Mimi Honda —Entonces deja de huir de mí—la frase sonó casi lapidaria por su contundencia y seriedad—. No soy psíquica, no leo la mente. Si tienes algún problema solo dilo. Si algo te molesta dilo. Si hay algo que quieras, dímelo. No entendía la razón de su actitud pero sabía que buscaba alejarse y encerrarse en sí misma. Lo sabía porque yo solía hacer exactamente lo mismo cuando me sentía vulnerable. Había algo que la estaba inquietando, algo que no quería contarme y no iba a presionarla para que lo hiciera. Si se lo estaba guardando debía tener una razón. Pero tenía que ver conmigo, era evidente por su actitud y no me gustaba esa sensación de inseguridad. Solíamos contarnos todo. Aunque había cosas que no sabíamos de la otra porque simplemente no lo habíamos hablado, no había secretos entre nosotras como tal. El pilar en nuestra relación era la confianza y siempre nos apoyábamos sin importar qué. Ese era nuestro sello de identidad. Sin embargo, la situación había cambiado casi de la noche a la mañana. Había muchas cosas que desconocíamos y otras tantas que apenas estábamos descubriendo ahora. Y no quería imaginar, ni por un solo instante, que una relación que parecía unirnos terminara por separarnos aún más. >>Yo puedo ser deshonesta y correr a ocultarme en mí misma—me llevé la mano al pecho. Mis dedos arrugaron ligeramente la tela del suéter—, pero estoy segura de lo que quiero. Solo quería asegurarme de que lo estabas también.
Liza White Mis ojos se abrieron ante la contundencia de su petición. Me sostuvo la mirada, sin flaquear en ningún instante, y supe que hablaba en serio. La realización me golpeó con tanta intensidad que sentí náuseas. La ironía de la situación era inconmensurable. Fue como verme a mí misma en sus ojos. Ya habíamos tenido conversaciones como esas, demasiadas como para que mereciese la pena siquiera contarlas. Y en todas ellas yo estuve en su lugar. Luché, insistí y aguardé con paciencia del otro lado, buscando que confiase en mí lo suficiente como para que fuese clara conmigo. Como para que me dejase entrar al otro lado de sus murallas. Y ahora era yo quien las alzaba. ¿Qué tan hipócrita podía llegar a ser? Extendí mi mano y en un movimiento involuntario, un impulso del momento, acaricié su sien con una sonrisa ligera de ojos cerrados. Una sonrisa orgullosa y honesta, de la que no pude esconder del todo la tristeza y culpabilidad que sentía en el fondo de mi corazón. —Mírate. Cuánto has cambiado —Murmuré. Las palabras me nacieron de dentro, incontenibles. Me sentía francamente orgullosa de ver cuánto habíamos avanzado. De saber que mi lugar estaba ahora en el interior de sus murallas. Fue una sensación demasiado agridulce como para que pudiese soportarla—. Sería hipócrita no contarte todas esas cosas cuando yo te pedí eso en su día, ¿cierto? Lo siento. Lo siento muchísimo, Mimi. Pero sé que se me pasará. En algún momento remitirá. >>Quizás tan solo tuviste mala puntería y me pillaste con la regla —Aparté mi mano de su sien, soltando una risa baja y queda. No era mentira, pero tampoco verdad del todo—. Se me pasará. Ya sabes cómo funciona esto. En algún momento comprenderé qué es lo que está mal conmigo.