Cassiopea

Tema en 'Fanfics Abandonados Pokémon' iniciado por Mr Fey, 15 Julio 2012.

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  1.  
    Mr Fey

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    Sagitario
    Miembro desde:
    8 Septiembre 2007
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    723
    Pluma de
    Escritora
    Título:
    Cassiopea
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    2019
    Título: Cassiopea.
    Resumen: Hay un chisme que circula entre los pasillos de la central del Team Rocket acerca de un nuevo cuartel: Todos los novatos que fallan su primera misión son enviados ahí para rectificarse, pero sólo uno regresa. Corvus es un soldado principiante que cometió un error, siendo reclutado en Cassiopea, el cuartel del cual nadie conocía la ubicación.
    Género: Misterio/Drama.
    Tipo: Longfic corto, muy, muy, corto. [Cinco capítulos máximo D:]
    Advertencia: No hay personajes canon [¡lo siento!], Rocket y más Rocket. Muchos Pokémon,<3 cómo olvidarlos. Yey! Yey, Oscuridad en el Team Rocket, aquí son cómo quiero que sean (?)
    Desclaimer: Los pokémon no me pertenecen, ya me resigne. Si no, desde cuando hubiese hecho un tipo Street F entre entre pokémon.
    Nota: Ya tiene siglos que no escribo nada del Team Rocket, xD pensándolo bien sólo escribí acerca de Jessie y James, pero nunca nada cómo eso. Es corto porque las cosas largas no se me dan asdf. El Juego del Ifrit está parado hasta nuevo aviso, pues he decido reeditarlo. Este fanfic participa en, esperen.. x’D en nada, <3 así que continuaciones cada semana jijijiji.



    Cassiopea
    Mr Fey
    Prólogo



    —¡No por favor, no!

    El comandante le soltó una cachetada y el chico se arrodilló, sollozando. El niño tendría apenas unos trece años; Corvus lo miró de reojo desde su lugar, él no era mucho más grande que ese crio. Miró a su alrededor dándose cuenta que la cabina de esa camioneta no era suficientemente grande para los quince solados que iban ahí; todos estaban apretados, sudorosos y escupiendo por cada poro de su cuerpo el miedo a ir a Cassiopea.

    El niño que había sido golpeado se sentó muy cerca de él, observando el suelo.

    —Nos van a matar —susurró afligido. Corvus notó la mancha de sangre que resbalo desde la boca hasta la camiseta blanca con ligera compasión, el sargento podía provocar mucho daño si se lo proponía.

    Uno de los reclutados rió, cogiendo el cuello de su playera blanca sin mangas con la mano, jalando y regresando la prenda continuamente para ventilarse. Era de los más viejos del bando, seguramente ya rondaba los treinta aunque todavía fuese un novato; alzó la ceja izquierda mirándolos por medio de dos grandes ojos grises.

    —¡No seas estúpido niño, son sólo cuentos para asustarnos! —dijo, riendo con los demás. Todos vestían la misma camiseta con el pantalón y las botas negras. Son desterrados, el cuartel los había despojado de sus uniformes negros y sus pokémon.

    Corvus no les siguió la corriente. Cada uno de ellos tenía el mismo historial: humillados, abucheados y golpeados por el sargento; él todavía sentía sus piernas temblar y sus manos arder por saborear el látigo de su superior. ¡Joder!, ¿cómo es que no pudo completar la misión?, ¡Maldito entrenador de mierda! fue incapaz de capturar el pokémon. Disimuladamente vio su reciente cicatriz, una profunda cortadura en su muñeca derecha provocada por la cuchilla del Scyther de su blanco; fue una distracción sin duda y casi se cagaba del miedo cuando se encontró acorralado por un Charizard. Al parecer el estúpido niño había resultado ser más audaz y lo descubrió para después tenderle una emboscada; esa cicatriz fue una clara advertencia en que no dudaría llegar a matarlo sin intentaba quitarle a su pequeño y adorable Bagon.


    Muy dentro de él deseó que el sargento le hubiese dejado la mano llena de tantos latigazos siendo imposible reconocerla. La rabia creció en su interior estimulando sus manos para cerrarse en puños; definitivamente saldría vivo de esa prueba, se adecuaría al sistema con la sangre fría y cero emociones, esa era la regla. Si se descuidada seguramente alguna pistola o una trampa apuntaría hacia él.

    No pensaba quedarse en la corriente. No fallaría otra vez, se movería bajo órdenes. Total, él era ese tipo de soldado; sus colegas en esa camioneta mañana serían sus enemigos, sólo se hallaba la traición entre esas cuatro paredes de acero. No poseía la seguridad de que los constantes cuchicheos acerca de Cassiopea fueran ciertos o no más en efecto no iba arriesgarse a dudar, iría sin miedo desde el comienzo.


