Casilleros

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    Pero igual y sí lo era, qué coño iba a estar sabiendo ella, para darlo por sentado así como así, con toda seguridad.
    Aunque si algo era cierto, es que no sólo él era un imbécil. Ella estaba por llevarse el premio a los estúpidos últimamente.

    Apretó los labios cuando lo escuchó hablar de nuevo, insistiendo en su lógica de mierda.

    Ya no era un "quizás estaba molesta", estaba genuinamente fastidiada por primera vez mucho tiempo. Lo sintió en el burbujeo de la sangre bajo la piel.

    Ahora fue ella quien chasqueó la lengua, en un gesto aprendido, y su mirada se oscureció. La cosa era que el naranja podía aproximarse al amarillo y al rojo, y ahora, de repente, era más rojo que otra cosa.

    Despegó la espalda de la línea de casilleros, desenredando los brazos alrededor de su cuerpo.

    —Eres idiota —soltó de mala gana, a pesar de que se dio cuenta de que él le había hablado distinto ya. Aún así su voz no tenía el tono bromista de siempre, que denotaba que no iba en serio cuando lo llamaba de aquella forma. Empezó a avanzar y añadió algo mientras se alejaba—. Háblame cuando seas el senpai de siempre... O el de ayer.

    Algo le decía que solo estaba arruinando más todo, estaba actuando como una niña caprichosa y resentida.
    Aunque era, de hecho, una de las pocas veces en que actuaba de una forma más acorde a su edad.

    >>Recuerda las galletas que te metiste al bolsillo, Usui.

    Vaya, eso había sonado más áspero de lo que había querido, pero también dejaba en claro la clase de idiota que ella misma era, incluso si estaba molesta.

    Abrió la bolsa de galletas que le había dado Honda a mitad de camino, antes de llegar a las escaleras, y comió varias. Una tras otra, con rapidez y de evidente mal genio.
    Continuó así mientras subía las escaleras y hasta que entró a su clase.

    Para cuando pensó que le podía dar dolor de estómago comer de esa manera, ya no importaba demasiado.
     
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    Yugen

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    No le sorprendió la hosquedad en las palabras de Shiori porque sí, se lo estaba ganando a pulso y vaya que lo sabía. Su actitud de mierda le había tocado demasiado los ovarios. No lo hacía a propósito, era el arranque de un niño caprichoso. Las palabras brotaban sin permiso de su boca, sin filtro.

    No podía reprocharle nada. Era un idiota, un completo imbécil y la situación solo le hacía sentirse peor consigo mismo. ¿Por qué actuaba como un jodido celoso repentinamente? ¿Por qué le molestaba tanto el hecho de que Shiori y el cuervo hubiesen tenido una relación? Por un lado le aterraba pensar que había algo entre ellos pero por el otro detestaba la idea de imaginarla sentada en el pasillo, charlando y riendo de forma distendida con otro. Hacía que la sangre le hirviese en las venas.

    Shiori era importante para él por supuesto. Tenía esa vibra extraña, esa que toleraba y aceptaba tácitamente y de buen grado porque en el fondo le gustaba tenerla cerca. Era divertido incluso verla enojarse por problemas ridículos con la mimada de Honda. Estar allí para ella, esperarla, dejarle su chaqueta porque hacía frío o simplemente intercambiar su almuerzo con el suyo durante el receso. Podía escucharla hablar por horas porque su voz suave tenía algo que lograba sosegar su espíritu. Era un arrullo casi maternal, un cuidado gentil que no había tenido en mucho tiempo. O tal vez en toda su vida.

    ¿Cuando le había regalado alguien galletas? ¿Cuando se habían acercado a él, porque sí, con la simple intención de ser amigos?

    Mierda, las galletas.

    Las había olvidado por completo. Fue consciente entonces del empaque de plástico en su bolsillo y de la textura del mismo. Shiori Kurosawa había preparado galletas para él.

    Apretó la mano en torno a la bolsita dentro del bolsillo del gakuran.

    ¿Le hacía feliz? Probablemente esa era la respuesta. Shiori Kurosawa lo hacía feliz... inmensa y estúpidamente feliz. Y le aterraba perder eso.

    Apretó aún más los dientes en un arranque de rabia que estaba dirigida hacia sí mismo
    . No quería perder eso.

    Gruñó.

    —Joder.

    La había cagado. Era consciente de ello. Había metido la pata hasta al fondo y la mitad del cuerpo también.

    Putos celos.

    —¡Joder!—rugió.

    El silencio del ambiente fue interrumpido por el sonido del metal impactando cuando Hiroki golpeó su puño endurecido contra el casillero.
     
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    Cerré con cuidado el casillero, metiendo la pequeña llave dentro de mi zapatilla de deporte con disimulo. Apoyada en este eché un rápido vistazo a mi alrededor por sobre mi flequillo, atraída por el rumor de los estudiantes que guardaban su uniforme al igual que yo. El revuelo en la academia era notorio; una parte importante de los alumnos recibía con los brazos abiertos las pruebas de aptitud física, ya fuera porque al menos te hacían moverte y ser partícipe de algo o bien porque eran duchos en el deporte. La otra parte, en cambio, buscaba escaquearse a como diera lugar. No querían morir tan jóvenes, mucho menos en un lugar como ese.

    Contuve una sonrisa ante una peculiar pareja que pasó cerca de donde me encontraba, planeando aprovechar el volumen de las masas para esconderse en el almacén de gimnasia. Me aparté del casillero cuando se alejaron, recogiendo mi cabello en una diminuta coleta mientras les veía marchar desde mi lugar. El deporte nunca me había disgustado y años atrás, presa de cierta hiperactividad preadolescente, tuve que derrochar la energía en algún que otro club deportivo. Ahora ya no era tan asidua, pero no dejaba de llamar mi atención.

    Estiré mis brazos en el aire, desperezándome, y giré sobre mis talones en el proceso.

    —Espero no haber perdido facultades —murmuré al aire, y tras destensar los hombros comencé a encaminarme hacia el patio frontal, siguiendo con calma al resto de estudiantes. Me preguntaba si lograría localizar a Emily, a Mimi o a Aika entre el gentío.

    Lo cierto es que en su momento me agobié bastante al verme metida en mil roles y con poco tiempo, pero ahora que estoy libre y me salí de casi todos, supongo que volver por aquí estará naisu~
     
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    Eran unos putos inútiles de mierda, había sido idea del inglés y aún así, al final había decidido entregarle las llaves a Welsh y luego esta se las había entregado a ella, alegando que no quería tener que llegar primero.
    La bolsa con las botellas tintineó a ritmo de su caminar y mientras abría las puertas principales.

