Interior Casilleros

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 9 Abril 2020.

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    Rojo FireRed

    Rojo FireRed Orientador

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    Por lo menos un descanso del aluvión era bienvenido, había sido suficiente, llovió todo el día y pues con intensidad...

    El clima seguía encapotado pero pues tolerable, por un lado no estaba haciendo un sol digno de ir a la playa y sus implicaciones calurosas, y por el otro pues no estaba cayendo un océano del cielo, por lo menos algo de balance.

    Terminé por acercarme a mi casillero pensando cómo poder llenarlo... Osea... ¡Solo mis cuadernos y partituras no harían mucho! Solo era un pedazo de metal frío y sin vida.

    ¿Que puedo hacer para darle algo más de ánimo?

    ...

    ...

    Mon Dieu, lo indecisa que puedo ser a veces.

    upload_2021-7-29_15-42-29.png

    Hoy no había mucho humor para la albina, mañana era aquel día.

    Desde aquel incidente ya hacía unos siete u ocho años, los cumpleaños simplemente no eran los mismos, papá era el alma de la fiesta en todo momento y pues botaba la casa por la ventana con el pastel y la comida.

    Además le servía de recordatorio de su ausencia, cada vez más lejana con el paso incesante del tiempo, parecía ayer, y mañana pues otro año más de vida, que no se detenía. Hay que seguir adelante aún así.

    Se acercó a su casillero, por lo menos esta vez el clima era más piadoso, aunque iba acorde a lo que sentía, no era el mejor de los días de todos modos.

    Abrió el mismo, con ritmo particularmente lento, se notaba pues de sobra que no andaba de buen humor.

    Suspiró, cerró los ojos por un momento y empezó a respirar hondo.

    De todos los días que eran, tenían que ser hoy y mañana.
     
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    Zireael

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    Entre todo no me fijé demasiado en quiénes estaban o no por los casilleros de segundo, aún a sabiendas que de podía toparme a Kurosawa, Koizumi, la misma Hodges y hasta a Middel, pero no sé, solo hice lo que tenía que hacer y ya. Aún así cuando cerré la puerta del casillero de Anna noté una mirada encima, así que giré el rostro solo porque sí, porque la verdad podría haber pasado como un campeón, pero el caso fue que no lo hice y di de lleno con otro par de ojos ámbar.

    Estos deberían formar un club y todo, de verdad.

    Eran de un tono tibio, más parecido al del mismo Dunn que al de Ishikawa o al de Jez, y repasé al chiquillo con la vista, que parecía ser de la altura de Arata. No parecía especialmente seguro, quizás dudaba si decirme algo o solo seguir con su vida, aunque acabó por saludarme y antes de que me diese cuenta de nada, me extendió un termo de té.

    Hey, espera un segundo...Yo te he visto en otra parte ¿No es así?

    Traté de hacer memoria, solo para recordar que era este crío el que se había ido con Dunn el día que Anna nos contó lo de Kohaku. Estiré la mano entonces, aceptando el termo sin darle muchas vueltas y lo destapé para oler el té, era de limón o eso parecía, acompañado de otra hierba que no encontré en el archivo en el momento.

    Con todo, recordé de repente la conversación de los chacales en la que me había visto involucrado un poco por rebote y pensé un par de cosas al ver a este mocoso, pero las dejé correr.

    —Hace unos días en el pasillo de segundo, llegué con Anna y tú te fuiste con Dunn —respondí luego de olisquear el té una segunda vez, para darle un trago como si este mocoso no pudiese envenenarme si le salía del culo. Igual llevaba días calmado y tampoco iba a ser un dolor en los huevos con este chico, que en apariencia era amigo del otro diablo—. Tienes acento... Europeo, creo, ¿le atiné?


    el primero qUE NO LE DESPRECIA EL TÉ A ALECK A LA PRIMERA okya
     
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    Rider

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    Cáncer
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    Estaba genuinamente sorprendido, el chico había aceptado el té así sin más, tomando el termo con cuidado y oliendo su contenido; no sabía si buscaba averiguar de que sabor era antes de probarlo o si pensaba que lo envenenaría o algo. Pero aquel sencillo gesto me hizo sentir un poco más tranquilo, permitiéndome destensar completamente mis músculos y recuperar mi amplia sonrisa habitual. Además, no lo iba a negar, me hacía feliz que alguien aceptara un poco de mi té sin mayores complicaciones. Hacía mucho tiempo que no pasaba eso.

    Ya una vez que estaba cara a cara con aquel chico frente al casillero de Anna pude corroborar que era el mismo sujeto que había visto el jueves en mi primer día, sus propias palabras me lo confirmaban.

    —¡Ah! Eres amigo de Annie y los demás ¿No? —cuestioné alegre al chico lúgubre mientras parecían salir chispas de mis ojos. — ¡Uf, menos mal! Ahora puedo descartar la posibilidad de que estabas plantando una bomba en los casilleros o algo ilegal.

    Tapé mi boca con ambas manos al escuchar que el chico mencionaba que tenía un acento extranjero, un poco apenado por no haberlo podido controlar otra vez.

    — ¿Eh? ¿En serio se nota tanto? Viejo, aun tengo que trabajar en disimularlo más —musité algo desanimado desviando un poco la mirada, solo para seguidamente reincorporarme con mi carácter habitual—. Bueno, ciertamente acertaste, eso no te lo voy a negar, vengo de la infame isla esmeralda: ¡La todopoderosa y nada alcoholizada Irlanda!

    >>Por todos los cielos ¿Pero donde están mis modales? ¡El nombre es Aleck Graham, mucho gusto! —extendí mi puño para que los pudiéramos chocar, pero de primeras el chico parecía algo confundido por el gesto. Con un absoluto descaro me tomé el atrevimiento de tomar su muñeca para alzar su mano a la altura de la mía, para finalmente chocar nuestros nudillos. Incluso hice un pequeño ruido de explosión al hacer contacto.

    — Oye, oye, ¿Qué tal esta el té? ¡Es de limón con un ligero toque de tomillo! Excelente para el dolor muscular y de cabeza —mi gesto cambio a uno un poco preocupado antes de continuar hablando—. Parece que tuviste días complicados ¿Eh? Por favor, sigue bebiendo, quizás te ayude a sentirte un poco mejor.


    Yo aun no entiendo porqué hay gente que le rechaza el té a Aleck u_u Buena ya JSJSJ
     
    Última edición: 30 Julio 2021
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    Zireael

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    Fue aceptarle el té y que al otro se le aflojara toda la tensión de encima, sonrió como si nada, es más ya me veía que era así siempre y antes de que pudiese decir nada empezó a hablar como ametralladora. Se veía que tenía pólvora en el culo, justo como Anna, y aunque no lo externalicé sí que me chocó que este que había salido de quién sabe dónde anduviese llamándola Annie cuando solo Hodges lo hacía.

    Mira que a veces se me volaba la puta pinza y me ponía celoso de imbéciles que no daban una, ya se había visto el otro día cuando Anna me contó que había quedado con Dunn y no sé qué cojones, la vez de la azotea.

    Parecía que había sido hace una eternidad.

    Además yo no diría así que como que fuese amigo amigo del resto, Anna era una cosa, digamos que Hodges venía un poco en el paquete, pero Cayden con costos me soportaba y si me había hablado hace unos minutos era un milagro. Igual no me iba a poner a hacerle aclaraciones innecesarias al mocoso, ya se daría cuenta por sí mismo tarde o temprano.

    —¿Disimularlo como para qué? Representa de dónde vienes y tampoco es que cueste entenderte ni nada —solté con la cara de póker de siempre aunque solté una risa nasal al escuchar de dónde era—. Irish boy~ interesante.

    Aleck Graham.

    ¿No eran estas galletas que usaban para los S'mores? Joder, qué ganas de unos.

    El mocoso me extendió el puño, intercambié la vista entre su mano y sus ojos, preguntándome qué coño hacía Dunn juntándose con este torpedo marca Acme. Sobre todo me lo pregunté cuando el jodido, descarado como él solo, me alcanzó la muñeca y me hizo chocar el puño con el suyo, con todo y efecto de sonido. Fruncí el ceño que dio gusto y una ligera cuota de tensión me cayó encima, toda la movida me recordó a cuando Nieves me arrastró al ascensor.

    —Hey, Amber, ¿no te enseñaron a no tocar desconocidos? Imaginé que lo sabrías por el cabeza de fósforo —Hundí la mano desocupada en el bolsillo, para evitarme más numeritos.

    Claro, igual aquí venía yo a decirle ámbar porque me salía de los huevos.

    Algo de preocupación se le había impreso en los gestos cuando dijo lo de que parecía haber tenido días complicados y no sé qué. Me encogí de hombros sin más, le pegué otro trago al té que me había confirmado era de limón y tomillo, lo paladeé un poco mejor antes de decir nada más y me guardé lo de decirle que no me sentía mal en sí.