    —¿Cuántos años tienes? —le preguntó Charles, el chiquillo que fue abofeteado; escasamente movía los pies uno sobre otro mientras hablaba, seguramente sintiéndose avergonzado por la escena anterior.

    Corvus reprimió un largo suspiro, no entendía cómo mocosos del tipo de ese niño acudían a la empresa siendo aceptados.


    —Quince —respondió, sin más. Era joven, lo sabía; Sin embargo, ¿sí sólo el Team Rocket fuera tu única opción?, ¿aceptarías o no? El dinero lo era todo en esa vida, el jodido amor no pagaba la luz, la renta ni la comida de cinco niños. Alguien debe trabajar, alguien debe olvidarse de sus ingenuos sueños de entrenador pokémon, la necesidad está por encima de los deseos.

    —Yo igual —dijo, mirándolo con los ojos marrones—, me veo más pequeño porque soy delgado y de baja estatura.

    Corvus asintió. Tuvo el deseo de preguntarle porque estaba allí junto a los maleantes, no obstante se reprimió a sí mismo; tampoco es cómo si le importase Charles. Era sólo un enclenque que indudablemente fracasaría desde el primer día.

    La camioneta inició el traslado y por un instante, tan solo un momento en el que se perimió perderse en un escalofrió que le recorrió la punta de los pies invadiendo su cuerpo hasta llegar a su cabeza e induciéndole un sentimiento de angustia y desesperación; aunque la idea fue desechada inmediatamente, Corvus llegó a pensar que quizás no volvería al cuartel.



    Nadie dijo nada más en el transcurso de la travesía, era cómo si de alguna manera cualquiera de ellos contemplara la posibilidad de que los rumores fueran ciertos, que sólo uno saldría victorioso y podría respirar tranquilamente por el resto de su vida. Por supuesto, ninguno iba a llorar ni Charles que fue proclamado el marica llorón.


    Nadie pronunció palabra alguna cuando les taparon los ojos con vendas negras, ni cuando uno por uno fueron empujados bruscamente lejos de la camioneta para caminar en fila. Mucho menos cuando los aventaron con desprecio a una celda oscura quitándoles antes sus botas, tratándolos peor que a un preso; Corvus escuchó el crujir de la reja al ser cerrada, por ello su consciencia le dictó que permanecían en un calabozo húmedo, sucio y que olía a orina.

    —No son más que escorias —escuchó gruñir al guardia lanzándole el liquido gaseoso de la lata que cargaba en la mano junto al resto del contenedor. Se acercó lo suficiente para escupirle en la cara y después se fue, riéndose a carcajadas.

    Corvus maldijo el tener atadas las manos.


    Esa noche no comió ni bebió nada, pero escuchó el sollozo ahogado de Charles a unos cuantos metros lejos de él; los habían puesto en pareja y concretamente le había tocado el más débil de todos. Dios bendiga su mala suerte. Un Gardevoir se paseó una vez durante las tantas horas que pasaron ahí, quitándoles las vendas y las esposas. Corvus no pudo ver más que un frío suelo y a su orinado acompañante que gimoteaba.

    —¡Deja de llorar, carajo! —lo regañó, mirándolo con resentimiento en los ojos negros. Charles sólo se encogió en si mismo, abrazando sus piernas al mismo tiempo que trataba parar sus lamentos.

    —¡Yo no quería estar aquí! —le gritó de vuelta, llorando más fuerte. ¡Es que no era justo! Él no debía estar ahí.

    —Vas a hacer que venga el guardia, y él sí te dará un motivo para llorar —susurró en un tono acusador, Charles tembló—. Estás aquí, acéptalo. Tienes que ser un hombre y luchar por lo que quieres, ¿qué no ves? Estamos marcados.

    El Team Rocket o la calle, así de sencillo. Los expedientes con sus fotos estaban en el cuartel; la organización podría manipular los medios fácilmente y convertirlos en los ladrones más buscados por la sociedad; no existiría la alternativa de arrepentirse y ser una persona culta y moral. ¡A la mierda con eso, debían sobrevivir o estarían muertos en vida!

    El adolescente a su lado asintió, resignándose a aquello. No había de otra, eligieron el camino equivocado y sólo restaba caminar sobre las cuerdas flojas; se recargó contra la pared, quejándose en sus adentros por la baja temperatura.

    Ambos cerraron los ojos, cediendo una vez más al sueño, quién sabe si volverían a dormir durante su estancia en ese maldito lugar.

    —¡Levántense señoritas! O qué, ¿necesitan ayuda?

    Corvus oyó la porra contra las rejillas, el sonido le molestaba enormemente y el tipo de gran estatura de ayer parecía no tener intensiones de detenerse. Intentó levantarse pensando en llevar toda aquella situación en paz pero antes de poder pararse por completo una poderosa llama le quemó los pies cayendo al suelo gimiendo de dolor; Charles estaba igual, casi llorando otra vez.

