Casilleros

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

  1.  
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    La reacción de Shawn le venía en gracia, ciertamente. Después de toda la frustración que había tenido que comerse por la cabrona de Eris Tolvaj, patearle un poco más el orgullo al albino era algo que sí tenía derecho a hacer.
    La respuesta de la muchacha también había sido interesante y en realidad logró sacarle una sonrisa genuina, cálida.

    —Ah sí, ambos somos de tercero —dijo atendiendo entonces al pregunta de la chica, mientras observaba al albino irse—. Ah, kohai-chan, ¿gustarías almorzar conmigo? Y bueno, con el señorito también, si regresa a tiempo. Suponiendo que no hayas almorzado antes.

    Volvió a sonreírle, casi con un aire de hermana mayor. No era que se estuviera forzando a ello, le salía natural. Además iban a ser compañeras de club, ¿no?
     
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    Kaisa Morinachi

    Kaisa Morinachi Crazy goat

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    Masuyo Kobayashi

    Se tomó de buena forma el gesto de Shawn, soltando una carcajada tenue.

    —Gracias —respondió a su bienvenida ampliando su sonrisa calmada. Esas palabras le sentaron más que simple formalidad, como si desprendiera cierta calidez, al igual que la sonrisa de Meyer que no pasó desapercibida a sus ojos.

    >>Oh, ya almorcé en el aula —respondió vagamente apenada—, pero igual puedo acompañarte, no tengo nada más que hacer de todas formas —sinceró, murmullando lo último—. ¿Dónde te gustaría almorzar, senpai?
     
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    Zireael

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    Asintió suavemente al escucharla decir que ya había almorzado y luego agitó las manos restándole importancia.

    —Ah, no te preocupes, Kobayashi-san. Igual creo que queda poco tiempo ya y ciertamente no tengo mucho apetito —respondió. Mentira no era, la gracia de Tolvaj la había dejado con todo a flor de piel, y de hecho sentía el estómago un poco vuelto al revés—. Pero podríamos juntarnos para almorzar mañana, ¿qué te parece? Así nos conocemos un poco mejor antes del club.

    Entrelazó las manos tras su espalda, sonriendo a pesar de todo.

    >>De verdad nos alegra tanto que haya interesados, espero que te diviertas con nosotros, y sobre todo aprendas.


    Perdón Morita, tenía a Laila en pausa porque no sabía si la necesitaba para salvarle el culo al pendejo de Altan pero ya solucioné (?
     
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    Kaisa Morinachi

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    Asintió a las primeras palabras de Meyer, para luego comprobar ella misma la hora en su teléfono, guardándolo una vez echo.

    —Claro que sí, senpai. Suena bien—respondió alegre, este primer día de clases estaba siendo bastante grato.

    El último comentario solo le hizo ampliar su sonrisa enternecida, la chica era en verdad acogedora.

    —El gusto es mío —comentó sin poder evitar una leve reverencia—. Bueno, supongo que hay que ir yendo a las salas. Pudo acompañarte hasta el primer piso si gustas.

    Hitori, con esto ya podríamos ir dando por terminada la interacción entre ellas por ahora, si gustas (?)
     
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    Zireael

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    Quisiera encajar con aquella manada de idiotas o no, lo de Balaam no se lo iba a sacar de la cabeza de ninguna manera.
    No era que viese a la chica en la capacidad de contar a los cuatro vientos lo que había ocurrido, ni de coña, pero sí por algún casual ocurría o si para su desgracia volvía a topar con ella… Joder.

    Esa tarde Jez tenía club, ¿no? Debería volver a casa solo… y sin paraguas. Podía esperar a la albina, pero estaba agotado. Ya Laila podría esperarla.

    Apoyó la espalda en la línea de casilleros de segundo.
    Vergüenza tenía que darle haber tenido que tomar esa decisión, pero era la más prudente a su parecer. Podía usar la máscara ajena para intentar contener a Balaam.

    Porque la zorra había vuelto a tocarlo al salir, a pesar de que le advirtió que no lo hiciera.

    Distinguió la figura delgada, el cabello negro y la víbora azulada. Venía estirando el cuerpo, como si hubiese despertado de un profundo sueño.

    —Kurosawa. —La llamó y cuando ella posó la vista en él notó que tenía los ojos irritados.

    Frunció el ceño pero, como siempre, no preguntó.

    —¿Necesitas algo, Al? —Lo atajó mientras hacía el cambio de zapatos y sacaba el paraguas del casillero. Todavía sentía los músculos de las piernas quejarse.

    —Pasas tiempo con los de tercero.

    —No exactamente, pero asumamos que sí.

    —Hay una chica nueva, transferida, en el aula de Usui. —La vio tensarse y soltó una risa sin gracia—. Relajada, Kuro-chan, no he dicho ni la mitad.

    —Estoy relajada.

    —Necesito que me hagas un favor —empezó, fijándose que la chica no anduviese cerca—. Balaam, cabello corto, claro. Ciega, lleva los ojos cubiertos y se mueve por sensores de proximidad en las muñecas.

    —¿Qué embrollo tienes ahora? —preguntó ella, enarcando una ceja.

    —En la misma clase, Gotho Natsu, tatuado, cabello negro. Ojos del mismo color que los de wan-chan. Estuvo enredado con pandillas igual. Parece el tipo de imbécil con el que te enredarías, ya que estamos, pero no lo hagas —continuó, dejando pasar al hecho de que Shiori había ignorado olímpicamente la mención a pandillas, ¿el cachorro se lo había dicho ya? Curioso por demás—. Gotho pretendió abordar a Jez, ella lo rechazó, intentó acercarse también en la biblioteca y luego le pidió a otro muchacho, Ishikawa de la 3-3, que consiguiera su número.

    —Al, apúrate, tengo mucho sueño. —Se quejó pegando la espalda a la línea de casilleros frente a él.

    —La chica es… Bueno, incapaz de creer que Gotho haya hecho semejantes cosas. Me escuchó cagarme en sus muertos en el almuerzo, me siguió y consiguió encerrarme con ella en uno de los cuartillos de limpieza. —Sacó el móvil y escribió el resto en una nota, antes de extendérselo para que lo leyera.

    Kurosawa frunció el ceño.

    >>Necesito que cuando puedas la distraigas, eres cálida, puedes ser amable con ella. Si la chica consigue pescarme de nuevo, no sé qué podría pasar, me saca de quicio.

    —¿Quieres que sea tu muro de contención? —preguntó Shiori, intentando no soltar una risa—. La chica se va a ceñir conmigo también si sabe que estoy intentando salvarte el culo.

    —No tiene por qué saberlo y en cualquiera caso, si lo hace, pues a la mierda todo ya. Si se entera y te hace algo, me llamas, ¿de acuerdo?

    —Pero qué lindo~ ¿Me quieres cuidar? —Altan le soltó un golpe sin fuerza en la coronilla.

    —Que no se te suba a la cabeza, tonta.

