¿Master? La tontería me dejó pillado un momento y solté una risa nasal bastante floja en lo que ella se alejaba para lavarse las manos. Era una estupidez al cuadrado y obviamente por eso no dije nada, pero me pregunté hasta qué punto Verónica sería consciente de las interpretaciones que podían extraerse de algunas de sus ocurrencias. O quizás era yo el mente podrida que le daba vuelta a la cuestión, ni idea. En Japón, master le decían a los clientes de los Maid café y en un par de lugares más. No le di importancia, en definitiva, pues sabía que lo había dicho desde la más absoluta ignorancia, y aguardé por ella junto a la cocina de vitrocerámica. Ahora que lo pensaba, el equipamiento de esta sala era ridículamente moderno y costoso en comparación a lo que disponía en casa. ¿Debía agradecerle a Kou? Me mofé ante la idea en silencio, mi sonrisa ladeándose ligeramente. Sí, claro. Afirmé una mano al borde de la mesa, pues, y giré el torso hacia Verónica mientras ella hacía sus cálculos y cortaba la mantequilla. Estuvo bastante bien para haberlo hecho a ojo y sin experiencia, pero estimé que se había quedado algo corta. En efecto, le faltaron veinticinco gramos. —Me sorprende más que hayas cortado exactamente doscientos, la verdad —reconocí, ocupando su lugar con movimientos que pedían permiso en sí mismos. Extendí la mano en su dirección a la espera del cuchillo y me encargué de cortar otra rebanada de mantequilla, considerablemente más fina que la suya. Me ponía bastante quisquilloso con las medidas, así que repetí el proceso para completar los dos miserables gramos que faltaban y, finalmente, volqué todo dentro de la olla. —Vas a encargarte de revolver y vigilar la mantequilla —le indiqué con calma, encendiendo la hornalla correspondiente y volteando a verla—. No tienes que moverla mucho. Cuando se haya derretido por completo me avisas. Le pasé una espátula de silicona y, a su lado, comencé a preparar la harina. Ciento veinticinco gramos de harina triple cero, noventa y cinco de la cuatro ceros, una cucharada y media de sal, una cucharada de polvo de hornear y treinta gramos de rebozador. Fui pasando todo por un tamiz para conseguir una textura suave y homogénea, dándole golpecitos leves al elemento con el talón de la mano. —¿Ya pensaste los colores con los que quieres decorarlas? —le pregunté, mientras cada uno se encargaba de su tarea.
Una cuota de satisfacción impregnó mi sonrisa frente a su mención de los doscientos gramos exactos. No me desalentaba haberme quedado corta con la mantequilla porque era algo muy probable que pasara, considerando mi falta de experiencia con el tema. Pero incluso así logré sorprenderlo. Y eso, por supuesto, elevó un poquito más la motivación que traía encima. Para ser completamente honesta, yo también quedé impresionada frente al número tan redondo que apareció en la pantallita de la balanza; obviamente se trató de una casualidad, pero fue más importante la primera impresión que dejé en Fuji. Como comienzo no estuvo nada, nada mal. Le cedí mi lugar y con muchísimo cuidado dejé el cuchillo en sus manos, luego de lo cual no desprendí mis ojos de él para observar cómo se encargaba del asunto. Lo miré con los codos en la mesita y el mentón apoyado sobre las palmas de mis manos, sonriente como siempre. Fuji cortó una rodaja de mantequilla más chiquita que la mía y tuve que contener una risa enternecida cuando volvió a hacerlo un par de veces más hasta lograr la cantidad necesaria; hubo allí una muestra de disciplina que me gustó notar. Con la espátula en mi mano, atendí a su instrucción de vigilar la olla con la mantequilla, la cual empezó a derretirse lentamente haciendo burbujas y un sonido delicioso. La moví un poco. Al instante la desplacé un poco más, en la creencia de que podría quemarse si estaba muy quieta. No iba a permitirlo, claro que no, así que estaba super-atenta... más o menos. Porque por el rabillo del ojo notaba los movimientos de Fuji a mi lado. ¡Y bueno…! La curiosidad no tardó en cosquillearme. Me giré un poquito hacia él con un disimulo malogrado (para variar), pero igual me sentí como una pequeña espía. Lo observé con detenimiento. De por sí, el chico seguía moviéndose con esa serenidad tan suya que lo caracterizaba. Pero su calma ahora estaba marcada con la firmeza, la seguridad y la desenvoltura de todo un experto bien entrenado. Lo percibía en los movimientos de sus manos al mezclar las harinas con lo demás, en el choque del tamizador y la concentración de sus ojos. Todavía recordaba cómo me había puesto en el Dojo cuando supe que sabía hornear galletitas, porque las personas que saben hacer dulces son extraordinarias ante mis ojos. Y ahora que lo veía en acción, me resultaba admirable. Cuando me hizo la pregunta de los colores, recordé que debía enfocarme en la mantequilla. —Blanco y azul, que es el color de los trajes de judo —respondí mientras pasaba la espátula por la olla; mis movimientos eran un poco toscos, pero seguía mi instinto sin amedrentarme—. Y... ¿se puede conseguir un color negro? Sería para representar los cinturones, aunque también se puede aprovechar el blanco y el azul para eso. Me giré hacia él para mirarlo más directamente, con la sonrisa en el rostro y la curiosidad brillando en mis ojos. Tal vez me distraje frente a su apariencia con el delantal a la que, además, se añadían sus manos cubiertas de harina; pero fue cosita de menos de un segundo. —¿Hace mucho que haces esto? —pregunté mientras volvía a pasar la espátula por la olla, aún faltaba para que la mantequilla se derritiera por completo— ¿Qué fue lo primero que preparaste?