    El ardor que sentía era insoportable, aunque apenas fuesen unas cuantas quemaduras. Al medio día seguramente se convertirían en ampollas que reventarían haciéndolos conocer realmente lo que era el dolor.

    Jamás había visto un Charmander con una mirada tan sádica cómo aquel. El jodido pokémon parecía haber disfrutado causándoles las quemaduras en los pies descalzos; lo observaba mediante los ojos verdes entrecerrados en conjunto con una sonrisa divertida, sin ningún rastro de la inocencia característica de la criatura. El guardia entró y seguidamente jaló del cabello a Charles hasta incorporarlo; notando las lágrimas en los brillantes ojos del menor, asumió orgullosamente su rol soltándole un golpe en la espalda con la porra, tumbándolo al suelo.

    —¡Y te levantas solo o mi Charmander te quemará esa cara de niña que tienes!

    Corvus se levantó inmediatamente luego de escuchar aquello, siendo seguido de un agitado Charles que intentaba mantenerse de pie.

    El guardia sonrió.

    —Así está mejor —pronunció en un tono saturado de sarcasmo—. Se ducharán en grupo, tienen un descanso al día. Charmander los guiará al lugar de entrenamiento, pero sólo una vez; si no encuentran el campo mañana, los castigaré —el castaño tembló, el hombre de la barba de candado ladeó los labios en una sonrisa y luego, saliendo del oscuro sitio, añadió—; se van a arrepentir de no haber completado una simple misión.


    El pokémon de fuego les dirigió una última mirada antes de echarse a andar en dirección contraria a su entrenador. Corvus deseó tener a su lado a su Zubat, no se equivocaba al creer que Charles pensaba lo mismo de su propio pokémon.

    Cassiopea era un infierno y ellos esclavos eternos.
     
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    Mr Fey

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    Título:
    Cassiopea
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    3
     
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    Otro capitulo más. Por favor, si notan faltas que yo no, o errores de dedo, hacédmelo notar y la cambiaré de inmediato. Espero les guste el capitulo.


    Capitulo I—Comienzo.

    —¿No puedes hacerlo princesita?, parece que las niñas como tú necesitan que les rompan los huesos para ponerse a trabajar.

    El sonido del porro contra la espalda les recordó a los demás soldados que picar piedras no era tan malo. Corvus se levantó haciendo uso de un gran esfuerzo, recogió la bolsa llena de rocas y se la colgó al hombro, era mejor no voltear a ver al comandante así que bajó la mirada mientras continuaba arrastrando los pies descalzos. Se sentía tal cual esclavo, jamás se había cansando tanto en su vida cómo en ese instante; le dolía la planta de ambos pies, el hombro y sobre todo la espalda.

    ¡Puto comandante de mierda! El Charmander no se separó de él en todo el camino hacía la esquina del campo, bajo la orden de que si llegaba a detenerse debería lanzarle un lanzallamas hasta que recordara que no estaba en posición para tomar un descanso. La primera semana en Cassiopea transcurrió igual a una enfermedad lenta y dolorosa; Charles no era tan cobarde y ya no lloraba, sólo extrañaba demasiado a su madre, estaba reclutado ahí por mandato de su padre que deseaba volverlo un hombre ya que parecía muy afeminado, no falló ninguna misión en el cuartel. Los primeros dias se dedicó a quejarse de su condición pero después las platicas fueron más interesantes y terminó aceptando su castigo, la mayor parte del tiempo era Charles quien hablaba, pues él procuraba asentir y sonreír ligeramente en consecuencia a su personalidad cerrada.

    Llegó a la esquina donde ya lo esperaban dos hombres. Uno muy alto, blanco y fornido de ojos azules y otro más pequeño, delgaducho, era Charles.

    —Aquí están las piedras.

    —Bien niño, procura no tardar. A los guardias no les gustan los retrasos —fue la voz dura de Astro, el tipo que acompañaba a su amigo. Todos en Cassiopea lo respetaban por su gran fuerza y aguante, Corvus aún lo recordaba por haberse burlado de Charles en la camioneta. En el transcurso de las horas comprobó lo que decían los demás, el tipo nunca se quejaba sólo movía en afirmación la cabeza y se disponía a hacer lo que le mandaron. A primera vista cualquier se daría cuenta que los superiores lo guardan cierto respeto.


    El chico de ojos marrones lo ayudaba a colar la arena, Corvus no entendía que construían pero sabía que era algo grande, todo el campo era de tierra caliente, seguramente más de uno se quejaría al anochecer por las ampollas. No había ni un solo árbol alrededor y el terreno era cuadrado. Lo único que podía ver con sus ojos negros era el gran edificio gris y rectangular que se manifestaba algunos metros tras el, el edificio de Cassiopea. Poseía dos plantas, los reclutas en la primera y el personal en la segunda. Fue construido con cemento ligero, no poseía ventanales pero las celdas tenían una ventanilla pequeña cada una, en el piso de arriba todos disfrutaban de aire acondicionado. Los dias calurosos eran una mierda, cómo hoy.