    —Miel de abeja, eso estaría bien con el té —comenté entonces con la monotonía de siempre y caí en que seguía sin decirle mi nombre—. Altan Sonnen.


    los demás: *rechazan el tecito*
    altan: oye ponle miel de abeja bro
     
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    Amane

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    Para haber sido un día tan lluvioso, la verdad es que pasé un lunes de lo más bonito. Ya podía estar cayendo el diluvio universal que yo pasé el resto del día super contenta, atendiendo a las clases y siendo de lo más productiva por la tarde, hasta que llegó la noche y me acosté a una hora de lo más decente. Había que ver lo simple que era y lo mucho que me subía el ánimo saber que la gente que apreciaba estaba bien.

    El martes amaneció nublado y, aunque parecía que no iba a llover, decidí llevarme el paraguas conmigo por si acaso. ¡Uno nunca sabía con el tiempo en Japón! Se suponía que estábamos en primavera, pero a veces venían unas tormentas como la del otro día y te jodía todo el cambio de armario que hubieses hecho.

    Kashya y yo llegamos a la academia bastante temprano, como venía siendo nuestra costumbre en realidad, y vi a Altan en nuestra línea de casilleros justo a un par de centímetros del inicio de la misma. No había que ser ningún genio para saber que estaba cerca del casillero de Anna, pero de todas formas lo supe porque lo tenía bastante localizado. Estaba hablando con Aleck y, obviamente a Kashya le daba igual, pero a mí me dio algo de... cosilla.

    Ni idea de dónde surgió; si de que aún me sentía algo culpable por lo del castaño, si de que el moreno aun me intimidaba un poco o si de aún no me sentía del todo cómoda con la idea de ver lo que pasase cuando Anna llegase a la academia. La cuestión es que no lo pensé mucho y simplemente me dirigí hacia los casilleros de tercero, porque lo de que andaba por ahí tan pancha como si fuese mi segunda casa ya había quedado claro, y... oye, que mala suerte, no había llegado nadie conocido. O se habrían ido ya, que para el caso era lo mismo.

    Repasé el lugar con la vista, haciendo un pequeño puchero, y al final me surgió el impulso de algún lugar para acercarme a una chica que había por la zona. Se la veía... algo sola, ni idea.

    —Buenos días, senpai~ Perdona que te moleste, pero tu pelo se ve de lo más bonito y suave, ¿tienes algún truco para mantenerlo así~?

    Había que ver la capacidad que tenía de olvidarme de mi timidez y vergüenza cuando se trataban de chicas bonitas, aunque yo no me diese ni cuenta de eso mismo.

    Uy pero bueno, una lesbily por estos lares
     
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    Gigi Blanche

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    Al final me había quedado un rato más en los casilleros. Ya tenía los zapatos de interior puestos, así que saqué el móvil para revisarlo y aproveché la poca gente que aún daba vueltas para dejarle a Maze las galletas del día. Mira que llevaba semana y pico haciéndolo religiosamente y ya ni lo pensaba al hornearlas, empaquetarlas en una bolsita diferente ni atarla con un listón, tampoco al abrir su locker y luego cerrarlo. Ya era parte del paisaje, como la gran mayoría de cosas que acababa haciendo por rutina.

    Era una criatura de lo más rígida.

    Cuando el corazón se me calmó a un ritmo decente supuse que mejor sería ir subiendo. Sólo tenía que llegar, sentarme y hundirme en mis apuntes, como toda la puta vida. El caso era que me había quedado de pie en lo que tomaba una decisión y fue en ese instante donde me pareció que me hablaban. Alcé las cejas, girando un poco el cuerpo, y advertí la presencia de una chica junto a mí. Debía ser de primero, más bien de segundo, y se veía tan amable y bonita que no pude evitar sonreír con absoluta ternura tras oír su pregunta. A ver, no era secreto para nadie que tenía una debilidad estúpida por los niños y probablemente a esta chica no le gustaría saber que la andaba calificando de una, pero fue inevitable el tinte casi maternal que adoptó mi semblante. Igual intenté lucir más casual, ni idea.

    —Pues buenos días, señorita repentina~ —la saludé con un tono suave y jovial, sosteniendo un mechón de mi propio cabello para inspeccionarlo con el ceño fruncido. Lo froté ligeramente entre mis dedos—. Hmm, ¿sí y no? Igual tu cabello también se ve muy bonito, eh, tan brillante y con ese volumen.

    Dejé ir mi pelo y alcancé el suyo, para repasarlo entre mis dedos y permitirle caer por su propio peso, buscando aseverar mi punto.

    —Y bueno, uso shampoo y acondicionador, puedo pasarte las marcas si quieres pero créeme, no son nada del otro mundo. —Eran segundas marcas, de hecho—. Lo que más me preocupa es mantener los rizos en su lugar, que si no me ocupo de ellos se convierten en una jungla, entonces luego de ducharme les paso una crema especial y los armo mientras siguen húmedos. Y voilà~

    A ver, si no andaría de parlanchina. Acompañé la última expresión de un movimiento de cuello, consiguiendo que mi cabello se fuera todo detrás, y sonreí bastante divertida.

    —¿Y tú qué tal? ¿Algún secreto de belleza por el cual no deban matarme~? Ya sabes, si no nos ayudamos entre nosotras, ¿quién mierda lo hará?

    qué manera de hablar Sa-chan y qué gay
     
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    Zireael

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    El espectáculo con Kasun había sido una mierda, en realidad había empezado siendo tolerable y luego se había ido a pique, como siempre pasaba con estos cabrones. Con todo, haberme ido con los chicos al parque me hizo olvidar el tema, para suerte de todo el mundo que ganas no tenía de estarme dando la mala vida por alguien que, claramente, no valía ninguna pena en el mundo.

    La noche del lunes se me fue la olla digamos, pensé que para qué retrasar más las cosas (y para qué mentirnos no tenía mucha paciencia ya de por sí y eso lo sabían todos), así que se me ocurrió que la tarde del martes servía para que Ko se pasara por casa por fin.

    Digamos que solo por eso había madrugado un poco más, para llegar antes y montarme un poco el teatro, que ya de por sí se veía que no dormía a gusto si no me montaba el numerito. En fin, que por eso me topé a Sonnen y lo piqué un poco, que de por sí merecido se lo tenía el jodido cabrón, por ser tan necio. Como fuese esperaba que al menos hubiese podido acomodarle las ideas a Hiradaira, ya que Arata me había contado por encima las cosas.

    Con toda la mierda la verdad era que aún así se veía que también estaba relativamente tranquilo. Al final cada uno se acompasaba al desastre suponía, lo relegaba al segundo plano y se centraba en las cosas que importaban más, así se estuviese acabando el mundo. Después de todo la vida se resumía en ir descartando cosas, quisiéramos o no, había que tacharlas para avanzar en otras.

    El caso es que me separé de él, de forma que no vi que tenía la suerte o la desgracia, vete a saber, de topar con Aleck porque seguí por la fila de tercero aunque pasé directo luego de cambiarme los zapatos para comprarme un café en la máquina y regresar sobre mis pasos a los casilleros otra vez.

    Ya allí vi a una pelirroja hablando con Emily, la melena de vino tinto me medio sonaba de algo, ¿quizás de la mascarada? Hombre, ni idea con la de alcohol que tenía en el cerebro, pero bueno, la cosa fue que al pasar le di un toquecito a Emily en el hombro.

    —Buenos días, Em —La saludé a la pasada y busqué también los ojos de la pelirroja por pura cortesía—. Morning~

    En sí no esperé respuesta como tal, seguí mi camino y busqué con la vista el casillero de Ko. Una vez lo ubiqué, eché el peso del cuerpo al lado de la puerta y bueno, si aparecía alguien que necesitara abrir el casillero le daba espacio y ya. Ahí apoyado le di un trago a la lata de café y pensé que estaba hecho un imbécil como siempre, porque si fuese un perro seguro estaría sentadito de lo más obediente moviendo la cola esperando por el otro tonto.

    Dicho estaba ya, era de lo más simple con algunas cosas.


    Gigi Blanche whooops
     
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  8.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado

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    Desde luego, aquel tenía que ser mi día de suerte o algo, porque la chica no pareció molestarse por mi repentina cercanía y, por lo tanto, me ahorró el bochorno que seguramente habría pasado de darme cuenta que prácticamente la había emboscado de buena mañana. Eso no evitó, por supuesto, que me fuese sonrojando a medida que me daba cuenta que no me había ni siquiera presentado, que una chica mayor me estaba halagando y que se me había acercado para tocarme el pelo.

    Con eso último casi combustioné, para qué mentirnos.

    Intenté mantener la compostura aun así, porque realmente no hubiese sido nada bonito no prestarle atención después de que había sido yo la que se había acercado para hablarle y preguntarle por su cabello, y al ir concentrándome en su respuesta conseguí calmarme lo suficiente para poder... bueno, actuar con normalidad, al fin y al cabo.

