Mimi Honda Sin un rumbo fijo Raiden simplemente corría como trazando un camino imaginario a ningún lugar. Podía sentir la brisa fresca en las mejillas, silbando en mis oídos por la velocidad y el agradable calor de White a mi espalda. Sus brazos rodeaban mi cintura, aferrándose a mí y podía sentir el peso de su cabeza sobre mi hombro. No estaba conduciendo una motocicleta y podía desviar la mirada del camino y mirarla, pero algo me lo impedía cuando estaba literalmente a milímetros de mí. Ugh. La conversación que habíamos evitado, ¿tal vez? Muy probablemente. Quizás... sería buena idea regresar al centro, iba a morirme de hambre. Y a juzgar por el menú infantil que Liza había estado comiendo como rehén, ella también. Le di la orden a Raiden—el tipo eléctrico solo me miró de reojo antes de suspirar y girar bruscamente, cambiando el rumbo de un salto. En ese momento sentí a Liza acurrucarse aún más contra mí y aunque habló en voz alta, lo último que dijo se escuchó frágil, como un murmullo autocrítico. Mi cuerpo se tensó ligeramente. Aprovechando que rodeaba mi cintura pasé un brazo alrededor y coloqué mi mano sobre la suya en un gesto conciliador. —No creo que seas un desastre, Liz—le respondí honestamente—. Tal vez un poco despistada, pero cualquiera puede cometer errores en un momento dado. Además, que tus Pokémon pensaran que iban a combatir no es tu culpa, es la suya. >>Nunca los dejarás de lado ahora que eres Ranger, pero tienen que comprender que combatir ya no es una de tus prioridades. Hay mil cosas que puedes hacer con ellos a parte. Y si aún así no están satisfechos, siempre puedes volver otro día a la Sede y probar edificios donde sí puedas combatir con ellos. Vaya manera más tonta de complicarse la vida. Apreté ligeramente su mano. >>Y sobre Inari...—desvié la mirada en ese momento, tensa, sintiendo el rubor escalar a mis mejillas. Carraspeé—. B-bueno, ya estaba irritado después de escucharnos durante toda la noche pasada.
Liza White Los cambios siempre estaban acompañados de sacrificios. Era una de las razones por las que costaba tanto salir de la zona de confort de uno. Convertirme en una Ranger en prácticas era algo de lo que jamás me arrepentiría, me hacía sentir absurdamente feliz y plena. Pero, a pesar de sus cosas buenas, era una decisión que aún estaba aprendiendo a acomodar. La gestión del día a día, el tiempo de calidad que pasaba con mi equipo, la enorme distancia que me separaba de Mimi y del resto ahora que me encontraba fuera. A veces se sentía... demasiado. Si no fuera porque Inari me acompañaba, la sensación de creciente soledad y añoranza por los míos me habría consumido por completo. Pero deseaba confiar en que las cosas terminarían por encajar del todo en algún momento. Solo quedaba seguir adelante. No había espacio para retrocesos aquí. En determinado momento sentí la mano de Mimi sobre la mía y relajé ligeramente los hombros de manera inconsciente, haciendo retroceder mis miedos e inseguridades un par de pasos. A veces tenía la sensación de que contaba siempre con las palabras correctas para hacerme sentir mejor. Agradecía sobremanera su compañía, aunque eso ella ya lo sabía. —El problema es que son muchos pokémon. Contentarlos a todos en el Frente Batalla me llevaría probablemente semanas o meses —Raiden cambió de marcha entonces, dirigiéndose finalmente hacia el centro Pokémon por orden de Mimi. Sabía que había dicho que quería cenar y descansar, pero una parte de mí quiso seguir allí un poquito más—. Hablaré con ellos mañana. Sé que podremos llegar a entendernos de alguna forma. Seguimos... siendo un equipo, después de todo. Una familia. La apreciación sobre Inari me hizo enrojecer de igual forma, volviéndome a traer a la noche anterior y a la conversación que ambas estábamos eludiendo. ¿Era apropiado ofrecerle de nuevo mi habitación para que descansase después de... bueno, todo eso? ¿Lo malinterpretaría acaso? Tampoco me parecía correcto que pidiese una aparte cuando tenía espacio de sobra en la mía, y tampoco era como si hubiera que hacer un mundo de un grano de arena. Seguíamos siendo amigas, ¿cierto? Eso era lo único que importaba. >>Creo que Inari malinterpretó las cosas —solté una risa baja, tratando de restarle hierro al asunto—. Dudo que entienda lo que estábamos haciendo en realidad. Quizás eso explicaría por qué estaba tan enfadado contigo esta mañana. Te imaginas que te ve como... No sé, ¿como una enemiga o algo así? ¡Como si me estuvieses haciendo algo malo!
