Liza White A pesar de las notables mejorías en su carácter, de vez en cuando Mimi seguía necesitando recibir ciertos golpes de humildad. Quizás con otros les funcionase; a los fans que babeaban por ella debía fascinarles la idea de una mujer bonita, independiente y con carácter. Si notaban muestras de vanidad en su persona la justificaban afirmando que tenía razones de peso para créerselo. Sus encantos, por desgracia, no funcionaban conmigo de esa forma. Quizás fuera una mezcla de mi carácter y del orgullo que solía rivalizar con el de la propia Honda en ocasiones. Quizás se debía a la confianza que nos teníamos, la cual me facilitaba plantarle cara y soltarle lo que pensaba sin tapujos. El caso es que su actitud empezaba a tocarme las narices, pero jamás imaginé que mi breve arranque de rebeldía llegaría a ser tan fructífero. Había dicho que me mantendría a merced de las circunstancias, pero verla así, tan indefensa y frágil de improviso… Simplemente despertó algo dentro de mí. —No sabía que debía avisarte sobre mis intenciones —murmuré, sedosa, fingiendo una sorpresa que no sentía. Solté el aire por la nariz ante el apunte de su cabello; mi aliento le cosquilleó en la piel—. Me gusta mucho, sí. Pero no es lo único que me gusta de ti —Estiré mi mano hasta sostener su mejilla, rozando con la yema de mis dedos el contorno de su oreja. Fue tentativo; un pequeño chispazo que no prolongué por mucho tiempo—. Hacerle fotos a todo lo que me gusta sería un tanto indecente, ¿sabes? Prefiero guardarlo en mi memoria. Volví a consumir la distancia, ingresando al instante en su boca. A pesar de lo acalorada que me encontraba, mi cuerpo ardía en deseos de sentirla más cerca. Por ello me subí a su regazo, a horcajadas, volviendo ese insignificante centímetro que nos separaba en alguno que otro más. Invadí su cuello de besos, su clavícula, y la mano libre que se deslizaba bajo la tela de su pijama se detuvo en los pliegues del final de la prenda. La atrapé entre mis dedos y tironeé con suavidad; dejé pequeñas marcas de mordidas en su cuello antes de apartar la mano de su mejilla. Ahora fui yo la que le susurró al oído. —Voy a quitarte la camisa —le advertí. No era una sugerencia, era una completa declaración de intenciones. Mis labios dibujaron un atisbo de sonrisa—. Querías que avisase, ¿no? Alcé la prenda del pijama con su ayuda, lanzándola a algún costado de la cama, donde mi propia camisa reposaba ya. No podía quejarse, ¿no? Tenía una fan muy entregada.
Mimi Honda —Pues debes de… ¡Nghh…!—el aliento se me cortó en la garganta, brusco y no pude seguir replicando cuando decidió seguir jugando con mi cordura. Cerré los ojos estremeciéndome bajo su tacto y atención. Mis dedos se anclaron a las sábanas, mis nudillos tornándose blancos por la presión mientras me robaba el aliento una y otra vez—. L-Liz…—jadeaba entre besos, y me llenaba el cuello de pequeñas mordidas—. P-para idiota. No habrá… suficiente maquillaje en el mundo para tapar las marcas. Eso dije pero mi cuerpo ignoraba de forma casi sistemática mis palabras. Una de mis manos se soltó de la sábana y busqué su espalda desnuda trazando un camino ascendente con mis uñas desde la mitad de su espalda hasta su nuca. Su piel estaba ardiendo y cada vez que la tocaba mi propia agitación, el deseo y la necesidad solo se hacían más fuertes, como una especie de reacción espejo. Le acaricié la nuca antes de deslizar mi mano por su corto cabello castaño entrelazando mis dedos en las hebras suaves, ligeramente primero y con más firmeza después. Jamás imaginé que terminaría cortándoselo. Me lo había mencionado alguna vez pero no creí que realmente lo haría. Y tampoco creí que me gustaría tanto. El cabello corto me resultaba maduro, así como Effy solía llevarlo. Me anclaba a ella casi con desesperación, como si fuera mi único polo a tierra en mitad de ese mar de sensaciones dicotómicas. No era estúpida, entendía las reacciones de mi cuerpo pero nunca las había vivido con tal intensidad. Sentirme vulnerable era algo que siempre había detestado. No me gustaba mostrarme débil y a merced de las circunstancias y no había nada que pudiera hacerte sentir más vulnerable que ese tipo de intimidad. Me preguntaba si ella entendía eso. Realmente no me importaba mostrarme vulnerable con ella; confiaba lo suficiente para poner mi vida en sus manos. Lo único que no quería es que se le subiera a la cabeza. Qué pensamiento tan hipócrita. Me avisó de que me quitaría la camiseta y asentí sin palabras porque no confiaba en mi voz para dar una respuesta verbal en ese momento. Mi cerebro no parecía querer colaborar de modo que ella tiró de la tela y yo arqueé la espalda, ayudándola a quitarme la camiseta y arrojarla a algún lugar perdido del cuarto. No iba a preocuparme por eso. En realidad mis ojos estaban fijos en ella, en su silueta y los detalles que podía captar en la penumbra gracias a la luz de luna y el alumbrado público que se colaba desde la ventana. Había dicho que le gustaban muchas cosas de mí. ¿Qué tipo de cosas exactamente? ¿Y por qué sería indecente fotografiarlas? La idea me causó cierta gracia. ¿Qué esperaba, una sesión privada conmigo? No era como si fueran a salir malas fotos, tenía un arte innato para la fotografía. Pero sus intereses eran otros. No ver estaba… bien. Especialmente ahora que mi torso estaba desnudo. Nunca había hecho ni planeaba hacer posados sin ropa, por muy artísticos que fuesen. Ese no era mi trabajo. Y tampoco contaba realmente con la confianza necesaria. Resultaba irónico para una modelo. —Esto… ¿siempre es así?—cuestioné con una pequeña risa sin aliento tratando de ignorar el hecho de que apenas me había tocado y yo me estaba derritiendo. Abrí los ojos con una pequeña bocanada de aire temblorosa tratando de recuperar el oxígeno que me había robado—. Así de intenso, quiero decir. ¿Cuántas veces lo has hecho? Pero si era por ella… N-no. No era como si fuera a planteármelo.
Liza White —Depende de la persona y de la química que tengan —Respondí su pregunta con la misma agitación, suavizando un poco mis gestos. Aproveché esos instantes de tregua para devolverle a mis pulmones el aire que me estaban reclamando con insistencia. Me contagió la misma risa, baja y cristalina, cuando me preguntó aquello último—. Menos de las que debes estar pensando. Mi primera vez fue tan solo hace unos meses, ¿sabes? Y fue bastante decepcionante, si me lo preguntas. Siempre había sido una persona muy romántica, evidentemente había imaginado un encuentro de ese calibre de una forma muy distinta. Pero en parte era mi culpa; había decidido liarme con un Ranger bastante mono en la fiesta de bienvenida de la nueva promoción a sabiendas de que lo único que nos unía era una mera atracción física. Tan solo nos conocíamos de vista, por el amor de Arceus. Nuestras conversaciones se habían reducido a temas tan banales que resultaban soporíferas. Desde ese momento había tenido algún que otro encuentro casual aquí y allá, pero nada del otro mundo. Quizás, con quien más nerviosa había estado fue con la primera chica con la que estuve. Fue algo así como el culmen de mi autodescubrimiento, la conclusión de todas mis dudas e inseguridades, liberadas al fin tras mantenerlas encerradas durante tanto tiempo. Lo guardaba como un recuerdo bastante especial en mi memoria. —Quizás no te lo parezca, porque estoy intentando parecer lo más segura y calmada frente a ti, como si tuviese que dar ejemplo de algún tipo —Tomé su mano con delicadeza y la coloqué sobre mi pecho, allí donde mi corazón latía frenético ante la presencia de tantas emociones revueltas—, pero estoy bastante nerviosa. Sé que la primera vez es importante para muchos, y no quiero que... No sé —Negué con la cabeza, las mejillas ardiéndome tras la seguridad que me confería la noche—, ¿que tengas una mala experiencia? Sé que no te debo nada, pero... Eso. No éramos una pareja, ni había sentimientos de por medio. Pero era mi mejor amiga y la quería, aunque fuera de otra forma. Quería que estuviera cómoda, que se sintiese segura, que no fuese algo brusco, fugaz e insulso. Eso me lanzaba cierta presión encima, ciertas expectativas que sabía que estaba creando en mi propia cabeza. Pero ahí estaban, ¿no? Y no podía hacer nada por evitarlo. Desvié la mirada hacia otro lado. La forma en la que saltabamos del deseo a la ternura pasando por nuestras rivalidades varias era digna de elogio. >>Si hay algo que haga mal o lo que sea, me lo dirás, ¿verdad?
