una chica y un chico, ya no en el bosque sino en medio de la calle, cuando era incluso más pequeña. Sonaba familiar de una forma distante, como un recuerdo que no acabas de alcanzar, una palabra que se te queda en la punta de la lengua o un sabor que no recuerdas a qué comida pertenecía.

    No me di cuenta, pero empecé a seguir la canción en un murmuro mientras acomodaba las fotos y seguía revolviendo memorias. Papá en la sala, a las once y pico de la noche, bebiendo una cerveza con mamá y carcajeándose de algo que le había pasado esa tarde o hablando en susurros, contándole de un día difícil. Recordé a mamá haciendo mermelada de moras, la que poníamos sobre tostadas con mantequilla. También recordé la primera vez que me metí al bosque con los demás, apenas a la periferia, y luego como nos fuimos envalentonando con ayuda de los mayores hasta que vi la primera fogata y escuché la primera canción en la noche.

    Aquí no existían esas cosas.

    No en su totalidad.

    Seguí la mano de Joey cuando, luego de haberse acercado, señaló la primera foto. Me contó que era del cerezo del patio, luego de las siguientes y no fui consciente de que sonreía al escucharlo. Que los tulipanes, su hermano y la novia inexistente, que la noche fría y el primer metro del sábado. Era una obviedad absoluta, pero detrás de las fotos había recuerdos e historias, habías unos ojos que habían notado algo antes de pensar en capturar la imagen. Cualquiera podía tomar una foto, pero no a todos nos atravesaba en realidad.

    La fotografía inmortalizaba, pero entonces, ¿qué pasaba con aquello que no se capturaba?

    Estiré la mano libre, repasé algunas de las fotografías y su pregunta me alcanzó. En las que elegí habían corrido varias líneas de pensamiento a la vez, como me solía pasar con frecuencia, así que vi la luz, los colores, los elementos; vi la separación y la unión. Lo que las emparentaba y las diferenciaba.

    —Guardan memorias, las fotos quiero decir. Son instantes congelados en el tiempo a los que puedes regresar, revivir un momento y luego continuar —reflexioné sin contestar realmente la pregunta aún—. Y cuando otros las ven conectan con ese recuerdo de formas diferentes, con el cerezo, la parada de bus, los tulipanes que tu hermano no pudo rechazar, la noche fría y la vuelta a casa cuando el resto del mundo salía. No accedemos a la memoria como tal, pero podemos ver una fracción de ella, y así conocemos los ojos de quien la inmortalizó. Existes en las fotografías que tomas.

    Regresé la mano a mi espacio, solté una risa por la nariz y estiré hacia él la foto que me había dejado en la mano, en esencia porque no supe bien dónde ajustarla con las otras. Había pensado en sustituir la del cerezo por esta, pero sentí que cambiaba el esquema de color imaginario que había establecido.

    —Parece algún tipo de fountaingrass, relativamente parecido a las cattails en su forma, aunque creo que el primero es ornamental incluso a pesar de que si lo miras no parece la gran cosa. Imagino que ese es el punto, que la belleza de algo no está solo en el algo, está sujeta a los ojos de un otro que la reconoce. —Tomé aire por la nariz, despacio, liberándolo de la misma forma y busqué sus ojos para sonreírle—. Como la luz dividiéndose en los prismas.

    Entre la información inservible que guardaba de tanto en tanto en la cabeza recordé algo sobre los caleidoscopios, sobre la palabra quería decir. Griega como tantas otras, se formaba de otras que literalmente creaban la idea de mirar una imagen hermosa.

    Kaleidoscope.
     
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    Gigi Blanche

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    Ilana divagó un poco antes de atender a mi pregunta, y seguí el hilo de sus pensamientos con la vista puesta en el tablero. La deslicé hacia ella al final, cuando dijo que uno existía en las fotos que tomaba, y dudé hasta qué punto eso era cierto. La noción me volvería terriblemente narcisista, ¿no? Y quizá, bueno, en parte lo fuera. No se podía tapar el sol con un dedo. Pensé en la foto de Pierce de repente y que Morgan la tenía, y tuve que apartar la mierda de un manotazo.

    Noté que me extendía la fotografía restante, la que había permanecido en su mano, y al subir a sus ojos sacudí suavemente la cabeza junto a una pequeña sonrisa.

    You can keep it if you liked it —murmuré, y me reí en voz baja—. Ni siquiera sé qué planta es, así que probablemente la valores más que yo.