    El sol jodía mucho. Charles gimió de satisfacción cuando probó al fin una pieza de pan duro en el calabozo, la planeación lo estaba matando. Ahora su complexión era más delgada y no se alimentaban bien, apenas con pan y agua, contando también que la rutina lo mataba. Se despertaban a las cuatro de la mañana contando con un quince minutos para bañarse en grupo y desayunar medio pan y frijoles; aquél que llegaba tarde al campo recibía un castigo por parte de un Gengar, las victimas mocionaban que jamás habían vivido una pesadilla como esa, pero era un método efectivo, pues ninguno de ellos volvió a retrasarse para escuchar el reglamento del Team Rocket. Pican piedra todo el día, a las dos de la tarde comían el pan y agua fría, para regresar al sol en su mayor expendedor y contribuir con la construcción. Eso no era lo peor, lo maldito venia en la tarde, los hacían correr cincuenta vueltas alrededor del inmenso lugar y el pobre tipo que no aguantara se quedaba parado todo el día vigilado por un pokémon volador que no se cansase de observarlo, generalmente un Pidgey que si contemplaba algún indicio de intento de flaqueo picoteaba la espalda del hombre sin piedad hasta que retomara su posición original. También luchaban entre ellos y el sargento les exigía sangre, Corvus fue golpeado brutalmente muchas veces pero no tanto cómo él, parecía que todos tenían algo en contra de su cara de niño bueno que les encantaba rompérsela hasta que no lo reconociera ni su madre.

    —Esto es una mierda, amigo —dijo Corvus, sucio y sudoroso. Esos quince minutos no les alcanzaba para nada, tenía que decidir si desayunar o bañarse y la opción más óptima era comer si no querías lucir nuevos moretones.

    —Dímelo a mí —sonrió irónico el menor. Algunos rasguños permanecían en su rostro, el ojo morado era el mejor incentivo para que Corvus luchara cómo si estuviera en una guerra, no le gustaba ser el juguete de nadie—, estoy harto de ser tratado tal cual mierda del desierto.

    Corvus no articuló palabra alguna después de eso, comieron en silencio. Cuando estuvieron picando piedra otra vez, los plomazos caían continuamente contra Charles; entre más gritaba el chico o se quejaba, más golpeado era o tan sólo por mirar a los guardias con resentimiento. El ladrón de cabello negro lo veía con consideración, el chico se revelaba pero eso ahí no ayudaba en nada, lo ideal siempre fue callarse no ponerse en plan rebelde.

    El día siguiente, cuando la luna todavía podía contemplarse el en cielo oscuro, una risilla que les inspiró miedo los levantó de inmediato; Charles se puso rápidamente la playera blanca y Corvus miró por la reja, el aura helada que se adentró en su cuerpo lo estremeció de susto: era Gengar, la sádica sonrisa del pokémon le paralizó las piernas al instante, quizás también en consecuencia a lo siniestros que se apreciaban sus ojos rojos. ¿Por qué estaba ahí?, no se portaron mal en el día, quizás Charles un poco pero nada para dejarles a ese cabrón suelto para que se los jodiera.

    El fantasma les hizo una señal con el dedo y les abrió la puerta, tenían que seguirlo. Eso no le gustaba a nada, primero había ido detrás de un Charmander y terminó siendo tratado cómo esclavo, algo semejante le esperaría con esta criatura. Miró a su camarada, él adolescente le veía con un semblante serio mientras asentía. Tragó grueso, mierda.

    Pronto comprendió que no se alejaba mucho de la realidad. Gengar los dejó en el campo junto a los demás soldados, todos se veían entre sí confundidos, era domingo el día de descanso. Ese día Corvus deseaba bañarse en paz, inmediatamente se olvidó de la idea cuando vio al comandante que lo golpeó ayer.

    —¿Interrumpí su sueño señoritas? —Absolutamente nadie respondió, el guardia gruñó y analizó a cada uno con los ojos azules ardiendo en molestia —, dije, ¡¿los interrumpí señoritas?!

    —¡No, señor, jamás! —respondieron todos al instante que se alineaban. El hombre sonrió burlón sobre el manto de su piel morena.

    —Eso pensé. Escúchenme bien imbéciles —comenzó, Corvus creyó que nadie respiraba —. Cada uno de ustedes recibirá un pokémon aleatorio, ¡no se emocionen! —gritó cuando los escuchó murmurar, el latigazo contra el suelo los hizo callarse —. Aquí empieza lo interesante de su entrenamiento. Los pokémon que obtendrán serán del mismo nivel, tendrán que luchar en duelos individuales, el único ganador regresará a casa y los perdedores. Bueno, digamos que nunca olvidaran su equivocación. Regresen a sus cuevas, cuando tengan su pokémon regresen aquí. ¿Aún están aquí? —Preguntó al notar que nadie se movía, luego añadió con voz poderosa—; ¡Rompan filas!