Un poco había notado que Vero me prestaba atención, pero teniendo en cuenta su personalidad, lo entusiasmada que estaba por hacer las galletas y la simpleza de su tarea, pues era cosa esperable. Además, no me molestaba; todo lo contrario. Su compañía lograba tranquilizarme. —Sí, claro —concedí con simpleza, acabando de tamizar los ingredientes, y saqué una bolsa de la mochila con frasquitos para esculcarla sobre la mesa—. Azul y negro, entonces. Traje los colorantes que tenía en casa, y estoy seguro que... Ah, aquí están. Le mostré los frascos correspondientes agitándolos suavemente junto a mi rostro y los deposité en la mesa, regresando la bolsa a la mochila. Blanco era el color por default del glaseado. No quería seguir avanzando con la receta hasta que la mantequilla se derritiera, más que nada para que Vero pudiera ser parte del proceso, así que dejé todo como estaba y me reuní con ella. Me incliné a su lado para husmear dentro de la olla y asentí, como aprobando su trabajo. —Un par de meses —respondí, girando para descansar las caderas en el borde de la mesa, y pasé las manos sobre mi delantal para quitarme el exceso de harina—. Fue entre noviembre y diciembre que empecé. Mamá a veces hornea unos scones pequeñitos de limón o naranja que son muy ricos, y por esa época los hacía seguido. Me habían expulsado de la escuela, además, y aún me daba vergüenza ver a nadie, así que pasaba mucho tiempo en casa. Mamá se había vuelto más presente y había recuperado algunas tradiciones de cuando éramos niños pequeñitos con Hayato; entre ellas, los scones. Pasé muchas tardes viéndola cocinar mientras charlábamos y una tarde que ella no estaba decidí probar suerte, pues se me habían antojado. Los resultados me sorprendieron hasta a mí. Fue un proceso que disfruté, además, y descubrí que allí conseguía silenciar el mundo un poco. —Entonces me quise hacer el loco y me mandé a hacerlos solo —completé junto a una risa breve, omitiendo la información desagradable—. Los hice de limón y me los comí con un tecito, ¡estaban muy ricos! Ese día descubrí que me gustaba hornear y que, de hecho, tenía cierta facilidad, entonces empecé a interiorizarme en el tema. Mi familia está chocha, ya te digo, ahora que tienen un pastelero auto certificado en casa. Con la anécdota finalizada, volví a husmear y comprobé que la mantequilla ya se había derretido. Colé el brazo en el espacio de Vero para apagar la cocina y, tras retirarme, volví con un recipiente con agua del grifo. —Se le agregan algunas cucharadas de agua a temperatura ambiente a la mantequilla —le expliqué mientras lo hacía—, para compensar el líquido que pierde durante el proceso de derretido. La revolví un poco con la misma cuchara, luego la lancé dentro del fregadero y le alcancé una manopla para que no se quemara. —Ahora podemos integrar los ingredientes. A la mezcla de harina le agregamos la mantequilla, el azúcar, extracto de vainilla y un poco de... espresso powder. —Trastabillé un poco sobre el final porque ese condenado polvo no tenía traducción y sobre la marcha caí en cuenta que mi pronunciación iba a ser bastante graciosa para una nativa de habla inglesa. Giré el rostro hacia ella con cierto énfasis—. ¡Otra vez, nada de cuestionar al chef! Contenido oculto Son 220 gramos de azúcar morena, 100 de azúcar blanca, dos cucharaditas de vainilla y una de espresso powder uwu7 Kakeru dejará que Vero mida los ingredientes, por si quieres rolearlo normal o tirar algún dadito al respecto
Cada pequeña cosa me ponía contenta con una facilidad mayor a la habitual, y eso incluía algo tan simple como saber que podríamos obtener azul y negro para el decorado de las galletas. Estaba tan repleta de energía positiva ahora mismo, que ésta brotaba en cada gesto, a través de las sonrisas y por el brillo de mis ojos, sin impedimento alguno. Fuji de seguro lo estaba notando, pero confiaba en que no se sentiría avasallado porque, desde mi punto de vista, nos conocíamos lo suficiente como para que estuviese acostumbrado a mi modo tan desenvuelto y transparente de ir por la vida. Con los frasquitos de colores dispuestos sobre la mesa, se aproximó para ver cómo me estaba yendo con la mantequilla. Su asentimiento me amplió mucho la sonrisa, provocando ese brote de energía antes mencionado. Seguí poniendo empeño a mi tarea, pero sin perderme un solo detalle de su historia como master chef. Por empezar, no me esperé que Fuji llevara tan sólo meses recorriendo los senderos culinarios, en mi mente le atribuía un buen par de años de experiencia. Y mi energía se suavizó en ternura cuando me contó sobre los scones que su mamá preparaba. Era una faceta familiar que se me hizo muy adorable, tanto como el espíritu aventurero de Fuji cuando se lanzó a hornearlos solo. ¡Una gran actitud, si me lo preguntaban! Valía mucho la pena ser así de intrépidos, porque de la audicia podían surgir cosas tan sorpresivas como lindas. Y dulces. —Yo también estoy chocha, eh, pastelero auto-certificado —intervine, guiñándole el ojo con una sonrisa divertida mientras revolvía la mantequilla con calma. Cuando ésta terminó de derretirse, Fuji apagó la cocina y le añadió un par de cucharadas de agua mientras me explicaba toda la ciencia que había detrás; yo respondía con asentimientos de cabeza, como la alumna buena y atenta que era. Metí la manito en la manopla que me alcanzó, en lo que él explicaba el siguiente paso a seguir... pero me distraje al escucharlo pronunciar "espresso powder". Mantuve los labios cerrados, pese a lo cual se notó el temblor de mis comisuras elevadas. Pero cuando se giró para recordarme que no se debía cuestionar al chef, fue inevitable: la risa se me escapó, pero fue más por la manera enfática que dijo eso último. —Yo jamás dudaría de usted, Chef-san —dije y le toqué la punta de la nariz con mi manito enguantada en la manopla— Your English is very good and cute. Con la broma de turno realizada, añadí la mantequilla derretida al bowl con harina, tal como Fuji había indicado, y calculé el resto de los ingredientes con los medidores que teníamos a mano. Esta parte la hice con cautela, para no sobrepasarme. Si me quedaba corta con las cantidades, esperaba que Fuji lo notara y completara la parte restante, algo parecido a lo que hicimos con la mantequilla. Eso era preferible a excederme y poner en riesgo la receta. —Me gustaría probar los scones que hace tu mamá —mencioné mientras añadía una cantidad discreta de azúcar morena y blanca a la harina—, y los tuyos también, ¡obvio! Suenan tan hogareños que me dan muchas ganas de disfrutarlos, con cafecito y todo —me giré hacia Fuji con una sonrisa dulce—. Cuando terminemos esto, ¿podrías regalarle una galleta de mi parte? Quiero que se quede con la que nos salga más bonita. Asentí, segura de mi idea. Luego, añadí las cucharadas de vainilla y del todopodesoro espresso powder, que eran mucho más fáciles de medir. Contenido oculto: Daditos Esto es lo mejor que se me ocurrió (?) Vero no quiere arriesgar a pasarse con la cantidad, así que con los dados veremos si acierta o si se queda corta. Cantidad de azúcar morena añadida: 1. 190 gramos 2. 200 gramos 3. 210 gramos 4. 220 gramos (correcto) Cantidad de azùcar blanca añadida: 1. 70 gramos 2. 80 gramos 3. 90 gramos 4.100 gramos (correcto)
