Ciudad Témpera

Tema en 'Rutas' iniciado por MrJake, 27 Agosto 2013.

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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    >>Siempre preferiré estar contigo. No importa quien sea<<

    Y lo sentí en la punta de la lengua. Los labios me cosquillearon con la necesidad de abrir la boca y soltar la pregunta de rigor.

    ¿Incluso si esa persona fuese Nikolah?

    Pero ningún sonido abandonó mis labios. No tenía ningún caso preguntarle eso. Ya sabía la respuesta.

    Cuando regresé a la habitación mi primera parada fue dirigirme al baño y preparar la bañera mientras Liza se terminaba aquellas terribles pizzas frías.

    No había hecho nada en particular ese día pero mi momento del baño era sagrado. Calentaba el agua, llenaba la bañera hasta el borde y disfrutaba de unos largos minutos de reflexión y paz.

    —Liz, voy a bañarme—le avisé antes de desaparecer dentro del baño y cerrar la puerta a mi espalda.

    Mientras me desnudaba frente al espejo su pregunta en la azotea regresó a mi mente: ¿Los amigos con derechos tenían citas?

    Probablemente no.

    Llevé mis manos a la espalda y con un movimiento simple solté el cierre del sostén. Me gustaba bastante ese sujetador. Sentía que el color negro me favorecía.

    —Dex.

    —¿Sí, señorita Honda?

    Aprovechando los minutos conmigo misma decidí pedirle a Dex información sobre el asunto. Al finalizar la búsqueda esto fue lo que su análisis arrojó en referencia a las diez reglas básicas de los amigos con derechos:

    Uno: Dejad las cosas claras desde el principio.
    Dos: Los encuentros deben ser pasionales.
    Tres: Mantened la relación en secreto.
    Cuatro: La cama, solo para el sexo.
    Cinco: No os veáis con demasiada frecuencia.
    Seis: Nada de mostrar afecto en público.
    Siete: La exclusividad no existe.
    Ocho: No dejéis de lado a vuestros amigos.
    Nueve: La relación no debe ser duradera.
    Diez: No os enamoréis.

    Parecía una relación bastante física... pero la nuestra no era tal. Éramos mejores amigas, ¿cómo demonios no íbamos a mostrarnos cariño? Sabía que no era exclusiva y también que tenía los días contados. Y tampoco tenía intención particular de enamorarme... ¿Pero lo demás?

    Me hundí en el agua hasta la nariz.

    Sonaba como una completa molestia.
     
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    Regresamos a la habitación cuando esta ya se encontraba prácticamente a oscuras. Zazú me puso mala cara al aterrizar y me apresuré a darle un cuenco extra de comida Pokémon por las molestias, mientras calentaba la mitad de la primera pizza en el microondas. La segunda la dejaría para la cena, y así no tendría que escuchar más sugerencias extrañas por parte de Honda.

    Era un movimiento inteligente, heh.

    Me había recuperado de mi nerviosismo anterior cuando Mimi llegó a la habitación, y lo primero que hizo fue decidir darse uno de sus baños calientes diarios. Si me hubiese mirado al pasar por mi lado le habría dirigido un mohín bastante evidente. Estaba claro que su momento del baño era sagrado, ¿pero de verdad que nunca me permitiría ir con ella?

    Pft. Qué aburrida.

    En el largo tiempo que se tomó allí dentro me había recostado contra la pared, justo al lado de la ventana, y repasé un par de páginas del libro mientras masticaba un trozo de pizza con la mano libre. Entraba un fresquito de lo más agradable desde la calle. Así daba gusto.

    Transcurrieron tal vez veinte minutos, habiendo ya logrado enfrascarme propiamente en la lectura, cuando escuché algo golpeando ligeramente el cristal de la ventana, casi con cautela. Al no haber respuesta en un inicio, el sonido se volvió repetitivo, insistente. Fruncí un poco la nariz y alcé la mirada del libro, extrañada.

    Mis ojos se abrieron como platos al reconocer a cierta ave azul posada en el alféizar de la ventana, con una expresión nerviosa, casi de circunstancias.

    El trozo que sujetaba entre los dientes se me cayó prácticamente de la boca.

    —¿¡Poly!?
     
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    Prefería no pensarlo demasiado. Buscando despejar mi mente le pedí a Dex que pusiera música clásica—optó por pavana para una princesa difunta. Curiosa elección musical—, y yo me limité a cerrar los ojos.

    Aunque la pieza no tenía ningún significado ni historia particular por parte de Maurice Ravel, su compositor, pues trataba tan solo de rememorar la nostalgia de una danza cortesana, mi madre solía contarme una historia diferente. Me decía que la pieza iba dedicada a una infanta de la antigua corte de Paldea, que con tan solo diez años fue prometida a un hombre al que jamás amó. La pieza cargaba la nostalgia y el dolor de una infancia rota que terminó inevitablemente con su muerte temprana a los dieciséis años de edad.

    Una gran historia que contarle a una niña de seis años, mamá. Muy optimista.

    Por lo demás era una pieza demasiado fácil de tocar mal. Si quería volver a tocar el piano como lo hacía antes, debería centrarme en esa pieza en particular. Quizás en algún momento tuviese el suficiente virtuosismo para tocar cosas como la Campanella... pero de solo pensarlo ahora me daba dolor de cabeza.

    Volver a tocar el piano había sido un gran punto de inflexión después de haberlo aborrecido por años. Reconciliarme con mi corazón de pianista y mis raíces me había dado más confianza en mí misma. Como si hubiese colocado en el puzzle de mi vida una de las piezas que faltaban.

    Los minutos transcurrieron sin más y yo disfruté de un baño caliente hasta que el agua empezó a enfriarse y decidí que ya había sido suficiente. Ese día tampoco había ido a buscar mi ropa a la habitación, así que sería otra noche de usar los pijamas de Liz. No sabía si me gustaban porque me resultaban absurdamente favorecedores o porque olían a ella... o por ambas.

    Salí del baño tarareando la melodía pero todo mi buen humor se fue a la mierda en el mismo momento en que vi a aquel Chatot desplumado frente a la ventana.

    Pasmada, lo señalé con el dedo índice.

    —¡¿Qué haces aquí otra vez?!
     
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    El borde de la pizza cayó sobre mi regazo al mismo tiempo en que el Chatot se estremeció al oír su nombre. Parecía alterado, como siempre. Tal vez un poco más de lo usual.

    —¡Cruack! ¡No es mi intención molestarla de nuevo, agente, de verdad que no! —¿Otra vez con lo de agente? Debía admitir que me inflaba el ego ser tratada con el respeto de un rango elevado, cuando en realidad era una mera rookie. Quizás por eso no le corregí—. Verá, ¿recuerda el plan de captura que le explicamos hace una hora?