    —Putos niños de mierda, apenas es que no debo limpiarles el culo —masculló en voz alta, una vez estuvo dentro de la academia.

    Guardó el juego de llaves en el bolsillo de la chaqueta de cuero negra y sacó una cajetilla abierta, de la que extrajo un cigarrillo con los labios. Lo encendió mientras avanzaba a oscuras, conociendo el lugar de memoria, la única fuente de luz eran las pequeña ascuas que revivían en el cigarrillo cada vez que daba una calada y la de las luces del exterior, de los postes de alumbrado.
    Detuvo sus pasos a mitad de la línea de casilleros.

    >>Eh, Kurosawa, ¿vas a esperar aquí o irás conmigo?

    La silueta de la menor se había estaqueado a mitad de las puertas y las luces del exterior alargaban su sombra. Le había dejado la melena azabache intacta y el rostro igual, sin rastro alguno de maquillaje, mucho menos se atrevería a ponerle ninguno de esos pesados tonos oscuros que usaba ella, incluso si hubieran hecho que el ocaso de sus ojos refulgiera aún más. La idea no era que pareciera una maldita darketa como ella, solo se trataba de resaltar lo que necesitaba y su rostro de facciones finas no necesitaba mayor realce.
    Pero allí estaba, con las piernas descubiertas bajo la falda que le había prestado, de cuero como la chaqueta que ella misma llevaba encima. Era una que había comprado y por las putas medidas esas de las compras en línea le había quedado grande, pero al parecer a la cabrona de Kurosawa se la había deslizado como un guante. Lo mismo había ocurrido con la blusa, del azul eléctrico de aquel jodido mechón.

    Si se lo preguntaban, de repente el azul parecía considerablemente más peligroso que el rojo.

    Bastante conveniente.

    —¿Kurosawa?

    —Esto es... bastante contra las normas, ¿sabes?

    Soltó una carcajada genuina y de nuevo las botellas tintinearon. Shiori dio un paso dentro del edificio por fin y el tacón de las botas hizo eco contra las paredes y las líneas de casilleros. Parte de la oscuridad la absorbió entonces, porque no siguió avanzando.

    —¿Qué mierda te importa ahora? —Dio una nueva calada, las siguientes palabras fueron un ronroneo—. Cuando fuiste tú la que accedió a que yo fuese su maestra. Ahora mismo no dejas mucho a la imaginación, ¿o sí? ¿Tienes frío?

    La estúpida había arrojado una cubeta de pintura negra sobre el lienzo ya de por sí manchado de azul, un azul que era muy diferente al que había en los ojos de Rachel Gardner.

    —Jódete.

    —Bueno, bueno. Me quedaré contigo entonces, a ver si alguno de los estúpidos llega y mueve el culo para ayudar a organizar esto. —Apoyó la espalda en la fría superficie metálica y dejó suavemente las botellas a su lado—. Quítate del camino al menos.

    Casi a regañadientes avanzó hasta alcanzar la línea de casilleros y apoyó la espalda también, en silencio.

    —¿A quiénes más arrastraste a esto?

    —Emily Hodges —murmuró—, y ya eso fue todo. Vendrá Suzumiya, aparentemente o eso me dijeron, pero eso no tiene buena pinta. Viene porque le pica el culo por Alisha, obviamente.

    Siempre se daba cuenta, ¿no? De lo que sentían los demás.

    —¿Hodges-san? Vaya... ¿Fue Honda la que te abofeteó entonces?

    Katrina asintió y la menor soltó una risa nasal.

    —El inglés invitó a Vólkov y toca ver quiénes llegan de sorpresa con ella.

    —Al vendrá —respondió inmediatamente después.

    —Parece que entonces... Tienes un hueco bastante importante en tu plan, Kurosawa.
     
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    Amane

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    Alisha Welsh

    Por supuesto tenía que cederles las llaves a Katrina, ¡necesitaba mucho tiempo para prepararme! Una tenía que darle al público lo que quería, ¿o no? Había sido arriesgado, por otra parte, porque pensé que después de todo lo sucedido Katrina ni siquiera querría venir... pero el plan seguía en pie. Y a pesar de todo, había aceptado ir primera... sin enfadarse demasiado.

    Well, that's a win-win!

    Aun así, acabé de prepararme bastante rápido, se notaban las ganas que tenía de que llegase la noche, y decidí no hacerme esperar demasiado. Bueno, si llegaba y ayudaba a Katrina tampoco se iba a enfadar, ¿cierto?

    Así que, no mucho después de que ella llegase probablemente, aparecí por la puerta principal hasta llegar a los casilleros. Efectivamente, había llegado ya porque las puertas estaban abiertas y... curiosamente estaba ahí, junto a otra chica.

    Hello~! —exclamé, levantando la mano, a modo de saludo mientras me acercaba.

    Me había decidido por un conjunto bastante simple, a decir verdad. Una camiseta de manga corta un poco por encima del ombligo, medio-transparente de manera que mi sujetador negro se veía a través de la tela, unos shorts de talle alto y unos botines negros con algo de tacón. Oh, ¡y por supuesto una chaqueta por si refrescaba! No era ninguna irresponsable.

    >>Shiori-chan~ Al final has decidido venir, ¡qué bien! —dije, sonriente, al reconocer a la compañera de Katrina—. Ah, he traído patatas fritas y cosas para picar~ No queremos tener problemas, ¿verdad?

    Le dirigí entonces una sonrisa a Katrina, extendiendo la bolsa que había traído hacia ella.

    Oh, sí, se me había olvidado mencionarlo. También me había tomado un par de chupitos de calentamiento antes de venir. Nada grave.
     
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    Allí, apoyada contra la línea de casilleros, sentía el frío del metal colarse por la tela de la blusa y la espalda y brazos descubiertos por los tirantes. Estaba agitando la pierna, en un movimiento claramente ansioso, el tacón tamborileaba sobre el piso.
    Katrina la observaba con el rabillo del ojo. No podía mentir, estaba disfrutando de una forma casi enfermiza esos nervios a flor de piel que no le había visto nunca.

    Dio un respingo en cuanto Alisha entró por la puerta.

    —¿Ah? —La menor ni siquiera posó la mirada en la rubia—. Bueno, no es que se pueda rechazar las invitaciones de Akaisa-senpai, ¿o sí?