Mimi Honda Raiden se detuvo frente a las puertas del Centro Pokémon y acaricié su melena para agradecerle. Le iba a dar toda la comida que quisiera comer por haber estado de acuerdo en participar en esta tontería. Era un tipo serio, esta clase de cosas locas no iban con él. Pero apreciaba el esfuerzo. Liza dijo que hablaría con su equipo al día siguiente y sentía que ese era el curso de acción correcto. Nada de motines ni rehenes, seguro que una conversación honesta sería suficiente. Los Pokémon no eran tontos, entendían la situación... pero probablemente sentían un poco de celos y miedo de que fuera a ser abandonados ahora que su entrenadora era una Ranger en prácticas. Solo necesitaba decirles la verdad. No era fácil no solo para ellos, si no también para la propia White. Ingresamos en el Centro y me acerqué al mostrador para pedir una habitación. No quería preguntar si volveríamos a compartir cuarto. Cuanto más evadíamos 'la charla', menos sabía como actuar a su alrededor. O cuáles eran los limites siquiera. —¿Huh? Tus gemidos no eran de dolor precisamente—le dije en voz baja. No culpaba a Inari por malinterpretarlo, pero era ridículo. Volví a evadir sus ojos—. Y los míos tampoco, ya de paso.
Liza White —Gracias, Raiden. Cuando Mimi acarició su melena y se apartó me atreví a hacer lo mismo. Sabía que a diferencia de Amber era un pokémon muy serio y regio, pero me sentía agradecida con él y tuve la necesidad de demostrárselo de la misma forma. Su pelaje era suave, brillaba bajo las luces de neón y se notaba, en resumidas cuentas, muy bien cuidado. No esperaba menos del pokemon insignia de Mimi. Cuando entramos al Centro Pokémon la chica no tardó nada en desviar sus pasos hacia el mostrador, dispuesta a pedir una habitación aparte. No me sorprendí, pues era una de las posibilidades que había barajado. Aún así sentí cierto pinchazo de culpabilidad atravesarme el pecho, consciente de la evidente realidad que nos rodeaba ahora que ya no estaba Dante entre nosotras. Quizás no estábamos tan bien con eso como creía. —Hey, espera. Antes de que pudiera seguir avanzando sostuve su muñeca, deteniendo así sus pasos. Enfrenté sus ojos sin achantarme por la situación, pese a que el azul de los suyos se sintió especialmente abrumador en ese instante. >>Es una tontería que hagas eso. Tienes espacio de sobra en mi habitación —Tensé ligeramente los labios—. No voy a hacer nada, ¿bien? Si es eso lo que te preocupa puedes estar tranquila. Si aún así estás incómoda con la idea... respetaré tu decisión. Solo quería decírtelo. La dejé ir entonces, retrocediendo un paso. El mostrador estaba a un par de metros de ella, por lo que si decidía seguir caminando no iba a detenerla. Me mantuve allí, no obstante, dispuesta a aceptar la decisión que escogiese.
Mimi Honda Me dirigía hacia el mostrador cuando sentí la mano de White cerrándose en torno a mi muñeca. Mi corazón se detuvo una décima de segundo y frené mis pasos, enfrentando sus ojos con cierta contrariedad. ¿Eh...? Parecía... asustada. Y además, sus palabras confirmaban el hecho de que estaba malinterpretando completamente la situación. —Liz, ¿por qué iba a estar incómoda con...?—ah, la charla que estábamos evitando. Fruncí ligeramente el ceño y apreté los labios, tensa, antes de tomar su muñeca esta vez y tirar ligeramente de ella para subir las escaleras—. Tsk. Ven. Aquello no iba a ninguna parte. Si no aclarábamos la situación, todo se pondría más y más raro entre nosotras. Cuando la puerta de su habitación se cerró con un chasquido la solté y apoyé mi espalda contra la puerta cerrada. Tomé una bocanada de aire antes de enfrentar sus ojos nuevamente. —Tú y yo tenemos una conversación pendiente. No creas que te vas a librar, ¿me oyes?—la señalé con un dedo, firme. Recogí el brazo y me aparté de la puerta—. Pero antes... voy a tomar una ducha. ¿Puedes pedir el sushi? Hay un local por aquí cerca que hace deliveries de nueve a doce de la noche, así que no hay mucho tiempo.