    Si bien ya se acostumbró a ser tratado cómo un tarado, la emoción de la posibilidad de salir victorioso de ese lugar iba más allá del dolor de sus ámpulas reventadas. ¡Tendría un pokemon! ¿Cómo sería?, ¿qué tipo? Sonrió audaz mientras caminaba por el pasillo de piedra hasta llegar a su celda. Charles venía tras él, mucho más silencioso que de costumbre.

    —¿No lo ves? —lo cuestionó una vez adentro. El niño de cabello rojizo alzó el rostro sin tratar de pararse de la esquina cercana a los palos de acero de la celda—, al fin una oportunidad para salir de aquí.

    —No lo entiendes, ¿verdad? —contradijo Charles, los ojos marrones lo estudiaban en busca de compresión. Charles negó honestamente—, a veces eres tan bruto. Sólo uno va a ganar, ¿que será si tú o yo no lo logramos? ¡Nos van a matar!

    Corvus se limitó a sentir al notar la exaltación del joven. Se sentó en la taza especial del baño, pensando. Ciertamente no meditó que quizás Charles o él perderían, muchos de los marcados tenían mucha mas experiencia en el campo de batalla, quizás ni siquiera podría hacerle un rasguño a sus pokémon. No, él no podía pensar así, era cómo admitir la derrota antes de tiempo. Debía contagiar a su amigo de ello.

    —Todos tienen la misma probabilidad —mencionó, viéndolo directamente—, no vamos a dar por sentado nada hasta no haberlo intentando. No voy a dejarme vencer por mi mismo desde antes.

    Charles comenzó a reír con esa risa sarcástica que lo fastidiaba, no obstante asintió con una ligera sonrisa de tristeza. Dos pokéball aparecieron frente a sus ojos, el color rojizo hacía un contraste perfecto con el negro del suelo. Corvus se adelantó y cogió la de la derecha, dudando en abrirla o no.

    —Hazlo, mueres por saber que pokémon es —alentó el pelirrojo.

    Corvus observó la esfera, no era muy alentador dejar todo en manos de un pokémon; pese a esos pensamientos, un extraño calorcillo se extendió por su pecho permitiéndole ver la probabilidad de que fuese una criatura impresionante que le permitiese salir de ahí, de olvidarse de la paliza de las mañanas, de la comida seca y de la suciedad en su cuerpo. Definitivamente sería un buen pokémon, uno poderoso que se convertiría en la puerta a la felicidad…a la libertad.

    Extendió su mano llena de polvo con la pokéball en ella, presionó el botón de matiz blanco y el brillo escarlata característico se presumió en el calabozo presentando a su nuevo compañero.

    Lo primero que contempló fueron dos grandes orejas en forma de antena. El pokémon era dueño de un hermoso pelaje amarillo, de complexión redondeada y una sobresaliente marca en forma de rayo negro. Le sorprendieron los ojos, que si bien por naturaleza eran agudos, estos se apreciaban crueles siendo acompañados por un retorcido gesto del hocico que sólo favorecía a un semblante perverso. Ambos brazos del pokémon se atrajeron en un golpe instante provocando algunas chispas.

    Corvus no podía estar más extasiado, ¡era un puto Elekid! Un excelente pokémon con debilidades y fortalezas cómo todos, pero para nada un mal tipo. Quiso abrazarlo pero la expresión tétrica de la criatura eléctrica lo detuvo.

    —Puedes regresar —susurró. La pokéball lanzó una nueva luz rojiza que envolvió al pokémon, resguardándolo en su interior—, ¡Quiero ver el tuyo, Charles!

    Charles aún dudaba entre dejar salir a su acompañante o no. Si pudiera dar una opinión diría que su mascota no sería tan buena, de todos modos los guardias le tenían rencor. Tal vez ellos sabían que Corvus era dueño de una obsesión por elegir todo del lado derecho y lo pusieron al Elekid a propósito de ese lado.

    Recibió otra mirada oscura y prefirió tocar el botoncillo blanco. Que fuese lo que fuese pero que sirviese.

    Contempló con fascinación el pelaje rosado y la esfera azul sé que movía de vez en cuando. El nuevo ser lo miraba fastidiado, los ojos negros perfectamente malignos muy en contraste con su naturaleza alegre. Quizás todos lo pokémon de Cassiopea fueron entrenados para asustar a las personas. Le encantaría tocar la lana que cubría el cuello del pokémon, luciría esponjoso y tierno si no fuera por el gruñido y la expresión en el rostro.