    Mentirosa.

    —Me alegra que aparecieras relativamente puntual, gringa —dijo Katrina, mientras esculcaba en la bolsa para sacar una lata de cerveza. La abrió para darle un largo trago, antes de darle una última calada al cigarrillo y aplastar la colilla en el suelo. Arrojó las cenizas bajo los casilleros, para luego colocar la bolsa de Alisha junto a las botellas—. Eh, Kurosawa, toma esto.

    Extendió la mano con la lata. La menor se acercó con una sumisión que contrastaba violentamente con su personalidad usual y Katrina le dedicó una amplia sonrisa de dientes descubiertos, maliciosa.

    >>Valentía envasada, linda.

    Dudó pero finalmente tomó la lata que ya la mayor había probado y bebió lo que quedaba de un par de largos tragos. Arrugó el gesto en cuanto se apartó el envase de los labios.

    —Qué puto asco, Katrina.

    Allí estaba, bebiendo cerveza en la escuela, con un par de zorras. Y lo cierto es que, casi sin esfuerzo, estaba mezclándose con ellas.

    Quizás, en el fondo, no era más que una zorra también.

    La mayor soltó una carcajada ante el comentario mientras regresaba la atención a Alisha.

    —A ver, ¿tienes alguna idea de cuál es el plan del cabrón de Wickham?


    mi culo inquieto no puede estar sin rolear RELLENO
     
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    Yugen

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    Konoe Suzumiya

    Había permanecido en una extraña tensión el resto del día. Esa clase de altercados le crispaba los nervios. No en un sentido de molestia, meramente la hacían sentir... mal. Sí, esa podría ser la palabra.

    Por si fuese poco aquella crispación no tardó en mezclarse con la ansiedad y los nervios que le burbujeaban dentro. Había sido invitada a una fiesta clandestina en la academia, de noche, y aquello rompía y contradecía todas las reglas impuestas por el Consejo Estudiantil. Irónicamente, era el Consejo al que ella buscaba pertenecer.

    Puras incongruencias.

    Normalmente tendía a plantearse excesivamente las cosas, especialmente cuando se trataba de algo considerado mínimamente incorrecto. Sopesaba sus pros y sus contras, detallaba las consecuencias y medía meticulosamente los riegos. Salvo cuando se trataba de ayudar a otros. Aquella mañana había podido echar un vistazo, al menos en parte, a ese mundo tan opuesto al suyo. A los seres prácticamente irracionales que vivían en él mimetizándose con el humo y sus sombras.

    Como demonios.


    Esa ya no sólo era incorrecto.

    Era a todas luces ilegal.

    Y sin embargo allí estaba ella, la estudiante japonesa perfecta, la chica diligente y entregada a los demás... impulsada por un pensamiento casi ajeno. Podía hacerse una idea bastante básica de lo que podría ocurrir, al menos en parte. Pero las niñas buenas no tenían idea real de esa clase de cosas.

    Ni la más mínima.

    Cuando apoyó la mano en la puerta de la verja que rodeaba la academia sus dedos se hundieron ligeramente y cedió bajo su toque.

    Abierta.

    No era mentira. Realmente la puerta estaba abierta y por consiguiente ya debían estar allí. Cualquiera de ellos. Se quedó un mero segundo detenida frente a la puerta como si cruzarla, como si atreverse a dar ese paso fuese algo crucial. Algo que lo cambiaría todo para siempre.

    El punto de inflexión.

    Recordó las palabras de Alisha.

    >>¿Qué pretendes?<<

    Y dudó.

    Fuera de la puerta estaba el mundo que conocía. Estaban las hermosas flores que amaba contemplar y cuidar, los abrazos cálidos de Ai Mamiya, el té matcha por las tardes en el invernadero, las buenas calificaciones y los haikus que amaba escribir.

    Dentro... lo único, mínimo que había allí era Alisha. Podía atraerle cierta cuota del peligro, de lo prohibido, de aquello que no se debería hacer. Era de alguna forma estimulante. Pero realmente lo que tiraba de su cuerpo casi en piloto automático era su mejor amiga. El tacto de sus manos sobre su piel, sus ojos oscurecidos y el tono de su voz, una amenaza implícita. E irónicamente, ese mero pensamiento tenía la suficiente fuerza para dejar de lado todo lo demás. Toda esa luz vibrante.

    >>¿No es obvio Alisha-san?<<

    Era tan masoquista.

    Allí estaban Katrina ya y una joven que no recordaba haber visto nunca. Debía ser algo menor aunque no lo parecía y en aquellos momentos estaba bebiendo de una lata de cerveza.

    Alcohol. Otra norma hecha trizas.

    La mecha azul de su cabello, esa que resaltaba sobre las hebras negras le resultó hermosa. La luz del alumbrado exterior se reflejaba en ella y la hacía resaltar como una víbora eléctrica. Ni siquiera miró a Alisha aunque sabía que estaba allí y se inclinó ligeramente apoyando las manos sobre sus piernas desnudas.

    Prefería ser natural. Nunca había sido demasiado fan del maquillaje. Y su estilo de vestuario no se separaba demasiado de su seriedad usual. Había buscado por internet porque pedirle consejo a Ai hubiera resultado totalmente contraproducente. Y allí estaba, luciendo la ropa más corta y menos recatada que se había puesto en su vida.

    Y le daban pudor los uniformes de gimnasia.

    —Buenas noches—saludó con su voz calmada, respetuosa a pesar de todo. Se incorporó y los mechones azules, oscuros, le enmarcaron el rostro a pesar de la coleta alta—. Lo lamento. ¿Llego demasiado pronto? No pude evitar sentir cierta cuota de ansiedad.

    No era mentira.

    Al menos en parte.
     
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    Zireael

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    —Tú debes ser... —empezó la menor a la vez que Katrina le quitaba la lata vacía de la mano—, Suzumiya-senpai.

    Era una estupidez, pero aquellos dos tragos a velocidad olímpica le habían sosegado un poco los nervios. Más que nada porque, a decir verdad, comenzaba a sentir la boca seca y a pesar de que sabía a mierda, la cerveza había ayudado a aliviarle, al menos, esa incomodidad.

    Salía por descarte, la única persona que de momento no conocía y podía aparecer era ella.

    Shiori le dedicó una de sus usuales sonrisas, esas suaves, casi educadas, pero sobre todo cálidas, mientras se llevaba el cabello tras la oreja.