    —Eh... sí —Sin dejar de prestarle atención, más perdida que el barco del arroz, lancé el borde de la pizza que yacía en mi regazo hacia arriba, atrapándolo con la boca—. Mmph... El que parecía salido de una... mmph... peli de espias, ¿no?

    —Exacto —El Chatot se mostró un poco más relajado en apariencia, viendo que le prestaba atención y no le espantaba con un movimiento brusco de mi mano. Había tenido suerte topándose con alguien tan paciente como yo—. Logramos encontrar a la chica, Miki la extors... animó a confesar lo que hizo y todo fue bien. Pero me temo que...

    Entonces la puerta del baño se abrió detrás de nosotros, y Mimi profirió un grito de pura incredulidad. Poly comenzó a agitar sus alas frenéticamente, y todo se volvió nuevamente una cortina de plumas.

    —¡¡Cruaaaack!!

    —¡P-Poly, para! —Sacudí mis brazos, pero tuve que escupir hasta una pluma que se me metió en la boca en mi intento por atrapar a la estresada ave. Suspiré, colocándolo en mi regazo, y me dirigí hacia Mimi entonces—. Parece que algo le ha pasado a Miki. No estarías aquí tú solo si no fuese el caso, ¿no es así?

    Mi aguda observación pareció sorprender a Poly, quien se fue acostumbrando poco a poco a mi presencia y a las caricias que le concedía sobre su espalda, conciliadoras.

    —...Sí. El negocio de Miki se ha resentido bastante por las acciones de esta chica, y aún hay mucho pagos que están pendientes de tramitar, así que este mes anda más pelada que yo cuando ando estresado —Osea, ¿siempre?—. Ha buscado paliarlo tocando el bajo en la calle en alguna ocasión. Lo hace muy bien. Pero al intentarlo esta vez... ¡Se desmayó del hambre, cruack!

    —¿Cuánto tiempo lleva sin comer esa chica? —cuestioné, desconcertada.

    —Ehh... ¿Dos días? —Se rascó la cabeza, dubitativo—. Algo así, sí. No sería la primera vez tampoco, ¡cruack!

    Torcí mis labios en una mueca y busqué los ojos de Mimi desde allí. No tuvo que preguntarme nada, mi mirada determinada lo dijo todo por mí.

    No... podíamos dejar a miss voyeur así. No éramos tan crueles, ¿verdad?
     
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    En primer lugar me traía sin cuidado lo que le hubiera pasado a miss voyeur, solo quería que ese pajarraco medio calvo nos dejase en paz. ¿Era mucho pedir? Aún estaba intentando comprender el sueño febril y psicotrópico que había sido toda la escena de la azotea y no quería tener nada que ver con ellos. Incluso si hacía sido un malentendido seguía molesta, demasiado tensa después de habernos sentido en un escaparate ante alguien más. La exhibicionista aquí era White, no yo. Y no quería tener nada que ver con Miki, ni con Poly ni con su descuento del 25% en productos ornitológicos.

    No podía importarme menos lo que le sucediese.

    Me crucé de brazos, obstinada.

    O al menos esa era la teoría porque era incapaz de permanecer impasible si tenía el conocimiento de que alguien estaba sufriendo cerca de mí. Le había llevado de comer a Alpha hasta que el idiota decidió que ya había tenido suficiente y aunque era una situación diferente, porque al menos Alpha me simpatizaba—a veces—, las circunstancias era similares. Aquí había una persona literalmente desmayándose del hambre.

    Liza me dirigió una mirada llena de determinación y mi obstinación se tambaleó como un insulso castillo de naipes.

    Vale, vale, ya lo pillo. ¡Deja de mirarme así!

    —Ugh~.

    ***

    De todos los lugares en el mundo que se me habían ocurrido ese era probablemente el peor en cuanto a mis estándares, pero había sido la opción más rápida.

    El Mime Donald's estaba a rebosar a esas horas.

    Haberle dado una pizza ya tiesa y recalentada hubiera estado fuera de lugar, incluso aunque no me simpatizaba sabía eso.

    —No puedo creer que le haya pagado la cena a esta tipa.

    Murmuré con una expresión de circunstancias y desvié la mirada a través del escaparate más allá de las luces de la ciudad. El día y la noche eran mundos completamente opuestos, de hecho. Apoyé la mano sobre la mejilla y dirigí una mirada de soslayo hacia el asiento de delante donde Miki y su Chatot devoraban una hamburguesa triple con queso. Era el menú completo con patatas y gelatina de postre.

    Ah~ Nada que hacerle.

    Suspiré con resignación.

    A veces me perdía la vocación de servicio público.
     
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    Me resultaba curioso cómo era la segunda noche consecutiva que acababa en un Mime Donald's por los designios de la vida. No era más que una hoja movida por el viento, a las pruebas me remitía, pero al menos esta vez no había motines, ni rehenes, ni carreras frenéticas bajo la luz de las estrellas.

    Aunque eso último no había estado tan mal.

    Me llevé las manos a la nuca y me incliné hacia atrás en aquel asiento acolchado, observando despreocupada el ritmo frenético del interior del establecimiento. Mis ojos viraron en algún momento hacia Miki y Poly, quienes comían con lagrimillas en los ojos el menú que había salido inesperadamente de los bolsillos de Mimi.

    El murmullo resignado que soltó a mi lado me hizo dejar escapar el aire por la nariz, francamente entretenida con la situación.

    —Eres más generosa de lo que quieres admitir, ¿eh? —comenté en el mismo tono, sin apartar mis ojos de aquel extraño duo con una ligera sonrisa en los labios. Estaba siendo un día de locos, unos días de locos en realidad. Pero hacía mucho que no me divertía tanto. Alcé la voz hacia ambos, condescendiente—. ¿Qué? ¿Cómo está eso?

    —Efta demsadfiafo bfuemno pfawra zer rweal —La joven peliazul habló con la boca llena, enfrascada en su tarea de devorar todo aquel festín digno de los dioses pokémon como si fuese a desaparecer de un momento a otro.

    —Miki dice que está demasiado bueno para ser real. ¡Cruack! —El hecho de que el ave tradujese lo que decía hizo que tensase los labios, conteniendo la risa. Miré a Honda de soslayo disimuladamente, porque si había algo que me había reprochado muchas veces era precisamente hablar con la boca llena.

    No estaba haciendo más que perder puntos frente a ella, me temo. ¿Sería algo que le importase siquiera? Quizás yo era un libro abierto, pero ella era absolutamente incomprensible. Como si tuviese un cristal empañado tras sus orbes grises.

    Robé una patata con todo el descaro del mundo y la lancé a mi boca de manera distraída. La funda del bajo que pertenecía a Miki reposaba a mi lado, y contemplé los sellos y pegatinas que lo decoraban por un instante.

