Liza White —¿Así que querías que acertase para que pudieses contarme algo sobre ti? —Apunté con sagacidad. Solté una risa nasal, completamente desenfadada—. Qué pillina. Me apetecía saber más cosas sobre ella, claro. Hablábamos prácticamente siempre a distancia (o el tiempo que tuviesemos libre en realidad), y soliamos contarnos muchas cosas. Pero Mimi siempre había sido más cerrada que yo, así que aquello podía ser interesante. Apoyé los brazos sobre mis rodillas, y posteriormente hice lo mismo con la mejilla. La escuché con interés, imaginando el escenario que pintaba ante mí con claridad. La revelación sobre sus orígenes hizo que elevase las cejas; eso explicaba todo en realidad. —Osea que me reprochabas un montón sobre el té pero te viste reflejada alguna vez en mí —inflé una de mis mejillas, fingiendo molestia ante su aparente hipocresía. Contuve la gracia que me hizo cuando comentó que podía usar la información por ahí. De ahí a vender objetos usados por alguien famoso había solo un paso—. Lo tendré en cuenta. Gracias por el apunte. No obstante había algo en su relato que me dejó reflexionando. Mimi pudo notarlo en mi expresión; abrí y cerré los labios, dubitativa, como si tuviese algo que deseaba decir, pero no tuviese la seguridad suficiente de ponerlo en palabras. Su mirada interrogante terminó por animarme a hacerlo de una buena vez. >>...Si vuelvo a ganar, me gustaría saber también sobre tu madre —murmuré con una sonrisa sosegada, la voz ligeramente contenida. Me había hablado de ella en contadas ocasiones, sí, pero fueron suficientes para saber lo mucho que la atesoraba. Era una buena forma de conocer más de la verdadera Mimi en realidad—. No sé si valides ese vacío legal porque no es información exactamente sobre ti, pero... Sigues formando parte. Entonces llegó la nueva pregunta, y me tensé irremediablemente. La actitud jactanciosa de antes se tambaleó, consciente del amplio margen de error, pero mantuve mi nerviosismo a raya. Sería un golpe a mi orgullo admitir que no tenía idea cuando hacía unos minutos aseguraba que no había pregunta que se me resistiese. Yo y mi bocaza, para variar. —Vale, esa es fácil también. Los tipos de vendaje eran el circular, en espiral, en espiga... —Cerré los ojos, tratando de visualizar la página en concreto en mi mente. Fruncí ligeramente el ceño; solo me recibió un profundo e insondable pozo de oscuridad—. ...Recurrente... Y eso sería todo. Abrí uno de mis ojos para verla entonces, expectante. Si fuera buena actriz probablemente me habría creído mi propia mentira y lo defendería con total seguridad. Pero no lo era.
Mimi Honda Le dije que iría subiendo el nivel, ¿verdad? Así lo hacían en los concursos televisivos. Empezaban con preguntas ridículamente fáciles y una suma monetaria pequeña. A medida que la suma se incrementaba, las preguntas se volvían más y más difíciles, hasta terminar en cuestiones que solo profesionales de determinado ámbito sabrían. En nuestro caso, White quería dedicarse a esto... así que podría decirse que era profesional en el ámbito. Mi vena dramática era feliz imaginándome a mí misma como una suerte de presentadora de televisión en algún concurso. Convertir una simple sesión de estudio en un programa de entretenimiento parecía ser mi especialidad. Me incorporé rápidamente sentándome sobre la cama cuando me reprochó la forma en la que había actuado en aquella ocasión. Pude sentirme ruborizar ligeramente. >>Eso fue en el pasado— aunque solté una pequeña risa cuando comentó que lo apuntaría. Honestamente me costaba imaginarla aireando mis secretos en público en algún futuro por muy famosa que fuese. Mi confianza en ella era absoluta—. Tenía como... cinco años y es normal que a los niños les gusten las cosas dulces. Por eso la mayor parte de la publicidad sobre alimentos poco saludables está dirigida a ellos. Noté poco después que parecía dubitativa, como si quiera decir algo pero no encontrara las palabras. El ambiente pareció cambio cambiar por un instante y cuando finalmente lo expresó en voz alta, mi cuerpo se tensó por inercia. ¿Hablar sobre mi madre? No había gran cosa que contar sobre Anna Marie Honda. Era una mujer cariñosa y atenta, pianista de profesión, que nació con una cardiopatía que le costó la vida cuando yo tenía solo seis años. Por largo tiempo culpé al esfuerzo en su profesión de su muerte y... también a mí misma. La situación ya era lo suficientemente delicada antes de decidirse a tenerme y su vida quedó severamente comprometida después de nacer yo. Agaché la mirada y apreté los labios, presa de un pesar profundo e insondable. Su vida estaba en riesgo... y aún así me eligió a mí. Que decisión tan valiente y estúpida. No tenía nada en contra de contarle cosas de ella pero en ese momento simplemente no respondí, perdida en mi propia mente. En el momento en que finalmente contestó la pregunta, negué con la cabeza y le extendí la tarjeta para que comprobase la respuesta correcta por sí misma. —Rechazado. Esos son los tipos de vendaje por presentación, no por función—le dije de forma solemne—. Los tipos de vendaje por función son de inmovilización, sujeción y compresivos. Repásalo. Esbocé una sonrisa jactanciosa y mi tono cambió bruscamente. >>... Después de contarme algo sobre ti que no sepa, claro~.