    —¡Un Flaafly —dijo Corvus, con su expresión de desinterés. No muy acertada claro está, le llamaba la atención que ambos tuvieran pokémon del mismo tipo, le inquietaba.
    Charles regresó al pokémon.

    —Tenemos que regresar. Malditos, ni siquiera puedo ver los ataques que tiene mi pokémon.

    —Créeme, los verás en batalla.

    Al parecer en el campo, todos los entrenadores ya se hallaban ahí. Algunos, entre ellos Astro, parecía alardear del buen pokémon que tenía, asegurando que saldría ganador. Entonces el desasosiego le atravesó su cuerpo.

    Su Elekid era bueno, ¿pero que tal serían los de los mayores? Astro no era de los que daban por sentado algo, ¿a que se debía tanta confianza?
     
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    Mr Fey

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    Drama
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    2380
    ¿Algun error?Hacedmelo notar, ya sabeis, errores de dedo D: Ya sólo faltan dos capítulos, y se cierra esta historia.

    EDIT: corrigiendo algunos errores, u___u chale.


    Capítulo II. —Sin Miedo.

    Cuando Charles observó la carne relucir en la piel del entrenador, concluyó que Cassiopea no era un centro de entretenimiento, no al menos para los presos. Los oficiales a cargo se fueron y en su lugar estaba una mujer, la única que el chico había visto en el lugar; ella era alta, de cabello castaño muy largo y ojos azulados. El semblante serio y la piel morena le otorgaban un aspecto amenazante a pesar de ser delgada y más pequeña que ellos. El primer grito lo soltó el concursante del lado izquierdo, aquél que ahora tenía una pierna llena de ampollas y permanecía de rodillas sobre la tierra aún templada por la mañana.

    —¿Pensaban que serían tratados cómo entrenadores comunes y respetables? —Soltó en un tono sarcástico, cerrando mucho más fuerte el puño que sostenía su porra—.Esto es un castigo no un juego de niños pequeños, ¡no lo olviden!

    El pelirrojo definitivamente no lo olvidaría, más al notar cómo el Combusken de Astro golpeaba brutalmente al Grovyle del otro compañero. Al igual que cada uno de los pokémon pertenecientes a esa organización, el pokémon de fuego poseía un mirada sombría, incluso parecía disfrutar enormemente clavar sus garras en el cuello su rival para después lanzarle un fuerte lanzallamas. No obstante, eso no era el castigo al que se refería Malú, la sargento a cargo del evento; lo relevante venia cuando Combusken se separaba del pokémon dejándolo gravemente herido y después, sin previo aviso, se dirigía al entrenador lanzándole llamas a los pies.

    —¡Aquí se pierde cuando el pokémon no pueda más! —Alzó la voz, luego sonrió mientras hablaba en un volumen más tenue —, o en el instante en el que el entrenador se desmaye o termine gravemente herido.

    Charles tembló. Joder, pensar que de alguna manera creyó que algo bueno tendría eso. ¡Cómo si fuese muy fácil librarse de eso! Sólo le quedaba confiar en su pokémon eléctrico. Con razón Astro estaba confiando, poseía un gran luchador.

    Corvus elevó una ceja oscura de su rostro. El Combusken había creado un círculo de fuego alrededor de Chatos, en¿l chico que iba perdiendo, alguna vez lo vio recorrer los pasillos del cuartel con una sonrisa en su rostro moreno y su cabello negro perfectamente peinado. Lastima que ahora las llamas traían en consecuencia un calor deslumbrante y las patas dobles que le siguieron acabarían muy pronto con su perfecto peinado. El pokémon de hierba hacía tiempo que desmayó, no obstante Malú no pensaban en detener todavía a la criatura, total, era un recluta. No le gustaban en lo absoluto esas batallas, aunque tampoco le sorprendían, la mujer a cargo tenía razón, era un castigo no un juego.

    Notó a Astro regresar a su pokémon, apenas se observaban algunas cortaduras a lo largo de sus fuertes brazo; nada que pudiese matarlo. Chatos en cambio, tenía la mayor parte de su cuerpo quemado, el rostro en especial y demasiados moretones gracias a las patadas continuas de Combusken. Permanecía en el suelo gritando de vez en cuando mientras gemía dolorosamente.

    Muchos quisieron levantarlo por compañerismo, más nadie lo hizo. Sintió a Charles endurecer los puños a su lado, él copió la acción. Si algún movía algún dedo en señal de ayuda, posiblemente sufriría mucho más que el pobre tipo; nadie antepone su bienestar a cambio de alguien más, así de fácil. Debes pensar primero en ti, después en ti y al final en los que alcancen.

