Mimi Honda Parpadeé. —¿E-eh?—murmuré con un hilo de voz completamente compungida por sus palabras. ¿Si esa fuera la última vez que hablásemos...? Repentinamente sentía que no tenía suficiente oxígeno en los pulmones y separé apenas los labios, contrariada, pero volví a cerrarlos y a apretarlos, boqueando por encontrar tanto las palabras como el oxígeno que sentía se me estaban escapando. La última vez. Eso no era una discusión típica, era un ultimátum. Y lo sentí, nuevamente de forma visceral, como un eco funesto en cada una de mis células. Honestamente esperaba muchas cosas pero no... eso. Quizás nuestras diferencias si eran realmente irreconciliables. Tal vez éramos demasiado diferentes para coexistir juntas. ... No. Esto no se trataba de diferencias. Era yo quién la estaba alejando, esto era mi culpa. Yo era quien estaba haciendo las cosas difíciles. Yo era la que era incapaz de asumir mis errores. Que le diría... ¿si fuese la última vez? ¿Qué quería decirle exactamente? Había cientos, probablemente miles de cosas, pero repentinamente eran una madeja de pensamientos enredados que me sentía incapaz de desentrañar. Estaba en shock. Me sentía desvanecida como un maldito fantasma. El labio inferior me tembló cuando finalmente pude reaccionar de alguna forma y agaché la mirada, ensombrecida, sintiendo todo el peso de la situación sobre los hombros. Si esa fuera la última vez... ¿qué demonios quería decirle? —¿De verdad quieres irte?—con el cerebro saturado fue lo único que logré articular en un primer momento. No había ninguna emoción discernible en mi voz. O al menos intenté que no la hubiera pero me estaba costando un esfuerzo titánico el solo hecho de mantenerme en pie—. Porque si realmente quieres, ahí tienes la puerta. Si eso era lo que quería hacer no iba a detenerla. Si estaba cansada de mí y no quería volver a verme, tenía vía libre. No sería la primera ni la última persona que me diera la espalda. Tomé una bocanada de aire. Sonó temblorosa porque me dolía genuinamente el pecho. Era como si el corazón se me estuviera partiendo en dos. Me estaba quebrando. >>Pero si realmente no quieres... quédate. Por favor quédate—le pedí—. Sé que soy un desastre, que mi orgullo es mi peor enemigo y que mi incapacidad para reconocer mis errores termina alejando a todo el mundo de mí. Y no... no quiero alejarte a ti también. No quiero—negué con la cabeza, angustiada, luchando contra mis propias emociones—. No sé si podría soportarlo. >>Siempre tengo esta idea de que nadie se quedará conmigo, de que me abandonarán y en un intento por evitar ese dolor alejo a todo el mundo de mí y lo convierto en una profecía autocumplida. Ni siquiera sé por qué estamos discutiendo en primer lugar. Lo odio. Oh Arceus, ¡lo odio tantísimo!—la voz se me quebró, tintada de una rabia sorda que solo iba dirigida a mí misma. Apreté los dientes y hundí mis uñas en mis propios brazos hasta el punto de causarme dolor—. No lo soporto. Siento que discutimos aún más desde que empezamos todo... esto. ¿Cuál es el punto entonces? Alcé la mirada hasta ella, a su espalda porque era todo lo que podía ver ahora. Quizás eso fuera lo último que viera de ella. El pensamiento me agrió el gesto, contrayéndolo en una expresión amarga. Repentinamente quería salir corriendo porque estaba desnuda en alma y la vulnerabilidad y yo eramos enemigas acérrimas. No sabía si en su dirección o en la opuesta, pero sin saber qué hacer solo me quedé allí abrazada a mí misma y estremeciéndome entre sollozos ahogados. Era una maldita hipócrita, ¿verdad? Le había pedido que no huyera de mí... pero era yo la que lo estaba haciendo. >>¿Qué... qué me has hecho?—sollocé patéticamente tratando de contener mis lágrimas con el dorso de mis manos y mis muñecas— Aún si te quedaras y quisieras regresar a como estábamos antes, ¡no podría volver a ser solo tu amiga ni queriéndolo!