Liza White Un chispazo de culpabilidad me atenazó el corazón cuando su gesto se ensombreció, perdida en el mar de recuerdos que yo misma debí haberle evocado. Si había dudado en hablar fue porque preví ese escenario entre las diversas posibilidades que tenía a su alcance. Quise decirle que olvidase mi pregunta, pero el curso de los acontecimientos fue suficiente para devolverle el brillo en la mirada. Me desinflé como un Drifloon, rendida, cuando dijo en voz alta lo que yo ya me estaba temiendo. Dejé caer los brazos como un peso muerto a ambos lados de mi cuerpo. —Mimi~ Esa ha sido una pregunta rebuscada~ —rezongué, haciendo una mueca. Su complejidad no residía en la respuesta si no en su evidente ambigüedad, que inducía al error—. Cuando finalice voy a pedir la hoja de reclamaciones de este programa. Vale, ese fallo había sido un pinchacito de nada a mi orgullo, pero podía reponerme. Aún podía dar mucha guerra. No obstante mis ansias de una revancha se vieron mitigadas por sus últimas palabras, las cuales me recordaron que me tocaba a mí soltar prenda. Me erguí un tanto, buscando algún dato curioso que pudiese ofrecerle. ¿Quizás pudiese contarle sobre eso? —Sabes que es costumbre en algunas familias que los nombres pasen de generación en generación, ¿verdad? Padres que le ponen sus nombres a sus hijos, y que en contadas ocasiones también provienen de sus abuelos —Tensé los labios, tragándome una suerte de risa. Probablemente fuese el fun fact por excelencia de mi persona—. Resulta y acontece que eso también pasa en mi familia. Me llamo Liza, y es el único nombre al que yo respondo. Pero en el registro civil no pone exactamente eso. Mi nombre es una abreviación de Elizabeth. >>Lo que suele suceder en situaciones así es que a alguno de los miembros de la familia se les acorta el nombre, o se les busca un mote particular, para que sea más sencillo identificarlos en el hogar. Liza se volvió mi esencia, lo que me identificaba como una entidad diferenciada de mi madre. Y aunque la quiero y me honra compartir su nombre, simplemente nunca sentí que formase parte de mí —A medida que relataba la historia me permití mostrar mejor la gracia que me causaba la situación en sí, atenta a las reacciones que pudiese tener, producto de la sorpresa ante una revelación de ese tipo. Antes quizás me había causado más conflicto, pero ahora tenía herramientas a mi favor—. Tengo planeado ir en breve al registro civil y oficializar mi verdadero nombre, ahora que soy mayor de edad. Elizabeth aún sigue siendo mi nombre, por desgracia, pero como me llames así duermes hoy en el suelo. Era una broma a medias, digamos. Mejor no tentar a la suerte. En cualquier caso me resultaba un nombre tan pomposo y grandilocuente, más propio de las altas esferas que de una chica sencilla y austera de un pueblito de Teselia como yo. Me vino el recuerdo de uno de los típicos mocosos del colegio tratando de picarme en numerosas ocasiones al llamarme por ese nombre, mocoso que acabó llevándose una patada de mi parte más que merecida. Mejor no hablar de lo traviesa que había sido de pequeña, ni de la cantidad de veces que me llamaron a la oficina del director por mis trastadas varias. No era una parte de mí de la que me sintiese orgullosa. —En fin, ahí tienes tu dato curioso —Me incliné hacia delante, aguardando impaciente por la siguiente ronda de preguntas—. ¿Qué tarjeta sacarás ahora? Me muero de curiosidad por descubrirlo.
Mimi Honda La escuché con atención e interés recogiendo las rodillas y rodeándolas con mis brazos. Parecía estar por contar algo gracioso por la forma en la que apretaba los labios y ese detalle me hizo alzar una ceja con curiosidad. ¿Algo gracioso? ¿Una anécdota vergonzosa, quizás? En el momento en que finalmente reveló su verdadero nombre parpadeé, como si no hubiera reparado antes en el detalle de que su nombre era de hecho una acortación del verdadero. ¿Y del mismo que el de su madre, además? ... —... ¡¿Huh?! Tenía sentido. Arceus, era tonta. No sabía gran cosa de la madre de Liza, en cualquier caso, que era una mujer gélida y estricta y entrenadora pokémon frustrada. Sin embargo, ya que ella había preguntado por la mía quizás no era mala idea saber más de la suya. Había algo en Elizabeth White que no me gustaba. Y tampoco parecía una persona fácil con la que tratar. En mi caso el estricto y rígido era mi padre, pero nunca estaba en casa así que importaba entre poco y nada. Sonaba elegante y distinguido. Era de hecho el nombre que siempre había pensado que tendría Elisa, pero jamás lo relacioné con White. —En lo que a mí respecta si no te sientes identificada con ese nombre no es el tuyo, da igual lo que diga un papel—sentencié con resolución—. Y si te sirve de consuelo mi nombre completo es Mimiko. Pero eso no es un secreto para nadie, así que no van a comprarte la exclusiva. Sorry~ Bromeé en la última al guiñarle un ojo en un gesto burlón y desenfadado antes de tomar la taza de té nuevamente e ir a por otra tarjeta. Debía escoger una más difícil según las reglas del juego pero al no haber acertado la anterior decidí escoger una de dificultad similar. Seguían siendo una sesión de estudio y el punto era que memorizase los conceptos, no que ganase un millón de pokédolares. Estuve un rato entretenida en esa misión, buscando alguna que se ajustase a las características. Cuando finalmente la encontré apoyé la cabeza en su hombro. >>Hmm~ ¿Cual es la principal diferencia entre un Pokémon acompañante y un Pokémon amigo?—hice una pequeña pausa. ¿Esa pregunta estaba bien redactada?—. Según lo que pone aquí, ¿no se supone que si es tu acompañante es tu amigo también?
Liza White Le sonreí con visible gratitud cuando aseguró que, para ella, un papel como ese no tenía mayor importancia. Era la misma visión que tenía yo, pero que validasen cómo me sentía al respecto me hizo sentir cálida por dentro. —No pasa nada. Mañana venderé la taza que estás usando al mejor postor y me haré el mes —bromeé, fluyendo en su juego con la misma naturalidad de siempre. Aproveché para obligarme a darle otro sorbo al té negro, mientras Mimi se centraba en rebuscar entre el mar de tarjetas esparcidas por el colchón su siguiente víctima. Estaría malísimo, pero al menos me mantenía despierta hasta el momento. Aunque no sabía si darle el mérito al té o a la improvisada noche de chicas que se estaba llevando a cabo en la habitación en esos momentos. Cuando se decidió por una se acercó a mí y apoyó su cabeza en mi hombro. La rodeé con mi brazo, y acaricié su cabello con mimo mientras me leía la pregunta. El movimiento perezoso de mis dedos se detuvo sobre su cascada de sol cuando pareció confundirse con la propia frase. —Técnicamente, sí —Mi voz reflejó cierta diversión ante su inocente apunte. Su confusión era completamente válida—. Tu pokémon acompañante es tu amigo también, pero es el único que te acompaña durante toda tu jornada como Ranger, de ahí su nombre. Solo podemos escoger uno, y yo elegí a Inari —Mi mirada se desvío por un instante a la cama contigua. Suponía que para ese entonces debía estar dormitando, hecho un ovillo en el suelo—. Esa es la razón por la que hoy no viste a Amber, a Nana y a los demás. Mis padres los están cuidando en la guardería que dirigen por el momento. Por suerte existían las máquinas de intercambio, que les permitían enviarme a mi equipo en cualquier momento, y casi a cualquier lugar. Solíamos aprovecharlas para disfrutar mis ratos libres juntos, cuando me era imposible regresar a casa en un tiempo considerable. >>Los rangers usamos un capturador en lugar de una pokéball porque queremos preservar el equilibrio de la naturaleza. Con el capturador le transmitimos nuestros deseos y emociones más profundas, creando un vínculo mucho más rápido que el que generan las balls en realidad. Eso origina los Pokémon amigo. La diferencia radica en que, una vez nos prestan su ayuda, rompemos ese vínculo de forma natural, pues deseamos que continuen viviendo sus vidas con normalidad. Retomé el movimiento de mis dedos, jugando con algún mechón aquí y allá con suavidad. >>Suena a una labor encomiable, ¿verdad? —murmuré, sin esforzarme por ocultar el orgullo o la fascinación que se filtraba en mi voz cuando hablaba de algo que me apasionaba—. Siento que a veces no se les reconoce todo lo que en realidad se merecen. Me frustra un poco.