    —¿Qué me darás a cambio, de todas formas?

    —¿Ah? —Suspiró con pesadez—. No lo sé, ¿dejar de molestar a Usui? Al menos con tanta frecuencia.

    —Me vale. —Extendió la mano frente a él, quien la tomó, cerrando aquel trato extraño y la dejó ir después, regresándola al bolsillo.

    —Saluda a wan-chan. Debiste pasarlo bomba anoche, ¿no~? —soltó mientras comenzaba a caminar hacia la salida.

    —¿No fuiste tú el que me llamó mientras nos íbamos? —preguntó Shiori, con evidente diversión en la voz—. Además, ¿eres idiota pensando en irte sin paraguas?

    —Ya no seas cabezona. Preocúpate por quién corresponde en vez de por mí.

    No le dio tiempo de responder, antes de que se alejara corriendo por el patio frontal.
    Shiori permaneció apoyada en la fila de casilleros.


    Hablando con Gabi: no quiero a Shio versión The Justice en el rol
    Also yo: *este post*
     
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    Insane

    Insane Maestre Comentarista empedernido

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    Caminó con la mochila al hombre y el cabello húmedo por la ducha que se había dado para limpiarse el sudor, jugando con las llaves de su casa entre sus dedos mientras mantenía la mano derecha en el bolsillo, pasando sus filosos orbes por los casilleros, casi como si detallara cada uno de ellos, ignorando por completo la presencia de los demás estudiantes al no encontrar la persona que estaba buscando.

    Luego de la clase Violet simplemente desapareció, sin buscarlo como solía hacerlo, bajando los escalones a un paso aterrador para la condición que tenía, si es que no se había prendido de alguien. Entonces notó a lo lejos el carro de la madre de ésta abriéndole la puerta del copiloto para que se subiera, provocando que elevara una de sus cejas.

    Estúpida.

    Él había acordado en llevarla a casa, por qué motivo terminaría llamando a su madre a que pasara por ella. Era tan fastidiosa a veces. Se guardó las llaves y sujetó uno de los tantos paraguas que de seguro tendrían dueño. Lo abrió y sin darse cuenta dirigió la mirada hacia una de las muchachas que estaba en los casilleros, escudriñándola como si le atribuyera su mal humor, sin embargo aquello no duró más de un par de segundos, saliendo del instituto con aquella parsimonia que lo caracterizaba.

    A fin de cuentas su comportamiento sutil y vulgar estaban distanciados por la ignorancia de lo que sucedía a su alrededor.
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Las clases tras el receso le habían resultado ruido blanco pero brutalmente pesadas. Cuando Liza abandonó el salón y quedó nuevamente sola con sus emociones, esas que se sentía incapaz de controlar, la rabia la asoló. La asoló de forma brusca, se apoderó de su cuerpo, la poseyó y la cegó. La rabia consigo misma y con su inmensa estupidez. Con las elecciones ridículas que tomaba, con el hecho de que estaba sola y seguiría estándolo.

    La realidad la golpeaba con la contundencia de un mazo. Una y otra y otra vez. Y repentinamente las paredes del salón parecían hacerse pequeñas y buscar aplastarla.

    Sola.

    Sola.
    Sola.
    Porque estaba enferma.

    Y lo odiaba.

    Y se odiaba.
    Pateó con fuerza una silla que cayó al suelo con un sonido metálico. Y la pateó. Y la pateó. Y la pateó con rabia, con los dientes apretados, furiosa. Como un animal. Ensañándose y catalizando el ardor burbujeante en sus venas. La mejilla le ardía, aún sentía el tacto caliente y doloroso sobre la piel.

    ¿Pero era eso siquiera lo que importaba? No tenía a nadie. Porque era una completa estúpida.

    La palabra golpeó nuevamente su cabeza. Le rayó el cerebro.


    Trastorno límite de la personalidad.

    Sentimientos crónicos de vacío.

    Nula capacidad para regular emociones.

    Explosiones de ira inapropiadas o intensas.

    Comportamientos erráticos.

    Autolesiones.

    Relaciones interpersonales inestables.

    Incapacidad para tolerar la soledad.

    Extrajo un pequeño espejo de bolsillo de su bolso y se miró. Allí estaba. La marca roja, la impresión casi perfecta de los cinco dedos en su mejilla derecha.

    Qué lamentable.

    —Ah, White-san—murmuró y giró ligeramente el rostro para comprobar mejor el alcance de la lesión. Contrajo ligeramente su expresión —mi cara.

    A nadie en casa le iba a importar una mierda. Quizás el único que hiciera ademán de cuestionarle sería Watari, su mayordomo, pero mantendría silencio porque así funcionaba ese mundo elitista y plastificado al que pertenecía.

    Sin humanidad.

    —¿Honda-san?—murmuró una voz casi sobrecogida. Se deslizó menuda y asustada, detenida frente a la puerta del aula.

    La miró. Y sus ojos opacados se encontraron con una chica de su clase. Tenía el cabello castaño, largo, que caía en ondas suaves sobre sus hombros e intensos ojos miel. Su expresión en aquellos momentos mostraba absoluta consternación al ver la silla arrojada al suelo y a Mimi allí, recortada contra las ventanas y la lluvia feroz e intensa.

    Como una película de terror.

    —¿Qué... qué ha pasado?—musitó.

    —Ah, ¿esto?—respondió como si nada y sonrió con falsedad—. ¿Quién sabe, Suzumi-san?

    Quién sabe.

    Sumire Suzumi se tensó ligeramente ante el tono vacío y la expresión sumamente falsa en el rostro de Honda. Por el poco tiempo que la conocía, había podido comprobar que era una joven altiva y orgullosa, nacida en cuna de oro y que estaba acostumbrada a obtener lo que quería. Asimismo no parecía una mala chica. No habían hablado mucho, pero siempre le había parecido una persona que sufría inmensamente en el fondo.

    En ese momento no fue la excepción.

    Ingresó en el salón como un animalito asustado, tímida, porque las clases estaban por empezar en poco tiempo ahora que había sonado la campana que daba fin al receso. Levantó la silla del suelo de forma cuidadosa y se sentó en su mesa sin hacer ruido.

    Le dirigió una mirada breve antes de desviar la vista, nerviosa.

    ¿Le habían golpeado el rostro...? ¿Quién? ¿Y por qué?

    ***

    Incluso si Kurosawa no hubiera decidido cancelar ese día el club de cocina ni de coña hubiera pensado acercarse. Seguiría asistiendo porque era meramente orgullosa y probablemente eso era lo contrario que esperaba nadie que hiciese.

    Que le dieran.

    Que le diera a todo.

    Cerró el casillero de un golpe seco y por el rabillo del ojo vio a Kurosawa justo en la línea trasera. Estaba allí, quieta, como si aguardara algo. ¿Esperando a su perrito tal vez? La idea casi le hizo gracia pero no mostró señal alguna de que su presencia le interesara realmente. Ni siquiera cuando el día interior había tratado de ayudar a ese par de idiotas a poner las cartas sobre la mesa de una buena vez.