    En ese momento, brotó de Akaisa una risa baja, ronca, otro de sus ronroneos, y la figura de ambas muchachas pareció fundirse en una un instante. Azul y rojo, el atardecer y el cielo encapotado.

    —Bienvenida —murmuró Katrina, mientras despegaba el cuerpo de los casilleros. Le pasó el brazo por encima del hombro a la de la mecha azul, mientras con la mano libre encendía el nuevo cigarrillo que se había colocado entre los labios, la flama del mechero se reflejó en los ojos de ambas, como un fuego fatuo—, Suzu-chan.

    Shiori la miró con el rabillo del ojo, sin apartarse de su agarre antes de regresar la vista hacia la joven frente a ellas.

    —No te preocupes, senpai. —Otra sonrisa delicada—. Siempre es bueno ser puntual, ¿o no?

    Para las perfeccionistas como ella y Katrina.

    —Suzumiya. —La llamó Katrina, mientras liberaba una cortina de humo por la nariz—. Lamento haberte mordido la mano en la mañana.

    ¿Katrina Akaisa disculpándose?

    Una nueva sonrisa de colmillos descubiertos apareció en su rostro.

    >>Solo espero que hayas aprendido los límites de los animales de tu adorada Academia. —Soltó a la menor por fin para tomar la bolsa con las botellas y las cosas que le había entregado Alisha—. Con ustedes me vale, podemos ir subiendo si no se oponen.
     
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  9.  
    Amane

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    Alisha Welsh

    Me encogí de hombros, moviendo la cabeza hacia a un lado tras escuchar a Shiori. Supongo que era difícil decirle que no a Katrina, pero también parecía el tipo de persona que no invitaba a menos que supiese que ibas a aceptar. Y ya lo había dicho, podría venir por curiosidad.

    Hice un saludo militar de broma en cuanto Katrina nombró lo de la puntualidad, riendo después mientras dejaba que cogiese la bolsa, no sin antes robar una patata de una de las bolsas que había abierto para el camino.

    —Estáis muy guapas, por cierto~

    Lo dije como si nada, mientras mordía la patata, observando el intercambio entre ambas. No pude evitar reír al ver la reacción de la menor a la cerveza, de alguna manera enternecida.

    >>Tranquila, seguro que hay algo por ahí que te guste más. Si te soy sincera, yo tampoco soy muy fan de la cerveza y al principio me gustaba aún menos —tras decirle aquello, me giré hacia Katrina, adquiriendo una expresión pensativa después—. ¿Su plan? Supongo que beber, fumar y, a ser posible, follar. ¿O te refieres a la organi-?

    Mis palabras se vieron interrumpidas por la llegada de alguien más.

    Konoe. Reconocería esa voz, tan dispar a la que estaba acostumbrada a oír por la noche, sin ninguna dificultad. Quizás estaba siendo exagerada, quizás Konoe podría apañárselas bien esa noche, no sería la única fuera de nuestro círculo en la fiesta.

    Tampoco iban a desmadrarse tanto.

    Pero no podía evitarlo. Ahí era demasiado vulnerable, y no entendía cómo quería entrar en ese mundo que tan claro me había dejado que no le gustaba. Suspiré, asintiendo con la cabeza ante lo que decía Katrina y me adentré más en el pasillo.

    Sin embargo, al pasar por el lado de esta, me paré en seco. Con una sonrisilla, entre divertida y provocativa, metí mi mano entre su ropa para coger uno de sus cigarrillos del paquete que, por suerte, había visto dónde lo guardaba. Me lo coloqué entre los labios mientras dirigía la mirada a los ojos de la chica.

    >>¿Me lo enciendes o quieres que también busque un mechero entre tu ropa, Katty-chan~?

    Ya empezamos con la gayness we?(?)
     
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    Yugen

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    Konoe Suzumiya

    No le había dicho su nombre pero su mente ávida tenía una facilidad casi irrisoria para reconocer a los alumnos del Sakura Gakkuen. Le era imposible conocerlos a todos pero al menos les tenía puesto nombre y rostro a aquellos que, por una razón y otra, se salían del molde por cualquier motivo.

    La mecha azul.

    Kurosawa Shiori.

    Según tenía entendido, Kurosawa no era tan siquiera la mitad de problemática que Katrina Akaisa. Pero eso no era óbice ¿verdad? Ella tampoco era una problemática pero allí estaba, tensando la soga que tenía en el cuello aún más, en un impulso casi suicida y masoquista. ¿Le ocurriría a Shiori algo similar? ¿Tenía realmente razones de peso para estar allí? Le dedicó una de sus gentiles sonrisas. Esas educadas por sí.

    —La misma.

    Fue en ese momento que la risa ronca de Katrina se alzó en la semi-oscuridad, sus ojos brillando como carbones encendidos a la luz del mechero.

    Suzu-chan.

    Por alguna razón aquel apodo puso en tensión todos los músculos de su cuerpo. Su rostro no se ruborizó hasta lo absurdo aunque sí tuvo la necesidad, como si la verdadera Konoe se permitiese dar un paso a través de aquella extraña máscara, de apartar la mirada y llevarse un mechón oscuro tras la oreja.

    Suzu-chan parecía ser el apodo del desastre.

    De hecho fue a partir del momento en que emergió de los labios de Whickham que todo empezó a caer por inercia. Luego todo se encendió, se apagó, y volvió a encenderse con una facilidad ridícula.

    Solo que por motivos distintos.

    Sus ojos regresaron a Katrina, sin embargo, visiblemente sorprendidos cuando la escuchó disculparse. Disculparse.

    Katrina

    Akaisa

    Le estaba pidiendo perdón.

    La chica inalcanzable, aquella cuyo corazón herméticamente cerrado estaba rodeado de espinas. La misma que había reído de forma casi desquiciada bajo la ira de Mimiko Honda. Curioso. Aquel mínimo contacto le hizo sentir menos fuera del puzzle en aquel momento. Evidentemente no encajaba allí pero su aceptación tácita casi hizo a la serpiente que dormía dentro de sí sisear con una satisfacción extraña.

    Las serpientes era sinuosas, silenciosas y se ocultaban en cualquier sitio.

    Visualizó a Alisha adentrarse en el pasillo y... ah, de nuevo. Los celos estallaron en su cuerpo de forma súbita pero no hizo el más mínimo movimiento. Ni siquiera su rostro se movió. Incluso si sus ojos violetas parecieron aún más oscuros, opacados por las sombras y las luces blanquecinas del exterior.