Mimi Honda Así que se trataba de eso. No había visto ni a Amber ni a Nana porque no estaban con ella si no con sus padres. Era un poco triste.... me hubiera gustado que Raiden viese a Amber. Pero era normal, porque los Rangers no podían tener Pokémon propios—salvo su acompañante—ni usar pokéballs. Sentí los dedos de Liza en mi cabello y la dejé hacer. Por norma general no soportaba que me tocasen el pelo, pero en ese momento no me importó. De hecho agradecí en silencio la confianza y la ternura del gesto. Era reconfortante. —¿Ahora es cuando me dices que lo prefieres suelto?—le pregunté con cierta diversión en la voz. Los Ranger velaban por el equilibrio natural de las especies y su hábitat y por eso una vez el Pokémon había sido calmado con el capturador o había prestado su ayuda, era nuevamente puesto en libertad. Era muy diferente a un entrenador. Por mucho que nos empeñásemos en pensar lo contrario, algunos usaban las pokéballs de forma muy poco ética y mantenían a sus Pokémon encerrados por meses e incluso años de un PC, privándoles tanto de la emoción de una batalla como de la libertad. Podía entender la fascinación de Liza. Un Ranger jamás haría eso. Y había acertado la pregunta sin fallos y resuelto mi duda, así que tocaba dato curioso sobre Mimiko Honda. Cerré los ojos momentáneamente, sintiendo el corazón apretado en el pecho. —Empecé a tocar el piano a la misma edad que Mozart, a los tres años—dije con la voz ligeramente contenida y abrí los ojos en un leve parpadeo, aunque no miré a ningún lugar perdida nuevamente en mis recuerdos—. Sin embargo, no era ninguna genio y el virtuosismo brillaba por su ausencia. Mi madre nunca me pidió que aprendiera, pero me empeñé y ella me enseñó. Practicábamos juntas cada día, sin falta, hasta que finalmente pude tocar melodías completas—esbocé una pequeña sonrisa nostálgica—. Me encantaba. La música del piano me transportaba a otro lugar, me daba alas y soñaba con poder tocar frente a un público como mi madre alguna vez. Mi gesto se ensombreció repentinamente. >>Nunca pude hacerlo. Después de su muerte simplemente empecé a detestarlo y dejé de tocar años después, aunque jamás permití que mi padre se deshiciera del piano. Simplemente quedó allí, en el salón, acumulando polvo con los años y desafinándose. No estaba orgullosa de eso. Y me dolía pensar en el piano de mi madre, nuestro piano, simplemente pudriéndose lentamente, olvidado y privado de su propia música. >>Pero hace poco... volví a tocar.
Liza White —Lo prefiero suelto —le respondí al segundo con liviandad, cuando mencionó si prefería su cabello de esa forma. No vi por qué mentirle en algo así. Las caricias continuaron mientras Mimi me contaba su relato, de cómo adquirió su amor por el piano y el hermoso tiempo de calidad que compartió con su madre, unidas por la música. Si bien mi caricia inició como un movimiento inconsciente, casi distraído, ahora cargaba también cierta faceta conciliadora. Podía notar, por su voz contenida y la forma en la que hacía algunas pausas, que rebuscar en el mar de sus recuerdos no debía resultarle sencillo. No cuando esos recuerdos estaban ligados a personas que ya no se encontraban entre nosotros. Mis dedos dejaron de moverse en el instante en el que mencionó que había vuelto a tocar el piano. Ahora que tenía todas las piezas del rompecabezas sobre la mesa, la trascendencia de algo así era difícil de describir con palabras. Permanecí en silencio durante unos segundos, sin saber qué decir. Mi cuerpo respondió por sí solo y terminé estrujándola un poco con el brazo que la rodeaba, apoyando después mi cabeza sobre su sien. —Eso... Eso es maravilloso, Mimi —murmuré, sin ser capaz de contener la emoción, el orgullo o la infinidad de emociones que sentí en ese instante. Cerré los ojos, embargada por la calidez que irradiaba su cuerpo—. Al final el piano no deja de ser una parte más de ti. Reconciliarse con uno mismo es un gran logro. Todos pasábamos alguna vez por eso, ¿no? Enfrentar versiones de nosotros mismos que durante años nos obcecábamos en desterrar. Cuando uno comprendía que era imposible huir de uno mismo, es ahí cuando las cosas comenzaban a mejorar. >>Me encantaría poder escucharte tocar alguna vez —le dije entonces, con tono soñador. La petición se me escapó de los labios antes de siquiera poder contenerme, y traté rápidamente de restarle hierro al asunto. Lo que menos quería era añadirle presión—. Así deban pasar diez o quince años, los que hagan falta. Yo esperaré pacientemente a que te sientas lista. ¿Me... lo permitirías?
Mimi Honda Volver a tocar había significado un mundo para mí. Sentarme frente a un piano después de años y comprobar que aún recordaba todo, que el tiempo no había borrado el esfuerzo y el trabajo duro que realicé para poder tener habilidad y soltura al tocar las teclas, que los ejercicios de Hanon aún estaban frescos en mi mente y que la llama artística no se había apagado. Solté una pequeña risa por la nariz cuando admitió que prefería mi cabello suelto. ¿Para poder acariciarlo y enredar sus dedos en él como estaba haciendo sin aparentemente darse cuenta? Jugaba con mis mechones con suavidad dejando que se deslizasen entre sus dedos y repetía el movimiento una y otra vez. Algo me hacía pensar— y no solo Nikolah—, que el cabello rubio era justamente su tipo. White me apretó con el brazo que me rodeaba estrechándome cariñosamente y apoyó su cabeza contra mi sien en un gesto afectuoso y tierno. Cerré los ojos y dejé escapar un suspiro que ni siquiera sentía haber estado conteniendo. Tocar en frente de alguien que no fueran mis Pokémon era algo aún inalcanzable para mí. No confiaba en mis habilidades y carecía de la suficientemente confianza para exponerme frente a nadie de esa forma. No solo iba a la mansión abandonada para tocar porque fuese el único lugar con un piano funcional si no por la soledad, la privacidad y el silencio. Ese era mi secreto, mi pequeña zona de confort a la que dirigirme cuando el estrés me pesaba sobre los hombros y el ruido a mi alrededor era demasiado intenso. Era algo mío. No estaba preparada para compartirlo con nadie más. Por eso agradecí que no intentase presionarme. No era buena idea presionar a un Litten, te arañaría la cara. Y sin embargo, Liza no lo hacía solo porque sabía que podía recibir justamente ese tipo de respuesta si no porque genuinamente no quería incomodarme. Y eso lo agradecía profundamente. Algo dentro de mí me gritaba que debería mantener la distancia. Estábamos en una sesión de estudio, por el amor de Arceus. Pero cada vez que nos acercábamos esa chispa sin nombre era más y más volátil. Como una corriente de electricidad sin dirección o un chispazo brusco y repentino. Lograba erizarme la piel. No sabía cuando tardaría en explotar, pero sí que era cuestión de tiempo si no le ponía remedio pronto. La pregunta era… ¿quería ponerle remedio? —Deja de fingir que no te das cuenta, Liz—susurré muy cerca de su oído—. Hay pocas cosas que no te permitiría. Como si fuera a decirle eso. Espera… ¿se lo acababa de decir? Estúpido Moscato.