Vero acabó riéndose por mi pequeño episodio, aunque bien podía deberse a mi pronunciación del término o a mi evidente vergüenza al respecto. El hecho como tal no me molestó, aunque sí sentí un ligero ardor en las mejillas que pretendí disimular alineando los ingredientes frente a ella. Al oírla hablar la miré de reojo y pestañeé apenas sentí el toquecito en la nariz. Sonreí ligeramente. —Pero mi japonés es mejor, ¿no? —repliqué, en tono suave, y pasé un dedo por algo de la harina que había quedado en la mesada para regresarle el toque en la nariz—. Shiro-sensei~ Iba a jalar del bug hasta la eternidad, eso seguro. Le permití medir los ingredientes que había mencionado en lo que yo buscaba la batidora y la enchufaba en una tomacorriente cercana. Se quedó un poquito corta con ambos tipos de azúcar, de modo que completé lo faltante rápidamente con la jarra de medición mientras la oía hablar. Su idea dibujó una sonrisa amplia en mi rostro. ¿Llevarle galletas a mamá? No se me había ocurrido, vaya, pero seguro le ponía muy contenta. Además me preguntaría al respecto y podría contarle que las había hecho con una amiga. Era una tontería, pero la idea de darle esa alegría me entibió el pecho. —Claro —accedí, sonriéndole—. Podemos envolverla y atarla con un listón bonito, como el paquetito que me diste a mí el otro día. ¿Qué te parece? Hundí, entonces, las palas de la batidora en la mezcla, integrándola con movimientos lentos y cuidadosos para que nada saliera volando una vez la encendiéramos. Miré a Vero con las cejas alzadas, invitándola a relevarme. —Encárgate de batir la mezcla —le indiqué, y una vez tuvo el aparato en su posesión y estuvo encendido, me situé a su lado y envolví su mano para mostrarle los movimientos lentos y periféricos que debía hacer—. No hace falta batirla mucho tiempo, con que los ingredientes se integren alcanza. La dejé, pues, y un rato después le pedí que se detuviera para agregar un huevo y una yema. —Listo. Mézclalo un poco más y ya tendremos la masa preparada.
Shiro-sensei~ ¡Uy, otra vez...! El agradable hormigueó nació en la nuca y se derramó por mi espalda, provocándome un ligero estremecimiento que no pude controlar. Y no sólo eso. Que combinara ese título y el famoso tonito con mi apodo... pues acentuó el efecto que su pronunciación tenía sobre mí, al punto que me cerró los ojos e hizo temblequear mis pestañitas mientras sonreía de forma acentuada, como si estuviera resistiendo una cosquilla. Suspiré con gracia tras recomponerme. Había recibido mi parte por reírme frente a lo del espresso powder, eh, me la devolvió con una entonación japonesa perfecta y natural. Podría decir que me lo merecía, pero en realidad me gustó volver a oír esa suavidad. Entre que intercambiamos bromitas y que luego me concentré para medir los ingredientes, olvidé por completo que en mi nariz había quedado la harina que Fuji dejó con su toque. Se notó a todas luces lo mucho que le gustó la idea de regalarle una galletita a su mamá, porque la sonrisa en su rostro fue bastante amplia y buena parte de lo que transmitía se me contagió en el espíritu. No pude menos que asentir con marcado entusiasmo ante su sugerencia de armar un paquetito con listón, como los que le había regalado a él en el patio de la academia. El detalle le arrancaría una sonrisa y eso, sin dudas, también haría que Fuji sonriera al ver a su mamá contenta; pensar en esa pequeña alegría hogareña me motivó aún más. Continué mirándolo con atención de discípula. Mi master chef mezcló los ingredientes con las palas de la batidora eléctrica, cosa curiosa, pero imaginé que así evitaríamos quedar cubiertos de harina, azúcar y espresso al prenderla… Aunque en mi caso daba igual, porque seguía sin advertir la fina mancha de harina en mi nariz. Al tomar su lugar, mi muñeca vibró con el encendido de la batidora; casi la apagué por reflejo, pero logré afirmar el agarre entre risas. Nunca había usado una y la sensación fue sorpresiva, mi falta de experiencia con estas cosas era bastante notoria. Por suerte tenía la guía de Fuji. Me dejé llevar por sus movimientos mientras disfrutaba la calidez de su mano envolviendo la mía. La tarea era más sencilla de lo que pensaba, por lo que pude continuar sin tropiezos cuando me soltó, tan sólo deteniéndome para que echara un huevito y una yema. La sensación era muy divertida. El entusiasmo de mi sonrisa fue aumentando conforme la mezcla adoptaba mayor firmeza. Y para mejor: sin grumitos. —Mmmh... Creo que ya está lista, ¿no? —aventuré al cabo de un momento, girándome hacia Fuji con ojitos interrogativos—. ¿Qué sería lo siguiente? —parecía que mis preguntas terminarían en ese punto, pero entonces me puse un poquito pensativa; con la mirada perdida en el techo, pero no tardé en regresar a sus ojos... >>Y... ¿Cómo me ves? —añadí, señalando la batidora con la cabeza, sin dejar de moverla— ¿Lo estoy haciendo bien hasta ahora?
Digamos que me entretuve en silencio con la reacción de Vero a mi contraataque, porque no perdía el encanto y me hacía mucha gracia que le gustara tanto, siendo que para mí era un honorífico absolutamente normal. Decidí dejar el asunto ahí y ambos regresamos nuestra concentración a la receta. Acordamos el obsequio para mamá y ya ella se dedicó a batir la mezcla. Estaba tan enfocada en su tarea que eso, sumado al ligero respingo que le causó el encendido del aparato, me hicieron preguntarme si sería su primera vez utilizando uno. Le lancé vistazos furtivos un par de veces, advirtiendo que no se había limpiado la harina de la nariz. Me había alejado para comprobar el horno y, al regresar, atendí a su voz. Le eché un vistazo al bowl, asentí y regresé la mirada a ella cuando siguió hablando. No estaba muy seguro del propósito de la pregunta, pero me aflojó una risa suave y me acerqué, sosteniendo su rostro entre mis manos con movimientos cuidadosos. —Eres una pastelera muy dedicada, Shiro-chan —murmuré, y estiré el pulgar para limpiarle la punta de la nariz—. Sólo un poquito despistada. Me separé tras eso y retrocedí, girando hacia el refrigerador. De allí saqué un bowl igualito al que habíamos utilizado, tapado con papel film y que contenía, también, un bollo de masa. —Tuve que hacer trampa porque la receta requiere refrigerar la masa durante al menos doce horas —le expliqué; dudaba que se enfadara, pero de todos modos jalé de la sonrisa inocente—. Así que ayer vine y preparé esta. Podremos hornear dos tandas y decorar la segunda mañana después de clases, ¿qué te parece?
