— Uhm... películas de terror ¿eh? — me bajé de la cama, quedándome apoyada sobre mis rodillas —Veamos... — cerré los ojos y empecé a mover el dedo índice hasta que señalase una de las películas — ¡Ésta! — grité al rato, parando el dedo. "La maldición de pueblo Lavanda" fue la película seleccionada. >> Muy bien~ — saqué el disco de su carcasa y lo introduje en el DVD para segundos después apagar las luces y sentarme junto a Mimi, cubriéndonos a las dos con una manta. ~~~ Y sin embargo, cuando llevábamos un cuarto de hora de película, ambas algo atemorizadas por lo que pudiese pasar al minuto siguiente, acabé quedándome dormida sobre su hombro. Era increíble, pues tras haber dormido tanto la noche anterior me extrañaba seguir teniendo sueño y más por la tarde, cuando no acostumbraba a dormir. Pero tras el golpe mi mente se encontraba cansada y la calidez de la manta junto a la oscuridad que habíamos sumido el lugar, hacía inevitable la necesidad de cerrar los ojos por un largo rato. Contenido oculto 1 - Pueblo Lavanda 2 - MissingNo 3 - Unown
Mimi Honda Al final ''Pueblo Lavanda'' había sido la seleccionada. Más que una película, era una especie de cortometraje sin diálogos, sosa e innesariamente larga para las dos horas y media que duraba y la historia que pretendía contar. Un hombre al que enterraron vivo y devoraba pokémon y entrenadores, una mano amputada, suicidios en masa... Siendo sincera, comprendía por qué esa gente se suicidaba, esa melodía era peor que la música experimental. Emily y yo nos habíamos sentado sobre la cama, enrolladas en una manta azul cielo que hallamos en el armario; con las cortinas echadas, la luz blanquecida del televisor se reflejaba en nuestros ojos y semblantes. Mi expresión variaba entre la incredulidad y un ligero temor— a momentos—, pero Emily parecía estar disfrutando de la película. La cinta transcurrió sin muchos más sobresaltos (porque no tenía diálogos y era del siglo pasado) y los problemas quedaron atrás, sepultados al menos por un par de horas. Era... era agradable estar así con Emily, viendo juntas una película. Su cuerpo era cálido, resultaba reconfortante y los problemas parecían pesar menos cuando tenías a alguien con quien compartir tu dolor. Le dirigí una mirada de soslayo. Si hubiera podido hablar con Dante, si lo hubiera sabido antes... le habría exigido una explicación. Pero no había podido hacer nada. Ni disculparme con Alpha, ni decirle lo que sentía... ni ayudar a Emily en forma alguna. Aquello me frustraba, tal vez más de lo que me gustaría admitir. Me aferré la manta a los hombros... aunque mi vista estaba fija en la pantalla, no le estaba prestando la más mínima atención a la película... Y entonces, sentí un peso en mi hombro. —¡Kyah!— chillé patéticamente, sobresaltándome. Un escalofrío me recorrió la espalda y por un momento temí que ''Buried Alive'' hubiera decidido venir a comerme. Mi corazón se calmó cuando eché un vistazo sobre mi hombro—. ¿E-Emily? Allí estaba ella... con los ojos cerrados y los labios entreabiertos, profundamente dormida. Sí que debía ser aburrida la película... O quizás, ¿le habían pasado factura todos los eventos del día? Sea como fuere, Emily se había quedado dormida sobre mi hombro. ¿S-sobre mi hombro...? Enrojecí. Porque no era una persona física, dada al contacto humano... y momentos así me ponían nerviosa. Pero no era incómodo estar con Emily. Suspiré, relajando mis músculos tensos ( o tratando de, al menos), y devolví la vista al televisor. ¿Quién iba a pensar que tener una mejor amiga se sintiera así? Nunca había tenido personas a mi lado a las que considerar como tal... Mi vida era muy solitaria, vacía. Empezaba a pensar que tomar la decisión de viajar a Galeia no había sido tan mala idea como había creído en un principio.
Al fin fuera de la torre batalla. Este último combate se me había hecho eterno, quizás debería potenciar más mi fuerza ofensiva... Por el momento me tocaba volar a otro destino. El holomisor pitó por un mensaje de la base de las grutas, avisándome de otra exploración completada con éxito. Al parecer debía pasar a recoger el "botín" obtenido. —Guau, eso suena muy tentador... ¡Está bien, vamos, allá! Archeops, volemos a Acuarela...
Llegar a Ciudad Témpera por aire no fue particularmente complicado, pues era un camino aéreo que mi Skarmory a esta altura ya se debía saber de memoria, pero durante todo el trayecto estuve dudando si aterrizar en la ciudad o pedirle al pokémon que siguiera de largo y nos refugiaramos en otro lugar. ¿Estaba lista para oír lo que sea que él tenía para decirme? Yo… no lo había oído, pero intuía que… por alguna razón, sabía que lo que fuera a decirme era capaz de cambiarlo absolutamente todo, y tal vez nada fuese lo mismo que antes. Pero… ¿no era algo bueno eso? Me había decidido a no dudar más, a no refugiarme más detrás de muros que no hacían más que esconder mis sentimientos y alejar a todo aquel que quisiera acercarse… Le pedí a Skarmory que aterrizara frente al centro pokémon de Ciudad Témpera. Dentro, Joy se alegró tanto de verme que me dio un abrazo apenas atravesé las puertas automáticas del lugar. Cierto… llevaba tanto tiempo sin que ella supiese nada de mí, debió de haber pensado lo peor a esta altura, ¿no? Me retó como la hermana mayor que era por haber desaparecido de la faz de la tierra así como así (por supuesto, no le conté que había literalmente desaparecido de este mundo; no era ni el momento ni el lugar para contar una historia de esta magnitud), pero cuando me disculpé sinceramente con ella su expresión se suavizó. Luego ella procedió a curar a mis pokémon más débiles tras lo vivido en el Mundo Espejismo: Jolteon, Blastoise, Dragonite y Florges. —Gracias, yo… —dije tras guardar las cuatro pokebolas—. Yo debo salir ahora. Tú… recuerdas a mi amigo Hubert, ¿verdad? Si lo ves por aquí, dile que lo estaré esperando en las afueras de la ciudad, por favor. La enfermera me dio una mirada de complicidad que no supe bien interpretar, pero confirmó que le pasaría el mensaje al chico si pasaba por el centro pokémon. Hecho esto, abandoné el lugar y comencé a alejarme de la ciudad… terminé llegando a un descampado en las afueras de la ciudad, donde no había más que troncos, árboles y hierba mojada (¿acaso había llovido recientemente?). Me quedé allí de pie, esperando, viendo el atardecer… porque sabía que él acudiría allí tarde o temprano. Contenido oculto @Bruno EVF your turn (?