Mimi Honda Supongo que sí dependía de la química nosotras debíamos tener mucho de eso. Me causó curiosidad que esa primera vez hubiese sido decepcionante. ¿Por qué exactamente? ¿Porque estaba nerviosa, porque el chico era un completo inútil... o había sido con una chica? Miles de preguntas revoloteaban por mi mente pero ninguna logró salir. Siempre había imaginado a White como una persona romántica, partidaria de la idea del amor idílico y perfecto, ese que enaltecían escritores y poetas. Pero esa primera vez no había sido con la persona que realmente amaba. Mi concepción del amor también era novelesca... y sin embargo estaba ahí, en la cama del centro pokémon, a punto de tener sexo con mi mejor amiga. Era una buena anécdota. Pero una que se quedaría conmigo. Cuando tomó su mano y la llevó a su pecho pude comprobar como su corazón latía frenético, completamente fuera de sí. La realización me sacudió como un chispazo y comprendí que yo no era la única que estaba a punto de perder el juicio. ¿Estaba así de nerviosa por mí? ¿Porque quería que esta fuera una buena experiencia? Su consideración y su propia vulnerabilidad me envolvieron como un abrazo cálido y tierno, calentó mi pecho y suavizó mis gestos. Eran ese tipo de cosas las que volvían nuestra relación tan especial. Esa... esa tonta. —Eres adorable. Fui perfectamente consciente de lo que acababa de decirle y no me arrepentí cuando lo hice. En lugar de eso volví a llevar una de mis manos a su mejilla, obligándola gentilmente a mirarme. —¿Me lo he callado alguna vez?—pregunté a media voz. Cuando sus ojos conectaron con los míos, esbocé una sonrisa de circunstancias—. En primer lugar: Crees que la pizza es un buen desayuno. No me pienso callar nada que hagas mal. Me acerqué más a ella hasta que pude apoyar mi frente contra la suya y cerrar los ojos. Nuestras respiraciones corrían agitadas aún. >>Y en segundo lugar…—murmuré, vulnerable— Tú también me lo dirás, ¿verdad?
Liza White Solté una breve risa. —La pizza es un buen desayuno —murmuré, recargándome contra su tacto con mimo, sin apartarme del todo de sus ojos. La gentileza que cargaba en sus gestos me reflejó una calidez distinta; calmaba el ritmo desaforado de mi corazón y me otorgaba una mayor seguridad en mí misma—. No lo sabrás hasta que no lo pruebes. Mañana te traeré una. La broma de turno aligeró el ambiente, apoyó su frente contra la mía y yo también cerré los ojos. Su perfume me llegó con mayor intensidad, embotó ligeramente mis sentidos y me pregunté cuánto tiempo llevaba usándolo, o si era la primera vez que reparaba en él como tal. La calidez que irradiaba su cuerpo y la creciente cercanía ralentizó la velocidad de mi raciocinio, pero su pregunta quedó suspendida en mi mente. La respuesta era clara. Confías en mí, ¿verdad? —Mhm —musité, depositando un beso sobre su frente, entre el cabello dorado. No añadí más; Mimi no necesitaba demasiado para comprender la trascendencia de mi gesto. Entonces puedes estar tranquila. Nuestros labios volvieron a encontrarse; inició siendo un beso lento, casi perezoso. Nos tomamos nuestro tiempo en disfrutar de las sensaciones que experimentamos, si bien la chispa que permanecía contenida prendió al poco tiempo. La suavidad mutó en necesidad; la calidez, en intensidad. Mis manos recorrieron su espalda, creando surcos superficiales e indoloros sobre su piel expuesta. Pronto, mis dedos dieron con aquello que los tenía especialmente inquietos desde hacía rato. A pesar de que parte del pijama yacía en el suelo, aún había prendas que resultaban más una molestia que alguna clase de aporte. El sujetador era una de ellas. Mis manos se dirigieron al broche de manera inconsciente, pero una fuerza invisible me detuvo. Fue un recuerdo fugaz, uno alejado ya en el tiempo, pero que me hizo encontrar sus ojos por espacio de unos segundos, buscando en mitad de nuestra agitación una confirmación tácita. El permiso para ir más allá. Cuando lo recibí, cuando ambas estuvimos seguras de eso, desabroché el sujetador y lo aparté con su ayuda, arrojándolo junto al resto de cosas que dejaron de tener importancia. La penumbra de la habitación me molestó especialmente, pero la luz que se filtraba con timidez desde la ventana perfiló su figura, arrojando destellos sobre su torso desnudo. ¿De verdad había tenido complejo con eso durante tiempo? Esa tonta. —Sabía que debías hacerme caso con mis consejos ese día —murmuré, apoyando la mejilla en su hombro, mientras repartía besos esporádicos donde mis labios alcanzasen. Mis manos acariciaron sus senos, rodeándolos con delicadeza y cubriéndolos en toda su extensión. Los recuerdos del gimnasio de Aqualia y sus dudas parecían separadas años luz de allí—. Me alegra que lo hicieses. No tenía nada de lo que avergonzarse, después de todo. Contenido oculto Ya recargué energías, volvemos a la gayness. PD: ¿Cuándo se debía meter en spoiler? Muchos años sin rolear smut en público
Mimi Honda Solté una pequeña risa sin gracia, enarcando una de mis cejas. ¿En qué planeta? —No, no lo es. Ni siquiera sé cómo tienes estómago para comer pizza por la mañana. No eras un Swalot la última vez que lo comprobé. >>Si vas a traerme el desayuno a la cama, preferiría unos éclairs. Solo como sugerencia—murmuré y rodé los ojos, pero no pude disimular el ardor en mis mejillas cuando comprendí las implicaciones de esa frase. ¿Traerme el desayuno a la cama? Arceus, era increíblemente vergonzoso. Implicaba que pasaríamos la noche juntas. Cosa que por otra parte íbamos a hacer, pero se nos había ido un poco de las manos. Solo un poco de nada. Quizás el vino había facilitado las cosas, allanando el camino. Pero el verdadero motivo por el que estábamos en esa situación no era el alcohol en sí. Siempre me había sentido cómoda con Liza. Me daba seguridad y me hacía sentir extrañamente libre, lejos de mis propias cadenas autoimpuestas. Si había alguien en quién confiase los suficiente para mostrarle mi lado más vulnerable, definitivamente era ella. Éramos mundos opuestos, quizás dos entidades demasiado diferentes para coexistir juntas. Pero al mismo tiempo sorprendentemente similares. Dos espíritus libres e inconformistas, frágiles como el vidrio en el interior, luchando contra sus propios demonios. El frío de la noche sobre mi torso desnudo me hizo temblar aunque no sentía frío en lo absoluto. En su lugar, todo mi cuerpo ardía. Desde el rostro hasta la punta de los dedos de mis pies. La respiración se me cortó en la garganta bruscamente y contuve a duras penas un gemido cuando ahuecó mis senos desnudos con las palmas de sus manos. Estaban frías en comparación y su tacto me erizó la piel, incrementando la excitación que era ya ridículamente obvia a aquellas alturas. Ahora que estaba tocando mis senos y mis pezones endurecidos se presionaban contra sus palmas, podía sentirlo con claridad. Ella no debía estar en una situación diferente. Era obvio, ¿no? Lo sabía porque a parte de que no era sutil al respecto, compartíamos género. Si me conocía a mí misma lo suficiente—y creía hacerlo—, la conocía a ella por extensión. O al menos podía hacerme una idea generalizada. Mi espalda se arqueó como la de un Liepard buscando más de su tacto sobre mi piel, ansiando aquella sensación eléctrica. —Mi… ¡Mmmh…! agente me preguntó si no pensaba operármelos—murmuré a media voz pero un visible tono de frustración se coló en mi voz agitada sin pedir permiso—. La próxima vez que lo haga te juro que voy a darle un rodillazo en la entrepierna para que tenga que operarse los testículos también. Desvié la mirada de sus ojos por unos segundos. En realidad no podía ver su rostro en la penumbra, ni sus ojos, ni realmente nada más que su silueta y pequeños destellos que perfilaba la luz de la luna. La sentía aquí y allá y en todas partes al mismo tiempo. Se suponía que la falta de luz debía darme seguridad pero me hacía sentir… extrañamente frágil y vulnerable. En medio de la abrumadora oscuridad era ella lo único que podía sentir, oler y tocar. Era mi único polo a tierra. >>No es… justo, ¿sabes? —llevé mis manos a su propia espalda recorriendo su piel antes de soltar su sostén con un simple movimiento de mis dedos. Como si fuera decididamente masoquista, volví a rozar su oído con mis labios. En un arranque de honestidad impulsado sin duda por la confianza y canalizado por el alcohol, le susurré—. Liz… más. Tócame más. Debería ser ilegal como me hacía sentir. Contenido oculto Happy Pride month! <3 No hay mejor forma de celebrar el mes del orgullo que con un poquito de yuri sisisí PD: Creo que de momento está bastante soft y family friendly entre comillas, pero deberíamos ir metiéndolo en spoiler cuando empiece a ponerse más explícito. O sea ya mismo