    —Igual no nos hemos conocido en las mejores condiciones, pero quizás deberíamos presentarnos, ¿no? —Me llevé una mano al pecho, algo más afable y relajada que al inicio—. Soy Liza. Y vuestra benefactora aquí presente es mi amiga, Mimi.

    Poly aún parecía tenerle miedo (comprensible), pero no por ello dejaba de ser un ave respetuosa.

    —M-M-Muchas gracias por su desinteresado gesto —inició con cautela—. Que Arceus se lo pague con muchas hamburguesas de tres carnes como esta. ¡Cruack!

    No creo que ese sea un buen deseo para ella, no.

    Miki dejó la hamburguesa a un lado, se limpió las manos y tomó las de Mimi, apretándolas con convicción entre las suyas.

    —Puedes pedirme lo que quieras —le aseguró—. Puedo hacer un esfuerzo y darte el 50% de descuento en los productos de la web. Tal vez un 3x1 en piensos.

    —¡P-Pero Miki! —exclamó el Chatot, escandalizado con la oferta—. ¡Eso serán otros tres días sin comer para ti!

    —...Oh —Soltó sus manos al instante y regresó a sostener la hamburguesa con recelo, como si una fuerza invisible amenazase con quitársela. Negó con la cabeza, habiendo cambiado de idea—. Entonces todo menos eso.
     
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    Yo no lo llamaría generosidad. Salvarle la vida a la gente era algo que hacíamos los holders. Quizás eso también venía incluido en nuestro código genético de amasijos de energía vital. Tau era una zorra sin alma, pero debía concederle eso.

    —Mastica con la boca cerrada, ¿quieres?—le espeté turbada—. Qué desagradable.

    Quizás era algo así como deformación profesional. Aunque sí ser holder se considerase en trabajo, hacía mucho que hubiera sobrepasado la fortuna millonaria de mi padre.

    Solo por salvar el mundo y aguantar toda la mierda de la CSG tendría suficiente para comprarme un penthouse de lujo en el centro de Témpera.

    En cualquier caso y aunque estaba comprensiblemente tensa con toda esta situación, me aliviaba saber que tenía algo en el estómago y que no iba a terminar muriendo de inanición en algún callejón a merced de cualquier desalmado. Y tocaba el bajo, así que la habilidad para tocar instrumentos—aunque eran completamente diferentes—, era algo que teníamos en común.

    No me desagradaba tanto si sabía leer una partitura. Los bajistas solían preferir las tablaturas, aún así. Era mucho más sencillo saber donde colocar los dedos en el mástil del instrumento que conocer las notas.

    Liza hizo las presentaciones de rigor. Yo no iba a hacerlas ni aunque me estuvieran apuntando una pistola en la sien.

    —Hmph—solté, apartando la mirada en un gesto desdeñoso.

    Era evidente que estaba disfrutando de todo esto. Ya fuese porque sentía ese orgullo casi maternal de quien ve a un hijo hacer lo correcto como del hecho de poder robar disimuladamente patatas de la cajita feliz.

    Era un pozo sin fondo.

    >>Que Arceus se lo pague con muchas hamburguesas de tres carnes como esta. ¡Cruack!<<

    Ew. No gracias.

    Prefería que Arceus me lo pagara dejándome en paz.


    En algún momento Miki tomó mis manos y me aseguró que podía pedirle lo que quisiera. Incluso aumentó en otro 25% el descuento en... ¿piensos? No tenía ningún interés en su negocio. Mis Pokémon pájaro estaban perfectamente alimentados.

    Antes de tener tiempo siquiera de declinar la oferta, Miki regresó a su hamburguesa protegiéndola como si yo fuera a robársela. Parecía un Pokemon enfurruñado porque alguien amenazaba con quitarle el sustento. Nunca había conocido a alguien que mostrase tanta expresión dentro de su calmada e inmutable actitud.

    Solté el aire de golpe por la nariz.

    —No hago de buena samaritana esperando obtener beneficios a cambio.

    De verdad, ¿de dónde había salido esta mujer?
     
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    La situación se me antojaba especialmente cómica, no iba a engañar a nadie. Tampoco me estaba esforzado demasiado por esconderlo. Si en algún momento las respuestas secas y distantes de Mimi ante la excentricidad del dúo amenazaban con arrancarme una carcajada, me llevaba una patata a la boca para silenciarme. Así de fácil.

    Era un win-win para mí.

    En algún momento en mitad de la cena mi teléfono vibró con un nuevo mensaje. Encendí la pantalla, intrigada, para encontrarme un mensaje de Aika preguntando por la hora para mañana. Recordar el inminente viaje al parque de atracciones de Témpera hizo que una oleada de emoción genuina me recorriese el cuerpo, en toda su extensión.

    —Mims —La llamé, apoyando distraídamente mi cabeza sobre su hombro. Le extendí el teléfono para que pudiese ver el mensaje—. ¿A qué hora le digo que nos espere mañana?

    >>Deberíamos... comprar las entradas cuanto antes —Fruncí ligeramente el ceño al recordar ese pequeño detalle—. Hacerlo en taquilla no es una opción, con la enorme cola que debe haber allí.

    Con esas, empecé a explorar la web del parque; los precios me hicieron palidecer de inmediato. Eso... ¡E-Eso era demasiado caro! ¿Era porque se trataba de la novedad? ¿Porque se encontraba precisamente en Témpera?

    Cómo odiaba el capitalismo.

    Estúpida vida adulta.

    —¿Qué tipo de entradas estás buscando, agente? —cuestionó el Chatot, curioso, con varias migajas cerca de su pico.

    —Unas entradas para el parque de atracciones de Témpera —suspiré, repentinamente alicaída. Mi pobre sueldo se iba a resentir demasiado tras estas vacaciones, lo sentía en mi bolsillo...—. Pero prácticamente cuestan un ojo de la cara. Es abusivo.

    —Hm... —Miki pareció reflexionar algo en silencio, mientras masticaba con la boca cerrada... a ratos. Entonces alzó la mirada de su codiciada hamburguesa—. Uno de los requisitos para ser una chica de negocios es tener contactos. Sé de alguien que hace compra-venta de entradas. Y me debe un favor —señaló, con una sonrisa pequeña y enigmática—. ¿Cuántas necesitáis?

    Abrí los ojos, presa del estupor. Me costó unos segundos de más procesar la situación.

    —Eh... ¡Tres! —Me volví hacia Mimi, ilusionada. Le hablé bajito—. ¿Ves? No es tan mala como crees. ¿Acaso no es genial?