La pregunta sobre mi desempeño no nacía de la duda o de la inseguridad, porque si algo me sobraba era confianza en mí misma. Mi intención al pedir la opinión de alguien experimentado como Fuji, fue la de asegurar que estaba siguiendo un buen camino con la receta o descubrir si debía pulir algo. Si bien a veces me distraía lo guapo que se veía con su delantal, o con sus movimientos, o sobresaltándome frente a la batidora, me estaba tomando esto muy en serio. Desde mi punto de vista, preguntar era la mayor virtud de un aprendiz, y pues me gustaba ser una alumna ejemplar. En respuesta, Fuji dejó escapar una de sus clásicas risas suavecitas y se me acercó. Como antes asintió al ver la mezcla lista, ya había apagado la batidora, así que me permití girar en su dirección. Sus manos se alzaron despacio y encontraron mi rostro, sosteniéndolo con cuidado. La calidez de su piel inundó mis mejillas y yo no pude menos que sonreír, radiante, frente a esa sensación tan placentera. Es que además era un gesto de mucha confianza y cercanía, el agarrarme la carita de esta manera… Se sentía lindo. Me había tomado un poco por sorpresa, eso no podía negarlo, por eso mis latidos se aceleraron igual que cuando me besó la mano en los pasillos del tercer piso. Pero el impacto tal vez fue menor, porque ya eran gestos que comenzaba a esperarme de su parte. Y desde luego, gracias a esto… sentía que yo podía dar un poco más de rienda suelta con él. Irle con un nuevo nivel de confianzas, ¡a pleno y sin frenos…! Me dijo que era una pastelera dedicada, lo que me hizo sentir entre complacida y triunfal. En el medio pestañeé cuando me pasó el pulgar por la nariz, momento en el que fui consciente de que la tuve con harina todo ese tiempo, ups. Que Fuji me dijera despistada me arrancó una risita pero también me lanzó un poco de color al rostro. —Tienes razón. Más que pastelera, iba a ser un pastelito si no me sacabas esa harina de encima —reconocí con un tono bromista, viendo cómo se iba a la nevera—. Sería… Verónicake. Al regresar, traía consigo… un bowl exactamente igual al nuestro. Lo observé, curiosa, y él puso una sonrisa bien inocente cuando me explicó por qué había aparecido una segunda masa en acción (wow, doce horas era bastante tiempo). Asentí cuando dijo de decorar una segunda tanda de galletas mañana, después de clases, era un buen plan. Entonces me acerqué yo a él, lo miré al rostro. Alcé una mano y... empecé a cosquillearle el cuello con un índice. —Te lo tenías bien guardadito, eh, y encima desde ayer. Eres todo un ninja —dije, divertida, para luego liberarlo de mi "ataque"—. Buen trabajo —felicité entonces—. Con esto, tendremos el doble de munición para nuestros planes. Es una gran noticia.
Realmente no le concedía demasiado pensamiento a nada de lo que hacía alrededor de Verónica, vete a saber por qué. No era una persona que experimentara temores o contradicciones en lo que a mi espacio personal refería, mis reservas solían nacer de otras raíces. Más... emocionales, quizá. Además, ya había comprobado repetidamente que, en su compañía, me relajaba lo suficiente para dejar de darle veinte vueltas a todo. El sonrojo en sus mejillas no me pasó desapercibido, pero no dije nada y mi sonrisa se amplió al oírla decir que habría sido un pastelito con la harina encima. Bueno, un poco ya lo era, ¿no? Otra vez, me callé. No la consideré una acotación apropiada ni que yo mismo fuera capaz de soltarlo sin liarme mentalmente en el proceso. Nunca había sido, digamos, un muchachito muy desvergonzado; esas cosas se le daban mejor a Kohaku. Verónica no reaccionó mal ante la revelación del siglo, cosa que había estimado pero aún así me alivió. Estaba quitándole el plástico al bowl cuando noté de reojo que se acercaba a mi posición, aunque no le concedí mayor importancia; asumí que querría husmear la masa. Su dedo, entonces, entró en contacto con mi cuello y la tontería, extremadamente sutil, me erizó la piel en una mezcla de cosquillas y sorpresa. Di un pequeño respingo y ladeé la cabeza por reflejo, soltando una risilla. Lo inesperado, o quizá lo que no llegué a filtrar, fue el momento donde mi mano envolvió su muñeca y la alejó lentamente. Busqué sus ojos a la par. —Shiro-chan, el chef merece más respeto, ¿no te parece? —murmuré más grave de lo usual, con una sonrisa apenas ladeada y en un tono que quedó a medio camino entre la broma y la seriedad. No supe definirlo ni yo, en cierta forma el tatuaje de mi nuca palpitó contra mi piel y, tras esa breve irrupción, el tiempo volvió a correr. Los pajarillos siguieron piando fuera de la ventana y la luz natural bañó la sala. Seguí como si nada, al menos externamente. Enhariné la mesada, di vuelta el bowl y el bollo de masa cayó, pesado. Comencé a estirarlo con un palo de amasar y movimientos ya entrenados hasta el hartazgo. —Usualmente hago estas galletas sin amasar, uso una cuchara de helado y luego se achatan en la cocción. Pero ahora... —Estiré el brazo y le mostré uno de los moldes que había conseguido en la tienda, muy sonriente. Tenían forma, otra vez, de uniforme de judo—. El universo nos estuvo sonriendo, se ve. Cuando consideré que estaba todo listo, ubiqué frente a nosotros la fuente enmantecada y le pasé un molde a Verónica con los movimientos cuidadosos y la sonrisa suave de toda la vida. Contenido oculto uepa qué pasó ahí en el medio *sips tea*