A Pidgeotto le había dado la indicación de aterrizar cerca del Centro Pokémon de la ciudad. Si de encontrar a Effy se trataba, no podía haber mejor lugar donde empezar a buscarla, que su hogar; pues imaginaba que también debía encontrarse agotada tras todas las batallas libradas en el mundo Espejismo. Así, mi pokémon volador cumplió con la petición que le había hecho al posar sus garras en la vereda frente a la entrada del edificio. —Gracias, Pidget —gratifiqué tras bajar de su lomo, con su pokébola en la mano—. Como has estado mucho tiempo encerrado y frente al peligro de no tener un cielo donde volar, te doy a elegir entre regresar a tu pokébola o ir a tus anchas por ahí. —¡Pidgeotto! —respondió el pokémon, animado, tras lo cual extendió sus alas y se perdió en el cielo. Fue entonces cuando noté que atardecía, al ver su silueta recortada sobre una fina capa de color naranja… Serperior salió de su pokébola. Mi inicial me interrogó con la mirada, a lo que respondí con una sonrisa ligeramente segura. Ligeramente… —Voy a estar bien —dije, girándome para ver la doble puerta de vidrio que servía de entrada al Centro Pokémon; desde mi posición en la vereda de enfrente, podía ver a la enfermera Joy. Suspiré—. He muerto una vez y poco faltó para que ocurriera por segunda vez… La vida ha dado demasiadas oportunidades que no debo dejar pasar… Vamos. Ingresé escoltado por mi inicial. Afortunadamente, me mostraba tan sereno como él, porque para mí era inevitable que mi corazón se acelerara cuanto más se acercaba el momento de la verdad. Por lo menos tenía la certeza de que me iba a quitar el peso del secreto de encima… Nos acercamos al mostrador, donde la enfermera Joy nos recibió con una sonrisa que me supo enigmática, como si hubiera estado esperando nuestra llegada. —Hola, tanto tiempo —saludé, devolviéndole la sonrisa, mientras le acercaba las pokébolas de los pokémon que habían luchado en el Espejismo para que fuesen curados— ¿Se encuentra Effy por aquí? —pregunté. Mientras colocaba mis esféricos en la máquina curativa, la enfermera Joy me respondió que estaba en las afueras de la ciudad… Esperándome… Contuve el aire ante tal respuesta, y creo que no dejé escaparlo hasta que tuve a mis pokémon curados nuevamente en las manos. Serperior me miraba de reojo, serio. —Muchas gracias —dije al final, despidiéndome con un movimiento de cabeza. Cuando salimos del Centro Pokémon y empezamos a dirigirnos a las afueras de Ciudad Témpera, no dije una sola palabra. Siguiendo las indicaciones de Joy, Serperior y yo arribamos a un descampado. Finalmente, a lo lejos, pudimos distinguir la figura de Effy, de espaldas a nosotros mirando el atardecer. Fue en este punto que Serperior se detuvo; tardé un momento en darme cuenta de esto, pues cuando me volteé, mi inicial estaba a unos cuántos metros de distancia. Cruzamos una última mirada antes de seguir. Entendí que esto debía ser algo entre ella y yo, sin testigos. Asentí con la cabeza. Serperior entonces se deslizó hasta el costado del camino y desapareció en la copa de uno de los árboles, manteniendo distancia de nuestro encuentro. Después iría a buscarlo allí… Suspiré una última vez antes de seguir caminando, ahora solo… No… Ahora estaba con Effy… De todas las personas que conocí en la región, ella era con la que había pasado más tiempo… Y esperaba que así siguiese tras decirle lo que tenía que decirle. Me acerqué sin hacer ruido. Cuando estuve a la distancia suficiente como para que oyera mi voz, la llamé. —Effy…
No tenía idea de cuanto tiempo me había quedado en aquel lugar y en esa posición, viendo el sol caer en el horizonte desde las afueras de Ciudad Témpera. Podrían haber sido sólo algunos minutos, o podrían haber sido horas… mi mente se había perdido, divagando acerca de todo lo que podría ocurrir a continuación. Mimi había enfatizado tanto en que necesitaba oír estas palabras y… finalmente, había llegado el momento. —Effy… Oí su voz distante, a pesar de que no podía estar a más de unos pocos metros. Había estado tan metida en mis propios pensamientos, que ni había oído en qué momento había llegado él. Sin volverme, contemplé el ocaso un momento más, mientras lo oía aproximarse. —El atardecer desde aquí es realmente hermoso, ¿verdad? —comenté, viendo hacia el horizonte—. Cuando era pequeña, Joy y yo a veces veníamos aquí a ver el sol ponerse… es un espectáculo que ciertamente vale la pena ver, ¿no crees? Ahora sí, me volví a mirarlo. Hubert estaba de pie, firme como siempre, aunque tal vez no con la misma serenidad de siempre; lo noté tragar saliva, preparado para decir algo… de modo que había llegado el momento en que yo debía dejar de hablar y simplemente escuchar lo que tenía para decirme, ¿eh? Así que hice exactamente eso. Me mantuve en silencio, conservando una sonrisa simple que invitaba al joven a que podía hablar, que estaba dispuesta a escuchar… lo que fuese que él estuviese preparado para decir, algo que, según Mimi al menos, quería decirme hace un tiempo ya… y había llegado el momento de escucharlo.
—El atardecer desde aquí es realmente hermoso, ¿verdad? Cuando era pequeña, Joy y yo a veces veníamos aquí a ver el sol ponerse… es un espectáculo que ciertamente vale la pena ver, ¿no crees? Tenía toda la razón del mundo. Los atardeceres siempre me parecieron bellos y algo melancólicos, aunque en mi niñez los hubiese presenciado sólo a través de las ventanas de la biblioteca de Pueblo Mosaico. Si mal no recordaba, desde que empecé con Serperior, Scrafty y Pawniard el viaje por la región de Galeia, el dinamismo del mundo impidió que se me cruzara siquiera la idea de pararme a ver la forma en que el sol se retiraba a dormir. Y ahora que me detenía a mirarlo, sí, valía la pena tomarse un momento para mirar el atardecer. Aunque era un atardecer más especial que cualquier otro, porque del paisaje formaba parte Effy, quien ahora mismo se volteaba para mirarme. Me encontré con el profundo azul de sus ojos y tragué saliva, mientras mi pecho volvía a acelerarse. Me sentí un poco nervioso y mi mente disparó un arsenal de frases que podría decirle ahora mismo, desde las más largas hasta la más breve ¿Cómo debía decirlo para que quedara claro? Pero la sonrisa de ella me dio la tranquilidad que necesitaba. Me invitaba a hablar y estaba interesada… Y eso… Me arrancó una sonrisa a mí también. Al tiempo que mis nervios se apaciguaban para dar paso a la calma. Eso sí, creo que un ligero rubor cubría mis mejillas. Esperaba que las sombras que venían con el atardecer lo disimularan un poco… Al final, no fue tan difícil como estuve pensando todo este tiempo. Simplemente separé mis labios, tomé una bocanada de aire y… dejé que la brisa llevara a sus oídos mis palabras. Opté por la frase más escueta y directa, porque ya no quería ir andando con vueltas. —Me gustas, Effy.