Liza White Las caricias en su cabello, mis constantes acercamientos o mis muestras de afecto no respondían a ninguna intención velada, de eso estaba segura. Lo que primaba entre nosotras era la confianza que nos teníamos, la cual me permitía demostrarle el cariño que le tenía o la ternura que me suscitaba en según qué ocasiones. Esa ocasión, como podía intuirse, era una de ellas. Por esa razón, cuando su aliento cálido me rozó el oído y la corriente eléctrica regresó, erizándome de nuevo la piel, comprendí que no importaba lo inocentes que fueran nuestros gestos, la tensión subyacente seguiría allí, como una bomba de relojería que aguardaba el momento exacto para explotar. Una parte de mí estaba cansada de fingir lo evidente. A esas alturas ambas sabíamos con certeza que esa atracción no era unilateral. Respondía a algo físico, a algo eléctrico, y aunque no había sentimientos de por medio seguía siendo difícil de ignorar. El beso en Atracadero solo nos hizo ser más conscientes del magnetismo que nos rodeaba, pero habíamos decidido barrer cada síntoma bajo la alfombra. Así fue desde entonces. Cada roce inocente, cada mirada disimulada, cada pensamiento repentino lo enviábamos al fondo de nuestra mente, fingiendo la misma naturalidad de siempre. La mierda se acumulaba cada día, pero el cajón apenas tenía espacio para cerrarse ya. Y empezaba a estar harta. Me separé lo suficiente para poder verla a los ojos, pero mi brazo no se movió de su hombro. Repasé sus facciones, el recuerdo de su voz me cosquilleó en el oído y decidí que esa vez no iba a pasar su comentario por alto. No me apetecía. No cuando estaba tentando los límites de esa forma. Entorné la mirada ligeramente cuando nuestros ojos se encontraron. Me pregunté si habría un brillo de advertencia en ellos. —¿Sí? —murmuré. No necesité alzar la voz, no cuando estábamos tan cerca la una de la otra—. ¿Qué otras cosas me permitirías, entonces? Solo mera curiosidad.
Mimi Honda No había que ser un Luxray para notarlo, hasta un Zubat ciego lo haría. De un segundo a otro todas las alarmas se habían encendido en mi cabeza, pero las personas alcoholizadas no tenían todos sus sentidos al máximo y la señal de alerta me llegaba opacada y distante, como desde detrás de un grueso vidrio. No estaba lo bastante borracha para no saber lo que hacía pero todo en mi cuerpo me pedía que las ignorase. Es tu amiga. ¿Qué haces, estúpida? ¿Qué pasa con la sesión de estudio? Céntrate Honda. Está enamorada de— Cállate. Generalmente hubiera hecho la vista gorda. Hubiera ignorado todo, hasta lo ignorable y lo hubiera guardado y cerrado bajo llave en algún cajón de mi mente. Pero podía fingir y actuar hasta cierto punto y el vino no estaba ayudando. Mordí ligeramente mi labio inferior. —¿Por qué no lo compruebas por ti misma? Quizás saques una exclusiva realmente interesante. ¿Incluso con las orejas rojas era capaz de mantener esa chispa de orgullo? Me estaba muriendo por dentro. Si estuviera lo bastante borracha ni le hubiera respondido. La hubiera sujetado de las mejillas, empujado contra la cama y la estaría besando en ese preciso momento. En el instante justo en que sus ojos conectaron con los míos hubiera sido un game over. Pero no. Tenía el suficiente juicio y la suficiente terquedad para mantenerme estoica incluso bajo esas circunstancias. Como si aquella fuese otra de nuestras ridículas competiciones, como si ceder en ese preciso instante supusiese una derrota. Debía ser masoquista o algo porque rodeé sus hombros con mis brazos y la miré directamente a los ojos. Me estaba advirtiendo con la mirada y repentinamente poner en tela de juicio esa advertencia parecía lo más interesante del mundo. Porque volví a inclinarme hacia delante y le hablé de nuevo al oído: >>No juegues con la electricidad, White. Te terminará electrocutando. Y tú no eres tipo tierra. Contenido oculto Ahora son más tipo agua- digo qué
Liza White Mi ceño se frunció ligeramente cuando decidió que era buen momento para ponerse soberbia. ¿Que lo descubriese yo misma? ¿Estaba transformando esa situación en otra más de nuestras rivalidades? No podía estar hablando en serio. Mi brazo dejó de rodearla y simplemente los mantuve como un apoyo sobre el colchón, observando cada uno de sus gestos en silencio. Me tragué la expresión de circunstancias como mejor pude; no tenía ningún sentido que siguiese fingiendo. Sus expresiones no verbales contradecían todo lo que sus palabras intentaban decirme, era hasta gracioso de ver. Su orgullo se interponía ante sus verdaderas intenciones, y el color de sus orejas se encargó de delatarla, por si aún quedaba algún atisbo de duda. Aunque me advertía que tuviese cuidado, la forma en la que mordió su labio y los brazos que ahora rodeaban mis hombros parecían querer decirme otra cosa. ¿Y qué le había dado con susurrarme al oído? Ni yo sabía de dónde estaba sacando el autocontrol. No debía quedarme demasiado a esas alturas. Suspiré cuando terminó de decirme la tontería de turno (porque si había alguien que estaba jugando con fuego era ella), y me aparté un poco sintiendo las orejas arderme de la misma forma. Por norma general aquello se habría vuelto una guerra de orgullos, una batalla por ver quién dominaba a la otra primero. Pero había transcurrido mucho tiempo, habíamos enterrado demasiado bajo la alfombra. Y ya estaba cansada. Anclé una de mis manos a su mejilla, obligándole a mirarme de vuelta. Mi expresión resignada y casi perezosa debió adelantarle que no estaba dispuesta a seguir su juego. No esa vez al menos. —Ahora no, Mimi —murmuré. Me llevé un mechón de cabello tras la oreja, con un movimiento sedoso y me incliné hasta susurrar allí contra sus labios, la voz contenida—. No tengo ganas de esto. La otra mano hizo lo propio y acerqué su rostro hacía mí, rompiendo así la distancia. Me dejé caer hacia atrás, arrastrándola conmigo sobre el mar de tarjetas en el que se había convertido el colchón.
