Debía admitir que aunque no era raro, una parte de sí siempre se sorprendía cuando Hiroki la dejaba hacer y deshacer según su voluntad, como si cualquier día solo esperara que de repente hiciera a un lado su mano, harto de ella, pero resultaba que ese día parecía nunca llegar. Como si en el fondo apreciara las estupideces que hacía, la calidez de su tacto o la suavidad de su cuidado a pesar de que también podía molestarlo si le venía en gana. Contuvo el impulso que le ordenaba acariciar su brazo como había hecho el día anterior. Lo cierto es que si lo fastidiaba era porque le hacía gracia y a la vez despertaba cierta ternura en ella, pero nunca lo hacía con alguna mala intención real. Sus gestos se suavizaron cuando apartó la mirada de la suya y se permitió una suave sonrisa. Idiota. Volvió a mirarla, ciertamente contrariado, y ella estuvo por dar un respingo pero sostuvo su mirada, al menos un instante antes de desviarla a algún punto junto a él. —¿Podrías dejar de mirarme como si fuera raro que quiera pasar tiempo contigo? No es la primera vez que lo haces. —Ni siquiera había hecho caso al comentario de Akaisa y es que si de entretenimiento hablaba, era exactamente lo mismo. De hecho, de alguna forma, Katrina a veces era más tosca que él. Su voz dudó un momento—. Además, ¿no se supone que somos amigos? Esa debería ser suficiente razón. Quizás solo ella lo pensaba así y no había sido consciente de ello hasta ese momento. Un nudo amargo se le formó al fondo de la garganta y apretó los labios, sentía unas extrañas ganas de llorar. Un día preocuparse por los demás iba a hacer que el tiro le saliera por la culata, aflojándole todos los dientes, en el fondo de sí lo tenía ridículamente claro pero aún así lo hacía... como si no supiera hacer nada más. Lo hacía sin saber dónde se metía y quizás, de haberlo sabido, tampoco le hubiese importado. Era esa clase de estúpida. La estúpida que no iba a negarle cuidado a casi nadie. A pesar de que parecía haber estado demasiado ocupada regañándolo para notar todo lo demás, lo cierto es que se dio cuenta. Se había callado, el parlanchín que era Joey se había callado y se había agachado para facilitarle la tarea, sin despegar la vista de ella. En parte había sido eso lo que la había hecho retroceder, con el rostro encendido. —¿B-Bellabel? —murmuró prácticamente para sí misma. Se quedó plantada en su lugar, paralizada luego de la caricia que le había dedicado. Ni siquiera recordó que iban al mismo piso y cuando volvió sobre sus pasos, apareciendo a sus espaldas, tuvo que contener el sonido de sorpresa que amenazó con brotar de ella. Si hubiera sido posible que se le enrojeciera más el rostro, sin duda la forma en que le había sonreído lo hubiese conseguido. Le dio un empujón suave antes de empezar a avanzar, casi echando humo por las orejas. >>¡Deja de aparecerte así! ¡¿No aprendiste nada luego de haberlo hecho ayer?! —reclamó, volteándose ligeramente para verlo con el rabillo del ojo—. ¿Vienes entonces? Vas a llegar tarde como dijo Laila y me harás llegar tarde a mí también.
Una genuina risa de diversión vibró fuera de su pecho cuando Jez le dio ese empujoncito que apenas lo movió de su lugar y se adelantó, camino a las escaleras. Estuvo a punto de reclamarle que lo esperara, pero entonces ella se detuvo y lo vio de soslayo. Joey relajó su expresión, metió las manos en los bolsillos y comenzó a caminar a su lado. —Ya, ya, perdóname. A decir verdad, ninguna de las dos veces lo hice adrede. Verás, es que estoy algo tonto. Con el tiempo me darás la razón. Habiéndose aproximado a las escaleras, uno de sus clásicos monólogos inició. —¿Estás en algún club? Digo, además del de lectura. Yo estoy en el club de fotografía. Estuvo a nada de morir, ¿sabes? ¡Lo salvé de los pelos! Resultó que, habiéndose graduado nuestros senpai, sólo quedábamos un amigo y yo. Pensé en colgar un anuncio, pero se me hacen tan fríos e impersonales, ¿me entiendes? Además de que nadie los lee... Bueno, al menos yo no lo hago. ¡Pero entonces! La cuestión es que me cargué la causa al hombro y estuve reclutando gente aquí y allá, ¡y para cuando quise acordar ya había conseguido el mínimo de miembros! Increíble, lo sé, no tienes que decírmelo. Así que entregué la solicitud y ¡ta-rán! Habemus club. Ah, hombre, qué satisfactorio es cuando las cosas salen bien. ¡Además, sin el club, iba a quedarme sin un lugar donde revelar mis fotos! Ah, eso no te lo conté. Mi cámara es analógica, y aunque tenga todo ese aire vintage y demás puede ser también un grano en el culo. Es otra historia muy diferente de las digitales, para resumir. Pero bueno, igual y estuve pensando en unirme a un club de deportes para, ya sabes, agitar el esqueleto. Ayer casi muero de neumonía subiendo hasta el aula, ¿puedes creerlo? Yo me quedé de piedra, porque... Ah, seguramente Jez reconsideraría, de ahora en más, las ofertas de caminar junto a Joey. Contenido oculto iba a rolear directamente en el pasillo del tercer piso pero fui la última en postear ahí, así que podés terminar esta hermosa escena allá(?)