Me hubiese gustado decir que no sabía que esas tres palabras no eran exactamente lo que sentía que se avecinaba… pero estaría mintiendo si dijera eso, ¿no? Porque aunque no lo sabía con certeza, debía confesar que sí… al menos una parte de mí podía presentirlo. ¿Desde cuándo? No estaba segura, pero creía que alrededor del tiempo que pasamos en Sinnoh, lo ocurrido en Columna Lanza… me había detenido a mi misma de ir a ver cómo estaba tras haberlo visto despertar por miedo a oír las palabras que podía llegar a pronunciar en aquel momento. Sí, dije miedo. Porque me aterraba internamente la idea de permitir a alguien acercarse a mí y que luego desapareciera de mi vida… había construido muros alrededor de mi corazón que no sólo lo protegían del daño y del abandono, sino que a la vez dejaban fuera a las personas, personas que se preocupaban por mí. Pero luego… Mimi, Emily, Dante… gracias a ellos yo… yo comenzaba a pensar que esos muros no eran tan buena idea después de todo. No, estaba segura de que no lo eran. Había comenzado derrumbando los muros que me separaban de Emily y Mimi, creía haber formado un lazo firme con ellas… y esto era lo que seguía. Este era el momento de la verdad; no más barreras, no más dudas, no más miedo. Di un paso hacia el frente, quedando cara a cara con Hubert. —Lo se —dije en un susurro. Acorté la distancia entre nosotros aún más, sin perder la sonrisa, y lo besé en los labios.
Ella también respondió con una frase escueta: Lo sé. Entonces acortó la distancia entre los dos y… Y… Cerré los ojos. De todas las respuestas que podrían haber seguido a mi confesión, llegó una que me resultó inesperada pero que, al mismo tiempo, fue por mucho tiempo la más deseada de todas ellas. Una contestación que no estaba hecha de palabras, sino por el dulce tacto de sus labios sobre los míos. La brisa sopló más fuerte de lo habitual en ese momento eterno, decorando con hojas verdes y finas gotas de agua el beso entre Effy y yo. El corazón me latía a mil por hora, pero se sentía muy bien. Era algo que no podía escribirse en palabras, que no se podía explicar ni con una biblioteca entera. Por acto reflejo, alcé mis manos lentamente y tomé las de Effy… Eran suaves y cálidas, como todo en ella misma, desde su cabello rubio y su porte desafiante hasta su atrayente personalidad. Por mi mente pasó el recuerdo del día que nos conocimos, en la Ruta 301, donde libramos nuestra primera batalla pokémon con Pawniard y Dragonite, cuando aún eran pequeños; recordé los momentos que compartimos en los Torneos, en la Torre de los Dragones, investigando el misterio de la Mansión del Gran Pantano, los casos de Farrow, nuestras batallas más memorables… Era tanto lo que había vivido con ella… Y ahora… Effy me entregaba la más grande de las felicidades: sus sentimientos. Y nuestro primer beso. Cuando despegamos nuestros labios, no solté sus manos, sino que las estreché con más intensidad. Creo que esta sonrisa no iba a borrarse nunca más. —Eres increíble, Effy —dije, mirándola a los ojos... Ay, era tan hermosa—. Los momentos tienen un mejor sabor cuando estoy contigo. Es algo que siento desde hace tiempo.
Me dirigí a la cafetería apenas mi equipo estaba recuperado, en mi hombro Plusle solo observaba de lado a lado la comida, al parecer tenia bastante tiempo sin probar una rica golosina, por lo que de mi bolsillo lance una galleta en forma de batería y este al instante salto para atraparla, era su bocadillo preferido con ese sabor electrizante característico. Detrás mio venia un par de dragones caminando de una forma bípeda como casi nunca se les veía, y mas atrás mi fiel compañero junto con Plusle, ese gran Swampert que comía como Snorlax pero que tenia el corazón de un guerrero sin duda alguna, le acaricie a cada uno de ellos mientras nos dirigíamos a una mesa del centro, tome asiento y pedí una hamburguesa con una crema de bayas y a mis pokemon dos platos de comida especializada para ellos, por que dos platos? Porque sabia que mis pokemon eran de buen comer. La comida tardo unos cuantos minutos en llegar pero había valido cada minuto esperado pues era una delicia, la comida de este Centro Pokemon en especial era deliciosa.
Me tomó de las manos cuando nos separamos, aferrándose a ellas con intensidad, y esta vez, quizás por primera vez en mi vida, sentí que realmente no me soltaría. Era un sentimiento extraño, esta calidez que se sentía con el mero contacto de su piel… pero no por extraño significaba que era algo malo, porque no podía ser malo algo que se sentía tan correcto… Al separarnos, pude ver que me devolvía la sonrisa. De hecho, no recordaba jamás haber visto a Hubert tan feliz desde que lo conocía; tenía una sonrisa de oreja a oreja en el rostro, y no parecía que fuese a borrarse. Nuestras miradas se cruzaron y me quedé observando sus ojos color café, tan oscuros y misteriosos como lo eran bellos… —Bueno, tú tampoco estás tan mal —respondí, ahora evitando su mirada; honestamente, podía cambiar muchas cosas, pero aún seguía sin saber como reaccionar a un cumplido como el que Hubert acababa de darme—. Todo este tiempo, yo… he estado dudando, ¿sabes? Dudando de si sería capaz de estar con alguien… de si podría ser capaz de derrumbar mis defensas y dejarme sentir de la forma que me hacer sentir. Pero ya no dudaré más… esa es una promesa. No voy a ocultar más estos sentimientos… Supe que me estaba sonrojando… oh, Dios, me daba tanta vergüenza, me debía ver ridícula sonrojada… pero a pesar de ello, estaba sonriendo, ¡la maldita sonrisa no se iba de mi rostro! Supongo… supongo que no podía evitarlo… ¿así que esto se sentía la felicidad, eh? Pues no estaba nada mal… —E-en cualquier caso, deberíamos regresar al centro pokémon —dije, volteando en un inútil intento de ocultar el sonrojo que Hubert ya debía haber visto; sin embargo, aunque me volteé, no solté su mano—. Por lo que me dije Joy cuando llegué… el tiempo en el Núcleo Espejismo transcurre de manera diferente a cómo lo sentimos. >> Hubert, hemos estado atrapados en aquella pelea durante semanas… meses, quizás… Joy me ha dicho que estaba muy preocupda porque no oía nada de mí, y también lo estaban Emily y Mimi… deberías llamar a tus padres y asegurarles que te encuentras bien, ¿no? Yo al menos… le quiero decir a mi madre… que me encuentro bien, ¿sabes?