    No habían desaprovechado la oportunidad ¿no? Qué lindo.

    Ni siquiera la miró, como si no existiese, como si fuera un elemento más de la decoración de la sala, cuando tomó el paraguas que había traído en la mañana y se dispuso a abandonar la academia.
     
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    Zireael

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    Podía haberla ignorado como había hecho ella, ciertamente, y quizás debía hacerlo. Pero la Mimiko Honda que había cerrado el casillero de aquella manera no era la misma que le había hecho galletas con tal de demostrarle que podía. Encima le había notado la mejilla resentida, incluso aunque habían pasado horas.

    No era su amiga.

    Es más, Honda no la soportaba.

    Había visto, ¿no? Debajo de la máscara.

    El deseo de poder, de control, la capacidad de manipulación.


    Y aún así, al verlos como un par de idiotas, había intervenido para que finalmente ella y Hiroki hicieran algo respecto a su estupidez.
    Además cuando se fue al suelo, ¿no fue ella una de las primeras en reaccionar?

    Katrina, ¿qué cojones hiciste, por Dios?

    No era su amiga.

    No lo era.


    Pero esa no era la Mimiko que conoció y a la que había querido alcanzar.

    Katrina, como te tenga que arrastrar de las greñas para que me regreses a la princesa...

    Sus pies se movieron casi sin permiso, siguiendo los pasos de la rubia.

    —Honda-san. —La llamó—. Honda, ¿qué hizo la idiota de Katrina?

    Fue directa, dudaba mucho que quisiera andarse con rodeos en ese momento. Como fuese, después del receso, del desastre del pasillo... La máscara ya no estaba o al menos faltaban fragmentos bastante grandes.

    Estaba genuinamente preocupada por Mimi, como una niña tonta.

    No iba a defenderla, incluso si Akaisa era su amiga, jamás iba a defenderla cuando provocaba a otros hasta que estos explotaban.

    Habían castigos que eran más que merecidos.

    Aquí torettizada
     
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    Yugen

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    Apretó los labios al escucharla. No. No. Mierda. No quería hablar con ella, no quería verla y mucho menos quería que tratase de entrometerse en sus problemas como la figura cuidadosa y maternal que pretendía ser.

    Como Liza White.

    Allí estaba, tendiéndole un salvavidas en el mar embravecido de sus propias emociones, mientras se ahogaba y se hundía en sus profundidades. ¿Pero iba a tomarlo?

    No.

    Trataban de llegar a ella pero no había forma de alcanzarla. Ya no. Se había cerrado en sí misma, impuesto espinas en su usual coraza para alejar a quien osase acercarse demasiado. Siempre había sido así... porque su corazón era muy frágil, porque buscaba protegerse inútilmente de un mundo que jamás le habían preparado para enfrentar. Siempre le había aterrado que terminara rompiéndose, quebrándose en pedazos dispersos y fuese incapaz de recomponerlos. Tenía miedo después de lo ocurrido con Aika. Lo había visto. Era Incapaz de confiar en sí misma, de controlar sus propios impulsos. De manejar la ira que llevaba dentro de sí desde la muerte de su madre y la apresurada boda de su padre con otra mujer.

    Estaba frustrada con Emily, estaba furiosa con Akaisa y su estúpido tablero de juego. Odiaba que Hodges hubiese decidido ser una pieza más por voluntad propia. Odiaba que la zorra roja hubiese tenido la trampa y ella hubiera caído como una completa estúpida en ella.

    Le daban ganas de vomitar.

    —¿Te interesa?—preguntó y con lentitud se volteó para encararla. Su voz era un vacío plano de emociones, monocorde. Detalló su expresión, los ojos color atardecer y la mecha azul eléctrica que constrastaba con el resto de su cabello negro. La mancha en el lienzo—. ¿Cómo te enteraste? Estabas aprovechando la oportunidad que le di a ti y a Usui-senpai en la enfermería ¿no? Por eso no apareciste el resto de las pruebas.

    Por dios. De verdad había tenido que intervenir para que esos dos idiotas se dieran cuenta de una vez. Qué patético.

    En un acto casi mecánico, nacido de quién sabría donde, acercó la mano a la mejilla de Shiori y deslizó sus dedos sobre la piel. No había calidez alguna en ese gesto. Era gélido y la sonrisa vacía de sus labios no alcanzó sus ojos. De hecho parecía estar... burlándose.

    Casi ronroneó.

    >>¿Te lo pasaste bien Kurosawa-san?
     
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    Zireael

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    Sin dudas iba a tener que reñir a Katrina, lo que sea que hubiese hecho empujó a Mimi quien seguramente había estado caminando al borde del pozo.

    ¿Había estado con sus amigas esa tarde siquiera?

    En otras condiciones quizás el que le recordara lo de la enfermería le hubiese enviado algo de sangre al rostro, pero no así. No con esa Mimi vacía de todo lo que había sido y podía ser.

    Se parecía a Katrina de esa manera, no solo físicamente, sino en su forma de actuar. Ponía distancia ya no con su orgullo, sino directamente con brusquedad.

    —Katrina me dijo que hubo un alboroto, el resto de piezas se unieron solas —respondió concisa.

    No retrocedió al verla acercarse, tampoco dejó de mirarla cuando le acarició la mejilla en aquel gesto hueco y frío. Una parte de sí, extraña, tuvo el impulso de apretar el rostro contra su mano casi como gato pero obviamente no lo hizo.
    Detalló, sin embargo, sus manos delgadas.

    Jamás se lo diría, claro, que era una copia de carbón de Katrina Akaisa.

    Tampoco le puso importancia a su sonrisa y al tono burlón de todo aquello, cuando en otro momento la habría sacado de quicio.

    No respondió a la pregunta. No estaba allí para eso.

    —Mimi. —La llamó, sabiendo que se estaba tomando confianzas, que si le daba la gana iba a irse nada más iba a hacerlo o incluso se podía ceñir más con ella si era posible, que podía abofetearla como había abofeteado a Katrina—. ¿Dónde se supone que quedó la chica que me hizo galletas para demostrarme que podía con eso y todo lo que se le pusiera en frente?

    Su voz fue casi un murmuro, apenas se había alzado sobre el ruido de la lluvia.
    Buscó en su mirada algún atisbo de ese orgullo y no encontró nada.

    >>Me hubiese gustado... Ser su amiga. Aunque no me soportaras entonces ni ahora, aunque no me dejaras entrar.


    Se me salió gay Shio en este mess pero me la pude regresar al bolsillo
     
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    Yugen

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    Aquella sonrisa vacía se borró paulatinamente a medida que la escuchó. ¿Qué era en cualquier caso? Una máscara tras otra. Ella, que siempre había detestado ese mundo de máscaras. Qué era altiva y orgullosa pero transparente como el cristal.