    —¿Eh~? ¿En serio? Parece bastante trabajo mantenerlo, pero supongo que merece la pena, ¿no? —opiné, ladeando ligeramente la cabeza, y en el movimiento le eché un vistazo de soslayo a mi melena—. Mi pelo no tiene nada de especial, senpai, todas las japonesas que conozco lo tienen igual... Pero, uhm... ¿un secreto de belleza? —me llevé el dedo a la comisura de los labios, pensativa, hasta que después de un par de segundos se me iluminó el rostro al recordar algo—. ¡Ah! Hay una tienda cerca de mi casa, es muy pequeñita de hecho, pero la dueña es una señora coreana muy simpática que vende mascarillas de ahí por 100 yenes. Son muy buenas, mi madre dice que le quitan 20 años de encima cuando las usa~ —añadí el comentario final con una risilla, porque la verdad era que mamá se conservaba muy bien pero siempre decía aquello.

    Después de haberle soltado el discurso, noté el toque en el hombros, y reconocí a Cayden al instante, tanto por su cabello como por su tono de voz. Solo me dio tiempo a dedicarle una sonrisa y un movimiento de mano a modo de saludo antes de verlo dirigirse hacia uno de los casilleros de la fila, ni idea si el suyo o de otra persona, y abrí un poquito los ojos al volver a mirar a la chica y percatarme de algo.

    >>Por cierto, me llamo Emily. Bueno, Emily Hodges, pero prefiero que me llamen por el nombre directamente. Encantada, senpai~ —me presenté, haciendo una reverencia como debía ser, y recuperé la sonrisa en cuanto me erguí.

    Dios, de verdad que estaba de buen humor aquella mañana.

    Excuse us, se nos derramó un poquito de gayness over here
     
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  9.  
    Reual Nathan Onyrian

    Reual Nathan Onyrian Adicto

    Capricornio
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    Al menos esta vez no me había empapado con lluvia. Pero llegaba un poco tarde, eso sí. El cielo parecía estar de un humor bastante gris, pero agradecí que se aguantara las ganas de llorar. Todo seguía húmedo, y no había podido dejar a secar el uniforme, así que había tenido que volver a asistir con el de gimnasia. Obviamente que para la vuelta de ayer me había cambiado de vuelta al uniforme mojado. No iba a arruinar el único que tenía seco. Bostecé y me froté el rostro, intentando quitarme el sueño de encima. Me gustaba madrugar, pero eso no quitaba que no fuera difícil.

    Miré alrededor, buscando la cabellera celeste de Alethea. Me había parecido verla en el viaje hacia la escuela, y quería preguntarle si ambos veníamos del mismo lugar. ¡Tal vez viviéramos en el mismo barrio! Eso solucionaría un poco el tema de tener que juntarnos para estudiar. Aunque Joey tenía razón, los "barrios" en Japón eran más como pueblos o aldeas por su extensión. Resulta que su nombre en realidad eran prefecturas. Había estado un tiempo averiguando por Internet, y hasta me había comprado un mapa, que tenía guardado en el bolsillo. Había conseguido uno en inglés, por suerte.

    Me dirigí hacia los casilleros, para al fin iniciar el día, cuando no encontré a la chica. Ya había obviamente varios estudiantes conversando y haciendo vida social en los mismos. Vi a aquel muchacho de pelo de zanahoria que siempre llevaba sombrero deambulando por ahí, sin al parecer un rumbo fijo. Parecía estar observando a todos, estudiando. Que chico tan raro. Me encogí de hombros, y me dispuse a cambiarme los zapatos. Apenas era martes. La semana recién empezaba.

    Bueno, dejo a mis dos pibes a la deriva (? Son carne fresca para el que quiera.
     
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  10.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Era agradable tener instalada en el pecho la sensación de estar haciendo las cosas bien. No que fuera de comerme la cabeza en detalles, pero ahora contaba con la certeza de estar navegando el camino correcto, de remover la tierra y arrojar semillas aquí y allá. Quizá siguiera siendo aire toda la vida pero ya llevaba demasiado tiempo con las raíces cortadas. No hacía falta atarme a ellas, pero me parecía necesario aportar mi granito de arena y permitirme germinar otra vez. Y estaba bien, podía soplar viento para descubrir el sol o arremolinar la humedad y conseguir lluvia. Podía hacer lo que estuviera a mi alcance por mis cables a tierra.

    El martes llevé la guitarra a la escuela, ni idea, sólo la vi mientras me vestía y me apeteció. La llevaba a la espalda, la correa cruzada al centro del pecho, y cruzamos el patio frontal junto a Morgan en silencio. A ella también la había descuidado un montón y probablemente nunca me alcanzaran las palabras para agradecerle la ridícula incondicionalidad.

    En los casilleros ella se quedó en el suyo y le sonreí, adelantándome al mío. En el camino distinguí a Emily conversando con otra chica y recordé de improviso el almuerzo de ayer, mi agradecimiento y su respuesta. Recordé que los ojos se le habían cristalizado y su sonrisa de después, lo clara y brillante que me resultó. También recordé su beso y la sensación, como traída de un lugar lejano, se me imprimió en la mejilla de un momento al otro. Al pasar a sus espaldas apoyé suavemente una mano sobre su cabeza y me incliné lo suficiente hasta dar con su perfil.

    —Buen día, Hodges-san.

    Hablé en el tono suave de siempre, fue casi un susurro y asentí la cabeza hacia la pelirroja irguiéndome un poco, a modo de saludo también. Me correspondió sin problema y seguí mi camino, que tampoco pretendía interrumpir. La mano que había depositado en su coronilla se deslizó ligeramente a lo largo de su cabello, meciéndolo apenas en mi dirección, y volvió a su lugar cuando rompí el contacto.

    Obviamente noté a Cayden antes de llegar, si lo había distinguido apenas llegar a los casilleros, pero era la última parada y bueno, una cosa a la vez. Ya estaba dicho que no era de comerme la cabeza con detalles, era capaz de pedirle galletas de limón a Emily simplemente porque me gustaban, así como también podía ver a Cay Cay haciendo tiempo junto a mi casillero y asumir sin el menor problema que esperaba por mí.

    —Buenos días, Cay Cay —lo saludé con la calma de toda la vida y la alegría que había redescubierto el viernes—. ¿Qué tal va todo?

    En lo que hablaba aproveché y me puse a cambiarme los zapatos, pues porque me daba el cerebro para mascar chicle y cruzar la acera al mismo tiempo. Ya me había concedido el tiempo para echarle un vistazo medio general, desde el pelo de fuego, el semblante y la postura, para corroborar medio sin darme cuenta que tenía buen aspecto.

    Y así me quedé tranquilo.

    debería ser ilegal lo soft que me pone kohaku desde ayer, hmpf

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    A medio camino un poco me arrepentí de, bueno, haberme comportado con tanta ligereza. Fue ver el color que apareció en la cara de esta pobre chica y asumir al dedillo que debía ser japonesa, y que yo con mis manías de extranjera, y encima desenfadada, debía ser el clásico terror de los locales. Era menor que yo y ahí andaba, tocándola sin permiso y soltándole las mierdas por toda la cara. Pero bueno, ya no quedaba mucho por hacer más que concederle su espacio y hacer de cuenta que no, no estaba como un tomate maduro. Como venía siendo usual, la gente podía darme pena pero tampoco hacía un mundo de ello.

    De la forma que fuera, se las arregló para mantener la compostura y el cauce de la conversación. Supuso que valía la pena el trabajo que me daba mi pelo y me encogí de hombros, aunque también asentí. Pues sí, venga, no iba a andar engañando a la gente ni con falsa modestia. Mi pelo me gustaba mucho y sabía que cuidarlo daba sus frutos, así que era algo que disfrutaba.

    También que gustaba mucho a secas, pero ese ya era otro tema.

    Después dijo que todas las japonesas lo tenían igual y bueno, un poco cierto era, pero es que las japonesas solían tener un cabello bastante lindo. Me gustaba lo lacio que era y cuánto brillaba bajo la luz natural, ni idea. Como fuera, tampoco iría a pretender correrla de su pequeño espacio de confort. Podría haber insistido en que no, que era más bonito que el promedio, pero lo dejé correr y ya. Me dio que tampoco debía sentir particular afición por la atención ajena.

    —Oh, eso suena a un buen dato, indeed. —Mantuve la sonrisa, cruzando los brazos bajo el pecho, y le eché mi peso a los casilleros—. ¿Y dónde queda la famosa tienda? Quizá vivimos cerca y todo~ —Le eché un vistazo a sus manos, luego a la manicura que llevaba yo, y ya que estábamos se me ocurrió agregar—: ¿Te gusta cuidar tus uñas? Porque conozco un lugar genial y super barato donde te miman un montón.

    Luego apareció un pelirrojo, supuse que de tercero, saludó a la niña y de pura cortesía también a mí. No iría a desestimarlo por eso, obvio, así que le solté lo mismo que dijo él con la liviandad usual y la chica de segundo se presentó. Su nombre no sonaba japonés pero la reverencia me siguió confirmando mis sospechas. A ver, nunca había logrado pegarme la costumbre de inclinarme frente a las personas, pero por la pura gracia me eché encima una sonrisa divertida, despegué la espalda de los casilleros y ejecuté una reverencia más al estilo palaciego, pellizcando los bordes de mi falda y todo.