—Bueno, tú tampoco estás tan mal —respondió ella evitando mi mirada, tal vez sin saber cómo reaccionar antes las palabras que daban cuenta de cómo la veía y cómo me hacía sentir. Siguió hablando:— Todo este tiempo, yo… he estado dudando, ¿sabes? Dudando de si sería capaz de estar con alguien… de si podría ser capaz de derrumbar mis defensas y dejarme sentir de la forma que me haces sentir. Pero ya no dudaré más… esa es una promesa. No voy a ocultar más estos sentimientos… —Effy… —fue lo único que atiné a decir, conmovido, con un hilo de voz. Fue entonces cuando se desarrolló otro momento que podría considerarse tan inolvidable como el beso, pues en mi memoria no había registro de semejante evento: un rubor encendió las mejillas de la entrenadora. Y al igual que en mi caso, en su rostro había una de esas sonrisas que, por mucho acopio de fuerzas que se hiciera uno, eran complicadas de disimular. Todo esto era tan bello... No podía obviar tampoco sus palabras. Hablaban de derrumbar defensas, como si de murallas se tratasen ¿Eso quería decir que Effy había estado todo este tiempo montando una barrera que separaba a su corazón de las personas? No era loco pensar esta posibilidad si se tenía en cuenta lo ocurrido en la Isla Caballete y las cosas que había gritado, herida en el alma, luego de lo que le había dicho Mimi. Recordaba lo mucho que me había preocupado en ese momento… Y la desesperanza que me sacudió por dentro, al pensar la posibilidad de que no volvería a verla… Por suerte, todo eso cambió cuando reapareció en el Núcleo Espejismo y me sonrió: creo que jamás me sentí tan aliviado como en aquella ocasión. Effy, tu promesa es también mi promesa. Yo tampoco ocultaré mis sentimientos, que tanto tiempo tuve guardados… Es nuestra promesa. —E-en cualquier caso, deberíamos regresar al centro pokémon —continuó Effy, volteándose, aunque no soltó mi mano—. Por lo que me dijo Joy cuando llegué… el tiempo en el Núcleo Espejismo transcurre de manera diferente a cómo lo sentimos. >> Hubert, hemos estado atrapados en aquella pelea durante semanas… meses, quizás… Joy me ha dicho que estaba muy preocupada porque no oía nada de mí, y también lo estaban Emily y Mimi… deberías llamar a tus padres y asegurarles que te encuentras bien, ¿no? Yo al menos… le quiero decir a mi madre… que me encuentro bien, ¿sabes? —Que así sea —respondí suavemente—. A mi padre sin duda le atraerán enormemente los datos sobre el Espejismo; siempre se interesó por el tema de los mundos paralelos —hice una pausa para mirar al cielo, allí donde antes estuvo el vórtice que conducía al Mundo Espejismo... ¿Tenía una temporalidad propia?—. Y no queremos que tu madre se siga preocupando más… Así que… —bajé la cabeza y volvimos a mirarnos a los ojos— ¿Vamos?
Musité un pequeño ruido de aprobación y comenzamos a dirigirnos de regreso a la ciudad. A medida que avanzábamos dentro de la urbe, con el sol ya puesto y las primeras estrellas comenzando a tomar el cielo nocturno, me di cuenta que no nos habíamos soltado de la mano en ningún momento… y la aferré con un poco más de fuerza, porque, ¿por qué no? Se sentía cálida y simplemente bien… Pensé nuevamente en lo último que dijo Hubert… ¿su padre se interesaba por mundos paralelos? No lo sabía… de hecho, ahora que lo pensaba, no sabía prácticamente nada de los padres de Hubert. Únicamente sabía que residían en una biblioteca de un pueblo de la región Kalos, la misma biblioteca donde se crió él, pero eso era todo lo que sabía. Curioso, ¿no? Quizás… ¿quizás podía preguntar más sobre ellos? Pero no ahora, luego… no era momento, ya habría tiempo para eso sin apresurarse, tenemos tiempo de sobra, ¿no? —Espero que sepas que esto no significa que iré fácil contra ti en nuestras batallas, eh —aclaré, riendo, una vez que llegamos al centro pokémon—. Porque creo que ahora, de hecho, nuestros combates será incluso más épicos, porque tendrán ese extra de ve- —¡JOVENCITA! El potente grito femenino (más bien un rugido, si a mí me preguntaban) que provino de la puerta abierta del centro pokémon silenció cualquier cosa que fuese a decir a continuación; fue tan fuerte que probablemente hasta las personas que estaban en las habitaciones del centro lo oyeron. El origen del sonido era una señora ya entrada en años, con cabello rosado que comenzaba a teñirse de gris por el paso del tiempo, anteojos redondos, y un rostro muy similar al de la enfermera que atendía aquel centro, pero diferenciado por las marcas y arrugas que delataban que era mayor que ella. —Ehm… ¿hola? —musité, intimidada; ¿quién no se intimidaba ante la visión de su madre enfadada?—. Hubert, te presento a Alicia Joy, mi querida madre… Pude sentir como, instintivamente, aferraba el brazo de Hubert con un poco más de fuerza, como si él pudiese protegerme de la ira de aquella mujer. Pero lo cierto era que no podía. La señora Joy se colocó frente a nosotros, los brazos en "jarra" a ambos lados de su cadera, y me miraba con una mueca de desaprobación. —He tenido que estar meses sin tener ni la más mínima idea de donde te encuentras. ¡Meses! ¡¿Tienes idea de lo que me ha pasado por la cabeza sin saber nada de ti?! —rugió Alicia ante su hija—. ¡Te podría haber pasado cualquier cosa! ¡Podrías haber sido secuestrada por Hypnos pedófilos mientras yo estaba tejiendo estos adorables suéteres que por alguna razón tu hermana y tú se rehúsan a usar! ¡¿Dónde te has metido, eh?! ¡¿Qué te hicieron esos Hypnos?! —Es un poco dramática… —le advertí por lo bajo a Hubert con tono irónico, rascándome la nuca e intentando pensar en una buena excusa.