    Había tomado la misma actitud que detestaba de una de las persona que más odiaba en ese momento. Y no eran su madrastra o el parásito usurpador de su hermanastro. Era alguien que era prácticamente una sombra de sí misma. Prácticamente las mismas facciones suaves, la misma complexión delgada y atractiva, los mismos ojos. Incluso si tenía heterocromía y esa mirada felina eran prácticamente la misma persona.

    La bilis escaló a su garganta.

    Katrina Akaisa.

    La misma que manipulaba a las personas como piezas de un juego macabro. La misma que estaba jugando con Emily porque ella había caído como una estúpida.

    Esa Katrina.

    La misma que se había reído cuando el muro de contención estalló. Y ella se quebró en pedazos.

    ¿Fue ese el momento cuando todo empezó a caer por inercia? ¿Había sido ese instante el momento de inflexión? Una parte de su ser siempre había sabido que no podía tratar a Emily ni a ninguna de las personas que se le acercaban como pertenencias propias, ni siquiera cuando le hacían tanto bien. No podía tomarlas y encacelarlas para sí misma, ser una maldita perra egoísta y posesiva. Cuando llenaban vacíos y huecos emocionales y le hacían sentir que aquella soledad en la que vivía era meramente una ilusión.

    Quería aferrarlas. Atesorar de forma desesperada ese sentimiento.

    La otra parte de sí siempre había querido protegerla. Proteger a las personas que le hacían bien, cuidar de ellas y preocuparse por su bienestar como nunca se preocuparon por el suyo. Y precisamente porque quería proteger, porque aún deseaba hacerlo... había apartado a Liza de sí misma
    .

    Para que no tuviera que lidiar con esa Mimi rota y estúpida, con esa Mimi inestable, incapaz de controlar sus emociones.

    Con esa Mimi enferma.

    Deja de hacer eso—casi siseó, brusca, y apartó la mano de su rostro dejándola caer como un peso muerto—. Deja de intentar entrar. Deja de hacerte la figura buena y cariñosa. ¿Ser mi amiga?—soltó una risa baja, sin gracia. Pero ya no se burlaba, incluso si trataba desesperadamente de colocarse nuevamente la máscara. Apretó los labios y sintió aquel ardor conocido en sus ojos—. No digas estupideces. Nadie querría estar al lado de una persona como yo.

    Pero joder.

    Era tan débil.

    >>¿No fuiste tú acaso quién quiso golpearme el primer día? ¿La que se burló?—una ira extraña, que estaba meramente dirigida contra sí misma se apoderó entonces de ella y en un movimiento rápido y casi imprevisible empujó a Shiori contra el casillero y su palma extendida golpeó el mismo a un costado de su cabeza. El golpe sordo y metálico opacó por unos instantes el implacable murmullo de la lluvia—. No sé qué clase de persona crees que soy, pero olvídalo.

    —Mii-chan.

    La voz conocida, apenas un soplo, un jadeo ahogado, y el sonido metálico de una lata impactando en el suelo y rodando logró captar su atención. No necesitaba girarse para saber de quién se trataba, reconocería esa voz en cualquier parte. Pero lo hizo de todas formas. Dirigió la mirada en su dirección y sus ojos se encontraron.

    Azul y verde.

    Ese azul oscurecido, como un pozo sin luz, vidrioso.

    Ese verde de prado, de pupilas contraídas, mostrando absoluta consternación.

    Aika.

    Miedo. Como un cervatillo al ver un león.

    Su aparición, su gesto sobrecogido, la palidez que se había apoderado de su semblante le recordó esa noche. Su cuerpo menudo bajo el suyo, incluso cuando era considerablemente más alta que ella. La cama, sus emociones confusas, entumecidas. Recordó como había tratado de usarla, de aprovecharse de los sentimientos que sabía que tenía por ella. Usarla. Para sentirse menos sola. Apreciada y necesaria.

    Para alejar aquel vacío.

    Puta basura.

    No eres mejor que Katrina.
    Eres otro monstruo como ella.

    Haciendo llorar a una niña.
    Decepcionando a las personas que creían en ti.
    Sufre maldita perra.
    Soltó una risa sardónica por la nariz y sus dedos resbalaron por el casillero como si repentinamente no tuviera fuerzas ni energías para seguir con aquella conversación. Se apartó de Kurosawa dejándola finalmente libre. No volvió a mirarla, ni a ella ni a Aika. No se sentía capaz. Afrontar la culpa o el dolor ni ver aquellos ojos, antaño tan vivos y alegres, mirarla con tal cuota de terror. Levantó el paraguas que había dejado tirado en el suelo y encaminó sus pasos hacia la salida.

    Quizás era eso lo que merecía.

    Estar sola.

    —¡Mii-chan!

    >>¿Dónde se supone que quedó la chica que me hizo galletas para demostrarme que podía con eso y todo lo que se le pusiera en frente?<<

    ¿No era obvio acaso?

    Se detuvo en la puerta y abrió el paraguas. El rosa opaco la cubrió. Al menos algo parecía permanecer inalterable. La lluvia seguía cayendo con fuerza, inmutable, como un llanto agónico.

    —Murió, Kurosawa-san—respondio finalmente la pregunta con la voz átona, vacía, un tono quedo, como si fuese incapaz de alzar la voz. La aparición de Aika había logrado ganarle el tiempo necesario para volver a colocar la máscara en su lugar—. Olvídate de que existió alguna vez.

    No esperó una respuesta por parte de ninguna. Solo se alejó y sus pasos se perdieron, casi oníricos, bajo el fragor de la lluvia.

    Ninguna de las dos lo sabía. Pero esa fue la última vez que vieron a Mimiko Honda en un buen tiempo.

    Ese kabedon a Shio papá (?)
     
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    Zireael

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    Era cierto, ella había querido golpearla, ella se había burlado pero eso era porque se había metido con los dos centros de su universo.


    Watanabe Nagi y Usui Hiroki.


    Mordería la yugular de cualquiera buscando defenderlos, era esa clase de persona. Con o sin máscara.

    Pero incluso después de eso, luego en el club, luego de las galletas, algo de Mimiko Honda se había filtrado por las murallas.
    Si esa era la chica que podía ser, quería conocerla, quería estar con ella.

    "Deja de hacerte la figura buena y cariñosa".

    No puedo ser otra cosa, perdóname. Lo terminé de entender hace un rato.

    Por eso me acerco a las bestias.

    Por eso protegeré a todos de sí mismos.

    Pero tú no me dejas.


    Tienes miedo, terror, y prefieres asegurar tu soledad antes de dejar que los otros piensen por sí mismos en apartarse de tu lado. No eres consciente siquiera de que nunca te dejarían.

    Ni siquiera reaccionó cuando la palma de la rubia se estampó junto a su cabeza, permaneció estática, con los ojos clavados en ella. Había que ver la entereza que estaba mostrando.
    Sintió el frío de los casilleros escalarle por la espalda.