    —Encantada, señorita~ —murmuré, coqueta, y regresé a mi posición original—. Sasha Pierce, también puedes llamarme como te apetezca. Además, bueno, ya te habrás dado cuenta que no soy muy de aquí.

    Luego apareció otro chico y también saludó a Emily. Venga, si no conocería mogollón de senpais la cría, como para luego andar ruborizándose conmigo. Bueno, a ver, que si me distraía se me subía un poquito a la cabeza o algo~

    Well, well —murmuré, divertida, luego de que el muchacho de cabello celeste se retirara. Lo seguí con la mirada porque sí y noté que se reunía con el primer pelirrojo, entonces ensanché la sonrisa y regresé los ojos a Emily—. Pero qué muchachos tan apuestos conoces, Emi~

    sa-chan pero qué bitch

    Morgan.png

    Como supuse que ocurriría, Kohaku volvió solito cuando se sintió preparado para ello. El domingo se apareció en casa de la puta nada, a eso de las tres de la tarde, con una bolsa llena de panes rellenos. No había nada extraño en su semblante, ni una pizca de culpa, era el mismo de toda la vida y lo recibí de la misma manera. Hanabi escuchó su voz desde arriba, tenía un superpoder para identificar su presencia o algo a pesar de cuán suave hablaba el chico, y la tormenta se precipitó por las escaleras hasta colgarse de sus piernas. A ver, no la culpaba por querer a Kohaku, si el tío era adorable, pero no dejaba de darme gracia lo mucho que celebraba su presencia en casa.

    Mamá no estaba, así que preparé café para mí, él se hizo su té y Hanabi le echó cacao a su vaso de leche. Éramos todos muy autosuficientes. Nos tiramos en el sofá y pasamos los canales a ritmo intermitente, comiendo los panes, conversando y riéndonos de diversas tonterías. Luego se regresó a su casa, lo acompañé abajo y mientras le quitaba el pie a su bicicleta me avisó que pasaría por mí como todas las mañanas. No necesité más para saber que ya estaba bien, que había regresado, y le sonreí y le dije que claro, lo esperaba.

    Total que el martes también llegamos juntos y él siguió a su casillero mientras yo me cambiaba los zapatos en el mío. No venía aburrida ni con unas ganas particulares por molestar a alguien, pero distinguí al chico ridículamente alto de mi clase y me acerqué por la mera razón que guiaba siempre mis acciones: porque me salía del coño y ya.

    Morning~ —murmuré porque sí, y el resto lo dije en japonés porque bueno, qué sabía yo que el tío se había anotado en la escuela sin cazar una palabra—. Oye, ¿cuánto mides, exactamente? Mera curiosidad científica~


    pedazo de trip

    si alguien, quien sea, quiere arrastrarme al pasillo o adonde sea que no sea acá se lo agradeceré mucho JAJAJA
     
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    Reual Nathan Onyrian

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    Justo había decidido quitarme los auriculares mientras me cambiaba los zapatos, o no si no no hubiera escuchado la voz de la muchacha que se me había acercado. De hecho, no esperaba que nadie lo hubiera hecho, para ser sincero. Creo que Bleke había sido la única que se había acercado a mí desde que había llegado a la escuela. Creo. Tampoco es que me molestara, la verdad. No me importaba ser yo el que encarara, menos con lo que me gustaba hablar, y tampoco tomaba como una especie de insulto que nadie se me acercara, la verdad. Me dejaba un tiempo a solas conmigo mismo. Nunca estaba de más.

    Levanté la mirada, y pude notar que era una de las chicas de mi clase. Creo que nunca había hablado con ella, la verdad, y tampoco le había prestado mucho atención. Fruncí el ceño, recordando. No, espera. Si había interactuado con ella. ¡Ella había sido mi guía, cuando me había reincorporado! Bueno, aunque guía era un poco amable, a decir verdad. La chica apenas estaba con ganas de mostrarme la escuela a mí y al otro muchacho. Que no me acordaba el nombre. Vaya que era malo en esto. Y de la chica, me acordaba de que su apellido era escocés, pero nada más.

    Bueno, esta podía ser una oportunidad para comenzar de nuevo. Y parecía que ella tal vez me había olvidado por completo.

    Hice una mueca al escucharla. ¿En japonés? Me pregunté por unos momentos si no lo había hecho a propósito, la verdad, pero luego me quité esos pensamientos. Sin embargo, el rostro se me iluminó cuando reconocí algunas palabras, y rebusqué rápidamente en mi mochila, todavía en el suelo.

    — Espera, espera. Dijiste... dijiste "oye". Sí, eso sí —comenté, en inglés, para luego sacar un diccionario de bolsillo, y pasar rápidamente sus páginas, todas escritas en los bordes.— Y luego... esa pregunta...esa pregunta era... ¿cuánto? Bueno, y todo lo otro no lo cacé, la verdad. No te lo voy a hacer repetir. Tengo que estar más atento. Ah, y en cuanto a la pregunta, voy a tomar la opción obvio y responderte que un metro ochenta y siete. Estuve bastante cerca del metro noventa, pero decidí quedarme en los escalones de tercer lugar. No quería sobresalir tanto.

    Solté una carcajada liviana. Sabía bastante bien que si no era por mi altura, o la mecha teñida o mis tatuajes, o principalmente mis ojos, me hacían destacar. Le sonreí, y para darle más fuerza a mi respuesta, me incorporé lentamente, ayudado con el bastón.

    — Bastante alto para lo que es acá, en realidad —dije, mirando alrededor, y luego desvié mis ojos hacia ella. Me rasqué la nuca.— ¿Me podrías repetir tu nombre, je? Me olvidé. Yo soy Jack, por las dudas. ¿Todo bien? ¿Necesitabas algo?

    Sorry, no voy a ser yo el que te saque de la tortura de los casilleros (?
     
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    Zireael

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    Emily me había correspondido el saludo, lo mismo con la pelirroja y así que me quedé tranquilo con la espalda echada contra el metal de los casilleros. Algo del frío de la superficie se coló por el blazer, luego por la camisa, pero no tardó mucho en retroceder y seguí a lo mío, haciendo tiempo. En algún punto me saqué el móvil del bolsillo, hice el tonto en Instagram un rato y luego lo regresé al bolsillo mientras bostezaba.

    Los días así de oscuros me daban bastante sueño si debía ser honesto, además a esas horas de la mañana lo que cualquier ser humano normal quería era ir por el quinto sueño como un gato. Como fuese, ¡había cosas que hacer! Cosas importantes para variar, que no eran estudiar claramente, así que más me valía terminar de espabilarme con el café o algo. Le di un par de tragos, cambié el peso de un pie al otro y de la nada me di cuenta que, con todo y el sueño, estaba algo inquieto.

    A ver, ni que fuera un mocoso de doce años.

    Focus!


    Entre toda la tontería no vi a Kohaku hasta después de que saludara a Emily, lo dejé estar porque yo era la última parada y tampoco tenía el culo tan inquieto para interrumpir saludos matutinos. Además, ¿qué iba a estar haciendo junto a su casillero que no fuese esperarlo? Tampoco había que ser un genio ni nada, así que paciencia.

    Se acercó, me saludó y medio me sacó radiografía cosa que me hizo gracia porque me recordó a mí mismo. Solté el aire por la nariz, despacio, y despegué la espalda de los casilleros.

    —Todo bien —respondí y la emoción se me coló en la voz, nada que hacerle. Ya de por sí no disimulaba nada muy bien con Kohaku—. ¿Y tú, Ko?

    No esperé mucho antes de echarle la mano libre sobre el hombro, sorteando la guitarra, para darle un medio abrazo o como fuese que pudiese llamarse eso. Lo dejé ir unos segundos después, luego de dedicarle una caricia de nada en el pelo de nube. Cuando lo dejé quieto por fin di unos pasos al frente, para poder hacer una reverencia un poco exagerada y el café casi se me va a la mierda, de forma que me tuve que tragar la risa.

    —Ishikawa-san —dije al erguirme y me di cuenta que no recordaba siquiera la última vez que llamé a este chico por su apellido, pero el show había que montarlo bien—. Disculpe usted lo indiscreto de la pregunta, ¿pero tiene espacio en su agenda para el día de hoy?


    pedazo de timing porque andaba poniéndome al día con roles. Also shoré un poquito bye world

    me los iba a arrastrar pero no encontré excusa pelotuda ASJBEJS *c mata* Gabi tiene que salvar esta compañía. Anyhow, si te inventas alguna pelotudez que cuele, te los puedes arrastrar igual uwu
     
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  13.  
    Gigi Blanche

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    Había que ver nada más, lo caprichosa y hasta selectiva que podía ser mi memoria. Eran literalmente días desde que le había mostrado la escuela a este chico y no lo recordé hasta un rato después de oírlo hablar y verlo gesticular. Cuando las imágenes me cayeron encima, mientras él se hacía bolas con el idioma, pestañeé ampliando brevemente los ojos antes de regresar al semblante suave de toda la vida. Bueno, nada que hacerle.