Regresamos caminando a un ritmo relajado, mientras la noche avanzaba con igual calma, extendiendo estrellas por el cielo que no tardaron en titilar una vez ubicaron sus espacios respectivos en el firmamento. Cuando pasamos junto al árbol por donde Serperior se había retirado, mi inicial no hizo siquiera el ademán de bajar; no pude alcanzar a verlo a causa de las sombras y del follaje, pero tenía la certeza de que, al pasar por ahí, sus ojos serenos se mantuvieron posados sobre Effy y yo, enfocándose especialmente en el hecho de que íbamos tomados de la mano. Casi pude imaginar cómo sonreía y cerraba los ojos, en un gesto que bien diría: “Por fin, Hubert”. Dejamos atrás el árbol, pero no me preocupé: sabía que él no habría aceptado acompañarnos aunque se lo hubiera pedido, en su afán por respetar el momento tan especial entre Effy y yo; regresaría en el momento que mejor lo considerara. Lo mismo debía estar pasando con Pidgeotto, ¿tal vez estaba acompañando a Serperior, o seguiría volando en las inmediaciones de la ciudad? Sea como fuere, Effy y yo llegamos a la zona urbana de Témpera, caminando bajo sus luces nocturnas. En ese momento noté cómo aferraba mi mano con algo más de fuerza, a lo que respondí haciendo lo mismo. Me alegraba ver que se sentía cómoda. —Espero que sepas que esto no significa que iré fácil contra ti en nuestras batallas, eh —dijo entre risas cuando estábamos cerca del Centro Pokémon, ante lo cual sonreí: en realidad, esperaba que esto volviera nuestras batallas mucho más interesantes, y era algo que ella también pensaba:— Porque creo que ahora, de hecho, nuestros combates será incluso más épicos, porque tendrán ese extra de ve- Si llegó a terminar la frase o no, sólo Arceus lo sabía… Porque el potente sonido de una voz femenina nos atravesó y se perdió en el resto de la ciudad, ahogando cualquier tipo de sonido. No me hubiera extrañado que hubiera despertado a las personas que dormían dentro o cerca del Centro Pokémon, creo que incluso los huesecillos de mi oído quedaron vibrando durante un lapso de varios segundos. Alarmado, miré a la persona que había gritado, conteniendo el aire. Se trataba de la enfermera Joy. Pero no era la Joy que solía ver en mis visitas al Centro Pokémon de Ciudad Témpera... No. La persona que en ese momento nos miraba furiosa (aunque en realidad enfocaba sus ojos sólo en la entrenadora, como si yo no estuviera presente) era una mujer de más edad, con el rostro marcado por algunas arrugas y un tono grisáceo en sus cabellos rosas que delataban el hecho de que era mayor. Su mirada fulminaba desde el otro lado de los lentes. Tragué saliva, de la impresión que me supuso su imponente figura. —Ehm… ¿hola? —dijo Effy. Me resultaba extraño oírla así de intimidada, pero después recordé algo que mi padre decía muy a menudo: “La personas no son de piedra”. La verdad es que me gustaba conocer estas facetas de Effy, ¡pero ahora no era el momento de pensar en eso!—. Hubert, te presento a Alicia Joy, mi querida madre… Asentí lentamente, con mucha cautela. Reconocía perfectamente a esa mujer (aunque hasta recién no sabía su nombre). Aparecía en la foto del décimo cumpleaños de Effy, que hallé una vez en su habitación. Sólo que desde aquel cuadro no inspiraba cierta sensación de temor. Traté de mantener mi expresión serena ante Alicia… Pero justo en ese momento Effy se aferró a mi brazo, lo cual me tomó por sorpresa. Seguí manteniendo una postura firme, pero ahora me encontraba ruborizado y evitando mirar directamente a la madre de la entrenadora... La enfermera A. Joy se plantó frente a nosotros con los brazos en jarra y una expresión de disgusto bastante importante. Pero a pesar de que nos separaba una distancia no muy extensa, la mujer miraba sólo a Effy... Se puso a dar las reprimendas típicas de una madre… Pero… ¿Qué? ¿Hypnos pedófilos? ¿Suéteres? ¿Eh? —Es un poco dramática —me advirtió Effy por lo bajo, irónica. —Así lo veo —respondí en tono igualmente bajo. Esbocé una pequeña sonrisa, ahora un poco más serenado tras pasar por el impacto de la primera impresión—. Aunque me parece que debería presentarme… —acto seguido, carraspeé. Con la esperanza de que Alicia dejara de atravesar a Effy con la mirada y se fijara en mí—. Un gusto conocerla, señora Joy. Soy Hubert, de la región de Kalos. Creo que lo mejor para esta ocasión era seguir usando frases cortas. Vaya uno a saber si explayarme sería contraproducente para calmar la ira de la enfermera.
Mimi Honda Mis párpados se abrieron con un suave batir de pestañas. La cabeza me dolía a horrores— seguro debía ser por estar soportando una hora y media más esa condenada tonada del diablo. ¿A quién se le ocurrió poner como himno de una ciudad una melodía tan terrible?—, y reprimí un pequeño bostezo que aunque traté de disimular con la mano, no tuvo el más mínimo caso. ¿En qué momento me dormí? ¿Tan aburrida había sido la película como para no poder aguantarla hasta el final? Con los ojos entrecerrados por el cansancio y aún debatiéndome entre las neblinas del sueño, eché un vistazo a mi alrededor para lograr ubicarme. La televisión seguía prendida, con la imagen de los créditos en pantalla y esa musiquilla sonando de fondo. Ese peso sobre mi hombro, esa presencia cálida y la respiración profunda y sosegada de Emily seguían exactamente en el mismo lugar, haciendo eco en mis oídos. Me dolía el cuello y la espalda, así que supuse que no debía haber adoptado una posición muy cómoda cuando me dormí. Y, sobretodo y lo que era peor, sentía cada uno de los músculos del lado derecho de mi cuerpo entumecidos. Claro que la causante de esto no era otra que la persona que había invadido mi espacio personal tan descaradamente. La miré desde mi posición, sintiendo una enorme disyuntiva interna. Si se tratase de otra persona, cualquiera, hacía horas que le habría dado una patada por tomarse tantas libertades. Lo hubiese hecho, y sin pensar. Pero Emily... con Emily no podía hacer nada de eso. No me sentiría capaz de actuar tan rudamente con ella a no ser que tuviera motivos para hacerlo. Y los motivos ahora podían ser egoístas, así que preferí no molestarla. En cierto modo entendía por lo que debía estar pasando. Tener el corazón hecho pedazos era justo lo que yo sentía ahora. Pensarlo me hacía sentir vulnerable. Es decir, ¿tenía... el corazón roto de verdad? ¿Cómo se sentía tener el corazón roto? ¿Era algo parecido a esto? Dolía. Dolía horriblemente. Me sentía abandonada, rechazada y despreciada todo a la vez... y era una absoluta basura. Mi mente, aún si trataba de distraerla, tenía grabadas a fuego las palabras de aquella carta. Se había acabo. Todo. Nuestra historia tenía punto y final sin ni siquiera haber tenido la oportunidad de empezar, y yo, mi pobre y miserable yo estaba sola de nuevo. Tan... injusto... Podría pasarme la vida entera estrujándome el cerebro y seguiría sin encontrar el por qué. Recojí las piernas y apoyé la cabeza sobre estas, cansada. ¿Qué se suponía que iba a hacer ahora? —¡JOVENCITA! Mi cabeza se disparó hacia arriba como un resorte, el corazón se me detuvo un milisegundo en el pecho y me volví en todas direcciones buscando al causante de aquel sonido. ¿Qué demonios había sido eso? ¡Ese grito de Druddrigon agonizante debía haber resonado por todo el edificio! *** Emily y yo bajamos las escaleras más por curiosidad que por otra cosa, preguntándonos que habría pasado. Allí, en la recepción del Centro Pokémon se hallaba una anciana mujer increíblemente parecida a la enfermera Joy reprendiendo a una chica rubia de más o menos mi edad. Pero esa chica no me era precisamente desconocida... —¿Effy?— murmuré. El joven que la acompañaba debía de ser Hubert. ¿Qué había pasado con esa sonrisa serena que solía verse en su recio semblante? ¿Se había ensanchado? Nunca lo había visto así... Si decía la verdad, sentí un gran alivio al verlos juntos, sanos y salvos. Pero aquella emoción no se reflejó en mi semblante. En lugar de ello, el alivio y la alegría dieron paso a una rabia asoladora y repentina. Aparecer en un momento así... después de Arceus sabía cuanto sin dar señales de vida... —¡Effy!— exclamé , acercándome al grupo con pasos largos y rápidos. Cuando llegué hasta ellos, ignorando a la pobre mujer anciana que la reprendía, la miré con el ceño fruncido y los puños apretados a cada lado. Mis ojos debían verse ligeramente aguados, aunque no supe exactamente por qué—. ¿Se puede saber dónde demonios estabas? ¿Qué clase de amiga desaparece cuándo más la necesitan? ¡No tienes idea de lo mal que lo hemos pasado Emily y yo!