Liza White —¿E-eh...? Contra todo pronóstico ahora fue ella quien me sostuvo de la muñeca, arrastrándome de vuelta hacia mi habitación. Me dejé llevar sin oponer resistencia. La contrariedad en su expresión me hacía pensar que había cosas que se me estaban escapando, y de verdad que quería entender. Deseaba poder entenderla. Cerró la puerta de la habitación y me liberó de su agarre, pero repentinamente me sentí atrapada, como un pokémon enjaulado y sin escapatoria. La sensación se acrecentó cuando me señaló y me tensé como un resorte, sin saber exactamente lo que esperar. ¿Quería... hablar de lo que pasó anoche? Nunca había tenido necesidad de tener una conversación sobre algo así, quizás porque las personas con las que lo hacía no formaban una parte muy recurrente en mi vida. Pero Mimi... —...Vale, vale, yo me encargo —Resolví con sencillez, dejando caer mis hombros con un suspiro. Di media vuelta y me tiré sobre mi cama. Mis piernas lo agradecieron sobremanera—. Pero nunca he pedido sushi. Ni siquiera sé qué tipo te gusta. Comencé a navegar por la web de la empresa, mientras Mimi tomaba sus cosas para encaminarse a la ducha. Esperaba que no me dejase el agua fría cuando me tocase entrar a mí. >>Vale, aquí hay... ¿Nigiris? ¿Makis? ¿Uramakis? ¿Qué clase de nombres son esos? —Balanceé mis piernas en el aire, frunciendo ligeramente el ceño de puro desconocimiento—. Mimi, no entiendo una mierda. Dime que te sirve un plato combinado de estos y listo. Y pásame también tu tarjeta.
Mimi Honda Necesitaba poner mis ideas en orden antes de tener esa conversación. Tenía demasiadas preguntas en la cabeza, todas sin una respuesta clara. Fingir que nada había cambiado estaba bien hasta cierto punto, porque era evidente que sí había cambiado algo. Aparentemente seguíamos igual, pero ninguna de las dos sabía cuáles eran los límites actuales o si lo que había pasado quedaría tan solo como una noche aislada y nada más. Ambas éramos adultas perfectamente capaces de tomar nuestras propias decisiones así que no habría ningún problema si ese fuera el caso. Pero... algo simplemente no parecía encajar del todo. Sujeté mi tarjeta con dos dedos y se la extendí. —Pide nigiri, uramaki, tekka maki y kappa maki. Si el pescado crudo termina por no gustarte, puedes comer ese. Es sushi de pepino. >>Ah. Si tienes alguna duda más puedes preguntarle a Dex. Había dejado mi bolso sobre la mesa en caso de que algo así sucediera. Mi asistente personal no tendría problema alguno en resolver sus dudas. Vivía por y para eso. Aunque... técnicamente no estaba 'vivo' como tal. >>Trataré de no gastar toda el agua caliente—comenté con un suspiro de circunstancias mientras abría la puerta del baño—, pero no prometo nada. Me gusta tomar baños largos. Muy largos. ¿Por qué? Eso era secreto de sumario.
Liza White Tomé la tarjeta que me extendía y volví mi atención de regreso a la pantalla. —Sushi de pepino —repetí, como si de esa manera la información me entrase mejor en la cabeza. Cabía aclarar que no tuvo caso—. Cada día me sorprendo más con el tiempo libre que debía tener tu gente para inventar esta clase de cosas. Mi estómago me reclamó lo quisquillosa que estaba siendo en momentos críticos como ese para él, y decidí cerrar la boca y dejar de replicar de una buena vez. Seguía siendo comida gratis, después de todo. Aunque el pescado crudo no debería contar como comestible en primer lugar. Quise comentarle que ahora contaba con una... especie de asistenta virtual también, pero preferí no retenerla más allí. Ya iba a tardar bastante de por sí en la ducha y me sentía inquieta por la inminente conversación. Quería que pasase el tiempo cuanto antes. No pude evitar rodar los ojos, eso sí, al escuchar lo último que mencionó antes de desaparecer por la puerta. —Te presto mi habitación y así me lo pagas —suspiré, con cierto dramatismo añadido—. Disfruta del agua caliente por mí, entonces. Si me resfrío será por tu culpa y todas esas cosas. No podía ser yo sin mis exageraciones particulares, ¿cierto? Terminé de pagar el pedido y pensé en cerrar los ojos un rato, relajada y atraída por la comodidad del colchón. Pero al poco tiempo escuché el agua de fondo, haciéndome consciente nuevamente de que no estaba sola y me asaltaron de nuevo mil dudas, me sentí aún más ansiosa y fruncí ligeramente la nariz, disconforme. No, sería mejor distraerme con cualquier video de Poketube mientras tanto. La mente en blanco en definitiva era muchísimo más manejable.