    Y eso que aún no había asociado a la bonita niña de los casilleros con la jovencita que había besado en la fiesta.

    Dios, no ser adivina para saber que el chico, incluso sin conocerme de nada, ya andaba dudando de mis intenciones. Que vamos, esta vez ni siquiera había sido a posta, pero ¿que era perfectamente capaz? Pues claro. Lástima que yo no tuviera un sexto sentido, el tipo tendría que quedarse sin saber de su olfato de sabueso.

    Me respondió en inglés, primera pista, luego sacó un diccionario de su bolsillo y se enfrascó en eso. Entrelacé las manos a la espalda, como buena niña, y lo rodeé con pasos ligeros hasta poder inclinarme lo suficiente, cosa de echarle un vistazo al librito. Obvio, no sabía nada de espacio personal. Pasaba las páginas demasiado rápido como para llegar a leer muchas de sus anotaciones, que en definitiva eran lo que picaba mi curiosidad, y en cuanto se dispuso a hablar me alejé apenas unos centímetros para verlo a los ojos sin morir de tortícolis. Decir que era escocesa o habríamos estado hundidos en un serio problema de comunicación.

    Como venía siendo lo usual en mí, pese a prestarle atención no modifiqué mi semblante al escucharlo. Casi un metro noventa, ¿eh? Eso sí que era mucha... humanidad. Mucha comida, también. ¿Comería mucho? ¿Habría roto algún sofá al sentarse? Que encima de alto, no era precisamente flacucho. Y bueno, ¿por qué de repente me interesaban esas cosas?

    Vete a saber.

    Ensanché suavemente la sonrisa en cuanto él soltó la risa, porque me di cuenta que esperaba una respuesta del estilo y muchas veces reaccionaba acorde a ese tipo de razones. Luego destacó que era bastante más alto que la media japonesa y sí, señor, nada que objetar. Repasé los alrededores con la vista, girando el torso con movimientos fluidos, para corroborar su punto y entonces recibí su pregunta. Alcé apenas las cejas, ladeando la cabeza.

    —Morgan O'Connor. ¿Ya te habías olvidado de mí? So meanie~

    Ni siquiera me interesaba hacerle sentir mal o algo por el estilo, vete a saber lo que hacía falta para ofenderme, y que un chico de mi clase olvidara mi nombre claramente no era de peso suficiente. Pero bueno, por la pura gracia me dieron ganas de molestarlo. Mi voz corrió en el caudal sutil, constante de siempre, y meneé suavemente la cabeza al preguntarme si necesitaba algo.

    —Ya me diste la información que quería, pero puedo seguir preguntando cosas, si te apetece~


    Kohaku 3.png

    Cay Cay me respondió de primera instancia mientras me agachaba para recoger los zapatos de afuera y dejarlos en mi casillero, pero no necesité verlo ni nada para enterarme del tinte cálido que tenía su voz. No que lo conociera de toda la vida, incluso habíamos estado dos años sin saber del otro, pero creía saber lo suficiente de él para haberme aprendido algunos de sus mood usuales. Cerré la puerta del locker con movimientos suaves, la empujé hasta oír el click y dejé la mano apoyada en la superficie en lo que volvía el rostro hacia Cayden y le dedicaba una sonrisa amplia. Asentí.

    —Sí, todo bien —acordé, en voz baja, y como venía sembrando semillas a mi alrededor seguí hablando—. En casa ya está todo tranquilo y el domingo volví a hablar con mi mejor amiga, así que todo va bien. —Ya que estaba y no perdía nada, la busqué con la vista y la identifiqué sin problema, estaba conversando con un chico estúpidamente alto—. Ah, es ella, la morena de pelo corto. La conocí unos meses después de que perdiéramos el contacto.

    Volví mi atención a Cayden y le dediqué una sonrisa angelical, de esas que usaba justo antes de ponerme a joder a la gente porque para ser un poquito cabrón siempre tenía tiempo.

    —Te reemplazó, Cay Cay~

    Que a ver, no iba en serio pero ni de coña, sólo se me ocurrió y lo solté. Ni siquiera creía en esas cosas, que un clavo sacara a otro, que utilizar a la gente en base a fines tuviera alguna clase de sentido. De plano no pensaba en esas cosas, sólo me relacionaba con mi entorno, fluía y me amoldaba. Era como si... como si cada persona tuviera su propia categoría, única e irrepetible, y nunca jamás existiera la posibilidad de que alguien cupiera en la cajita de otro. Vete a saber qué era lo más prudente de hacer con las cajitas vacías, si amontonarlas al fondo del armario o echarlas al fuego.

    Total que me alcanzó con un brazo, me dio un apretón breve y cerré los ojos apenas un instante en cuanto sentí su caricia en mi cabello. Fue una cosa de nada, bien podía calificar de un pestañeo lento o alguna mierda similar, pero yo era bien consciente del contacto y se quedó allí un par de segundos más, como un fantasma tibio. Uno de fuego.

    Me quedé quieto, honestamente nunca había sido de los que tomaban la iniciativa, al menos fuera de mi pequeño infierno personal. Lo vi alejarse, atajé que se clavaría alguna tontería y una risa ligera vibró en mi garganta al notar que casi se le caía el café. Seguí sus movimientos, divertido, y adiviné por dónde vendrían los tiros un poco antes de que lo dijera. Desde la semana pasada veníamos arrastrando la idea, vamos, y agradecía que se hubiera puesto las pilas al respecto porque visto estaba ya que muchas veces era un idiota. Un idiota que dejaba que la vida siguiera corriendo, sin moverse o actuar por lo que podría ayudarle o ser, no lo sé, bonito de vivir.

    Recibí sus ojos con una sonrisa tranquila pegada al rostro, era modesta y justo antes de responder se ensanchó tanto, pero tanto que me obligó a cerrar los míos.

    —Claro —accedí sin más, sin molestarlo ni nada, no me nació—. ¿Tenías algo en mente, Cay Cay?

    Imaginaba que sí, si se había tomado la molestia de esperarme para hacer la invitación, y honestamente me hacía una ilusión enorme. Ni idea, sólo la sentí en el centro del pecho y no lo cuestioné ni un instante. Era lo que era, era tibio y estaba bien.

    im crying
     
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    Zireael

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    Si me zafaba los cables correctos podía actuar como una máquina, era el don que no atarme a nada me otorgaba, solo me movía, hacía lo estrictamente necesario y seguía con la vida. Presionaba botones, provocaba respuestas de manual y a la mierda el resto, quemaba las telas de araña en el proceso y me aislaba cada vez más, lentamente.

    Aún así estaban estas personas, gente como Ko que aparecían de vete a saber dónde, lanzaban un hilo plateado y me atravesaba el pecho. No podía cortarlo, no podía quemarlo y entonces las emociones, hasta entonces contenidas como si fuesen un monstruo hecho del carbón que no me atrevía a encender, se salían por todas las rendijas.

    Creí que su respuesta quedaría en lo mismo que la mía, pero siguió hablando y por un segundo no supe si derretirme en mi lugar, llorar como un crío, írmele encima o qué demonios. Todo de lo que fui consciente es que se me suavizaron los gestos al punto de lo ridículo, aflojé los hombros también y le presté toda la atención del mundo, como si no tuviera grabado el tono de su voz en la memoria.

    Gracias, enano.

    Giré el rostro cuando encontró a la chica con la mirada y entonces hice dos más dos, era la morena que me había saludado a la pasada en el patio norte hace unos días, la que no ubicaba de una mierda. Ahora tenía más sentido al menos, debía haberme visto con Ko o él le debía haber dicho de mi existencia, el caso era que por eso debía ubicarme pero yo no a ella. Por otro lado, ¿qué pasaba con ese armario empotrado? Era más alto que Sonnen el cabrón, seguro te chocaba en el pasillo y te mandaba de culo al suelo.

    Regresé la atención a Ko cuando sentí que él hacía lo mismo, se puso una de las sonrisas de angelito en toda la cara y me vi venir que se iba a marcar una estupidez. El comentario iba en joda claro, además, que no supiera yo la clase de bitch que podía ser este crío cuando le salía de los huevos, pero bueno parecía que nos pagaban por hacer el imbécil. Giré el rostro, aparentemente indignado, y solté el aire con fuerza por la nariz como un perro fastidiado.

    —Ya quisieras tú poder reemplazarme así tan fácil —dije por la pura gracia. No era el más listo de la camada tampoco, así que el teatro me flaqueó cuando conecté las dos neuronas bañadas en cafeína que tenía en la cabeza—. ¿Soy tu mejor amigo? O lo era, ¡bueno lo que sea! Lo llevaré con orgullo, claro que sí.

    Tiré la molestia impostada y la sorpresa por la ventana para seguir mi número de turno. Luego de soltarle la estupidez y enderezarme sonrió, sonrió tanto que se le cerraron los ojos y pensé que haría cualquier mierda en el mundo para mantener la sonrisa de este idiota intacta. De puro milagro contuve el impulso hasta estúpido de estirar las manos y apretujarle las mejillas como si fuese un mocoso, porque vamos, había que mantener la compostura.