    Eres idiota, Mimi.

    "Murió, Kurosawa-san".


    Ese fue el único momento en que reaccionó, sus ojos de atardecer se abrieron, incrédulos y sintió el impulso de seguirla, de lanzarla al suelo y sacudirle la estupidez a bofetadas.

    Sus piernas cedieron y deslizó la espalda hasta el suelo, donde cayó de rodillas.
    Tenía deseos de llorar otra vez, llorar y romperlo todo.

    Fracaso.

    Una lágrima traidora, de pura frustración, le resbaló por la mejilla, la limpió de mala gana, con la mirada clavada en el suelo.
    No podía verla irse, de alguna forma si la observaba estaba aceptando que la orgullosa Honda había muerto.

    Y su puta madre iba a aceptar eso.

    —Lo siento —dijo, dirigiéndose a Aika—, yo la provoqué. Ella se hubiera ido nada más, pero yo la busqué.

    Soltó una risa floja.

    >>Perdona, no puedo traer a tu amiga de regreso si no me deja entrar y no sé si alguna vez lo haga. Si logra volver... Lo habrá hecho sola porque así lo decidió.

    ¿Estaba admitiendo su derrota? Sí.
     
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    Yugen

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    Tras la breve conversación con Kohaku sus ánimos se habían mantenido altos el resto de la tarde. ¡Iban a enseñarle a tocar la guitarra! Había tratado de atender a las clases incluso si difícilmente lograba entender el temario, pero todo fuese por su buen humor. La lluvia ya no parecía poder opacar su estado emocional, no iba a permitir que lo hiciera. Había comprado una lata de soda y había bajado las escaleras animada, dando sorbos ligeros a la lata murmurando una cancioncilla que había inventado en ese preciso instante. Llevaba tarareándola toda la hora.

    —Guitarra~—canturreó— Gui-gui-tarra~ Yay~

    Entonces lo vio.

    A Mimiko Honda empujando a Shiori Kurosawa contra el casillero. Escuchó el golpe metálico, seco, y el corazón se le detuvo en el pecho de forma súbita. El alma pareció caerle a los pies, su cuerpo se congeló y la lata de soda se le resbaló de las manos y rodó derramando su contenido.

    Clack.

    Los ojos se le abrieron de súbito, las pupilas contraídas por el shock en el momento en que la imagen alcanzó su cerebro y el tren de su pensamiento se disparó. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué mierda estaba haciendo? No sabía si se paralizó porque las imágenes de la noche aparecieron una tras otra en su mente, si volvió a sentir el colchón a su espalda y los labios cálidos, la ansiedad reptando por sus venas, o si por el contrario fue por el propio contexto de la situación.

    Daba igual el por qué.

    Cuando sus ojos se encontraron su cuerpo retrocedió un paso sin permiso y en el momento en que Honda notó eso su expresión se ensombreció. Escuchó su risa vacía, sin gracia, y la vio marcharse sin poder hacer nada por detenerla. Deseó hacerlo. Quiso correr tras ella, preguntar qué había pasado, por qué decía que había dejado de existir cuando estaba allí, cuando claramente seguía allí. Mimiko Honda estaba viva y era real y podía verla así que... ¿qué?

    ¿Por qué?

    Las palabras, el tono derrotado en la voz de Kurosawa la hicieron sobresaltarse y se giró en su dirección. La arrancaron del trance extraño y la conmoción. ¿Dejar entrar? ¿Lograr volver? Le impactaron con enorme contundencia incluso si no lograba entenderlo. Se sentía confundida, agobiada, repentinamente ansiosa. La respiración se le aceleró.

    —¿Quieres decir que puede no regresar?—preguntó con un hilo de voz, conmocionada y se acercó a ella arrodillándose y tomándola de los hombros. Sentía miedo, sentía pavor. Sus ojos verdes la observaban sobrecogidos—. ¿Eso quieres decir Kurosawa-san? Oye. ¿No va a volver?—había tenido miedo de encararla pero repentinamente estaba aterrada de perderla. La zarandeó suavemente, como una niña inocente, buscando respuestas a algo que se le escapaba— Kurosawa-san.

    Kurosawa-san.

    Ni siquiera tenía ánimos para llamarla por uno de esos apodos que le ponía a todo el mundo. No en ese momento. No ahora cuando estaba confusa y asustada y preocupada y tenía miedo.

    >>¿Por qué dijo que la olvides? ¿Se va a morir?

    *abraza con fuerza a esta softie cinnamon roll y la protege del mundo*
     
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    Zireael

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    La reacción de Aika fue lo que logró volver a ponerla en su lugar, arrojando la frustración en algún rincón de su mente. La zanrandeó como hacían los chiquillo confundidos y esa imagen la arrojó a Hiroki horas atrás, cuando se le había soltado a llorar y él no entendía nada.

    Se puso en orden de nuevo. Sacudió la cabeza, extendió las manos y las colocó en las mejillas de la muchacha con cuidado, con un mimo maternal. Le sacaba varios centímetros de altura, pero era una niña, actuaba como tal.

    —No digas tonterías. —La atajó antes de atraerla hacia sí, envolviéndola en un abrazo repentino—. Mimi no se va a morir.

    La presionó contra su cuerpo con fuerza.

    >>Solo está... Necesita una ayuda que ni tú ni yo podemos brindarle, pero nadie se va a morir. A eso me refería. —Primero la mataba a hostias que dejarla abandonarse a morir y sabía, en el fondo, que Mimiko Honda no haría algo así—. Perdona, dije cosas raras y te asusté. No me hagas mucho caso.

    ¿Qué si iba a volver? No lo sabía. No tenía la respuesta a eso y lamentaba no poder brindársela.

    —Cuando regrese —murmuró aunque no sabía si eso iba a pasar. El vacío que había visto en los ojos de Honda casi le provocaba escalofríos, a pesar de que no lo había demostrado—, habrá que recibirla con bombos y platillos, ¿no crees? Como merecen las princesas.

    Soltó el agarre en torno al cuerpo de la menor para incorporarse despacio y luego le extendió la mano, para ayudarla a levantarse también.

    Dios, qué desastre.

    Katrina se iba a llevar una regañina de las buenas.
     
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    Yugen

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    Su mente se había disparado, confusa, alterada, buscando toda clase de posibilidades. Jamás había visto a Mimi actuar así y había sido imprevisible en multitud de ocasiones.
    El abrazo de Shiori sin embargo apagó parte de su nerviosismo como una suerte de bálsamo y se dejó envolver por sus brazos cálidos incluso si no lo entendía del todo.

    Mimi no va a morir.

    —Pero ella dijo que—musitó.

    No importa lo que dijese.

    El abrazo se volvió algo más fuerte y Aika se vio apretada contra su cuerpo, estrechada. No hizo ademán alguno por huir. Se quedó allí, quieta, escuchando sus palabras suaves, conciliadoras, como una madre hablando a un niño curioso y el rumor de la lluvia tras las puerta. La lluvia era fría, gélida, pero los brazos y el cuerpo de Shiori eran cálidos como una fogata. Un calor apacible y maternal que lograba poner sus ideas en orden y serenarla.