Mi dedo deslizándose sobre la piel del cuello sacudió su cuerpo en un ligero sobresalto que se me hizo tierno, se notó que lo tomé por sorpresa. Fue una reacción bastante más pronunciada que cuando le hice lo mismo en los pasillos del tercero, y eso que en aquella ocasión había usado mi cabello para potenciar los efectos de las cosquillas. Ese día intentaba llamar su atención para que me mirara, pero ahora… solamente estaba dejándome llevar. Por el júbilo, por el entusiasmo y, sobre todo, por la sorpresa de saber que estuvo preparando cosas el día anterior… para que lo de hoy saliera bien. Seguía sintiendo tantas cosas bonitas juntas, que respondía de esta forma: poniéndome juguetona. Los siguientes ademanes de Fuji también fueron similares: dejó escapar una risita, su cabeza se movió por reflejo y envolvió mi muñeca... Y creo que fue allí que se produjo una pequeña diferencia, ya que esta vez alejó mi mano de él, con lentitud. Al mismo tiempo, el bronce de sus ojos buscó los míos y no tardamos en conectarnos. Le sostuve la mirada con calma mientras me decía que el chef merecía más respeto. La frase sonaba a bromita, sí, pero… me pareció notar un atisbo de severidad, o al menos eso hacía pensar el tono algo grave de su murmullo… Entrelacé mis manos tras la espalda, sin separar nuestras miradas. Asentí despacio en respuesta a su pedido, con una sonrisa dulce en el rostro. La receta siguió su curso tras esto. Fuji enharinó la mesada y el bollo de masa se precipitó a la superficie con un sonido sordo, dibujando pequeñas ondas de harina. Como el experto bien entrenado que era, el chico se ocupó de estirarla con un palo de amasar y… nuevamente me distraje en la fluidez con la que trabajaba. ¡Es que…! La energía que Fuji desprendía en la cocina tenía cierta magia que me llevaba a centrarme mucho él, pero me recompuse lo suficiente como para prestar atención a lo que decía y notar el molde que me enseñaba. Obviamente, mis ojos no tardaron en brillar. —Wow, ¡qué genial! —exclamé al apreciar la forma de traje de judo. Al recibir el molde, me entretuve girándolo entre mis manos para mirarlo desde todos sus ángulos, y en el proceso mis ojos volvieron a reparar en los trajecitos de artes marciales que recorrían mi delantal, mientras los aromas de la masa y la harina condecoraban el ambiente. Mi expresión se suavizó bastante, pero mi sonrisa se amplió aún más: Fuji se estaba esforzando mucho, eso ya lo sabía, pero todos estos elementos me hicieron ser más consciente que nunca de su nivel de dedicación y atención. Lo miré, agradecida, con la sonrisa cerrándome los ojos, antes de empezar a cortar la masa con el molde y disponer los judogi en la fuente. Ay, se veían demasiado adorables, ya quería ver cómo quedaban una vez horneados. —Algo me dice que podremos abrir el club de judo muy pronto —mencioné en el proceso, pensativa—, así que hoy empezaré a idear un cronograma de enseñanza —corté otra galletita y la puse con mimo en la fuente—. Y tal vez mañana dedique el receso a ventilar y barrer el dojo. Soy bastante perezosa para limpiar —admití con una risita—, pero valdrá la pena si con eso recupera parte de su esplendor. Contenido oculto
Nos dedicamos a cortar las galletas con calma, mientras la voz de Verónica rellenaba el silencio y yo asentía de vez en cuando. Lo dudé un poco, pues se me ocurrió pensar que quizás estuviera siendo muy invasivo o insistente, pero a fin de cuentas el deseo de ofrecer mi asistencia fue más fuerte. —Cualquier cosa me avisas —murmuré mientras me ocupaba de mi tarea, pretendiendo que sonara bien, bien casual—. Si necesitas ayuda con la limpieza del dojo y eso. La fuente se llenó de pequeños uniformes de judo y la llevé al horno, encargándome luego de envolver la masa reciente con papel film. Llevé el bowl al refrigerador y supuse que podíamos ir preparando la pasta de las decoraciones. Reuní los ingredientes y, tras algo de búsqueda, di con tres mangas. Tenían picos metálicos intercambiables y todo, menudos ricos. —Cuando estén listas viene la parte más divertida —dije mientras me reunía con ella—. ¡Y la definitiva! La comida entra por los ojos, después de todo, así que ahora tenemos que dejar de ser pasteleros y convertirnos en artistas. Saqué mi móvil luego y le mostré unas imágenes que me había descargado. Eran de galletas decoradas precisamente como judogis, con la base blanca y los colores demarcando el cinturón. No se veía complicado, en tanto administráramos bien la cantidad de glasé. Contenido oculto voy a cerrar por acá, Bru, porque se me vienen dos días muy cargaditos, perdón :( Podemos asumir que acabaron el proceso sin problema o como vos lo prefieras <3
—No dudaré en llamarte si preciso un par de manitos extra —respondí a su ofrecimiento—. Y aunque no te avise, igual puedes ir al dojo, ¡si quieres...! No olvides que tu sensei siempre te recibirá con los brazos abiertos —añadí con una sonrisa sincera. El tiempo transcurría suave, en paz, acompañando el ritmo calmo con el que cortábamos las galletas. Hubo un instante breve en el que no emitimos palabra para poder concentrarnos en la tarea que hacíamos juntos. O casi. Porque se podía sentir un leve atisbo de mi voz, pues tarareaba una canción a la vez que un piecito se me movía, siguiendo el compás de mi cabeza. La fuente pronto quedó rebosante de trajecitos de judo, listos para volverse fuertes con el calor de una buena cocción. Fuji se encargó de ponerlos en el horno, de guardar el otro bollo de masa en el refrigerador y, tras una búsqueda rápida, armarse con unas mangas de repostería. En todo ese tiempo lo observé con las manos en la espalda, la canción silenciosa sonando en mi pecho. Cada vez que me daba la espalda para ocuparse de alguna de estas labores, las serpientes parecían saludarme desde su nuca. Ese dichoso tatuaje estaba tan bien logrado que, si uno ponía cierta imaginación y entrecerraba los párpados, parecían deslizar sus colas y cabezas con movimientos sinuosos. Se reflejaban en mis ojos. Me interesaban. Pero la pregunta se desvaneció entre los tarareos, porque no era el momento ni el lugar. Desviarme de la receta, cambiar de tema tan abruptamente, sería desemerecer el respeto que le correspondía a Fuji. Una vez que estuvo a mi lado, me mostró una foto que desató una marea de ternura en mi rostro. Me llevé las manos a las mejillas como si con eso absorbiera mi reacción. Es que... me veo obligada a repetirme: ¡Eran galletas muy adorables! Una combinación de dos cosas que me gustaban muchísimo, las artes marciales y los dulces. Mi corazoncito no podía más de tanto gozo. ¿De verdad lograríamos hacerlas así de bonitas? Seguro que sí, porque tenía a este chico a mi lado. —I love it! —solté en inglés, a lo que luego siguió una risita— Creo que lo de los