    Miki sacó su teléfono, sosteniendo un par de patatas entre los dientes, y nos alzó el pulgar pidiéndonos con ese gesto que nos dejase todo en sus manos, antes de enfrascarse en la búsqueda de su misterioso contacto. Una idea se me cruzó por la cabeza entonces, tentativa.

    Si nos iba a hacer ese favor...

    >>Oye —le susurré a mi amiga—. ¿Por qué no le decimos que se venga también?
     
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    Mimi Honda

    ¿En qué momento esto se había vuelto una comedia? ¡Aquí solía haber sangre cada dos por tres! Hasta un Eeleektross manipulado genéticamente había partido a una niña en dos. No me desagradaba el giro en los acontecimientos... ¿pero tenía que ser a mi costa?

    Liza se apoyó en mi hombro y me extendió el teléfono para que viera el mensaje de Aika. Los problemas siempre venían de dos en dos, suponía. Tsk, Aika. Ese era un tema a parte.

    —Ah, yo que sé—mascullé quejumbrosa—. Dame un respiro.

    Aunque honestamente sí me hacía ilusión ir al parque de atracciones. Era un poco infantil, pero no había estado en uno en mi vida. Quizás era mi parte más curiosa la que sentía emoción o tal vez era la perspectiva de poder comprarme un peluche gigante de Shinx y dar un paseo en la noria al atardecer. La montaña rusa me pondría el estómago del revés así que no pensaba ni mirarla.

    El asunto de las entradas iba a estar complicado. La ley de la oferta y la demanda era atroz. Debido a la novedad y la popularidad del sitio, el precio era astronómico.

    Miki se ofreció a conseguirlas. Parecía muy segura de sí misma con ese aire de falsa profesionalidad.

    A diferencia de White, yo no estaba impresionada.

    —Tu estándar sobre lo que es "genial" es también muy cuestionable—le respondí en el mismo tono de voz, indiferente.

    Llevaba la página de productos ornitológicos de sus padres con, imaginaba, escasa popularidad. Tener contactos era importante en el mundo de los negocios... pero esta chica no estaba en ese mundo en realidad. No podías llegar muy lejos vendiendo pienso para pájaros. Si realmente tenía los contactos que decía tener, probablemente la ornitología fuese tan solo una tapadera.

    ¿Qué era entonces? ¿Narcotraficante? No, se estaba muriendo de hambre en la calle. ¿Hija de un yakuza?

    —¡¿Huh?! ¿Hablas en serio?—miré a Liza con consternación buscando cualquier signo en su rostro de que era una broma. Pronto me di cuenta de que no—. Oh Arceus, hablas en serio.
     
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    No había que ser un Luxray para intuir que Miki escondía bastante más de lo que aparentaba a simple vista. Si tenía contactos, si esos contactos le debían favores; si podía permitirse jugar a los espías y a Poly casi se le escapaba su supuesta extorsión hacia la chica que habían estado buscando... Era evidente que estaba metida en algo. Y era esa aura misteriosa y enigmática, esos ojos nublados y su carácter extremadamente tranquilo y de pocas palabras lo que me parecía tan genial.

    Mimi estaba tan ciega como siempre para poder verlo, no era novedad. Ya había desistido en mi afán por abrirle los ojos, en cualquier caso. Simplemente la dejé ser.

    Me miró, repentinamente alterada por mi propuesta y repasó mis facciones, buscando desesperada algún indicio de que no hablaba en serio. Le sostuve la mirada, imperturbable. Tenía ese brillo en los ojos, casi premonitor, que aparecía cuando se me metía algo entre ceja y ceja, dispuesta a hacer lo que fuese para conseguirlo.

    Mimi sabía bien que, llegados a ese punto, no había nada que pudiese hacer contra el incansable y porfiado torbellino de energía que tenía por amiga.

    Era esa chica caprichosa cuando quería.

    Mi expresión mutó y entonces le sonreí, maliciosa. Me erguí sobre mi asiento y busqué a Miki con la mirada, ignorando las evidentes señales de disconformidad que me transmitía Honda.

    —Miki, ¿sabes qué? —La llamé, resuelta. Le mostré cuatro dedos de mi mano libre, guiñándole uno de mis ojos—. Que sean cuatro entradas. Te vienes con nosotras.

    La chica dejó de mensajear por un momento y me miró, sin comprender del todo aquel repentino ofrecimiento. Poly a su lado pareció especialmente sorprendido y comenzó a celebrarlo, dando pequeños saltitos sobre su asiento.

    —¡Miki! ¡Te han invitado a un parque de atracciones! —exclamó, posándose sobre su hombro, y su alegría me causó cierta ternura. Se limpió con las plumas unas lagrimillas de los ojos, como un padre orgulloso de ver crecer a su hija—. Nunca creí que llegaría a verte salir con amigas... Se hacen tan mayores..

    Oh... Ahora que lo pensaba, sí que lucía como una joven muy solitaria. Cada vez estaba más convencida de haber hecho lo correcto.

    —No me importa ir. Pero ya tenía un mini-concierto preparado para mañana —Sacó un papel arrugado de su bolsillo y me incliné sobre la mesa para verlo—. Hice carteles y todo.

    El dibujo que nos mostró parecía haber sido hecho por un niño de cinco años. Se había dibujado a sí misma con su bajo y le había pegado purpurinas y todo. Espera, ¿esa cosa azul y deforme del fondo se suponía que era Poly? Hasta yo dibujaba mejor... y eso ya era decir.

    Poly puso una expresión de circunstancias, llevándose el papel con el pico lejos de su alcance.

    —Ni se te ocurra desaprovechar la oportunidad de socializar —torció, tajante—. Además, ambos sabemos que no iba a ir demasiada gente —Se rascó las plumas con cierto nerviosismo—. Sin ofender.

    Miki hizo un mohín ligero.

    —Tres es un buen número —rebatió, completamente convencida de lo que decía. Vaya, ¿y yo era la optimista aquí? Me miró a los ojos entonces. Y, contra todo pronóstico... asintió—. ...Pero iré. Ya haré el concierto en otro momento.

    Su validación me hizo extender los brazos en el aire, celebrando el suceso victoriosa.

    —¡Yippie~!

    —¡Día de atracciones! ¡Yay~!

    Tomé al Chatot de las alas, celebrando junto a él nuestra victoria mientras el ave daba saltitos sobre la mesa y canturreábamos como idiotas. Eso sí, lejos de la comida. La comida siempre era sagrada.

    Oh, Arceus. ¿Dónde se había ido a meter la pobre Mimi?
     
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    ¿Se le habían zafado los tornillos del todo? Me gustaría comprender qué clase de tren de pensamiento le llevaba a decidir invitar a Miki cuando había invitado a Aika y a mí, de paso, sin preguntar primero. Esta tipa, hubiera sido su intención o no, ¡nos había visto comiéndonos la boca a través de la ventana de un segundo piso!

