One-shot Cinderella ~ Another Story~

Tema en 'Vocaloid' iniciado por Kirino Sora, 1 Enero 2013.

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    Kirino Sora

    Kirino Sora Entusiasta

    Aries
    Miembro desde:
    4 Octubre 2011
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    189
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    Cinderella ~ Another Story~
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3191
    Bueno, aquí está mi regalo de la actividad "Intercambio navideño; regalos por doquier". Y he tenido la gran suerte de que me haya tocado a... ¡@Nowaki! También conocid@ como GisLen Kagamine.
    Espero que disfrutes de mi regalo, y me disculpo de antemano si no te llega a gustar.
    ¡Feliz Año Nuevo a toda Fanficslandia! n.n

    Cinderella ~Another Story~

    Las luces del castillo iluminaban todo el pueblo hasta llegar a los lugares más recónditos del país. Todos los nobles bailaban y disfrutaban de la fiesta, aguardando la llegada del príncipe Len. Hoy, cuando las manecillas del reloj marquen la medianoche, el joven muchacho rubio se alzará y mostrará a la mujer que haya elegido por esposa, el sueño de toda doncella que se precie. Por ese motivo las hermanas Sakine —Neru Sakine y Lenka Sakine— se mostraron más que ansiosas e insoportables por la llegada de esta mágica velada.


    Mientras tanto, a las puertas de palacio, se encontraba cierta muchacha rubia de orbes azules entrando tímidamente con su elegante vestido color crema.

    Es enorme... —musitó la chica al ver lo esplendoroso y refinado que era el castillo real. Siempre pensó que sus alrededores serían hermosos, pero imaginarlo y verlo con tus propios ojos eran dos cosas completamente diferentes.

    Los guardias la miraban fijamente, embelesados por aquella belleza; entretanto, la muchacha se adentraba con pasos temblorosos, inquieta por las miradas que le ofrecían.

    ¿Su nombre? —preguntó un sirviente del lugar, vestido elegantemente para la ocasión.

    Esto... Rin. Rin Sakine —contestó la joven algo cohibida. El hombre de morado comenzó a buscar su nombre en la larga lista que portaba en sus manos y con su cabeza asintió mientras esbozaba una sonrisa y se apartaba del camino. Aquel gesto logró tranquilizarla un poco.

    Puede usted pasar.

    Rin hizo una reverencia al hombre de cabellos violáceos y continuó con su camino. A medida que ella subía las escaleras con dificultad, el nerviosismo cada vez era mayor y las palabras que le dedicó su hada madrina resonaban en su interior, como si ahora mismo estuviese a su lado.

    ¡Debes de volver antes de medianoche! ¡Tienes que volver!”

    Estaba agradecida con Miku, su hada madrina, al haberle concedido esta hermosa oportunidad. Y por ello —aunque no podía averiguar el porqué— haría caso de su consejo.

    Si Miku no hubiese aparecido delante suya esta noche, seguramente Rin se habría rendido ante el egoísmo de su madrastra, llorando sin parar durante toda la noche.


    No habían pasado más de doce horas cuando llegaron las invitaciones al Baile Real.

    ¡Mamá, mamá, ya están aquí! —gritaban las dos hermanas al unísono a medida que se abalanzaban hacia las cartas.

    Para cuando Rin pudo tocar aquellos sobres blancos marcados el sello real, Neru se los arrebató con rapidez. Con un suspiro, la chica cerró la puerta de la casa, observando la felicidad de sus hermanas. No pudo evitar sentir una inmensa tristeza en su corazón.

    Rin Kagami era la tercera hija de la familia, una chica risueña y amable que era amada por la gente. Sin embargo no recibía el mismo trato que sus dos hermanas, nunca lo recibió desde la primera vez que pisó el suelo de aquel lugar. Desde que su padre se casó con su nueva madre y murió en el incendio que hubo en su antigua casa, la chica comenzó a vivir en la casa de las Sakine.

    La chica era incapaz de pensar en Meiko como su verdadera madre; nunca le agradó, y ella tampoco. Lo sabía por el trato de sirvienta que ha estado recibiendo desde que llegó y por la manera fría y cruel con la cual se refería a ella. Al menos, tenía un techo, una cama y comida con la cual vivía, aunque su habitación estuviese en el ático superior, lleno de polvo, y lo que tomaba fuesen generalmente las sobras de la cena —de ahí su aspecto extremadamente delgado y delicado. No se quejaba ya que le parecía mejor que dormir en la intemperie. Y, sin embargo, pese a todos estos años, nada le había hecho más ilusión que asistir al Baile Real.