Liza White Repartí besos por todo su cuello, desde la linea de su mandíbula hasta la clavícula expuesta, sin dejar de ahuecar sus senos. La intensidad de sus gemidos me guiaba por los caminos de su piel, pero también arrojaban un bidón de gasolina al incendio, logrando que mi autocontrol sufriera daños severos. Fue un golpe crítico. Podía notar cómo todo mi cuerpo reaccionaba como un espejo a su creciente excitación, pero tenía mejores cosas de las que preocuparme en ese instante. No mentía cuando decía que no tenía gran experiencia en ese tipo de situaciones. Y aunque la tuviera cada persona era un mundo, más bien un universo propio, completamente diferenciado del resto. Aunque tuviésemos el mismo cuerpo, quizás reaccionábamos a estímulos distintos. Quizás había cosas que a mí me gustaban, pero a ella no. Tenía un sinfín de posibilidades a mi alcance, y ninguna garantía certera detrás. No permití que las dudas congelasen mis movimientos; mandé mis inseguridades a un rincón aislado de mi mente, y me centré en absorber cada una de sus reacciones como una esponja. No podía adivinar lo que no sabía, pero sí podía recordar lo que ya tenía en mi poder. Traté de retener pequeños detalles, guardé las zonas que parecían aumentar la intensidad de sus movimientos o la frecuencia de sus suspiros, y me centré en seguir probando, al más puro estilo de ensayo y error. Si ya estaba completamente fascinada con su voz y los movimientos erráticos de su cuerpo, que imploraban por más atención de mi parte, el hecho de que desabrochase también mi sujetador y me susurrase de esa forma al oído iba a hacer que terminase por perder la cabeza del todo. Me mordí el labio inferior, tratando de procesar qué demonios debía hacer a continuación. Si debía guardar la compostura o mandarlo todo al cuerno. La respuesta me llegó clara. Ah. A la mierda. Mis manos abandonaron su pecho por espacio de unos segundos y las apoyé en sus hombros, empujándola hacia el colchón con movimientos cuidados, si bien la urgencia en mis gestos era evidente. Ella quería que la tocase más y yo quería sentirla más cerca. Sonaba a un buen trato, lo vieras por donde lo vieras. De esa forma dibujé un reguero de besos desde su clavícula, esta vez en la dirección contraria. Mis labios se entretuvieron pronto en su pecho; mordí, succioné y lamí, arrancándole sonidos que me hicieron sonreír allí contra su piel. Iba bien. Podía seguir así. Mi mano contraria no dejó desatendida la otra zona, y mis dedos se centraron en buscar la manera de que gritase más fuerte. De repente nada parecía ser suficiente. Como si hubiese olvidado dónde nos encontrábamos, o las personas a las que pudiesen llegarles nuestras voces. Más. —Mims —pronuncié su nombre. Mi aliento le erizó la piel—. ¿Mejor así? Necesitaba más. Todo lo que pudiese y todo lo que estuviese dispuesta a darme. Pese a que me estaba respondiendo, decidí jugar un poco con eso. Fue un arranque estúpido, no había ninguna necesidad de algo así… y simplemente, en ese instante, lo necesitaba casi como respirar. >>...Creo que no puedo escucharte —mentí, sin ocultar la satisfacción que me producía verla. No debió ser muy difícil para ella saber que no era cierto. Era una mala mentirosa, al fin y al cabo—. Vas a tener que hablar más fuerte. Definitivamente ya nada era suficiente.
Mimi Honda Sentía que estaba perdiendo la cabeza. Difícilmente podía hilvanar un solo pensamiento coherente. Mi raciocinio se había fundido, había implosionado en algún momento y ahora solo quedaban cables sueltos soltando chispas. Mi espalda regresó al colchón allí donde las tarjetas de la sesión de estudio quedaban desperdigadas y olvidadas y mis manos se anclaron a sus hombros o a las sábanas; a cualquier lugar que pudiera servirme de ancla en mitad del mar tormentoso de aquellas sensaciones convulsas. ¿Era mi inexperiencia en contraposición con su experiencia? ¿Era, quizá, la cantidad de tiempo que llevaba fingiendo que todo era perfectamente normal entre nosotras? Había hecho la vista gorda e ignorado las señales hasta que mi autocontrol literalmente colapsó. Cada beso, mordisco, surco con la lengua que dejaba en mi piel, cada leve roce de sus dedos era suficiente para estremecerme. Ni siquiera respondía a una reacción consciente, era como si mi cuerpo fuese pura electricidad reactiva. Estaba tan sensible que dudaba que fuera a durar mucho más así. Ah, maldita sea. Me cubrí los labios con el dorso de la mano tratando inútilmente de ahogar mi voz. De contener mis gemidos de alguna manera. Si estuviera tan solo un poco más borracha me hubiese importado un cuerno de Tauros que nos escuchasen. El problema ni siquiera era ese realmente, me costaba reconocer mi voz como propia. Había sido reducida a una amalgama de gemidos ahogados, jadeos y retazos sin aliento de su nombre. Jamás había escuchado mi propia voz así. Entonces me pidió que hablase más fuerte. Podía escucharme perfectamente, podía oír con claridad cómo le pedía más. Pero eso no era suficiente para ella. Ceder implicaba reconocer que tenía poder sobre mí. Y aunque era evidente, el Litten con el que ella me había comparado se revolvía en mi interior. A ese Litten terco y orgulloso no le gustaba inflarle el ego a nadie más que a sí mismo. Si la muy tonta pretendía que gritase su nombre, iba a tener que trabajárselo más. El problema es que éramos, además, dos bestias orgullosas y terriblemente competitivas. Incluso si competíamos por las cosas más estúpidas y después nos apoyábamos como si fuéramos la mayor fan de la otra, si era a orgullo… Liza White no podía ganarme. La princesa mimada de los Honda que ya no lo era tanto, no tenía rival en ese sentido. Los dedos de mi mano libre se cerraron con fuerza en torno a la sábana. Abrí mis ojos dirigiéndole una mirada que trataba de opacar mi más que evidente vulnerabilidad, fingidamente altiva. —He dicho— jadeé más que dije antes de flexionar mi rodilla y presionar mi muslo entre sus piernas de nuevo, con intención—, que te comportas con demasiada autoridad para alguien que está prácticamente derritiéndose sobre mi muslo. Contenido oculto Mimi en corto: Voy a permitirme ser vulnerable contigo, pero no te lo creas tanto b-baka
Liza White —¡Ngh...! Estaba tan absorta con ella y sus diversas reacciones que no vi venir ese movimiento rastrero por su parte. El roce, tan necesitado a esas alturas, consumió parte de mis fuerzas y sentí que los brazos que me hacían de apoyo sobre el colchón flaqueaban por un instante. La miré, agitada y ceñuda, pero ella me devolvió la misma mirada, altiva incluso. Cargaba en sus ojos un brillo de advertencia que no pudo importarme menos. Que nuestras personalidades chocasen hasta en la cama era un tema digno de estudio, pero suponía que no podía quejarme demasiado. Yo no me había comportado muy distinto cuando el poder que tenía sobre mí se le empezó a subir a la cabeza. —¿Has... terminado ya con tu berrinche? —mascullé cerrando uno de mis ojos, por la intensidad de las sensaciones que me estaba haciendo sentir. Usé una de mis manos para flexionar su pierna de nuevo hasta regresar a su posición original. Me incliné de nuevo sobre ella, murmurándole al oído—. Si tu intención es hacerlo de nuevo, más te vale acabar lo que empezaste. Mi escaso autocontrol no aguantaría algo así de nuevo. Volví a devorar sus labios, notando esa ligera molestia filtrarse en la manera en la que buscábamos a la otra. La brusquedad de nuestros besos, la rebeldía en la forma en la que respondíamos a la intromisión de la otra no era más que la personificación de nuestras estúpidas desvanencias. Nos frustrábamos por ser incapaces de obtener lo que queríamos, por no poder dominar a la otra, pero esa molestia remitía al poco tiempo, incapaz de competir contra el enorme cariño y entrega que había tras bambalinas. Esa vez no fue muy distinta. Los besos se fueron suavizando a medida que descendía por su torso, dejando atrás las marcas de mordiscos o los surcos rojizos que iban a tardar en desaparecer al día siguiente. A medida que su vientre se tensaba bajé las revoluciones, y dejé de ahuecar y atender sus senos para volcarme en las últimas prendas que quedaban aún sobre su piel. Contuve la respiración por espacio de unos segundos, presa de las expectativas que yo misma me echaba encima. —Mimi, ¿puedes...? —cuestioné, sujetando el pantalón del pijama por ambos lados con algo de duda. Ella misma arqueó la espalda, ayudándome a quitárselo antes de que pudiese completar la frase—. Eso es. Buena chica. No hubo intención de molestarla con eso, ni siquiera me di cuenta de lo que decía. Solo podía reparar en el ritmo ansioso de mi corazón golpeándome contra el pecho, en la tensión en su cuerpo, presa de la expectativa, o en lo caldeado que se sentía el ambiente a esas alturas. Tomé una bocanada de aire, tratando de serenar mis emociones, y me incliné sobre su vientre, dejando algún que otro beso casto sobre su piel. Acaricié sus muslos con la punta de los dedos, dibujando senderos erráticos que se acercaban peligrosamente hacia su centro, sin cruzar jamás la linea. Sabía que eso solo incrementaría la agitación y la expectativa, pero lo preferí así. Busqué su mirada desde abajo; la luz de la luna incidió sobre mis ojos, arrancándoles destellos al mar de aguas prístinas, oscurecidos por el deseo. Apoyé mi mejilla sobre su pierna, y mis dedos trazaron la línea de la prenda que permanecía invicta sobre su cuerpo. La realización me llegó con claridad en ese instante. Ya no había vuelta atrás. —¿Lista?