    Era un auténtico Lillipup moviendo la cola por cualquier persona que se le acercaba con intenciones no demostrables. Y mientras tanto yo me recluía en un rincón dispuesta a sacarle los ojos a quien osara acercarse demasiado.

    —¿Cuando hemos decidido eso?—le espeté con contrariedad. El evidente descontento que me producía la situación no pidió permiso para colarse en mi voz— ¡No tomes decisiones sin mi consentimiento! ¡O-oye!

    Fue como arrojar agua al mar.

    Poly actuó de forma paternalista y su comentario me hizo cerrar los puños sobre mis muslos. ¿Amigas? ¿En qué momento?

    Me costaba seguir la velocidad de los acontecimientos. ¿Quién era toda esta gente? ¿De dónde habían salido y por qué no se metían en sus propios asuntos?

    A pesar de mi actitud abierta y extrovertida con mis fans era una persona muy privada. Jamás permitía que gente desconocida se acercarse demasiado, ni siquiera que lo intentase. Nadie ajeno a mi zona de confort, de fuera del espacio seguro y resguardado dentro de mis murallas me conocería jamás.

    Miki nos mostró el cartel que había dibujado para su show especial con el bajo. ¿Honestamente? No, tampoco estaba impresionada.

    ¿Qué era eso? Era imposible saber qué era cada cosa en el dibujo. Tenía purpurina por todos lados como la manualidad de un niño de kinder y los dibujos eran tan erráticos que parecía arte cubista. Picasso estaría orgulloso.

    Repentinamente todo a mi alrededor parecía una casa de locos. Liza estaba celebrando, Poly daba saltitos sobre la mesa y Miki, dentro de toda su inexpresividad usual parecía emocionada. La única disgustada... era yo.

    Esto... esto tenía que ser una broma, ¿verdad?

    ... ¿Verdad?

    Me sentía como una espectadora, observando el desenlace de los acontecimientos desde detrás de un vidrio. Cómo el escaparate de este mismo Mime Donald's.

    Fruncí el ceño y me levanté de la mesa repentinamente.

    —Me vuelvo a la habitación—declaré de forma lapidaria.

    No esperé ninguna reacción. Giré sobre mis talones y me dirigí a la puerta.

    Pinche Litten salvaje- Socializaaaa unu
     
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    Andysaster

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    La celebración se congeló de forma abrupta cuando Mimi decidió que ya había tenido suficiente. Me quedé con los brazos extendidos, aún sosteniendo las alas de Poly, y todos nos giramos en su dirección, cada uno con sus distintos grados de confusión reflejados en el rostro.

    —¿S-Señorita benefactora...? —murmuró el Chatot, mesurado.

    —¿Mims?

    Miki se rascó la barbilla, meditabunda.

    —Qué extraño —se dijo—. El 3x1 en piensos no suele fallar.

    Suponía que había llegado a su límite por mi culpa, en mayor o menor medida. De modo que sintiéndome responsable de alguna forma me levanté de mi asiento, impulsada por el momento, y le sostuve de la muñeca con firmeza mientras se dirigía hacia la puerta, deteniéndola en el acto. Cuando se volvió hacia mí sin comprender le sostuve la mirada con arrojo.

    —Antes de que te marches déjame hablar contigo un segundo —Al notar la obstinación en su mirada suavicé un poco mis facciones, mostrándome casi suplicante. Disminuí el volumen de mi voz—. Por favor.


    ***​


    Nos excusé con el dúo diciéndoles que iríamos al baño y ninguno pareció notar que no había baños en el exterior en realidad. Ni siquiera con esa estúpida voz que me salía al mentir. Estaban demasiado ocupados con su festín como para percatarse de detalles insulsos como ese, a decir verdad.

    Nos alejamos lo suficiente para poder charlar en privado, sin estar demasiado cerca del gentío arremolinado en la terraza. Me apoyé en la pared del establecimiento y suspiré, cruzándome de brazos.

    —Siempre es lo mismo contigo. ¿Por qué tienes que bufarle a cada persona que se te acerca sin darles siquiera una oportunidad? —le reproché, si bien mi tono no fue realmente brusco esa vez. Estaba intentando entenderla, más que recriminarle algo en sí—. Entiendo que eres una persona reservada y que te cuesta confiar en los demás. Pero al menos deja que te demuestren que son o no buenas personas.

    >>¿Acaso... no recuerdas que yo también estuve en su lugar? —cuestioné, cauta, tensando los labios—. Me rehuías constantemente al inicio. De no ser porque aparecí en tu vida en el momento adecuado, cuando sucedió todo lo de Emily, quizás jamás hubieses bajado las murallas para dejarme pasar —Agaché la mirada, asolada repentinamente por la idea. Me generó una profunda tristeza en algún lugar de mi ser—. Nunca... hubieses descubierto que tal vez yo sí que merecía la pena. Quizás nunca me hubieses dado la oportunidad de demostrártelo... justo como estás haciendo con ellos ahora.
     
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    Yugen

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    Había contado con que Liza saldría a detenerme, así que cuando sentí su agarre en mi muñeca no me volteé inmediatamente a mirarla. Tampoco me tensé. Tan solo cuando el silencio se hizo lo suficientemente pesado para resultar molesto giré la cabeza y conecté con sus ojos.

    Esperaba en que insistiera en que me quedase y estaba por la labor de darle un no taxativo cuando me pidió hablar.

    No sé qué tipo de expresión tenía en el rostro pero probablemente no era muy hospitalaria que digamos. Suavizó la propia así como su voz y me lo pidió por favor en un murmullo que tuvo cierta cuota de súplica.

    No podía hacer nada contra eso.

    Abandonamos el local y la seguí en silencio hasta un lugar algo apartado de la multitud, en un callejón cualquiera. Al parecer, nos llevábamos bastante bien con los callejones.

    Expuso su argumento—uno que ya imaginaba—, pero no la miré en ningún momento. Como ella me apoyé en la pared del frente y la dejé hablar en un silencio algo hosco, huraño, porque realmente lo que deseaba era largarme de allí. Y cuanto antes mejor.

    —¿Por qué tienes que invitar a gente que ni siquiera conoces a algo de las dos?

    Murmuré en voz baja, entre dientes, con la voz tintada de frustración. Pero eso no era cierto. No era "algo de las dos". De hecho, a mí me había invitado después de Aika.

    No, ese no era el maldito punto.

    Crucé mis brazos buscando crear una barrera entre ella y mis emociones y alcé la mirada hasta sus ojos, firme.

    >>Ni siquiera sabes quiénes son—rebatí. En su caso, yo sí la conocía de antes. No era una completa desconocida cuando empezamos a relacionarnos más—. Te ponen ojitos de Wooloo degollado y caes redonda. Parece que no recuerdas toda la mierda que hemos pasado por confiar a ciegas en la primera persona que pasa.
     