    Maybe~ —solté entonces, ladeando ligeramente la cabeza y me incliné apenas para invadirle un poco el espacio, de forma que pude hablarle bajito como si fuese un secreto—. Prepara la maleta que te vienes conmigo a casa, cloudy baby.

    Ahora fui yo el que sonrió tanto que los ojos se me cerraron, me quedé allí y le regresé su espacio despacio, como si nada. Debía insistir, si tuviese cola estaría barriendo el suelo con ella. La alegría se me notaba en todo el cuerpo.

    —Aunque supongo que eso ya lo hiciste —atajé echándole un vistazo a la guitarra en su espalda. Balanceé el cuerpo suavemente de un lado al otro, como un crío que no puede estarse quieto, y se me escapó una risa ligera igual de infantil—. Me alegra que todo vaya bien en tu casa por cierto y que hayas vuelto a hablar con tu amiga, de verdad que sí.


    me wa morir

    pluto de SaL no me está ayudando aquí
     
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    Gigi Blanche

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    Notar la suavidad en el semblante de Cayden, como mucho, me hizo consciente de cuán raro debía resultarle verme con la lengua floja. Y no lo culpaba, la verdad, con la tendencia que había estado arrastrando a encerrarme en mí mismo de una forma tan transparente, tan sutil, que si no me prestabas la debida atención ni cuenta te dabas. Quizá no hubiera grandes diferencias tangibles pero lo dicho: se sentía diferente y de ahí brotaba el resto.

    Cay se sumó a mi broma con una facilidad estúpida, haciéndose el ofendido. Si se veía adorable y todo fingiendo indignación, joder, como para agarrarlo de las mejillas y llenarle la cara de besos o algo. Pero bueno, tampoco íbamos a montarnos semejante espectáculo en medio de los casilleros a las ocho de la mañana, ¿verdad? Además el niño frente a mí seguro acababa haciendo combustión espontánea, y podía ser un cabrón pero tenía mis límites misericordiosos. De la forma que fuera, se infló el pecho de orgullo y recordé la mierda que acababa de pensar, la de las cajitas para cada persona, y solté una risa breve.

    —Igual jamás lo querría —murmuré, ya en serio, porque switcheaba de cabrón a sincericidio como si nada—. Pero tienes razón, la tendría difícil.

    ¿Así nada más, exponiéndome por amor al arte?

    ¿Y por qué no?

    Al parecer las neuronas se le conectaron un poco tarde y recién entonces se dio cuenta que, básicamente, lo había declarado como mi mejor amigo, o ex mejor amigo, o lo que fuera. No era de ponerle etiquetas a las personas, había que ver nada más la de idiotas con los que me liaba sin reparar ni un instante en cualquier clase de compromiso, pero de vez en cuando me apetecía otorgar... condecoraciones. Con Morgan gozaba de una conexión especial, una un poco extraña que a simple vista podía parecer un chiste, fría, mecánica y desapegada, pero no había nada más alejado que eso. Nos queríamos, así fuéramos los dos unos raros, lo hacíamos y contábamos con nuestro apoyo incondicional. Además, Morgan me entendía, esperaba y aceptaba como nadie.

    Luego estaba Cay, que así nos hubiéramos distanciado y toda la cuestión, en su momento fue lo más cercano que tuve a un mejor amigo. Ni idea, como decía, no me preocupaba por etiquetar a la gente. Los chacales en sí habían aparecido para concederme una segunda familia, amistades de esas que casi siempre me habían sigo negadas. La había tenido difícil desde bien crío, entre mis maneras tan suaves, casi femeninas, y mi afición por la jardinería. Adonde fuera, bueno, se divertían mucho más riéndose de mí. Nada había conseguido perturbarme lo suficiente, la verdad, si tenía esta facilidad estúpida para seguir, seguir y seguir fluyendo. Pero bueno, eso no quitaba el hecho de que me hiciera ilusión tener amigos.

    Y entonces aparecieron los chacales.

    Apareció Cay.

    No consideré necesario responder ni aclarar nada, la verdad, que si quería quedarse con esa idea en mente por mí estaba más que bien. Tampoco me molestaba ni iría a hacer nada que lo contradijera, es decir, ¿cómo mierda podría hacerle eso a la persona donde encontré el fuego tibio que tanto había estado buscando, incluso sin saberlo? Habría que estar muy, pero muy imbécil.

    Luego se hizo el interesante, si ya aprendía de mí y todo, y lo recibí en mi espacio con la naturalidad de toda la vida. Confesó al fin su plan maestro, que honestamente era predecible, pero eso sólo consiguió que en el semblante se me colara una cuota absurda de ternura. Bueno, nada que hacerle, tampoco era mi culpa si el idiota se empeñaba en usar ese apodo y encima para invitarme a la casa.

    Lo seguí mirando, cómo se balanceó, la alegría infantil que vibró en su risa, y sentí una calidez tan absurda en el pecho que era casi surrealista. No tenía forma de poner en palabras la paz que me daba verlo así, siendo un crío normal, relajado y sin plomo sobre los hombros. Quizá no lo externalizara, vaya, al menos no como cualquiera, pero había mierdas que me dolían un huevo y quizá no lo hubiera visto la semana pasada, cuando estaba en la mierda, quizá no hubiera estado ahí cuando se quebró y se echó a llorar. Pero lo había visto en la fiesta, pasado de alcohol y agobiado del mundo, lo vi y supe que lo único que ansiaba en el planeta entero, en ese preciso instante, era brindarle refugio.

    Y así sería siempre.

    —Muy bien —resolví sin complicaciones ni tiempos muertos—. Aunque vas a tener que prestarme un pijama, que soy muy friolento.

    ¿Me estaba invitando ya a dormir?

    Pues sí, era ese descarado si quería.

    Luego se tomó la molestia de, bueno, alegrarse explícitamente por todo, y solté el aire por la nariz. En serio, no me cabía más ternura en el semblante. Este idiota se pensaba que no se le notaba en la cara o algo, en cada centímetro del cuerpo, como para ir y decirlo. Esta vez fui yo el que invadió su espacio, me incliné en su dirección y le pasé los brazos por el cuello. Así, sin más, lo apreté contra mí con fuerza y luego lo dejé ir, dejando las manos sobre sus hombros.

    —Gracias, Cay Cay —murmuré, ladeando apenas la cabeza—. A mí también me alegra mucho verte bien.

    los niveles de gayness sobrepasaron el marcador
     
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    Zireael

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    Lo dicho, no me estaba molestando en contener ninguna reacción corporal, ningún gesto y tampoco mucho de lo que decía. Solo estaba fluyendo sin pararme a pensar en consecuencias, respuestas posibles ni nada más y era liberador de alguna manera, es decir, actuar sin el miedo por delante. Claro que me volvía un poco lanzado e imprudente, pero nada nuevo bajo el sol, incluso con el terror controlándome la vida entera a veces pecaba de autodestructivo porque desdibujaba mis propios límites y además, ¿qué importaba? Estaba con Ko, en sí no había nada en el entorno que me alimentara ningún miedo y este chico primero se cortaba una mano que hacerme daño de cualquier clase. Eso lo tenía claro como el agua.

    No había sitio más seguro que esa burbuja.

    Kohaku pasó de bitch a suicida por sinceridad exactamente en cero segundos, así como si fuera medio normal y todo, me soltó por las buenas que jamás lo querría y que sí la tendría difícil. Pasé un poco del asunto porque si me quedaba allí atorado seguro iba a ser yo el que iba a cometer sincericidio también, soltándole en toda la cara que le agradecía por haberme elegido.

    Porque lo había hecho.

    Me había elegido y si lo pensaba mucho me hacía pedazos o las sombras se alzaban, lo que pasara primero.

    Porque había llorado como un imbécil por horas al sentir que nadie, ni una sola persona, era capaz de hacerlo y que la culpa la tenía yo. Pero entonces había caído este chico a decirme que no se iría, que me necesitaba y ahora tan pancho me soltaba que no había reemplazo para mí.

    Cuidado con eso, eh. Que se me sube a la cabeza~

    Que lo dijera el monstruo de orgullo en el que me había convertido el sábado, con mi cueva llena de serpientes de fuego y el ego inflado que me otorgaba la sangre de lobo que me corría por el cuerpo a pesar de haber sido arrastrado por Chiyoda.

    De cualquier forma no era mentira lo de que llevaría mi título con orgullo, como para colgarme una medalla que pusiera "mejor amigo de Kohaku Ishikawa" y toda la cosa. Si había hecho ignición por él, había bañado en gasolina la cueva y derribado la vela encima, para hacer retroceder el frío, las sombras afiladas y mostrarle cuál era la salida. Como mínimo me iba a llevar mi título como si fuese el diploma de la universidad, para enmarcarlo y ponerlo en la pared.

    Además, la verdad era que Ko venía a ser lo mismo para mí y eso no era secreto de estado. El Happy Meal ya se había desaparecido cuando lo conocí y previo a los chacales ya me había quedado solo que te cagas por decisión propia, pero cuando apareció Yako la cosa cambió abismalmente. De repente tuve un montón de hermanos, una segunda casa y a Ko, a mi espejo. Habían sido mi mundo y de un día para otro se desmoronó.