Mimi Honda Me gustaría preguntarme a mí misma quien exactamente estaba jugando en ese momento. Y si la respuesta era ninguna de las dos... ¿qué estábamos haciendo exactamente? Era innegable la atracción que existía entre nosotras. Podíamos fingir que no existía, podíamos ocultarla, podíamos disimularla... pero estaba ahí y tarde o temprano la tensión cedería o explotaría sin remedio. Y ella lo dejó muy claro cuando decidió que ya había tenido suficiente. Me besó y se dejó caer en la cama arrastrándome con ella. Ahogué un jadeo de sorpresa cuando sus labios encontraron los míos y me aparté, como si su tacto me quemase. —¿Q-qué… qué estás—? Farfullé torpemente presa de un shock repentino que no supe gestionar. Si estaba roja antes, ahora debía parecer un Octillery. Mis mejillas, mis orejas, hasta mi cuello los sentía calientes. Debía ser estúpida, porque esperaba que pasara justamente eso. O no. O... realmente no era lo era lo que esperaba, pero sí lo que quería. No... había forma posible de que reconociese eso en voz alta. ¿Verdad? La miré con el corazón en la garganta, ojos muy abiertos, tratando de que mi mente enlentecida terminase de entender la situación. Y cuando finalmente lo hizo, cuando mi cerebro tuvo la certeza de que Liza acababa de besarme, la chispa estalló. Tomé una bocanada de aire temblorosa como si no me quedara aire en los pulmones, como si la tensión a nuestro alrededor fuese tal que apenas pudiese respirar y sin previo aviso atrapé sus labios de nuevo. Fuck it. Mi manos se anclaron a sus mejillas, me aferré a ella y mordí su labio inferior apenas lo suficientemente como para reclamar la entrada antes de que mi lengua buscase la suya. Me trajo recuerdos del callejón de Atracadero y de la misma situación de ese entonces… Pero era completamente diferente al mismo tiempo. Entre otras cosas, porque ahora no buscábamos confirmar nada. White no tenía duda alguna sobre sus preferencias—había estado ligando con aquella camarera y probablemente le había dado su teléfono, no era necesario ser Sherlock—, y yo tampoco tenía ni dudas ni ningún impedimento al respecto. ¿Qué era esa otra cosa que Liz sabía y no sabía de mí al mismo tiempo? Que el cabello oscuro era justo mi tipo, exactamente como el rubio era el suyo. Y que me atraía como un maldito imán. —¡Mmhm...! Me aparté de su boca con un jadeo suave, la respiración entrecortada, antes de buscar sus labios otra vez. Y otra. Y otra.
Liza White Mi movimiento se vio interrumpido a medio camino cuando Mimi se separó de mí con brusquedad. Apoyé el peso de mi cuerpo en mis codos, los cuales se clavaron sobre el colchón, y la miré desde abajo sin comprender. Por un microsegundo temí haber malinterpretado las cosas, pero al instante la confusión se transformó en una molestia ligera, latente, que me bañó el cuerpo y se mezcló con el calor restante. No, no había margen para malinterpretar nada allí. Me había estado provocando y ahora que cosechaba lo que sembraba, ¿se arrepentía acaso? ¿Iba a ser ese tipo de persona? ¿De verdad? —Tienes que estar de broma —solté una risa nasal, incrédula. Hice el ademán de incorporarme de mala gana—. Si vas a fingir que no... Pero ella no me permitió marcharme. Quizás necesitó unos segundos de más para que su mente nublada por los resquicios del alcohol procesasen todo eso. Quizás su cuerpo había operado más rápido que sus pensamientos y la había malinterpretado cuando creí que fingiría no sentir la evidente atracción entre ambas. El caso es que sus manos se aferraron a mis mejillas, haciéndome abrir los ojos por la sorpresa, y tuve que hacer fuerza en mis puntos de apoyo para no irme hacia atrás cuando volvió a atrapar mis labios. Al instante buscó profundizar el beso y pese a que ahora la que tardó unos segundos de más en reaccionar fui yo, no se lo negué. No le negaría nada, en realidad. Me buscó una, y otra, y otra vez. Y yo la recibí todas esas veces, amoldándome al ritmo cada vez más acelerado de sus besos, arrancándome suspiros aislados que fueron a morir a su boca. Una de mis manos acarició de nuevo su mejilla, mientras la otra me seguía manteniendo erguida. Era una alegoría a la toma a tierra que me estaba forzando a mantener desde el momento en el que rechazó el primer beso. Podía tratar de entender el trasfondo, pero me había dejado en el pecho una sensación de intranquilidad que no se iba, no importaba cuan a gusto estuviese en ese instante. De modo que en determinado momento la mano que anclaba a su mejilla se posó sobre su hombro, y la alejé de mí con movimientos cuidados. Me tomé unos segundos para recuperar el aliento; la respiración de ambas corría agitada, siendo todo cuanto se escuchaba en el silencio de la habitación. —...Sé que esto que voy a decir es innecesario a estas alturas, pero simplemente necesito hacerlo —Aclaré y me erguí hasta sentarme de vuelta, mirándola con seriedad. El corazón aún me latía frenético contra el pecho; no era para menos, dado el caso—. Quiero que te detengas unos segundos y pienses si de verdad quieres hacer esto. Aún estás medio ebria, por el amor de Arceus. Y si esta mierda acaba enrareciendo todo entre nosotras, no me lo voy a perdonar nunca. Me aparté el flequillo con la mano, algo agitada aún. Tanto como por las emociones revueltas como por el simple pensamiento de que nuestra amistad pudiese verse resentida por algo como eso. >>Si me preguntas a mí, yo no tengo dudas. Sé lo que quiero, pero también sé que hay cosas que no tiene sentido ignorar. Si aquella noche en Atracadero lo tuve claro, fue porque fuiste tú —Mi voz, cargada de seguridad hasta entonces, disminuyó hasta volverse apenas un murmullo en la última parte—. No hubiese hecho algo así con cualquiera, Mimi. Solo quería que lo supieses.
Mimi Honda Cuando le dije que tuviese cuidado con la electricidad no era una advertencia hacia ella, era una advertencia hacia mí misma. Estaba prácticamente cortocircuitando a esas alturas. Los cables de mi razón se habían soltado o habían sido arrancados de cuajo y no estaba pensando. No podía pensar. Pero entonces presionó mi hombro y me apartó. Agradecía su consideración y su necesidad de buscar un consentimiento claro, pero era innecesario y molesto a esas alturas. Apreté los labios. —De verdad que a veces eres idiota—murmuré en voz muy baja, tintada de una frustración innegable. >>¿Qué tengo que pensar? No estoy tan ebria como crees y quiero esto. Quiero esto como probablemente no haya querido nada antes. No soy una niña ingenua que no sabe lo que quiere, aunque a veces actúe como una y tú te veas tan madura a mi lado. Eso… eso me frustra. No sabía si era cuestión de experiencia o ese era el carácter que debía tener un Ranger per se, pero Liza era a pesar de un año menor y haber crecido como yo lo hice, más madura en muchas cosas. Y probablemente mucho más experimentada en todo después de haber estado buscándose a sí misma tanto tiempo. No me gustaba sentirte inferior, no me gustaba esa sensación insidiosa de que estaba por delante de mí. Y quizás, mezclado con el orgullo, también despuntaban los celos. —¿Y supongo que crees que yo sí?— Ella estaba lógicamente ruborizada también, pero yo... Oh Arceus, yo iba a morir por combustión espontánea— ¿Tienes idea de cuántos fans se me han acercado buscando algo más conmigo? Los rechacé a todos. Jamás haría algo así con cualquiera por muy bien que se vean, no soy ese tipo de persona. >>El punto es que...—la miré antes de desviar la mirada, sintiéndome incapaz de sostenérsela en ese momento. Demasiadas emociones— tú no eres cualquiera, Liz. Eres mi mejor amiga, mi confidente y daría mi vida por ti sin pensármelo dos veces. Desde Atracadero las cosas han estado raras entre nosotras. No estoy ciega y tampoco soy de piedra, por mucho que a veces quiera aparentar que sí. Ni siquiera puedo fingir que todo esto no me afecta cuando mi cuerpo reacciona… así. Apreté mis dedos en torno a la colcha de la cama buscando alguna toma a tierra antes de volver a mirarla. >>Y también estoy harta. Estoy jodidamente cansada de fingir que no pasa nada. Así que sí, estoy segura.