    Por eso mismo, no pudo evitar soltar también un grito de emoción al ver una cuarta carta, la suya.

    En el mismo momento en el que alzó su mano para agarrarla, su madrastra se la arrebató de las manos de su hija y se la quedó. Tratando de no abalanzarse sobre ella para recuperarla, escuchó atentamente las palabras de la mujer.

    Si consigues terminar todas tus tareas, podrás ir. Eso claro, si tienes un vestido con el cual asistir.

    Las dos chicas no paraban de andar agitadas por la casa, alteradas por ver cuál de la montaña de vestidos que poseían sería la que lucirían esta noche; y las exigencias que proporcionaban las hermanas no parecían tener fin. Entretanto, Rin se encontraba limpiando, fregando y cumpliendo sus deberes lo más rápido posible, ansiosa por poder ir.

    Todo iba a estar bien... O eso fue lo que creía.

    La noche llegó, y las dos hermanas y su madre estaban a punto de abandonar su hogar, hasta que Rin apareció frente a ellas.

    Lucía hermosa, más que sus dos hermanas y cualquier muchacha del reino. Llevaba el vestido que antes pertenecía a su madre, a su verdadera madre. Llevaba los hombros descubiertos, dejando caer unas largas y anchas mangas amarillas con encajes negros alrededor de sus manos. Su pecho estaba adornado por encajes negros y rosas anaranjadas y la tela cobriza de su vestimenta rozaba el suelo, junto con un tejido negruzco en torno a su cintura, llegando a caer elegantemente sobre sus costados. La Rin que siempre tenía ceniza y polvo en su rostro ya no estaba, solo podía verse a hermosa chica que esbozaba una enorme sonrisa llena de felicidad.

    No necesitó más que unos breves segundos para darse cuenta de que se hallaba en el jardín, sollozando silenciosamente y con un vestido roto sobre su piel, causado por la envidia de sus hermanas.

    ¿Por qué? Solo deseaba ir al baile... —se lamentaba la rubia.

    Por primera vez quería gritar, soltar todo el dolor que oprimía en su pecho, pero tanto su voz como su conciencia impedían que lo hiciera. Siempre había guardado esa tristeza en lo más profundo de su ser, ignorándolo, olvidándolo, fingiendo una sonrisa... ¿Por qué seguir mintiendo? Debía de admitirlo: definitivamente, estaba harta de esta cruel vida. Y creyó que este grandioso día lograría cambiar todo aquello, o por lo menos, brindarle un recuerdo que no sería capaz de olvidar, pero ya no era posible; sus sueños se hallaban rotos al igual que el vestido de su madre, que apenas podía ocultar su pequeño cuerpo semi-desnudo.

    Limpiando lo mejor posible sus lágrimas, trató de mostrarse indiferente para luego poder encerrarse en su habitación y creer que esto nunca pasó, que jamás había sufrido tal decepción. Iba a pasar página y a abandonar el lejano sueño de poder asistir a dicha ceremonia. Pero, antes de poder incorporarse sobre sí misma, una luz azulada y verdosa brilló por encima de la fuente del jardín hasta dirigirse hasta ella, y una brillante figura apareció de repente a su lado. Era una persona hermosa, cuyos largos cabellos aguamarina danzaban sobre el viento a pesar de las limitaciones de las dos cintas que la agarraban; y su reluciente túnica oscura se fundía con el color de la noche, ocultando la complexión de la muchacha. Además, aparte de la sorpresa que sentía, Rin Sakine no supo qué decir al ver que entre sus manos agarraba... ¿un puerro?

    Si tuviera que describir todo aquello en una sola palabra, extravagancia no habría sido suficiente, ni ninguna otra.

    Antes de abrir la boca y preguntarle quién era, la joven muchacha ya estaba acariciando sus cabellos con gentileza, mostrando una sonrisa llena de ternura.

    ¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué estás llorando en esta magnífica noche? —preguntó, sin dejar de sonreír.

    Rin fijó su vista llena de lágrimas sobre aquella chica, sin saber exactamente si debía de contarle a una desconocida. Pero la frustración que sentía era tan grande que no quiso callárselo y, tratando de no soltar algún gemido involuntario, narró sus problemas. Para cuando terminó de relatar su historia, la mayor frunció el ceño enojada.