    Sin embargo, poco a poco iba recuperando las piezas y armando el rompecabezas de nuevo, Yako nos faltaría el resto de la vida, pero al menos tenía a una buena parte de los demás. Más importante todavía, tenía a Ko otra vez e iban a tener que matarme para que soltara a este crío de nuevo. Si incluso cuando todavía no sabía lo de Chiasa solo quería cuidarlo, protegerlo del mundo y su ruido, morder todas las manos que se atrevieran a hacerle daño.

    Porque era esa clase de estúpido.

    Lo había sido siempre.


    Cuando accedió la ilusión debió cruzarme por los ojos, como niño en Navidad, no que esperara que me dijese que no ni nada, pero igual me alegró un montón y ganas de disimularlo no me dieron. Parpadeé un par de veces cuando siguió hablando y le di un trago a lo que me quedaba del café antes de decir nada.

    —¿Pijama? Yes, sir! —Afirmé haciendo un saludo militar con la mano libre incluso. No, si es que me habían metido un chute de energía marca Graham, se veía—. Sacamos la reserva de cobijas también si hace falta.

    Bueno, a ver, que también se arreglaba con unos cuddles pero nadie iba a decir eso así por la cara a mitad de los casilleros, ¿a qué sí? Había que tener decencia una vez en la vida.

    Luego de que le dijese que me alegraba por todo soltó el aire por la nariz y no pude culparlo, que se me notaba en toda la puta cara seguro, pero había querido decirlo directamente para no dejármelo guardado en el pecho. Lo noté inclinarse, así que lo recibí con una naturalidad estúpida y me arreglé para regresarle el abrazo como pude entre la guitarra y la lata de café. Lo apretujé contra mí, su olor, todo lo que Ko era, me llenó la nariz y cerré los ojos unos segundos. Su aire se coló por las rendijas de la roca de la cueva y avivó el fuego un poco más, como si quisiera recordarle y recordarme a mí que no era solo mío. Le pertenecía a Ko también, ya se lo había dicho de por sí, que era todo suyo.

    Cuando se separó me dejó las manos sobre los hombros, me agradeció y dijo que se alegraba de verme bien. El idiota ni enterado estaba de que era gracias a él, pero bueno, ya se lo diría luego cuando no hubiese tanto público. Aún así el autocontrol tampoco me daba para tanto en la vida, menos en ese estado tan jodidamente cercano a la euforia, así que me desinflé los pulmones y me incliné para estamparle un beso en la mejilla. Fue fugaz si se quiere, pero es que ya quedarme con la espina iba a ser hasta ilegal, que supiera disculparme.

    Peores cosas se habían visto en el Infierno sobre la Tierra de por sí.

    —Nada que agradecer —dije después, como si nada y me llevé el borde de la lata a los labios, pensativo—. A la vuelta pasaremos a comprar golosinas, las que tú quieras, y papitas, muchas papitas para no ir a dejarte sin nada cinco minutos después de abrir la primera bolsa.
     
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    Reual Nathan Onyrian

    Reual Nathan Onyrian Adicto

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    Por su pestañeo, al parecer mis suposiciones habían sido correctas y recién ahora se había acordado de mí. Su semblante prontamente volvió a ser el suave que me había dedicado hace unos momentos, así que decidí no darle demasiada importancia. No parecía recordar, o no le importaba, lo harta que había estado esa vez.

    Me rodeó mientras observaba mi diccionario, aunque mucha atención no le presté, la verdad. Estaba enfrascado en aprender más, y tenía que dedicar toda mi concentración en eso. Tampoco me importó mucho la invasión de mi espacio personal. No cuando estaba tan concentrado.

    Mientras le respondía, noté que no cambió su expresión en absolutamente nada. Vaya, más fría que el hielo, parecía. En cierta manera, me recordaba a Bleke, pero al menos la chica de piel de papel había sonreído un par de veces. No podía pensar en la práctica que debía tener la muchacha si era capaz de no mostrar ninguna emoción. Y eso me picó tremendamente la curiosidad. Además, parecía ser alguien distinto de la gente con la que me relacionaba a diario (que eran principalmente Alisha y Joey, la verdad. Tenía que diversificar mi repertorio), por lo que una cara nueva no estaría de más.

    Vaya, una sonrisa. La chica estaba llena de sorpresas.

    — ¡Morgan, cierto! Eh, como La Morrigan, ahora que me doy cuenta. O Morgana Le Fey. ¿Te lo había dicho ya? No, creo que no. No suelo soltar datazos mitológicos por ahí. Lo siento, disculpa, no era que te olvidé, es que soy horrible con los nombres —me disculpé, con una sonrisa.— Oh, eh, bueno. Me alegra haber respondida tu pregunta entonces. Je.

    Me rasqué la nuca, algo incómodo. Tal vez la razón fuera que era bastante temprano, pero la situación se me hacía algo extraña. Me encogí de hombros. ¿Qué es la vida sin algo de extrañeza?

    — Eh, ¿por qué no? ¿Quieres acompañarme a clases? Me vendría bien alguien con quien conversar. Y puedes preguntar lo que quieras, y te responderé como pueda.
     
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    Hygge

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    Los últimos días de academia se estaban volviendo extrañamente apacibles. De alguna forma comenzaba a habituarme a esa calma que precedía a la tormenta, si bien al principio no había hecho más que generarme pura tensión y desconfianza. Era... difícil acostumbrarse a ello. No cuando había iniciado el curso siendo manipulada por Zuko y acosada por Natsu para que todo se desvaneciese con un chasquido de dedos.

    ¿Podía permitirme dejar de estar en guardia aunque fuera un simple instante? ¿Era eso siquiera posible? Aquellos días comenzaba a dudarlo.

    Avancé por los casilleros en la mañana como era habitual hacia mi lugar asignado, y me apoyé para realizar el cambio de zapatos pertinente. Si bien nunca me detenía a observar mi entorno, aquella vez fue distinto. No sabría muy bien a qué achacarlo, pero me encontré a mí misma reparando en los otros rostros, reconociendo algún que otro. Conversaban amenamente entre ellos, y fue entonces cuando noté cierta cabellera naranja al fondo. Arrugué ligeramente los gestos, casi por puro reflejo, y me erguí para ajustar el tacón con un golpecito en el suelo.

    Ese idiota... Recordaba bien su comportamiento el día anterior. Había terminado por aceptar su zumo y suponía que con ello su estúpida propuesta posterior. ¿Que no le evitase ni le fulminase con la mirada a partir de ahora? Eso iba a estar difícil. Su mera existencia me sacaba de quicio y sin embargo su estúpida magia, ilusión o lo que fuera despertó cierta curiosidad en mí. Lo que hacía era físicamente imposible, entonces ¿cómo...?

    Suspiré, recogiendo el cabello sobre mi hombro con un movimiento vago, y tras mucho pensarlo me acerqué, no sin cierta reticencia. Solo había una forma de averiguarlo. No quería aceptarlo, pero era más que probable que estuviese haciendo justo lo que el pelo zanahoria esperaba que hiciese.

    —...Hey —musité, cruzándome de brazos cuando llegué, y apoyé la espalda en los casilleros cercanos. Le dirigí una mirada de soslayo, fingiendo una seguridad que obviamente no tenía. No tenía idea de cómo empezar conversaciones y a la vista estaba—. No te evité. Era eso lo que querías, ¿no?

    Podía haber soltado un simple buenos días, pero tampoco podían pedirme milagros.
     
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    Gigi Blanche

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    I want to kindle a love that doesn't age
    Even when all the years carve lines into your face
    Tell me I will be surprised
    When I think I've memorized
    Every touch and every thought
    I want you to prove me wrong

    I want to believe there's something left for me.
    Kohaku 3.png

    Nunca me había considerado a mí mismo un refugio, la verdad sea dicha, ni siquiera un lugar de descanso. Las personas a mi alrededor siempre habían tendido a ser fuertes, al menos demostrarlo, y a su vez siempre me había valido de las apariencias para seguir fluyendo y no involucrarme demasiado. Me iba bien en tanto la bomba no me estallara en la cara, era esa clase de cobarde, de ahí la ansiedad horrible que me había llovido encima cada vez que temí que el incendio de Anna me alcanzara, que ya no fuera capaz de contenerlo o a secas no le diera la gana, y se encontrara precisamente a mi lado. Fuera de la enfermería, dentro de un taxi, a la puerta de los Fujiwara o cualquier lugar. Era experto huyendo hasta los bordes del mundo.

    Pero luego pasaban cosas. Luego Cay necesitaba exactamente lo mismo y me regresaba justo por dónde me había ido para indicarle el camino. Y de paso protegerlo.