    Finalmente bautizó el tablero, la idea me gustó y mi sonrisa se ensanchó. Los caleidoscopios eran muy bonitos, dudaba que hubiera habido niño en el mundo que no se sintiera atraído por ellos. Intenté encontrar ese juego de luces tan brillantes en mis fotografías, en este espacio, y al fallar me pregunté qué era lo que veía ella. Qué veían los demás en general.

    —Creo que tienes el ojo y el sentido de la estética —dije de repente, a mitad de camino recordé la broma del consejero vocacional y me imposté un tono de voz más serio—. Si sabes reconocer luces, colores y composiciones en una pila de papeles impresos, estás a un paso de reconocerlos en el mundo real. Sólo tienes que andarlo como si tus ojos fuesen una cámara y estar atenta a los detalles. —La miré, relajando el teatro—. Pero tienes pinta de que eso ya lo haces, ¿verdad?

    Retrocedí hasta volver a apoyarme en el borde de la mesa, aún de brazos cruzados.

    —A partir de ahí el resto es aprender a usar una cámara, pero eso sólo es teoría y práctica. En la segunda sesión podemos ponerte a prueba con eso.

    ¿Segunda sesión de qué? ¿De este increíble, complejo y exhaustivo test vocacional? Por supuesto.
     
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    Zireael

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    Ni siquiera me había detenido a pensar en lo narcisista que era esta noción de que uno existía en las fotos que tomaba, pero en su defecto se proyectaba a otras formas de arte. Existíamos en las pinturas, los bocetos y esculturas, existíamos en las canciones, los acordes y el baile; incluso si a través de todas esa formas de expresión conectábamos y hablábamos con los otros, lo cierto era que nacían de nuestros ojos, nuestras manos y nuestros cuerpos. Nos pertenecían y no era ningún pecado reclamarlas.

    Al menos a mí no me lo parecía, pero también era cierto que tal vez no fuese la mejor para afirmar algo como eso.

    Pretendí devolverle la foto, pero sacudió la cabeza y luego soltó que podía quedármela si me gustaba. Regresé la mano a mi espacio, miré la fotografía unos segundos y la sonrisa que me alcanzó el rostro fue bastante suave. No fui realmente consciente de ella si debía ser sincera.

    —Viejos hábitos —pensé en voz alta sobre lo de conocer la planta, pero luego continué—. Es dulce de tu parte dejármela. Gracias.

    Supuse que el título final para el tablero debía sonar a que me lo había sacado de la nada, quería decir, los juegos de formas y luces de los caleidoscopios no estaban presentes como tal en la fotos y lo sabía, pero había pescado la palabra desde otra dirección. Un poco era siempre así, de forma que no me había molestado en explicarme aunque tampoco creí que hiciera falta. Había que dejarle algo de misterio al proceso creativo, ¿no?

    Reí cuando volvió al papel de consejero, pero recuperé la compostura para ponerle toda la atención que ameritaba esta repentina sesión vocacional y fui asintiendo de tanto en tanto. Me duró hasta que apuntó que tenía pinta de que ya iba por la vida usando los ojos como si fueran una cámara, solté el aire por la nariz y la sonrisa me entrecerró un poco los ojos.

    —En el mundo hay mucho que ver después de todo, ¿no cree, señor fotógrafo?

    Giré el cuerpo para mirarlo, pues había regresado a la mesa para apoyar las caderas allí, y me eché una sorpresa de lo más impostada encima al oír lo de la segunda sesión. Igual la idea de aprender a usar una cámara sí que imponía un poco, pero eso podía dejarlo para cuando tuviera que enfrentarme a la cosa.

    —¿Pero cuántas sesiones tiene al test vocacional? —pregunté casi escandalizada—. Y sin preparación, dear good. ¿Cómo se puede esperar que uno tenga buen desempeño?
     
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    Gigi Blanche

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    Regalarle la foto no me significaba mucho, realmente, si algo en absoluto; tenía muchísimas fotografías desperdigadas en todas partes, la mayoría no podría evocarlas de pura memoria y, por eso, hablaba en serio al creer que ella la valoraría más que yo. Aún así entendía el propósito de su agradecimiento, al cual respondí meneando la cabeza lentamente. Hasta ahora no me había planteado con seriedad la noción de obsequiar las fotos que sacara, pero quizá fuera una buena idea. Una útil, al menos.