Mimi Honda Por supuesto que pensaba terminar lo que había empezado. Si tan solo… dejase de buscar mi puntos sensibles una y otra vez, quizás lograse devolverle algo más que un mero berrinche. Me hacía sentir tan absurdamente débil que mi respuesta era rebelarme porque podía tolerar muchas cosas, pero mi propia fragilidad no era una de ellas. Si íbamos a hacer eso no pensaba tolerar nada que no fuese una igualdad plena de condiciones. El problema es que no nos permitíamos una igualdad plena de condiciones, porque en cuanto la otra mostraba el más mínimo signo de sumisión, nos crecíamos y lo aprovechábamos. Y realmente… no quería eso. No era una competición lo que buscaba en mi primera vez. Era complicidad, que por otra parte era algo que también nos sobraba. Por eso cuando buscó mis labios de nuevo el beso fue brusco al inicio, casi una represalia, y poco a poco, contrario a lo que solía suceder normalmente, se suavizó y me permití suspirar contra su boca en el momento en que su lengua buscó la mía. Me fascinaba besarla. Si ella me dejara y yo misma me lo permitiera, me pasaría el día anclada a sus labios. Me preguntaba si besar a un chico sería diferente, si esa suavidad sería distinta. Quería preguntárselo. Probablemente se lo preguntase, pero ese no era el momento. No quería —y tampoco era como si pudiese— pensar en nada más que ella en ese instante. Cada vez que rompía el beso yo volvía a buscarla, con necesidad. Hasta que se separó de mis labios y el camino de besos descendentes que se había detenido en mi pecho siguió bajando, trazando un surco que me ardía sobre la piel. Los músculos de mi vientre se tensaron cuando pasó cerca de mi ombligo y casi en automático arqueé la espalda y las caderas permitiéndole deslizar el pantalón por mis piernas y arrojarlo a algún lugar perdido de la habitación. “Buena chica” Oh por Arceus, menudo golpe crítico. Quizás en otra situación me hubiera molestado. Quizás, de hecho yo misma pensé que algo así de estúpido podía molestarme. Bueno, no fue el caso. Como si me hubiera arrojado un bidón de gasolina encima, el incendió que ella misma había generado se incrementó y sus palabras me hicieron temblar de pies a cabeza. Mis manos, con mis dedos anclados a la sábana, temblaron también bajo la presión y mis propias emociones. ¿Había dicho ya que sentía estar perdiendo la cabeza? No tenía control sobre mi propio cuerpo ni mis reacciones y eso por otro lado me asustaba. No me gustaba perder el control; si no me sentía sobre suelo seguro todo mi orgullo no servía de nada. Me desmoronaba como un insulso castillo de naipes. Tragué saliva y aún cubriéndome los labios con el dorso de la mano desvié la mirada y asentí. No podía verla pero podía sentirla y no era necesario ser Sherlock para entender sus intenciones. Separé apenas los labios en una bocanada de aire temblorosa. —De verdad... ¿vas a usar la boca? Quería volverme completamente loca, ¿verdad? Ese era su plan desde el inicio.
Liza White Enrojecí violentamente cuando escuché su pregunta, irguiéndome como un resorte. Toda la aparente seguridad y el nerviosismo que me estaba tragando se fueron al cuerno en ese preciso instante. —¿Eh? ¡N-No, por Arceus! —traté de explicarme atropelladamente. Las mejillas me ardían con fiereza y quise esconderme bajo tierra. Qué vergüenza—. Solo estaba... Solo quería... ¿Sabía siquiera cómo proceder? Por supuesto que no. ¡Solo fingía que sabía lo que hacía! Terminé por llevarme una mano al rostro, arrastrando mi flequillo hacia atrás, y solté una risa baja, al ser incapaz de explicarme como una persona civilizada. Mimi no sabía que la única vez que había hecho algo del estilo con una chica había sido un absoluto manojo de nervios, y que en esa ocasión me había dejado llevar casi en todo momento por ella. Si en esa ocasión no estaba tan nerviosa, o podía esconderlo mejor, era porque se trataba de ella. Saber que ahora corría por mi cuenta llevar la voz cantante me hacía sentir perdida, y lo único que había estado haciendo hasta entonces era seguir las indicaciones de su cuerpo, tratando de discernir qué le agradaba y qué no. Había estado haciendo tiempo, simplemente, dejándome llevar por las sensaciones tanto propias como ajenas. Pero ni por asomo planeba lo que ella se imaginaba. Usar mis dedos en otra persona ya me daba la suficiente vergüenza como para usar mi boca. ¿Podía estar siquiera más roja? Bendita oscuridad. Tomé una bocanada de aire; mi pulgar acarició su cintura mientras trataba de encontrar mi propia voz y mis ideas. >>...Solo quiero que entiendas que no tengo idea de lo que estoy haciendo —le dije con honestidad. No tenían sentido las rivalidades cuando ambas nos sentíamos de la misma forma. Quería ser franca con ella, permitirme la misma vulnerabilidad que me había estado demostrando hasta entonces—. No te hagas ideas equivocadas, ¿sí? Si dejábamos nuestros intentos de sobreponernos a la otra de lado... ¿Le alcanzaría finalmente el mensaje? Que verdaderamente estábamos en igualdad de condiciones. Nuestra relación nunca había funcionado de otra forma. Volví a respirar hondo, y me animé a deslizar mis dedos finalmente sobre la tela húmeda de sus bragas. Suponía que la ventaja de compartir género residía en algo así. Sabía bien cómo y dónde tocarla, y pese a que no era algo que me resultase ajeno, se sentía totalmente extraño hacérselo a otra persona. Usé dos de mis dedos para trazar círculos sobre su superficie, lenta, tensando ligeramente mis labios. Cuando noté que no rechazaba mi tacto mis dedos retomaron cierta velocidad. La miré, tratando de discernir en medio de la oscuridad si eso estaba bien. Si debía seguir así. El abismo de lo desconocido abrumaba, sí. Pero me sentía tan cómoda a su lado que podía hacer la vista gorda.