—Un gusto conocerla, señora Joy. Soy Hubert, de la región de Kalos. Alicia volteó su mirada hacia el muchacho que me acompañaba, como si lo estuviese notando su existencia por primera vez desde que habían llegado. Sin embargo, apenas él le dirigió la mirada su expresión se suavizó y esbozó una sonrisa amigable y maternal en cuestión de segundos; y al hablar, empleó un tono dulce y calmo, sin rastros del regaño presente cuando había hablado antes. —Oh, Hubert, un gusto conocerte —saludó con amabilidad la mujer mayor—. Mi nombre es Alicia Joy, madre de esta criatura y ex-enfermera de este centro pokémon… —Olvidas mencionar experta en exagerarlo todo —comenté, incapaz de contenerme. Por supuesto, mamá me fulminó con su mirada y volvió a hablar con aquel tono amenazante y potente que nada tenía que envidiarle al rugido de un Pyroar. —¡Ni una llamada, ni un aviso, ni siquiera una nota! ¡Podrías haber sido capturada por cincuenta furiosos Arcanines y yo lo más tranquila, sin enterarme! ¡Y tú, simplemente te vas cuando quieres y no le avisas a nadie, y la dejas a tu pobre hermana inventando excusas para cubrir que te vas sin saludar!—bramó Alicia, concentrando su mirada en mí. Luego giró hacia Hubert, y por un momento pensé que iba a gritarle a él también, pero inmediatamente su expresión se suavizó y volvió a adquirir ese tono tranquilo y suave para hablar—. Pero no te culpo a ti, cariño. Siempre es bueno conocer a los amigos de Effy; ¡nunca me los presenta! Es como si se avergonzara de mi, ¿sabes? >> Oh, Jynx… ¡Jynx! Ven, trae los suéteres aquí… ya me pondré a hacer un nuevo suéter para ti, Hubert, ¿verdad que son hermosos? Los tejí yo misma; aprendí a hacerlo viendo ediciones pasadas de la revista Cosmoponyta y ahora se me hace bien sencillo, puedo hacerlos en muy poco tiempo y con distintos colores… El Jynx de mi madre atravesó el hall de entrada y me entregó con satisfacción un horrendo suéter tejido a mano de un brillante color rojo, con una gran "E" bordada en el centro. Tuve que soltar la mano de Hubert para tomar la prenda con ambas manos; realmente prefería ser capturada por esos Arcanines inexistentes antes que ponerme esa cosa, pero sabía que era mala idea echar más leña al fuego ahora, así que simplemente me quité mi chaqueta negra y procedí a colocarme la prenda. —¡Effy! ¿Se puede saber dónde demonios estabas? ¿Qué clase de amiga desaparece cuándo más la necesitan? ¡No tienes idea de lo mal que lo hemos pasado Emily y yo! Y Mimi, junto con Emily, había aparecido para regañarme… Dios mío, ¿acaso éste era el Día Internacional de Regañemos a Effy y yo era la única no enterada? Pero tras ese pensamiento, todo lo demás paso a secundario… ¡Mimi y Emily! Estaban allí, de entre todos los lugares tenía la suerte de que estaban allí… no pude evitar sonreír a pesar de que traía puesto aquel espantoso suéter; oh, era una alegría tan grande volver a verlas… —¡¿Ves?! ¡Hasta tus propias amigas te lo dicen! ¡Jovencita, será mejor que empieces a cambiar tu actitud o te castigaré hasta el día que los Miltanks vuelen! —rugió Alicia antes de que pudiese pronunciar respuesta alguna a lo dicho por Mimi. Luego ella se volteó hacia la Honda, adoptando nuevamente esa actitud maternal y tono de voz dulce que parecía que planeaba utilizar con todo el mundo menos conmigo—. Un gusto conocerte, querida; mi nombre es Alicia Joy, madre de Effy… aunque ella parece averngonzarse de eso, evidentemente, ¡puesto que no me presenta a ninguno de sus amigos!
Mimi Honda —Oh, es que... nosotras llevamos muy poco tiempo siendo amigas, señora Joy— respondí con una ligera mueca nerviosa y las manos frente a mí a modo de un escudo improvisado. Sentí una gota de sudor frío en la frente—. De hecho, hasta hace unos meses no podíamos ni vernos sin querer matarnos con la mirada... Aún me sorprendía el rumbo que habían tomado las cosas de un modo tan repentino. De la noche a la mañana. Es decir, se suponía que éramos amigas, pero... ¿realmente podíamos superar nuestras rivalidades y diferencias? Había tantas cosas de ella que seguían molestándome... Miré a Effy, ceñuda, y devolví la vista a... ¿su madre? ¿Effy tenía madre? Espera, obvio que sí, qué tontería... ¿Pero su madre era la misma que la de la enfermera de Témpera? Eso sí que no lo esperé. —Ella es una persona muy difícil con la que tratar— continué—. No escucha nada, vive en su mundo y abandona a sus amigas cuando menos debería, porque es así de inoportuna. Además, es molesta e irritante y tiene la insana manía de sacarme de mis casillas. Por no mencionar que... ¡Ugh, que más da! ¡No estoy aquí para hablar de esto! Solté, cansada. Sin una palabra más agarré a Effy de la muñeca y la arrastré lejos del grupo. Obvié mencionar nada del suéter que llevaba puesto, porque aunque era horrible y hacía daño a los ojos el sólo hecho de mirarlo, estaba centrada en otra clase de cosas. Nos detuvimos a unos metros de la Señora Joy y Hubert, Emily también se había quedado allí... y entonces la traspasé con una mirada helada. —Quiero una explicación—dije, soltando su muñeca—. Y más te vale que sea una convincente y que no suene demasiado desesperada. ¿Dónde estabas? ¿Y por qué? ¡Tanto no puede tardar una persona en declararse! >>Con todo lo que ha pasado hoy deberías haber estado aquí—continué con un tono más bajo e inestable—. ¿Se supone que somos amigas, no? ¿Eso dices, verdad? Creía que las amigas de verdad se apoyaban en las buenas y en las malas. ¿Estaba siendo egoísta, acaso? ¿Infantil? ¿Por decirle la verdad? ¡Era eso lo que sentía! Si bien me había preocupado y parte de mi rabia se debía a su desaparición, estaba molesta porque Effy no había estado cuando recibí esa maldita carta, o cuando Dante le comunicó a Emily que se acababa su relación. Si pretendía que fuésemos amigas, ¿por qué no sencillamente empezaba por algo tan simple cómo eso?