    Sonrió, aquella misma sonrisa de ojos cerrados, y ladeó apenas la cabeza.

    —Los animales de esta academia no tienen límites, Katrina Akaisa-san—respondió. Y no sonó molesta, ni irritada. Es más su voz se deslizó suave, sedosa y sin pausas.

    La serpiente.

    Los extremos claramente diferenciados entre sí.

    Probablemente podría haber detenido las palabras antes de que abandonaran sus labios porque no era correcto... pero fue tarea imposible. Nada era correcto en aquel momento así que... ¿haría diferencia si algo más no lo era?

    —La azotea siempre está cerrada a estas horas pero si tenéis la llave maestra no se resistirá ninguna puerta de esta academia—hurto a la directora. Ilegal. No sabía que estaba haciendo apuntando aquella clase de incidencias en su cabeza porque no pensaba ni iba a hacer absolutamente nada con esa información—. Así que, adelante.

    Le haría bien sentir el frescor de la noche en la piel. Sentía que empezaba a asfixiarse entre esas cuatro paredes.
     
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    Zireael

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    En otras circunstancias habría encendido el cigarrillo de Alisha con el propio, en cadena, pero no fue así. Miró a Suzumiya con el rabillo del ojo y encendió el mechero entre ella y Alisha, para que la rubia hiciera lo propio.

    Resultaba que Alisha no era su presa de la noche, en lo más mínimo, e incluso si lo fuera, no estaba en sus planes tocarle tanto los ovarios a Konoe Suzumiya... Todavía.

    Error.

    Los animales tienen límites.

    Diferentes a tus límites de mierda, pero límites al fin y al cabo.

    Esta vez no sólo las botellas tintinearon cuando empezó a caminar, sino que también lo hicieron las llaves en su bolsillo.

    —Pero mira nada más lo que trajo la zorra. —La primera voz masculina se hizo paso en el repentino silencio que había reinado después de las palabras de Konoe y el cuerpo de Shiori se tensó por rebote. Allí estaba, fundiéndose aún más con la oscuridad, con los vaqueros y la camisa negra, bajo una chaqueta oscura, a medio abotonar—, Kuro-chan.

    —No empieces a molestarla, Al. —Quien lo reprimió fue obviamente Jez Vólkov, que había entrado detrás de él. Era tan jodidamente blanca que parecía un pequeño fantasma, envuelto por vestido vaporoso. Su mirada se cruzó con la de Shiori—. Disculpa, Kurosawa. Ya sabes cómo es.

    La menor se encogió de hombros y Katrina soltó una risa nasal.

    —Buenas noches, Altan Sonnen... Vólkov —dijo y ahora fue la albina quién se tensó—. Kurosawa...

    —Subiré con ustedes, sí.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Cuando se quitó la paleta de la boca y exhaló, le echó un vistazo a los alrededores mientras doblaba en la puerta principal de la Academia para comenzar a atravesar el patio frontal. Primer día y ya estaba haciendo desastres, ¿eh? Quizá se hubiera alejado de la mala calaña, pero por mucho que intentara enderezarse habría una parte suya que no cedería. Esa que disfrutaba de la emoción y la adrenalina; primero surcando los aires, luego juntándose con quienes claramente no debía, y ahora... colándose de noche en la escuela. Jamás sería una buena niña, ¿verdad? Soltó una risa baja ante sus pensamientos y volvió a llevarse la paleta a la boca.

    Se había puesto un short batik oscuro, tiro alto, de grandes botones dorados, porque odiaba las faldas y ya suficiente tenía con el puto uniforme. Sobre el top negro de tirantes y por dentro del short se echó encima un sweater de hilo gris, liviano y suave, que poseía un cuello bastante amplio y caía de forma algo vaga sobre su hombro derecho. Su cabello bicolor rebotaba junto a las zancadas firmes de sus borcegos negros de plataforma; había decidido acentuar un poco las ondas naturales de su pelo, junto a la máscara para pestañas y un fino delineado eyecat. Lo llevaba practicando tres años y al fin le salía bien, así que mejor lucirlo, ¿no?

    Bueno, estaba bastante relajada. La noche solía tener este efecto en ella, por alguna razón, como si entre las luces bajas la gente pudiera juzgarla menos. Como si la soga que mantenía sujeta alrededor de su espíritu para evitar cagarla... se aflojara un poco. Además, estaba satisfecha con su aspecto. Luego de pensarlo y pensarlo decidió apostar a lo seguro con el conjunto que siempre le había quedado bien y resaltaba sin problemas sus curvas. Sonaba divertido, más allá de los riesgos; o, siendo francos, quizá fueran esos riesgos lo que lo volvían divertido. Su vena irreverente, esa que había mutado, había comenzado a latir baja y constante con cada paso que daba.

    La idea de enredarse con alguien no sonaba nada mal.

    ¿Juntada? Sí, claro. No hacían falta muchas luces encendidas para darse cuenta que esto sería un jodido desastre. Nadie que solo quisiera una quedada amistosa se arriesgaría a una expulsión.

    Cuando alcanzó la oscuridad de los casilleros, reconoció prácticamente de inmediato la cabellera albina de Jez; era un manchón de blancura, de pureza, si se quiere, en medio de todo lo demás. De una forma u otra, no pintaba ahí. No realmente. Pero había sido su pase libre para poder asistir a tan adorable juntada, ¿no? Y Sonnen estaba con ella.

    No le pasaría nada.

    —Hey —los llamó por detrás, mientras los rodeaba y se detenía frente a ellos; se bajó los cascos al cuello y se quitó la paleta de la boca antes de dirigirse a Jez—. ¿La princesa no vino?

    Se refería a Meyer. Había echado un vistazo alrededor, pero no había rastro de su cascada pastel. La música aún resonaba con fuerza por los cascos descubiertos y le sonrió a Jezebel, observándola de arriba abajo sin mucho disimulo.

    —Qué bonita estás, bunny. Bien hecho~

    Ah, ¿debería haber comprado unas latas de Coca? Temía que todos esos idiotas sólo tuvieran alcohol, alcohol y más alcohol. Lo cual era muy probable. Divertida, buscó dentro de su bolsillo y le extendió una paleta como la suya a Vólkov. Eran redondas y rosadas, de frambuesa.

    —Mira. —Le sacó la lengua, mostrándole cuán teñida estaba, y soltó una risa corta—. Así vamos a juego.