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    Me mordí la lengua cuando lo primero que me reprochó fue el hecho de invitar a gente a algo que era de las dos. Me contuve porque sabía que, de recordarle que aquello no era nuestro, si no de Aika y mío, se encerraría lo suficiente en sí misma y en su estúpido orgullo de plástico como para negarse a venir mañana.

    La conocía demasiado bien.

    —Es una locura odiar a todas las rosas solo porque una te pinchó. Renunciar a tus sueños solo porque uno de ellos no se cumplió —recité, observando el manto nocturno perlado de estrellas, con aparente seguridad en lo que decía. Volví el rostro hacia ella—. Es una cita del Principito. Creo que es evidente a cual de las dos partes me estoy refiriendo.

    Nos habíamos pinchado no con una, si no con decenas, cientos de rosas distintas. Nuestro trabajo como holders no había estado exento de personas maliciosas, de hecho casi que parecíamos atraerlas como moscas. Pero sería injusto para la gente que estaba por llegar a nuestras vidas cerrarles el paso de esa forma, solo porque habíamos tenido ciertas experiencias cuestionables en el pasado.

    —Puede que peque de ser demasiado confianzuda e imprudente, no lo niego. Pero no por eso soy estúpida —objeté sin titubear—. Trabajo con personas cada día, sé de lo que hablo. Si detecto algo extraño en alguien yo también sé mantener las distancias y velar por mi seguridad.

    Alcé mi mano para verla de cerca, cerrándola en un puño mientras reflexionaba. No importaba lo que me dijese, no iba a cambiar de idea.

    >>Pero prefiero intentarlo y equivocarme a no darle la oportunidad a alguien que no tiene la culpa de nada.
     
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    —El problema es que esas rosas no nos pincharon, estuvieron a punto de matarnos. De hecho mataron a alguien. Ellie McRoy destripó a una mujer y trató de culparme a mí escribiendo mi nombre en la pared con su sangre. Arnie demostró ser la peor rata traidora. Siempre con su actitud cordial y la sonrisa afable, fingiendo ser patrocinado de Berto cuando era un esbirro de Chance.

    >>Perdona si no me fío de nadie, es deformación profesional.

    El problema no era ser confianzuda e imprudente, que también. El problema era que intentaba meterme en el saco. Me preguntaba si me veía como a Miki, con tristeza y compasión por ser una persona solitaria cuyos amigos podían contarse con una sola mano. ¿Me tenía lástima? Si ese era el caso y era justo la impresión que me daba, aquella situación solo me crispaba aún más.

    No necesitaba de la compasión de nadie, mucho menos de la de mi mejor amiga. Estaba bien como estaba. Si quisiera ampliar mi círculo lo haría. No era asocial ni introvertida, tenía habilidades sociales y sabía ganarme a la gente. Hablaba con todo tipo de personas por mi trabajo como modelo. Si fuera un Litten huraño todo el tiempo ni siquiera tendría trabajo en primer lugar.

    Pero no quería. ¿Qué era tan difícil de entender?

    —Bueno, pues muy bien por ti—torcí cuando terminó de hablar. ¿Prefería intentarlo y equivocarse? Que acto tan noble y tan estúpido— Yo no puedo hacer eso.

    Hubo un silencio tenso después. Casi podía sentir el metafórico muro que nos separaba, uno que yo misma había alzado, uno que ahora la alejaba a ella también. Dentro de mis propias murallas autoimpuestas, dentro de un castillo de hielo y fuego, el trono era ocupado por mí... pero no había nadie más en la sala.

    La princesita obstinada solo tenía su propio hielo y fuego como compañía.

    Era curioso. Temía perderla, temía alejarla y era justamente lo que hacía. Actuaba como una maldita masoquista y no podía controlarlo. ¿Eso también era deformación profesional? Me daba igual alejar al resto del mundo, pero alejar a Liz era algo que genuinamente no quería hacer.

    Me llevé las manos a los brazos sintiendo un escalofrío recorrerme la piel. Era una sensación gélida que no respondía en su totalidad a la temperatura exterior. Podía sentirla, por supuesto.

    Esa nueva frialdad entre nosotras.

    >>¿Hemos acabado ya?—inquirí. Mi voz no tuvo la misma firmeza y tampoco le sostuve la mirada como antes. En lugar de eso me recluí contra la pared a mi espalda—. Hace frío aquí.
     
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    Andysaster

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    El silencio se extendió entre nosotras, uno que a diferencia de los demás no resultó para nada agradable. Mimi alzó sus murallas nuevamente, asegurándose en esa ocasión de dejarme fuera y apreté los dientes, sintiéndome frustrada y dolida al darme de bruces contra la puerta del exterior de su fortificación.

    Estaba... cansada de discutir con ella. Lo odiaba genuinamente y no quería volver a pasar por lo mismo una tercera vez.

    Ya había sido suficiente por un día.

    "¿Hemos acabado ya?"

    Agaché la mirada, resignada, y me aparté de la pared con un suspiro. No tenía caso seguir allí. No cuando se cerraba en banda y me apartaba de esa forma de su lado. Di media vuelta, soltando un ligero "mhm" como toda respuesta, y comencé a alejarme de allí, dando por concluida aquella conversación inservible.

    ...

    Cuando Mimi se disponía a marcharse, en dirección contraria a la mía, pudo escuchar unos pasos acelerados regresar a su lado. La habitación helada y solitaria en la que se había recluido se iluminó de repente, como si alguien hubiese accedido a ella sujetando una antorcha e hiciese retroceder el frío que le calaba en los huesos. Al girarse se encontró conmigo, mostrando señales evidentes de haber echado a correr de vuelta hasta allí.

    Al alzar la mirada hacia ella había recuperado la convicción que creí perdida.

    —...No. No hemos acabado aún —Me corregí, cerrando mi mano sobre mi pecho—. Esta mañana me pediste que no huyese de ti, ¿no es así? —Negué con la cabeza, incansable y obstinada como era—. Pues no lo haré de nuevo.

    Éramos adultas perfectamente funcionales como para tratar nuestras diferencias sin distanciarnos emocionalmente cada vez. Los choques eran una parte natural de las relaciones de cualquier tipo. Éramos personas opuestas, con criterios diferentes que no siempre tenían por qué casar entre sí.

    Y eso estaba bien. No tenía nada de malo.

    A pesar de compartir las mismas experiencias como holders, cada una tenía su modo particular de ver las cosas. Ya fuera cerrándose al mundo o creyendo estúpidamente que la gente era buena por naturaleza; eran filosofias de vida opuestas, pero perfectamente válidas y respetables.