Mimi Honda —¿Tengo que recordarte que tu gente inventó el queso en spray?—le reclamé antes de cerrar la puerta—. Si a ese mejunje naranja se le puede llamar queso, claro. Abrí el grifo y dejé que el agua caliente llenase la bañera mientras me quitaba la ropa frente al espejo. A medida que caía al suelo y mi piel quedaba al descubierto, seguía pudiendo notar marcas rojas aquí y allá que habían empezado a difuminarse. Rocé con la punta de mis dedos una especialmente prominente justo encima del pecho. Enrojecí. Había cubierto con maquillaje solo las que eran visibles a simple vista pero podía asegurar, casi sin la más mínima duda, que no quedaba un solo centímetro de piel que no tuviera alguna de ellas. Ella no debía estar en una situación distinta. Dejé escapar un profundo suspiro de alivio cuando el agua caliente me alcanzó los hombros. Adoraba darme baños calientes. Cuanto más calientes, mejor. Aunque el agua nunca estaba lo suficiente como para quemarme. Era mi momento de relax del día, ese pequeño pedazo de edén para estar conmigo misma y mis pensamientos. Dejé caer la cabeza contra el borde de la bañera y cerré los ojos. La pregunta que rondaba mi mente, quizás la que más necesitaba una respuesta era esa de "¿qué éramos ahora?" Porque era evidente que seguíamos siendo amigas, ¿pero era solo eso? ¿Podíamos hacer ese tipo de cosas y seguir como si nada? Abrí los ojos con un ligero parpadeo y mi mirada se perdió en el techo. El grifo cerrado goteó y el sonido del agua al impactar hizo eco entre las paredes del baño. No. Algo como eso... no era posible, ¿verdad?
Liza White Me cansé de ver videos a los diez minutos de empezar. Cuando quise darme cuenta comprendí que ni siquiera los estaba escuchando en realidad. Decidí apagar el teléfono y enterré la cara en la almohada con un sonidito amortiguado, exasperada con la situación. ¿Pero qué tan complicado podía volverse algo así en realidad? Ambas habíamos estado de acuerdo, ninguna se arrepentía de nada... ¿Entonces? ¿Qué necesitábamos hablar, exactamente? Quizás la experiencia previa me hacía ver la situación con mayor naturalidad que ella, pero debía decir a su favor que no solía convivir con las personas con las que me había liado. Eran situaciones esporádicas, ocasionales, y usualmente ambos teníamos la certeza de hacia dónde encaminábamos nuestras acciones cuando nos veíamos. No teníamos tiempo de replantear límites de ninguna clase porque no nos hacían falta en primer lugar. Mimi, en su lugar, era una parte muy importante y recurrente en mi vida. Cruzar esa línea traía consigo una nueva situación para ambas, una que suponía sería aún peor de llegar a ignorarla. No dudaba lo mucho que me atraía, ni de que aquello era mutuo, pero me aterraba ahuyentarla con mis estúpidos impulsos y mi cabeza llena de aire y que la situación se volviese irreversible en algún punto. Era... algo así como mi lugar seguro. Odiaría pagárselo haciéndole sentir incómoda a mi alrededor en su lugar. No supe cuánto tiempo había pasado, rodando de un lado al otro de la cama metida en mis numerosos conflictos internos cuando alguien llamó finalmente a la puerta. Quizás sí que había pasado más tiempo del que había calculado. —Mimi, ya está la cena —La avisé en voz alta cuando despedí al repartidor. El silencio al otro lado de la puerta se había extendido desde hacia bastante rato. Enarqué una ceja—. Si te has caído en la ducha da un golpecito. Si pretendes seguir robándome el agua caliente da dos. Arrastré la mesita pequeña hacia la cama de la chica, comenzando a sacar los diversos paquetes de la bolsa y colocándolos sobre la superficie. Hice una mueca al reparar en el olor y la forma del sushi, pero me tragué mis propios comentarios con esfuerzo. Cena gratis, Liz. A Rapidash regalado no le mires el diente.