folletos empezaré a hacerlo afuera de la academia, que si aparezco con estas galletitas en los casilleros, definitivamente se van a llenar de gente y nadie podrá pasar —dije en broma. Sin embargo, la tentación que despertaban unas galletas como las de la foto era cosa seria, eh. Los minutos finales del receso fueron suficientes y estuvieron bien aprovechados. Nos hicimos con una buena cantidad de galletas decoradas. Fuji explicó cómo se preparaban los glasés y me enseñó a utilizar las mangas. La gran mayoría de las galletitas tuvieron una base blanca, aunque el chico cedió a mi pedido de cubrir un par con glasé azul, que era otro de los colores típicos de los trajes de judo. Nos ocupamos de que se vieran suaves, de dar relieve a algunas partes para se vieran similar a una tela. Finalmente, dibujamos los cinturones. Blanco, azul y negro. Pureza, Idealismo y Madurez. "Escucha con atención", "Controla tu ego", "Repite todo nuevamente". Durante el horneado y la posterior decoración, conversamos algunas cositas triviales. Y una vez que estuvo lista esta primera tanda de galletas, separé la más bonita de todas: la que sería para la mamá de Kakeru. En la cocina había algunas cosas que servían como envoltura, por lo que pudimos armar un paquetito decente para regalársela. También probé una galletita. Estaba tan, tan rica, que casi me derretí por dentro. Se me dibujó una gran sonrisa. —Eres el mejor, Fuji-sensei —expresé, con la sinceridad que me caracterizaba. Contenido oculto Tranqui, Belu <3 ¡Mucho ánimo y éxito con la facu, no dejes de meterle garra! Y bueno, creo que ha quedado un buen cierre Lo que adoro a estos dos cuando están juntos es indescriptible aaaa
Kakeru estuvo de acuerdo con mi idea de dejarlo a suerte y no tardó en sacar su libreta para hacer todo lo necesario, apuntando los diferentes lugares en una hoja de papel que luego cortó y fue doblando hasta llenar sus manos con pequeñas bolitas; me tocó hacer los honores de la elección y... el club de cocina fue el papelito afortunado. Ver aquel nombre escrito, de todas las opciones que habíamos presentado, me hizo algo de gracia, a decir verdad, y no pude evitar que se me escapara una risilla divertida por ello. —Oh, no pasa nada —murmuré tras recibir las llaves de la sala de sus manos, pues lo cierto era que no me había preocupado lo más mínimo por ello hasta el momento; confiaba completamente en el chico—. Y no hay nada que agradecer. ¿Pudiste hacer lo que querías? Mientras le hacía la pregunta, el chico recogió su almuerzo y una botella de agua, indicándome después el camino hacia la puerta para ambos comenzar a andar hacia el exterior del aula. El club de cocina quedaba algo lejos del tercer piso, pero no me hubiese importado en lo absoluto tener que hacer el paseo junto a él en silencio, pues hasta ese punto me sentía cómoda en su presencia. En su lugar, el chico me preguntó qué tal estaba, y eso tampoco me molestó en lo más mínimo. >>Bien, bueno... no tenía muchas ganas de salir ni nada, así que he estado todo el finde en casa. He aprovechado para estudiar, así que no me quejo —le contesté, girando la cabeza para mirarlo con una sonrisa ligera a medio camino, y después volví a centrarme en el camino que tenía por delante—. ¿Y tú? ¿Qué tal todo? A medida que conversábamos, nuestros pasos nos dirigieron con bastante rapidez al primer piso, y volví a dirigirle una sonrisilla divertida mientras abría la puerta del club. Nos adentramos en el lugar, sin sorprenderme demasiado al ver que el chico lo había dejado igual de limpio que siempre, y señalé la mesa que había dispuesta cerca de la ventana. >>¿Fondo común? —cuestioné, alzando un poco el bento que yo llevaba para que se entendiese mejor mi mensaje.
—Sí, gracias. Todo salió muy bien —respondí, sin ahondar en los detalles. En sí no fue algo que evitase adrede. Me había limitado a responder su pregunta concreta, de todos modos no era alguien parlanchín y no me gustaba la idea de divagar y extenderme más allá de los intereses ajenos. También estaba el detalle de mi estado anímico y que le había cancelado a Verónica el viernes, volviendo el recuerdo un poco más complicado y amargo. Mi respuesta, en cualquier caso, se limitó a la experiencia del jueves. En lo que andábamos por los pasillos, Emily me dijo que todo había ido tranquilo y reflejé su sonrisa con calma, asintiendo ligeramente; era mi forma de decirle que la había oído y que me alegraba que así fuera. Luego me regresó la pregunta y yo volví la mirada al frente, murmurando un sonido afirmativo. —No hice mucho este fin de semana, estuve algo cansado. Mentira no era. Mis dramas mentales me enviaban directo al insomnio o a una pseudo narcolepsia, sin puntos intermedios. Esta vuelta, Dios había lanzado los dados y tocó la segunda opción. Dormir tanto me había dejado un dolor de cabeza que a duras penas se mitigó con la... sorpresa del domingo. Si lo ponía en retrospectiva y le echaba algo de humor encima, la desgracia de Anna había, al menos, conseguido arrancarme de mí mismo. La sala del club nos recibió en silencio. Sólo había estado allí dos veces, y aún así me tomé la libertad de ir hasta las ventanas y descorrer las cortinas, permitiendo que la luz natural se colara dentro. Abrí un poco una de las hojas, también. La brisa se coló con timidez y se oyeron las aves a lo lejos. Me pregunté si Copito andaría por ahí cerca. La pregunta de Emily me hizo voltear a mirarla, estaba señalando su propio almuerzo y verla desde la distancia por alguna razón me dio mucha ternura. La imité, levantando mi bento, y la sonrisa me cerró los ojos un instante. —Fondo común —acordé. Había quedado más cerca de la mejor mesa del lugar, pero antes de sentarme corrí la silla que ocuparía ella para facilitarle la tarea. Relajar el peso me sentó bien y descansé los antebrazos en la mesa, mirando el cielo por la ventana. —Ah, ¿buscaste a Ko-chan? —recordé de repente, girando el rostro hacia ella—. ¿Quieres que le envíe un mensaje? No era jueves, pero de todas formas extrañaba un poco la tontería de los jueves de almuerzo.