Mimi Honda Estaba preparada para responderle si me preguntaba directamente si quería que lo hiciera o no. “No dije eso. N-no me preguntes, idiota.” Sin embargo, no fue esa la respuesta que obtuve. Su repentina inseguridad me hizo volver a dirigir la mirada en su dirección aunque de soslayo, tratando de entender de dónde venía ese nerviosismo cuando se había mostrado segura todo el tiempo. ¿H-huh…? Yo creía que tenía experiencia. Actuaba… tan segura de sí misma. No lo había dudado ni siquiera un segundo. Oh, Arceus… ¿Era Liza mejor actriz que yo? Pero eso traía a colación otra pregunta: si teníamos prácticamente la misma experiencia, ¿por qué me hacía sentir tan débil? Estaba segura de que mis sentimientos no eran románticos y que la quería como a una mejor amiga y una persona que era extremadamente importante para mí. No tenía dudas respecto a eso, al menos de lo que podía extraer de mis pocas experiencias amorosas. Si fuera el caso estaría mínimamente celosa de Nikolah. Sin embargo, ni los propios Nikolah y Liza quería estar tanto juntos como yo quería que lo estuviesen. Y ni siquiera sabía exactamente por qué. Quizás, si lo pensaba fríamente, debía ser porque sabía que ella estaba enamorada de él. Era simplemente lógico que quisiera que estuviesen juntos, incluso si Nikolah tenía el entendimiento de un niño de seis años. Mi vida sentimental era un chiste. Y uno de los malos. Ni siquiera podía tener el tipo de experiencias casuales que había tenido White con prácticamente completos desconocidos; ese tipo de cosas no iban conmigo. Por eso mi propia inexperiencia me pesaba tanto. —Es… es una broma ¿verdad?—pregunté en voz baja con una pequeña risa sin gracia. No fue burlona ni hiriente, simplemente incrédula. Como si ese detalle no hiciera sentido en mi cabeza. Me cubrí la mitad del rostro con la mano—. Eres mejor actriz que yo. Y yo que pensaba que eras una mala mentirosa. Que todo este tiempo hubiera aparentado una seguridad que no sentía realmente solo por hacerme sentir segura a mí, me hizo desviar nuevamente la mirada de sus ojos fijándolos en cualquier otro lugar. Agradecía tanto que no pudiera ver mi rubor en la penumbra. Era tonta. Y adorable. Estúpidamente adorable, incluso. Mi voz se cortó bruscamente cuando deslizó sus dedos por la parte frontal de mi ropa interior tocando directamente la tela húmeda—había dicho que ella se estaba derritiendo, pero yo no estaba en una situación diferente—. Lo repentino de su movimiento o quizás la sensación eléctrica fue suficiente para hacerme cerrar las piernas por reflejo. Atrapé su mano entre ellas con una brusquedad involuntaria, temblando y estremeciéndome bajo su tacto. —¡M-mmhg~! ¿Alguien podía explicarme cómo demonios decía que no sabía lo que estaba haciendo? Si seguía tocándome así íbamos a tener problemas serios. Dejé ir las sábanas y mis manos se aferraron a su espalda, mis uñas clavándose inconscientemente en las piel de sus omóplatos. Mis uñas… no había pensado en ellas hasta entonces. Definitivamente estaban más largas de lo que deberían para la situación en la que nos encontrábamos. De mis labios emergió un jadeo entrecortado como si no tuviera suficiente aire en los pulmones o en la habitación, como si el oxígeno hubiera sido consumido en su totalidad en mitad de ese incendio. Repentinamente no me preocupaba tanto que me escuchasen. Me incliné hacia delante hundiendo mi rostro en el hueco entre su cuello y su hombro, jadeando y gimiendo de forma ahogada contra su piel. La necesitaba cerca, lo más cerca posible de mí, tan cerca que no supiera dónde empezaba ella y dónde terminaba yo. —Liz—jadeé. O gemí. O quizás un poco de ambas—. Más. Por favor. Por favor. Más.
Contenido oculto Liza White Que me dijese que era buena actriz me sorprendió muchísimo. ¿En... En serio? ¿De verdad podía mentir sin ser tan absurdamente obvia? La idea me hizo ilusión por un instante... pero terminé desechándola al poco tiempo. Sabía bien que ese no era el caso. Si en esa ocasión podía fingir de esa manera, no era si no porque no estaba mintiendo del todo. Sí, quería mostrarme tranquila frente a ella. Y sí, había muchas cosas de las que aún no tenía experiencia, y me hacían flaquear aquí y allá. Pero siempre había tenido una gran seguridad en mí misma y en mi cuerpo, y el haber tenido acercamientos de esa índole con anterioridad hacía que no me diese tanto pudor como podría ser su caso. Podía pisar suelo seguro. Pero, sin lugar a dudas, el mayor factor para propiciar la seguridad que había mostrado hasta ahora era ella. No era una desconocida, como lo habían sido los otros, y eso me permitía reaccionar de forma distinta, dejarme llevar por la situación y soltar comentarios que, en otro momento o con otra persona, me habrían hecho morir de vergüenza. Pero toda esa aparente fachada se desplomaba cuando se me requería hacer algo que no había hecho con anterioridad. No tenía caso fingir lo perdida que me encontraba en esa parte en realidad. Por eso, cuando empecé a tocarla, lo hice con cautela, con evidentes dudas. No era terreno desconocido, porque era mi mismo cuerpo, pero seguía siendo francamente extraño. No sabía qué podía esperar. Entonces Mimi reaccionó cerrando las piernas con brusquedad, arqueando la espalda por la intensidad de las emociones, y abrí mis ojos al ser consciente de que no iba tan desencaminada como creí en un principio. Entonces... ¿Eso significaba que debía seguir así? No necesité preguntarlo. Con el transcurrir de los segundos ella misma se ancló a mí, sentí sus uñas en mi espalda y su evidente agitación se me reflejó en la forma en que aceleraba mis movimientos. Hundió su rostro en mi cuello, erizándome la piel y haciéndome suspirar en consecuencia, y la necesidad en su voz desconectó de alguna forma los cables de mi raciocinio. No sentí ninguna necesidad de recrearme con ello, tan solo quería volcarme en hacerla sentir lo mejor posible. Deslicé mi mano desde su vientre hacia el interior de la ropa interior y la toqué directamente. Ninguna de las dos deseaba seguir dando rodeos; tendría que enfrentar la situación directamente. Repartí besos en la piel expuesta de su cuello, simplemente me nació hacerlo y continué dibujando círculos en su centro, esta vez sin ninguna barrera de por medio. Sus reacciones resultaron ser aún más intensas, y me impulsaron a introducir uno de mis dedos en su interior. Arceus, estaba ardiendo, pero no podía culparla. Yo no debía estar en una situación distinta. Respirar se había tornado una tarea imposible, el calor que emitía la sala y nuestros propios cuerpos comenzaba a ser insostenible, y sentí que apenas era ya dueña de mis actos. No cuando había terminado por introducir otro dedo sin saber bien por qué. Solo sentí que debía hacerlo. El vaivén de mi mano se acompasó a los movimientos de su cuerpo, y ahogué suspiros contra su piel, prácticamente derritiéndome allí con ella. Arceus, ¿esto siempre había sido así de intenso, preguntaba? Empezaba a dudarlo de verdad.