    La había cagado un poco esa mañana, pero sus ánimos iban bastante livianos y decidió comportarse con mayor ligereza. Como había hecho antes, como si no hubiera problemas en el mundo. Puede que volviera a funcionarle.

    —¿Quieres una, Sonnen?

    O más bien Batman. Mierda, parecía el Caballero de la Noche o algo así.

    creo que siguen en los casilleros, si no weno, edito or something
     
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    Zireael

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    Una parte de sí había sentido genuino miedo al internarse en la escuela de noche, sabiendo que no debía, y que ella nunca había sentido la necesidad de romper las reglas. Por eso había entrado detrás de los pasos de Altan, en vez de a su lado como era usual.

    El vestido, de un apagado tono liso de violeta, danzaba al ritmo de sus pasos.
    Cuando se había sacado las trenzas que le había hecho Anna, la cabellera albina había quedado mucho más ondulada y la dejó así, sin siquiera atarle las dos coletas de rutina. Lo cierto es que el cabello suelto le daba un aspecto mucho más relajado.

    El color le subió al rostro al escuchar el cumplido de Anna.

    —¿Laila? —Negó con la cabeza suavemente—. No estaba muy interesada y como vendría Al, pues se quedó tranquila.

    Tomó la paleta que le estaba dando y, a pesar del rubor en su rostro, soltó una risa al ver la lengua teñida de la menor.
    Desenvolvió la golosina y se la llevó a la boca.

    Altan posó la mirada en Anna en cuanto se dirigió a él.
    ¿Una paleta? Sus gestos de suavizaron y se encogió de hombros. Intentó, tan siquiera, ser menos indiferente al hablarle a pesar de sabía que la enana podía sacarlo de quicio.

    —Claro, no veo por qué no.


    Chale ya me puse soft
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    será mi himno para Annita esta noche cuz i can picture her so perfectly dancing it, con permisito


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    Soltó un suspiro suave ante la información sobre Meyer y lo dejó ser. Bueno, una lástima.

    Le guiñó un ojo a Jez cuando la chica tomó la paleta, bastante abochornada. No se llevaba bien con los cumplidos, ¿eh? Bueno, ella era bastante parecida. No acostumbraba que nadie se los hiciera, aunque ciertamente le divertía concederlos. En especial cuando recibía reacciones tan adorables como la de Vólkov.

    —¿Se nota que me patino todo el sueldo en golosinas? —comentó, divertida, y coló los dedos por el cabello dentro de la coleta cruzada.

    ¿Debería quitársela?

    Un claro relámpago de sorpresa atravesó su semblante relajado cuando Sonnen aceptó su oferta; la verdad, había estado bastante preparada para que la rechazara. Luego de alzar las cejas y parpadear, con la vista fija en él, soltó una risa divertida y le alcanzó una paleta roja, agitándola suavemente frente a él. Era de cereza.

    —Aquí tienes, niño bonito. —No había realmente en su voz intención de molestarlo, sólo estaba contenta y cuando eso ocurría, no solía pensar lo que decía—. Bienvenido al club de las lenguas teñidas. Así que bueno, ¿están esperando a alguien o subimos?
     
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    Zireael

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    —Se nota un poco, sí —respondió Jez, sacándose la golosina de la boca—. Yo no suelo comprar cosas dulces, bueno, no para mí al menos.

    Empezó a avanzar con cautela, suspirando con pesadez. Ya estaban allí, ya no quedaba de otra, ¿o sí?

    Altan, por su parte, tomó la paleta que la chica le alcanzó. Había que admitir que la sorpresa que le había cruzado el rostro le venía en gracia. No podía culparla tampoco por pensar que iba a rechazarla, era lo normal, después de todo rechazaba una mayoría importante de cosas.
    Así como hizo Jez, desenvolvió la golosina y se la llevó a la boca. Cereza.

    Siguió los pasos de Jez y al pasar junto a Hiradaira le dio un suave empujón.

    —Gracias, Hiradaira. —Casi murmuró—. Y no, realmente no esperamos a nadie, la única que podía aparecer eras tú y bueno, ya está.

    Metió las manos en los bolsillos, Wickham no estaba allí todavía, ¿cierto? Era obvio que la primera en aparecer había sido Akaisa, posiblemente con Kurosawa y, teniendo en cuenta que Shiori estaba allí, era posible que faltase otro.
    Sonrió para sí mismo.

    Quizás aquella fiesta de mierda tenía algo de esperanzas después de todo. Al menos eso esperaba, porque qué puto aburrimiento.


    iba a postear directo en la azotea pero lo sentí weird (?
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Hiroki Usui

    —Espero que no tengas planes en la noche porque parece que acabo de reservar tu tiempo para mí—el tacto de su mano suave en la mejilla se le antojó ardiente. Incluso más, después de aquel beso casi sin control que le había dado nada más le dio permiso para hacer lo que le viniera en gana—. Te veo después, cachorro.

    Cachorro.

    Joder Shiori.

    Soltó una risa por la nariz, una especie de bufido que le hizo mostrar los dientes y le dio un trago largo a la lata de cola. Nunca le habían sido gratas las fiestas. No era ese tipo de delincuente. Se movilizaba por un mundo distinto, uno que consistía principalmente en retar a la policía e involucrarse en peleas callejeras. El alcohol le recordaba al cerdo de su padre y el pensamiento le hizo gruñir. Mucho menos le eran gratos la panda de capullos que eran los amigos de Kurosawa.

    La luz tenue del alumbrado exterior hizo resaltar sus ojos dorados con un brillo extraño. El pendiente de su oreja derecha destelló de la misma forma. Con la camiseta negra, la chaqueta de cuero cuya pelusa blanca le alcanzaba el cuello, las manos cubiertas de sus típicos guantes de cuero sin dedos, los pantalones oscuros y las zapatillas; Hiroki Usui, el perro-lobo de Shibuya, parecía más un lobo que nunca.

    Bueno, podía ser un animal si le venía en gana.

    El caso es que era tosco, huraño, y gruñía en vez de hablar la gran mayoría de veces.

    ¿Por qué mierda estaba allí si odiaba todo eso? Esa era una pregunta de mierda. Le rayó el cerebro y el solo hecho de preguntársela le hizo dar un trago largo a la lata. Estaba allí porque era, en definitiva, un perro obediente.

    Porque ella se lo había pedido.

    Podría haberle dicho que no, de la misma forma que se negó a acariciar a aquel puñetero gato. Pero algo en su cabeza y en su cuerpo había actuado de forma completamente opuesta. Bueno, en definitiva era un adolescente hormonal ¿no?