Kakeru me confirmó que había podido hacer lo que quería en el club de cocina y yo asentí con la cabeza, sonriendo ligeramente; no necesitaba detalles específicos, mucho menos si él no quería dármelos, y lo cierto era que, por encima de todo, solo me interesaba saber que le había ido bien. Su respuesta sobre su fin de semana también fue algo escueta, y quizás eso sí que logró llamar algo más mi atención, pero no era ninguna sorpresa si decía que tampoco pretendería indagar demasiado en eso; lo único que sí podía hacer, al menos, era guardarme la información por si acaso. Cuando finalmente entramos al club, Kakeru se tomó la libertad de abrir tanto las cortinas como un poco la ventana del lugar, y yo, por supuesto, no tuve ningún problema en que se sintiese así de cómodo ahí dentro. Me quedé algo alejada de él mientras hacía todo aquello, sin ninguna motivación particular para ello, y aun así fui capaz de distinguir la sonrisa que se le formó en cuanto aceptó mi propuesta del fondo común, haciéndome sonreír de igual manera mientras acortaba finalmente la distancia entre nosotros. El chico había separado una silla para permitirme sentarme en ella con mayor facilidad y la tontería me sacó una carcajada ligera, justo antes de impostarme cierta seriedad que me permitiera hacer una reverencia para agradecerle por ello. Me senté, pues, y me dediqué a acomodar mi propio almuerzo junto al suyo, con tranquilidad; así fue, por lo menos, hasta que el moreno volvió a hablar y mencionó que invitáramos a Kohaku. La idea me lanzó encima una oleada de nervios, junto a otro montón de sensaciones que no supe definir, pero, por supuesto, hice lo posible por esconder todo aquello antes de buscar la mirada del muchacho y dedicarle una ligera sonrisa. —Claro, puedes decirle que venga si no tiene otros planes —acepté, pues porque no existía otra posibilidad en mi mundo, y esperé pacientemente a que terminase de enviarle el mensaje antes de volver a hablar—. ¿Cuál es tu comida favorita, Kakeru?
Emily hizo una ligera reverencia para agradecerme y mi sonrisa se ensanchó un poco en lo que me movía para sentarme en mi propia silla, mas no dije nada. Pusimos nuestros almuerzos al centro de la mesa, los destapamos y se me ocurrió pensar que, así como mamá se había alegrado por las galletas que horneé con Verónica, también le pondría contenta saber que había compartido su comida con alguien más. Luego probablemente se preocuparía por si estaba bien cocido, o bien sazonado, o cualquier defecto que se le pudiera ocurrir. En su mente la gastronomía no era uno de sus fuertes, pero a mí siempre me había gustado lo que cocinaba. Mi idea de invitar a Kohaku, además de parecerme totalmente normal, fue un intento algo absurdo por desviarnos de lo que temía surgiera en la conversación. Sentí una interferencia en el ambiente, ligera y tan breve que no pude darle forma, y al final no supe si había sido real o me lo había inventado. Emily aceptó y yo saqué el móvil, buscando el chat del chico. Mini Ishi, estamos con Emily almorzando en el club de cocina Creo que tenemos suficiente comida para los tres Por si quieres venir Dejé el móvil sobre la mesa y recibí la pregunta de Emily, con la cual fruncí ligeramente el ceño, pensativo. ¿Mi comida favorita? Me resultaba más sencillo categorizar postres y cosas dulces, quizá porque era lo que me había interesado aprender a hacer, pero en materia de almuerzos y cenas... —El omurice de mamá, supongo —murmuré, esbozando una pequeña sonrisa ante el recuerdo—. Nunca tuvo mucho tiempo libre y cuando Hayato y yo éramos pequeños, teniendo que cuidarnos y todo pues aún menos. Muchísimas veces dejaba el arroz cociéndose, batía unos huevos a la pasada y luego juntaba todo con algo de kétchup encima. Para ella era una comida rápida que no le enorgullecía, realmente. Una vez, hace un tiempo, nos dijo que le habría gustado poder cocinarnos cosas más ricas y saludables. Pero yo jamás lo vi así, ¿sabes? —Solté una risa en voz baja, meneando la cabeza—. A mi hermano y a mí nos encantaban las noches de omurice, hacíamos competencias de dibujo con el kétchup y a veces tardábamos tanto que la comida acababa enfriándose. Llegaron a haber dos botellas de aderezo en la nevera, no bromeo, así dibujábamos al mismo tiempo y no comíamos todo helado. En lo que decía las últimas palabras, la pantalla de mi móvil se encendió y le eché un vistazo; era la respuesta de Kohaku. De acuerdo, ahí subo Estaba haciendo unas cosas en el invernadero —Dice que ahí viene —le avisé a Emily—. ¿Y la tuya? Tu comida favorita, quiero decir.
Mi pregunta pareció pillar algo desprevenido al chico, asunto que no me sorprendió demasiado, especialmente teniendo en cuenta que ya me había contado con anterioridad que prefería hacer repostería; suponía que tendría mucho más claro lo que le gustaba y lo que no en ese aspecto, vaya. Le dejé su tiempo para pensarlo, pues realmente no había ninguna prisa, y después escuché su relato con toda la atención del mundo. Me resultó muy adorable imaginarlo de pequeño junto a su hermano, teniendo competiciones de dibujo sobre el omurice, y estaba convencida de que esa misma ternura se vio reflejada en la sonrisa que se me formó a medida que él hablaba. —Eso es muy lindo, cielo, ¡y el omurice está muy rico, además! —acoté, junto a una risilla ligera al final, y después asentí con la cabeza cuando anunció que Kohaku había respondido, centrando inmediatamente después mi atención en la pregunta que me devolvió—. Uhm... no mucha gente sabe esto, pero la familia de mi padre es originaria de Hawái. Entre una cosa y otra, no solemos visitar a mis abuelos demasiado, pero cuando lo hacemos, ellos siempre nos preparan platos típicos de ahí para comer. Todos están muy ricos, la verdad, pero creo que mi favorito es uno que se llama Laulau; es carne con pescado, todo envuelto en hojas de taro y cocido. Le he pedido a mi abuela que me enseñe a hacerlo, pero ella siempre me dice que lo hará cuando cumpla los dieciocho, porque esa es la tradición, así que... tengo muchas ganas de llegar a la mayoría solo por eso. Volví a sonreír al terminar mi propio relato, con una chispa de emoción extra al añadir el último comentario, y después no pude evitar mirar por la ventana un par de segundos antes de volver a centrarme en él, bastante más tranquila. >>¿Qué tal tu hermano? No sé si lo sabías, pero mi hermano y él son amigos —informé, sin poder reprimir la leve carcajada de incredulidad que seguía provocándome aquella idea—. Lo sé porque nos lo encontramos en el festival que hubo hace unas semanas y se saludaron. Yo sigo sin creérmelo, si te soy sincera. Lo pequeño que es el mundo...