Satoko Shichimiya —¿Te he asustado? —pregunté, con cierto tono preocupado, al ver su reacción ante mi aparición—. Perdona~ —me disculpé después, algo más liviana, juntado las manos delante del rostro. Reí ligeramente después, dejando caer las manos a los lados. >>¿Qué tal, Yukie-chan~? ¿Lista para el nuevo día? ¡Yo espero no resfriarme, la verdad!
Era raro, joder. Que quisiera pasar tiempo con alguien como él, un perro apaleado, era lo más raro del mundo. No era una persona que destacase por su simpatía. Era brusco, tosco, incluso su voz tenía ese tono de "No te me acerques" y todo en él resultaba imponente, a parte de su altura y fortaleza física. Su amistad en las calles de Shibuya había sido con pandilleros. Gente de la mala vida, acostumbrados a las calles. A robar, a dar palizas. Kurosawa no era nada de eso. Era una joven tranquila, maternal, que por algún designio del destino había terminado con él. Ojalá lograra entender que tenía en la cabeza. Lograba desconcertarlo. La gente como Kurosawa tendía a mantener las distancias. A apartarse, a dirigirle miradas de soslayo, a comentar lo mucho que parecía un animal salvaje. No a acercarse, a hablarle casi con cariño, a secar su cabello mojado y rostro con un paño. Le aceleraba el corazón en el pecho. Suspiró con cierta pesadez y se sobó la nuca, algo contrariado ante la repentina actitud de Shiori. Se veía como un pequeño animalito perdido. Ella. Con los ojos cristalizados por las lágrimas. El corazón se le apretó en el pecho y algo similar a la culpa escaló por su garganta. ¿Tanto así quería pasar tiempo con él? ¿Como para llorar? Venga ya. De modo que decidió ser honesto. Su voz sonó distinta. Más suave, casi resignada cuando volvió a hablar. —No estoy acostumbrado, Kurosawa—le dijo y también apartó la mirada en la misma dirección que ella. Estaba lloviendo con fuerza—. Es como si... joder, no te entiendo. ¿Por qué querrías estar conmigo? No tengo nada que ofrecer. Quizás unos puñetazos a los lameculos que me tocan las pelotas. Su ceño se frunció y soltó una risa áspera. ¿Por qué aquella diosa querría estar con un desastre como él? ¿Porque eran amigos? ¿Era eso? ¿El dulce pajarito y el fiero lobo podían ser amigos? ¿No terminaría... devorándola de un bocado? Dios. Como odiaría convertirla en él. >>Pero si quieres pasar el receso conmigo...—habló; seguía sin poder mirarla. Un nuevo suspiro que ni siquiera sentía haber estado conteniendo le estremeció el pecho. Sonó ciertamente condescendiente— tampoco voy a negarme. Tú verás lo que haces ¿ah? Dejó caer la mano de su nuca como un peso muerto. >>Mientras no vayamos a algún lugar de mierda como la biblioteca estará bien. ¿Asustado? La había aterrado más bien. La sola idea de imaginar que Satoko podía de alguna manera ser consciente de todo lo que pensaba... realmente la asustaba. Le aterraba su reacción. Si su amistad acabase por eso, sus sentimientos fuesen incompatibles y la separasen de ella... no sabría qué hacer. —S-Satoko-chan...—murmuró aún mirándola por debajo de su flequillo—. ¿No traíste paragüas? La preocupada. Ese carácter distraído iba a buscarle una ruina. Buscó en el bolsillo de su falda y le extendió un paño convenientemente doblado. >>Si te enfermases yo te cuidaría...—murmuró. En un tono de voz tan bajo que pareció el soplo de la brisa. Pareció darse cuenta de lo que acababa de decir y su rostro rivalizó con la bandera de japón—¡P-pero es mejor si no lo haces! ¡N-no te enfermes! ¿Si?
Sacudí las gotas del paraguas con cuidado en la entrada antes de adentrarme en la escuela. Mi atención se desvió por última vez hacia el cielo ennegrecido, y el bichillo de la culpa me arrancó un suspiro contenido; esperaba que Nikolah, con lo despistado que era, no se hubiese olvidado el paraguas que le había dejado sobre la puerta de su casa. Me había adelantado a la escuela sin avisar, pues no me encontraba con ánimos de entablar ninguna conversación, y no quería opacar su energía y vitalidad características. Esperaba que un dulce recompensase aquella falta por mi parte más tarde. Cientos de pisadas encharcadas adornaban el pasillo de los casilleros, cientos de direcciones diferentes cuyo inicio era evidente, más su destino se encontraba emborronado varios metros allá. Por un instante, perdiendo el hilo de mis pensamientos, olvidé la dirección en la que se encontraba mi clase. Las conversaciones de los alumnos llegaban embotelladas a mis oídos, apenas prestando atención a lo que sucedía a mi alrededor. El choque de algunos hombros y sus quejidos me hicieron percatarme de que me encontraba en medio, y con una sonrisa apenada me aparté del lugar, encaminándome hacia los pasillos. Los días grises parecían tener la capacidad de fundirse con mi propio estado de ánimo.