    Esperaba que el cuervo no estuviese por ahí, revoloteando como el ave de rapiña que era.

    Lanzó la lata vacía a una papelera cercana. Cayó dentro con un sonido metálico, sin muchas dificultades.

    Porque realmente no quería partirle a nadie la cara esa noche.

    original.jpg
    Me encanta esta imagen (?)
     
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    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado fifteen k. gakkouer

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    Emily Hodges

    Antes de volver a casa le confirmé a Katrina que iría a la fiesta, y casi podría jurar haber visto una pequeña sonrisa en sus labios. Quizás había sido imaginación mía, no lo sabía, pero no había dudado de mi decisión en ningún momento.

    En casa nadie pareció notar mi cambio de actitud, excepto Fred. Siempre era él. Lo vi entrar a mi cuarto ya entrada la tarde, después de haber estado encerrada todo el día buscando la ropa que ponerme. No preguntó nada, simplemente se sentó en el borde de la cama y me observó sacando la ropa del armario, y yo le dejé hacer, como siempre.

    —Me gusta ese vestido.

    Lo miré con una ceja alzada, repentinamente divertida.

    —¿No está mal que le digas a tu hermana pequeña que se ponga un vestido tan corto? —pregunté, colocando después la percha sobre mi cuerpo para que comprobase mis palabras.

    Se encogió de hombros, riendo.

    —Estoy demasiado emocionado viendo a mi hermanita haciendo, por una vez, algo malo en su vida —admitió.

    Inflé los mofletes al escucharlo, aun más cuando se acercó para revolverme el pelo.

    —Odio que te des cuenta de todo.

    —Anda, que mal. Y yo que venía a darte consejos y todo.

    —¿Tú? ¿A cuántas fiestas has ido tú en tu vida? Si eres el hijo perfecto.

    —Emi, me conoces mejor que eso.

    En aquella ocasión fui yo la que me encogí de hombros, girándome para mirarme en el espejo, aun con el vestido delante de mí. Uhm... sí, podría estar bien.

    —Me voy a duchar, ¿algo más?

    —Sí, toma.

    Cogí con curiosidad aquel pequeño envoltorio de plástico que me extendió y lo miré un par de segundos, sin entender, hasta que repentinamente lo identifiqué y sentí mi rostro sonrojándose.

    —¡F-Fred! ¡N-no digas tonterías!

    —Hey, no voy a dejar que estés desprotegida.


    Se estaba riendo de mí, por supuesto que sí, porque parecía ser su pasatiempo favorito. Le estampé el objeto de vuelta en su palma y salí de la habitación, bufando, escuchando su risa aun después de cerrar la puerta.

    * * *
    Así que ahí estaba ya, entrando por la puerta principal del instituto con un corto vestido negro de tirantes, simple, unas sandalias del mismo color con algo de tacón y el pelo recogido en una coleta alta, con un par de mechones simplemente rodeando mi rostro.

    Llegué a los casilleros, y vi que ya había varias personas reunidas. Me acerqué, con algo de timidez al grupo.

    —B-buenas noches. ¿Pasa algo? Pensé que la reunión era en la Azotea...

    Bueno, sorry, voy a asumir que seguís aquí pero podéis responderle ya arriba (?)
     
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  18.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Se encogió de hombros, rindiéndose, ante la confirmación de Jez. Le sonrió. Bueno, tenía gustos de niña, siempre los había tenido.

    —¿Cómo? ¿Para quién los compras, entonces?

    La segunda sorpresa de la noche se la llevó cuando sintió el empujón de Altan y estaba, de hecho, hablándole. Estuvo a punto de cohibirse, pues se sintió algo culpable y tendía a desconectarse cuando las cosas se tornaban desagradables dentro suyo. Esa vez, sin embargo, le devolvió el gesto empujando suavemente su hombro desde atrás, con la mano, y fue caminando junto a ellos. Alzó la vista para sonreírle, algo avergonzada.

    —Gracias a ti —soltó, acompasándose a su tono de voz bajo; el profundo silencio invitaba a mantenerlo calmo—. Hoy temprano dije una mierda que no debería haber dicho. —Se encogió de hombros, soltando el aire por la nariz, y rió—. ¿Qué te digo? Byrne me cabreó un huevo y me la agarré contigo. Disculpa, Sonnen.

    Realmente creía que a un tipo como aquel le resultaba indiferente si ella tenía o no la decencia de disculparse, pero lo hacía por ella. Si no decía las palabras que tenía que decir acabarían por infectarse dentro de su boca. Y se convertirían en veneno.

    Estaban ya abandonando la zona de los casilleros cuando escuchó a otra persona llegando. Volteó sobre su hombro, identificando la silueta alta, muy alta de un chico, y se detuvo para verlo mejor. Ese cabello ceniza, las pintas...

    Creo que uno de los grandes de Shibuya va ahí.

    Anna alzó las cejas, incrédula. Mierda. El maldito de Rei nunca se equivocaba. Por si le quedaban dudas, Wickham apareció como una tromba con una bolsa en cada mano y se apresuró en rebasarlos a todos, pero con el cuidado de saludarlos como si fuera el jodido anfitrión de una boda o algo así.

    —¡Usui! —se carcajeó; tampoco parecía creérselo—. ¿Qué haces aquí? Bah, no importa. ¡Azotea! ¡Es en la azotea! ¡Ah, Anna-chan! ¡Viniste! Oh, ¿y tú eres, linda? ¡Bueno, no importa, la fiesta es en la azotea! ¡Lindo vestido, por cierto!

    Y así fue nombrando a todos hasta desaparecer por las escaleras. Escuchó que hacía lo mismo con Jez y Sonnen, pero no mucho más. Anna volvió su atención a Usui y palmeó las manos un par de veces, colocando luego los brazos en taza mientras se acercaba lentamente a él. Una sonrisa fue curvando sus labios, debatiéndose entre la sorpresa y el interés.

    —Vaya, vaya. Pero si es el maldito perro lobo de Shibuya.

    Había sido ella quien, esa mañana, prácticamente rezó por que el condenado tipo no la reconociera, ¿no? Y ahora ahí estaba, llamando su atención con bombos y platillos. Bueno, siendo francos, cuando Rei le advirtió no imaginó que podría tratarse del lobo. Habían sido pocas las veces que lo había visto y siempre de lejos, casi como una espectadora, mientras los chicos hablaban de él. Pero la recordaba: esa mirada ámbar, del mismo tono que los ojos de Jez, pero tan diferentes. Tan ásperos, opacos, casi amenazantes. Como un animal salvaje.