    —Tú pokémon va a llevarte —habló Malú al oído del vencido, siendo escuchada por los demás —, hasta donde aguante. Nadie curará tus heridas más que tú mismo, no creas tampoco que no trabajarás y te quedarás sentado en tu puto catre. Aquí viniste a sufrir, no a ser tratado cómo lo que no eres.

    El Grovyle cogió a su amo temporal, echándolo a su hombro. El grito desgarrador le endureció el corazón a Corvus, jamás permitiría que le hiciesen eso. Nunca. Aún con un adolorido entrenador, el pokémon inició la ruta al edificio central; si corría suerte, tal vez le daría algún desinfectante.

    —¡Soldado Corvus contra el Soldado Marelo!

    El miedo es un obstáculo, la sensación que te recorre desde los pies y asciende hasta llegar a tu cabeza es sólo una barrera que debe ser derrumbada por la razón y la actitud, los grandes acompañantes de la grandeza. Corvus sabía aquello, por ello caminó con paso seguro en el recuadro que era la plataforma. Lo único que contemplaban sus ojos negros era la tierra y los rostros inseguros de los otros esclavos de Cassiopea; también, por supuesto al pobre entrenador que le tocó cómo rival. Se alegraba que no le hubiese tocado Charles, no quería luchar contra él. El chico que le tocó era nuevo, llegó a la estación ayer. Exactamente nunca supieron cómo, pero completaba los dieciséis que se necesitaban para el torneo.

    Era de baja estatura, de piel blanca y ojos verdes. No tenía cabello alguno y vestía idéntico a los demás: playera blanca sin mangas, pantalón de mezclilla y botas negras. Entendía que debía infligir daño al entrenador sin importan que eso estuviera bien o no, su superior esperaba que lo hiriera no que lo tratara tal cual amigo de la infancia. No estaba de acuerdo, claro está. Jamás en su vida provocó algún daño físico a nadie y no quería comenzar, pese a ello, tampoco le agradaba ser victima.

    Así era esto, ser o no ser.

    —¡Empiecen!

    Y el que ataca primero, se lleva la ventaja. Un par de años de experiencia y lanzó rápidamente la pokéball, al instante en que añadía:

    —¡Elekid, impactrueno directamente al entrenador!

    No le dolió en absoluto que la sensación de electricidad unida a un dolor inexplicable atacara su rival, mucho menos el grito desgarrador que soltó en conjunto con algunas lágrimas que caían por su rostro o el hecho que si le ataque hubiese durado un segundo más o la intensidad más alta, posiblemente le causara algo más que un sangrado de nariz. No, le dolió contemplar el tipo de pokémon que salió de la pokéball que el niño había soltado al recibir el rayo.

    ¡Un punto Sandshrew! El pokémon amarillo semejante a un armadillo. Analizó por un momento los cuadros de líneas negras que decoraban su cuerpo y la expresión de desorientación en los ojos oscuros. ¡MIerda! Entonces la estadística le llegó de golpe, gritándole que existía la probabilidad de que todo su esfuerzo por sobrevivir se fuese por un hoyo de tierra. Inhaló aire profundamente, tratando de tranquilizarse. Sólo esperaba que Elekid supiera algún ataque tipo lucha, entonces tendría una oportunidad.

    —¡Sandshew, magnitud!

    Los ojos de Corvus se abrieron por la impresión, la criatura de tierra saltó y posteriormente cayó al suelo en un sonido molesto. Las ondas bajo la tierra en consecuencia del ataque produjeron el movimiento en el suelo; Elekid sólo se plantó mejor, resistiendo el telurio, pero Corvus no era tan fuerte y terminó de pecho contra el suelo, lastimándose la quijada.

    —¡Cuchillada, a ambos! —debía admitirlo, se sorprendía de la habilidad para pronunciar del tipo después de un ataque eléctrico. No era el momento para admirar a nadie, debía hacer algo ya.

    Las garras delanteras del armadillo crecieron algunos potentes centímetros siendo envueltos por una luz completamente blanca. A pesar de que ahora sus piernas temblaban ligeramente y una gota de sudor bajó por su frente, ordenó en voz clara y fuerte.

    —¡Joder, Elekid. Es un ataque de mierda, así que usa puño trueno para detenerlo, haz lo que puedas, pero no lo dejes pasar!

    Casi sonríe satisfecho al ver las pequeñas ondas eléctricas cubrir el puño de Elekid hasta duplicar su tamaño. Ese estúpido niño se arrepentiría de haber querido atacarlo, no tenía planeado provocarle alguna fractura o herida de gravedad, no obstante el idiota ese no pensaba lo mismo, pues estaba dispuesto a cortarle la cara con las cuchillas de su pokémon.

    Cómo esperaba, al ser una ofensiva normal el tipo eléctrico lo contrarrestaba eficazmente. Al menos neutralizó el pokémon, pues no le afecto en nada a su cuerpo. Seguía estando totalmente saludable.