Liza White Un calor distinto subió hasta mis mejillas, uno que respondía tan solo a la vergüenza. Si había notado condescendencia en mis anteriores palabras, esa nunca había sido mi intención. —¿Frustrarte? —repetí, sin creer lo que escuchaba—. Mims, si soy como soy ahora mismo en parte es gracias a ti —Y no estaba mintiendo. Dante y Mimi habían sido pilares fundamentales para mí en mis épocas más bajas—. He permanecido en la sombra de alguien más toda mi vida porque me faltaba valentía. Me faltaba determinación... O me sobraba cobardía, quizás —La miré a los ojos entonces, tensando los labios presa de la leve molestia que me causaba su expresión derrotada—. Pero a ti nunca te faltó de eso. Sé que tu vida no ha sido un camino de rosas, y precisamente por eso eras mi inspiración. Porque a pesar de todo tenías el coraje para sobreponerte a cada golpe que te daba la vida. Y yo no. Me frustraba que se comparase conmigo de esa forma. Podía tener más soltura en algunas cosas, porque nuestras experiencias de vida seguían siendo distintas por muy similares que fuéramos en realidad. El amor, las relaciones o el contacto físico no eran un tema tabú para mí, y lo trataba con una normalidad que quizás otros no tuviesen. Pero eso no me volvía más madura que ella. Seguía siendo una cría impulsiva, presuntuosa y cabezota hasta decir basta. Me quedaban demasiadas cosas todavía por aprender. Muchas, aún de ella. —Tampoco he pensado ni por un segundo que harías algo así con cualquiera. Sé que ese no es el caso —Negué con la cabeza, desviando la mirada hacia mis manos—. Lo único que temí es que te dejases llevar por mi estupidez, el momento, el alcohol o a saber qué, e hicieses algo que querías, sí, pero que quizás no necesitases. Cuando te apartaste así temí... —mi voz disminuyó de nuevo, notando la culpabilidad revolverse en mi pecho—, que pudieses arrepentirte más tarde. Porque yo no iba a hacerlo. Estaba segura de eso. Cuando me confirmó que estaba cansada de fingir y que ella también había notado ese ambiente enrarecido desde la estupidez de Atracadero, sentí que me quitaba un peso de los hombros. Aunque hasta entonces había sido algo implícito entre ambas, decirlo en voz alta se sentía bien. Era liberador en cierta medida. Sintiéndome liviana avancé un poco sobre el colchón y rodeé sus hombros con mis brazos, como ella había hecho conmigo antes. Lo hice con suavidad, haciendo que me mirase, y le sonreí desde allí. Fue una sonrisa que distó mucho con el ambiente hasta entonces. Buscaba, quizás, hacer desaparecer las dudas y el malestar, dejando tan solo seguridad y confianza en su lugar. Hacer algo así con tu mejor amiga era... raro. Muy raro, de hecho. Pero suponía que encontraríamos la forma de acomodarlo. Éramos mayorcitas ya para saber cómo lidiar con esa clase de situaciones. —Creo que ya descubrí esa exclusiva de la que hablabas antes —dije, paseando mi mirada entre sus ojos y sus labios—. Pero esta no me conviene que salga a la luz. No quiero tener paparazzis en la puerta de mi casa mañana. Solté el aire por la nariz, entretenida con mi propia tontería, y volví a buscar sus labios de nuevo. Esta vez, sin dudas o preocupaciones que me detuviesen de hacer lo que quería en ese momento.
Mimi Honda —Flaqueaste. ¿Y qué? Todos tenemos momentos de debilidad y eso no nos convierte en débiles ni cobardes. Nunca he pensado ni por un solo segundo que lo seas. De hecho era todo lo contrario. —¿Y quién decide lo que necesito y lo que no?—cuestioné con firmeza mirándola con seriedad a los ojos—. Liz, tengo diecinueve años. Sé que a veces no lo aparento y que actúo como una cría estúpida y orgullosa, pero créeme cuando digo que sé lo que quiero. Si tengo algo muy claro eso es lo que quiero y lo que no en mi vida. Si he titubeado ha sido solo porque…—volví a desviar la mirada sintiendo un revoltijo de emociones en mi interior. ¿Me iba a dejar de arder la cara alguna vez?— … no sabía lo que pensabas realmente de, bueno, todo esto. Tampoco le había preguntado. ¿Qué se supone que iba a preguntarle? “¿Oye Liz, te pongo tan cachonda como tú a mí?” ¿Qué clase de pregunta desubicada era esa? Si le decía algo como que me gustaba probablemente terminase malinterpretándolo como un sentimiento romántico y si me lanzaba sin ninguna seguridad quizás me equivocase y metiese la pata. Necesitaba garantías, saber que pisaba suelo firme antes de actuar. Había hecho suposiciones en mi mente en base a lo sucedido en Atracadero y nuestra situación actual, pero no sabía que tan acertadas eran. Por otro lado, no tenía ni dudas ni arrepentimientos de ningún tipo y no iba a tenerlas por la mañana, eso era algo de lo que estaba segura. Mimiko Honda no era el tipo de persona que retrocedía después de tomar una decisión. Si quería algo pensaba hacer todo por conseguirlo. Si no podía, lo dejaría ir; pero si podía… ¿por qué iba a negármelo? Había límites a mi propia estupidez. El ambiente repentinamente distendido relajó mis músculos y mi expresión se suavizó cuando me sonrió. —No soy tan famosa como para que vayan paparazzi a la puerta de nadie—repliqué con una pequeña risa. Y entonces sonreí allí contra sus labios, una sonrisa confiada y resuelta—. Aún. Solo dame tiempo. Ya lo verás, White. El mundo coreará mi nombre. Me separé de sus labios con un suspiro apenas contenido y extendí mi mano, trazando una línea desde sus mejillas hasta su clavícula sintiendo la suavidad y calidez de su piel bajo mis dedos. No fue un gesto brusco ni estuvo teñido de la necesidad de antaño, aun si era innegable. Fue tierno. Como si quisiera transmitirle con ese gesto lo mucho que significaba para mí. Desde lo más simple y aparentemente superfluo, hasta ese preciso momento y toda la confianza que nos teníamos. Me fijé en sus ojos, su nariz y sus labios. No había ninguna diferencia entre su cuerpo y el mío, ¿verdad? Ignorando un par de detalles obvios, éramos físicamente iguales. Y sin embargo miles de preguntas revoloteaban por mi mente como un enjambre de Combee furiosos. Si éramos iguales, tocarla no debería ser diferente de tocarme a mí misma. Pero sí lo era. Conocía su cuerpo a la perfección porque era el mismo que el mío y aún así, cuando deslicé