    ¡Eso es horrible! —reprochó—. Pero no te preocupes, tu hada madrina lo solucionará todo.

    Tras decir esas esperanzadoras palabras, los ojos de Rin volvieron a adquirir su brillo azulado. Con un grácil movimiento de muñeca, su hada madrina agitó el puerro que tenía entre sus manos, y pronto no pudo reconocerse, ni a ella ni a la calabaza del huerto. Aquel fruto naranja se transformó en una bella carroza y majestuosos caballos blancos aparecieron por arte de magia, listos para llevarla al gran evento que se producía en palacio. Y ni hay que hablar del vestido de Rin. Pronto la tela cobriza hecha jirones que vestía fue sustituida por un hermoso vestido color crema, casi blanco, proporcionándole un aire regio, refinado, como una novia. Estaba igual de hermosa que antes, o incluso más, y todo gracias a ella.

    La chica no podía expresar con palabras la gratitud que sentía en esos momentos.

    ¿Quién es usted exactamente? —Ante el asombro de Rin, la hada no pudo contener una sonrisa.

    Yo soy Miku, tu hada madrina —contestó la muchacha tranquilamente y le guiñó el ojo—. Venga, ve. Seguro que el príncipe debe de estar esperándote.

    Con una nueva esperanza, la chica se subió a la carroza con sus zapatos de cristal, sin poder parar de agradecerle por todo lo que había hecho. Por eso, cuando la carroza se puso en marcha, fue incapaz de ignorar las palabras de Miku, su hada madrina.

    ¡Debes de volver antes de medianoche! ¡Tienes que volver!

    Y entonces el esplendor del carruaje se desvanecía lentamente entre la oscuridad nocturna hasta que ya no se podía apreciar.


    Felicidad. Emoción. Ansiedad. Era lo que sentía Rin mientras subía las escaleras, y no quería pensar en nada más que alcanzar el final de ellas. Por eso, jamás se planteó que, tras su llegada, sentiría modestia ni temor. Un único escalofrío hizo que se parase ahí, cerca de las escaleras, mientras todo el mundo fijaba su vista en la encantadora joven que acababa de pisar la sala. No tardó más de un segundo en cruzar la mirada con su madrastra y sus hijas, que la miraban atónitas y llenas de envidia; por un momento quiso dar media vuelta, regresar a casa y rezar porque no la hayan reconocido. Pero sus pies no quisieron moverse del lugar, no por la presión que había en la estancia ni por el miedo a ser descubierta.

    No se atrevía porque el príncipe Len se aproximaba a ella en esos mismos instantes.

    Los pasos que daba eran gráciles y ligeros, como si tocasen las nubes, y con tal rapidez que no tardó en cruzar toda la estancia, quedando uno frente al otro. Entonces notó cómo sus mejillas son inundadas por un color carmín mientras que sus ojos azules no podían despegarse de aquella seductora mirada. El príncipe de cabellos rubios se limitó a esbozar una tímida sonrisa y a examinar a la joven que, con aquella pureza que emanaba, había conseguido hipnotizarlo a primera vista.

    El silencio se encontraba presente en todo el castillo, lo cual no desapareció hasta que el príncipe extendió su brazo con elegancia, inclinándose suavemente a la vez que pronunciaba estas palabras:

    ¿Desea bailar conmigo, señorita? —Pequeños abucheos se escucharon provenientes de las damas envidiosas que deseaban bailar también, incluidas Neru y Lenka.

    Pero aquel momento le parecía tan mágico para Rin que no hizo caso de ellos, algo que, curiosamente, no se lo esperó ni ella misma. Por eso, en el mismo momento en el que dijo «Sí», su mundo pareció cambiar a su alrededor. Uno en el que solo podía ver a Len.

    Ojalá esta noche durara para siempre”, deseó la rubia en su interior, disfrutando de la velada mágica en donde cada paso, cada movimiento de aquel vals, la enviaba más cerca del cielo, a una felicidad desbordante que no podía expresar con palabras.

    Por eso mismo, jamás pensó que llegaría a romper la promesa de su hada madrina.

    Rin estaba a punto de ser coronada como la esposa de Len, subiendo las escaleras que conducían al lado de los reyes para así hacerlo público frente a todas las damas de la fiesta. Fue al desviar su mirada hacia su prometido cuando se fijó en los pocos minutos que le quedaban para la medianoche; tenía que volver. La muchacha comenzó a bajar las escaleras apresurada, cruzando la sala de baile como si su vida dependiese de ello. Len, al ver que su prometida se estaba alejando, fue a perseguirla.