Liza White Los sollozos de Mimi se extendieron a través del silencio, pesado y asfixiante que sucedió a sus palabras. No hubo una sola más de mi parte. El tiempo corrió, el mundo no se detenía ante nadie, y entonces lo notó. Al tratar de ver a través de la cortina de lágrimas, buscando saber quizás si había terminado por marcharme, ya no fue mi espalda lo que vislumbró. En su lugar encontró mis ojos, aquella mirada azul que tal vez podría reconocer en cualquier parte, reparando en sus gestos con actitud circunspecta y reflexiva. Meditando, tal vez, un sin fin de cosas. Sus últimas palabras hicieron tambalear mi aparente firmeza por un instante, pero decidí hacer oídos sordos por el momento. Apagué mi cerebro y las resguardé, en algún lugar de mi mente para más tarde. Separé mis labios finalmente. —No voy a irme a ningún lado. No de momento, al menos —aclaré. Había suavizado ligeramente mi voz, pero mi tono seguía siendo severo. No hice ademán de apartar sus lágrimas en ningún momento—. Pero sí que el pensamiento me estremeció por primera vez por dentro. A veces la vida se sucede tan deprisa, que cuando nos damos cuenta de estas cosas es demasiado tarde. Digamos que te planteé un escenario viable... en alguna realidad posible. Se trataba de una suerte de aviso, si se quería. Lo tenía escrito por todo el rostro. Tal vez en mi mirada impasible o en mi expresión intransigente y adusta. Se lo había dicho antes, ¿cierto? Podía ser un cachorro de Lillipup la mayor parte del tiempo, pero yo también sabía poner límites. Aún si en esos límites también se encontraba ella. Era una sentencia firme. "Si no me cuidas, yo también voy a marcharme". El problema allí no eran nuestras diferencias, nunca lo habían sido. Nuestros roces seguían siendo estúpidos y banales en comparación. Como mi berrinche en la mañana, que hubiese pasado tal vez sin pena ni gloria con un par de cosquillas y almohadazos en la cara. O cuando me distancié emocionalmente de ella en la tarde y en lugar de suavizar sus gestos y tratar de indagar el origen, su primera reacción fue buscar más guerra. Tal vez aquella discusión, sin ir más lejos. Había reconocido mi error, me había disculpado y comprendimos el origen del malentendido, y sin embargo fue incapaz de dejarlo estar. De admitir tal vez su propio error o en su defecto calmar las aguas. El problema aquí era su carácter imposible y la forma que tenía de volver unas insulsas brasas todo un incendio sin control. Nuestra amistad o aquella relación de amigas con derechos solo era un chivo expiatorio. El verdadero monstruo allí se escondía aún debajo del colchón. —Es normal que notes que discutimos más ahora. Esa no es la cuestión. Llevamos meses sin vernos y estamos conviviendo ahora las veinticuatro horas del día; vamos a vivir juntas sin ir más lejos, por el amor de Arceus. Los roces entre dos personas bajo un mismo techo son el pan de cada día —Tensé los labios ligeramente, irritada con la situación. Por supuesto que me dolía verla así, pero por una vez prioricé mi propio corazón resquebrajado. Necesité poner primero mis emociones en orden antes de amagar por contener las suyas—. El problema es que, tenga o no la razón en esas discusiones, Mimiko Honda no va a hacer nada por arreglar la situación. Se sentará en su solitario trono en una espiral de autocompadecencia, consciente de sus defectos, pero sin la intención de mover un solo dedo para luchar contra ellos. Su actitud conformista me asqueaba profundamente. Era completamente opuesto a mi naturaleza rebelde y contestataria. Había crecido y madurado, pero parte de su mentalidad se había quedado estancada tal vez en sus catorce. Se defendía diciendo que su orgullo era su mayor enemigo pero jamás la había visto luchar contra él, ni siquiera hacer el amago cuando tuvo la oportunidad. Había tenido que simular mi partida para que lo barriese a un lado de una vez, por amor de Arceus. >>Ya no puedes seguir con la mentalidad de que te importa un cuerno de Tauros que la gente se aleje de ti sin hacer nada por evitarlo. Ya no estás sola, ahora tienes cosas que deseas mantener. Tus... lágrimas son la prueba suficiente de ello —Me mordí el labio inferior, desviando la mirada de nuevo—. Tienes que pasar página de una vez, idiota. Si no buscaba cambiar también eso, si seguía escudándose en que era así y no había nada ni nadie que pudiese cambiarlo, nuestra amistad no llegaría a ningún lado. Me negaba sistemáticamente a seguir haciendo el esfuerzo por ambas. Era injusto e inhumano, no importaba cómo lo mirase. >>No voy a correr tras de ti eternamente —murmuré entonces, afligida, haciendo tambalear mi postura hasta entonces. Las lágrimas me ardieron detrás de mis cuentas, lágrimas de pura frustración—. Quiero correr a tu lado, Mims. Coge al tauros por los malditos cuernos y espabila de una vez.