mis dedos bajo su camisa mientras mi boca devoraba la suya, me sentía como si estuviera pisando un terreno completamente desconocido. Tracé su cintura con la punta de mis dedos y un chispazo de inseguridad me sacudió. No... sabía nada de esto. Pero su piel quemaba y erizaba bajo mi tacto con una fragilidad que lograba abstraerme. Algo se estremecía con deleite y ronroneaba dentro de mí cada vez que un suspiro o un gemido emergía de sus labios. Hey Liz, mírame. Busqué su boca de nuevo con necesidad mientras mis dedos deshacían los botones de su camisa uno a uno. Un suspiro tembloroso abandonó mi garganta y sembré un camino de besos a lo largo de su cuello. No necesitaba directrices ni instrucciones. Sabía lo que tenía que hacer. Eso es. No te atrevas a mirar a otro lado. Contenido oculto When she bites her lip, looks at me like that I wanna be more than a friend, more than a friend Does she feel the same? Does she want me back? (8) Contenido oculto Ay wey
Liza White Mi piel se erizó bajo su tacto cuando su mano trazó un camino desde mi mejilla hasta mi clavícula; su tacto me cosquilleó especialmente en el cuello y contuve apenas el aliento, sin siquiera notarlo. Seguí sus movimientos con una mezcla de curiosidad y expectación, regresando al poco tiempo al azul eléctrico de sus ojos. Podía adivinar en ellos sus dudas, al igual que notaba sus pasos tentativos, buscando suelo seguro. Por esa razón opté por dejar las absurdas rivalidades y el orgullo de lado, permitiendo que fuera ella quien guiase el camino. Recibí sus labios de nuevo con gusto y profundicé el beso con la misma necesidad, mis dedos acariciándole la nuca. ¿Cómo podría negarme a dejarme llevar por ella cuando disfrutaba tanto de su atención? Debía ser ilegal. Sentir sus dedos bajo la tela de la camisa me arrancó un par de suspiros que ni siquiera me esforcé en contener. Mi piel ardía y reaccionaba a sus caricias con una satisfacción tan cristalina que no tenía sentido esconderla. Era hasta vergonzoso en cierta medida. Desabrochó los botones uno a uno mientras nos robábamos el oxígeno mutuamente, incansables, y cuando nos separamos deslicé la tela por mis hombros hasta dejar que cayese a un lado. A pesar de que la ventana estaba abierta, no sentí frío alguno. Más bien me sentía cada vez más sofocada. Volví a rodear sus hombros, y Mimi posó sus labios sobre mi cuello, dejando en él un reguero de besos. El simple contacto me arrancó un sonido vergonzoso de los labios, cortándome el aire de golpe, y los tensé en una fina linea mientras ladeaba el rostro, permitiéndole mayor acceso a pesar de mi evidente agitación. Esa zona me dejaba sin fuerzas, sentí las piernas temblarme ligeramente y como respuesta me presioné contra ella. En parte para buscar apoyo, en parte para hacerla más consciente de mi presencia, con toda la intención del mundo. —Mim... ¡Ngh! —Intenté hablar, pero sentía mi mente más y más embotada con cada segundo que pasaba. Notar el aliento cálido y el tacto húmedo de sus labios en mi cuello no estaba ayudando a centrar mis ideas. Abrí uno de mis ojos, extendiendo con dificultad mi brazo sin apartarla en ningún momento, hasta alcanzar a tientas el interruptor de la luz. La oscuridad bañó la habitación en ese instante, y pude relajarme del todo—. ...Tonta, seguimos al lado de la ventana —dejé escapar cierto tono jocoso en mi voz a pesar de la agitación—. Mi exhibicionismo tiene sus límites... ¿sabes?
Mimi Honda Era imposible que pudiera ruborizarme más. Cuando me recordó que estábamos al lado de la ventana mi corazón dio un brinco y todo mi cuerpo se tensó. —¡I-idiota!—la reprendí a media voz— ¿Cuando pensabas decírmelo? Ya lo sabía pero mi centro de pensamiento lógico no las tenía todas consigo. Además, estábamos en una segunda planta y la ventana quedaba más alta que la cama así que nadie iba a vernos desde ahí. Pero no me apetecía hacer de nuestro momento de intimidad un show público. Apagó la luz y la oscuridad se cirnió sobre la habitación como un manto. De un momento a otro no podía ver nada, lo cual estaba bien y mal a partes iguales. Mal porque quería verla, porque algo dentro de mí disfrutaba el más mínimo gesto o rubor por su parte; y bien porque podía sentirla y la incapacidad de ver agudizaba el resto de mis sentidos. O quizás eso entraba en la lista de cosas malas, pues ya sentía que iba a combustionar de un momento a otro. Oh, por Arceus y todos los legendarios de Sinnoh. El cuello parecía ser una zona particularmente sensible para Liz. Pude notarlo por la forma en la que se movía y su piel se erizaba con una fragilidad que me resultaba ajena. Deslicé mi lengua en sentido ascendente desde la base de su cuello hasta la línea de la mandíbula y mordí apenas, sin pretender lastimarla. Éramos rivales, éramos amigas y ahora por algún capricho del destino, éramos amantes. Saber que era la causante inflaba mi ego y me reafirmaba en mi hipotético trono particular. Había algo… realmente fascinante en todo eso. En causarle ese tipo de sensaciones, en oírla gemir y suspirar así. Algo visceral y primitivo. Más. Déjame oír más. Recordaba haberlo sentido también en Atracadero. Fue de hecho lo que me hizo deslizar mi muslo entre sus piernas y presionar en ese entonces, presa de algo que ni siquiera yo misma lograba comprender del todo. Fue lo mismo que me hizo repetir el movimiento justo ahora, deslizar mi muslo entre sus piernas y presionar con clara intención buscando sentirla y que me sintiese. Me ardía la piel y aquel lindo pijama empezaba a resultarme más una molestia que algo que quería llevar encima. La oscuridad me daba cierta soltura y confianza y el alcohol como un catalizador sin dirección hacía el resto. Era una combinación tan conveniente como peligrosa. Solté una risa baja cerca de su oído. —No es exhibicionismo si es solo para mí, ¿verdad? Me faltaba experiencia pero me sobraba orgullo. Siempre me había gustado sentirme poderosa y había algo realmente empoderador en todo eso. En la vulnerabilidad, la confianza y el hecho de ser su centro de atención, incluso si era solo un instante. Debería ser ilegal. Contenido oculto +Mimi es bottom -No, no. Mimi es top! En realidad Mimi es una Nintendo Switch.