Mimi Honda Entonces, si no era posible... ¿eso implicaba que estábamos en un punto muerto? ¿Cuáles eran las opciones desde ahí? Ser... ¿amigas con derechos? ¿Cómo funcionaba eso siquiera? ¿Era una relación puramente sexual o... era una especie de amistad sin límites claros? Me hundí en el agua hasta la nariz. Ugh, no entendía nada. Todo eso era un mundo completamente desconocido para mí. Quizás ni siquiera debía darle tantas vueltas; tal vez yo era la que estaba sacando las cosas de quicio. Pero aún si quisiera, de lo único que tenía total certeza es de lo que iba a pedirle por pasar el casting. En ese momento su voz me llegó amortiguada al otro lado de la puerta y mi estómago protestó, hambriento. Me hundí aún más en el agua. Di tres golpecitos en la puerta al salir del baño algunos minutos después. No significaba nada de su lista, pero le vi cierta gracia. Era un "aquí estoy" o algo así. —Vale, ¿qué quieres probar primero?—me senté en la cama con las piernas cruzadas, resuelta. Había dispuesto el sushi sobre la mesa antes de que yo llegara, así que localicé el que quería con bastante facilidad—. El uramaki me recuerda a nosotras, por eso te dije que lo pidieras. Ante su expresión perdida añadí, divertida: >>Sus ingredientes pueden parecer de Sinnoh o Kanto, pero la realidad es que se originó en Teselia. Toma, pruébalo. Ah, esa salsa verde es wasabi. No comas demasiada o lo lamentarás, créeme.
Liza White —¿Esto se originó en Teselia? —cuestioné al inclinarme, colándose cierta ilusión en mi voz. De todo lo que había dispuesto sobre la mesa, sin duda era lo más llamativo. Ya fuera por la variedad de sus ingredientes, una extraña mezcla entre pescado y fruta, o por las huevas de color rojizo que adornaban su superficie. Suponía que Mimi me conocía lo suficiente para saber cómo vendérmelo, porque ese detalle de nada había activado mi curiosidad con la misma eficacia de quien pulsaba el botón correcto en un mecanismo intrincado. Honda me tendió la bandeja de los uramaki y tomé uno con los dedos (ni siquiera le permití que me sugiriese enseñarme a usar los palillos. Me negaba a parecer más ignorante de lo que ya lo era). Me recomendó mojarlo en la salsa de soja porque aparentemente acompañaba bien el sabor y me encogí de hombros. De perdidos al río, suponía. Le di un mordisco sin pensarlo dos veces. Si lo analizaba demasiado no daría el paso nunca. Hice una mueca al notar el alga que rodeaba y le confería a la pieza de su forma, pero pronto el sabor salado de la soja combinado con el arroz y la baya que lo decoraba ayudó a contrarrestar esa primera mala impresión. La textura del pescado crudo no me agradó para nada... Pero la totalidad de la mezcla no me desagradó tanto de primeras. Era una mezcla extraña y tenía muchos sentimientos encontrados... Pero tampoco me estaban dando arcadas ni nada así. >>De momento es un... seis. Intento acostumbrarme al sabor —Para nada le había inflado a puntos solo por ser de Teselia—. La salsa de soja me sabe bien. Le da un toque agradable. Hasta entonces las cosas no habían ido tan mal, Mimi podía estar orgullosa. Pero le había advertido a la persona más temeraria que conocía que no probase esa cosa verde de más y ahí se fue todo al caño. Decirle a Liza White que no hiciese algo solo redoblaban sus ganas de probarlo, como si lo tomase todo como un desafío personal. —Bah, no debe ser tan malo, ¿no? —Vaya si lo era. Unté el resto del uramaki con wasabi y me lo llevé a la boca con una media sonrisa de lo más confianzuda. Tardé segundos en correr al baño y escupir el trozo en el inodoro—. ¿¡Qué demonios era eso, Mimi!? ¿¡Acaso planeas intoxicarme o algo así!? Contenido oculto Dios mio, tengo una hija tan estúpida.
Mimi Honda Bingo. Decirle que era de Teselia era justo el empujoncito que necesitaba. No era una receta puramente teseliana porque había sido elaborada como cocina fusión por chefs de Kanto, pero el lugar había sido la costa oeste de Teselia, así que no estaba mintiendo. —No me mires así—repliqué cuando tomó el uramaki con los dedos y buscó mis ojos, suspicaz, como si esperase que le recriminase algo por no usar palillos—. Está socialmente aceptado comer sushi con las manos. >>A mí me parece barbárico, pero supongo que debe ser parecido a comer una pizza con cubiertos. Tomé un uramaki con los palillos y lo mojé ligeramente en la salsa de soja antes de comerlo. ¡Mmm~! hacía meses que no comía sushi. Por el rabillo del ojo vi a Liza hacer lo mismo... pero ella básicamente hundió la pieza en la salsa de soja como si fueran unos nachos en unos dip de queso. Hice una mueca. Qué horror. En ese momento decidió que mi intento de evitarle probablemente uno de los peores momentos de su vida era alguna suerte de competición. Y como era tonta y a veces parecía tener aire en la cabeza en lugar de un cerebro funcional, hizo oídos sordos, untó el wasabi en el uramaki como había hecho con la soja y se lo metió en la boca. Enarqué una ceja y conté mentalmente los segundos. La vi palidecer y casi ponerse azul al instante. Nunca había visto a alguien lamentar tan rápido una decisión. —Te lo mereces. ¿Qué parte de no comas demasiada no entendiste?—me crucé de brazos y suspiré, abriendo uno solo de mis ojos—. El wasabi real es demasiado caro y difícil de producir por lo que la mayoría de restaurantes de sushi usan un sucedáneo hecho con rábano picante y colorante verde que es aún peor.