Tragó grueso, buscando deshacer el maldito nudo que se había formado en su garganta contra su voluntad. ¿Era una niña acaso? Joder. Realmente no se había dado cuenta hasta ahora de que le aterraba que su intento de amistad no fuese correspondido. Como si le diese pánico haber invertido su tiempo en algo que no iba a ninguna parte. El tono de voz de Hiroki, significativamente más suave de que costumbre, la hizo regresar la vista a él y pudo mantenerla sólo por el hecho de que ahora él estaba mirando hacia otro lugar. Otra sonrisa suave se formó en su rostro y el nudo amargo de su garganta, antes apretado, se deshizo. Volvió a extender su mano hacia él y le dio un golpecito en la frente con el dedo índice antes de hablarle con suavidad. —¿Quieres dejar de pensarlo tanto, senpai? No estoy contigo esperando nada a cambio, solo estoy y punto. —Se le escapó una risa por la nariz—. Pero si tanto te preocupa, supongo que podrías patearle el culo a alguien si me molesta, ¿o no? Digamos que es intercambio suficiente. ¿Intercambio? ¿Qué le estaba dando ella? Ese insistente cuidado, como si fuese un cachorro perdido. Esta vez sí se permitió volver acariciarle el brazo, ignorando el tono condescendiente de su voz, y contuvo la risa que le provocó el comentario de la biblioteca. Había que ver lo idiota que era. >>Como sea, te veo más tarde. —Se separó de él, no sin antes dejarle el pañuelo sobre el cabello cenizo—. Esperaría haya dejado de hacer este frío de mierda para entonces, aunque no le veo mucho futuro a este día. Empezó a caminar y a medio camino sacudió la cabeza, queriendo deshacerse de las gotas que seguían resbalando por su cabello, a pesar de haber secado una parte con el trozo de tela que Laila le había prestado. No se había burlado de él ni un solo instante y no se dio cuenta prácticamente hasta que había empezado a subir las escaleras. Ah, maldita lluvia, le había suavizado el carácter aún más, como si fuera posible.
Que Shiori chocara el día anterior con ella desencadenó una serie de eventos que no se esperaba para esa tarde. Como era esperar, la disculpó por casi hacerle rodar escaleras abajo, cosa que casi provocó que se le salieran los ojos de las cuencas por el impacto, jo, odiaba esos sustos, pero sabía que su senpai no tuvo la intención de provocarselo. Mientras bajaban juntas hablaron un poco del club de cocina, de sus recuerdos de verano, cuando Nagi apenas se había cambiado de hogar y necesitaba con urguencia una tutora para aprobar los ramos, entre otras cosas, pero nunca llegaron a mencionar a Honda, Nagi aun le preocupaba cómo se sentiría Shiori tras su último, e incomprensible para ella, primer enfrentón, aún así, no se sentía con la confianza y valor para indagar en el asunto ¿Se había perdido de algo? Tan sorpresiva y calida como sol asomándose entre nubarrones de invierno, Kurosawa le ofreció a acompañarme hasta su casa, dudó en si aceptar su oferta, pero recordando que eran contadas las veces que salía de casa y, por consecuencia, conocía muy poco las calles de la ciudad, Nagi aceptó, si se perdía camino a casa sería muy mala noticia para su madre, por lo que, igual algo cohibida por tal necesidad, acepto la propuesta de su senpai. Amigas... ¿Eran amigas ahora? Los caminos devuelta a casa era algo que casi siempre, por no decir todas las veces, había compartido con Haruka y Natsumi, ahora, Shiori aparentaba ofrecerle aquello con total naturalidad... ¿Planeaba seguir haciéndolo? Eso le emocionaba, pero al mismo tiempo temía estar queriendo pasar tanto tiempo con Shiori, tener afecto por alguien siempre le parecía algo complicado. Apenas estuvo en la soledad de su casa lo decidió, aprendería a cocinar sí o sí, pues no podía llegar al club de cocina solo sabiendo pelar con suerte un huevo cocido, aparte, su madre le había dicho desde hace semanas que se pusiera las pilas con aprender a cocinar. Cuatro, santas, horas. Todo eso se había demorado en hacer seis panqueques, que aparte quedaron fatal, y el regaño de su madre al ver pequeñas pintas en su piel, a causa del aceite caliente, no faltó. "Podría haberte pasado algo peor ¿Por qué no me esperaste? Nagi, desde ahora no uses aceite caliente si no estoy en casa ¿Sabes lo peligroso que sin las quemaduras?..." Blah, blah, blah, definitivamente estaba frustrada ¿No era ella quien le obligaba a aprender tareas del hogar? Bueno, no podía quejarse, había sido irresponsable, en el fondo se sentía mal con preocupar a su madre, pero igual sería mejor no mencionarle lo del taller de cocina, o eso pensaba ella. ... Si te la topabas en el pasillo, aunque estuvieras diez pasos lejos, notarias su muy mal humor, cosa que llegaba a ser chistosa, pues que tuviera un chaquetón como con cinco tallas demás y que apenas se notará su rostro entre el pelo sintético del gorro se su prenda... Definitivamente parecía una niña pequeña a quien le habían quitado un dulce. Lamentablemente, los motivos de su enojo eran distintos. Había perdido su paraguas, estuvo mucho tiempo buscándolo en la mañana y no pudo encontrarlo, el agua caía torrencial y no era una opción para su madre que fuera sin uno, a pesar del gigante chaquetón que poseía. A regadientes, Nagi aceptó que su madre y Kazuki le acompañará a la entrada de la escuela, todos bajo un pequeño paraguas, pues Nagi perfectamente podía equivocarse de camino si la mandaban sola. Claramente notaba la preocupación de su madre por el hecho de que Kazuki era un imán para refriados, y tal clima tan temprano le podía sentar mal, pero como no era opción dejarlo solo en casa, también tuvo que acompañarlas, muy malhumorado por haber sido despertado temprano. Eso, más el tema del aceite, la hacían sentirse completamente inútil, si, eran cosas pequeñas, y eso solo le justificaba que ni con cosas mínimas podía lidiar. Cerró de manera algo brusca su casillero, por suerte parecía que aún llegaba temprano, a pesar de que casi nadie estaba por los pasillos, aunque bueno, su humor no la hizo notar a los chicos de 3° que aún andaban por ahí. Suspiró, algo triste, no le gustaba estar enojada, no le gustaba enojar a su madre ¿Hubiera sido mejor haberse quedado viendo anime en vez de cocinar? Bueno, aunque eso lejos hubiera solucionado el problema del paraguas. Dio un gruñido frustrado, como último dato, su mamá se había llevado el paraguas, por si a la tarde seguía lloviendo tendría que utilizarlo para ir a dejar a Kazuki a la escuela, por lo que Nagi le mintió de que ella se conseguiría alguno para volver y así no hacer más problemas, pero obviamente no iba a poder conseguirlo con nadie, pues no tenía amigos a quien acudir para eso... Antes los días lluviosos en la escuela eran gratos; sin sus amigas, tan solo se sentían vacíos. Se encamino a su aula, antes de atrasarse más.