    No tenía caso forzar a alguien a compartir tu propia visión, eso no estaba bien. Lo comprendí demasiado tarde y por eso estaba allí, buscando remediar y consumir las distancias que mi agobiante insistencia había generado en primer lugar.

    Si las murallas no desaparecían habría que derribarlas. O, si no cedían, tal vez tendría que treparlas. Siempre había sido así de difícil y complicada.

    Ese era el estilo White.

    —Lo siento si te he hecho sentir forzada a hacer amigos. Esa no era mi intención —inicié, buscando explicar mejor lo que había detrás—. Me desvié de mi verdadero propósito por intentar convencerte de algo que no tenía sentido en primer lugar.

    >>Sé que el plan del parque de atracciones no es nuestro en sí, pero eso no quita que me haría feliz poder compartirlo también contigo. Adoro incluirte en mis planes, y quería que te sintieses cómoda en él. De ahí que buscase desesperadamente hacerte entender mi punto —Negué con la cabeza, con las ideas mucho más claras ahora—. No quiero que seas su amiga. Solo me gustaría que convivas con ellos un único día, en el parque de atracciones. Después no tendrás que volver a verlos nunca más, y podremos seguir siendo solo tú y yo.

    Por supuesto que podía negarse si así lo quería. Después de todo había invitado a Miki sin su consentimiento, comprendía si el viaje al parque de atracciones ya no le resultaba tan atractivo, sumando también a Aika en el saco.

    Agaché la cabeza entonces, jugueteando con una piedra del suelo buscando distraerme con algo que no fueran sus ojos e hice una mueca con los labios, no demasiado convencida de lo que estaba por decir.

    >>Incluso si lo aceptas y haces ese esfuerzo por mí... Yo... P-prometo hacer el esfuerzo también de acompañarte a un día de compras —Aquella oferta la hice en un tono de voz más bajo, completamente a propósito.

    Igual tenía suerte y no me escuchaba... ¿Verdad?

    Bendito doggy insistente. Yo me habría ido ya de allí hace mucho-
     
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    Yugen

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    Respondió un escueto asentimiento y eso dio por finalizarla aquella charla insustancial y sin sentido. No habíamos llegado a nada, estábamos en un punto muerto sin poder alcanzarnos la una a la otra, separadas por una barrera que yo misma había alzado. Era particularmente experta en eso último.

    Fue... extraño pero lo sentí de una forma cruda y visceral. En el momento en que estuvo de acuerdo en dar por terminada la charla fue como si hubiera sentido una puerta cerrarse. Quizás así era después de todo. Íbamos a estar sumando discusiones estúpidas hasta que no hubiera un solo motivo más para seguir juntas.

    Nos alejamos en silencio en sentido opuesto. Ella regresaría a su celebración y yo al cuarto. Estaba helada de frío. ¿Por qué demonios tenía tanto frío?

    Entonces oí pasos apresurados y apenas tuve tiempo de volverme cuando la escuché. Cualquier persona con dos dedos de frente sabía que no tenía ningún sentido alargarlo más. Pero Liza White podía ser tan terca y obstinada como yo. Un pez que nadaba a contracorriente. Se negaba a aceptar las circunstancias por lo que eran y luchaba por lo que consideraba correcto. Incluso si tenía que enfrentar el monstruo de mi propia obstinación.

    Quizás nunca lográsemos entendernos plenamente, era evidente que nuestras diferencias serían el combustible perfecto para todo tipo de roces y desacuerdos... pero era su incapacidad para dejar las cosas como estaban una de las cosas que me gustaban de ella.

    Aún así, tenía que matizar ciertos puntos de su contraargumento.

    —Que yo no quiera tener nada que ver con ellos no implica que tengas que hacer lo mismo, ¿sabes?—repliqué volviendo a cruzar los brazos—. Lo único que quiero es que no trates de incluirme en planes que no tienen que ver conmigo en primer lugar. Si me ves sola y crees que necesito amigos, sácate la idea de la cabeza. No quiero la compasión de nadie. Especialmente porque si quisiera cambiar la situación lo haría yo misma.

    Admiraba lo mucho que trataba de escalar mi murallas y de alcanzarme en lugar de ceder y marcharse como hubiera hecho cualquier persona racional. Pero Liza no era una persona particularmente racional. Su motor y guía de vida era su corazón, no su cerebro.

    Eso era algo que teníamos en común.

    Lamentablemente mi corazón estaba más endurecido por la vida que el suyo. Pensaba que era ingenua por confiar en la gente sin pruebas, de buenas a primeras... pero también era algo que envidiaba.

    Sin embargo, algo de todo lo que dijo verdaderamente me irritó. Lo sentí como una chispa, un pinchazo de profunda molestia en algún lugar de mi ser. No podía estar hablando en serio, ¿verdad? ¿Pensaba que a pesar de hablar tan bajo no la escucharía?

    >>Liz, mírame—la llamé inamovible. Soné firme, pero no había irritación en mi voz. Era un tipo diferente de fuego. Uno que no respondía a la llama viva y abrasadora de la ira si no a la hoguera que buscaba dar calor y proteger.

    Cuando sus ojos conectaron con los míos le sostuve la mirada sin titubear.

    —No quiero que te obligues a hacer algo que no quieres hacer. Aún menos porque crees que haciéndolo puedes convencerme. No sé qué tipo de persona crees que soy, pero no va conmigo.

    Descrucé los brazos derribando en gran parte la distancia emocional que nos separaba.

    >>Y quiero ir al parque de atracciones—admití suavizando mi expresión sin siquiera pretenderlo. Traté de sonar desinteresada pero no tuvo caso—. Quiero comprarme un peluche de Shinx y dar un paseo en la noria. No tienes que darme nada. No es un quid pro quo, es algo que genuinamente me apetece hacer. Si no quisiera me daría igual que me ofrecieras la luna a cambio.

    Te juro que son Aki y Shiho-
    Cada vez que discuten me acuerdo de la portada del tomo ocho-
     
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    Mi voz pareció alcanzarla en gran medida y eso me alivió, pero hubo muchas cosas por el camino que estaban mal. Muy mal. A veces me daba la sensación de que interpretaba lo que decía de manera... demasiado literal.

    Suspiré.

    —Obviamente voy a seguir viendo a Miki y a Aika —Me encogí de hombros, pues era algo que creí evidente. No me iba a alejar de la gente que me agradaba ni aunque me lo pidiese ella. Nadie tenía ese poder sobre mí, y aunque lo tuviesen me rebelaría contra él—. Me refería a que seguiría contigo el resto de mis vacaciones. Y especialmente que no tendrías que volver a verlas si así lo querías. Nada más.