    Una ayuda que no podemos brindarle.

    ¿Por qué no? deseó cuestionar. Siempre había estado ahí para tenderle una mano, para ayudarla en todo lo que podía. Cuando rompió a llorar en el armario de enseres estuvo allí con ella, abrazándola, asegurándole que no estaba sola. Esa era una de las cosas que sabía. A Mimi le aterraba la soledad. Sentirse abandonada, no tener a quien acudir. Ser prescindible e innecesaria.

    Pero no lo era. Era una buena chica en el fondo con un gran sentido de la lealtad y el cariño por las personas que quería. Era una orgullosa, pero también le gustaba ir de compras, los pasteles, los gatos. Le gustaba la música clásica, sabía muchos idiomas, se pintaba y cuidaba sus uñas, tenía la manía de morderlas y enredar mechones de su cabello en el índice cuando estaba nerviosa. Poseía un gran sentido del deber y la justicia, era protectora con las personas más frágiles y en el fondo, aunque lo negase, quería ayudar a todos.

    Esa era Mimiko Honda.

    La verdadera.

    La que ella quería.


    >>Habrá que recibirla con bombos y platillos, ¿no crees? Como merecen las princesas<<

    Un sentimiento cálido la embargó al escucharlo. Le llenó el pecho como agua clara y le iluminó los ojos esmeralda como si contuviesen estrellas. Si estaba deprimida seguro le haría bien algo como eso. Ella siempre se había visto como una princesa. Siempre le había gustado ser tratada como tal.

    —A Mimi le gusta el color rosa—murmuró y sorbió por la nariz pasándose el antebrazo sobre los ojos. Entonces sonrió. Incluso si su sonrisa se veía algo más débil de lo usual—. Podemos prepararle un pastel de fresa de bienvenida. Aunque se me da fatal cocinar...—soltó una risa baja, débil y culpable y se rascó la mejilla en un ademán tímido. Se sentía tan torpe—. Soy un desastre para eso. ¿Me enseñarías Kurosawachi?

    Kurosawachi.

    Tomó la mano que Shiori le ofrecía y se incorporó. Pero había algo, algo que sonaba como un zumbido insistente, que hacía eco en algún lugar de su mente y le apretaba el corazón en un puño. Algo que había logrado ignorar hasta ese momento. Que había sido opacado por el miedo. Algo en lo que prefería no pensar pero permanecía ahí, acechante como una serpiente. Culpa. No podía evitar sentirse culpable, pensar que todo eso se debía a su rechazo. Tal vez debió acceder. Joder, había querido hacerlo. Por supuesto que quería, en otras circunstancias hubiese estado demasiado feliz. Pero no quería aprovecharse de su vulnerabilidad ni de su estado. No era lo correcto. Ella sabía la verdad tras sus acciones. Agachó la mirada hasta que el flequillo la ocultó, sintiendo el ardor en sus ojos verdes. Apretó los labios al sentirlos temblorosos.

    —¿Crees... que es culpa mía?—preguntó con un hilo de voz. Apenas fue un murmullo bajo como si temiese alzar demasiado la voz. Como si realmente no quisiera ser escuchada—. Porque me negué. No es como si no quisiera en otras circunstancias solo... solo estaba asustada. No quería ser el sustituto de Emily—el peso de las emociones la superó y se echó las manos al rostro. Las apretó buscando resguardarse, queriendo protegerse. Ni siquiera pensó que Shiori ni siquiera sabría a que se estaba refiriendo. La voz se le quebró— Duele. Duele mucho. ¡Yo solo quería...! ¡Yo solo quiero que estemos bien! ¿Por qué es tan difícil?
     
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    Zireael

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    "A Mimi le gusta el color rosa".

    Era obvio, por demás, bastante predecible.
    La sonrisa de Aika por algún motivo se le antojó como un reflejo de sí misma, a pesar de que sabía que había pasado tiempo sin sentir genuina alegría, su sonrisa había aprendido a aparentarla.

    Le sonrió devuelta, cálida y amable. Era la sonrisa de una madre.

    Fresa.

    —Por supuesto. Puedes prepararlo con nosotras en el club, ¿qué te parece, Izumi-chan? —preguntó mientras le acariciaba el brazo—. Podemos dibujarlo un gatito encima, ella se parece a uno~

    ¿Qué hacía allí, hablando de prepararle un pastel a Mimiko Honda?

    Pastel.

    ¿Podía prepararle pastelitos a Hiroki?

    Shiori, concéntrate.

    Le dolía el pecho por alguna razón. Llevaba años sin permitirse sentir nada genuino y cuando por fin se lo permitía era una oleada de las emociones más fuertes de todas.
    La madrugada anterior, el receso y ahora la salida.

    Nunca creyó que de todo lo que podría llegar a sentir, una de las primeras cosas fuese verdadera preocupación por Mimiko Honda y ahora por Aika Izumi.

    Preocupación por todos los que la rodeaban.

    El hilo que la unía a la madre loba se tensó, reluciendo con una claridad que no había tenido nunca. En ese preciso momento pudo ver los hilos que emergían también de Aika, como habría podido hacerlo Altan.

    De Aika a Mimi y Emily, de Mimi sólo a Emily.

    Al parecer no sólo tendría que hablar con Katrina. La lista sólo aumentaba.

    Lo había sabido desde el primero momento, lo de Emily Hodges, pero lo de Aika no.

    Estiró la mano izquierda, colocó los dedos con cuidado en el mentón de la menor y la hizo levantar la vista hasta que el verde de los ojos ajenos encontró el naranja de la fogata.

    —No es tu culpa, Izumi-chan, y escúchame con cuidado. Hiciste bien, nunca te permitas ser el sustituto de nadie, ¿me oyes? Nunca. Es malo para ti y para la otra persona. Si van a quererte, que te quieran porque eres tú... No porque superponen la imagen de alguien más sobre ti. —Era hipócrita de su parte, por supuesto, después de su enredo con Sonnen no era quién para hablar de usar y ser usada. Pero entre toda la gente, Aika no merecía ser un mero sustituto—. Sentir es difícil, no te voy a mentir. Lo supe hace mucho y en los últimos dos días me quedó todavía más claro. Es difícil y da miedo, pero tienes que permitírtelo. Es posible que todo siga siendo así de complejo o más, pero confío en que en algún momento recuperaremos a la Mimi que tú quieres. De verdad quiero confiar en eso.

    Le dedicó otra sonrisa antes de picarle suavemente la mejilla.

    >>Incluso si sigue sin soportarme, no me interesaría en tanto volviese a ser la misma. —Mentira no era—. Me dijeron que Mimi peleó con Akaisa-senpai, si a algo hay que echarle la culpa es a lo que sea que haya hecho Katrina, créeme que la conozco bien. Puede que no haya respondido, pero el ataque de Mimi se lo tiene bien merecido y quizás no lo entienda hasta que vea la gravedad de lo que causó con sus malditas imprudencias.