Le echó un breve vistazo al exterior cuando arribó a los casilleros, agradeciendo internamente que la lluvia hubiese amainado. Así, no tendría que tomarse la molestia de usar el paraguas. Se acercó a su locker y comenzó a cambiarse los zapatos, en calma y con movimientos sigilosos. Esa tarde no habría reunión de club, así que no tenía mucho sentido quedarse merodeando las instalaciones. Tampoco había visto a Ophelia, o a las chicas del club. Mejor volver a casa y empezar a estudiar el material que los profesores ya les estaban dando. Fue entonces cuando una cabellera plateada llamó su atención. Repiqueteó los zapatos sobre el suelo un par de veces, acomodándolos en sus pies, y cerró la puerta de su casillero casi en cámara lenta. —Hola, senpai —saludó con una afable sonrisa, dirigiéndose a Jezebel—. ¿Ya te vas a casa?
Al menos la lluvia había mermado, ya eso era suficiente. Afuera los tímidos rayos de sol le regresaron un poco el ánimo de siempre, cálido. El receso y el resto del día habían pasado como si nada, sin mayor revuelo o cosas importantes. Cerró la puerta del casillero sin hacer demasiado ruido y se sacó el móvil del bolsillo de la falda, buscó entre los contactos y tipeó rápidamente un mensaje: "Hola, ¿estás mejor? Acabo de salir de la escuela, pronto estaré allí", al final colocó un corazón antes de enviarlo y regresó el aparato al bolsillo. Soltó un pesado suspiro. Había que ver la suerte que tenía ese chico, como para enfermarse la semana que iniciaban las clases y justo el año que lo transferían de escuela. Le llevaría algo de comer, se quedaría con él un rato para vigilar que tan siquiera comiera o se tomara algún medicamento, luego se iría a casa, aunque ya debía estar prácticamente recuperado. Habría faltado por la lluvia o directamente por desinteresado. La voz suave de Bleke la hizo voltearse y topó con sus ojos azules, del tono del hielo en los polos. Le sonrió de la misma forma, aunque un suave rubor le cubrió el rostro al escuchar que la llamaba senpai. —Oh, hola, Bleke. —Negó con la cabeza como respuesta a su pregunta y luego continuó—. Iré a cuidar de un amigo, ha faltado a la escuela estos primeros dos días pero supongo que ya mañana estará mejor o eso espero. Se rascó las raíces del pelo con cierto nerviosismo, sin siquiera darse cuenta que algunos cabellos se salieron de su lugar. >>¿Tú sí te vas a directo a casa?
Sujetó el maletín con ambas manos, sobre su regazo, mientras la oía hablar. Oh, ¿le habría escrito a su amigo con el móvil? Hizo cierta memoria del año anterior, sin lograr recolectar algún recuerdo de Jez charlando o caminando con un chico. Una sonrisa vaporosa curvó sus labios. Extraño, ¿verdad? —Oh, ¿viene aquí? —inquirió en voz suave, acercándose para acomodar con cuidado el fino mechón de cabello fuera de lugar en su melena albina. Buscó sus ojos antes de agregar—: ¿Es nuevo, de casualidad? Retrocedió los dos pasos que había avanzado hacia ella y siguió hablando, compuesta. —Yo sí, voy directo a casa. Comenzaré a ponerme con las tareas. No es mucho, pero prefiero evitar que se acumulen.
El sonrojó se intensificó cuando la rubia se acercó y le acomodó el cabello, que ella ni siquiera había notado estaba fuera de lugar, la había mirado quizás más de la cuenta y se había quedado embobada con su cercanía, como si la calma de Bleke no le permitiera hacer otra cosa. Dio un respingo cuando siguió hablando y asintió a ambas preguntas. —Fue el primer amigo que hice cuando nos mudamos aquí, pero sus padres lo enviaron a otro instituto después de que terminamos la escuela media. Logró convencerlos de transferirlo este año. Bleke no decepcionaba, ¿cierto? Siempre calmada y responsable, era incluso como si a pesar de que ella iba un año por encima la rubia fuese mucho más adelante, no en notas, sino en madurez. A pesar de que ambas eran ciertamente calladas, en el silencio de Bleke había cosas que en el suyo no, incluso una ingenua como ella podía notarlo. >>Incluso si no fueras tan recta con hacer las tareas cada día lo harías bien. No supo realmente por qué le había soltado aquello, casi se le había salido sin permiso pero tampoco era como que fuese a retractarse. Era cierto.