    Su otra apreciación me hizo sentir algo molesta, eso sí. Se notó en cómo mi expresión se agrió momentáneamente al seguir hablando.

    >>¿No has escuchado lo que te acabo de decir? —repliqué, ciertamente dolida—. Dije que adoro hacer planes contigo. Que pienso en ti y te tengo en cuenta porque quiero estar contigo. Ya te expliqué que nunca pensé en obligarte a hacer amigos, esa no era mi intención. Tampoco te miro con lástima ni nada así porque seas una persona más reservada que yo; estás sacándolo de quicio. Tu vida es tu vida y a mí no me interesa dirigirla de ninguna forma —Chasqueé la lengua con disgusto, desviando la mirada—. Decirlo así se siente... Casi como si me dijeses un "yo no te pedí que hicieras eso". "Yo no te pedí que pensases en mí y me incluyeses en tu día de esa forma".

    Cuando hablaba de incluirla no lo hacía como un acto de caridad porque me diese lástima verla sola. Era un acto de servicio. Una expresión de amor y cuidado hacia la otra persona. Lo hacía pensando en nosotras y en nadie más.

    Que fuese incapaz de verlo y lo tomase todo personal hizo que una sensación amarga se instalase en la boca de mi estómago.

    Entonces me llamó y le sostuve la mirada con la misma firmeza.

    —Otra vez estás pensando mal de mí —añadí cuando mencionó la posibilidad de buscar chantajearla con mi ofrecimiento. Jamás había pensado algo así—. Sé que genuinamente quieres ir al parque. Pero también sé que puede suponerte un esfuerzo o molestia convivir con gente que no te agrada. Si vas a hacer ese esfuerzo, porque es lo que es, un esfuerzo del tipo que sea, quería ponerme a tu nivel y hacer lo mismo por ti.

    >>Al igual que con el parque de atracciones, yo quiero ir de compras contigo. El esfuerzo que debo hacer en mi caso es soportando a la gente, simplemente —Extendí las palmas de mis manos a ambos lados, equilibrándolas en el aire como una balanza imaginaria—. Son situaciones similares, porque ambas queremos hacerlo porque nos nace y no porque nos obligan, pero hay algo que obstaculiza nuestro camino. Miki y Aika o la multitud de los centros comerciales, en mi caso.

    >>¿Lo entiendes ahora?

    Todo mal, Mimiko. Todo mal-
     
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    Quizás realmente éramos incluso más diferentes de lo que creía en un inicio. ¿Íbamos a tener este tipo de estúpidos malentendidos a menudo?

    Qué horror.

    Al menos parecíamos estar llegando a algo. Incluso aunque su aclaración me hizo volver a cruzar los brazos y enrojecer porque me sentí muy tonta, agradecía que hubiera sido un malentendido. No soportaría nada similar a la lástima viniendo de nadie. Aún menos de ella.

    Y sí, yo no le había pedido que pensase en mí ni me incluyese en su día a día, pero era algo que agradecía profundamente. Incluso si las formas podían pulirse un poco más. Si a ella le gustaba pasar tiempo conmigo, a mí también. Aun si no hacíamos absolutamente nada y simplemente nos sentábamos al lado de la otra a ver nuestros respectivos móviles sin cruzar siquiera palabra.

    Apreciaba su compañía y apreciaba su amistad. Y no quería perderla por nada del mundo.

    Pero.

    —A veces eres de lo peor.

    Así de gratis.

    —No he pensando mal de ti—repliqué apartando la mirada de sus ojos en un gesto desdeñoso—. Te estoy diciendo que no quiero que hagas algo que no quieres hacer porque siempre te has mostrado reacia a la idea de ir de compras conmigo. ¿Cómo iba a saber qué querías hacerlo? ¿Qué se supone que piense cuando me dices que harás el esfuerzo de venir si yo voy al parque de atracciones? ¿No eres tú la que piensa mal de mí al creer que pienso mal de ti?

    Ahora estábamos discutiendo por discutir.
     
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    “A veces eres de lo peor”

    Sus palabras fueron como lanzar un dardo a mi corazón. Continuó hablando, replicando y discutiendo por discutir cuando era evidente que esta vez ella no tenía la razón, pero ya no la estaba escuchando. Mi expresión se ensombreció, me miré las manos repletas de callos y de heridas por escalar sin descanso sus murallas y me pregunté qué sentido tenía todo esto. Por qué me estaba esforzando por alguien que no se esforzaba ni una décima parte por mí en realidad.

    Le sostuve la mirada al poco tiempo, silente. Mimi por primera vez vislumbró algo distinto en mis orbes siempre alegres; una profunda e inevitable decepción.

    Fue un momento de realización.

    Que, de seguir así, aquello no tenía razón de ser.
    —Me he dado cuenta de algo hoy —le comenté, pausada, sin mostrar alguna emoción discernible en mi voz—. Hemos discutido muchas veces, y en todas he sido yo quien rompió las distancias y dio el paso. En todas me tragué mi molestia y decidí que ya había sido suficiente, porque me importas lo suficiente como para dejar a un lado mi orgullo.

    ¿Y tú?

    ¿Qué es lo que has hecho ?

    >>Cada vez que discutimos te limitas a cerrarte en ti misma y esperar que yo haga todo el trabajo. Tal vez te acostumbré mal, no lo sé —solté una risa amarga, cansada—. Justo como ahora. Regresé a ti a pesar de que nadie más lo habría hecho y me lo pagas así. Sin ser capaz de poner de tu parte con algo tan sencillo como admitir que estás equivocada, o en su defecto que no quieres seguir discutiendo conmigo y colabores con dejarlo estar.

    Las relaciones eran algo de dos. No importaba el tipo que fuese. Ambas personas daban y recibían de forma equitativa, no tenía sentido que el peso recayese de un solo lado. No era justo para esa persona. Pero comprendí en ese instante que así era nuestra realidad. Si nuestra amistad aún se mantenía a flote era exclusivamente por mi carácter insistente y rebelde, por ir contra la corriente y no dejar las cosas estar. Pero un esfuerzo que, compartido, podría ser insignificante, terminaba recayendo en su totalidad sobre mis hombros. Y había empujado, y empujado, y empujado durante años.

    Pero me dolían los hombros. Me dolía todo el cuerpo.

    Me dolía el corazón.

    —Mimi —la llamé entonces, sin mirarle a los ojos. Entrelacé las manos tras la espalda y di media vuelta, notando cada movimiento de mi cuerpo pesado y extenuante—. Si te dijese que esta es la última vez que hablarás conmigo, si supieses que nuestra relación depende de lo que me digas a continuación…

    ¿También correrías tras de mí?

    ¿Escalarías murallas y te esforzarías en dejar tu estúpido orgullo de lado por mí?

    >>¿Qué me dirías, entonces?
     
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