    Eso tampoco era bueno, debía vencerlo no dejarlo al margen.

    —Elekid —pronunció lentamente, el pokémon volteó a verlo con los ojos rasgados —¡usa patada baja cómo si no hubiese un mañana!

    Obedeció. Tan bellamente que Corvus quiso tenerlo en su equipo oficial. Aunque la mirada de asesino en serie que se mostró en el rostro amarillento no le gustó mucho; las patadas fueron continuas y altamente eficaces. La verdad era que deseaba seguir con ese ataque tanto que el pokémon enemigo terminara desmayado más no fue así. Elekid paró minutos después, para descansar.

    —¡Usa desenrollar!

    Ahí comenzaron los ataques de tipo, y al igual que sus desventajas, la preocupación se multiplicó por dos. Sandshrew se enrolló a sí mismo, iniciando una rutina de giro sobre el campo y se dirigió con rapidez a un lento Elekid que lo recibió de lleno. El ataque fue altamente rentable. Nada satisfecho el pokémon amarillo arremetió directamente en el estómago de un paralizado Corvus, haciéndolo doblarse hasta caer de rodillas. Se mordió el labio inferior hasta hacerlo sangrar, había sido cómo si una gran roca dura lo golpease con violencia, no podía ni respirar normalmente para ordenarle algo a su pokémon.

    Elekid concluyó tanto por tipo cómo por estrategia, que debía seguir utilizando patada baja, pero con el rodar del pokémon era muy difícil embestirle. El ladrón de cabello negro hizo un gran esfuerzo y en un suspiro entrecortado, pronunció:

    —Busca…al entrenador.

    Elekid giro ambos brazos con rapidez, recargándose de energía para aumentar su velocidad. De inmediato se dirigió al entrenador para sentarle algún golpe trueno, pero Sandshew volvía a golpearlo en un giro. Corvus tosió un poco y se levantó mostrando una sonrisa arrogante. Agradecía infinitivamente la inteligencia heredada por su madre.

    —MI padre decía: Si no puedes con el enemigo, ataca a su familia. Eso haré yo —dijo, su mano izquierda presionada contra su estómago— ¡Impactrueno al entrenador!

    Se carcajeó orgulloso al ver al entrenador gritar de dolor mientras la descarga le cocía la piel.

    —¡Puedes elegir morir, o detener el ataque de tu pokémon!

    Un instante y el ataque cesó otorgándole la oportunidad de elegir al ladrón. Marelo ni siquiera lo pensó, le ordenó a su pokémon detenerse.

    Corvus sintió una sensación de alivio en el pecho. Había ganado, otro día a salvo.
    —Aquí sólo uno puede estar de pie —exclamó la comandante —, Elekid termina al entrenador con patadas bajas, rómpele esas piernas que tanto parece amar.

    El pokémon asintió usando su ataque contra Marelo. Aunque el niño gritó suplicando que Corvus lo detuviera, este sólo pudo observarlo paralizado de pies a cabeza. Minutos después, Marelo sollozaba contra la tierra, llenándose parte de la boca y el rostro con ella. Su Sandshew siendo más pequeño que él, lo cargó solamente de la cabeza y hombros, arrastrando las demás extremidades. Charles sintió una enorme pena al escucharlo gritar cada vez que las heridas más profundas de la pierna, justo en las rodillas, se rozaran contra los granos de tierra o algunas piedras de tamaño normal. Era un dolor horrible, seguramente.


    Se acercó con rapidez a Corvus que poseía un semblante asustado. Le tocó el hombro queriendo haciéndolo reaccionar; lográndolo; el ganador lo observó por medio de los ojos negros infectados de dudas, de incertidumbre a lo desconocido. A la inferioridad que era saber no sentirse dueño de alguien, de los actos o del futuro; entonces, se sintió un poquito más fuerte que su compañero, más centrado.

    —No permitiré que te pase nada.

    En algún otro instante, en una línea paralela al tiempo, quizás esas palabras no hubiesen hecho más que reír a Corvus, una de esas risas que usaba cuando Charles decía algo estúpido desde el catre. Pero ahora, justo en ese momento, cuando no podía notar algo más allá de la posibilidad de morir o ser tan herido que no le quedaran más ganas de luchar; la calidez de la mano de su amigo fue más notoria, más unida. Sonrío algo más sincero, todavía acompañado de dudas.

    —Yo tampoco dejaré que te hagan nada.

    —¡Charles contra Venedic!

    El pelirrojo asintió, mirándolo. Ese chico que no había dejado de temblar minutos antes le había enseñado que llorar o estar en contra de todos los guardias no era la manera correcta de hacer las cosas. También le enseñó que cuando el otro parecía no encontrarse, él sería quién lo hiciese sentir acompañado.

    —Eso es amigo, de aquí saldremos los dos.

    Ambos, sin miedo.
     
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