Su sonrisa no logró desdibujarse; a decir verdad, sonreía bastante con aquella chica. Jez parecía haber nacido del germen más puro del planeta, si le permitían exagerar un poco. Desde que la conocía siempre había sido todo eso: dulce, sensible, calmada y generosa. Incluso, por si fuera poco, pecaba de ingenua. Era una persona con la cual era fácil estar, y no sólo eso: también le resultaba muy agradable. Jez era cálida, extremadamente cálida. Eso, de alguna manera, se sentía bien. Quizá fuera el contraste. —Ah, toda una historia —murmuró, y no logró disimular la suave nota de diversión en su voz al agregar—: Me pregunto por qué habrá querido transferirse aquí. ¿Tiene tu edad? Un par de veces, en el pasado, se había preguntado cómo debería comportarse frente a Jez. Parecía contentarse con su presencia, aunque se sonrojara si se acercaba mucho o la tocaba. Como ahora. Había decidido por ello regular sus interacciones, y sin saber bien cuándo, esos límites comenzaron a desdibujarse. Lo cierto era que, aunque presentara claros signos de nerviosismo, Jezebel no parecía del todo disconforme ante esas acciones que encendían su rostro. —Bueno, eso también es cierto —concedió; a pesar de cuán vanidoso podría sonar, su actitud conseguía brindarle la modestia necesaria—. ¿Quién no se ha retrasado un poco con sus tareas alguna vez? De todos modos, lógicamente, prefiero que no ocurra.
Su sonrisa antes suave, se ensanchó, incapaz de ocultar la alegría que saber que pronto su amigo estaría la misma escuela que ella de nuevo. Balanceó el maletín que sujetaba con ambas manos, despacio, como un péndulo mecido por la brisa. —Ah, sí. Entrará con nosotros los de tercero. —El sonrojo gradualmente empezó a desaparecer de su rostro—. Es un buen chico, de verdad. Siento que se llevaría bien contigo, así que algún día que ande por allí y si no te molesta, seguro te lo presente. No había mayor intención, era absolutamente transparente con sus intenciones, como una niña y era esa alegría infantil la que hacía que quisiera que la centrada Bleke y su mejor amigo se conocieran, porque le agradaba la rubia, a pesar de que era imposible de leer la mayoría del tiempo al menos su compañía se sentía bien y además sonreía cuando estaba con ella, ¿o no? Casi no lo hacía en otras oportunidades. Asintió ante las siguientes palabras de Bleke. Por supuesto, ella tampoco era de las personas que dejaba que las tareas se le acumularan así como así.
Bleke atendió con atención disimulada a cada pequeño cambio en su semblante, sus movimientos y su voz. No era algo por lo cual debiera esforzarse, le salía de forma natural. Quizá se debiera a su crianza, o la casa fría o a la sangre en sus venas. Quizá fueran todas ellas. Aunque llevara un año tratando con Jez, y la conociera lo suficiente como para haberla arrojado en un par de categorías y despreocuparse del asunto, siempre seguiría atenta. No sabía, de hecho, cómo no hacerlo. Había alzado brevemente las cejas ante su idea de presentarlos, y de inmediato asintió con calma y una pequeña sonrisa. Pasó el maletín a su mano izquierda para acomodarse el cabello detrás de la oreja. —Claro —accedió sin contratiempos—. Si es un amigo tuyo, Jez, estoy segura que será una buena persona. Me agradaría conocerlo. Bleke tenía una tendencia bastante fuerte hacia la honestidad; y si no tenía nada bueno que decir, probablemente no abriera la boca. Quizá por ello sus palabras estuvieran siempre impresas con tanta claridad y determinación. —Pareces tenerle mucho aprecio —soltó con naturalidad, tras apreciar sus ligeros matices al hablar de él—. ¿Cómo se llama? ¿Estaba haciendo muchas preguntas? Era probable, al menos si lo comparaba con su estilo de charla típico: usualmente no era quien hiciera las preguntas, sino quien las respondía. Con Jez, sin embargo, se permitía relajar un poco esos muros tan rígidos. Estaba bastante segura de que esa chica era indefensa, incapaz de ocasionarle daño alguno. ¿Lo estaría pensando de forma demasiado frívola? Seguramente. Después de todo, no sería algo que salga de sus labios. A nadie le gusta sentirse subestimado, y no tenía razones para creer que Jez fuera a ser la excepción.