    Y su vena irreverente le bombeó sangre al corazón casi de un golpe seco.

    A couple of things: Joey le habló a Em al final y desapareció como si lo corriera el diablo así que no, no le prestó mucha atención a Jez. Eso será en la azotea 7u7
     
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  19.  
    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Hiroki Usui

    Empujó la puerta principal e ingresó finalmente dentro del edificio. La luz recortó su sombra contra la línea de casilleros. Esperaba que esa panda de imbéciles al menos hubiesen tenido la decencia de no traer solo alcohol.

    —Agh.

    Una fiesta en la academia por la noche. Bufó y se pasó una mano por el alborotado cabello cenizo. Eran unos putos locos de mierda.

    Tras lo ocurrido en la enfermería aquella mañana, sin embargo, había puesto su cerebro en piloto automático. Como si algo que dormía dentro de sí mismo hubiese despertado, una bestia embravecida. Respondía al fuego abrasador de Kurosawa, al reguero de pólvora que ella dejaba caer y bastaba un mero chasquido por su parte para prenderlo.

    Lo había dejado pillado ¿verdad?

    El muy idiota no podía pensar en otra cosa.

    El delicado cuerpo de Kurosawa amoldándose al suyo. Sus labios, su boca caliente. Aquellos suspiros que parecía buscar contener pero que emergían de su garganta casi sin su permiso.

    Vulnerabilidad.

    Una al que solo él tenía acceso.

    Ya lo volvía loco de antes. Lo enredaba entre sus dedos con enorme facilidad, lo tenía comiendo de la palma de la mano. Ahora era como si simplemente hubiese soltado todas las cadenas que lo retenían.

    Crack.

    En cualquier caso el tren de sus pensamientos se detuvo de súbito, bruscamente, cuando al alzar la mirada sus ojos se cruzaron con aquella corta cabellera negra. Era alto, tan alto como él, desgarbado y oscuro como el ala de un cuervo.

    Sonnen.

    ¿Qué mierda estaba haciendo allí?

    Si hubiera tenido aún la lata de cola en la mano la hubiera aplastado hasta hacerla crujir y asemejarla más a un montón de metal comprimido por una prensadora.

    Por un lado Sonnen, por el otro Whickham. Soltó un gruñido tosco entre dientes y se echó las manos en los bolsillos del pantalón mientras seguía caminando hacia delante, alto como era, sin detenerse.

    Lo que me haces hacer, Kurosawa.

    No pudo avanzar mucho más. En medio del pasillo se había detenido una joven bastante baja de estatura—aunque casi todo el puñetero mundo era enano a su lado— con un larga coleta teñida de rosa. Era el estilo excéntrico de las gyaru. Las chicas que solían salir con pandilleros como él y acostarse con viejos empresarios por dinero en Shibuya. Les gustaba la ropa de marca, romper estereotipos y llevar faldas de colegiala aún si ni siquiera eran estudiantes.

    Las uñas largas pintadas y adornadas.

    Las recordaba bien.

    >>Hi-kun<<
    Susurró una voz venida de la nada, sin rostro, proveniente de lo más profundo de sus pensamientos. Algún recuerdo distante que ni siquiera pudo nombrar.

    Le habían arañado unas cuentas veces la espalda.

    El cabello teñido, perforaciones, todo tipo de abalorios y pulseras. La piel bronceada de forma artificial. Seguían el estándar de la típica chica americana. Se rehusaban a ser calladas y obedientes y pecaban de escandolas, riéndose a carcajadas o hablando por el móvil en voz alta en el vagón del Shinkunsen.

    Joder si las recordaba.

    Enarcó apenas una ceja.

    Pero no a esa.

    >>Maldito perro lobo de Shibuya<<

    ¿Ah?

    Lo conocía, eso era evidente. No mucha gente lo conocía pero sí aquellos que formaban parte de su mundo. La miró desde arriba, ligeramente confuso, analizándola en silencio con la hosquedad de sus ojos ambarinos. ¿Qué mierda pasaba con eso? No tenía la más mínima idea de quién era y la verdad no estaba realmente interesado en saberlo. Ya no estaba en Shibuya.

    Llevaba bastante tiempo sin pasar por el barrio. Nadie le había llamado y él tampoco se había puesto en contacto con nadie. ¿Importaba acaso? Incluso con manada, siempre había sido un lobo solitario.

    Soltó un bufido.

    Aparta Tanuki.

    Aquella joven no despertaba en él más sentimiento que indiferencia. Solo pasó por su lado como el huraño que era con casi todo el maldito mundo y se alejó de la línea de casilleros.
     
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    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido

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    cUZ I CAN HOLD A GRUDGE LIKE NOBODY'S BUSINESS
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    —Está bien —respondió a la disculpa de Anna, aunque ciertamente tampoco la esperaba—. Byrne nos dejó a todos con un humor del culo.

    Había subido los primero escalones cuando el rey de los idiotas hizo su entrada triunfal, antes de eso no se había dado cuenta de que Anna se había detenido y no se había molestado a voltearse. Lo hizo cuando el nombre salió de los labios del inglés, apenas y le prestó atención a su vorágine de energía, tenía la vista clavada en Hiroki.
    Mordió la paleta y guardó el palito en el bolsillo, ya lo tiraría después. Observó cuidadosamente los movimientos de Anna, la huraña de Hiradaira, llamando la atención de Usui.

    Vaya.

    Shibuya.

    Parecía que el condenado perrito era más interesante de lo que aparentaba.

    Y también la jodida enana.


    Sorprendentemente guardó silencio y contuvo la sonrisa prepotente que amenazaba con formársele en los labios desde que Wickham había hecho su ruidoso anuncio. No era que no quisiera probar sus límites, era que, simplemente, los límites iban a probarse solos esa noche maldita. Akaisa, el imbécil de Wickham y la rubia gringa esa la habían diseñado específicamente para eso.

    —Kurosawa ya está arriba —soltó a pesar de que parecía que el arisco no quería saber de nadie, cosa que no parecía ser ninguna novedad. Ni siquiera lo miró cuando siguió caminando, solo lo dijo, como quien suelta algo al aire, sabiendo que al persona correspondiente lo atajará de inmediato.

    ¿Tanuki? Era acertado, por decir poco.
     
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