    ¡Espera! ¿Adónde va?

    Cada vez que lograba alcanzar a la chica, ésta conseguía evitar la mano del príncipe y aumentaba su velocidad. Fue dificultoso para Rin el tener que bajar las escaleras con aquellos incómodos zapatos de cristal hasta tal punto de que durante el trayecto perdió uno de ellos. Si no se hubiese girado para recuperarlo, habría podido regresar y fingir que nada de esto habría pasado. Rin se lamentaba de haberlo hecho. Y ahora tenía que arrepentirse de ello. Porque en el mismo momento en el que se había dado la vuelta, Len acababa de agarrar su muñeca, y no tenía intenciones de dejarla marchar.

    ¡Espera! ¿Por qué tiene tanta prisa? —cuestionó el perseguidor.

    Debo de volver —insistió—. Le prometí que volvería antes de medianoche.

    Y, en un momento de distracción, la muchacha logró deshacer el agarre de su raptor. A medida que desaparecía en la lejanía, podía escuchar las súplicas de su príncipe.

    ¡Por favor, al menos dime su nombre! —rogaba.

    Ella, con la intención de despedirse de su primer amor, se volteó y gritó su nombre.

    ¡Mi nombre es Rin, su Alteza! —confesó.

    Len recogió el zapato de cristal que abandonó la muchacha y fue en su busca. Debía de localizar a la joven que había capturado su corazón, con la que había bailado durante toda esta maravillosa velada, la chica cuyo nombre era «Rin». Estaba comprometido a encontrarla y hacerla su esposa; si no lograba volver a ver esa bella sonrisa ya nada volvería a adquirir sentido en su vida. Pero no halló nada.

    Nada, excepto a una pequeña y delicada gata blanca en las proximidades del portón.


    Dos semanas pasaron desde el incidente del baile, y aún sin pistas sobre el paradero de la muchacha. Dejando únicamente un zapato de cristal, el príncipe Len no fue capaz de encontrarse con ella de nuevo. Incluso si estuviese registrando todas las casas del reino jamás sería capaz de encontrarla; se había desvanecido como por arte de magia, de la misma manera que había aparecido ante él y logró arrebatar su corazón. Ahora solo podía pensar en Rin. Y, por muchas veces que haya hecho probar a todas las damas aquel diminuto zapato de cristal, ninguna pudo ponérselo, lo que significa que tampoco había llegado a esconderse de él. Lo único que lograba apaciguar su tristeza era la frágil gatita que se mostró a las puertas de palacio el mismo día de la desaparición de su futura esposa.

    Y ya se había acostumbrado a la compañía que le proporcionaba la pequeña felina, además. Curiosamente, cuando estaba a su lado, era capaz de tranquilizarse.

    Por eso mismo decidió despedirse de aquel amor a primera vista, y lo hizo depositando un suave beso sobre la nariz del minino a la vez que las lágrimas amenazaron con salir. Pronto sus ojos fueron invadidos por leves sollozos, pero no por la pérdida de su amada, ni mucho menos.

    Lloraba porque la gatita que había estado a su lado durante todo este rato se había transformado en la persona que con tanto esfuerzo había estado buscando.

    Rubia, de piel nívea, cuya sonrisa jamás pudo olvidar junto a esos orbes azules, brillantes entre la negrura de la noche. Tal vez su fantástico vestido fuese sustituido por ropas andrajosas y desgastadas, puede que su limpio rostro ahora se hallase lleno de polvo y suciedad, pero, tras ese disfraz se escondía una joven hermosa. Una muchacha que con su hechizo se había mostrado en su presencia. «Rin», así es como se llama.

    Príncipe, ¿todavía desea casarse con alguien como yo?

    El mencionado solo pudo sonreír ante esa pregunta.

    Solo si me llama por mi nombre, señorita —bromeó. Los dos no pudieron contener una sonrisa. Entonces Len extendió su mano, de la misma manera que hace dos semanas—. ¿Desea bailar conmigo, Rin?

    La chica aceptó la mano de su amado.

    Sí, Len.

    No fueron necesarias las palabras, solo la música que les proporcionaba el viento a la vez que danzaban entre las flores del jardín. En ese momento, sellaron su unión con un beso, lleno de sinceridad e inocencia.

    Ojalá la magia no desaparezca esta vez, al igual que el vestido de Cenicienta.
     
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