Más alegría se filtró en sus expresiones y movimientos. Hubo un instante en que temió que quizás fuese demasiado para Bleke, pero tampoco es como si supiera ponerle un freno a su calidez, por eso mismo le había secado el cabello al idiota de Joey. Había aceptado y no entendía por qué de repente la ponía tan contenta que lo hubiera hecho. En un arrebato, tomó la pálida mano de Bleke, la que acababa de usar para ponerse el cabello detrás de la oreja, y la estrechó entre la suya con suavidad. Ingenua. No, densa, esa era la palabra para definir a Jez. Se daba cuenta de poco o de nada, es probable que nunca se diera cuenta de la forma en que la rubia leía el mundo a menos de que le golpeara toda la cara en algún momento. Dejó ir su mano con cuidado, volviendo a tomar el maletín con ambas. —Claro, lo quiero mucho —respondió sin tapujos. Es probable que nunca dijera eso así de nadie además de su familia y de Laila, aunque era obvio que Jez quería mucho, quizás demasiado para su propio bien—. ¿Su nombre? Altan Sonnen. Era parte del club con nombres raros de extrajeros, pero a diferencia de ella y de Akaisa, sí había nacido en Japón. Akaisa y Sonnen. Cada uno tenía su correspondiente imperio, además.
Debió reconocer que el repentino movimiento de Jez en torno a ella le había sorprendido. No era de las que contaran frecuentemente con ese tipo de resolución pero, vaya, nunca se termina de conocer a alguien, ¿eh? Los matices son infinitos. En cierto punto, podía comprender la afición de Ophelia hacia el mundo y sus personas. Podía entenderlo, mas no lo compartía. El mundo sencillamente no lucía tan prometedor e interesante a sus ojos. Sólo era lo que... era. Las manos de Jez eran cálidas. Bleke había bajado la vista hacia el intercambio durante los pocos segundos que duró. Sus pieles poseían casi la misma tonalidad, y sin embargo se sentían tan diferentes. Jez era la pequeña fogata crepitando entre la tormenta, mientras que ella era el duro invierno intentando someterla. Cuando la dejó ir, alzó la vista a sus ojos ámbar. Estaban entornados en una profunda expresión de cariño y Bleke sonrió, ladeando apenas la cabeza. Era tan transparente, y tenía tanto amor para dar. Esa era, probablemente, la pregunta que más curiosidad le causaba; pero no sabía cómo formularla y prefería apartarlo de su mente. Tampoco tenía mucha relevancia, siendo sinceros. Era mejor así. Si no se involucraba demasiado. —Ya veo. Bueno, puedes presentármelo cuando así lo desees. Estaré esperando. Estiró sus labios un poco más y se giró hacia la salida, echándole un vistazo a la calle. Reconocer el auto negro aparcado en la entrada fue su señal de salida. —Ya ha llegado mi coche —anunció—. ¿Dónde vive tu amigo? ¿Quieres que te alcancemos? No tengo realmente problema.
Sosegada, centrada y siempre calmada. Es probable que lo más cercano a la emoción que hubiese visto Jez en Bleke fueran esas sonrisas que se permitía con ella, delicadas y hasta con cierto aire elegante, dado por su corta melena y los ojos de hielo. Sonrió como afirmación a su primera frase. Quizás pudiese pedirle que la acompañara al club una tarde, no creía que se negara, y así podría conocer a Bleke y a Kashya. Era increíble la de escenarios que se estaba imaginando, aún sabiendo que su amigo estaba en casa recuperándose de un resfriado de mil demonios. ¿Alcanzarla? El sonrojo volvió a su rostro con violencia. —¡De ninguna manera! —La voz le salió con más volumen que de costumbre y negó rápidamente con la cabeza. Esa también era Jez, totalmente genuina. No dejaba que nadie velara por ella en lo más mínimo, ni siquiera en algo que quizás a Bleke podría no parecerle la gran cosa. >>Q-quiero decir, planeaba pasar a comprar algunas cosas para llevarle a Altan de todas formas. —Volvió la vista hacia afuera y se permitió una pequeña sonrisa—. Además, mira... el sol está brillando de nuevo. Me gustaría aprovecharlo antes de que anochezca, aún así, agradezco mucho tu amabilidad, Bleke. Si quieres mañana podemos almorzar juntas. Empezó a caminar inmediatamente después, no sin antes despedirse de ella con un movimiento de mano y una nueva sonrisa en el rostro.
Su negativa fue inmediata. Bleke había alzado apenas las cejas al verla sacudir la cabeza tan profusamente, mas retomó de inmediato su expresión usual y asintió. Luego vinieron las explicaciones que no le debía, aunque las escuchó en calma de todos modos. La gente tendía a sobrejustificarse cuando creía estar ofendiendo a la otra persona, ¿verdad? Y Jez parecía preocuparse mucho por esos detalles, aunque eso no tuviera la suficiente fuerza para doblar su voluntad desde un principio. Su tozudez debía ser mayor que sus ansias de complacer a los demás, en cierta medida. —No te preocupes, Jez. Y sí, claro, podemos almorzar juntas. ¿Sería su forma de retribuirle? Bueno, eran detalles nimios. Era probable que hubiesen compartido la hora del almuerzo de todas formas. La despidió con una pequeña sonrisa que se difuminó cuando Jez finalmente le dio la espalda, y sus pasos se sincronizaron de repente con los de Ophelia. ¿Cuándo había llegado? No había sido capaz de escucharla. —Buenos días, querida prima. —Hola. ¿Volverás en el coche? —fue su única pregunta, serena y monocorde. Ophelia simplemente asintió y atravesaron la entrada en silencio. El chofer las recibió en la acera y les abrió la puerta con gran ceremonia, aunque la menor sacudió la cabeza y rodeó el coche para ingresar, sola, por el otro lado. Bleke se mantuvo inmutable y fijó la vista al frente cuando el auto arrancó, sin concederle segundos vistazos a nada de lo que dejara atrás.