Sentí como Mimi me tomaba de la muñeca y yo era arrastrada por ella lejos de la entrada y hacia dentro del centro pokémon, mientras Alicia asentía con la cabeza, al parecer de acuerdo con la gran mayoría de las cosas que había dicho la joven oriunda de la región Sinnoh. Cuando llegamos a un alto, finalmente, fui capaz de oír todo lo que Mimi quería decirme sin que oyeran los demás. —Por supuesto que somos amigas, y por supuesto que te contaré todo lo que me ocurrió… pero no aquí —le dije en un susurro, mirando alrededor. Había unos pocos entrenadores en el hall de entrada, que se disponían a pasar la noche allí, y algunos eran atendidos por mi hermana adoptiva, Elizabeth Joy, en estos momentos. En la puerta, aún se encontraban Alicia, Hubert y Emily… no era el lugar donde quería andar contando una historia como ésta, tan larga, tan importante, tan personal… lo mejor era ir a un lugar donde sólo nosotras estuvieramos… y tenía el lugar perfecto para eso. —Perdón, mamá, prometo no volver a irme sin saludar… pero Mimi y yo tenemos que ponernos al día ahora mismo —declaré, dando un paso hacia el frente—. Estaremos en mi habitación… ven, vamos Emily… y Hubert, tú… Nuestras miradas se cruzaron por un momento. Sentí el casi irresistible deseo de empujar a todos fuera del camino, cruzar el umbral de la puerta y besarlo sin que nada más en el mundo importase. ¿Era así como se sentían estos sentimientos? ¿Querer estar todo el tiempo con él, compartir aún más con él, besar esos labios que hasta ahora no me había dado cuenta eran tan hermosos? Pero fui capaz de contenerme. Le sonreí y le solicité a mi madre si podía mostrarle a Hubert donde se encontraban los teléfonos para videollamadas, ya que él aún tenía que hablar con sus padres en la región Kalos. Tras musitar un "que buen chico, se preocupa por sus padres, no como otras…" por lo bajo, Alicia accedió y llevó a Hubert hacia donde se encontraban los teléfonos. Emily se acercó a nosotras y guié a las dos chicas hacia mi habitación. Mi cuarto se encontraba en la planta baja, una habitación especial, frente a la que pertenecía a la enfermera Joy. Era un cuarto con paredes blancas, el lugar donde había dormido todas mis noches antes de comenzar mi viaje pokémon, el espacio que me había visto crecer desde niña. Una cama prolijamente hecha se encontraba apoyada contra la pared opuesta a la puerta, de forma horizontal. Sobre sus mantas blancas, se encontraba una ventana que daba a los jardines del centro pokémon, aunque a estas horas de la noche no se podía ver absolutamente nada allí afuera. Un póster invadía la pared de la cama, complementándose a la perfección con la ventana. Representaba un paisaje submarino, una fotografía sensacional del fondo del mar, donde nadaban todo tipo de pokémon tipo agua; Magikarp, Dragonair, Goldeen, Starmie, Gyarados, Squirtle, Vaporeon, Corsola y tantos otros. Contra la pared izquierda, hacia donde apuntaban los pies de la cama, había un ropero algo bajo pero de gran anchura, colocado junto a una puerta que daba a un pequeño baño. Había también algunos objetos colocado sobre este mueble, productos que tenían la forma de diversos pokémon: muñecos, lámparas, etcétera. —Muy bien —le dije a las dos chicas tras cerrar la puerta detrás de mi—. ¿Por cuál parte debo comenzar? ¿Con la parte de que salve a la región Galeia de la destrucción total junto con Ian, Hubert, Liza y Chad? ¿O con la parte de que Hubert se me declaró al atardecer en las afueras de la ciudad?
Mimi Honda —¿¡Que Hubert hizo qué?!— exclamé ante las palabras de Effy. Me había quedado sorprendida cuando entré en aquel cuarto (porque no imaginé que Effy tuviera habitación en un Centro Pokémon) y aquellas palabras me hicieron abrir los ojos como platos de la impresión. ¿Hubert se había declarado? ¿Pero cómo? ¿En qué momen-?— Espera, ¡yo ya sabía eso, pero no pensé que realmente lo haría! Decía que estaba buscando el momento correcto y todo ese tipo de cosas que sólo dicen las personas que no tienen el coraje para hacer las cosas que tienen que hacer. Quizás subestimé su determinación... Ahora que lo pensaba... Esa sonrisa cómplice de ambos debía deberse a algo. Si así era y Hubert había dado el paso por fin me sentiría orgullosa de él; aun si quizás fui yo quien le convencí, el mérito era suyo por completo. Tomar el valor y hacer algo como aquello, exponiéndote a perder a esa persona para siempre era algo digno de admiración. Tal vez debería hablar con él más tarde. —Wow... P-pero empieza por el principio—me corté abuptamente—, ¿qué es eso de que has salvado Galeia? ¿qué pasó? Te dije que me enojaría si no me lo contabas todo.