Contenido oculto Mimi Honda Ni siquiera sabía lo que estaba diciendo a aquellas alturas. No podía pensar, mi cerebro se había derretido. No era dueña de mí misma, no tenía ningún tipo de control y lo único que podía hacer en mitad del placer intenso era aferrarme a ella como si fuera un madero a la deriva y yo estuviera por ahogarme. No era una comparación desencaminada de la realidad. Era… extraño, realmente. Sabía que mi profesión me exponía a miradas y ser el objeto de deseo de otras personas era algo que no me molestaba en tanto no intentasen acercarse a mí. Me gustaba sentirme deseada, pero había una diferencia nada sutil entre saberme deseada por alguien que no conocía y sentirme deseada por Liza White. Cuando estaba frente a una cámara podía ser todo lo resuelta y coqueta que me apeteciese, al igual que podía serlo con mis fans sin sentir el más mínimo pudor o vergüenza. Apreciaba el cariño que me mostraban, pero su interés hacía mí no me decía nada. Era algo mecánico. Mi opinión en cuanto al sexo era… ambivalente. Me avergonzaba, me causaba curiosidad, me crispaba y la hipersualización del mundo en el que vivía me hacía sentir fuera de lugar. Mi propia profesión era un claro ejemplo de ello. Para mí el modelaje era estético, una forma distinta de expresión artística. Al igual que podría haberlo sido el piano para mi madre o la fotografía para la propia White. Pero para la gran mayoría del mundo no era así. Por eso Boris insistía en que debía operarme el pecho si quería conseguir mejores contratos. Lamentablemente para él, yo no era una muñequita de exposición y no estaba por la labor de serlo para nadie. Mi relación con Liza era simplemente distinta. Conexión emocional, estimulación intelectual, un poco de competitividad y otro poco de confío en ti lo suficiente para dejarme caer en tus brazos con los ojos cerrados y de espaldas, porque sé que no dejarías que me cayese. Eso… era todo lo que necesitaba. Mi interior se apretó alrededor de sus dedos con tanta fuerza que podría haber sido doloroso. Quería más. Y más. Todo lo que estuviera dispuesta a darme, me importaba una mierda lo que fuese. Mientras el volumen de mi voz se incrementaba sin ningún tipo de filtro pude sentir mi propio corazón latir en mis oídos. Ojalá tuviera siquiera palabras para describir lo absurdamente intenso que era todo. Pero ni todo mi léxico, del que me sentía particularmente orgullosa, era suficiente para retratar la intensidad de lo que estaba viviendo. Cada vez que la escuchaba gemir y respirar de la misma forma que yo, cada vez que su aliento chocaba contra mi oído, mi mente quedaba en estática. Me apretaba contra ella, mis caderas rodaban contra sus dedos y me estremecía como una hoja atrapada en una corriente de aire. Sentía su piel perlada de sudor, caliente y húmeda y como cada vez que nos movíamos, cada vez que sus dedos entraban en mí, sus senos se rozaban contra los míos y enviaban descargas bruscas de electricidad entre mis piernas, chispas de placer que desconectaban mi razón. El alcohol por una parte y el placer por el otro eran suficiente para destrozar no solo mis inhibiciones, si no el más mínimo retazo de orgullo que pudiera quedarme. Pero no me quedaba nada, ni el más mínimo. Cero. Si realmente estábamos en igualdad de condiciones, si no tenía esa ridícula necesidad de protegerme a mí misma, quería ser vulnerable, quería que viese como me hacía sentir. Quería soltarme, ceder y entregarme, incluso si solo era por un ratito. Estaba bien, era algo que podía manejar. Nuestra relación nunca había funcionado de otra forma. Ese pensamiento fue suficiente para arrojar los últimos retazos de mi razón a algún lugar recóndito de mi mente. En algún momento su pulgar se presionó contra mi clítoris y eso fue suficiente para enloquecerme. No había forma humana posible de que pudiese tolerar la estimulación cruzada. Me tensé como un elástico cuando envió vibraciones fuertes y rápidas a través de mí columna y todo mi mundo explotó. Mi espalda se arqueó bruscamente, curvándose tan fuerte que parecía que me iba a romper y mis manos se agarraron aún más a sus hombros, mis uñas clavándose en su piel mientras entraba en cortocircuito. Mi respiración se volvió gradualmente más lenta y regular y mi cuerpo se relajó en sus brazos, agotado, como si toda la tensión y la energía hubieran sido drenadas. Cuando aflojé mi agarre en torno a su espalda me percaté de que había apretado con mis uñas más de lo que pretendía y que probablemente le había dejado marcas en la piel. —Lo siento—murmuré allí contra su cuello. Es lo único que pude manejar. Mi mente aún no hacía sentido y las palabras se me escapaban mientras trataba de regresar a la realidad—. No pretendía… Ugh, joder. ¿Estás bien? Contenido oculto: Notita a pie de página Poder rolear a Mimi abiertamente como demisexual me pone muy happy. WE NEED MORE REPRESENTATION
Contenido oculto Liza White Había algo extrañamente fascinante en provocarle sensaciones tan viscerales a otra persona. La forma en la que se movía entre mis brazos, buscando más de mí casi con desesperación. La manera en la que se aferraba a mi espalda, su aliento cálido sobre mi cuello, mandando descargas intensas por toda mi columna. Me abstraía de tal forma que perdí la noción del tiempo. Tan solo podía pensar en el vaivén frenético de su cuerpo, en el sonido de su voz y en lo rendida y entregada que se mostraba de repente, sin siquiera pedírselo. Quizás esa siempre había sido la clave de todo. No sabía lo que estaba haciendo, pero Mimi se encargó de dirigirme sin ser consciente. Mi pulgar rozó en determinado momento y por accidente el botón rosado, sin detener el vaivén de mis dedos, arrancándole la reacción más intensa que le había provocado hasta entonces. Cuando comprendí el alcance de ese detalle, cuando fui consciente de que podía hacer más a la vez de lo que imaginaba, no me detuve. Me agarré a esa nueva información como a un clavo ardiendo, aferrándome con aún más fuerza a su cuerpo y hundiéndome en su cuello de la misma forma que ella. La habitación se llenó con nuestras voces, pero tenía la cabeza demasiado llena de aire ya como para concederle un mínimo de importancia a ese detalle en concreto. En determinado momento su cuerpo se arqueó bruscamente y sus uñas, que hasta entonces habían estado arañando superficialmente mi piel expuesta, se clavaron en mi espalda ante la intensidad de las sensaciones a las que estuvo expuesta de un momento a otro. Cerré uno de mis ojos por la impresión, pero la adrenalina del momento hizo que no reparase demasiado en el dolor. El escozor, de hecho, comenzó a hacerse notorio más tarde, cuando Mimi prácticamente se derritió entre mis brazos, completamente agotada tras el clímax. Abandoné su interior con un suspiro y la estreché entre mis brazos, tratando de calmar de igual forma mi respiración agitada. La mano que había mantenido libre hasta entonces comenzó a acariciar su espalda de arriba a abajo, escuchando lo que decía en silencio. No podía culparla, ¿no? Si acaso era algo que me había buscado yo misma. "¿Estás bien?" —Creo que sobreviviré —murmuré, colando cierto tono distendido entre la agitación y el cansancio en mi voz. Seguía escociendo, pero el dolor no tardaría demasiado en remitir. Solté el aire por la nariz—. Te tomaste lo de ser un Litten demasiado en serio, ¿no? >>¿Cómo... te sientes tú? La calma después de la tormenta siempre resultaba soporífera, de modo que me permití cerrar los ojos, disfrutando de esos instantes de paz. Mis sentidos tan solo pudieron reparar en el agradable calor que emitía su cuerpo, su suavidad y los últimos resquicios de su perfume, de los cuales me permití disfrutar en el silencio de la noche.
Mimi Honda "Te tomaste lo de ser un Litten demasiado en serio, ¿no?" —Cállate—bufé con cierta gracia y froté mi nariz contra su cuello como un Litten mimoso—. Es tu culpa. Creía que yo era la que tenía habilidad con los dedos tras tanto tocar el piano. Era pura honestidad. Me sentía bien, muy bien de hecho. No necesitaba preguntarlo en realidad, solo ver mis reacciones debía ser suficiente. Aún así se lo murmuré allí contra su cuello y sentir sus manos acariciando mi espalda me hizo suspirar, tan relajada que podría prácticamente derretirme entre sus brazos. Me sentía vulnerable pero el sentimiento no me crispaba y tampoco me hacía querer defenderme. En lugar de eso solo buscaba más de ella como si su cuerpo fuese mi refugio particular. Quizás... lo era en cierta forma. No su cuerpo en sí, si no la propia Liza como individuo. Hubo un pequeño silencio después de eso. Había buscando consuelo en su cuello y por unos instantes fue suficiente. Me gustaba estar allí. Me sentía extrañamente segura y en paz, envuelta en su calor y el perfume de lavanda. No había más sonido que el de nuestras respiraciones agitadas y el latido desaforado de nuestro corazón. Su pecho estaba presionado junto al mío y podía sentir su pulso en su cuello. Distraídamente tracé patrones sin nombre sobre su espalda con mis dedos tratando de aliviar el escozor que mis uñas le habían provocado. Tracé su columna con el índice, lentamente, como si simplemente sintiera el impulso de tocarla, hasta detenerme en su espalda baja justo donde comenzaba el short. ¿Por qué tenía eso puesto aún? Cuando me calmé, al menos lo suficiente para recordar cual era mi propio nombre, me aparté de allí para mirarla a los ojos. Me había acostumbrado a la oscuridad lo suficiente para captar detalles en la penumbra y la luz de luna perfiló su rostro. De acuerdo, mis dedos estaban fuera de cuestión pero eso no implicaba que no pudiera hacer nada. Aún… había algo que podía devolverle. Algo que quería devolverle. En cuanto nuestras miradas se cruzaron esbocé una sonrisa de circunstancias antes de cambiar nuestras posiciones en la cama y flexionar mi rodillas a ambos lados de sus caderas. Me erguí allí, sobre ella. —No creerás que voy a dejarte así, ¿verdad?