Se pasó la mano por el cabello, alborotándose el flequillo sin ser esa su intención y dejó escapar un pesado suspiro. Había que ser un cagado para enfermarse la semana en que iniciaban las clases y no había forma de negar que él era, en efecto, un cagado de la vida. Por eso se había enamorado como un estúpido de su mejor amiga. Todavía sentía algunos rastros del resfrío que lo había tenido en cama casi prácticamente todo el fin de semana. No es que se preocupara demasiado por su futuro académico. Hacía apenas lo suficiente para mantenerse en un limbo entre la mediocridad absoluta y el superar el promedio, pero tampoco era de los que faltaban a clases porque sí. Estudiaba cómo quien no quiere la cosa, cuando lo cierto es que si tan siquiera se dignara a esforzarse podría hacerlo bastante bien. Pero qué puto fastidio. ¿Cuál se supone que era su jodida clase de todas formas? Ah, la 3-2. La clase de Jezzie. Aquella jugada había salido tan bien que seguro por eso la vida le había volteado la cara de un golpe, haciéndolo faltar los dos primeros días de clase. Ni siquiera sabía que probablemente, de no haber faltado, hubiera evitado que Jez conociera al rey de los estúpidos aunque no tardaría en darse cuenta. —Altan. —Reconoció la voz de quien lo llamaba y se detuvo casi de inmediato, volteando el rostro en su dirección. Jez había seguido su camino hasta su propio casillero, sabía que él a veces se detenía a hablar con Kurosawa, solía hacerlo cuando la esperaba fuera de la academia. Ya la alcanzaría. Él siguió a la albina con la mirada un momento y luego regresó su atención a la muchacha que lo había llamado. ¿Había estado allí desde el inicio, apoyada en la línea de casilleros? No. Es probable que lo viese entrar y se acercara, porque así era. La conocía desde que eran unos enanos. Y aún así no podía decirse que fueran amigos hasta hace unos siete u ocho meses. Sin embargo, no era por eso que no se detenían en las formalidades innecesarias. —Shiori. —¿De regreso al mundo de los vivos? —El comentario logró arrancarle una risa al mayor—. Es bueno ver que Shiro-chan logró sanarte. Lo último había sido casi un murmuro y él la miró, sonriendo con sorna. Cabrona. —¿Qué tal esos dos primeros días? —Apoyó la espalda en la línea de casilleros frente a la menor—. Ayer seguro te calaste hasta los huesos. —¿Qué comes que adivinas? Joder, Al, el primer día fue una total y absoluta cagada. —Shiori rio también y las facciones de Sonnen se suavizaron—. Debiste verlo. Parecía comedia gringa. —¿Tan malo? —A pesar de lo que le estaba contando, al escucharla no pudo evitar sonreír. —Así de malo y más. —Shiori despegó la espalda de los casilleros y se acercó a él. Sin pedir permiso siquiera le arregló la camisa y la chaqueta del uniforme—. ¿Algún día vas a usarlo como se debe? —Es poco probable. Ya sabes, es aburrido. Encima era como ponerse una correa voluntariamente. La dejó hacer a pesar de que sabría que desharía su trabajo apenas se apartara de su lado. Extendió la mano hacia ella, tomó la punta del lazo del uniforme y lo soltó. Kurosawa apartó su mano de golpe y lo miró con el ceño fruncido mientras lo rehacía. >>Además, ¿se supone que tu condenada mecha azul cuenta como parte del uniforme o de qué me hablas? La vio encogerse de hombros y cuando alzó la vista a él de nuevo, los ojos del muchacho se deslizaron a sus labios sin permiso, lo que no pasó desapercibido para ella. Sonrió, burlona como siempre. —¿Ubicas a Honda Mimiko? —preguntó, cruzando las manos bajo el pecho. Honda Mimiko. Buscó mentalmente en la información a la que la llave maestra de su propio imperio le daba acceso. Su cerebro cuadrado era bueno para guardar información de esa clase, que le permitiera repasar a las personas. Ubicaba el nombre del padre, pero no se había molestado en indagar en el resto de la familia a pesar de que podía hacerlo. Aunque bueno, digamos que la ubicaba. Frunció apenas el ceño y asintió con la cabeza. >>Pues casi terminamos peleando en la azotea. Le gritó a Watanabe, ya sabes, la chica a la que le estuve dando tutorías en verano y bueno… —Eso dice el resto, supongo. —Recuerda a Akaisa cuando iba a la escuela media, pero es increíblemente más temperamental que ella en ese entonces. ¿Y ahora? No había criatura más volátil que la princesa de los Akaisa, de hecho no sabía quién tenía la mecha más corta, si él mismo o la heredera de MEDSUPASS. —¿Te atreviste a desafiar a alguien con mal genio? —¿Qué es nuevo en eso? —Nada, lo nuevo es que hayas fallado. La vio fruncir el ceño y soltó una risa de nuevo. —¿Te crees que yo acepto algo como la palabra fracaso, senpai? —Hace tiempo no se refería a él de esa manera—. No creo que sea mala chica, realmente, solo… —Es idiota. —No toda la gente es idiota, Altan. —¿Qué no? —Enarcó una ceja y se llevó las manos los bolsillos—. Dudoso. —Solo se niega a abrirse. —¿No te recuerda a alguien, Kuro-chan? —Casi pudo escucharla gruñir en un gesto aprendido posiblemente de Akaisa. O quizás de alguien más. —Como sea, deberías