Liza White La muy idiota me replicó, como si no tuviese ojos en la cara para darse cuenta por sí misma de las cosas. No le reproché, en cualquier caso. Debía tenerla demasiado distraída para que pasase ese detalle por alto, pero no era como si fuera a quejarme. Me gustaba recibir su atención, que tuviese sus cinco sentidos puestos en mí y en nadie más. No eran los focos lo que me atraía, ni ningún trono hipotético como era su caso. Era la abstracción que divisaba en sus ojos, la evidente necesidad tras sus besos. Saberme deseada de la misma forma y que me lo demostrase de la manera en que lo hacía. Sin tapujos, sin barreras ni medias tintas. Decir que me volvía loca era un eufemismo. Mi cuello pronto se llevó toda su atención. No podía culparla cuando mis reacciones eran tan evidentes. Deslizó su lengua sobre la piel expuesta, sus dientes tentaron los límites de mi cordura y decidí que no tenía caso silenciar mi voz. No cuando parecía pulsar las teclas correctas sin siquiera ser consciente. No me daba tiempo a reponerme, me dejaba sin fuerzas, pero era estupidamente gratificante. Su muslo volvió a encontrar un lugar entre mis piernas, arrancándome un gemido tembloroso. Si alguna vez dudé sobre cómo hubiera sido la continuación de Atracadero, allí tenía la respuesta. Si bien había dicho que preferí que Mimi tomase el control de la situación, mi resolución se tambaleó ligeramente al percatarme de que el poder estaba empezando a subírsele a la cabeza. Podía aplacar y silenciar mi orgullo, pero siempre permanecería allí, latente e incansable. En el momento en el que su risa me alcanzó el oído, una chispa de rebeldía, repentina y visceral, se apoderó de mí. Ni siquiera fui capaz de pensarlo. Mis labios mordieron el lóbulo de su oreja, lo primero que tuve a mi alcance dada la cercanía. Lo hice con el ceño fruncido a pesar del claro rubor que teñía mi rostro, producto de la excitación que sentía. Había sido un pequeño gesto de protesta, consciente de que ese era un punto sensible para muchos. Pero jamás llegué a imaginar el alcance que tendría en Mimi. Todo su cuerpo se tensó como un resorte y se apartó, enrojecida hasta las orejas, producto del shock del momento. La miré, con los ojos muy abiertos, procesando con excesiva lentitud la trascendencia de un detalle de ese calibre. La sorpresa mutó en una sonrisa pícara, ladina, cuando lo comprendí todo. Parecía que ahora estábamos en verdadera igual de condiciones. Me incliné hacia delante, con las manos sobre el colchón, pero no invadí su espacio del todo. Le permití reponerse, si bien mi excesiva consideración era impostada, pues aguardaba con la misma paciencia y precisión de la que tendría un cazador con su presa. No era una imagen alejada de la realidad. Con solo verme la expresión debía intuir lo mucho que estaba disfrutando de ese momento. —¿No será, acaso... —Mi voz disminuyó unas octavas, recreándome con cada uno de sus gestos—, que encontré el pequeño talón de Aquiles de Mimiko Honda? Mis dedos comenzaron a hacer tirabuzones con su cabello, sedosa, con movimientos suaves y pausados. Acerqué mi rostro al suyo, y le susurré cerca de la mejilla, sin invadir la zona de su oído. No aún. Ronroneé. >>Lucky me.
Mimi Honda Sus reacciones, los sonidos, incluso sus gestos que no podía ver en la oscuridad de la habitación… todo reforzaba a la pequeña princesita que vivía dentro de mí en su hipotético trono particular. Era fascinante que yo, que no tenía ninguna experiencia, pudiera hacerla sentir de esa forma. Y también era fascinante la forma en la que se me subía a la cabeza. Una voz en mi mente preguntó si podría hacer sentir así a cualquiera pero rechacé la cuestión tan rápido como apareció. Y una mierda. No haría algo así con cualquiera. Daba igual quién. Si no nos hubieran interrumpido en Atracadero, si en ese momento no hubiéramos tenido que pararle los pies al malo de turno… ¿hubiéramos acabado así? O… ¿íbamos a terminar así tarde o temprano, independientemente del tiempo? Dante tenía razón, teníamos una relación... curiosa. Discutíamos por estupideces, éramos el mayor apoyo de la otra, nos molestábamos mutuamente y vivíamos en una especie de constante tira y afloja… pero jamás nos soltaríamos la mano. No había nadie en quién confiase más que en White. Y ella confiaba igual en mí. Y era evidente que tenía experiencia con esto, así que… ¿con quien había sido? ¿Con alguno de sus compañeros Rangers? Había mil cosas que quería preguntarle pero no pude hacerlo. Básicamente porque en determinado momento mi cuerpo cortocircuitó. —¡Kyah…! El tacto de sus labios y sus dientes en mi oído envió un chispazo repentino que me erizó la piel. Mi voz sonó como una especie de maullido estridente, un jadeo ahogado y un gemido todo a la vez. Fue un sonido completamente patético y vergonzoso. Tanto que me aparté bruscamente de ella cubriéndome la oreja con la mano en estado de shock. Por un breve segundo no pude reaccionar, agitada, como si no pudiera procesar lo que acababa de suceder. ¿H-huh…? —¿Cómo… cómo esperas que reaccione si me muerdes sin avisar?— intenté imponer el mismo orgullo y fingir que no me había afectado tanto como lo había hecho pero era completamente ridículo cuando titubeé de esa forma. Ni siquiera sabía por qué lo intentaba en primer lugar. No iba a creérselo. Ahora tenía un dato más sobre Mimiko Honda que desconocía: Mis orejas eran estúpidamente sensibles. Bastaba rozarlas para hacerme temblar, un susurro hacía que mis piernas se sintieran débiles. Y ella acababa de morderme el lóbulo. La osadía de esta mujer. Se acercó a mí con los movimientos calculados de un depredador y sentí sus dedos acariciar mi cabello suelto enredándolos alrededor de los mechones rubios y jugando con la cascada de sol con toda la intención del mundo. No hacía nada por disimular lo mucho que le gustaba. En realidad, podía notar que se recreaba en ello y en mi reacción. El repentino cambio de situación me hizo titubear a pesar de la evidente agitación que sentía y aparté la mirada, ruborizada y con el corazón en la garganta, incluso si mi voz fue un bufido petulante, una chispa de orgullo que no pude contener. Sentir sus labios tan cerca de mi oído hizo que un escalofrío apremiante me recorriera la espalda. —H-hah. Y a ti te gusta mucho mi cabello—repliqué—. ¿Por qué no le tomas una foto, miss fotógrafa amateur? Durará más. No necesitaba hacer tal cosa. La mayoría de mis fotografías como modelo eran con el cabello suelto. Solo lo dije porque era puro orgullo sin dirección. Y porque me sentía absurdamente vulnerable. Contenido oculto El tsunderismo de esta criatura es de más de 8000