Liza White Tardé unos minutos en salir del baño. Tenía aún lagrimillas en los ojos cuando tomé de nuevo asiento en el colchón, junto a ella, tras haber intentado infructuosamente aliviar el picor que invadió mi boca, mi nariz y mi garganta a base de agua del grifo. Con el tiempo la tortura medieval a la que me expuse remitió un poco, pero aún conservaba el sabor terroso y la picazón revoloteaba persistente en mis papilas gustativas. —Se ve que no entiendo de excesos —dije como toda respuesta, recargando el peso en mis brazos al inclinarme ligeramente hacia atrás. Hasta yo misma me golpearía por mi estupidez. Arceus, qué sensación más desagradable—. Se me ha ido hasta el hambre, te lo prometo. Bueno, creo. Igual te acepto otra de esas para quitarme el sabor. Volví a pillar algo de soja con uramaki... Digo, uramaki con soja, y el sabor salado de la salsa ayudó mil veces más que el agua del grifo. En comparación con el wasabi, los uramakis eran un manjar de legendarios. Probablemente subiría su nota a un siete, aunque en esas circunstancias hasta el diez le daría sin pensármelo dos veces. >>¿Alguna otra recomendación que quieras darme? —cuestioné entonces, virando mi atención del techo a sus ojos—. Me da la sensación de que esas piezas que tienen más pescado crudo que otra cosa no van a gustarme ni aunque lo intente. Pero había algo con pepino, ¿no?
Mimi Honda Tomé un pieza de tekka maki con los palillos mientras esperaba a que regresase. Pude escuchar el agua del grifo correr, así que supuse que se estaba enjuagando la boca. Si realmente quería aliviar el picor, lo mejor era la salsa de soja. Especialmente porque esa cosa verde que ni siquiera yo iba a comer, no era wasabi real en el noventa y cinco por ciento de los casos. El sucedáneo de rábano picante podía hacerte sentir como que el paladar y la nariz hubieran sido marcadas con hierro hirviendo. —El problema no son los excesos—dije—, es que te lo tomas todo como un desafío personal porque eres esa tonta. Deja de pensar que todo es una competición, ¿quieres? Y lo decía yo precisamente, que era la que más hacía eso. Incluso la pseudo apuesta de que obtendríamos algo de la otra si completábamos nuestros, en ese momento, objetivos personales; lo había tomado como tal. Pero al menos yo sí la hubiera escuchado si me hubiera dicho que un plato de chili iba a derretirme el cerebro. >>Olvida el takka maki entonces, come este—tomé otra de las bandejas dispuestas sobre la mesa cuando mencionó que no le gustaba el pescado crudo. Esta tenía rollitos de arroz envueltos en alga nori y su interior era de un apetecible color verde, aunque no tan brillante como el wasabi. Otra prueba más de que no era más que un sucedáneo—. El kappa maki no tiene nada más que arroz y pepino. Y eso rosado en el cuenco no es pescado crudo aunque lo parezca. Es gari: Láminas de jengibre encurtido. Sirve para limpiar el paladar cuando cambias el tipo de rollo de sushi y disfrutar al máximo el sabor de cada pieza de forma individual. Sonreí para mí misma muy orgullosa de mi gastronomía, henchida de orgullo incluso. >>Como ves, la cocina de mi tierra es todo un arte.