    Tras regresar a mi rol profesional, asentí con simpleza a su afirmación de que el mundo estaba lleno de cosas para ver y mientras la miraba, con plena ligereza, solté:

    —Lo que está frente a mí, por ejemplo~

    Su sorpresa fue parte del teatro, me ensanchó la sonrisa y me encogí de hombros ante su duda, haciéndome el interesante o el misterioso, quién sabe.

    —Las que necesite tener —resolví y una risa se me coló en la voz, incapaz de mantener mi papel—. ¡Ya te dije que no cuestiones mis métodos!

    El ruido del pasillo captó mi atención, y al mirar noté que ya había bastante movimiento. Me estiré, le eché un vistazo a mi móvil y comprobé que faltaba muy poco para la campana. Bueno, ni tan mal, ¿no? Las fotos estaban colgadas, había comido y bailado un rato. A mí me parecía un receso redondo. Me giré con calma y comencé a ordenar las cosas de Ilana, sin pedirle permiso ni tampoco ofrecerlo, sólo lo hice. En parte me había ayudado y de repente me apeteció hacer algo también por ella, era lo justo, ¿no?

    Miss —la llamé en voz baja, girándome hacia ella para entregarle su almuerzo, y posé una mano sobre mi pecho al inclinarme en una ligera reverencia—, ¿me permitiría escoltarla hasta su clase~?


    a esto le llamo: el cierre de schrodinger

    en caso de que no vuelva a postear, muchas gracias por haberme caído <3 lo disfruté mucho mucho
     
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    Zireael

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    Era cierto que tal vez la foto tuviera más valor para mí que para él, pero no creía que eso desacreditara el gesto de regalármela. Tal vez fuese ingenuo o necio de mi parte, pero creía que en estos gestos también había algo de las personas y cuando alguien te regalaba algo de lo que hacía, incluso si desde sus ojos ya no tenía demasiado valor por lo común que se volvía, entregaba un fragmento diminuto de sí. Eran los bosquejos de los niños a sus madres o el proyecto de clase de arte que tu amigo de obsequiaba solo para no llevárselo a casa.

    Puede que sí tuviera ojos de caleidoscopio.

    Lo que terminó por soltar en respuesta a mi comentario me estiró la sonrisa en el rostro, solté el aire por la nariz y murmuré un "Maybe" bastante quedo. Si la respuesta fue un remedo de humildad o el epítome del egocentrismo pues la verdad no importaba lo suficiente, con la sarta de tonterías que habría soltado en todo el receso.

    —¡Disculpe usted, estimado consejero! —exclamé cuando me recordó que no cuestionara sus métodos y enderecé la postura de forma un poco exagerada—. ¿Quién soy yo más que una pobre alma perdida que no sabe si tiene el conocimiento suficiente para el club?

    Mi propia tontería me hizo reír por lo bajo, aunque no tardé en distraerme con el pasillo cuando él miró hacia afuera y al notar el movimiento imaginé que el receso ya se estaba acabando. Tuve intenciones de volver a la mesa para recoger mis cosas, pero cuando quise darme cuenta Joey lo estaba haciendo por mí y como no sería yo la que se quejara de un buen servicio, lo dejé hacer.

    Seguí sus movimientos, tranquila, con la sonrisa puesta en el rostro y cuando se giró para alcanzarme las cosas el gesto se me ensanchó ligeramente mientras tomaba el almuerzo, dejando la foto encima con cuidado. Él se llevó la mano al pecho, se metió en su papel de caballero y yo solté la risa.

    —Sería un placer que me escoltara, Sir Joey —respondí tan seria como pude, que no fue demasiado.

    Tuve un mini debate mental, pero al final tomé mi propia duda y la aventé desde el tercer piso en el que estábamos, aceptando a fluir con la idea. Esperé a que se enderezara luego de la reverencia, corté la distancia y me estiré para dejarle un beso en la mejilla que no pretendió nada en lo absoluto. Fue un gesto confianzudo en exceso, sí, pero también creí imprimirle el cuidado suficiente para que valiera de agradecimiento.

    —Gracias por recibirme, contestarme todas las preguntas y por bailar conmigo —dije al devolverle su espacio—. La pasé muy bien.


    mis cierres favoritos últimamente *chef kiss*

    gracias a ti también porque igual lo disfruté un montón uwu <3 por acá termino
     
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