Liza White Solté una risa ligera ante su brillante comentario de turno y lo dejé correr, notando cómo se refregaba con mimo contra mi cuello. A pesar de ser una zona sensible para mí, en aquel momento primaba la ternura que me producía por sobre el resto de sensaciones. Me sentía tan cómoda y en paz que podría quedarme dormida allí mismo. Aún así, a pesar de que podía hacer la vista gorda, la excitación que sentía no había desaparecido, si bien solo se hacía más notoria por momentos. Trataba de ignorarlo pero cada roce inocente, cada susurro y cada caricia sobre mi espalda me enviaba descargas cada vez más fuertes a lo largo de mi columna. Estaba demasiado sensible a su tacto a esas alturas, y la presión entre mis piernas comenzaba a resultarme insostenible. En determinado momento, cuando regresó parcialmente a la Tierra, se apartó de su refugio particular y me miró a los ojos, en mitad de la penumbra. Repasé sus facciones y el destello que la luz de la luna arrancaba de sus orbes, y entonces se removió sobre la cama y se colocó a horcajadas sobre mí. Su comentario me causó cierta vergüenza y me dejé caer resignada sobre el colchón, escudándome tras el humor como mecanismo de defensa. —Y yo que creía que ya nos íbamos a dormir —bromeé, pero había desviado la mirada de sus ojos, delatando mi aparente y ligero nerviosismo. No iba a sobreponerme a ella esa vez. Si Mimi deseaba devolverme algo, yo también quería hacerlo en cierta medida. Transmitirle que la confianza que sentía en ella era la suficiente como para rendirme y entregarme de la misma forma. La oscuridad de la noche disimuló el ardor de mis mejillas y en determinado momento la miré de soslayo. Quizás solo fueron unos segundos los que se mantuvo observándome, pero a mí me parecieron horas. Extendí ambos brazos en su dirección, solícita. Mi voz salió en un murmullo, fingiendo un mohín lastimero desde mi lugar. Ahí iban los ojitos de Lillipup de nuevo. >>¿No... vas a venir?
Mimi Honda Se me escapó una pequeña risa cuando extendió los brazos en mi dirección y acudí solícita a su llamada, besándola nuevamente en los labios. A diferencia del resto no fue un beso brusco ni dominante, si no tierno, dulce y lento. Y como estaba particularmente honesta, no me contuve cuando me separé de ella, apenas conteniendo un ligero suspiro. —Me encanta besarte—le murmuré—. Pero no le digas a la Mimi sobria de mañana que yo te he dicho eso. No tenía sostén así que aproveché la situación para llenarlos de pequeños besos primero y de besos más pasionales después, pequeñas mordidas aquí y allá sin un rumbo fijo. El tamaño de sus senos era muy similar al mío, quizás ligeramente más grandes. Abrumada por una sensación de conexión que no podía describir hundí el rostro entre ellos y cerré los ojos con una risita. Ni siquiera podía culpar al alcohol. No estaba borracha por el Moscato, estaba borracha de… ella. ¿Eso era siquiera posible? Había algo en su fragilidad y en la confianza que me volvía loca. Y no tenía intención alguna de sobreponerme o de aprovecharme de esa vulnerable para inflar mi propio ego. Aquello que hacíamos no era una cuestión de orgullo, o una competencia o un combate… era diferente, algo mucho más especial. ¿El qué exactamente? No tenía idea. Hasta nuestro beso en Atracadero o puede que un poco antes, no había pensado en White de esa forma. No había tenido esa necesidad de acercarme tanto o de cruzar la línea de lo que era una simple amistad. ¿En qué nos convertía esto exactamente? En… ¿algo así como amigas con derechos? ¿Iba a volver a repetirse? No tendría ningún sentido si solo lo hacíamos para terminar el encuentro interrumpido en Atracadero o para sacarnos de encima algunas dudas respecto a nuestra propia sexualidad. Pero Liza no tenía dudas al respecto y yo tampoco. Entonces, ¿lo hacíamos simplemente porque se sentía bien? ¿Cual era la motivación detrás del sexo? ¿Intimidad? ¿Placer? ¿Necesidad? ¿Todas? Eran preguntas a las que no pensaba concederle importancia, al menos no por ahora. Deslicé mis pulgares bajo la tela de los shorts y tiré de ella quitándoselos con su ayuda y arrojándolos a algún lugar perdido de la habitación. No quería pensar. Silenciar mis mente hiperactiva de usual no era una tarea fácil. Pero por unos instantes lo logré. O ella lo logró, para ser más exactos. Pasé mis manos por sus muslos desnudos solo sintiendo su piel cálida bajo mis dedos. Podía sentirla temblar ligeramente y aunque no podía ver su rostro en la oscuridad, sabía que estaba ruborizada y nerviosa. Bueno, pues no estábamos en una situación diferente. Un suspiro tembloroso me estremeció el pecho. —Oye Liz—la llamé a media voz cuando su ropa interior encontró el mismo destino que el short. Acaricié el interior de sus muslos con mis pulgares instándola a separar las piernas, tratando de hacer a un lado mi propia inseguridad. El corazón me dio un vuelco. La miré brevemente antes de desviar la mirada de nuevo, presa de un repentino acceso de pudor—. De verdad, honestamente, no haría esto con cualquiera. No… no puedo, ¿de acuerdo? Si lo estoy haciendo es porque eres especial para mí. Pero no tengo ningún tipo de experiencia más allá que lo que he visto en alguna película de esas que querías que te recomendase, así que disculpa si es horrible. Me llevé un mechón de cabello rubio tras la oreja para que no me molestara, antes de finalmente hundir mi rostro entre sus piernas. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Si pudiera usar mis dedos quizás tendría una idea general pero tenía que ser modelo de profesión y tener las uñas largas, ¿cierto? Qué molestia. En cuanto mis labios hicieron contacto con la humedad presente un escalofrío me recorrió la espalda. Ah, salado. Oh, por Arceus… si alguien me hubiera dicho que acabaría practicándole sexo oral a Liza White, probablemente le hubiese soltado una patada en la cara de pura incapacidad para manejar la vergüenza. Y sí, por supuesto que estaba nerviosa y me daba vergüenza, pero me daba igual. Era ella, eso era suficiente. No necesitaba nada más para disfrutarlo que saber que era ella. Sus reacciones me volvían loca. Y aunque probablemente, en algún lugar, era por una cuestión de poder, mi intención no era dominarla. Era simplemente… complacerla. Alcé la mirada. La luz de la luna que incidía perfilaba su rostro y su torso desnudo y se me antojó, incluso allí en la oscuridad, la imagen más erótica que había visto en mi vida. Aunque quisiera no podía quitarle los ojos de encima. Cada mínimo gesto, estremecimiento, cada sonido que escapaba de sus labios era suficiente para colapsar hasta el más mínimo autocontrol que me quedase. Noté una de sus manos aferrada a la sábana y mi mano la buscó deslizando mis dedos entre los suyos hasta que pude entrelazarlos con un cariño ridículo. Esa conexión emocional, independientemente de todo lo demás, lo era todo para mí.