Liza White —¿De verdad acabas de soltarme eso? ¿Tú? —La miré con incredulidad y toda la intención del mundo cuando me reprochó el tomarme la vida como una competición. Negué con la cabeza, impostándome encima la sombra de una ofensa—. Ver para creer, Mims. Ver para creer. Aún tenía los ojos cristalizados por las lágrimas, pero ya no ardía en deseos de cortarme la lengua de cuajo. Al menos, ya no tanto. Mimi escuchó mi petición con atención y me señaló el sushi de pepino del que me había hablado en respuesta: el kappa maki. Una vez más, qué forma de complicarse la vida con los nombres. Tomé una pieza entre mis dedos, embadurnándola por completo en soja, mientras mi atención se posaba en la mancha rosa a la que estaba haciendo referencia en ese momento. ¿Esa cosa ayudaría a limpiar el sabor del wasabi? Bueno, pues el kappa maki podría esperar. —Sabe como a... a perfume o a jabón. Puaj —Hice una mueca de rechazo con la lengua, pero lo cierto es que el sabor agridulce del gari era tan intenso como efectivo. Ya no notaba tanto los resquicios del wasabi. ¿Oh?—. Ahora que lo dices, noto mejor el sabor de este. Me gusta mucho cómo queda con el pepino. Le doy un... ¿Siete y medio? Mientras masticaba noté de soslayo la ilusión y el orgullo en sus ojos, probablemente feliz de que le estuviese dando una oportunidad a su querida tierra, y me invadió repentinamente un absceso de irremediable ternura. Estiré el brazo en su dirección, dedicándole una caricia rápida en el cabello, sobre su sien. Ni siquiera lo pensé realmente. >>Bueno, le daré un ocho si vas a mirarme así. Creí que la de los Ojitos Tiernos era yo —solté una risita baja, desenfadada—. No está nada mal para ser de Sinnoh, Honda.
Mimi Honda La incredulidad en sus palabras y el tono recriminatorio impostado me hicieron rodar los ojos. Vale, yo también me lo tomaba un poco todo como una competición, pero ese no era el punto. El punto es que había decidido ignorarme cuando lo decía precisamente por su bien. —Se supone que no es una comida en sí. No tiene por qué tener buen sabor—respondí con tranquilidad mientras tomaba un poco de gari con los palillos. Quizás era porque estaba acostumbrada, pero yo no le encontraba el sabor a jabón por ninguna parte... básicamente porque nunca había comido jabón. A lo sumo, me había entrado algo de champú en un ojo—. Un siete y medio está bien, creo que es más de lo que esperaba. Quizás tu paladar no sea tan rudimentario después de todo. Lo dije con cierta gracia, incluso con ánimos de bromear, pero no pareció reparar en eso. Estiró el brazo y cuando sus dedos acariciaron mi cabello, sus yemas rozando brevemente mi sien, mi cuerpo de forma casi instintiva. Ignoré su innecesario comentario y decidí que ese era el momento de poner las cartas sobre la mesa. Aunque no sabía exactamente cómo sacar el tema lo mejor sería atajarlo sin rodeos. —Liz—dije a media voz antes de dejar los palillos a un lado y enderezar mi postura. Busqué las palabras adecuadas y dudé brevemente antes de separar los labios. Pero cuando finalmente lo hice, no titubeé—. Sobre mi parte de la apuesta por pasar el casting. >>¿Puedo cobrármela ahora?
Liza White La sentí tensarse bajo mi tacto y aparté la mano rápidamente. Fue un impulso del momento, de esos de los que te percatas cuando ya es demasiado tarde para retroceder. Carraspeé y disimulé que me inclinaba sobre la mesa para ver qué otra pieza escoger cuando noté de soslayo que dejaba los palillos a un lado y me llamaba, con voz queda. Me volví hacia ella, dejando lo que estaba haciendo y giré el cuerpo en su dirección, para que supiese que le brindaba toda mi atención. La miré con una extraña mezcla de curiosidad e inquietud. —Claro —acepté segundos después, diligente. Jamás incumplía mi palabra, y esa vez no iba a ser diferente. Suavicé ligeramente mi expresión, dedicándole una sonrisa pequeña, casi tímida—. ¿Qué es lo que quieres de mí?