acompañarnos al club alguna vez. Me da la sensación de que podrías... entretenerte bastante. —Empezó a andar, para dirigirse hacia los casilleros de segundo, pero se detuvo a medio camino y se volteó hacia él una vez más—. ¡Hey, Al, atrapa! Le lanzó algo que no identificó hasta que lo interceptó: una galleta de mantequilla. Tenía forma de corazón. >>Por cierto, vigila a Shiro-chan hay... yōkai en esta escuela. ¿Qué? Desde su propio casillero había visto el intercambio entre Altan Sonnen y Kurosawa. Nada en ello la sorprendía, porque sabía cómo era Shiori y sabía también, debido a los chismes que habían corrido el año pasado, la mierda en la que habían estado metidos. Había que admitir que Kurosawa tenía ojo para los chicos. Hasta ella, un maldito kitsune, sabía cuando los idiotas estaban bien hechos. Pero la extrañaba que hubiera terminado enredada, no con un amargado de mierda porque parecía su patrón común y Usui podía confirmarlo, sino con un idiota dominante cuando ella era la controladora por excelencia. Rio por lo bajo para sí misma. Estaba haciendo el cambio de zapatos cuando la voz de la susodicha llamó su atención. —Akaisa-senpai. —Cuando se volteó notó que extendió frente a ella una pequeña bolsa con algunas galletas en ella, de inmediato supo que era de mantequilla. Frunció el ceño—. Las hicimos ayer, sé que te gustan. Sintió que las mejillas le ardían y le arrebató las galletas de la mano. —Deberías dejar de pensar en los demás, maldita idiota. No la miró mientras abría la bolsa y se llevaba una a la boca. Escuchó los pasos de Shiori continuar, para cuando volvió su mirada heterocroma solo vio su silueta alejarse, en dirección a los casilleros de segundo. Maldita rara. Contenido oculto Me aventé un tochazo fuck my life
Las cosas habían salido bastante bien con Alisha la tarde anterior. Luego de las prácticas improvisadas del club (a las que, por cierto, sólo los dos tiros al aire habían asistido), se pasó el resto del día pensando cómo optimizar su plan maestro. Cuando llegó a los casilleros a la mañana siguiente y su radar se topó de inmediato con las mechas rojas entre la espesura negra, no pudo más que sonreír. Las cosas estaban saliéndole, a decir verdad, considerablemente bien. ¿Debería esperar el culatazo? Nah. —¡Katty-chan! —exclamó, risueño, y se valió de la diferencia de estatura para rodearle los hombros y atraerla hacia él—. Muy buenos días, señorita. ¿A que hace una mañana maravillosa? La dejó ir apenas unos segundos después, pues valoraba su integridad física (al menos un poco) y no quería arrancar el día con dolor de huevos o algo así. Katrina parecía interesada en lo mismo que él, pero también parecía tener pocas pulgas. Le sonrió, radiante, y se apoyó de costado sobre los casilleros. Estaban en la sección de tercero y había identificado la cabellera albina de Jez por el rabillo del ojo; claro que lo había hecho, si parecía poseer brillo propio. Pero, de momento, no podía enfocarse en eso. —Oye, oye, Katty-chan, estaba pensando, ¿sabes? —dijo en voz baja, con cierto tono de confidencialidad y diversión—. Sobre cómo... conmemorar el inicio de nuestro último año en esta honrada institución. Pero no puedo contarte más, a menos que sepa que estás interesada en... colaborar~ Estiró los labios en una sonrisa ciertamente gatuna y ladeó apenas la cabeza, acomodando las solapas de la chaqueta de Katrina. —¿Qué me dices, linda? Descendió del coche junto a Ophelia, y atravesaron con calma y silencio el rellano frontal que las separaba de los casilleros. Allí deberían haberse separado, sin embargo, su prima la siguió hasta la sección de segundo. Bleke no hizo preguntas al respecto y procedió como acostumbraba, con movimientos mecánicos y habituados. —¿Cómo va tu candidatura para el Consejo, prima? Su pregunta le llamó un poco la atención. Desvió brevemente la mirada hacia ella y golpeteó el suelo para acomodarse los zapatos. Cerró la puerta metálica. —Bien —soltó, viéndola por fin—. Ya la presenté. La sonrisa de Ophelia se ensanchó. ¿Qué tendría en mente? Sabía que la castaña no daba puntada sin hilo, aunque sus puntadas, la mayoría de las veces, no tuvieran el menor sentido para ella. —Oh, muy bien. ¿Tienes competencia? —Claro. —Sonrió apenas, con cierta sorna. ¿Cómo no iba a tenerla, en esa enorme escuela?—. Una chica de tercero. —¿Quién? Arrugó brevemente el ceño. ¿Por qué le interesaba? ¿Y por qué, de por sí, estaba dándole tanta conversación? Ni siquiera tenían una relación amistosa. No tenían nada. Ella era Middel, y Ophelia no. Incompatibles. —Suzumiya Konoe —respondió, monocorde, y desvió la mirada—. Debo irme, no quiero llegar tarde a mis clases. Se giró y emprendió su camino sin más; sin despedirse, ni desearle buen día. Lo último que vio de Ophelia fue su mano alzada, meciéndose con suavidad, y una amplia sonrisa. Suspiró, aliviando la tensión en sus hombros, y renovó la calma. No podía permitirse alteraciones semejantes por una simple niña de quince años. No tenía el más mínimo sentido.