La sorpresa me cruzó el rostro cuando dijo poseer ascendencia hawaiana, fue mi forma de decirle "¿en serio?" en silencio. Como tal no había motivos para descreerlo, de por sí su nombre ni era japonés, pero no sé, ¿Hawái? Era un sitio que no solía salir de la boca de la gente más que para pensar en lunas de miel, vacaciones y Lilo y Stitch. La comida que mencionó, naturalmente, no la conocía de nada, pero eso de carne envuelta en hojas sonaba similar a lo que nosotros hacíamos con las algas. —¿Sólo por eso? —repliqué, en broma, y una risa leve se coló en mi voz—. ¿No quieres sacarte la licencia y beber, pero de forma legal? Incluso si la molestaba, pude imaginar el cuadro y me dio cierta ternura. Ella deslizó la mirada a la ventana y yo la mantuve en su rostro unos pocos segundos antes de buscar pillar comida del bento. Mi bento, quería decir. Incluso habiendo dicho lo del pozo común, pues me daba un poco de reparo servirme tan pancho del suyo. Estaba masticando cuando volvió a hablar y por poco el arroz no se me fue por otro lado. —¿De verdad? —murmuré, genuinamente sorprendido, y luego fruncí el ceño—. Espera, ¿cómo conoces tú a mi hermano? Contenido oculto sister estoy 99% segura que Kakeru no sabe nada de lo que ya tú sabes JAJSJAJAJ emi-chan u buried yourself
La sorpresa que le cruzó el rostro a Kakeru me resultó bastante predecible, pues a pesar de no ser algo que mi familia contaba a menudo, aquella solía ser la reacción más común cada vez que la información salía a relucir. Eso no quitó que me hiciese algo de gracia, a decir verdad, y por eso mismo no pude evitar sonreír con algo de diversión mientras asentía con la cabeza, respondiéndole de aquella manera a su pregunta silenciosa. En cuanto a la receta del plato, no era especialmente complicada y, si hubiese sabido lo que Kakeru había pensado, podría haberle dicho que, de hecho, la cocina de allá recibía influencia de muchas culturas, siendo la japonesa una de ellas, así que el proceso podía resultar familiar para muchos habitantes de aquí. —Oh, ¿y perderme el tener a mi hermano de chófer personal? No lo creo —contesté rápidamente a su pregunta, acoplándome a su tono de broma con relativa facilidad—. Y en cuanto a lo otro... ¿qué gracia va a tener entonces~? —suavicé un poco la voz al decir aquello último, pero no tardé nada en dejarlo de lado y volver a mi mi sonrisa natural. La anécdota de nuestros hermanos se la conté cuando parecía estar comiendo algo, detalle que se me pasó tomar en cuenta en mis cálculos y que acabó con el pobre chico atragantándose, aunque por suerte el asunto no fue a mayores. Primero lo miré con algo de preocupación, pero una vez vi que todo estaba bien, me permití sonreír con cierta gracia antes de recibir su mirada de confusión; me había esperado la pregunta que me soltó, así que no tuve demasiado problema en mantener la compostura a pesar de la misma. >>Ah, Anna estaba con nosotros y me lo contó. En el festival, digo —aclaré, junto a una sonrisa tranquila. No era del todo una mentira, ¿verdad? Sí que había sido Anna la que me lo había contado, solo que quizás no había sido en el festival. Detalles que a una se le podían mezclar, honestamente... >>Uhm... ¿crees que a Ko le importará si comemos antes de que él llegue? —murmuré, ojeando el par de bentos que teníamos dispuestos delante—. Tengo algo de hambre... Contenido oculto pls, crees que no estaba preparada (?)
—Ah, ¿te parece bonito aprovecharte así de tu hermano mayor? —le recriminé en broma, y luego me encogí de hombros a la réplica sobre el alcohol. Siendo realistas, las barreras legales muchas veces no significaban nada. Quizás una chica como Emily bebía cuando aún no debía hacerlo y ya, pero de este lado del charco nos reíamos en la cara de las leyes todos los putos días. Estaban los rebeldes, los inadaptados, los desgraciados a secas y los salvajes. Era como ingresar a las jaulas en la parte trasera del circo. Y entonces... ¿el famoso chofer personal, suponía, y Hayato eran amigos? Su respuesta no tuvo nada extraño y de por sí se había anticipado, pobre yo que quedé en las penumbras de la ignorancia. Asentí, procesando la información, y se me escapó una sonrisa al imaginar el cuadro. Anna debía haberse caído de culo cuando vio al Krait con el hermano de su amiga paseando por un festival de lo más panchos. —¿Son amigos de la uni, estimo? —arriesgué, y mi sonrisa se ladeó apenas—. Quiero decir, a menos que haya más sorpresas que no sepa. La actitud de Emily cambió ligeramente luego de eso, bajó la mirada a la comida y la noté dubitativa. Le presté atención, ella verbalizó su inquietud y yo agité la mano en automático. Para enfatizar mi punto, hundí los palillos en mi bento y agarré otro buen montón de arroz con verduras. —¿Estabas esperando a mini Ishi? Te recomiendo que no lo hagas —dije tras tragar—. Me dijo que estaba en el invernadero e imagino ya sabes cómo se pone con las plantas. Sólo Dios sabe cuándo llegará. Fue soltarlo, sin embargo, y que el chico apareciera por la puerta. Alcé la mirada, le sonreí a la distancia y él sorteó las mesas con la tranquilidad usual. Pilló una silla a la pasada y la acomodó junto a Emily, completando por fin la reunión. —Perdón la tardanza —murmuró, y pese a la serenidad con la que se había movido, percibí una ligera agitación en su voz—. En el camino una chica me detuvo y además... paré por esto. Había colado la mano en el bolsillo del pantalón y extrajo tres barritas de cereal, todas de fresa. El postre, suponía. —Ah, trajiste tributo, muy bien —lo molesté, empujando mi bento en su dirección y pasándole mis palillos—. Te ganaste el pan. Él soltó una risa suave y se mandó una porción de comida a la boca. Miré a Emily de soslayo, como diciendo "¿ves que no valía la pena esperarlo?", y luego fingí demencia. Contenido oculto pfpf booooring, i wanted to tease her :<