Mimi Honda En cuanto me dio luz verde fue como si toda la confianza que tenía se evaporarse. Mantuve mis ojos sobre los suyos por unos cortos segundos como si tratase de encontrar alguna respuesta en ellos. ¿Una respuesta a qué exactamente? ¿A mis propias dudas? Había decidido que lo mejor era tratar el tema de frente y sin rodeos y al final había terminando por sacar el asunto de la apuesta/premio/lo que-quiera-que-fuese en su lugar. Si eso no era un caso perdido no sé qué demonios era. —Quizas te parezca tonto o raro pero...—cerré mis dedos en torno a la colcha de la cama buscando algún tipo de soporte emocional. No tenía nada que ver en realidad, pero su casi involuntaria muestra de afecto me había dado el empujón que necesitaba. Abrí y cerré los labios sintiendo que las palabras se me escapaban. Volví a dudar— ¿Puedes abrazarme? Y no solo hoy. Todos los días, cada vez que nos veamos. Abrázame. ... Sonó tan absurdamente patético y vulnerable. Fue como abrir un puerta, esa que siempre tenía cerrada bajo llave por mi propio bien y dejarle entrever un poco más de lo que guardaba con tanto celo. La volví a cerrar rápidamente. A la Mimi vulnerable no le gustaba mostrar la cara porque era un completo y absoluto desastre. Imponer el orgullo solía ser mi carta de victoria. >>E-es muy vergonzoso para mí, ¿de acuerdo?—me cubrí los labios con el dorso de la mano abrumada por el peso de mis propias palabras y desvíe la mirada a ningún lugar—. Pero te agradecería si lo hicieras. Y no... no es porque lo necesite ni nada similar. Es porque soy una persona muy friolera y tu temperatura es alta de usual. No podía negar que me gustaba, que me enloquecía de hecho, pero el contacto que buscaba en Liza no era inherentemente sexual. Disfrutaba de los abrazos, las simples caricias, el contacto inocente y la intimidad. Era como si estuviera literalmente hambrienta por un poco de eso y no me hubiera permitido hacer algo al respecto hasta ahora.
Liza White Su inesperada muestra de sinceridad me desarmó. No... estaba acostumbrada a algo así. No viniendo de alguien como ella. Me había adaptado con el tiempo a aceptar vistazos fugaces de la Mimi que custodiaba con tanto recelo, a respetar sus límites y valorar todo aquello que quisiera darme, porque conocía las razones que había detrás de sus murallas y de su incansable orgullo. Poder escuchar sus verdaderos deseos desde detrás de su máscara de mujer fuerte e inalcanzable, unos tan inocentes y vulnerables como esos prácticamente me derritió. Sabía que tenía un soft spot por ese lado de Mimi, por su yo auténtico, pero no sabía que tanto. En cierta medida me aliviaba que lo desconociese, porque dudaba de mi propio autocontrol si aquello se volviese recurrente entre nosotras. Trató de excusarse al poco tiempo, abrumada por el alcance y el peso de sus propias palabras, pero no le permití acabar la frase. Retrocedí sobre la cama hasta sentarme tras ella, con las piernas a ambos lados de su cuerpo. La atraje hacia mí y la rodeé con mis brazos, apoyando la mejilla sobre su sien y cerré los ojos. Una acción tan simple como esa sacudió de un plumazo todas mis dudas y mis inseguridades. Una de las piezas en nuestro intrincado rompecabezas encajó con una suavidad ridícula. Como si siempre hubiese estado ahí, a la espera de un simple empujón. —Sabes que soy una persona muy efusiva, ¿verdad? —murmuré. Ella asintió y yo sentí hablando entonces—. Me encanta demostrar mi cariño a través del contacto físico, pero también sé reconocer los límites en los otros. Desde que te conocí tuve varios conflictos tratando de adaptarme a tus murallas; solíamos chocar a menudo por eso. Pero el tiempo me ayudó a adaptarme a ti. Reconozco tus límites con claridad ahora, y procuro no sobrepasarlos para no molestarte. Lo menos que quiero es incomodarte por ser como soy. La estrujé con un poco más de fuerza, sintiéndome ridículamente feliz. Quizás la palabra acertada sería "aliviada". >>Si de verdad deseas que no me contenga con eso, lo haré con todo el gusto del mundo. Ahora que sé realmente como te sientes al respecto es como si me quitasen un peso de encima, porque me gusta mucho abrazarte. Y me gustaría que tú también hicieses lo mismo conmigo. No hay nada que venga de ti que no aceptaría con gusto, Mimi. Permanecimos un tiempo así, sin romper del todo el abrazo, sintiéndonos a salvo en mitad de ese gesto tan cálido y recíproco, cuando la sombra de una idea me cruzó por la mente. Abrí uno de mis ojos. —Hagamos algo. Tumbémonos mas tarde en la cama, simplemente contándole nuestro día a la otra o charlando de cualquier cosa, en mitad de un abrazo —Solté una risa nasal, un tanto nerviosa, quizás avergonzada por mi propia tontería. Pero a pesar de eso no me detuve. No iba a callarme ahora que había llegado tan lejos—. Pero si aceptas mi idea, me gustaría que fuese después de darme una ducha... Y de hablar de eso primero —suspiré. No quería romper ese momento, pero creí que era lo correcto—. Sé que si no lo hacemos ahora no estaré tan relajada como me gustaría luego. Y de verdad me gustaría disfrutar ese rato contigo. >>Así que... ¿Podrías hacer ese esfuerzo por mí?