    Se separó de la chica y se agachó para levantar su propio paraguas, que en la conmoción había terminado en el suelo.
     
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    Yugen

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    Apretó aún más los labios buscando desesperadamente acallar sus sollozos, el nudo en la garganta. No quería llorar. Su propio llanto le recordaba esos día grises, oscuros, donde incluso ser feliz parecía una carga. Esos días donde no quería ver a nadie y el peso en su pecho era tan inmenso que casi costaba respirar.

    Depre-chan.

    Qué cruel eres.

    Todo se había precipitado tras el accidente y la muerte de Minato. El mes que pasó en coma y sus secuelas. A veces se sentía verdaderamente culpable e hipócrita cuando quería saber qué pasaba con sus amigas y tratar de ayudarlas y ella misma se había negado a aceptar ayuda y se había callado todo lo relacionado a su desmayo. ¿Secuelas de un coma? ¿Cómo hablar de eso? No quería compasión, ni tristeza. No sentía merecerla. Siempre había sido una maldita torpe y Minato era una estudiante brillante. Con sueños, con grandes esperanzas de futuro.

    Debió morir ella en su lugar.

    Quizás Mimi no estaría mal si ella no existiera. Quizás Liza no hubiera llorado o Emily se hubiese molestado si nunca hubiese nacido.

    Quizás.

    Aquellos pensamientos se le clavaban en el pecho como dagas, aumentaban su inseguridad, su miedo, la enorme tristeza y vacío que sentía dentro y que siempre buscaba callar con sonrisas y una actitud despreocupada y vibrante. Le gustaba hacer sonreír a los demás y no le importaba si se reían de ella, si era o no causa de burla, porque al menos se sentiría útil para algo.

    Sintió el tacto cálido de los dedos de Shiori sobre su mentón y como incorporaba su cabeza con suavidad. En un principio se negó a mirarla, agitó la cabeza con vehemencia, renuente, avergonzada, pero finalmente apartó los manos de su rostro y sus ojos lleno de gruesas lágrimas se encontraron con el atardecer de los de Shiori.

    Fuego de hoguera.

    >>No es tu culpa Izumi-chan<<

    No es tu culpa.

    Sus palabras, suaves, calmas, la sosegaron como una especie de arrullo maternal. No era su culpa. Necesitaba tanto escuchar eso. Aferrarse a esa idea. Desde ese día fatídico se había sentido culpable por todo.

    No dejaba de ser doloroso pero sentir era, a fin de cuentas, lo que hacía a los seres vivos, vivir. Sentir hambre, sed, frío. Sentir amor o cariño. Nadie merecía ser privado de sentimientos. Incluso si a veces dolían, incluso si se clavaban como puñales imbuidos con veneno en el pecho.

    —Eres... una buena persona Shio-chan—murmuró y se enjuagó las lágrimas con el antebrazo. Su voz sonaba algo áspera por el llanto pero en ella se coló cierta risa cálida y suavidad, cierto alivio y agradecimiento—. Gracias. Por todo. Estoy segura de que cuando Mimi regrese verá eso y sereis buenas amigas.

    Qué inocente eres Aika.

    Se apartó de ella y levantó la lata que había dejado caer antes al suelo para arrojarla a la papelera. Sobre la mancha de soda no sabía que iba a hacer. Se sobó la nuca con un suspiro pesado y entonces se volteó.

    >>Ah, al parecer Akaisa-senpai se acercó a Emichii o algo así—comentó—. No lo recuerdo exactamente. Todo pasó muy deprisa.
     
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    ¿Cuántas lágrimas habían derramado en ese día? Perdía la cuenta, pero había empezado por ella, como si el solo hecho de que hubiese sentido por fin se permitiera sentir hubiese hecho que otros cerca de ella se abrieran también.

    Ella había llorado un maldito río, Hiroki había estado apunto de echarse a llorar como un niño y ahora Aika.

    Dios, qué desastre.

    Le sonrió luego de que la chica se enjuagara las lágrimas y sintió el color subirle suavemente al rostro cuando la llamó de aquella manera: Shio-chan. Era... asombrosamente cálido, nadie la había llamado así nunca.

    "Gracias".

    No tenía ni la mínima idea, pero por la cabeza de Aika habían pasado las mismas ideas. Aquellas que decían y reforzaban el pensamiento intrusivo, violento y terrible de que debían haber muerto.

    Esculcó entre sus cosas con la mano libre, hasta que sacó el pañuelo bordado que le había dado Mimi el día anterior para que se lo pusiera en el raspón de la rodilla. Apretó el trozo de tela entre sus dedos un instante.
    Lo había lavado al llegar a casa, antes de que apareciera Katrina, y para la mañana lo había recogido de entre la ropa de la secadora. No podría regresárselo, ¿cierto? No pronto por lo menos, lo sentía en lo profundo del corazón.

    Como fuese, estiró la mano y terminó de limpiar con cuidado el rostro de la muchacha, antes de que se separara para levantar la lata.

    "Estoy segura de que cuando Mimi regrese verá eso y sereis buenas amigas".

    No lo creo, cariño.

    Reconocí el vació en su mirada. Lo reconocí porque lo he visto desde hace tiempo.

    Katrina Akaisa.


    ¿Que se había acercado a Emily? Por eso estaba en la fiesta anoche, había tardado en darse cuenta. Por eso Mimi la había abofeteado, por eso había perdido la cabeza.

    Habían... tocado al centro de su mundo.

    Regresó el pañuelo al maletín luego de doblarlo con delicadeza y suspiró con pesadez. En el fondo de sí, no podía culpar a Mimiko Honda por sus reacciones.

    —Supongo que tendré que tener una charla bastante seria con Akaisa-senpai —dijo casi con tono plano. Nunca había estado verdaderamente fastidiada con Katrina hasta ese momento, incluso sabiendo que había sido Katrina quien le había hecho tres favores en una noche—. Sea como sea, cuando la princesa regrese hay una cosa por la que quiero agradecerle aunque seguro le da lo mismo.

    El movimiento de Mimi había sido incluso más importante que los tres favores posteriores de Katrina.

    >>¿Estás bien entonces, Izumi-chan? ¿No necesitas que te acompañe a casa o algo? Te puedo comprar algo de tomar, ya que se te cayó lo que traías. —Volvió a picarle la mejilla, como si fuese una chiquilla.
     
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    Yugen

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    Sintió el rubor subirle al rostro al notar el tacto sedoso de un pañuelo bordado sobre sus mejillas. Shiori estaba enjuagando sus lágrimas. El aroma a lavanda y suavizante le resultó casi balsámico.

    Ah, qué suave.