    Muchas veces flotaba, flotaba y flotaba hasta perder la dirección, pero tenía instalada en el pecho desde el viernes, puede que incluso desde antes que eso, la certeza de que sin importar dónde estuviera él me encontraría. Fuera bosque, fuera desierto, océano o montaña, daba igual. Su fuego ardería con la suficiente fuerza, alzando columnas de humo hacia el cielo, para guiarme de regreso. Y es que sólo me bastaba verlo a lo lejos para sentir su calidez.

    Sólo tenía que verlo.

    El ámbar tibio de sus ojos.

    No tenía idea lo que había hecho, dicho sea de paso. Esta vuelta el sexto sentido me falló como un campeón y no fui capaz de conectar los puntos, de asociar la liviandad y la alegría de Cay con lo ocurrido el viernes. Siendo justos, de cualquier forma, no necesitaba razones. Me bastaba con verlo así, con que me concediera de su tiempo y sus sonrisas, para ser feliz. Siempre había sido un tipo de lo más simple, de lo menos codicioso en el mundo, y eso no iba a cambiar. Por el mismo cauce corría, bueno, lo poco que reparaba en el posible efecto de mis palabras, que si se le subía a la cabeza o le inflaba el ego, me daba igual. Cay era Cay y seguiría siendo exactamente el mismo siempre, al menos frente a mis ojos.

    Tendía a congelar a las personas, conservarlas en su mejor momento y recostarme junto a eso.

    La emoción que le iluminó el rostro, así era bastante obvio que aceptaría, se me asemejó a la de un niño y bueno, no hacía falta ya seguir insistiendo en la ternura que me provocaba. No tenía literalmente idea qué había en mí capaz de provocarle semejante ilusión a ese chico, sabía que no era una mala persona pero también... bueno, era un puñado de aire. Jamás me había considerado especial o inmanente a nada, y no por falta de autoestima. Sólo me veía a mí mismo como lo que creía ser y ya. Pero venga, que si Cayden se empeñaba en tratarme como algo más que aire no pondría pegas. Con lo lindo que era que te mimen de vez en cuando.

    Le había caído encima un chute de energía que rara vez le había visto, la verdad, y solté por la nariz un remedo de risa incrédula que no cargó una pizca de malicia o burla. En ese sentido éramos diferentes, él cargaba con la luz, el calor y la fuerza capaces de convertirlo en un crío lleno de ilusión. Yo era, si se quiere, ¿más maduro? Ni idea, no me hacía el adulto, sólo no me nacía comportarme como un niño y ya. Eso no significaba que no lo disfrutara o valorara de las personas a mi alrededor, si cuando Anna y ahora Cayden irradiaban semejante luz me parecía a mí una cosa preciosa, transparente y genuina.

    Me aseguró un pijama e incluso un montón de cobijas para combatir mi culo friolento y asentí, satisfecho. Tampoco fui a decirlo, no me pareció que hubiera espacio, pero claro que la estupidez de los cuddles también se me ocurrió. Eh, que quizás este chico aún no estaba enterado y probablemente no lo pareciera, pero sí que podía ponerme cariñoso si me daba la gana y acurrucarme como gatito era una de mis especialidades. Así que había altas chances de que no se salvara de mi clingy ass, en especial si se seguía comportando de esa manera.


    Tan adorable, venga.


    Un poquito de piedad.

    Me estrechó de regreso apenas lo abracé, me rodeó como pudo con los brazos y su calor, ese que le palpitaba en las venas de forma natural, atravesó su ropa, la mía y se coló en mi cuerpo. Activó apenas los engranajes, aún bastante dormidos, y lo apreté con un poquito más de fuerza antes de apartarme. Por mí me quedaba ahí la vida entera, pero había responsabilidades y eso.

    Fue cosa de agradecerle y que me estampara un beso en la mejilla. No, si la gente me andaba besuqueando como un peluche y me di cuenta que no me molestaba en absoluto, todo lo contrario. Era amor, vaya. Era amor en la más pura de sus formas y quería respirarlo, quería absorberlo y aprendérmelo de memoria, intentar replicarlo y dárselos de regreso. Quería ser capaz de quererlos como ellos me querían a mí.

    Dios, quería hacerlo.

    Dijo que no había nada que agradecer, me ofreció comprar lo que nos saliera de los cojones luego de la escuela y asentí brevemente. Me daban bastante igual las papitas, si se las comía todas y tal, pero ya estaba visto que era débil a este idiota y seguro aceptaría lo que sea que me propusiera, por descabellado o insignificante que sonara.

    Deslicé las manos fuera de sus hombros, las dejé caer hacia mi espacio pero una de ellas regresó en busca de la suya, de la que tenía libre, sin la lata. Mis dedos la tantearon con suavidad, entrelazándose a la carrera, y le di un apretón firme pero breve al tiempo que unía nuestras frentes. Fue un toquecito, cerré los ojos y exhalé en lo que regresaba a mi espacio, ya quitándole las manos de encima.

    —¿Cómo está tu mamá, por cierto? —murmuré, echándole un vistazo a las escaleras para indicarle que podíamos ir subiendo si quería—. Ah, ¿y tus gatos? ¿Cómo se llamaban?

    a Jackie me lo arrastro mañana cuz me caigo de sueño uwu
     
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  20.  
    Reual Nathan Onyrian

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    La verdad es que este día había amanecido demasiado tranquilo. A pesar de que las nubes en el cielo auguraban que este todavía no se había recuperado del chaparrón de ayer, las perspectivas para hoy parecían un poco menos húmedas. Y por extraño que pareciera, había asistido a la escuela sin ningún plan en mente. Apenas llegué, me dispuse a revolotear alrededor de los casilleros, orbitando en la cercanía de los distintos estudiantes, observándolos y escuchando sus conversaciones. Tal vez alguna de ellas me diera una idea sobre como afrontar mi día.

    Sin embargo, me llevé una buena decepción. No había nada interesante por ahí. Observé a Sasha a lo lejos, pero parecía entretenida con una muchacha más joven. Además, ya la había visto fallar de vuelta. Parecía que incluso su víctima se estaba dando cuenta de lo que hacía. O al menos, de que algo estaba pasando. Suspiré. Todavía quedaban asperezas por limar con ella. Y ahora no era momento de arruinarle la conversación.

    Pero la vida me amaba, la verdad. Noté el cabello castaño antes incluso de que se acercara, y simplemente sonreí para mis adentros, haciéndome el distraído. Casi que me largo a reír en cuanto vi sus intentos bastante malos de simular desinterés. Por favor, mi querida Lena. No tenía sentido ponernos a fingir así. No era extraño su reacción a la magia. Era lo esperable, de hecho. Estaba pensada para deslumbrar.

    —Ah, mi querida, lo más probable es que tengamos que practicar como iniciar conversaciones, ¿no? Algo de small talk nunca viene mal. Primero se suele iniciar con un "buenos días" o un "hola". Esa es la primera lección del día. Y espero que tengas un lugar en donde anotar todo, porque esto recién empieza. Ahora... —chasqueé mis dedos, y un abanico de cartas apareció en mis manos. Las uní a todas en un mazo y comencé a jugar con las mismas, mientras le hablaba.— ...vamos a empezar con las buenas noticias del día. Después de consultarlo mucho con la almohada, decidí que te tomaría como aprendiz. Mostraste interés por la magia, e incluso quisiste conocer sus secretos. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que sumergirte en la misma? Ninguna, obviamente, no hace falta que respondas.

    Me separé de su lado, poniéndome derecho y erguido.

    — Muy bien, en posición. Vamos, no es tan difícil —comenté, sonriendo, y luego la separé de los casilleros y la hice mantener una postura recta. Había sido rápido, pero suave, sin recurrir a la fuerza. Sentía que mi cara iba a sufrir de otra manera.— Espalda recta, barbilla alzada, hombros cuadrados, brazos a los costados. Muy bien.

    Aplaudí, y el mazo de póker que tenía en la mano se cambió por cartas españolas. Las abrí en abanico, tomé el uno de espaldas, y lo puse entre el índice y el mayor.

    — Ahora, Dame Lena, te nombro como mi aprendiz oficial —comenté, apoyando suavemente la carta en cada uno de sus hombros, como si se estuviera haciéndola una caballera de antaño.— A partir de ahora, vas a tener el privilegio y la responsabilidad de sumergirte en el mundo de la magia, la ilusión y la prestidigitación. Son poderes increíbles, pero caóticos, y tienes que aprender a controlarlos, o ellos te controlarán a ti. Muy bien, estás lista. Primera lección —le lancé su monedero.— Siempre estamos buscando la forma de distraer al público. Es muy fácil romper las ilusiones, pero muy difícil mantenerlas vigentes. Uno siempre debe estar atento a eso. Mientras con un mano distrae, con la otra realiza el truco.

    Devolví el mazo a mi bolsillo, y le puse una mano en el hombro, solemne.

    — Ahora te has convertido en un Jack —levanté la mano, dejándole un J de tréboles en el hombro.— ¿Yo? Yo soy un As. Toma eso como quieras. ¿Vamos?

    Con una sonrisa enigmática, me di media vuelta, con las manos en los bolsillos, y sacando las ruedas de mis zapatos, me dirigí hacia el pasillo, patinando.
     
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