Liza White Recibí sus labios con un gusto exagerado, disfrutando de la placidez del gesto y de la dulzura impregnada en él. Podría quedarme allí todo el día, anclada a su boca, y no me importaría en lo absoluto. Rozaba lo adictivo en cierta medida. Acuné su mejilla cuando se separó de mí, a escasos centímetros de mi rostro, y su murmullo estiró la sonrisa que de por sí tenía en los labios. Me hacía feliz saberlo, porque el sentimiento era mutuo, pero también me causaba cierta gracia la situación que me exponía. La Mimi sobria tendría bastante que procesar mañana. —Solo le diré que me gustan sus besos, entonces —susurré de vuelta, y le dejé un beso fugaz sobre su nariz con la misma ternura impresa, antes de dejarle ir. La situación se sentía muy distinta a como habíamos iniciado, como si una pieza sutil pero de vital importancia para comprendernos mutuamente hubiese terminado por situarse en el lugar correcto. Cuando dejamos de tirar y de forzar la maquinaria, cuando ambas decidimos soltar la cuerda con la que forcejeamos durante largo y tendido, todo terminó acomodándose como por arte de magia. La fluidez y liviandad en nuestros gestos propiciaba un tipo de conexión muy distinta, y de alguna forma se reflejaba en la intensidad con la que vivíamos todo eso. Era... irónico, en cierta medida. Pero lo habíamos entendido, ¿verdad? Eso era todo cuanto importaba. Sus labios recorrieron mi torso, erizando mi piel con los toques más simples y sembrando un sendero de fuego a su paso. No necesitaba demasiado para nublar mi juicio, no a esas alturas de la película, pero le permití recorrer mi cuerpo a su antojo, sin oponer resistencia. No le negaría nada, realmente, y me pregunté si ella sería consciente de esto. Ese pensamiento acabó perdiéndose en el mar de sensaciones que experimentaba cuando Mimi hundió su rostro en mi pecho; su risa me acarició la piel y reaccioné de una forma muy distinta a la esperada. —Mimi... ¡Me haces cosquillas...! —solté una risa ligera, vibrante. Ella pareció sorprenderse de igual forma, deteniendo sus movimientos durante un instante, y terminando por compar aquella breve risa por espacio de unos segundos. Siempre había sido sensible a las cosquillas, pero jamás me había reído haciendo algo así. Era... distinto a todo lo que había experimentado hasta entonces. Me preguntaba si hacer algo así con ella cambiaría nuestra relación de alguna forma. Dudaba que la enrareciese, en todo caso nos sentía más unidas que nunca. Como si aquello fuese el sumun de las pruebas de confianza llevadas al extremo. No había estado entre mis planes que sucediese, pero la vida en sí misma era impredecible. Si ambas estábamos bien con esto, si lo disfrutábamos sin hacer daño a nadie ni a nosotras mismas en el proceso... ¿Por qué debíamos privarnos de ello? La vida era demasiado corta como para complicársela uno mismo de esa forma. Abrí mis ojos en su máximo cuando, embriagada por la propia situación, tardé en procesar lo que estaba a punto de suceder. De repente la tenía allí, entre mis piernas, y se estaba disculpando por algo que podría hacer horrible. Que eso no lo haría con cualquiera. La imagen de sus uñas clavadas en mi espalda me recordó que usarlas allí no iba a ser una opción. Entonces.... ¿¡Eh!? —Espera, espera —Traté de frenarla, enrojecida hasta las orejas. Esa tonta quería matarme allí mismo—, ¿no irás a hacer...? ¡Mngh...! No permitió que mis inseguridades se interpusiesen en la ecuación. Sus manos se aferraron a mis muslos, impidiendo que cerrase mis piernas por el shock inicial, y toda mi espalda se arqueó con brusquedad al sentirla allí. Fue una descarga brusca y visceral que me dejó sin fuerzas desde el principio, sintiendo aquella molesta sensación que llevaba gestándose largo y tendido entre mis piernas alcanzar sus últimos estadios de un solo golpe. Me avergonzaba estar tan absurdamente sensible, pero Mimi no tenía otro efecto en mí. No tenía caso tapar el sol con un dedo. Una de mis manos se aferró a las sábanas, buscando alcanzar algo más en mitad del placer intenso que estaba sintiendo, mientras que la otra cerró los dedos en torno a su cabello, sin hacer ningún movimiento en sí. Solo necesitaba sentirla más cerca, de todas las formas posibles. No supe en qué momento mis dedos acabaron entrelazados con los suyos, pero el cariño del gesto se me antojó absurdamente cálido, redoblando de alguna forma la intensidad de lo que sentía. Cuando no pude soportarlo más, cuando aquella presión terminó por deshacerse con tal brusquedad que hizo que mi cuerpo se tensase de pies a cabeza, los gemidos rasgando mi garganta e invadiendo el silencio de la habitación, fue como si repentinamente me liberasen de una pesada carga. La tensión desapareció sin dejar rastro, dejando en su lugar un completo mar en calma. Los pulmones me ardían, exigiéndome todo el oxígeno que le había negado hasta entonces, pero a pesar de mi agitación y del cansancio de mis músculos, me sentía francamente bien. Dejé ir su cabello, si bien no solté su mano en ningun instante. No respondía a ningún pensamiento en específico; no estaba pensando en ese instante, a secas. Me cubrí el rostro con mi mano libre al poco tiempo, mi pecho subiendo y bajando aún con velocidad mientras trataba de encontrar mi propia voz. Me ardía la cara, y un chispazo de cordura repentino me recordó quién era la causante de mi vergüenza y simplemente sentí que debía quejarme allí mismo. —Eres... Eres una tonta —murmuré, si bien no había una molestia real en mi voz. Era pura fragilidad y honestidad, como ella lo había sido antes—. Mira que hacer algo como... como eso en tu primera vez... Si querías matarme solo tenías que admitirlo.
Mimi Honda Me recreaba en sus reacciones como una suerte de espejo. Mis dedos entrelazados con los suyos se presionaban de tanto en tanto, buscando tanto darle un apoyo como recordarle que era yo quien estaba ahí. Si lo pensaba demasiado hubiera muerto ahí mismo pero… no estaba pensando. Solo quería asegurarme de que no fuese un desastre. Quería que tuviese algo que recordar y egoístamente, quería pensar que podía hacerla sentir mejor que cualquiera de sus líos casuales. Quería escucharla gemir mi nombre. Quería… Sus gemidos, sus suspiros, la forma en que su mano libre se ancló a mis cabello y sentir como los mechones dorados se deslizaban entre sus dedos me hizo cerrar momentáneamente los ojos, presa de una sumisión visceral. Incluso allí, cuando era yo la que debería tener el control de la situación, me sentía vulnerable. Pero estaba bien, podía manejarlo. No era una sensación contra la que quería luchar, no había nada por lo que luchar en realidad. Ella y yo éramos iguales. Y no solo nuestros cuerpos, si no de una forma mucho más profunda y trascendental. Como si hubiéramos llegado a una compresión completa y mutua. A mi mente acudieron imágenes de Gérie. Nuestro viaje juntas, las pulseras que compramos en el centro comercial de Reshiram y Zekrom—el ying y el yang, algo que se adaptaba muy bien a nosotras—, nuestro pequeño teatro particular en el castillo de Ciudad Libertad y el baile con música celta, donde nos comportamos como un par de niñas tontas sin nada que perder. Nuestro regreso en aerotaxi al hotel y finalmente… el beso en aquel callejón de Pueblo Atracadero. Mil vivencias juntas que nos habían terminado llevando a este punto. “Un beso no tiene más importancia que la que quieras darle” Eso le había dicho en su momento. Si un beso no tenía mayor importancia… ¿el sexo era igual? Tch. ¿Cómo demonios no iba a darle importancia cuando habíamos llegado a entendernos a un nivel que ni siquiera podía comprender del todo? Era importante y era especial. Nuestra relación… era un tesoro invaluable para mí. No quería perderla por nada del mundo. Cuando finalmente sus temblores se calmaron y sus caderas dejando de buscar mi boca de forma insistente, me aparté de entre sus piernas recogiendo su humedad de mis labios con la punta de la lengua. Era... extrañamente dulce y salado. No era un sabor particularmente agradable, pero me daba igual. —Si quisiera matarte hubiera usado mis dedos. ¿Has visto mis uñas?—le dije con una pequeña risa desde ahí antes de regresar a su rostro. Se había cubierto el mismo con la mano y no la obligué a mirarme. El único motivo por el que yo no estaba como ella era porque había tomado su papel anterior. Era una buena actriz, podía disimularlo. Ver a Liza tan absurdamente vulnerable no era lo usual. Siempre era ella la que terminaba por hacerme enrojecer a mí hasta las orejas, como cuando tuvo la genial idea de pedirme que le recomendase películas eróticas. Algo ronroneaba dentro de mí como un Purrloin satisfecho. Por eso en ese momento lo aproveché… al menos un poquito. —Ah~. Entonces pizza para desayunar—sonreí de forma traviesa—. ¿Y si te dijera que prefiero desayunarte a ti? Just kidding.