Seguía en la ducha media hora después. La verdad era que, aunque había estado toda la tarde con la ropa húmeda por la lluvia y eso era incómodo, no había nada como poder darse una buena ducha luego de aquello. Y en esta ocasión me había entretenido demasiado en la tina. Debía salir lo más pronto posible, para poder descansar un poco. La tina era adecuada a mi tamaño, lo que hacía que el momento fuera más cómodo aún. Entre todo lo que había pasado a lo largo del día, estaba realmente agotado, y el agua estaba tan tibia... *** —Piplup—llamé—deja de dar placajes a todo lo que veas. Como rompas algo estaremos en problemas. Piplup se sentó en el suelo, cruzando las aletas. Al igual que yo, estaba aburrido. Es decir, no era como si realmente hubiera algo interesante que hacer aquí. Era obvio a simple vista que mi cuarto había sido improvisado, pues solo contaba con su respetiva cama, un estante donde pude guardar mi ropa y una biblioteca llena de libros aburridos. Se suponía que el amigo de mamá tenía hijos, o al menos uno, según tenía entendido. En ese caso, debería haber algúna consola, ¿verdad? Podía permitirselo. Algúno de esos juegos que gente como yo no podía costearse, pero que siempre veía a su alrededor porque siempre existía alguien que sí. Cuando llegué aquí esperaba conseguirme un televisor de plasma con una lista interminable de videojuegos...pero ni videojuegos ni alguien de mi edad, esto estaba realmente deprimente. Me moví inquieto, y como hacía siempre que estaba aburrido, me preocupé por mi madre. Tenía...desde el día anterior sin visitarla, realmente. Pero la extrañaba, ya que antes había pasado todo el tiempo con ella. Antes de que comenzara esa tos. Antes de que enfermara de esa forma. Yo mismo le había pedido que fuera a un Centro Pokémon. Solía olvidarlo, pero ese lugar también estaba capacitado para ayudar a las personas. Había ido porque yo se lo había pedido, pero me sentía culpable. Me quedé con ella los primeros días, ¿donde mas iba a ir? Pero con cada día que pasaba, ella empezaba a verse peor. Los temblores eran más frecuentes, estaba adelgazando a una velocidad preocupante. ¿Y no se suponía que en ese lugar ella mejoraría? ¿Porque estaba empeorando? "Las enfermedades son así" me dijeron. "En cuanto se combaten, contraatacan. La enfermedad empeora antes de mejorar". Y día tras día ella empeoraba, y día tras día yo estaba con ella. Hasta que llegó ese hombre. Mamá parecía conocerlo, pero yo no lo había visto en mi vida. Hablaron a solas, o por lo menos creyeron que hablaban a solas, porque yo estaba escuchando desde la puerta. Mamá decía que yo no me podía quedar a su lado en todo el tiempo que le tomara reponerse. Así que el hombre le prometió cuidarme. Mamá estaba realmente preocupada de los gastos por el tratamiento y la recuperación, y el hombre le dijo que no se preocupara, que lo importante era que ella se recuperara. Que él pagaría los gastos. Mamá le agradeció y le preguntó por su familia, por el trabajo, y demás cosas aburridas, por lo que me fuí a comprar algo de café. Desde que la enfermedad de mamá comenzara, me había hecho adicto al café del local. Al día siguiente mi ropa estaba en maletas, y fui llevado a la casa del amigo de mamá. Y allí estaba desde entonces. El día anterior, cuando fui a visitarla, estaba durmiendo. Estaba pálida, su cuerpo era peligrosamente delgado, su cabello estaba comenzando a presentar canas. Recuerdo que agarré su mano y recé para que se recuperara. «Empeora antes de mejorar» agregué, como si fuera un mantra. «No le va a pasar nada, no esta en peligro, solo empeora antes de mejorar». Luego de visitarla, me fui directamente a casa. Ya no me quedaba a deambular por la zona como antaño. Cuando estas en lugares donde no debes, escuchas lo que no debes. Y vaya que había escuchado cosas. Cuando la gente cree que no estas prestando atención, puede decir cosas que no necesitas oir. "Es sorprendente que siga con vida" había escuchado hace una semana, mientras me encontraba sentado fuera de la habitación de mi madre. Fingía estar escuchando música, pero solo tenía puestos los cascos, no había musica alguna. Los enfermeros estaban adentro, tomandole el pulso mientras ella descansaba. "Por la noche casi no puede dormir, se le sube la fiebre. Casi no le queda fuerza. Si no mejora...". Y salí de allí, no queriendo escuchar más. Y sin embargo, las palabras se grababan en mi mente. Y cada noche no podía dormir por horas, porque pensaba en la probabilidad de que al día siguiente ya fuera muy tarde. El amigo de mi madre era un obceso con su trabajo, casi nunca lo veía. Ni siquiera a la hora de la comida. Tenía empleados que se encargaban de servirme la comida, y servirsela a Piplup. A Piplup le gustaba comer en la mesa, así que le ponían el tazón de pokecubos a mi lado, siempre y cuando no lanzara comida al suelo. Piplup hacía lo imposible por comer sin hacer un desastre, y cuando lo hacía, bajaba a comerse lo que se le hubiera caído antes de que alguien se diera cuenta. Otra cosa que le gustaba mucho a Piplup era lanzar placajes contra las mesas, lo cual me asustaba bastante. En nuestro hogar de Ciudad Marina todas las estructuras de madera tenían marcas de golpes, pero aquí todas las mesas, estantes y gabinetes estaban decorados con frágiles estatuillas de cristal. Cada vez que Piplup lanzaba un placaje contra algo, las figurillas se tambaleaban horriblemente, y tenía que ordenarle que se detuviera. Ya ese hombre estaba pagando el medicamento de mamá, no quería deberle más. Al igual que yo, Piplup extrañaba Ciudad Marina. Y nuestra casa, donde podía atacar con gallardía sus enemigos de madera a base de placajes, y podía comer todo lo que quisiera e incluso dejar caer la comida sin temer nada. Para él, esta no era nuestra casa, y lo comprendía. Yo podía hacer lo que quisiera, entrar donde quisiera, pero Piplup no podía hacer nada de lo que le gustaba. Yo le decía que pronto estaríamos fuera de aquí, que volveríamos a casa. Y entonces el decidía esperar, y yo tenía tiempo libre para preocuparme todo lo que quisiera, porque allí no había mucho mas que hacer. «Empeora antes de mejorar. Empeora antes de mejorar. Fiebre por la noche, ya casi no puede hablar, se pasa el día tratando de dormir. Empeora antes de mejorar». Mamá no llegó al mes desde que me mudé de casa. Los criados me habían querido dar la noticia directamente, pero cometieron el error de hablar del tema en el camino. Los escuché, y cuando llegaron a mi habitación, les cerré la puerta en las narices. ¡Todo había sido una mentira! No empeora antes de mejorar, empeora y listo. La única verdad que había recibido había sido cuando habían hablado sin saber que yo los estaba escuchando, cuando dijeron que ella debía estar muerta ya. Ignoré las quejas fuera de mi habitación, y me permití llorar. Piplup, sin entender que pasaba, aprovechó a la perfección el que yo estuviera distraído, y se lanzó hacia el estante, dando un poderoso placaje. Escuché el claro chasquido de un cristal rompiendose en mil pedazos, y el gruñido de Piplup a modo de "Ups". No me importó lo más mínimo. * * * Al despertar, sentí un sobresalto. Aun estaba en la tina, y parecía que se había hecho tarde. Tuve que mantenerme en el lugar unos minutos más, enfrascado en mis pensamientos. Al salir por fin, mi semblante era de pura tristeza.