    Se dejó hacer, quieta y en silencio, avergonzada porque se sentía como una niña torpe. El cariño maternal y cuidado de Kurosawa le resultaba sumamente cálido. Exactamente como la llama crepitante de una fogata. Atraía a los caminantes perdidos, los protegía del frío y la oscuridad. A salvo de los monstruos que aguardaban fuera.

    No podía evitar sentirse segura con ella.


    Aika sacudió la cabeza.

    —Mmh hm. Estoy bien, Shio-chan. De verdad no te preocupes—hizo un gesto con la mano, restándole importancia al asunto—. Hoy traje paraguas, así que no tendré problemas para llegar a casa.

    >>¡Nos vemos en el club de cocina!—le dijo—¡Le preparemos un pastel sú~per rico a Mii-chan! ¡Se va a chupar los dedos aunque lo considere un acto barbárico de la plebe!—soltó una risita entre dientes, tensa y cruzó los brazos tras la nuca— Ni idea de que signifique eso.


    Había recuperado sus ánimos y frescura usual. Había logrado esquivar la oscura sombra que se cernía a menudo sobre su corazón. Esa que amenazaba con destruirla. Quebrarla. Hacerla despojos. Tomó su paraguas del casillero, verde e intenso como sus ojos y deteniéndose en la puerta alzó la mano.

    >>Bye bye Shio-chan~!—le guiñó un ojo con cariño y echó a correr.

    Gracias por no dejar que depre-chan me alcance hoy.

    Shiori pudo escucharla, incluso por encima del murmullo de la lluvia, tararear una cancioncilla sobre un pastel de fresa mientras sus pasos se perdían en la distancia.


    hiro2.png

    Tras el receso las clases le habían resultado menos pesadas de lo usual. La sonrisa idiota no se le había borrado en todo el maldito rato, incapaz de sacar de su cabeza la imagen de Shiori cuando sus lágrimas cesaron, cuando trató que comiese y las forma en que le había confesado que lo amaba. Joder, lo amaba. Shiori Kurosawa lo amaba y se sentía como un puñetero crío el día de Nsvidad. Incluso su expresión usualmente hosca se había suavizado y la calidez en su pecho había alcanzado sus ojos.

    Cachorro enamorado.

    Alguno que otro compañero de clase había estado cuchicheando sobre la extraña expresión en el siempre tosco Hiroki Usui, a su espalda. Podía escuchar sus voces ir y venir. Hablaban de lo raro que se veía, que algo bueno debía haberle pasado. El más tosco comentó que seguro andaba borracho.

    Esa fue la gota que rebasó el vaso.

    —¿¡Ah!?—gruñó volteando el rostro para encararlos. Casi mostró los caninos como un lobo.

    Siempre había resultado intimidante. Tal vez por su mala fama, por su desprolijo cabello cenizo o sus ojos dorados, salvajes. Tal vez porque era alto e imponente y su voz sonaba como el gruñido de un animal.

    Los susurros se acallaron al instante y sus compañeros palidecieron y se hicieron pequeños en sus sillas.

    Hiroki bufó.

    Manada de capullos.

    Había abandonado el aula con las manos en los bolsillos del pantalón y había bajado las escaleras sin prisas, pasado por el aula de Kurosawa solo para ver que ya se había ido. Había una única pregunta sin respuesta. Una cuestión que rondaba su mente desde esa mañana. O incluso la noche anterior.

    ¿Qué mierda somos, Shiori?

    La inseguridad había desaparecido al confirmar que sus sentimientos eran compartidos y recíprocos. Era cierto. Joder, casi ni podía creerlo. ¿Pero cuál era el próximo paso? ¿Salir juntos? ¿Ser pareja? ¿No era eso lo que se suponía?

    Ser pareja.

    Ser el novio de Kurosawa.

    Se sobó un costado del cuello, tenso, sintiendo el ligero ardor en las mejillas escalar por su piel y soltó un suspiro pesado.

    Iba a tener que preguntárselo ¿no?
     
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    Quizás nunca antes había podido disfrutar genuinamente del sentimiento de calidez que rebotaba hacia ella cuando alguien le permitía cuidarlo, de hecho, en algunos casos lo sentía casi como una obligación, una necesidad enfermiza. Pero esa tarde, allí consolando a Aika Izumi y cuidando de ella como una chiquilla, ya sin trozos de la máscara que había usado durante cuatros años, entendió que en el fondo no cuidaba de los demás solo por miedo, también lo hacía porque si había algo importante y hermoso en la vida era brindarle calor a quienes lo necesitaban. Ese calor rebotaba en el cuerpo ajeno y regresaba a ella, tibio como una fogata en una noche de invierno.

    Se permitió una amplia sonrisa al escuchar las palabras de la muchacha.

    "¡Le preparemos un pastel sú~per rico a Mii-chan! ¡Se va a chupar los dedos aunque lo considere un acto barbárico de la plebe!".

    Ya el gesto no era solo para Mimi, era porque intuía que estar en el club, que mantenerse ocupada y hasta hacerse amiga de las demás chicas, iba a ser bueno para Aika.

    Rio cuando esta se despidió guiñándole un ojo antes de alejarse bajo su brillante paraguas, tarareando una canción.

    —Bye bye, Izu-chan —murmuró con la mirada clavada en ella, aún con la sonrisa impresa en los labios.

    Dio un par de pasos hacia atrás, balanceando el maletín y el paraguas, hasta que la figura alta de Aika desapareció en la distancia.

    ¿Dónde estaba el torpe de Hiroki, de todas formas? ¡No iba a esperarlo todo el día! Bueno, podría, pero prefería no hacerlo, iba a desmayarse de sueño.

    Giró el cuerpo dispuesta a volver a recostarse contra la línea de casilleros mientras tanto y fue entonces que lo notó, aunque bueno no era que fuese muy difícil reparar en su presencia con esa altura. Se le iluminaron los ojos de inmediato, con una alegría tan genuina que le dio un aspecto casi aniñado.
    Dejó el maletín y el paraguas en el suelo, apoyados contra los casilleros y se acercó entonces. Había intentado aproximarse con la calma usual, pero ya no podía, era imposible, a mitad de camino aceleró los pasos y prácticamente se le echó encima, rodeándolo con los brazos y hundiendo el rostro en su pecho.

    No tenía remedio.

    Ahora que las cartas estaban sobre la mesa, que tenía la máscara deshecha, no había ya cadena alguna que la detuviera.

    Estaba actuando, por primera vez en su vida, como una tonta niña enamorada.


    La madrugada anterior habían desatado una parte del infierno, sin dudas, pero ahora podía permitirse toda la calidez que se había negado hasta entonces. Separó el rostro apenas para poder alzar la vista hacia él, su mirada de atardecer, y le sonrió con suavidad.

    —Senpai~ —Bueno, habían algunas costumbres que era difícil ignorar. Como fuese, volvió a apretarse contra él y lo siguiente lo dijo casi en un murmuro—. Te estaba esperando.


    I think I died once again
     
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